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Por. Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com
   
     

CAFES DOS AMERICANOS
Por. Juan Antonio Varese

Hasta mediados del siglo XIX la elaboración del café se realizaba
en forma artesanal, cada establecimiento o familia lo preparaba a su
modo. Fue por entonces que algunos establecimientos comenzaron a
elaborarlo al por mayor. Revolución industrial mediante, se lo
transformaba y empaquetaba en condiciones de ser consumido en los
comercios del ramo y para uso domestico.
El proceso suponía la selección del grano, la limpieza, el tueste o
torrefacción y la posterior molienda. Las primeras maquinas estaban
accionadas a vapor y mas adelante pasaron a funcionar con electricidad.
En nuestro medio la primera fabrica destinada a su preparación en
cantidades industriales fue fundada en el año 1875 por un inmigrante
portugués, el señor Joaquín F. Da Silva.

Para conocer la trayectoria de este establecimiento, pionero y modelo en
su genero, acudimos al “LIBRO DEL CENTENARIO. 1825 1925”
voluminoso tomo de mas de 1100 paginas publicado en el año 1923 por
la “Agencia de publicidad Capurro y Compañía”. Se trata de una
publicación indispensable para estudiar la evolución y desarrollo del país
y el desenvolvimiento de sus empresas mas relevantes entre los años
1825 a 1925. Dentro del capitulo destinado al desarrollo de la industria
nacional, analizando rubro por rubro, figuran sendos artículos a las dos
fabricas elaboradoras de café mas importantes del momento: DOS
AMERICANOS y CAFES EL CHANA. Esta ultima será desarrollada en
próximos capítulos. (Habían también otras marcas elaboradoras de
menor entidad como Cafés y tés EL INCA, el CAFÉ RADIOLO y grandes
establecimientos de café y bar como AL TUPI NAMBA y años después
EL SOROCABANA, que también elaboraban el producto).

El artículo sobre los DOS AMERICANOS, escrito con la almibarada
meticulosidad de la época y el consecuente despliegue de adjetivos
publicitarios, destacaba la calidad y la exquisitez del producto, unido a la
circunstancia de tratarse de la fabrica mas antigua del país. En primer
término señala la superioridad del producto, que lo hacia acreedor a la
denominación de “néctar”, tanto por el aroma como por la inteligente
elaboración, en la que el fundador y propietario había demostrado tal
habilidad que merecería ser catalogado de “arte industrial”.
La empresa fue inaugurada en 1875 en una modesta casa de familia
sobre la calle Arapey (actual Rio Branco), entre Soriano y Canelones. La

sala principal fue convertida en despacho, los dormitorios en oficinas y en
el patio se instalaron las máquinas, que funcionaban a vapor.
Bien pronto la bondad del café se fue imponiendo y ganando prestigio, lo
que llevo a agrandar el establecimiento e incorporar máquinas más
modernas, con un método de torrefacción más conveniente.
Años después Da Silva dio comienzo a la construcción de una sede, mas
moderna y funcional, con algo de suntuosa, en la calle Río Branco
numero 1234. 
El redactor realizo una visita a la fábrica para completar la información,
siendo atendido por los hijos del dueño, los jóvenes Alfredo y Rodolfo da
Silva junto con el gerente, señor Francisco Lescont.
Al frente estaba el despacho, por donde desfilaban diariamente
centenares de personas para adquirir los distintos tipos de café. Los
había para todos los gustos, desde el profundo MOKA hasta el suave
CARACOLILLO y el democrático SANTA CATALINA, calidades todas
reclamadas con interés e idéntica confianza en su exquisitez. Lo primero
que le hicieron notar fue que la empresa expedía café con prescindencia
de cualquier otro artículo.
Dejaron atrás el despacho para visitar la fábrica, ¨en la que todas las
maquinas funcionaban al acorde con sana estridencia¨. Todas se movían
eléctricamente volcándose millones y millones de granos morenos en un
inmenso globo de proporciones desmesuradas para el tostado, quedando
el ambiente impregnado de un aroma embriagador. En el colmo de la
complacencia el redactor señalo que ¨ todo era girar de maquinas,
laboriosidad y orden¨.
En los últimos años la empresa había recibido reconocimientos
internacionales, como la Medalla de Oro en la Exposición de Progresos
Modernos de PARIS, una medalla en la Exposición Internacional
celebrada en Buenos Aires con motivo del Grito de la Independencia y
otra en la Exposición Internacional de San Francisco de California.
Destacaba también la exportación del producto a lugares tan distantes
como las islas Malvinas y tan importantes en Europa como Gran Bretaña,
España e Italia.
Gracias a la calidad del produndo y la aceptación del publico, Da Silva instalo varias
sucursales para que el producto pudiera ser adquirido por todos los habitantes de
Montevideo. La primera fue en la calle Ituzaingo, pegada a la Catedral, para el publico de
la Ciudad Vieja, le siguió la sucursal Aguada sobre la Avenida Agraciada, otra en General
Flores, otra en el barrio de La Unión y la ultima en abrirse en el centro de la ciudad, SOBRE
18 DE JULIO numero 890 esquina Convención, instalada con todo lujo. Y decorado en
sabio estilo Jacobean.

 

 

CAFETERIA DORÉ
Por. Juan Antonio Varese.

En relación inversa a la decadencia y cierre de muchos de los cafés tradicionales, largo proceso que comenzó desde las ultimas décadas del siglo XX, fueron empezaron a aparecer nuevas tendencias, locales mas pequeños y funcionales con propuestas nuevas y variadas. Entre ellas la de los Café de Especialidad, la que en los últimos años ha proliferado en el mundo y extendido entre nosotros. Al punto que en 2018 existían en Montevideo apenas unas 8 a 10  cafeterías y hoy en día la cifra se eleva a mas de treinta.
Vamos a referirnos a la CAFETERIA DORE, ubicada en la avenida Rivera 2628, esquina Brito del Pino. Su propietario, Pablo Corrado, un verdadero amante del café al punto de que no solo abrió un negocio sino que terminó por escribir un libro sobre el tema, con el sugestivo título de HAY CAFÉ.
Pablo Corrado reconoce ser cafetero de alma desde su juventud. En la entrevista rescató de su memoria recuerdos de infancia, de cuando lo enviaban a buscar café en la sucursal de Manzanares y se deleitaba percibiendo su aroma. Y que muchas veces se compraba en grano y se lo molía en la casa. Tal vez desde aquellos tiempos surgió su proyecto de instalar un café, tener su negocio propio. No de especialidad porque entonces no existía sino un café tradicional, pero eso si, bien preparado y aprovechando todas sus virtudes. Pero fue años después, tras haber tenido la oportunidad de viajar por otros países donde sintió hablar y apreciar el café de especialidad.
Tiempo después se le dio la oportunidad. Como siempre las verdaderas oportunidades suelen presentarse de improviso, en el momento menos pensado. Durante años en que estuvo trabajando en una mueblería sobre la avenida Rivera solía reparar en un pequeño local ubicado en la otra cuadra ocupado por una peluquería. El día que el espacio quedó libre, no dudó un minuto en cumplir el sueño que lo acompañaba desde niño. Conocía el barrio y los vecinos por lo que tenía la certeza de que el negocio iba a funcionar.
Al inicio fue un emprendimiento familiar en el que se involucraron su esposa y hasta su grupo de amigos. Entre todos se encargaron de remodelar el local, adaptarlo, decorarlo, fabricar las mesas, soldarlas y pintarlas. Llegó el momento de ponerle nombre y no hubo dudas. DORE significa dorado en francés y primo la sugerencia de su amigo Andrés Amodio, a la postre el diseñador del libro, tomando en cuenta el cuadro de fútbol 5 que integraron en su infancia. Y que, a su vez, había sido bautizado por el propio abuelo de Pablo.
Tres personas atienden el negocio, entre ellos el propio Pablo. Característica especial, como se trata de un local pequeño, se le puede dedicar especial atención a la clientela y a la preparación del café. La clientela es mayoritariamente de gente adulta, lo que es posible atribuir a las características del barrio. Se trata de una clientela estable, de concurrencia habitual, que ellos mismos los catalogan como los “clientes dorados”. El trato personalizado supone la conversación con los clientes, conocer parte de sus vidas, tales como ocurría en muchos cafés del pasado donde el mozo quedaba conversando y participaba de charlas y confidencias. Por eso mismo cuando llega un cliente nuevo, un desconocido, enseguida todos lo notan. Pablo está conforme con que se trate de un local pequeño para poder mantener el contacto y nivel de atención aunque los réditos económicos sean menores.
Entrados en la conversación, mas distendido, confesó que su caso fue a la inversa. Primero abrió la cafetería y recién después se puso a estudiar y a profundizar en las propiedades del café.
Para lograr el café de especialidad, no alcanza con tener un buen grano. Hace falta un barista, figura a la que nos hemos referido en capítulos anteriores. En un principio el Dore tenia buen grano pero no contaba con barista. La noción de la necesidad del barista fue lo que llevó a los tres integrantes del equipo a informarse y formarse cada vez más, aprendiendo de colegas, cursos y libros.
El barista es característico de la tercera ola del café, la que estamos viviendo actualmente y se caracteriza porque las personas tienen café de especialidad en su casa, empiezan a conocer orígenes y consigan un molinillo para molerlo.  El rol del barista es mucho mas amplio que ello, además de servir la bebida debe brindar toda información que pueda resultar útil al cliente para que aprenda a saborear los aromas del café. De todo lo aprendido fue que surgió la idea de registrarlo en un libro con la finalidad de que cualquier persona pueda prepararse un buen café en su casa con las herramientas adecuadas para ello.
El café de especialidad se elabora con el grano de mejor calidad dentro de las variantes existentes, el arábigo. Pero para llegar a un café de especialidad en taza cada proceso que vive el fruto, es decir el grano, el tostado y el barista, tienen que dar lo mejor. Si una de las partes falla deja de ser de especialidad.
Cuando uno comienza a adentrarse en este mundo comprende por qué hay especialistas formados en la temática y en cada etapa del proceso.
Para comenzar, el fruto es plantado en altura (2000 metros aproximadamente) lo que hace que prácticamente no tenga cafeína en comparación al café comercial.
El grano es recolectado a mano. Luego hay una serie de procesos posibles para que pase de grano a semilla; como el lavado, honey, secado natural; etc; que son procedimientos artesanales realizados por los caficultores.
Posteriormente llega la etapa donde el fruto verde es tostado. Para determinar la calidad del tueste se realizan catas de café, y es considerado de especialidad si tiene 80 puntos de cata o más.
Comenta Pablo que, cuando se importa café desde Uruguay, los tostadores eligen los mejores lotes de café de Colombia, Etiopía u otros orígenes. Luego investigan y prueban diferentes perfiles de tostados hasta encontrar el más adecuado. La clave, dice, es el tostador. Si no lo hubiera no existiría el café de especialidad.
Finalmente ese grano tostado es recibido por el barista, que tiene que considerar qué molienda es la apropiada, cómo prepararlo y qué ratio aplicar para llegar a un expreso perfecto, es decir, la cantidad de agua por gramos de café.
El expreso es la principal bebida en el mundo cafetero de especialidad, y según cuenta Pablo, no cualquiera puede regular un buen expreso.
Un aspecto importante del café de especialidad es que desde que se tuesta no pasan más de 10 días hasta que es servido. Y se muele en el mismo momento de prepararlo. Comenta el especialista que el café que se compra ya molido, como el de los comercios tradicionales, ha perdido el 80% de sus propiedades.
Es por ello que las cafeterías de especialidad que venden café para preparar por los propios clientes, lo hacen en paquetes chicos (250 gr). Y en caso de que el comprador no cuente con un molino propio, se le muele en el momento.

UN TRABAJO COLABORATIVO
Una de las claves para que la cafetería de especialidad continúe expandiéndose, y que fue, a su vez, una de las claves del libro “Hay café”, es el espíritu colaborativo en el ramo.
En las palabras de Pablo: las cafeterías están unidas. De hecho en su libro participan muchas, no es solo un libro de Café Doré, tal como él señala, sino que es un libro sobre café de especialidad donde cada cafetería aporta algo.
En particular en el último año y medio el crecimiento de los comercios dedicados al café de especialidad ha sido notorio. Pablo atribuye parte de esto al crecimiento de la figura del tostador, que como hemos visto es clave e ineludible. En 2012 había una sola persona dedicada a esta etapa del proceso en Uruguay, Álvaro Planzo. Hoy en día hay unas ocho personas dedicadas a esta tarea. Algo que también es habitual es que las cafeterías se juntan, compran un café y lo tuestan, lo que contribuye a que el rubro se expanda.
Según el dueño de Doré esto no es casualidad, ya que a ninguna cafetería le conviene que otra sirva mal el café, porque a quien lo consuma seguramente no le va a gustar, y va a dejar de comprarlo.
El libro incorpora, además de entrevistas con varios tostadores, la participación de baristas de 12 cafeterías, cada uno desarrollando uno de los métodos (prensa francesa, moka italiana, sifón belga, sifón japonés, expreso; etc).
El libro además incluye un talón para realizar lo que su autor denominó el “Tour expreso”, que permite a quien adquiere el libro tomar un expreso gratis en 16 cafeterías de especialidad.
Al ir recorriendo, conociendo los diferentes lugares y baristas, se fomenta la que los lectores continúen conociendo la cultura del café de especialidad.

 

Datos del libro y edición.

 

EL ANDORRA

El café y bar ANDORRA, ubicado en Canelones Nº 1302, esquina Aquiles Lanza (ex calle Yaguarón) es un típico café de barrio convertido al nuevo estilo de bar “cool”, orientado a la clientela joven. Bajo el slogan de “Copas y tapas” y la creativa frase de “Acá estamos todos los domingos aguantando el mostrador” presenta una activa y renovada página web para intercambiar con los clientes y darles a conocer la grilla de actividades artísticas y culturales que ofrece. Su horario también cambió, de las 7 de la mañana hasta la medianoche de antes, responde ahora a la nueva tendencia de tarde-noche con horario desde las 19 horas hasta las 2 de la mañana, que a veces se extiende hasta la madrugada.
La agenda es diversa y continua, dando cabida a un variado programa de expresiones artísticas. Se realizan exposiciones, se pasan películas viejas del tipo Metrópolis que luego se comentan, se organizan fiestas y hasta se festejan cumpleaños. Muchas veces el publico llena el pequeño salón por lo que se recomienda la reserva previa por medios electrónicos. El público es joven en su mayoría, aunque a veces no tanto. [1]
La lista de actuaciones, tomada de su página web, sobre fines del 2019, presenta bajo el anuncio de “Martes promo de Ferné” pluralidad de nombres, entre los que registramos los de Atlántico Negro, Edu Pitufo Lombardo, videos de Mateo y Trasante, Mandrake Wolf, Samantha Navarro, Fernando Cabrera, Mariana Lucía, Fanny Glass, Garo Arekelian,  Paula Go, Ernesto Tabárez, Martín Iglesias, Seba Codoni, Romina Peluffo, Ismaél Collazo y Javier Ventoso, Papina de Palma y  Freddy Pérez entre otros, dejando constancia de una larga lista de nombres bajo la consigna que es casi un slogan: la entrada es “Libre, gratuita y por orden de llegada”.
Atrás de la propuesta de hoy en día, acorde con los nuevos tiempos, se oculta la historia de un café tradicional, casi de barrio aunque se encuentre ubicado casi en el centro de la ciudad. Según palabras de un vecino y antiguo cliente, al que entrevistamos, el café fue abierto a mediados del siglo XX, tal vez sobre la década de 1940 por Miguelito Triunfo, un boxeador del barrio Sur, que lo adquirió tras colgar sus guantes al regreso de una gira por Europa, seguramente gracias al dinero que le representó una pelea ganada en el Principado de Andorra. Le dio o le mantuvo su carácter de boliche de copas.
Años después, un nuevo dueño (para otros el encargado), el gallego José Barizzo, fiel a la máxima de dedicar la vida al trabajo, lo atendió con el alma contando con la invalorable colaboración de su esposa Mirta, gallega de ley, que no solo preparaba con sabia mezcla la grapa con limón sino que cuidaba de la decoración y limpieza del lugar. Mientras don “Pepe” servía las copas y hablaba con los clientes, su mujer preparaba las “tapas” como acompañamiento de la grapa o los copetines con que atraían a los vecinos para un menú especial y económico para el almuerzo. Uno de los habitués lo fue el entonces desconocido Eduardo Mateo que vivía enfrente por la calle Canelones en una pensión. El negocio funcionó durante 36 años hasta que, llegado el nuevo tiempo de cierre de tantos bares y cafés, la edad del matrimonio de una parte y la falta de ganancias del otro lo lado y la falta de ganancias por otro, los llevó a bajar las cortinas, mientras comenzaba la transición de la venta con las refacciones correspondientes. El dueño del local colocó un letrero sobre la ventana que daba a la calle Aquiles Lanza anunciando la venta de la propiedad.
Fue entonces, que en el año  2013, el destino puso el letrero delante de los ojos del joven Valentín Enseñat, cuando caminaba rumbo a su trabajo en la Intendencia. Apenas verlo, vecino como era, se dio cuenta que era la oportunidad que había estado buscando, la de cumplir el sueño del boliche propio. Buscó de socio a un amigo fotógrafo, Andrés Cribari, y juntos pusieron manos a la obra para la remodelación del viejo Bar Andorra.
La cortina volvió a levantarse en diciembre del año 2013 y también se encendió el cartel de neón, uno de los pocos que quedan en funcionamiento. Los nuevos dueños mantuvieron el mobiliario de mesas y sillas y las tapas de tradición española, entre ellas los fiambres, frutos secos, tomates en aceite, rúcula y aceitunas negras.
En el mes de agosto de 2014 el café ANDORRA fue presentado dentro del ciclo de BOLICHES EN AGOSTO, presentando un plato especial con el  “Guiso el rendimiento”, una especie de guiso criollo en base a carne de cerdo con receta originaria de Cerro Chato, prueba de la versatilidad del negocio y la apertura para nuevas realidades.
Para mayo del 2016, Valentín Enseñat y Andrés Cribari, tras cumplir un ciclo como propietarios, lo ofrecieron en venta a sus colaboradores Valentín Medina, Nicolás Costa, Victoria Cribari, Laura Urtasún y Natalia Urtasún, quienes pasaron a ser los nuevos propietarios, continuando el espíritu, pero dándole un nuevo impulso.
En el año 2019,  se presentó y aceptó el proyecto de realizar exposiciones fotográficas en el sótano con paredes de piedra del Andorra. Un nuevo lugar para exposiciones, en el cual han expuesto hasta ahora los fotógrafos Pablo Alvarenga, Mariana Greif y Julio Pereira. Bien venido el espacio cultural, donde no solo están previstas las exposiciones sino también conversatorios y diálogo con los autores, copia de fernet de por medio, sumado a unas copas de vino.



[1]  Por supuesto que nos referimos a época previa a la pandemia, puesto que ahora han cambiado las reglas y es imprescindible la reserva previa por medios electrónicos para cumplir con las disposiciones legales y municipales. 

 

 

Influencia francesa en los cafés montevideanos (1ª parte)

 

Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

 

En un café de Montevideo, de cuyo nombre prefiero no acordarme porque tuvo que cerrar sus puertas poco después, nos reunimos una tarde un grupo de amigos para conversar sobre el origen y el futuro de los cafés. Entre los presentes había periodistas, vecinos y clientes, la gran mayoría jubilados. Y por supuesto el dueño del establecimiento. Bien pronto se instauró la discusión, mejor dicho las discusiones, porque los temas empezaron a bifurcarse sin llegar a ninguna conclusión. El punto comenzó sobre la causas y razones del paulatino cierre de los bares y cafés a partir de las últimas décadas del siglo pasado. Muchos de los cafés ubicados en el centro de la ciudad y otros tantos en los barrios, incluso los más apartados. Algunos, la mayoría, encontraron la explicación en los cambios en la forma de vida, mientras que para otros fueron razones intrínsecas al propio manejo del negocio. Y para el dueño se debió a la desaparición del esforzado “gallego” que pasaba su vida detrás del mostrador.
Bien cierto que la mayoría estuvo en manos de españoles, gallegos por más datos, esforzados inmigrantes que llegaron al país con una mano detrás y otra delante y que encontramos en el rubro una forma de canalizar su trabajo desde el amanecer hasta la madrugada siguiente. Dieron el todo por el todo por sus pequeños negocios, lo que les permitió vivir con dignidad y educar a sus hijos, ya hijos de la patria. Muchos pasaron su vida detrás del mostrador y para otros fue la base o trampolín para negocios más lucrativos.
De alguna manera permitieron que se mantuviera por años el sistema de vida que venía del Uruguay de la primera parte del siglo, de cuando los cafés eran centros de conversaciones, charlas prolongadas, mostrador fraterno de intercambio de noticias y matizador de soledades, ruedas de amigos, charlas de política o fútbol, discusiones interminables, tiempo sin medida.
El tema derivó hacia el origen de los cafés en el país, para algunos remontado a las antiguas pulperías y para otros como resultado del modernismo comercial traído por la inmigración europea.
De mi parte sostuve que si bien durante la época colonial derivaron de las pulperías o las fondas, desde 1840 en adelante vino la comercialización primero y la modernización después, mejorando la presentación del local y la oferta del servicio. Lo que se debió a la influencia de los inmigrantes franceses, provenientes de la zona de los Pirineos, el vascongado francés. Muchos de ellos llegados por razones políticas, con bagaje cultural y comercial. Estos vasco franceses y también vasco españoles llegaban con ideas y experiencias de nuevos proyectos y mejora e los servicios, sacudiendo la modorra colonial.
En el deseo de investigar recurrí a la revisión del estudio de la prensa de la época, en especial los diarios “El Constitucional”, “El Nacional”, “Le Messager Francais”, “Le Patriote Francais”,  “El Comercio del Plata” y “El Defensor de la Independencia Americana”.
La primera conclusión fue el incremento de la actividad comercial y la aparición de nuevos cafés a partir de 1840. Se convirtieron en centros de reunión, donde se nucleaban o publicitaban actividades de todo tipo, sirviendo de base  para todo tipo de actividades. Tales los casos del CAFÉ DOS HERMANOS, donde se vendían números para la rifa de un piano de buena calidad o del CAFÉ DEL COMERCIO, donde se daba cuenta de la desaparición de un reloj de plata con péndulo y cordoncillo de hilo negro y dos llavecitas de plata, quien lo encontrara sería generosamente gratificado.
También los ofrecimientos de trabajo también solían concretarse en los cafés, tal el de un hombre que daba como lugar de trato el café de SAN PEDRO. Y en el café del 4 DE OCTUBRE un oficial confitero, lo ponía como lugar de trato. Y en el café DE LA BUENA VISTA, sobre la calle Maldonado a una cuadra del Mercado Central, se alquilaban cuartos para hombres solos, tratar en el mismo con el señor Latulere.
Caso curioso el del CAFÉ DE LA ALIANZA, que anunciaba la instalación de un dentista en su local, donde atendería la clientela.
Otro aviso daba cuenta de la venta del CAFÉ DE LA ESTRELLA DEL NORTE “por tener el dueño que redondear sus negocios”.
A partir de 1841 aumentan los avisos con nombres franceses, tanto de los comercios como de los propietarios, por lo que reproduciremos los más señalados.

                “                                              AVISO
El Sr. André Garolty tiene el honor de avisar al público que acaba de abrir nuevamente su café, en la calle de San Carlos, casa conocida bajo el nombre del Sr. Hipólito. Las personas que se dignen dispensarle su confianza, pueden contar con que hallarán en este café buen trato y toda clase de bebidas de Europa, de la primera calidad.”
EL NACIONAL, 31 de marzo de 1841

                “                                              AVISO NUEVO
El Sr. Bernard hace saber al público que acabó de abrir su Billar y Café calle de San Louis núm. 57; se encontrará toda especie de bebidas recién llegadas de Europa de primera calidad, café de primera calidad. Las personas que gusten abonarse por mes para comer como igualmente en casa particular serán bien servidos y a un precio moderado, se encontrará también posada para las personas de la ciudad y para los viajantes, comodidad para sus caballos.”
EL NACIONAL, 14 de abril de 1841

                                               AVISO INTERESANTE
A los que quieran comer bien y barato. El domingo 16 del corriente se abrirá una fonda en el café francés DEL SOL, calle del Portón Viejo para la aguada, en donde se servirá con aseo y gusto; también se remitirá comida a casas particulares a muy ínfimo precio.”
EL NACIONAL, 15 de mayo de 1841

Pedro Haurie, alquila su café conocido como del INMORTAL. Para arreglar cuentas pone como lugar de contacto su carpintería sita en “el cubo del Sur, cerca de la panadería del Sr. Robillar.”
(EL NACIONAL, 4 de junio)

“En el Café francés de la calle de San Luis núm. 51 se recibe pensionario a 24 pesos al mes.”
(EL NACIONAL, 5 de junio)

                “                                        AVISO
El Sr. Souverville tiene el honor de participar al respetable público que el domingo 15 del corriente mes, se volverá a abrir el establecimiento de la calle de San Joaquín número 116 que compró al Sr. Renaud conocido por fonda, café y villar de la Paz...”
(EL NACIONAL, 12 de agosto)

                “                                              SE VENDE
La fonda y café de Dn. Pedro Cignarte sita en la calle de San Gabriel, ciudad nueva, tiene una bandera francesa, frente al hermano de Dn. Pedro Laffga donde darán razón.”
(EL NACIONAL, 27 de octubre)

CONTINUAREMOS EN EL PRÓXIMO NUMERO

EL HOTEL DEL PRADO
Por. Juan Antonio Varese


Los montevideanos de principios del siglo XX disponían de varias opciones para realizar paseos o pasar sus vacaciones. De un lado podían elegir los lugares de playa, las estaciones de baño como Ramírez y Pocitos o continuar yendo a las quintas del Prado o llegarse hasta los aires saludables de Colón. Muchas familias tradicionales tenían su casa en la Ciudad Vieja o en el centro y en verano se trasladaban a una casa quinta en las inmediaciones del Prado. De hecho mis padres comentaban que se habían conocido durante una visita a una casa quinta sobre Camino Castro, en la década de 1920.
Como ya vimos en otros capítulos por la época se construyeron hoteles en la zona balnearia, el Hotel de los Pocitos, luego el Parque Hotel y después el Hotel Carrasco. Lo mismo pasó con la zona del Prado, donde se construyó un hermoso hotel para que los que no disponían de quintas pudieran reunirse para festejar o pasar sus vacaciones.
La zona del Prado, uno de los barrios más señalados de Montevideo, tiene una historia rica y variada. Podemos decir que nació en un espacio verde de 106 hectáreas que tiene el arroyo Miguelete como columna en tierras que pertenecieron originalmente a don José de Buschental, estanciero e importante hombre de negocios que vivía en una quinta conocida como El Buen Retiro.
En 1870 la quinta pasó a la órbita Municipal, y en 1873 el predio original sumado a otras quintas vecinas, fueron transformados en parque público y sitio de recreo, convirtiéndolo en el primero abierto de la ciudad.
En el año 1902 el Paseo incorporó un jardín botánico que se denomina Museo Jardín Profesor Atilio Lombardo, y funciona como centro de actividades científicas y divulgación general sobre la ciencia vegetal. Años después se proyectó un lugar emblemático, la Rosaleda o Camino de las Rosas, obra del paisajista francés Charles Recine que se inspiró en los jardines del Palacio Malmaison y que a poco se convirtió en uno de los paseos más románticos y sugestivos de la ciudad. La construcción de este espacio floreal, que muchos consideran el corazón del parque, significó la importación de más de 10.000 rosales de Francia. En la actualidad posee más de 30.000 especies de flores y lleva el nombre de Juana de Ibarbourou.
Desde fines del siglo XIX, sin que podamos precisar la fecha, funcionó una posada bajo el nombre de Recreo del Prado, que en los últimos años estaba destinada a parejas de recién casados en luna de miel. El lugar era ideal, un amplio espacio delimitado por las calles Carlos María de Pena, Julio Meldilharsu y Gabriela Mistral. Precisamente en el Recreo tuvo lugar uno de los mayores escándalos de la historia dramático amorosa del país. Nada menos que el doble asesinato de Celia Rodríguez Larreta y el teniente Adolfo Latorre, su marido. La joven, que en ese entonces tenía tan solo 19 años, al parecer mantenía un romance con Luis Alberto de Herrera, lo que había provocado el distanciamiento con su esposo. El 26 de diciembre de 1904 la pareja fue a festejar su reencuentro al Recreo. En la madrugada se escucharon dos disparos, Latorre confesó que habían discutido y que en un rapto de furor había matado a su esposa. Al enterarse del suceso, el escritor Teófilo Díaz mató de un disparo a Latorre, lo que le costó la reclusión perpetua en una quinta de las afueras de la ciudad.
En los últimos años la posada había caído en decadencia al punto que en el año 1908 se llamó a concurso de arquitectos para la construcción de un moderno hotel, que se levantaría sobre los cimientos del antiguo edificioEl proyecto ganador estuvo a cargo del arquitecto alemán Jules Knab, el triunfador junto con Juan Veltroni.El nuevo hotel, de estilo arquitectónico neoclásico francés fue inaugurado con una gran fiesta en el año 1912.Más que para alojamiento fue diseñado como un espacio de fiestas y reuniones, actividades que mantiene hasta la actualidad. Se la dio mucha importancia al entorno, al diálogo con el parque circundante. El trazado de los senderos interiores conduce siempre a la Fuente Cordier (inaugurada el 25 de agosto de 1916 en el centro de la Plaza Independencia y trasladada a la terraza del Hotel del Prado en marzo de 1922. Sus tres figuras femeninas, una de ellas sentada y las otras reclinadas tocando con sus manos la central, simbolizan a los ríos Uruguay, Paraná y de la Plata).
En sus comienzos el Hotel recibía a miembros de la aristocracia criolla que disfrutaba del salón de té, del casino y de festejos. Algunas crónicas mundanas de aquella época hablan de la recepción que se le hizo al rey Eduardo VIII en 1925, cuando todavía era el príncipe de Gales. Y una leyenda, tan romántica como imaginativa, asegura que en sus jardines se inspiró el Duque de Windsor para escribir una carta de amor. Fue el que abdicó del trono para poder casarse con una plebeya.
En 1936 en sus salones fue agasajado el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, el que no ocultó su admiración por el edificio, la Fuente Cordier y la maravilla del Rosedal.Todavía los vecinos recuerdan un episodio dramático que involucró a dos enamorados que se conocieron en la década de 1930 en los jardines del Hotel del Prado. Los separaban la edad y la clase social, por cuanto el novio era mucho mayor y falto de fortuna. Sus encuentros pasaron a ser furtivos y cada vez más frecuentes, con largos paseos a la sombra de los árboles del arroyo Miguelete, paseando del brazo por el parque y el Rosedal. Producido el escándalo que es de imaginar la familia rechazó el noviazgo y le impidió a la joven continuar con las visitas. En ocasión del último encuentro, vivido como una despedida, después de una noche de amor, ambos decidieron acabar con sus vidas, apareciendo sus cadáveres abrazados a la mañana siguiente.El Hotel del Prado mantuvo su prestancia y sede de reuniones sociales hasta los años 50. Luego sufrió un proceso de grave deterioro debido a la falta de mantenimiento y usos inadecuados.
En 1975 se lo declaró Monumento Histórico Nacional en base a sus valores artísticos y diversos estilos arquitectónicos. Sus jardines poseen maravillas naturales, que conviven con bancos, faroles antiguos y elegante escalera. En 1998 comenzó un proceso de ampliación y reforma. Desde entonces posee dos glorietas que ofrecen ambiente ideal para el encuentro. También se ampliaron los salones y el área de cocinas y servicios. Se crearon dos salones de 200 metros cuadrados cada uno, que ocupan parte de la terraza, con excelente vista del parque.En el entorno se restauraron las estatuas, las lámparas de hierro fundido y la fuente del encuentro de las aguas, obra del escultor Henri Cordier.El proyecto de recuperación patrimonial obtuvo en 1999 el Premio de la Sociedad de Arquitectos a la Mejor Obra Realizada en materia de Reciclajes.
El Hotel del Prado y su entorno mantienen toda su vigencia como sitio de encuentros familiares, citas románticas, fiestas, reuniones, casa de té y salones para eventos.

 

EL PARQUE HOTEL


Hoy el hermoso y señorial edificio del PARQUE HOTEL, alberga la Secretaría Administrativa del Mercosur pero en otros tiempos supo ser uno de los hoteles más lujosos del Río de la Plata . El edificio, más bien el barrio, tiene una larga historia a sus espaldas que bien vale la pena compartir con los lectores de RAÍCES.
Hacia mediados del siglo XIX el barrio que conocemos como Parque Rodó formaba parte de una gran extensión de campo, La Estanzuela, que se ubicaba desde la calle Gonzalo Ramírez al sur. La atravesaba una vía de agua, el arroyo del mismo nombre y cerca de la costa lo ocupaba el antiguo saladero de Ramírez coronado por un muelle de madera que se adentraba en el río para el cargamento de cueros y de charque.
Al principio los montevideanos lo utilizaban para realizar paseos campestres los días domingos y las lavanderas para llevar la ropa a lavar cerca del arroyo, hasta que surgió la moda de los baños de mar. La playa lindera al saladero, mansa y tranquila, fue seleccionada para la construcción de “casillas de baño” separadas por sexo y por edades para que la gente pasara a disfrutar de la playa. Tanto éxito tuvieron los baños que pocos años después, hacia 1871, el Tranvía Orienta,l extendió sus vías hasta la playa y construyó como complemento un muelle extendido con varias salas para que la gente pudiera pasar la tarde, confraternizar, almorzar, tomar el té y refrescos, escuchar conciertos y hasta organizar reuniones sociales y festejar acontecimientos. Las edificaciones se levantaron sobre pilotes de madera para dar la sensación de estar embarcados lo que se complementó años después con los famosos carritos tirados por mulas para que los bañistas, sobre todo del género femenino pudieran entrar en el agua lejos de la mirada de los curiosos varones.
Después de la crisis económica de 1890 la Junta Económico Administrativa adquirió parte del predio de la Estanzuela para dedicarlo a parque público con el nombre de Parque Urbano, lo que implicaba tareas de urbanización y plantación de árboles al estilo de los parques franceses. Como broche se construyó un pequeño castillo al costado de un lago artifical y un pabellón de música para sesiones de conciertos.
Dentro del proyecto de construcción del Parque se previó por anticipado la construcción de un hotel que complementara los servicios del lugar y jerarquizara la playa, considerada de las más seguras de la capital. Fue entonces que la empresa de Luis Crodara y Cia., solicitó permiso para construir el “Hotel Teatro y Casino del Parque Urbano” que estaría bajo el plano y la dirección del arquitecto Guillermo West, de quien se dice que se haya inspirado en el proyecfto original del arquitecto francés Pierre Lorenzi. El hotel fue planeado como un complejo que incluía un hotel de playa, un casino para juego, un salón para fiestas y un restoran de lujo.
La inauguración estaba prevista para la Nochebuena del año 1909 pero tuvo que ser postergada para el 30 de diciembre, celebrándose una gran fiesta a la que asistieron mas de 500 invitados de ambas margenes del Plata. Dos grandes orquestas de moda en Buenos Aires fueron contratadas para amenizar el baile. Las autoridades que visitaron el lugar quedaron maravilladas con la distribución de los espacios: en el subsuelo las habitaciones para el personal numeroso y eficiente, en la planta baja las salas de recepción, el salón de fiestas y los de comedor y el casino, todo rodeado de una gran terraza que permitía que los huéspedes descansaran al aire libre en reposeras bajo sombrillas disfrutando de la vista al mar. En la espaciosa sala de teatro, que funcionó solo unas pocas temporadas llegaron a actuar compañías líricas y dramáticas europeas que llegaban a Buenos Aires y cruzaron el charco para actuar en los teatros Solís y Urquiza.
Desde la propia inauguración el Parque Hotel se constituyó en uno de los principales centros de reunión de la sociedad montevideana. Se organizaron fiestas, se festejaron acontecimientos, fiestas y bailes de Carnaval con la celebración de los Veglioni amenizados con orquestas internacionales.
Hacia el año 1915, 6 años después de la inauguración, el Municipio adquirió el hotel en la fabulosa suma de un millón cien mil pesos oro, dada la quiebra de la firma Crodara y Compañía que había llevado una mala administración. La primera medida fue la anulación de la sala de teatro y su conversión en salón de baile con palco para orquestas.
Los bailes siguieron famosos, tal vez más, al punto de convertirse en serio competidor de los que se realizaban en el Teatro Solís y el Hotel Carrasco. Entre las orquestas que amenizaban podemos recordar las típicas de Enrique Rodríguez y la de Osvaldo Pugliese, las tropicales de los Lecuona Cuban Boys, la de Pérez Prado, la del Rey del Mambo, y las del Sexteto Electrónico, entre otras. Tan populares se hicieron los bailes que la compañía del vapor de la Carrera repartía folletos en Buenos Aires con la leyenda de “VIVA EL CARNAVAL DEL URUGUAY EN EL PARQUE HOTEL”.
En la década de 1930 el hotel fue restaurado y ampliado según proyecto del arquitecto Juan Antonio Scasso (el mismo del Estado Centenario, la Escuela Naval y la Escuela Experimental de Malvín), lo mismo que el anexo ubicado enfrente, dentro del parque, convertido en restaurante con el nombre de “EL RETIRO”, en el mismo lugar donde había funcionado una vaquería, es decir un lugar donde los visitantes podían tomar leche al pie de la vaca, según fotografías que hemos visto, donde existía un letrero con tal nombre.
En el año 1975 el edificio del Parque Hotel, con inclusión del Retiro, fue declarado Monumento Histórico Nacional.
La crisis económica de la década del 80 llevó al cierre de El Retiro que, en 1986 pasó a ser sede de la Asociación Casa de Andalucía.
En el año 1997 la Intendencia de Montevideo cedió el edificio del hotel al Poder Ejecutivo para que lo destinara a la Secretaría Administrativa del Mercosur. Esta tambien realizó una serie de reformas para adaptarlo a la nueva función, restaurando algunos sectores y creando salas de prensa, y de plenario y convirtiendo las habitaciones en oficinas.
Respecto del edificio lindero en el año 2012 la Intendencia comenzó un plan de recuperación patrimonial conservando las características del proyecto del arquitecto Scasso, adaptándolo al nuevo destino de Casino Parque Hotel.
En lo que respecta a la permanencia, pese a tantas reformas y cambios de destino, la habitación numero 42 se conserva intacta porque en ella se alojó y murió uno de los más grandes poetas latinoamericanos: nada menos que Amado Nervo (1870-1919), venido al país como diplomático de Méjico, su país.

Fuentes utilizadas:

 https://.uy/guide/view/attractions/3991; http://municipiob.montevideo.gub.uy/comunicacion/noticias/casino-parque-hotel, https://www.lr21.com.uy/comunidad/1209047-intendencia-montevideo-inaugura-casino, https://es.wikipedia.org/wiki/Parque_Hotel_(Montevideo)
https://www.rau.edu.uy/mercosur/ph.htm
http://www.lr21.com.uy/comunidad/419599-los-100-anos-del-parque-hotel
http://www.montevideo.gub.uy/areas-tematicas/turismo/mirador-panoramico/parque-hotel
http://casinoparquehotel.com.uy/historia.html
Los Barrios de Montevideo VIII: Antiguos Pueblos y Nuevos Barrios / Aníbal Barrios Pintos; Washington Reyes Abadie. – Montevideo: Intendencia Municipal de Montevideo, 1990. Gentileza de la Biblioteca de la Junta Departamental de Montevideo.
Casona El Retiro. Intendencia de Montevideo. Carlos Pascual, Iris Rozada, Agustín Pintos, Cecilia González.
http://diariouruguay.com.uy/biografia/veredas-dia-parque-hotel-cambio-dueno/

 

 

LA CONFITERÍA DEL JARDIN
Por juan Antonio Varese

Corría el año 1832 y tan solo dos años habían pasado desde la jura de la primera Constitución del estado oriental, cuando la quietud pueblerina y el espíritu pacato de la gran aldea que era entonces Montevideo se vieron sacudidas por un brote de modernismo a la usanza de París. La mañana del 25 de agosto amaneció expectante con la novedad que circulaba de boca en boca: esa tarde abriría la Confitería del Jardín. Tanto que un grupo de caballeros de levita y bastón hizo cola desde la media tarde para ser de los primeros en entrar y otro de damas encopetadas pasaba como al descuido para curiosear sobre los invitados para luego comentarlo en las mesas familiares. Mientras que algunos jóvenes curioseaban desde la plaza Constitución, atentos a la inauguración del nuevo establecimiento en la calle de San Carlos, hoy Sarandí, entre las de Ituzaingó y Juan Carlos Gómez. Todos los rumores, todos decían saber algo, anunciaban que se trataba de una moderna confitería, la primera que conocería la ciudad. Su propio nombre prometía mucho, la CONFITERÍA DEL JARDIN. En ubicación más céntrica imposible, de frente a la plaza de la Constitución. Y equidistante, a media cuadra de la iglesia Matriz de un lado y del Cabildo del otro, que por entonces funcionaba como sede de las Cámaras. 
En cuanto a la expectativa no olvidemos que la pequeña ciudad contaba con pocos lugares de diversión. La costumbre de reunirse los hombres por un lado y las mujeres por el otro que devenía de tiempos coloniales poco propiciaba los encuentros casuales ni románticos. Los jóvenes de uno y otro sexo solo podían conocerse y danzar en las reuniones en casas de familia o en alguna ocasión especial en las salas de los teatros Coliseo o San Felipe, que solían improvisar una pista en fechas patrias o recepciones diplomáticas.
La iniciativa de abrir una confitería a semejanza de las europeas era todo un desafío, frente a la incertidumbre de cómo reaccionaría el público ante un lugar caro y selecto. Un lugar más sofisticado y muy distinto de las toscas pulperías o de los incómodos cafés que funcionaban al costado de las fondas. La idea la trajo un tal signore Guelfi, un inmigrante italiano inspirado con el soplo de ideas renovadoras. Seguramente que había visto en Europa alguno de estos elegantes lugares de encuentro y tono social y pensó en abrir uno en la tierra de promisión a la que había llegado. La idea era que la gente pudiera encontrarse, reunirse y beber en un entorno agradable, con el agregado de funciones musicales y una pista de baile en determinados horarios apropiada para los jóvenes. 
Varios anuncios en la prensa habían venido despertando la curiosidad del público, lo que se transformó en expectativa, sobre todo la curiosidad de que el flamante negocio estaría a cargo de Monsieur Joseph Bourgeon, un francés de pura cepa que tenía experiencia en el ramo. Y por añadidura “recién llegado de París”.
La Confitería del Jardín, la primera con que contó Montevideo digna de este nombre, abrió sus puertas el 25 de agosto de 1832, sin que quedara crónica ni referencia escrita. Recorrimos infructuosamente la prensa del día y de los siguientes en procura de algún comentario. Debemos suponer que la concurrencia habrá sido numerosa, invitadas autoridades nacionales y municipales y con asistencia de comerciantes franceses. Y unos pocos afortunados entre el público montevideano.
Lo curioso del caso y lo que más llamó nuestra atención fue que, como no existían disposiciones que regularan el funcionamiento de este tipo de locales, el Jefe Político tuvo que ordenar al Jefe de Policía que dictara un Edicto especial dedicado a las confiterías.
Hasta entonces lo que había eran pulperías donde se expendían bebidas alcohólicas y algunas fondas y/o cafés con pequeñas mesas para beber y jugar a las cartas. Las mujeres, por su parte, quedaban reducidas a las reuniones que se realizaban en las casas o en las azoteas de las casas en los días del estío. Para grupos familiares la gente concurría a los jardines o paseos sobre la costa o en la ribera de los ríos donde pasaban la tarde entre comidas preparadas y canciones populares.
La idea de Guelfi era la de instalar un local con posibilidades varias tanto para el público masculino como para el femenino. E incluso para los niños que estarían encantados de tomar algún refresco bajo la sombra de las glorietas situadas en el jardín, porque les estaba prohibido el ingreso al local. Sería un lugar nuevo, donde poder encontrarse a la salida de la Iglesia Matriz o luego del consabido paseo por la calle de San Carlos hasta la puerta de la Ciudadela, ya convertida en Mercado. O luego de salir de compras en las tiendas de la calle de San Pedro, popularmente conocida por calle de la Elegancia, la que luego pasó a ser llamada del 25 de Mayo, o venir de la calle de los Judíos como se apodaba a la de las Cámaras, por la cantidad de telas y artículos de moda que ofrecían sus negocios.    
Como hemos dicho, cuando se solicitó el permiso para abrir este nuevo acontecimiento, el Jefe Político, señor Hugo Antuña, encontró que no habían antecedentes sobre el tema. El escritor Juan Carlos Pedemonte, autor de varios artículos sobre la vida cotidiana de Montevideo, cuenta que hubo que redactar un edicto por parte de la Policía.  Por supuesto que al día de hoy las disposiciones nos parecen muy severas y estrictas, pero eran conformes a la moral de la época. 
Dentro de las disposiciones había una clara que no dejaba lugar a dudas: los licores y cervezas se servirían solamente a los caballeros mientras que las damas podrían beber “leche crema, azucarillo, té, chocolate y refrescos”, lo mismo que los niños.
En el exterior había una especie de jardín donde las mesas se protegían bajo sombrillas o dentro de glorietas y el interior estaba dividido en dos partes, una para hombres y otra para mujeres, mientras que en el medio se había dispuesto un espacio para el baile. Esta era una de las grandes novedades ya que no había lugares públicos para que bailaran las parejas. 
La entrada solo estaba permitida a las personas vestidas “correctamente”; el bastón debía ser depositado en la ropería para evitar problemas y reyertas.
Por el edicto policial los caballeros debían de estar de un lado del salón y las damas del otro, como también ocurriría décadas después cuando se popularizaron las casillas de baño en Ramírez y los Pocitos. Y solo podían reunirse en el momento de la danza bajo la escrutadora mirada de las chaperonas, generalmente las tías solteras o algunas abuelas más permisivas. 
Respecto de las piezas musicales para el baile debían limitarse a valses y cuadrillas, típicas danzas de salón. En caso de que se tocaran otros ritmos podían ser bailados por caballeros o damas, según los casos. 
El programa con las piezas musicales del día debía ser presentado previamente y exhibirse en una especie de pizarra colocada a la entrada. El público podía solicitar alguna pieza musical fuera del programa pero la petición debía estar cursada por ocho de los caballeros presentes para que pudiera tener andamiento.
El “celador de servicio”, como se llamaba al cuidador del orden del establecimiento (léase guardia de seguridad) tenía instrucciones expresas de evitar los aplausos a la orquesta, porque solo estaba permitido un asentimiento de cabeza en prueba de aprobación. Tampoco estaban permitidos los gestos indecentes y si algún cliente los promovía debía ser desalojado en el acto.
Ocho días después de inaugurada la confitería con gran éxito de público, se le hizo un agregado al edicto policial, seguramente porque el hecho habría provocado quejas de la clientela: los caballeros podían permanecer con el sombrero en el interior de la sala mientras estuvieran sentados pero debían quitárselo para acceder a la pista de baile. De otra parte nada se decía de los elegantes sombreros de las damas que ostentaban pomposos adornos de piedras y de plumas.
La confitería se mudó en la década de 1840 a la calle del 25 de Mayo esquina de las Misiones. Desde entonces le perdemos el rastro.

 

PARQUE HOTEL GIOT
website Juan Antonio Varese.net

 

Un edificio abandonado, amenazando un derrumbe, se levanta sobre la calle Lanús número 6029. La curiosidad nos lleva a investigar su pasado y entrar en el túnel del tiempo.
Fue construido en 1892 como un lujoso hotel rodeado de parques y jardines, como broche y extensión de un turismo de salud. Desde el punto de vista cronológico fue el segundo hotel en abrirse fuera de Montevideo (el primero lo había sido el Biltmore en la localidad de Santa Lucía).
Todo comenzó con la iniciativa de un inmigrante vasco francés, don Perfecto Giot, nacido en 1833 y llegado al país a fines de 1850. Hombre de gran iniciativa y deseoso de emprendimientos en época en que todo estaba por hacerse, comenzó en 1861 la explotación de la cría de ganado lanar en las razas Merino Ramboullet y Negrete. Se instaló para vivir en la zona que hoy se conoce por Villa Colón, iniciando la plantación de árboles, forestando la zona y promocionando su establecimiento para la cría de ganado sobre la margen izquierda del arroyo Pantanoso.
En el año 1868 ante el establecimiento de los servicios ferroviarios frente a la zona, don Giot y Cornelio Guerra formaron la sociedad “Villa Colón” con el objeto de fundar un pueblo de recreo, comenzando la venta de terrenos, una de las primeras organizaciones de venta a plazos de la época. Efectivamente, en enero de 1869 fue inaugurado el primer ferrocarril entre Bella Vista y Las Piedras, financiado con capitales privados. Pero como crisis económicas han existido en el pasado -y seguirán existiendo en el futuro- en 1872 sobrevino un deterioro en la economía, lo que llevó a la quiebra y disolución a la sociedad Villa Colón. No sin antes haber impulsado adelantos en la zona como la pavimentación de avenidas, el levantamiento de la Iglesia y la escuela. Ese año se pusieron en venta varios solares ofreciendo el privilegio de frondosa arboleda y el privilegio casi increíble para el momento de “aguas corrientes” que se ofrecían gratuitamente y sin limitación a los compradores por un plazo de cuatro años y medio.
Pasada la crisis don Giot logró adquirir los terrenos que correspondían a Guerra, continuando solo la labor de embellecimiento de la zona.


Veinte años después logró cristalizar su viejo sueño: la construcción y apertura de un hotel dentro de “Villa Colón”. Eligió un terreno sobre la calle Lanús, que por entonces se llamaba Perfecto Giot. El edificio estaba ubicado en medio de un frondoso parque de pinos, eucaliptos, araucarias, palmeras, aromos y acacias además de una reserva de animales de tipo exótico como cebras, alpacas, llamas, monos, avestruces y aves dentro de grandes pajareras. Todo en beneficio de los turistas que llegaban hasta la estación de ferrocarril y eran esperados por dos tranvías de trocha angosta que los conducían hasta el hotel, lo que era ofrecido gratuitamente a los huéspedes y aún a los visitantes del lugar. Cabe señalar que por entonces, dada la amenaza de la tuberculosis, los médicos recomendaban el aire puro y la presencia de eucaliptos. En la Argentina Córdoba con su aire de sierras se había transformado en centro de reclusión de enfermos pulmonares, lo mismo a que aspiraba convertirse el flamante establecimiento en la villa Colón. Elemento importante en la administración del hotel lo fue su esposa, doña Margarita de Badet. El hijo de ambos, André Giot de Badet se convirtió con lo años en un famoso compositor. La zona conserva en el recuerdo de memoriosos cronistas algunas anécdotas de huéspedes del hotel dedicados a paseos en bote en el pequeño lago cercano que románticamente llamaban “Lago de las Aguas Dormidas”, tanta sería la placidez de sus aguas donde nadaban con gracia pececillos de colores, flotaba la gracia de los cisnes y las plantas acuáticas ofrecían el doble homenaje de sus perfumes y colores. Por supuesto que traídos y plantados por el incansable francés.
Don Perfecto Giot falleció en el año 1898, habiendo traspasado sus bienes a la sociedad de los hermanos Guerra, propiedad que luego pasó a la firma “Lezica, Lanús y Fynn”.


El hotel, desde entonces, fue cayendo en decadencia. Por otra parte había cambiado el viento y los lugares saludables recomendados por los médicos se habían trasladado a la costa. Los balnearios cambiaron los eucaliptos y el aire saludable por las arenas y el yodo como tónico para la salud.
Hacia la primera década del nuevo siglo el edificio del hotel fue vendido a los doctores Álvarez y Arrarte con destino a sanatorio. Tenemos a la vista un folleto con publicidad que transcribimos:
“SANATORIO MEDICO en el PARQUE GIOT de VILLA COLON. Directores Doctores Álvarez y Arrarte. Teléfono La Uruguaya Nº 35”, acompañado de una foto de la Avenida Lezica profusamente arbolada.
Años después, sin que podamos precisar la fecha, el edificio ofició de alojamiento para 16 familias, lo que se mantuvo hasta el año 2005 en que fueron desalojados ante amenaza de derrumbe. Poco antes la Intendencia Municipal de Montevideo tuvo el proyecto de adquirirlo para destinarlo a “hotel-escuela”, lo que no logró concretarse por falta de votos en la Junta Departamental. De su parte los vecinos del barrio, orgullosos y conscientes de su pasado esplendor no pierden la esperanza de que pueda concretarse su reciclaje con algún destino acorde con su pasado esplendor.


En cuanto al destino del parque circundante, el renombrado Parque Giot, orgullo de Doña Margarita, se levantan el llamado “Monte de la Francesa y el Teatro de Verano ”. Claro que la población existente hoy en día mucho difiere de aquellos comienzos bucólicos de principios del siglo pasado de elegantes huéspedes paseando del brazo por los jardines.
Afortunadamente antiguas postales y viejas fotografías nos retrotraen en el tiempo y nos muestran algunas escenas dignas del recuerdo, entre ellas el portón de entrada del HOTEL GIOT escoltado por dos hermosos perros sentados y custodiando la entrada o algunos huéspedes paseando en bote por el lago.

 

 

HOTEL CASINO CARRASCO
Por. Juan Antonio Varese

El hotel casino Carrasco, emblema de un barrio de Montevideo ha pasado por diferentes etapas en su trayectoria más que centenaria. Nació enraizado y como broche de un balneario destinado a ser el más lujoso del país y de la región.
Su construcción, que data de comienzos del siglo veinte, comenzó como un proyecto de iniciativa privada y constituía el punto focal de un diseño urbanístico mayor. Posteriormente y por razones que los estudiosos del barrio desarrollan con amplitud, La falta de fondos para culminar el proyecto llevó a que fuera continuado por la autoridad municipal. En tal carácter, integrando los hoteles municipales Carrasco, Parque Hotel y Hotel del Prado, vivió varias décadas de esplendor, hasta pasada la década del 50 en que el país dejó de ser la Suiza de América para comenzar con problemas económicos y sociales. Pero sobre todo cambiaron los tiempos, cambiaron las costumbres y aquellos míticos tiempos de bailes de lujo al compás de orquestas de fama o ternaci9nal pasó a la historia.
Desde entonces y poco a poco comenzó un proceso de deterioro, en buena medida por falta de inversión y los cuidados necesarios de mantenimiento.
Hasta el año 1985 se prolongó una etapa de decadencia que llevó a l hotel a un estado que parecía irrecuperable. En 1999 pasa a una empresa privada, prácticamente con nulos resultados durante esa gestión.
Finalmente desde el año 2013, licitación mediante, lo gestiona la empresa Sofitel, integrante del grupo Codere-Sofitel (Carrasco Nobile).
Para ahondar en los distintos períodos de la historia de este emblema de la arquitectura y la sociedad Montevideana, además de consultar fuentes escritas, contamos con los aportes del Arquitecto Daniel de León, quien participó en los trabajos de rehabilitación que concluyeron con la reapertura del Hotel en el año 2013.
Remontémonos a principios del siglo veinte, cuando era difícil llegar a Carrasco. No había rambla por entonces y había que hacerlo traqueteando por el Camino Aldea (como se llamaba por entonces a la futura avenida Italia) y recién desde allí había que adentrarse por médanos hasta la costa desierta.
Desde allí hasta la playa era todo un desierto de arena con algunos matorrales.. Cuando llovía se formaban grandes barriales y abundaban los pajonales. El trayecto entre esa zona y el centro podía tomar dos horas en las intrépidas cachilas que se internaban por entre los médanos.
Vale recordar que el tío abuelo del Prócer José Gervasio Artigas, Salvador Sebastián Carrasco, nacido en Islas Canarias y llegado a tierras orientales en 1726, fue uno de los primeros pobladores de la zona que hoy conocemos como Barrio Carrasco, y a quien este debe su nombre.
En 1907 el Dr. Alfredo Arocena, empresario inversor y uno de los fundadores del barrio, conocido en aquella época como Villa del Mar, comenzó a adquirir terrenos con el fin de fundar una “ciudad jardín”. Su intención, además, era instalar una zona apta para baños inspirado en los elegantes y aristocráticos balnearios europeos de principios de siglo.
En Europa las estaciones balnearias se multiplicaban, alentadas por la construcción del ferrocarril y por el uso del automóvil. Y estas siempre tenían en su foco un importante edificio destinado a hotel. 
Se puede tomar como ejemplo a Deauville en Francia, pero en Uruguay también existieron otros proyectos con la misma lógica, como los que dieron origen al Balneario Solís (1912) o al Balneario las Toscas (1916). La historia del barrio está íntimamente ligada a la historia del Hotel Carrasco y de allí la importancia de su creación y posterior recuperación.
Para 1910, Alfredo Arocena, Esteban Elena y José Ordeig habían creado la sociedad anónima Balneario de Carrasco.
El paisajista francés Charles Thays demarcó los espacios verdes y forestación del nuevo barrio jardín, así como el sector central del balneario con trazos curvos, incluyendo el Hotel Casino Carrasco y la Iglesia Stella Maris, construida en 1918 y emplazada frente al hotel.
En 1912, en plena expansión económica y batllista, se inició la construcción del hotel por encargo de Alfredo Arocena, propietario de los terrenos.
No obstante, el estallido de la Gran Guerra  incidió fuertemente en el negocio inmobiliario y en el proyecto de la S.A. Balneario Carrasco.

Los problemas para llevar a cabo el emprendimiento fueron desacelerando la obra hasta que en 1915 se acuerda con la Intendencia Municipal de Montevideo, por entonces bajo la titularidad de Santiago Rivas, la entrega global del proyecto, que permanece en manos de la comuna hasta 1999.
Este incluía la rambla, 12 hectáreas de terrenos destinados a parques públicos y otros que pertenecían al hotel y serían sus canchas de tenis.

En el mismo momento en que el Hotel Carrasco pasaba a la órbita municipal, ocurría lo propio con el Parque Hotel.
De hecho, la Intendencia gestionaría en forma conjunta además del Carrasco y el Parque Hotel, el Hotel del Prado, el Hotel Miramar, el Hotel del Parque Rivera, entre otros. Tendría además un complejo sistema de auto-abastecimiento en muchos rubros, desde mantenimiento hasta la fabricación de las fichas y los botones de los uniformes, así como el suministro de frutas y verduras propio, pasando por todos los talleres de mantenimiento necesarios (carpintería, herrería, pintura, etc.). 

La Intendencia entonces continuó con las obras del hotel y las de infraestructura vial que lo rodeaba hasta 1921, año en que se realiza la inauguración.
El referente francés fue una constante en la arquitectura montevideana de los inicios del siglo XX, y el Hotel Casino Carrasco no fue la excepción. Distintos hoteles urbanos o destinados al turismo tomaron este modelo, paradigma de civilización y buen gusto para la sociedad de la época. El uso de mansardas, techos de pizarra, escaleras monumentales, salones de recepción de lujosa decoración ecléctica, fueron una constante.
El proyecto original fue el de los arquitectos franceses Jacques Dunat y Gastón Mallet, con la colaboración posterior del uruguayo Felix Elena. En el caso de los franceses, ambos autores de los principales edificios de la época en Buenos Aires.
El Dr. Arocena, preocupado por dar realce estético al balneario, adquiere por catálogo directamente desde Europa, valiosas estatuas ejecutadas en mármol de Carrara: La Vendimia, La Espina, El Sueño, Meditación, Triunfo y Vigía.
Originalmente, las esculturas estaban dispuestas en el cantero central de la Rambla, luego, fueron instaladas en el entorno del hotel,  menos Meditación. Esta escultura fue retirada hace muchos años por la Intendencia de Montevideo y actualmente se encuentra en el espacio cultural de la ex - Cárcel de Miguelete con una intervención del artista Fernando Foglino que periódicamente repone las extremidades que le faltan a la escultura (mano, pie) por piezas modeladas en hielo que se van derritiendo con referencia al proceso de deterioro que sufren los monumentos al estar en la intemperie.

La construcción del Hotel Casino Carrasco insumió más de nueve años. Recién en febrero de 1921 se inauguraba oficialmente con presencia de algunas de las familias que estaban instaladas en los alrededores: Manuel Acosta y Lara, Dr. Carlos Butler, Dr. Pedro Aguerre, Andrés Mendizábal, Alberto Heber Uriarte, Dr. J. Pou y Orflla, Ing. Federico E. Capurro. Dr. Horacio García Lagos, Dr. Alfredo Arocena, Dr. Alberto Turenne, José María Rodríguez Sosa, Sra. María Bonillade Martinez; además del Dr. Gabriel Terra y José Batlle y Ordoñez, según consigna el diario El Día del 5/2 de 1921.

 

EL YATASTO Y EL MATUCA
Por. Juan Antonio Varese

En la avenida Daniel Fernández Crespo (ex calle Sierra), haciendo esquina con la de 9 de abril se ubicaron dos de los bares más populares y arraigados de Montevideo, el Matuca y el Yatasto. Uno de ellos, el primero, continúa abierto al momento de escribirse este capítulo (marzo de 2020) mientras que el segundo ha cerrado sus puertas en el año 2009.
Caso curioso y de alguna manera un ejemplo a señalar, aunque ambos locales estaban enfrentados, calle de por medio, nunca compitieron entre sí. Cada uno tenía su propia clientela, su propietarios se respetaban y ayudaban entre sí y la clientela iba de uno a otro según sus preferencias del momento. Es posible decir que la clientela era fiel a cada uno al punto de que muchos clientes tenían su mesa reservada e incluso su lugar en el mostrador para cuando se trenzaban las acaloradas peñas para tratar temas de carreras de caballos o de resultados deportivos. Cuando el cliente llegaba, después del saludo, no era necesario preguntarle qué iba a consumir, directamente se le servía lo de siempre.
Hablamos de una época en la que era posible la existencia, en alguna de las esquinas de la ciudad, de dos, tres y hasta cuatro cafés y bares. Cada uno con su propia clientela, tanto era el tiempo libre que se disponía por entonces y además cada no con su público. Como ejemplo, en las inmediaciones de  la esquina de Fernández Crespo y Miguelete, barrio difícil de definir, se ubicaban tres bares que además elaboraban y brindaban comida: el bar Centenario (devenido hoy en La Casa del Carpintero), el Alcázar y el Ciudad Bar, que aún subsiste, al igual que el bar La Nona –ubicado en La Paz y Fernández Crespo. Mientras que el Nelson situado en la esquina con Nueva York y el Cancela en la esquina con la calle Paysandú, al igual que los tratados en este capítulo, eran típicos boliches de barrio.


El Yatasto abrió en el año 1929 como almacén y café, en Fernández Crespo N° 1951, en un entorno de pequeños comercios y talleres, a cargo de tres hermanos procedentes de La Coruña. Ramón Díaz continuó al frente mientras que los otros dos hermanos le vendieron la parte y abrieron el bar La Picada, también lamentablemente desaparecido, en Rivera y Pablo de María.
El nombre YATASTO rinde honores a un famoso pura sangre argentino, extraordinario caballo nacido en 1948 y considerado en el ambiente del turf como el mejor de su época. (Teniendo en cuenta que la fecha de creación del bar es anterior al nacimiento del equino, es probable que previo a 1948 el negocio tuviera otro nombre).
Pocos datos hemos obtenido de él salvo el testimonio de antiguos parroquianos de que el Yatasto era una de las visitas obligadas de Carlos Roldán, el gran cantor de tangos cuyo nombre real era Carlos Belarmino Porcal.
De su parte, el bar MATUCA, ubicado en la vereda de enfrente, sobre la calle Fernández Crespo Nº 1957 abrió sus puertas en el año 1953 y todavía sigue su trayectoria. Hasta entonces había funcionado como negocio de zapatería pero ese año el propietario, Sr. Carlos Ghini hijo, obtuvo la correspondiente autorización de la Sección Locales Industriales de la Dirección de Arquitectura  para funcionar como café y bar. Poco hemos podido rastrear sobre el funcionamiento del bar 1953 y 1960, salvo que el último propietario lo era Manuel Casal, quien vendió el negocio al inmigrante coruñés Manuel Lado, casado con Dolores Canosa, también gallega. (En realidad los compradores fueron dos, Manuel Lado y Lino Núñez pero en el año 1971 quedó el primero como único dueño).


Curiosamente Lado se dio a conocer con el nombre de Vittorino, que utilizaba incluso para firmar mientras que a su esposa se la conocía simplemente como Doña Lola. Manuel Lado había llegado al Uruguay en 1957, empezando a trabajar en distintos bares, luego en el Hotel Casino San Rafael de Punta del Este e incluso en el ramo de la construcción antes de reunir el dinero para la compra del Yatasto. Dicho sea de paso dicho nombre le fue puesto en homenaje a una yegua ganadora de varios premios, cuyos dueños (Martín, Tucho y Carlos), la bautizaron como MA-TU-CA.
Manuel Lado le dedicó al negocio lo mejor de su esfuerzo hasta el año 2003 en que falleció. Quedaron al frente doña Lola y una de las hijas del matrimonio, Adriana Lado. Hasta que en el año 2011 falleció Lola Canosa y la hija se vio en la alternativa de mantener abierto el negocio. Por el plazo de un año sus jornadas transcurrían entre el hospital, donde trabaja como enfermera, y el bar, con el consiguiente cansancio y agotamiento que implicaba el doble esfuerzo. Los meses pasaban y no conseguía alquilar el local en la forma que pretendía, con gente dispuesta a mantenerlo igual que como estaba en época de su padre. Hasta que finalmente la tarea de mantener el negocio sola se hizo insostenible y cerró sus puertas durante dos años, aproximadamente de mediados de 2012 hasta 2014.


Pero en esa fecha apareció un interesado en arrendarlo y mantener el negocio, don Julio Silva, quien lo gestiona hasta la actualidad, sin comprar la llave, que sigue perteneciendo a la familia Lado. Se hacía necesario, después de estas explicaciones tan detalladas, recorrer el negocio. Se mantiene, lo recalcaron, el mismo mostrador de mármol que encontró Manuel Lado en el 60, siguiendo la forma de proa de la planta del local y el mobiliario de madera vidriado donde se exhiben polvorientas botellas, muchas de las cuales se fueron con Adriana cuando dejó de encargarse del bar, a modo de recuerdo e historia de su familia.
Para conocer más acerca de la historia y actualidad del Matuca, realizamos una larga jornada para entrevistar a Adriana Lado y a tres parroquianos que acertaron a entrar y formaron parte de la entrevista, Marta Yannicelli, Ramón Alves y Rosendo Lescano, que lo frecuentan desde comienzos de los 90.
Lo primero que destacaron fue que el bar Matuca les ha permitido generar una trama de amistades que fue creciendo con el tiempo. En el caso de Marta, que por aquel entonces trabajaba en la zona, el bar era una visita obligada después de las jornadas de trabajo. Y hoy, aunque ya no reside cerca, lo sigue frecuentando porque lo considera su segunda casa. Recuerda de entonces haber visto llegar a Adriana con el uniforme del liceo. La clientela ha ido cambiando porque muchos fallecieron y de los clientes “antiguos”, ya quedan pocos.


Un artículo de prensa que mostraron señalaba que en el Matuca, a diferencia del Yatastro, los parroquianos no iban a “hacer bohemia”, ni “timba”, ni “escolazo”. La mayoría eran obreros y empleados de los negocios de la zona que iban para desayunar, almorzar o merendar y, de paso, jugarse una partida de ajedrez o dominó.
Lo común en aquellos tiempos era que clientes pidieran caña, Espinillar o la grapa con limón, hecha en forma casera con fórmula secreta inventada por doña Lola.


Como dato interesante el dato de que Carlos Roldán, habitué del Yatasto, lo era también del Matuca, lo que reafirma una fotografía firmada y con dedicatoria colgada en una de las paredes del bar. Otro habitué lo era José María “lamparita” Dell’arno, actor y comediante conocido por su participación en el programa humorístico “Telecataplúm”, emitido en la década del 60 y 70 por Canal 12, quien tomaba su dario café en una mesa ubicada al fondo del local.
El día que más se trabajaba era el domingo, debido al movimiento de gente por la feria de Tristán Narvaja. Otra peculiaridad es que los clientes más enraizados aprovechan el local para festejar allí sus cumpleaños. En ocasiones, alguno se presenta con su guitarra y salen largas tardes y noches de cantarola, mientras se juega un truco.
Hasta la actualidad mantiene la misma fachada, estructura y estética que originalmente. Nada ha cambiado, salvo el hecho de que se agregaron máquinas de slot. En los vidrios, lucen calcomanías que buscaron darle más presencia y visibilidad, cuando el Ministerio de Educación y Cultura comenzó a realizar actividades en torno a los boliches y cafés históricos de Montevideo.

 

 

Restaurantes y Hoteles con salón comedor

A medida que terminaba el siglo XIX y empezaba el XX- plena Belle Époque montevideana- se incrementaban los lugares donde se brindaban servicio de comida. El gusto por lo francés, en cuanto a la gastronomía y el refinamiento se cimentaba con la llegada de cocineros, algunos como inmigrantes y otros contratados para atender al personal de las empresas extranjeras que cubrían los servicios públicos (transporte, aguas corrientes, gas y electricidad). También se notaba la influencia de la colectividad vasca en el nombre de los comercios y la especialidad de los platos.
Los hoteles pasaron a mejorar los salones para la atención a los visitantes pero también a los clientes locales que buscaban dar realce a sus reuniones sociales. Por comienzos del Novecientos la gente se reunía, salía, disfrutaba del tiempo libre, festejaba con fiestas y banquetes. Ya lo hemos hablado de la difusión de las sociedades recreativas pero lo mismo acontecía en las clases altas y dirigentes que se reunían en clubes como el Uruguay o en salones de te o comedor que se habían puesto de moda.
Para ofrecer un panorama más completo de la lista de hoteles con salón comedor consultamos la “Guía Panorámica del viajero en Montevideo”, del año 1910, publicada por el establecimiento gráfico Giménez en la que figura propaganda de algunos hoteles con la foto correspondiente y la mención de sus méritos más señalados entre los que destacaban el Gran Hotel Central et de la Paix, el Grand Oriental Hotel, el Grand Hotel (antes Lanata y luego La Alhambra), el Hotel Des Pyramides, ambos últimos frente a la plaza de la Constitución, el Palacio Hotel Florida, el Splendid Hotel frente a la plazoleta del Solís, el Parque Hotel y Casino Club, el Hotel del Prado, el Hotel Balneario de Los Pocitos, el Palace hotel, el Hotel Del Prado, el Gran Hotel Barcelona, el Gran Hotel Comercio, el Hotel Morini, el Gran Hotel del Globo, el Royal Hotel, el Internacional, el Hotel y restaurante Franco Italiano, el Hotel y restaurante Marconi, el Hotel y bar Español y el Hotel del Parque Giot.
Dicha Guía Panorámica disponía también de un rubro para “Restaurants y alojamientos” entre los que destacaban el Vascongado (Avenida de La Paz 32b, el Vasco (Rondeau 316), el del Ferrocarril Central (Miguelete 41), el 1º de Setiembre (Río Negro 34), el Lanata (Rio Negro 58), el del Puerto (Pérez Castellano 23), el Piana (General Flores 169), el Vizcaíno (calle San José 229) y el Carlitos (calle San Salvador 275).
De allí en adelante fueron muchos los restaurantes que se fueron inaugurando en la ciudad. Para dar cuenta del tema nada mejor que las publicidades del momento porque dan la pauta de los productos ofrecidos y los requerimientos de la clientela.
Al efecto repasamos nuestra colección de guías comerciales y Almanaques de El Siglo, donde figuran avisos publicitarios representativos como el de la Rotisería y Restaurante del hotel Lanata, sobre la calle Sarandí números 309 al 311 con la frase que le era característica “Res non verba” que anunciaba su “servicio de comedor hasta altas horas de la noche, es decir hasta que hubiera comensales”.
Otro aviso daba cuenta del Hotel y Rotisería Solís, de José Sindín, que ofrecía un excelente salón comedor con frente a la plazoleta del teatro acompañado de concierto con gran orquesta. Otro lugar renombrado era el Restaurante y Almacén de Vinos sobre la calle Ituzaingó, vecino a la iglesia Matriz, cuya especialidad era el guindado.
El Restaurant del Correo, calle Sarandí al 208/210, de Antonio Morandi ofrecía un “esmerado servicio para familias” mientras que el Restaurante, bodega y fiambrería de La Paz, de su hermano Bautista Morandi, ofrecía su esmerada gastronomía en local de la calle Ituzaingó número 134. La Patiseria Francaise de Mr. Pujol también se especializaba en “servicio para banquetes” en su hermoso local de la calle Sarandí 252.
El Restaurante Macon, propiedad de los hermanos Pose, por su parte, se promocionaba como exclusivo, disponiendo de “camarines reservados” en su dirección de Juncal 1278.
También el Jauja, ubicado en la calle 25 de Mayo esquina 1º de Mayo (antes de trasladarse a Bartolomé Mitre entre Sarandí y Rincón), propiedad de Francisco Sindín, ofrecía servicio especial de Restaurant.
También debemos recordar el Restaurant Cosmos, propiedad del fotógrafo alemán Enrique Strobach, promotor de especialidades alemanas y de la difusión de la cerveza.
En el Parque Urbano figuraban dos famosos restaurantes: El Retiro, como apéndice del Parque Hotel, donde luego se lucieron espectáculos de Negrocan y el otro el Forte di Makale, cerca de la rueda gigante, durante muchos años un centro del buen comer y de las mejores despedidas.
Otro de los restaurantes más famosos que tuvo la ciudad durante las primeras décadas del siglo XX lo fue el Cassoni´s, cuya propaganda en la revista Anales lo recomendaba como especial  
“ FOR LUNCH - TEA - DINNER. Souper and dancing con Hungarian Orchestra. Servicio esmerado para banquetes”.
Otros avisos hacían hincapié en el rubro de “fiestas y soupers” resaltando que todas las tardes había servicio de tés y aperitivos danzantes y que el menú a la carte se prolongaba “hasta la madrugada”. Respecto del Cassoni´s , cuya vigencia llegó hasta los sesenta, hemos detectado tres ubicaciones a lo largo de su trayectoria: la primera en la calle 25 de Mayo Nº 486, la segunda en la calle Sarandi en los bajos del Club Uruguay y la tercera sobre la avenida 18 de Julio casi Herrera y Obes, en la planta baja del edificio Zabala, hoy Palacio Brasil.
En el balneario Pocitos brilló durante muchos años el Hotel de los POCITOS con su estupendo salón comedor y de fiestas, de la compañía de tranvías La comercial.
Con los años y a medida que fue avanzando el siglo abrieron nuevos restaurantes y distintas modalidades como cantinas de cuño itálico y parrilladas de rengo criollo. Cantinas con el agregado de buen vino y mejor música, algunas famosas como la de Bixio y la Genovesa, ambas en la calle Liniers, frente al teatro Solís. En ella se reunían los reposteros gráficos de los diarios para intercambiar noticias y los artistas plásticos que luego visitaban las galerías de la ciudad vieja. O la Cantina Mario y Alberto, en la esquina de Constituyente y Tacuarembó, famosa porque la tradición culinaria local la tiene por la cuna de los capeletis a la Caruso, tuco preparado especialmente para contentar el paladar del gran barítono.
Y otros restaurantes de especialidades italianas como Catarí, Stradella, A Marechiare y otras tantas.
Sobre mediados de la década del 60 empezaron a aparecer las parrilladas, destinadas y especializadas en el asado y le mejor preparación de la carne.

 

 

EL BAR TABARÉ
Por. Juan Antonio Varese

En el barrio, hoy residencial, de Punta Carretas, en el cruce de José Luis Zorrilla de San Martin Nº 154 esquina Tabaré, abre sus puertas el Tabaré. Difícil de definirlo por cuanto, como suele suceder con muchos locales de hoy en día, pueden ser catalogados como bares, boliches y/o restorantes, teniendo un poco de cada uno. 

El negocio ha cumplido 100 años de existencia, abierto según memoria de entrevistados y vecinos, en el año 1919, sobre bases modestas como lo fuera el propio barrio de Punta Carretas antes de la transformación que provocó la antigua penitenciaría en un moderno Shopping Center. Originalmente, como tantos otros establecimientos fundados por inmigrantes españoles, gallegos por más datos, tenía doble destino: almacén y bar, con entradas independientes aunque por dentro estuvieran comunicados por el mismo dueño. 

El local del TABARÉ se ubica a escasos 50 metros se encuentra el emblemático Museo Zorrilla, antigua residencia de la familia Zorrilla de San Martín, HOY Museo Zorrilla.
Como dijimos el bar Tabaré cumplió 100 años de existencia, ya que según la tradición más popular fue fundado en 1919. El edificio data de 1910. 

El primer propietario al que es posible hacer referencia, el que registra la tradición lo fue don Adolfo González. Por aquel entonces la propiedad consistía en el local y dos apartamentos al fondo, donde vivía la familia. González atendía el bar mientras que la esposa lo hacía con el almacén. Si bien los negocios estaban unidos por dentro, como solía ser de estilo en tiempos pasados, se accedía desde la calle por entradas independientes.

Por entonces, como todo bar de copas no tenía cocina y los alimentos preparados que podían servirse eran muy pocos. Oficiaba como lugar de reunión, para beber tanto bebidas alcohólicas como cafés y refrescos con alguna picada de acompañamiento. Un lugar sencillo y bohemio, de perfil totalmente popular, lejos de lo que hoy podría entenderse como un lugar “distinguido”. 
Por aquellos tiempos la clientela estaba compuesta exclusivamente por hombres aunque las mujeres que concurrían a las compras del almacén tratarán de atisbar con mirada furtiva hacia la otra sala llena.

La parte del almacén, según análisis de la arquitecta Laura Fernández, denotaba un aprovechamiento de las paredes en toda su altura, de piso a techo cubiertas con mobiliario empotrado de madera lustrada con escalera móvil para acceder a los estantes altos, 

Por ese entonces Punta Carretas no era el barrio residencial que conocemos actualmente. Más bien se trataba de una zona despoblada, los clientes del Tabaré eran vecinos, era frecuente ver pescadores artesanales de la cercana costa que pasaban largas horas en la zona del faro, y antes o después de la jornada de pesca se iban a  tomar sus cañas o sus cafés al bar. Era típica la vista de infinidad de cañas de pesca recostadas a la entrada. Otros asiduos clientes lo eran los empleados, conductores y guardias de las dos líneas de tranvías que tenían su cercana parada, los inolvidables tranvías 9 y 35.

Como lo recuerda el “Cirujano” Montero, a quien entrevistamos, “ñ…Punta Carretas era un barrio mucho mas humilde, de callecitas empedradas, muchas quintas, casitas modestas y baldíos enormes llenos de plantas, cañaverales y flores silvestres… Se oían las campanas de la parroquia con total nitidez y el familiar talán – talán de los tranvías 9 y 35. A Raulito, los pibes del barrio lo habían bautizado ” El Vitrola ” porque desde muy niño cantaba tangos de Gardel. Unos años más tarde su sobrenombre pasó a ser “Ciruja”, mote que a su pesar nunca se pudo sacar de encima.

Junto al bar se ubicaba otro lugar de más difícil clasificación, si café o bar o boliche o lo que fuera  llamado el “boliche de Manuel” según recordó Estrázulas en el libro “Personajes y tertulias en cafés u bares de Montevideo” lo y recuerda Raúl Ciruja Montero a quien también entrevistamos en esta ocasión. un rancho rodeado de tupidos y frondosos paraísos donde había funcionado la Sociedad Recreativa Siglo XX donde el dúo Gardel-Razzano supo brindar sublimes actuaciones en dos oportunidades, hecho que quedó grabado en la memoria popular de los lugareños.

Había también obreros, pescadores y varios linyeras que eran queridos y respetados por todo el vecindario. Entre ellos estaban Pablo Castro (ayudante del escultor Zorrilla), Landó, que cantaba a la Virgen y a Jesús mientras pintaba la fachada de alguna casa. Estos habitaban un rancho (propiedad de la familia Zorrilla) que previamente había sido una sociedad recreativa llamada siglo XX, en donde por 1924 cantaron Gardel y Razzano. Junto a Pablo y Landó se acodaban en el mostrador otros entrañables personajes como el Gallego Puentes (que vendía pescado), el Cholito (que era heladero), el Ruso, que hacía alguna changa, Corradi (que había sido tripulante en varios barcos), Angelito (carnicero), Los Priori (antiguos pescadores y fundadores de La Virazón), el Tola y el Chebe Berrutti, Tono Quesada, Washington Oreiro (que era el director de la jazz más popular que ha tenido Uruguay ) y tantos otros que escapan a la memoria.

. Por supuesto junto al especial de mortadela o salame empezaban a llover las primeras grapas, cañas y aquellos vinos de damajuana… Muchos de estos recuerdos están vivos en los tangos del “Ciruja”, compuestos muchos años después, en la década del 90, con su primo hermano, el escritor y poeta Enrique Estrázulas, compañero de bolicheo y de la infancia, que también cantaba. Algunos de esos temas que aluden a la zona son Memoria de Punta Brava, Bar Tabaré, Milonga del almacén, La Linterna, Farola , Parva Domus.

Aunque la propiedad sigue perteneciendo a los descendientes de la familia González, los propietarios del negocio como tal, han sido varios a lo largo de los años.

EVOLUCIÓN y ACTUALIDAD

Como almacén y bar de barrio, aunque un poco mejorado, se mantuvo hasta los años 90, cuando el auge de los supermercados y otros establecimientos modernos, empezó a poner en jaque a los tradicionales negocios de barrio.

En ese momento el dueño era Eladio Rial, cuando se produjo un giro drástico en el funcionamiento del negocio. Pepe Álvarez y David Pérez, un personaje de la noche montevideana, tuvieron la visión de comprar la llave, eliminar el concepto almacén y convertirlo en un restaurante bar con una onda más nochera. En ese momento se produce el “boom”, como se dice popularmente, del lugar. Desde fines de los 90 hasta entrados los años 2000 fue un boliche de moda con cierto aire de distinción. El predio de lo que originalmente eran las tres viviendas, pasaron a integrar el negocio. Aunque su funcionamiento pasó a ser restaurante y bar, como se mantiene hasta hoy, se conservó la infraestructura e imagen de almacén, con sus carameleras de vidrio, caja registradora propia de la época, mostrador de mármol, cajones de madera para conservar los alimentos a granel, balanza de dos platillos y pesas de bronce, heladera de roble de ocho puertas de marca norteamericana Kelvinator,  fachada también, con su mantenimiento.

“El mostrador, que continúa al del almacén, se impone con su rotunda presencia de placas de mármol con llamativas vetas, y angostas fajas horizontales negras del mismo material. El uso del material y su diseño es de inspiración principalmente italiana, no obstante en España fue también común hallar este tipo de mostradores en tiendas de ultramarinos, mantequerías y lecherías ” –articulo arquitecta- Según artículo , mesas y sillas son de diseño exclusivo y no se han hallado hasta ese momento otras iguales en cafés de Montevideo.

Queda muchísimo el bar el mostrador, la carpintería, los carteles de adentro y de afuera la infraestructura principal es original, el corazón de la infraestructura es original, pisos…

Al igual que el bar, el barrio fue mutando y acompasándose a los cambios. Además del Museo Zorrilla lo circundan el café Ganache, establecimiento de café de especialidad, y el Shopping Punta Carretas.

Desde hace ocho años los dueños del negocio son Santiago Gómez y German Guardado, ambos vinculados desde antes con el rubro bares aunque desde distintas perspectivas. Guardado trabajó por años como proveedor en el rubro, dispensando bebidas alcohólicas. Precisamente realizando esta tarea es que conoció a Gómez, quien fue empleado en bares. La suerte toco a su puerta cuando Guardado le presenta al dueño del Tabaré de ese momento, y Gómez empieza a trabajar como mano derecha de este. Finalmente el dueño le propone dejarle el negocio, a cambio  de quedarse con la deuda, en ese momento entra Guardado y como socios reflotan el bar con un énfasis importante en la calidad de su gastronomía.

Si bien en cuanto a infraestructura el local estaba aceptablemente, estaba muy venido a menos en cuanto a afluencia de público. Eran reiterados los comentarios de que se había vuelto un lugar caro.

Aspecto que lograron revertir en estos años y hoy reciben clientes de todas las edades, aunque fundamentalmente quienes van tienen entre 40-60 años. Además se ha convertido en un restaurante versátil, con distintos espacios integrados, pero cada uno con su intimidad. La antigua almacén queda un tanto más apartada del resto de los espacios, con luz tenue, y todos los implementos del viejo almacén de hace 100 años. Luego está el salón principal, lo que antiguamente era el garaje de las viviendas donde vivía la familia fundadora, hoy es un espacio más moderno y juvenil de cervezas artesanales, y finalmente en el subsuelo está la Cava, donde todos los fines de semana se brindan distintos shows musicales. Hay una mezcla importante de clientela local con la turista, parejas heterosexuales u homosexuales, grupos de amigos, personas del ámbito empresarial, o diplomático, unos cenando merluza negra y champagne mientras que otros, metros más adelante, beben cerveza y comen pizzas.

Entre las personalidades que lo han visitado se encuentran Alfredo Zitarrosa que cantaba en un rancho ahí en la misma cuadra (no era que el del rancho era Gardel? O quizás en ese mismo rancho también cantó zitarrosa?), Obdulio Varela que según  cuentan iba a tomar café ahí, a reunirse con amigos. Personajes de la familia Zorrilla de San Martín, Danilo Astori (ex vicepresidente de la república y ministro de economía 2014-2019), Jaime Ross, Paco Lucía, Joaquín sabina, Washington carrasco y cristina Fernández y personalidades de la farándula argentina.

 

 

 

 

 

CAFÉ Y BAR LUZ
Por Juan Antonio Varese


En la esquina de Joaquín Requena y Rivera se encuentra el Bar Luz, uno de los pocos bares y cafés de barrio que quedan en Montevideo. Un boliche de los de antes, de esos que conservan intacto el mostrador de mármol para que el cliente apoye los codos al alcance de la copa. Curioso el nombre de Luz, no hemos podido averiguar suorigen o a quien o en mérito de qué se le ocurrió. Aunque, paradójicamente hablando, según anota un cliente, cuando abrió sus puertas hace más de un siglo no había luz eléctrica ni agua en la zona. Por lo que, para cubrir tales necesidades, recurría a faroles a kerosene y a un aljibe que servía para sacar agua tanto como para enfriar las bebidas.
Según la tradición, el Cordón es un barrio que guarda muchas historias y conserva viva sus tradiciones. Entre ellas la de que el Luz abrió en el año 1913 sin recordar el día de la apertura ni el nombre del primer dueño. El que se conserva, que lo tuvo durante más de 60 años, fue el del segundo, Armando Arza, un hijo de Galicia que llegó al Uruguay casi de niño y que lo trabajó de sol a sol y de día y de noche, sin feriados ni licencias, como solían hacer los gallegos cumpliendo el papel de dar lo mejor de su esfuerzo por este tipo de negocios, desde la década de 1950 en que lo adquirió hasta el año 2013 en que lo vendió a los actuales dueños, los hermanos Hugo y Mario García.
Los vecinos con memoria cuentan que en lo primeros tiempos coexistían el bar y una peluquería. Y que los clientes del barbero solían ser atendidos con algún tipo de bebida mientras les cortaban el pelo o les rasuraban la barba. Claro que solo se ofrecían bebidas, alguna caña o vaso de tinto, porque la preparación de comidas no se estilaba entonces. Dicho sea de paso no era extraño que los cafés compartieran el local con barberías, lustre de zapatos o venta de diarios y revistas, negocios lucrativos y en cierta forma complementarios. Hasta que el día menos pensado el peluquero se fue y Arza amplió con mesas y sillas el espacio sobre la calle Requena.
Hasta principios del año 2000, el bar Luz supo tener una amplia clientela de barrio. Vecinos y empleados de los numerosos comercios –en especial de tiendas y mueblerías- y algunos que iban o venían de paso, de los que iban al centro por Rivera o durante los veranos al parque Rodó. Quien este artículo escribe recuerda su ejemplo, asiduo cliente del cine Princess, que se ubicaba al lado del café, donde hoy abre una iglesia cristiana, que durante los intervalos de las funciones de matinée solía correrse hasta el café para compensarse con una rica muzarella y luego seguir la siguiente película. uien escribe recuerda algunas memorables pizzas y vainas durante aquellos intervalos porque solía ser cliente del cine y del horno de pizza del bar.
En una tarde de sábado entrevistamos a los actuales dueños, los hermanos García. Primero a Hugo, criado en la zona y propietario que sigue siendo de la parrilla La Marañada, que queda haciendo esquina con el bar y que, por su parte, tiene unos 50 años de vida. Hugo estuvo desde siempre enamorado del bar y lo admiraba desde la esquina opuesta, con la esperanza de llegar a convertirse en dueño algún día. La que llegó a cumplirse en el año 2013, cuando Arza, con sus cumplidos 90 años, le ofreció a su hermano Mario, venderles la llave del bar Luz. Ya por entonces, como la mayoría de los establecimientos del ramo, empezaba a presentar los síntomas de un bar en agonía o que estaba a punto de quedar en el olvido. Un poco por cansancio y achaques de salud del propietario y otro poco por no haberse adecuado a las nuevas necesidades y demandas de la clientela.
Comprado el negocio los hermanos Garcia pasaron a revitalizarlo, dejando lo antiguo pero anexando lo nuevo. Dejaron el amplio mostrador y el hiperbólico horno de pizza pero pintaron las paredes, agregaron trofeos, mostraron botellas de bebidas espirituosas y sobre todo colgaron camisetas de distintos clubes pertenecientes a jugadores de distintos cuadros de fútbol que fueron clientes asiduos de La Marañada y que ahora tenían el café para pasar sus tardes y contar sus glorias pasadas bajo las firmas que habían estampado en las camisetas que donaron a los consecuentes hermanos García. Tamibén los hermanos le aportaron frescura y juventud, convirtiéndolo en una referencia en la zona sin haber perdido la esencia propia de sus años y su rica historia.
La clientela había cambiado desde principios del nuevo siglo. El barrio del Cordón fue albergando varios negocios del tipo boliche, cafeterías de nuevo estilo como Escaramuza, Café Gourmand, Café Nómade, Bar Castrobo, Pizzería Vienesa, y la nueva versión colectiva del Mercado Ferrando, entre otros. Se volvió una zona más de paso, de jóvenes que se reúnen por temas de estudio o de trabajo. Una prácrtica de los viejos cafés para reciclarse, costumbre gregaria muy uruguaya, incorporaron televisores de gran tamaño para ver partidos de fútbol, espectáculos musicales y otros como el debate entre candidatos políticos en barra de amigos. Las discusiones que suelen armarse después siempre han incrementado el consumo y afianzado la clientela local.
Rejuvenecido y aggiornado en espíritu, el Bar Luz sigue presentando, por decisión expresa de sus dueños actuales, sus colores apagados, una iluminación tenue y una fachada que remonta a décadas atrás, cuando aún no existían los boliches ni pubs hoy tan de moda. Mantiene las ventanas y puertas de antaño y el mismo mostrador de mármol que, por supuesto, no tiene banquetas, porque tal como dice Mario, el mostrador es para estar parado y acodado a él.
Se reformaron baños, cocinas, y se amplió un sector antiguamente utilizado como depósito cuyo espacio estaba desaprovechado.
Actualmente abre de lunes a sábados de 8 am al cierre, y domingos de cinco de la tarde al cierre. Tal exigencia en los horarios lleva a contar con dos turnos de empleados, dos encargados, y que los días de mucho trabajo alguno de los dueños sí o sí deba estar presente para supervisar.
Una improvisada y rústica biblioteca invita a integrar a los vecinos en torno a la cultura y la lectura, ofreciendo los textos para leer y devolver, o para llevar y dejar otro en compensación. El mensaje finaliza incitando a la clientela, como no podía ser de otro modo, a disfrutar de la lectura en compañía de un buen café.
Las paredes están tapizadas de remeras de fútbol, obsequiadas por los propios jugadores que visitaron el lugar. Cuadros, plantas y botellas de whisky u otras bebidas virtuosas, completan la decoración de las paredes.
Hoy en día lo visitan desde los viejos habitués que van en busca de su caña o un fainá acompañado de un vaso de vino, hasta las familias o grupos de jóvenes que encontraron allí un espacio acorde.
Recientemente, a raíz del hallazgo de los restos de Eduardo Bleier, detenido y desaparecido durante el último período dictatorial, se supo que el último encuentro entre él y su hijo, el periodista Gerardo Bleier, había tenido lugar, precisamente en el Bar Luz.
Debido a la popularidad de los dueños y la presencia de La Marañada el lugar es visitado asiduamente por futbolistas, gente del básquetbol (Aguada, Hebraica-Macabi, Atenas), músicos como Jaime Roos, Rubén Rada Yamandú y Tabaré Cardozo, además de periodistas y políticos. El haber contado con una clientela fiel a la parrillada, les benefició en cuanto a la afluencia al bar. Ya que en muchos casos son los propios clientes de La Marañada, quienes se trasladan al Bar Luz cuando buscan otro tipo de gastronomía o atmósfera donde pasar los ratos libres. O proseguir las discusiones.
Quedará para un próximo artículo la entrevista con el antiguo dueño, mi propio encuentro con Cabrera, un cliente habitual de todos los lunes quien aportó sabrosas sugerencias y la referencia al artículo de la dama del perrito en sugestivo artículo de la periodista Cabrera Castromán.
No quiero cerrar la nota sin la referencia a que otra sabia medida de los dueños del café ha sido la de sacar mesas a la vereda como forma de incorporar a los fumadores a la clientela. Lo que se ha transformado, durante las tardes cálidas o las noches de verano en un centro bullicioso de clientela joven y no tanto que conversa, celebra y brinda con alguna cerveza de buena espuma. Un remanso después del trabajo o para empezar la noche, tipo previa de barrio.

 

 

LAS PULPERÍAS


La pulpería es el antecedente más representativo en el suelo americano De los comercios durante el coloniaje y de alguna manera refleja la forma de vida y de relacionamiento de la sociedad de la época.
El término pulpería tiene varios significados:
Para Daniel Bentancor, en un artículo sobre el tema, el origen del término “pulpería” fue introducido por los inmigrantes gallegos y asturianos que lo tomaron de sus típicos bares, en los que se expendía comida, especialmente pulpos que se servían en pequeñas cazuelas, y eran servidos en platos de madera a modo de “tapas”, como acompañamiento de las bebidas alcohólicas. Si bien en Uruguay no se vendían pulpos se mantuvo la denominación de “pulpería” para referir a estos pequeños comercios que instalaban.
Otras fuentes señalan que si bien este es uno de los significados posibles, existen más. Para Solórzano Pereira, en su obra Política Indiana, publicada en 1647, la palabra derivaría del "pulque" una bebida que se elaboraba en México de las hojas del maguey, llamándose "pulquería" a la tienda donde la despachaban. Esta teoría es considerada dudosa por filólogos como Daniel Granada y Alejandro Magariños Cervantes en su obra Vocabulario Rioplatense Razonado, impresa en 1889 y en la que hacen referencia a la obra anterior del cronista Garcilaso de la Vega, que ya señalaba la existencia del término en la ciudad de Lima en 1552.

Las pulperías proveían de todo lo que entonces era indispensable para la vida cotidiana: comida, bebidas, velas, carbón, remedios, telas, yerba, azúcar, galletas, zuecos y alpargatas. Además se podían tomar bebidas alcohólicas y se realizaban peleas de gallos, se jugaba a los dados, a los naipes, etc.

Eran también el lugar de reuniones, centro de dispersión de noticias y de concentración en las patriadas, sitio de transacciones comerciales, de carreras, de “arreglos de cuentas” cuando junto a su tosco mostrador se encontraban hombres poseedores de enconos o rivalidades, punto de búsqueda de procurados por la ley.

Anibal Barrios Pintos señala que “en la campaña, por largos años, las pulperías fueron los únicos lugares de contacto entre los hombres. En ellas se hacían pronto amigos o enemigos, se hablaba largamente de la última carrera de caballos, se discutía sobre marcas que se rectificaban en la tierra generalmente a punta de cuchillo, se recibían mensajes; se hablaba del próximo estallido de alguna insurrección, del lugar donde quizá se encontraba guarecido algún célebre matrero de la época, se planeaba algún abigeato o contrabando o la emboscada o quien se aventuraba por las soledades de nuestros campos llevando codiciados monedas de oro, muchas veces guardadas en buches de avestruz”.
Según anota Barrios Pintos, el primer pulpero de la Banda Oriental fue el práctico del Río de la Plata, Pedro Gronardo, quien en 1724 abrió una pulpería en la joven ciudad de San Felipe y Santiago. En poco tiempo surgieron otras más. Estas pulperías montevideanas, igual que las bonaerenses, fueron denominadas “esquinas”, porque se ubicaban siempre en la intersección de dos calles. Muchas familias patricias tuvieron en su lejano origen a un pulpero. Es el caso de los Mitre; Bartolomé Mitre —abuelo y de igual nombre del que fuera Presidente argentino y fundador del diario La Nación— tuvo su pulpería en esta banda.
Los viajeros europeos, especialmente franceses e ingleses que visitaron la Cisplatina y luego la joven República del Uruguay, se refirieron a las pulperías, dando cuenta de sus características.

El naturalista francés Auguste de Saint-Hillaire que figura en el artículo de Bentancor, describe el ámbito de nuestras pulperías luego de visitar una, establecida en el puerto de las Vacas al que llegara el 19 de diciembre de 1820: “Botellas de aguardiente, comestibles, ponchos, algunas telas; un poco de mercería y de quincallería están colocados sobre las tablas. Un ancho mostrador se extiende de una pared a otra paralelamente a la puerta y forma una barrera entre el comerciante y las mercaderías de un lado y los compradores o los bebedores del otro. Estos se mantienen parados, a veces se acuestan sobre el mostrador, charlando tristemente, jugando o cantando sus estribillos lánguidamente, mientras que el caballo espera pacientemente en la puerta”.
Por los mil setecientos y a comienzos del silo XIX las pulperías estaban más provistas de aguardiente que de comestibles, así lo cuenta el gran cronista y naturalista francés Alcides D'Orbigny, que visitó nuestra campaña en enero de 1827, y al parecer no pudo encontrar en Canelones, capital de la Provincia y sede del Gobernador, ni pan ni bizcochos, y en San José, ni carne siquiera.

Charles Darwin, por su parte, en 1832 que pasó dos meses en estas tierras —en una estación de su largo viaje de estudios a bordo del Beagle, que sería una experiencia clave para sus futuras teorías- tuvo oportunidad de visitar una pulpería en la ciudad de Minas: “Un gran número de gauchos acude allí por la noche a beber licores espirituosos y a fumar. Su apariencia es chocante; son por lo general altos y guapos, pero tienen impreso en su rostro todos los signos de la altivez y del desenfreno... Tanto nos hacen un gracioso saludo como se hallan dispuestos a acuchillarnos si se presenta la ocasión”.
En esas épocas nuestra campaña era turbulenta y peligrosa, situación que se fue transformando a partir de la Guerra Grande, tornándose poco a poco más civilizada y transitable.
La clásica pulpería comenzó a ser sustituida poco a poco, sobre fines del siglo XIX, por dos tipos de comercio: los almacenes “de ultramarinos”, y los bares con almacén. De todos modos, no desaparecieron de golpe, y hasta bien entrado el siglo XX siguieron funcionando muchas pulperías en el interior del país. En el presente quedan, en lugares apartados algunas pocas, como el vivo testimonio de ámbitos que permitían una forma de encuentro integradora y socializadora, civilizadora en suma.

 

EL PARQUE MUNICH


La cerveza, con su espumante espuma, invita a ser degustada en compañía, en grupo, ya que se trata de una bebida gregaria por naturaleza. Descubierta desde los tiempos del antiguo Egipto y la Mesopotamia, se desarrolló y perfeccionó en las regiones del norte de Europa, desde donde ha pasado a difundirse por todo el mundo, al igual que uno de sus símbolos de festejo más representativos, el OktoberFest, de origen Alemán.
En este capítulo haremos referencia a algunas fábricas, tipos de bebida y cervecerías que existieron en el país y en especial a dos de los espacios de encuentro, interacción y consumo, un parque y un palacio, distintas y complementarias expresiones generadas por las empresas cerveceras que los promovieron. Locales que fueron orgullo y destino de paseo de nuestros antepasados, a imitaciónón de los existentes en muchas ciudades del centro de Europa. Nos referimos a los montevideanos Parque Munich en bulevar Artigas y Burgues  y al Palacio de la Cerveza, sobre la calle Yatay nº 1421, entre San Martín y Marcelino Sosa. 
Ya hemos hablado de algunos Parques o Recreos, denominaciones que recibieron ciertos espacios al aire libre -o eventualmente cerrados-, muy comunes entre fines del siglo XIX y principios del XX, donde la gente se reunía para pasar la jornada en familia y disfrutar de buena comida y mejor bebida. Por lo general la entrada era libre pero los refrescos o las bebidas debían ser adquiridas en el predio. La cerveza se volcaba, casi con habilidad artística, desde grandes barriles cubiertos de hielo hasta las jarras que se servían a los clientes. Y de complemento se les proporcionaban posa vasos de cartón con el nombre del establecimiento y las variedades que se producían.
Los Recreos disponían de todos los elementos para pasar una jornada agradable y, de paso, propiciar el consumo del líquido elemento (no me gusta mucho esa expresión). Además de las mesas y las sillas metálicas que se alquilaban a bajo precio, figuraban atracciones para todas las edades y todos los gustos, desde canchas de bochas para los veteranos y pistas de competencia para los deportistas hasta torneos de tiro al blanco y juegos para embocar al sapo. Dentro de un pabellón interior habían mesas de billar, lotería de cartones y juegos de barajas.  Y por supuesto que un amplio espacio para los juegos infantiles, algunos ya desaparecidos como la payana, la rayuela, la mancha, la escondida y tantos otros que entretenían y cansaban a los párvulos y los predisponían para un tranquilo regreso a los hogares. 

El Parque Munich

El 21 de diciembre de 1926 abrió sus puertas la Cervecería Oriental, en un amplio predio de 20 hectáreas ubicado dentro del barrio Atahualpa, en la que fuera la Quinta de Carbonell, popularmente llamada de los Alemanes”. La misma se ubicaba en la esquina del bulevar Artigas y el por entonces camino Burgues y a su inauguración concurrió Luis Alberto de Herrera, presidente del Consejo Nacional de Administración. Su nombre –Oriental- no era mera propaganda sino que se trataba de una empresa de capitales nacionales, al frente de la cual estaba el conocido industrial Numa Pesquera, y también presidente de la Sociedad, secundado en la vicepresidencia por Ignacio Garmedia y por los vocales Angel Noceto y Francisco Graffigna. La Oriental no solo comprendía la fábrica de cerveza, en lo que fuera la casa solariega, sino también las oficinas y los depósitos, todo rodeado de un jardín cubierto de frondosa arboleda, entre la que destacaban antiguos olivos. En buena parte del predio se habilitaron espacios con mesas para la concurrencia del público que podía traer su propia comida pero tenía la obligación de consumir la cerveza de la casa. La entrada al Parque era por un trabajado portón de hierro ubicado en la esquina de Bulevar artigas y Burges y el patio al aire libre limitaba con un callejón, hoy calle Guardia Oriental.
La gente concurría a pasar el día en familia los sábados, domingos y feriados. 
El predio se acondicionó con árboles nativos y plantas exóticas disponiendo de rincones con atractivos especiales como la apartada Glorieta de los Novios, frente a la cual se ubicaba el pabellón de música. Mesas metálicas rodeadas de sillas se recogían después que la gente se retiraba para facilitar la limpieza. También había quioscos para la venta de pizza, fainá y otras minutas que se ofrecían junto con la cerveza y la malta, por supuesto que de marca La Popular.
En busca de información en la prensa sobre el Parque Munich -dentro del predio de la fábrica de cerveza La Popular, dimos con un artículo publicado en la revista nacional Anales, del mes de febrero de 1930 (Numero 103), escrito por el cronista social en el tono almibarado de la época donde los sibaritas podían saborear los bocks de cerveza rubia, negra y la gente escuchar buena música y contemplar la selecta concurrencia”. Según  atestigua un aviso de la época, la rubia” se tomaba en verano, la morocha” en otoño y la negra era pasión invernal”.
Para ello, con vívido acento nos dice que había que traspasar el artístico portón de entrada y empezar a caminar por los pulcros senderos que se abrían bajo la sombra de los frondosos árboles que, en el colmo de un despliegue de adjetivos del cronsita relaciona con los miliunochescos jardines de Aladino”. Recalcando que en el jardín coexistía una variada flora con árboles de naranjos, palmas, eucaliptos, ceibos y jazmines del Paraguay. Refiere también la fuente triangular de estilo morisco y las pequeñas glorietas cubiertas de enredaderas y madreselvas entre las que destacaban los kioscos pintados de verde con rojos tejados donde se expendía la dorada cerveza para los mayores y la malta para los niños. Habla también de la cancha de bochas y un gran salón donde era posible el juego de bowling. El cronista, de pluma complaciente y exagerada, calculaba en miles la concurrencia que ocupaba las mesas, tal era la amplitud del parque Munich donde convivían desde el sibarita de la buena cerveza hasta las familias de integración numerosa que gustaban de pasar la tarde. Todos atendidos por centenares de mozos pulcramente vestidos que satisfacían los pedidos con rapidez y corrección”, llevando la bandeja en alto atestada de bocks de cerveza rubía y trasparente” y botellitas de extracto de Malta nutritiva”. El artículo está subrayado y enriquecido por 12 fotografias tomadas en el momento.
El Parque funcionó por más de 20 años hasta su cierre en el año 1953. No hemos podido corroborar en la prensa la fecha de cierre pero fue ratificada por el testimonio de vecinos. El Parque se abría al público desde noviembre hasta abril todos los días desde las 18 hasta las 24 horas, con horarios especiales durante las fiestas ya que la gente acostumbraba festejar la Nochebuena y el Fin de Año en el entorno, fechas en que se cerraba más tarde. También se celebraban reuniones familiares como cumpleaños, nacimientos, bautismos y despedidas de soltería. Los memoriosos recuerdan que los hombres tomaba la cerveza en jarras y las mujeres en vasos anchos. Y que estas se inclinaban por la cerveza blanca aunque la negra de marca Chanchito” se recomendaba especialmente a las embarazadas por su valor alimenticio.
En el año 1940 le fue cambiado el nombre de Munich por el de Parque Oriental después que el país hubiera roto relaciones diplomáticas con Alemania y haberle declarado la guerra.
En la actualidad, buena parte del predio del Parque Munich, lo ocupan el Colegio Pedro Poveda, y una plaza con el mismo nombre, además de otros establecimientos del barrio Atahualpa.

EL PALACIO DE LA CERVEZA

El otro entorno, en cierto modo la competencia, el Palacio de la Cerveza de la fábrica Cervecerías del Uruguay S.A. (fusión de La Uruguaya y La Montevideana) fue inaugurado en el año 1928: dos años después  de que lo fuera el Parque Múnich. Un espléndido edificio sobre la calle Yatay nº 1421 entre la avenida San Martín y la calle Marcelino Sosa. Se trata de un edificio estilo Art Decó, que fue encargado a los ingenieros H. Y G. Keiller con la colaboración del arquitecto Juan Tarragó al arquitecto Juan M. Delgado y construido por la empresa Leopoldo J. Tossi Hnos.
Otros señalados ejemplos de construcciones en ese estilo se observan en Montevideo, entre ellos el Palacio Díaz, el edificio El Mástil, el Palacio Rinaldi, el edificio Lux y la Torre de los Homenajes del Estadio Centenario. 
El predio había sido adquirido en 1874 por Conrado Niding, pero fue recién en 1887 cuando toma carácter de fábrica de cerveza, de la mano del austríaco Eduardo Richling. 
El edificio, conocido como Palacio de la Cerveza y posteriormente Palacio Sudamérica, se constituyó en un espacio de reunión y esparcimiento para la clase media y sectores populares de la época. En este local se realizaban grandes festejos y actuaciones de artistas, entre los que podemos mencionar a Carlos Gardel, Francisco Canaro, Pintín Castellanos, Julio Sosa, Alberto Castillo, Juan D arienzo, Aníbal Troilo, Leopoldo Federico y Carlitos Roldán, el cantor del barrio y se realizaron asambleas gremiales y políticas. 
En la década de 1960, mala situación económica mediante, fue vendido al Club Atlético Sudamérica, destinándose a la realización de bailes, con orquestas variadas en simultáneos salones de la planta baja y el primer piso.
 Muchos de los lectores recordarán todavía los bailes del Palacio Sudamérica con varias y simultáneas orquestas. Todo un clásico en la memoria montevideana.

 

RESTAURANTE “DEL AGUILA”

A lo largo de casi siete décadas el restaurante DEL AGUILA fue el más elegante y famoso que abrió sus puertas en el Montevideo del siglo XX. Pero  también un referente gastronómico a nivel internacional, reconocido por los visitantes extranjeros que habían sentido hablar y reclamaban sus especialidades. Una historia muy rica, paralela con la vida del país, que podemos dividir en dos etapas: una primera de un cuarto de siglo en la que funcionó como “CAFÉ Y ROTISSERIE DEL AGUILA”, sobre la calle Buenos Aires número 630, entre Juan Carlos Gómez y Bartolomé Mitre, frente a la primera ubicación que tuvo la Tienda Inglesa, fundado por seis esforzados inmigrantes gallegos, hermanos y primos entre sí, llegados años atrás al Uruguay con una mano delante y otra detrás pero con espíritu de sacrificio y grandes ganas de trabajar. 
El café  y rotisería, en plena época de auge de la vida cafetera, bien pronto se destacó por la concurrencia y se impuso por la calidad de la comida y mejor servicio. En especial gracias el esfuerzo y las relaciones públicas de uno de ellos, Arturo Costas, de los más jóvenes del grupo, llegado con solo 16 años pero que aunaba la capacidad de trabajo con el don de las relaciones públicas y un olfato especial para los negocios.
Tanto fue el éxito que para 1950 el lugar les quedaba chico. Fue entonces que Arturo Costas decidió dar el gran paso, en realidad un gran salto, buscando no solo un local más grande y prestigioso sino también apostar por la gastronomía en el rubro de restaurante. Tras un viaje a su España natal, sueño de todo inmigrante enriquecido en América, seguramente debe haber pasado por París lo que le permitió conocer algunos lugares famosos, en especial el Maxims, por entonces el restaurante más famoso y reconocido del mundo, símbolo del buen comer. Es que Francia continuaba siendo el modelo en todo lo referente a la vida social, cultural y artística, en donde se miraba y quería verse reflejada nuestra sociedad.
En los hechos DEL AGUILA, ya como restaurante, se mudó tan solo a una cuadra, de distancia pero a un local mucho mayor y significativo, nada menos que al ala izquierda –o derecha- según se lo mire, del Teatro Solis, el principal coliseo de la ciudad. El teatro tiene dos alerones anexos que fueron construídos en 1874 casi 20 años después del edificio original, según proyecto del arquitecto francés Carlos Rabú. En esos pabellones laterales funcionaron varios comercios, en uno de ellos el Diario del Plata y luego el Museo de Historia Natural mientas que en el otro funcionó un cine parlante, que se incendió con grandes daños y después la Escuela Municipal de Arte Dramático, entre otros destinos en la planta alta y en la baja el restaurante a que nos referimos.
Se trataba de un lugar central, casi podemos decir en el corazón de la ciudad, pegado al teatro y por consiguiente al movimiento artísticos, frente a la plaza Independencia y también frente al TUPI NAMBA (viejo), otro referente de la vida cultural y bohemia y daba también a una cuadra del entonces Mercado Central.
Hacia 1950 el país ostentaba el sobrenombre de Suiza de América y lucía con orgullo el cuarto título mundial de nuestro fútbol pero además se vivía una etapa de bienestar luego de la segunda Guerra Mundial.
El restaurante DEL AGUILA, bajo la experta mano de Arturo Costas se convirtió en el lugar más elegante de la ciudad. No solo del buen comer sino como punto de encuentro de políticos, artistas y empresarios. Dicho en forma figurada si alguien quería aparecer en la nómina social debía almorzar o cenar en Del Aguila donde seguramente se encontraría con amigos y enemigos.
Por otro lado Arturo Costas se convirtió en Don Arturo, un personaje apreciado y valorado por todos.  Los políticos tenían sus mesas reservadas fueran del partido que fueran, lo mismo que los empresarios y los visitantes que llegaban al país. Don Arturo iba de mesa en mesa saludando a todos, dándoles la mano e intercambiando comentarios sobre la vida política o el tema que mejor cuadrara. En algunas mesas se detenía, se sentaba con los clientes y los convidaba con café, haciendo un gesto para que el mozo apareciera con una botella del mejor cognac. (Personalmente recuerdo haber ido una vez con mi padre, en la década de 1960 y haber visto a Don Arturo saludando de mesa en mesa; incluso de haberme estrechado la mano con un comentario atinente).
Las décadas de 1950 hasta principios de los 70, en las que Don Arturo brilló al estuvo al frente significaron la época de oro. No solo DEL AGUILA c sino del país en general. El restaurante abría durante dos turnos, para el almuerzo del mediodía y la cena de la noche. Los horarios eran extendidos porque por entonces el acto de comer era un largo rito que podía comenzar con un aperitivo y terminar con un café y los licores. Y muchas veces cerrado con un cigarrillo o con un puro. Muchos de los platos eran clásicos y tenían como una marca de fábrica, ya fueren el Arroz Aguila o las tortas Pascualina o de mariscos. Y en especial los postres, el Omelette Surprise, que se flambeaba en la mesa del cliente con un  ritual de fuego encendido que le daba casi un toque de magia.
En aquellos tiempos el servicio era tan numeroso como eficiente y tanto el maitre como los mozos vestían de rigurosa etiqueta. El personal, según referencias que no pude comprobar, llegó a superar los 100 empleados. No olvidemos que por entonces todo se hacía en casa, es decir en forma artesanal: los fiambres, los embutidos, las salsas, los tucos, los dulces, los helados, el merengue, el dulce de leche, y otros tantos. Todo se procesaba y preparaba fresco en la cocina del restaurante, que era como una fábrica donde trabajaba una legión entre cocineros, ayudantes y pinches. Y hasta aprendices porque era la forma de aprender. No como ahora que todo se compra hecho, elaborado comercialmente, sino que todo se preparaba en el momento. Y don Arturo, infatigable estaba en todo dirigiendo desde la compra de los productos en el mercado hasta el trabajo en la cocina y el servicio en las mesas.
Don Arturo alcanzó a vivir el fin de una época dorada. Luego de su fallecimiento, -estamos en procura de la fecha- le sucedió su hijo José Costas Pérez, el popular “Pepe”, quien había trabajado junto a su padre desde que era un adolescente, tal cual se estilaba por la época.
Pero ya la situación era distinta. El Aguila siguió siendo el Aguila por un tiempo pero se habían abierto otras opciones para comer como las parrilladas o las continas de inspiración itálica para las noches. Pero también el país había cambiado, estaba en vías de cambio. Se notaban las dificultades económicas, la vida no era tan fácil, la gente cuidaba más el bolsillo que el estómago. Pero también cuidaba el estómago porque los platos del Aguila no solo eran suculentos sino que para diferirlos requerían de un tiempo para conversar, para el disfrute de la sobremesa.
También Don Pepe le dedicó los mejores esfuerzos al negocio. Al punto que no comía en el restaurante sino que lo hacía en su casa, tal era la atención que dispensaba que le demandaba estar al frente de todo. Le dedicó, literalmente, su vida, sus mejores esfuerzos y parte de la vida familiar. Porque desde tiempos de su padre la norma era que para el dueño primero estaba el trabajo y controlar que todo estuviera en orden.
Cuando Don Pepe falleció de improviso, en el año 1984, su viuda, Francisca Janer y sus dos hijas, Rita y Pelusa Costas Janer, le pusieron el hombro al negocio y le dieron una década más de vida.
En especial Rita, la hija mayor, se puso al frente secundada por su madre mientras que Pelusa, la hermana menor colaboraba en la parte administrativa y contable. Las tres, en memoria del esposo y padre, no se resignaban a que desapareciera este símbolo de Montevideo. La clientela de siempre lo pedía, aunque con el tiempo se había vuelto un reducto de personas mayores que tenían tiempo y dinero para apostar por los platos del buen comer. Rita, joven de 30 años, buscó atraer a clientela más joven para lo que incorporó exposiciones de arte, espectáculos culturales y musicales, baile con orquestas, exposiciones de arte y fundamentalmente desfiles de modas.
Por 10 años más extendieron su esfuerzo. La década de 1990 resultó un pivot clave. La gente tenía otras necesidades, el país y el mundo buscaban nuevos rumbos. No había tiempo de dedicarle al almuerzo ni disposición para la cena. La gente no quería platos tan sofisticados que luego les implicaran largas digestiones, sino que tenían que salir rápido a trabajar. Ni tampoco platos elaborados, buscaban negocios pequeños, propuestas rápidas y sencillas con precio acorde.
De otra parte los presupuestos de alquiler, sueldos del numeroso personal al que no querían despedir por los años que llevaban en el lugar, costo de los alimentos y su procesamiento, llegaron a cinfras astronómicas imposibles de enfrentar.
El restaurante Del Aguila cerró sus puertas en un día cualquiera del año 1994, con 69 años, casi 70 de vida. (No hemos precisado la fecha para lo que recurrimos a la memoria de los lectores para aportarnos el dato).
Para conocer sobre esta última etapa, sobre las dificultades del negocio y cambios en la sociedad, encaramos una paciente investigación que nos llevó a ubicar primero y entrevistar después a varias personas. Entre ellas y fundamentalmente a los señores Arturo Costas (sobrino de Pepe y por consiguiente primo de Rita y Pelusa), a Paquita Janer, viuda de Pepe Costas, con sus 90 años y lúcida memoria y a las últimas titulares Rita y Pelusa Costas Janer. Pero también hablamos con varios clientes y estudiosos de la gastronomía así como, para deleitarnos y conocer desde dentro las especialidades de la cocina del Aguila nos comunicamos con el chef Carlos Torres, quien reside en Porto Alegre. Y por último hicimos recopilación de material gráfico y hojas de diarios y revistas qu3e a su modo y aprovechando fechas anivrsarias fueron abriendo las páginas de un lugar tan emblemático como olvidado.
En resumidas cuentas la finalidad es rescatar una historia fabulosa de un lugar muy especial de Montevideo. Todo para la mejor historiad de nuestra gastronomía, que en última instancia es aprte de la forma de vivir.

 

 

Confitería LION D´OR

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El Lion D’Or, la clásica confitería del Cordón, ubicada en 18 de Julio número 1981 entre Arenal Grande y Pablo de María, tiene una historia casi centenaria detrás de sus mostradores y vitrinas. Vitrinas que supieron exhibir masas decoradas con primor y tortas tan elaboradas que merecieron sendos primeros premios en épocas en que se organizaban concursos al respecto.
Se trata de una de las pocas confiterías montevideanas que mantiene abiertas sus puertas con espíritu tradicional, tanto en la faz interna del trato a los empleados como en el mantenimiento de la fabricación artesanal de ciertas especialidades. Lo mismo en el servicio del salón de té y cafetería como en los mostradores de venta al público, sin olvidar los servicios de fiestas y los cada vez más frecuentes de catering.
Podemos decir que su trayectoria, más que centenaria, puede dividirse en dos etapas: una primera desde 1914 hasta 1950, a cargo de la familia Mir y, la segunda, desde entonces hasta el presente, la del mantenimiento y optimización, en manos de los señores Carlos Menéndez, Miguel Bastard y Sebastián Bauzá Ques, hasta que en el año 2002 Sebastián Bauzá (hijo) compró la totalidad de las partes.
Es posible situar los comienzos con la llegada al país de Carlos Mir, un inmigrante barcelonés con oficio de confitero que, en 1910, instaló un pequeño local en la calle Rondeau para la fabricación de masas y postres típicos de la gastronomía catalana, su lugar de procedencia. Poco después, en 1914, se trasladó a la calle Rivera N.º 2006 casi Pablo de María, abriendo un local con el sugestivo nombre de Lion D’Or y, para mediados de la siguiente década, lo trasladó a la actual ubicación sobre 18 de Julio, en un edificio especialmente construido para el establecimiento de la confitería y afines.
Por entonces, después de la Primera Guerra Mundial, el país vivía una etapa de progreso que se reflejaba en el tiempo libre que la gente utilizaba para pasear, festejar, reunirse con los amigos y brindar por todos los acontecimientos. Era, también, la época de oro de los cafés, los clubes, las sociedades, los cines, los paseos al aire libre. Las fiestas familiares se sumaban a las del trabajo y de los compromisos sociales.
El Lion d’Or crecía de tal forma que fue necesaria la apertura de dos sucursales para atender los pedidos. Ambas sobre 18 de Julio, la primera con el N.º 1069 casi Río Negro y la otra en el N.º 1383, casi Ejido. Y de una flota de camionetas de reparto para cumplir con los pedidos para fiestas de casamiento, bautismo, cumpleaños de 15, reuniones políticas, despedidas de soltero y cualquier otra celebración. En aquellos tiempos llegó a contar con más de 200 empleados entre directos y de reparto.
En julio de 1937, bajo la firma Hijos de Carlos Mir, tomó la iniciativa de inaugurar un salón de té con el nombre de Mirim Club, demostrando tanto buen gusto en los detalles que despertó la simpatía y preferencia del público femenino en busca de un lugar con “ambiente mundano” para reunirse libremente, aprovechando de esta manera los nuevos derechos que les brindaba su incorporación al trabajo. Allí podían fumar y beber bebidas alcohólicas sin las miradas de censura que recibirían en los cafés o bares de clientela mayoritariamente masculina. La revista Anales de junio de dicho año da cuenta del suceso que significó su inauguración, con decenas de invitados.
Tiempo después, las tertulias a la hora del té se hicieron tan frecuentes que fue necesario amenizarlas con música en vivo con una o dos orquestas de prestigio, costumbre que perduró con veladas musicales y bailables en las que se conoció más de una pareja de clientes destacados.
En la planta alta, en cambio, se inauguraron los salones Chez Vous con destino a la celebración de fiestas y banquetes.
El crecimiento del negocio continuó en aumento hasta que, en el año 1946, la señora Elisa Mir de Gusiñé junto con Alberto Mántaras Rogé, Adolfo Raúl Squillace, Dennis Osborne y Daniel M. Gossweiler, se reunieron para constituir una sociedad anónima bajo el nombre de Lion D’Or S.A., figura jurídica acorde con el desarrollo comercial alcanzado.
En el año 1950, clave en la historia del país desde el punto de vista deportivo, el señor Sebastián Bauzá Ques, nacido en Uruguay, pero de tradición mallorquina, adquirió parte de las acciones de la sociedad. Bauzá tenía experiencia en el ramo puesto que había dirigido con éxito una panadería en la ciudad de San José para luego comprar en Montevideo la confitería Manhattan, sobre la calle San José, tan elegante que para sentarse a las mesas el cliente debía vestir saco y corbata. Años después, negocios mediante, fue cuando acertó a adquirir una parte en la confitería Lion D´Or. La familia cuenta la jugosa anécdota que, enseguida de adquirirla, salió a festejarla con su otra pasión, la futbolera, partiendo con un grupo de amigos a Río de Janeiro para asistir al campeonato mundial y terminar gritando los goles en Maracaná. Apasionado del fútbol y en especial de Bella Vista, el cuadro de su barrio y de sus amores, estuvo a cargo de su presidencia durante 25 años. Su amistad con los jugadores se reflejó en el nuevo tipo de clientela, al punto que se reunían los domingos en la confitería grupos de jugadores, entre los que se encontraba el infaltable Roque Gastón Máspoli y otros campeones del 50. En el año 55, Bauzá terminó por adquirir la totalidad de las acciones de la confitería, quedando como único dueño.
Mucho después, su hijo, también de nombre Sebastián, tomó la dirección del negocio, convirtiéndose en el actual propietario.
En tal carácter lo entrevistamos para este capítulo. Hombre múltiple, de profesión dentista, de actividad empresario y de pasión dirigente deportivo de Bella Vista, igual que su padre, también fue presidente del Club Bella Vista y, entre los años 2009 y 2014, de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Los Bauzá le aportaron a la confitería buena dosis de la tradición mallorquina, incorporando algunas especialidades como el Bella Vista, una entrada consistente en blanco de ave envuelto en jamón y con cabello de ángel, de ahí el nombre, por lo amarillo del cabello y blanco por la pavita, plato famoso en su época que actualmente se hace para fiestas o por encargue y la típica ensaimada, especialidad de la isla de Menorca (masa azucarada fermentada y horneada, elaborada con harina, agua, azúcar, huevos, masa madre y manteca de cerdo.
Desde entonces, con los altos y los bajos propios de nuestra época, la confitería ha mantenido, y a la vez respetado, el concepto de empresa familiar. Tanto en el trato y consideración con los empleados, considerados como una suerte de equipo, lo que corroboraron los que entrevistamos: Javier Núñez, el actual encargado y José Richieri, actualmente jubilado pero que trabajó durante 30 años como “bombonero”, una especialidad en extinción.
Es que, en nuestro concepto, para conocer la historia de un negocio –del tipo y naturaleza que sea– es necesario escuchar el repique de varias campanas: la visión de los propietarios, las referencias históricas o periodísticas –como el excelente artículo publicado en la Revista de Cambadu y complementarla con la mirada de algunos empleados o colaboradores.
Sentados a una mesa de la confitería, café mediante, teníamos frente a frente a Javier Núñez, el encargado y mano derecha de los dueños, quien lleva más de 30 años de trabajo en la firma.
Pero, en cualquier caso, todos concordaron en el recuerdo de Teresa Langone, a quien consideraban el “alma” de Lion D‘Or. Ingresó a la empresa en 1969, con tal solo 16 años y después de 45 años se jubiló en su cargo de gerente general, todo un ejemplo de actividad y dedicación.

RESTAURANT MORINI 


En diciembre del año 2000, después de 146 años de vida comercial, cerró sus puertas el restaurante Morini, uno de los más emblemáticos en la historia gastronómica de Montevideo. No solo tuvo el privilegio de ser uno de los primeros en abrir sino que, sin dudas, fue el que permaneció más tiempo en funcionamiento. Fundado en el año 1854 dentro del Mercado Viejo (la vetusta estructura de la ciudadela militar que tras la demolición de las murallas y apertura de la ciudad hacia la zona del Ejido fue convertida en mercado de frutas, verduras y otros productos), probablemente se ubicara próximo a la tienda de venta de ropas del por entonces veniteañero Francisco Piria. Así comenzó la historia de Morini, inicialmente una fonda devenida en restaurant, que durante casi un siglo y medio se convirtió en testigo de la evolución del paladar culinario en la sociedad montevideana. Su fundador, el italiano Don Saverio Morini, un esforzado inmigrante genovés que apostó por la nueva tierra, comenzó sus actividades bajo la firma social de “Morini y Papini” . Era un momento muy especial para el país y especialmente para la capital. Habían pasado tres años desde terminada la Guerra Grande y se respiraban aires de apertura y prosperidad. Tanto que en pocos años el viejo mercado pasó a quedar chico y a sentirse  la necesidad de construir uno nuevo en las inmediaciones. Comenzado en 1864 fue inaugurado en 1868 con el nombre de Mercado Central en un amplio predio al sur del Teatro Solís. Tan solo dos años después, en 1870, ahora sí como restaurante Morini fue trasladado al nuevo edificio, en la esquina de las calles Reconquista Liniers, mucho más concurrida antaño que hoy en día.Hacia 1875 Don Saverio, agotado por el esfuerzo y vencido por los años, vendió su parte a Gildo Morini , uno de sus sobrinos quien se asoció con Carlos Castiglia. En 1885, o sea diez años después, este último cedió su parte a los señores Genta y Berruti, pasando la razón social a ser “Morini, Genta y Berruti”. En 1893 Juan Barreiro compró los derechos a Genta y Berruti por lo que la firma cambió nuevamente a Morini y Barreiro, hasta que en el año 1903 ingresó el señor José Lorenzoni pasando la razón social a ser “Morini, Barreiro y Lorenzoni”.Tal como resulta de una página publicitaria de la época, aparecida en la Guía del Siglo correspondiente al año 1896, Morini contaba con la triple identidad de CAFÉ, RESTAURANTE Y ALMACÉN DE VINOS. Por lo que vemos había ampliado el rubro con la importación de vinos italianos de calidad, así como también recalcaba la Especialidad en Guindado . Otro aviso resaltaba que en Morini se servía “cocina a la italiana, francesa y española a gusto de todos porque, al estar en el Mercado, tiene de todos los artículos a su alcance”; lo que no dejaba dudas sobre la frescura y alta calidad de los productos empleados, ya que eran adquiridos dentro del mismo Mercado.Paralelamente a la destacada actuación del restaurante en la escena gastronómica de la época, en 1904 amplió la actividad hacia el rubro hotelero, inaugurando un moderno hotel sobre la calle Soriano, el Hotel Morini (posteriormente Hotel Río Branco), como complemento del anterior.Tras el fallecimiento de Gildo Morini, Juan Barreiro y José Lorenzoni continuaron la labor consolidando el restaurant como uno de los mejores y más concurridos de Montevideo.Hasta que en 1953, precisamente un año antes de que se cumpliera su primer centenario, Barreiro y Lorenzoni vendieron el negocio al señor Serafín Tomé Estévez. Este lo continuó atendiendo con gran dedicación, manteniendo alto el renombre del establecimiento y activa la numerosa plantilla de mozos, cocineros y chefs; como se acostumbraba en esa época.En 1964, deterioro mediante, el Mercado Central fue casi totalmente demolido. Se presentaron varios proyectos de interés arquitectónico para construir uno nuevo, en especial uno que planteaba mantener un sector para fomentar un ámbito de encuentro ciudadano. El Grupo de Estudios Urbanos señaló que se trataba de “una notable propuesta formulada en 1965 para la transformación del viejo Mercado Central, que fue lamentablemente desechada. Lo que pudo ser un centro de interés urbano se transformó hoy en un vacío”, perdiéndose una buena ocasión para crear un núcleo comercial de importancia y dinamismo en un área que quedaría incomunicada del resto de la ciudad. De todas maneras, una vez terminado el nuevo edificio el restaurante Morini pasó a ocupar un lugar más amplio que el anterior mientras que el también emblemático boliche de copas Fun Fun ingresó al interior, ocupando un local pintoresco, al que bien recordamos rodeado de sus imágenes, fotos y afiches.
En 1991, tras el fallecimiento de Don Serafín Tomé Estévez, el negocio pasó a manos de sus hijos. Serafín “Chito” Tomé, abogado de profesión, pasó al frente del negocio. Precisamente para conocer más sobre esta etapa, sobre los últimos casi 10 años de funcionamiento de Morini, entrevistamos al Dr. Tomé en su domicilio. Una larga y detallada entrevista, cargada de emoción por los recuerdos. Lo primero que señaló fue que, aunque asumió la dirección en 1991, en realidad desde la década de 1960, en sus “años mozos”, cuando todavía era estudiante de derecho, llegó muchas veces a colaborar con su padre, llegando a trabajar en las vacaciones en la parte de administración. Por entonces el restaurante contaba con dos salones, uno popular y otro más elegante, y con varias docenas de empleados. Según su comentario expreso Morini siempre se caracterizó por ser un restaurante abierto a todo público y no solo a las clases pudientes. Tal característica y amplitud de criterio llevó a que su padre fuera pionero en el medio en permitir que los comensales almorzaran o cenaran sin saco ni corbata, lo que hasta entonces ni siquiera se estilaba. Ir a un buen restaurante era un rito del buen comer y la gente se vestía acorde con las circunstancias. Pero tales licencias eran permitidas solo para los clientes, puesto que los mozos debían vestir de negro y llevar un impecable delantal blanco. Había que tener presencia para atender a las reconocidas personalidades que llegaban al lugar, entre ellas el Dr. Carlos Quijano , el Dr. Gonzalo Aguirre, el expresidente Luis Alberto Lacalle, y el también expresidente Jorge Batlle, quien tenía una mesa reservada para reunirse los jueves con sus amigos. Y en especial se recuerda la cena de homenaje ofrecida por amigos y correligionarios a Wilson Ferreira Aldunate, en la que ofreció uno de sus últimos discursos, en diciembre de 1988, pocos meses antes de su fallecimiento. Entre los provenientes de otras latitudes se señalan políticos como Fidel Castro y el Che Guevara, músicos como el director de orquesta Zubin Metha, artistas argentinos como Susana Rinaldi y Julio Bocca, la cantante cubana Celia Cruz y el poeta e historiador Horacio Arturo Ferrer, quien no soló trabó amistad con el dueño de Morini sino que le dedicó un póster con una poesía de su puño y letra. Debido a que trabajaba hasta tarde en el diario El País, Ferrer solía llegar pasada la hora de cierre, lo que provocaba el enfado de algunos mozos deseosos de retirarse a sus hogares. Claro está que nos encontrábamos en un Montevideo donde la gente disponía de tiempo para almorzar con menúes de tres platos: entrada, plato principal y postre, regado con vino y coronado con café y cognac. Era un Montevideo todavía no dominado por la televisión por cable, las computadoras y los celulares. Frecuentes eran las reuniones de amigos, las despedidas de soltero y los festejos grupales. Los matrimonios solían salir los fines de semana, solos o con familiares, para ir al cine o al teatro para terminar la salida con una buena cena en uno de los típicos restaurnates.Y sin dudas que para ir a Morini, había que contar con suficiente tiempo, ya que su menú no era para tomarlo a la ligera. Profusión de fiambres, platos especiales y postres toda una oferta de más de 120 opciones completaban un menu desplegado en varias páginas. Leer el menú era toda una aventura para los sentidos. Una de las especialidades que recordamos era la del pescado a la parrilla y el asado de tira. En lo que refiere a los postres la estrella era el Manjar del Cielo, un flan de gusto concentrado que inventó uno de los gerentes del restaurante y quedó como un clásico. Tomé recuerda que en Morini llegaron a trabajar unas 50 personas en la cocina, la mayoría de las cuales trabajó durante muchos años porque, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad donde existen escuelas hoteleras para formar mozos, chefs y otros profesionales, en aquel entonces para llegar a chef se debía pasar previa y necesariamente por todos los “niveles” jerárquicos de la gastronomía. Y lo mismo pasaba con los mozos, que poco menos que formaban parte del lugar.La numerosa plantilla de empleados no era para menos, ya que todo o casi todo se preparaba artesanalmente. No solo los platos y manjares sino otras tareas como el lavado de la vajilla, en una época donde no existían las lavadoras automáticas. Para ello Morini contaba con tres grandes piletones: en uno se quitaban los restos de comida y el grueso de la suciedad (que se vendía para alimento de cerdos), en otro se pasaba a una pileta con jabón y detergente y finalmente en la tercera con agua limpia.Por supuesto que se contaba, como ya fue expresado, con una excelente oferta de vinos, que además significaban un ingreso extra para los mozos. La costumbre, hoy en desuso, era que estos guardaran los corchos de las botellas servidas a los clientes y luego los conjearan a las bodegas por una cierta comisión. Era una forma de promocionar los vinos de tal o cual bodega. Así iban los mozos acumulando corchos durante un tiempo, y luego los presentaban como testimonio de la cantidad de botellas vendidas, para cambiarlos por el dinero. Pero ya desde la década de 1980 todo hacía parecer que la situación del país, de Montevideo, del Mercado y de los restaurantes de calidad tenían los días contados. Uno de los problemas fue la aparición de las parrilladas, de alguna manera con menos personal y servicio más rápido, por lo que supusieron una clara competencia. Aunque las parrilladas ya existían desde antes, se trataba de pequeños negocios barriales pero ahora irrumpieron en el centro. A su vez, era notorio que se estaba desplazando un poco el gusto de los comensales, y los restaurantes, que hasta entonces eran exclusivamente para ir a comer, comenzaron a incorporar servicio de copas, espectáculos u otros aditivos.A este escenario se le sumaron otros factores como el inicio de un período de “decadencia” de la Ciudad Vieja y la instalación del estacionamiento tarifado, lo que poco a poco fue cambiando las costumbres. La vida se agitó, el tiempo para almorzar se hacía menor, proliferaron los negocios pequeños y de rápido servicio.
Finalmente, cerró sus puertas en diciembre del año 2000, como tantos otros que pasaron del alba al ocaso de la historia, no sin dejar una importante huella y convertirse en una referencia indiscutida como restaurante, pero también como símbolo y testimonio de una época. Hoy en día el tiempo ha pasado. No solo Morini ha cerrado sus puertas sino que el mismo Mercado Central ha sido demolido y en su lugar se levanta el moderno edificio de la Cooperación Andina de Fomento, banco de desarrollo de América Latina, que pretende convertirse en pieza esencial de la vida social y cultural de la Ciudad Vieja de Montevideo .

El negocio debió haber sido pequeño en sus comienzos puesto que no figura en la Guía de Montevideo de Wonner y Horne publicada en 1859 en la que refiere los principales comercios de la ciudad. Se trató de la primera guía aparecida en Montevideo de lo que resulta su valor histórico para rastrear en el origen de los comercios y los nombres de las personas.

Gildo Morini, según un artículo aparecido en la Revista del Centro de Hoteles…., titulado “Recuerdos del Mercado Viejo” tuvo una activa vida comercial. En 1892 inauguró el café MOKA en la esquina de Sarandí y Policía Vieja y luego organzió y participó del Hotel Oriental de Paso de los Toros. Fruto de su iniciativa fue la construcción del Hotel Morini sobre la calle Soriano nº …. Inaugurado en el año 1904.

Previo al desarrollo de los vinos nacionales, uno de los rubros más importantes de la actividad comercial era la importación de bebidas extranjeras: vinos italianos y españoles, aperitivos y cognacs franceses, ron de Cuba entre otros.

Datos de Carlos Quijano como fundador de Marcha

El nuevo edificio, que ocupa la estructura del antiguo mercado, posee una extensión de 15.500 metros cuadrados y su construcción supuso una inversión de USD 40 millones. Además de las oficinas del organismo multilateral, el edificio alberga el complejo de Cinemateca, que cuenta con tres salas de cine con capacidad para 406 espectadores, e integrará otros espacios como el mítico “Bar Fun Fun”, y un estacionamiento subterráneo con más de 300 plazas.

 

BOLICHE LOS YUYOS

los yuyos

Cuando se entra en el local de LOS YUYOS -sobre la avenida Luis Alberto de Herrera (ex Larrañaga) Nº 4297 haciendo esquina con Cubo del Norte-,  uno se siente invadido por la sensación indefinible de llegar a un rincón del pasado pero al mismo tiempo bien actual, porque conviven elementos antiguos con los modernos. Atendiendo a la disposición del mostrador e hileras de botellas recostadas contra las paredes y la concurrencia del público, numeroso y heterogéneo, se trata de un lugar de difícil clasificación, entre bar, boliche y/o restaurante. O un poco de cada uno, como suele pasar con muchos negocios en nuestra época. Aunque en su fachada de color terracota se observa un letrero que lo identifica como “Boliche de Los Yuyos”.
Ubicado en el barrio Athahualpa, lindero al Prado, en un entorno residencial en el que resalta la muy próxima capilla Jackson, una de las iglesias más hermosas de la ciudad. Hasta mediados del siglo XIX se trataba de una zona de casas quintas, pero en 1868 se realizó un fraccionamiento que derivó en centenares de lotes para dar cabida a los inmigrantes que arribaban al país, un Uruguay próspero y de puertas abiertas.
El 6 de noviembre de 1906 el vecino Juan Ursi, un italiano trabajador, abrió un almacén y despensa de bebidas en la esquina de Larrañaga y Cubo del Norte, por entonces calles de tierra y postes de madera a la entrada para sujetar los caballos de la clientela. El negocio no tenía letrero pero los vecinos lo llamaban el Almacén de los mil Yuyos. El propietario, Don Juan, de carácter bondadoso daba en profesar un cariño especial por las aves al punto de recibir el apodo de “señor de los pájaros”. Pero tenía otra peculiaridad, muy común entre los inmigrantes europeos de entonces, la de tener una pequeña bodega en su domicilio en la que fabricaba vinos caseros con todo el arte de la tradición europea. Pero además, Don Juan dominaba el arte de la maceración de yuyos y frutos en alcohol. Italia siempre fue famosa por la fabricación de bebidas alcohólicas de tipo aperitivo y licores en base al agregado de yuyos y raíces con fórmulas guardadas como secretos de familia. En tal sentido empezó a experimentar con raíces, yuyos y frutos nativos, al principio para su propio solaz y luego para venderlas en su despacho de bebidas. Dejaba macerar raíces curativas como la carqueja, la marcela, la ruda , el cedrón, la palma y otras tantas de gusto amargo, pero también preparaba otras con frutos silvestres como la pitanga, el arazá y el guayabo, junto con cáscaras de limón o de naranja. Los citados productos los dejaba macerar en el alcohol de la grapa o la caña, la primera producto de la destilación de la uva y la segunda derivada de la fermentación de la caña de azúcar. Las proporciones eran de su invención, resultado de la prueba y del error y cuidadosamente balanceadas y estudiadas en su laboratorio casero y luego anotadas en su cuaderno. Tanta era su práctica que no anotaba el nombre de la bebida en la botella sino que los distinguía por el color.
En Uruguay y en general en esta parte de América, desde tiempos coloniales era usual el agregado de gustos en las bebidas alcohólicas, tal vez para disimular su sabor profundo y mala calidad, tal vez por razones medicinales según viejas prácticas indígenas recomendadas por los hechiceros y chamanes. Nuestras pulperías fueron las herederas primero y propulsoras después de esta práctica que, lamentablemente, se ha ido perdiendo con el pasar de los años.
Con el tiempo se dice que en Los Yuyos llegó a haber doscientos tipos diferentes de cañas y grapas saborizadas. Todo un arte para quien se encontraba detrás del mostrador, considerando que las botellas no tenían etiqueta y las bebidas debían ser diferenciadas por su color.
Pero, sin duda alguna, la botella que más llamaba la atención entre los presentes era la que tenía un limón adentro. La misma disparaba, inmediata e inevitablemente, la curiosidad por saber cómo se había logrado pasar el fruto por el gollete. Don Juan y sus sobrinos después disfrutaban de la discusión de la clientela y no soltaban prenda sino al final de grandes discusiones y algunas apuestas perdidas por el público: el secreto consiste en meter la rama de un limonero -sin cortarla del árbol- dentro de una botella, atándola con una cuerda. Luego, cuando el limón se ha desarrollado, se le quita la rama, se llena la botella con caña y se la deja en un rincón del mostrador.
Con el transcurrir de los años, y ante la competencia de otras bebidas, que fueron apareciendo como el whisky o la cerveza, de los doscientos tipos de cañas y grapas quedaron solo unas 45, fundamentalmente las dulces; pitanga, butiá, grapa miel, naranja, orejón, que son, en realidad, las predilectas del público.

Del mostrador de tronco al parrillero


Fiel a las costumbres de la época, Los Yuyos empezó siendo un típico boliche de copas y su clientela 100% de masculina. De ahí que, al consultar por las personalidades que lo visitaron, surgen nombres de hombres. A lo largo de su centenaria existencia, decenas de políticos, artistas, deportistas y personalidades de todo tipo, de aquí y de un poco más lejos, han pasado por el lugar. Entre ellos se destacan los nombres del artista José Luis Zorrilla de San Martín, el cantante de tangos Carlitos Roldán, políticos como Alberto Guani , el ex. Campeón Mundial de Clubes José Luis Pintos Saldanha del Club Nacional, el periodista y caricaturista “Peloduro”, el escritor argentino Jorge Luis Borges o el pintor y dibujante francés Pierre Fossey. Pero los tiempos cambian, y con él las costumbres. Mucha agua corrió debajo del puente para que este espacio se modernizara hasta hoy, donde no solo las mujeres asisten en familia o con barras de amigas a celebrar algún cumpleaños o despedida, si no que en ocasiones incluso acaparan el espacio de la barra, siendo numéricamente más que los caballeros. Desde otro aspecto, no olvidemos que el público original estaba compuesto principalmente de veteranos, mientras que hoy tal vez se mantenga durante el día pero a la noche el público se vuelve heterogéneo y aparece la gente joven, grupos de familias, parejas o grupos de amigos o amigas para celebrar alguna despedida, lo que se prolonga hasta altas horas de la madrugada.
Pero a lo largo de los 113 años de existencia de los Yuyos, no solo su clientela se modificó. Uno no podría adivinar que aquel espacio reducido que en 1906 abrió sus puertas a los parroquianos, con un mostrador de tronco, sin mesas ni sillas, y vetustas estanterías empolvadas, es el mismo boliche que el que hoy es visitado por centenares de personas. Su actual propietario, José Serrón, dice que “cambió en todo”. Si bien se mantiene una barra cuyo funcionamiento se asemeja al original, especialmente a mediodía cuando los habitué se acercan a pedir una caña o grapa con gustos o un whisky, a la noche se convierte en “otro boliche”. Desde hace varios años funciona como parrillada, como restaurant, y su horario se extiende hasta las tres de la mañana en fines de semana, o hasta la una los días de semana.
Cuenta, además, con un patio trasero y tres sectores con mesas y sillas comunicados entre sí: uno a la entrada, -el único espacio que había en los inicios-, otro hacia la izquierda cruzando una arcada, y finalmente el más amplio hacia la derecha, donde se ubica uno de los parrilleros.
La generación de la familia fundadora, concretamente los sobrinos de Ursi,  estuvieron al frente del local hasta el año 1983 aproximadamente. Luego, estuvo en manos de una pareja de argentinos, amigos de José Serrón, quien finalmente se los compró en 1997 y permanece al frente del negocio con la colaboración permanente de su esposa.

Un saber que debe perpetuarse

Como el propio Serrón reconoce, son pocos, además de este, los boliches que tienen un producto que los identifica: Fun Fun con su popular UVITA y Roldós con su tradicional MEDIO Y MEDIO.
Y cuenta e insiste en que al adquirir Los Yuyos, compraron mucho más que un boliche porque junto con las llaves del local, les entregaron las fórmulas para la preparación de las bebidas, las mismas que había inventado y pacientemente desarrollado el primer propietario, Juan Ursi.
Por lo que la tarea de los actuales propietarios no se reduce a regentear el local, sino también a poseer el conocimiento de las preparaciones y encargarse de realizarlas. Esto es lo que hace fundamentalmente a la identidad del lugar, un saber que ha ido pasando de dueño en dueño. Y que sin duda deberá perpetuarse para que el bar/boliche Los Yuyos siga siendo lo que es.
Para que, aunque cambien los propietarios, la esencia y la historia permanezcan.

  

Capilla construida en 180 como oratorio de la familia Jackson, según proyecto del arquitecto francés Víctor Rabú, conocida hoy como Parroquia de la Sagrada Familia.

La tradición de la caña con ruda tiene origen guaraní. De acuerdo a los cronistas de Indias las lluvias de agosto provocaban enfermedades en la tribu por lo que los chamanes elaboraban un remedio consistente en la mezcla de hierbas con licores que se usaban como medicamento. Al principio se utilizaban fabricados con chañar, patay, tunas o algarroba a los que se les agregaba contrayerba o hierbas medicinales.

Esta anécdota la relató Serrón en el programa Boliches, corazón del barrio, conducido por el Dr. Marcelo Fernández.

 

ADRIANUZCA´S CAT ART CAFÉ
por. Juan Antonio Varese

 

La magia del café, en su doble papel de bebida convocante y de lugar de encuentros, se proyecta en múltiples campo de actividad. No hay duda de que se trata de la bebida más versátil, la que mejor se acomoda a todo tipo de conversaciones, negocios, proyectos y/o emprendimientos. A modo de ejemplo vayan las cafeterías anexas a librerías, a tiendas de informática (cibercafés), casas de antigüedades e incluso en modalidades nómades a bordo de camionetas y motocicletas con mostrador incorporado. Y hasta los hemos visto como anexos a locales de alquiler de bicicletas o de tablas de surf. Sin contar en lo que conocemos actualmente como cafés de especialidad y de tipo gourmet donde lo importante es la calidad de la bebida en sí misma. Pero aún hay más. En Uruguay, en realidad en Punta del Este, contamos con un lugar muy especial, único por ahora en el país. Sobre el final de la calle Gorlero, al número 535, esquina Juan Díaz de Solís, abre sus puertas el ADRIANUZCA´S CAT ART CAFÉ, uno de los cafés temáticos mas originales de nuestro medio. Nombre bajo el que se plantean sus cuatro objetivos: Cafetería - Espacio de Arte - Conciencia animal - Adopción responsable. Atrás de los cuales hay mucho para conversar y otro tanto para averiguar. Este original café fue concebido hace unos cuatro años por Adriana y Enzo, una pareja de jóvenes emprendedores residente en Maldonado, que se atrevieron a soñar y concretar un emprendimiento conjunto: instalar un CAFÉ DE GATOS, el primero que existe en Uruguay y uno de los primeros en Latinoamérica. Y decimos emprendimiento y no negocio porque su finalidad no es estrictamente comercial sino que alcanza con que sea autosustentable para priorizar su verdadero propósito: un hogar adecuado para los gatos de la calle y la búsqueda de una familia que los adopte y trate con cariño y dedicación. Todo se originó en el amor que Adriana siente por los animales, más especialmente por los gatos. Si bien desde niña les profesaba un profundo cariño, su proximidad le producía alergia por lo que no podía tener uno como mascota. Hasta que a los 20 años, el destino le presentó el encuentro con un gatito recién nacido, una bolita negra que se acurrucaba en su mano, por lo que no pudo dejarlo afuera y contra todo pronóstico terminó por vencer la alergia y convertirlo en su mascota predilecta. Hasta que un día del año 2014, ya en pareja con Enzo, decidieron viajar por Europa. Ambos son cafeteros, siempre les encantó tomar café, por lo que visitaron varios locales. Y cual no sería su sorpresa cuando, en España, se encontraron con un “café de gatos”, donde los clientes podían entrar con sus mascotas, había juegos para ellos y se les brindaba una atención especial. Se quedaron, sin embargo, con las ganas de entrar porque había que reservar hora para la visita y recién había lugar para el mes siguiente. Les llamó mucho la atención, averiguaron y vieron con sorpresa que existían unos cuantos en el mundo, seguramente originarios de Japón, donde se vive una cultura muy especial respecto de los felinos. Pero también había varios en ciudades de Europa y Estados Unidos.
Al año siguiente, en 2015, de regreso en Uruguay, resolvieron instalar un café de este tipo en Punta del Este. Los animaba la idea de que también existían en Méjico y en Chile. Luego de instalarse abrió uno en Perú y otro en Brasil, aunque este último no sea del todo igual. Pero bueno, que lindo que el Adrianuzca´s, tal el nombre que eligieron, fuera el “primero en el Rio de la Plata”.
Ahora bien, todo partía del amor que sentían por los gatos. Amor que Enzo no compartió en un principio, pero que fue el precio que tuvo que pagar por amor a su compañera. Salvó la prueba y, al cabo de la cual, también él se transformó en un amante del género gatuno y ferviente impulsor del café.
Animalismo” definió Adriana la actitud de la persona que ama a lo animales y lo que la impulsó a instalar este negocio. Que, repito, no lo encararon como negocio en si mismo sino como forma de mejorar la vida de los gatos indefensos y abandonados. Ambos tienen sus propios negocios, sus propias actividades, por lo que el “café de gatos” surgió como un proyecto altruista. Eligieron un entorno de café/ cafetería aunque podrían haber instalado un club, una guardería, un pet shop o similares, porque les pareció el más adecuado para intercambiar con un público amante de los gatos. El café como bebida propicia un ambiente descontracturado, libre, propio para las confidencias y el intimismo. También a través del café podían acceder a los visitantes y turistas que “caminan por Gorlero” y llamarles la atención con letreros y simpáticas figuras de gatos que invitan desde la vidriera. Y que de esta manera, movidos por la curiosidad, decidan entrar y acercarse a los animales. “Una forma de empezar a quererlos es la de jugar con ellos, acariciarlos y dejarse ver por su mirada profunda…”.
Pero una cosa fue la idea, el proyecto y muy otra la de concretarla. Comenzaron los trámites en el año 2015 y recién pudieron abrir las puertas en mayo de 2017, casi dos años de trámites y burocracias de todo tipo.  Una titánica lucha contra los permisos puso a dura prueba su voluntad. La habilitación de bromatología está sujeta a un protocolo de medidas higiénicas que exige trámites diversos, pero ellos persistieron y finalmente en el mes de mayo pudieron abrir las puertas. Para la elección del local no tuvieron que andar mucho porque eligieron el de la galería de arte PLAYAS BLANCAS, que cerraba sus puertas y en la que ella había trabajado durante años. Porque otra de las tantas ocupaciones de la inquieta Adriana era la de haber trabajado varias temporadas en dicha galería, donde tomó clases de pintura con Fernando Amaral. Se muestra partidaria del “arte de la ilustración”, tipo viñeta, que sigue practicando y la expresa con sus dibujos de gatos. La idea de unir ambas pasiones, la pintura y el amor a los gatos, los llevó a desarrollar ambos aspectos. Por lo pronto tienen en mente incentivar las exposiciones de pintura, organizar vernisages y poner en contacto a los artistas con el público y con los gatos. Porque su temperamento, su actitud es la de “abrir el abanico” ya que en la vida todo está unido y relacionado. Yendo concretamente al tema de los gatos, la finalidad última del café es la de encontrar dueños responsables para los gatitos que recogen de la calle o que le traen los clientes y amigos. Habla de la “tenencia responsable”, que significa que los adoptantes se comprometan a como merecen. El cliente interesado tiene la oportunidad de pasar a la “Sala de gatos” -la más grande del negocio- donde los animales se encuentran en libertad. Hay un curioso reglamento sobre la puerta de entrada, en letras bien visibles, con los requisitos para entrar a la sala. Adentro los animales se encuentran a placer, caminando, saltando, dejándose tomar o huyendo de la gente hacia distintos los rincones, algunos inaccesibles, cuando no tienen afinidad con la gente. Para evitar que puedan tener una reacción que hiera al visitante, el gato siempre tiene un escape abierto. Muchas veces el cliente ocasional queda atrapado, “enamorado” de uno de los gatitos. En tal caso puede pedirlo en adopción pero el asunto no es tan fácil. Primero hay que “hacer un papeleo”, se debe llenar un formulario de adopción, brindar sus datos, explicar sus motivos y firmar la solicitud. Esta es sometida a la decisión de un grupo de Ongs –cuyo nombre prefiere no revelar-, personas anónimas que se dedican a ayudar a los animales pero no buscan publicidad y prefieren actuar en el anonimato. Una de las exigencias es la de castrar a los animales. Porque el dueño de una mascota tiene que entender que se trata de animales domésticos, cuya superpoblación no es responsabilidad del ecosistema sino de los humanos que los toman a su cargo y que muchas veces abandonan sus crías. Pasamos finalmente a la “Sala de gatos”, una verdadera experiencia. Que hay que vivirla personalmente para poder comentarla. Miau.

 

CAFETERÍA GANACHE
Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

 

No es poco mérito haber sido la primera persona mujer en haber introducido el café “de especialidad” en Uruguay. Y para colmo que no fuera en Montevideo sino en la histórica Colonia del Sacramento, declarada Patrimonio de la Humanidad. Corría el invierno del año 2012, cuando Dahiana Andino, seguramente inspirada en los comentarios de algunos turistas de corte internacional que buscaban infructuosamente un lugar donde hacer un alto frente a un café de calidad, tan bien preparado como servido, decidió abrirlo ella misma. Se preguntó por qué no podía existir el “mejor” café en Colonia, acompañado de un buen pastel, y se puso manos a la obra.Claro que hubo una consideración romántica atras de su decisión, de esas que dan sentido y sabor a la vida: las frecuentes visitas del por entonces su novio a Colonia. Lamentaban juntos no tener un lugar donde degustar un buen café ya que compartían la afición por esta bebida que propicia los encuentros y estimula los paladares. Fue entonces que decidió dejar su trabajo e instalar una cafetería en un pequeño local sobrela calle General Flores. Recuerda bien la fecha, el 22 de julio.En primera instancia el servicio iba a ser de “café y pastelería” pero no llegó a concretarse porque la persona encargada de la reposteria abandonó el proyecto antes de comenzar, por lo que hubo que cambiar el nombre. En la instancia Dahiana se decidió por Ganache, en homenaje a la crema pastelera madre, de la que derivan las demás cremas.Desde un principio, si bien el café que se servía era similar al de otros establecimientos, Dahiana había comenzado a aplicar algunos “tips” en la preparación que le daban un toque distinto. El consejo lo recibió de una amiga que había vivido años en Nueva Zelanda, quien en contra de otras personas que la desalentaban con la idea de que no podría tener éxito con el café en un país en que el mate es la bebida por excelencia, su amiga la impulsaba con la frase de “si vas a poner una cafetería, el café tiene que ser espectacular”. Pese a que en los primeros meses el negocio marchó muy bien y todo hacía pensar en una clientela creciente, tiempo después la cantidad de público mermó significativamente por lo que se imponía realizar algunos cambios importantes para continuar con el emprendimiento. Por de pronto resolvió trasladar el local a su propio domicilio, nada menos que en una casona de época ubicada en el casco histórico de Colonia del Sacramento, un lugar más adecuado para la afluencia de turistas. Pero además, como ya había realizado un curso de barista, no reparó en colocar un cartel a la entrada que rezaba: “cafetería por barista”, instalando así la primera cafetería por barista del Uruguay. Toda una novedad, en un momento donde el término barista o tostador eran desconocidos para el común de la gente. Por entonces redobló su decisión de seguir aprendiendo sobre el café y perfeccionándose en su preparación, por lo que comenzaron a surgir otros proyectos. En primer término en 2014 un intento de instalarse en Montevideo en la zona de Punta Carretas pero el mismo no prosperó por diferencias con los socios del emprendimiento.


Resolvió entonces reposicionarse nuevamente en Colonia y continuar estudiando y formándose cada vez más en el tema y posibilidades del café.Luego, y esta fue una decisión importnate, decidió viajar a Colombia en tren de estudios e instalarse en una finca cafetera, lo que supuso una inversión económica considerable ya que estudiar en el exterior cuesta mucho dinero. Pero fue una experiencia tan rica que solo después de haberla realizado tuvo la certeza de que quería dedicarse plenamente al café de especialidad. Porque se volvió imborrable en su memoria el sin fin de emociones que experimentó el día de su 33 cumpleaños en una finca de la región cafetera colombiana, rodeada del aroma del café, las plantaciones cercanas, el canto de los pájaros y el contacto con el trabajo en la finca, desde el cuidado del arbusto hasta la dedicación entre el grano y la cosecha. Esa impresión fue el golpe de inspiración que la terminó de convencer para convertirse en tostadora. Las visitas a Colombia se repitieron. En el 2015 regresó para estudiar sobre cata, todo lo relacionado con las plantaciones y el proceso general, es decir “de la planta a la taza”. Aprendió junto con los ingenieros agrónomos más en detalle sobre cómo se desarrolla cada variedad de café en el entorno que se le brinda. Lo que le abrió las puertas a expertizarse en catadora y saber como seleccionar el café. Y de esta forma poder importar del mejor al Uruguay, actualmente de Colombia y Brasil, con sabores tan peculiares como de frutas tropicales u otros con notas de dulce de leche.Ya con más experiencia y preparación, volvieron a aparecer las oportunidades en Montevideo. Primero en el Mercado Ferrando, ubicado en el barrio Cordón (calle Chaná 2120), donde se instaló en sociedad con una amiga y luego en la Ciudad Vieja, sobre la calle Ituzaingó al 1333, entre Sarandí y Buenos Aires. En ambas sucursales Ganache funciona con la modalidad “take away”, es decir de café para llevar, a diferencia de la casa central en Colonia, cuyo local ofrece el típico servicio de mesas y entorno agradable con mucha madera para que el cliente pueda sentarse y pueda disfrutar de un momento de tranquilidad ya sea con otros o con uno mismo. Fue en este momento del segundo paso en Montevideo que Dahiana, junto con Ernesto –su pareja y padre de su hijo- decidieron adquirir una tostadora de café de gran porte para trabajar de manera realmente profesional. Hasta entonces habían utilizado tostadoras pequeñas, que no solo hacían más arduo el trabajo (ya que debían tostar en pequeñas cantidades), sino que brindaban menos margenes de maniobra en cuánto a los matices que se pueden lograr. En cambio una tostadora mayor permite que el café “se luzca mucho más”.


Pese a haber estudiado nunca supuso las dificultades burocráticas y materiales que demanda la instalación de una máquina tostadora del porte y el tamaño de la que hay en Ganache. En el verano del 2018 cuando recibieron la importación del artefacto, la primera idea era instalarlo en la casa Central de Colonia, lo que terminó por no resultar posible porque había que añadirle un ducto que cuesta mucho dinero. Y también, como funciona con fuego y gas, hay que tener mucho cuidado, y el sitio debe brindar las máximas garantías de seguridad, por lo que no tuvieron más remedio que enfrentar la aventura de trasladarla a Montevideo y las implicancias de conseguir una autoelevadora, además de tener que traer técnicos de Brasil para que instalarla y encenderla. Finalmente la máquina quedó pronta en el local de la calle Ituzaingó el día 13 de febrero de 2019, justo un año después de haber llegado al país.Dahiana recalca que el tostado es una de las variables principales en el proceso de elaboración del café de especialidad. Es el momento en el que se define cómo va a quedar el café, cuáles son los aspectos del producto que se desarrollarán y realzarán. Aunque se tenga el mismo grano, de la misma cosecha, un tostado correcto permite extraer lo mejor del café, pero uno mal realizado puede tirar por la borda todo el resto del trabajo. Y que ocurra una cosa o la otra depende en gran medida del maestro tostador. En este sentido Dahiana siente que aprende cada día, que cada café le enseña a desarrollar el producto mejor. Por eso, insiste en que, si bien existe la posibilidad de tercerizar el tostado y dedicarse simplemente a la preparación y a la venta de la infusión es posible, para ella delegar esa parte del proceso, decirle “no” a la tostadora, significaría “tirar abajo un sueño”, sería desvirtuar el sueño de brindar el “mejor café”, un café único.Todo esto se logra con la experiencia, entrenando la vista, el olfato, el oído y el paladar; y en los maestros tostadores, el paladar es memoria. Cada uno sabe y debe saber que quiere brindar en la taza. El oído también es importante porque hay un momento durante el tueste en que los granos de café comienzan a hacer un sonido tipo “crack”, similar al del maíz al cocinarlo (pop). Esto se debe al calor que va generando el café desde dentro y hace que el grano se expanda. Una vez que el sonido finaliza, el tostador o tostadora decide en qué momento terminar el proceso de tueste, dependiendo de lo que quiera lograr en el café; desde el color, los aromas, amargores, etc. Y cada café, además, tiene su punto justo.


Causa sorpresa saber que con el café de especialidad, de alta calidad, se logran tuestes más claros, que permiten disfrutar más la cata y los aromas, lo que dajará boquiabierto a más de un lector neófito que tenga la idea de que el café debe ser negro, y cuánto más negro mejor.Pues bien, ahora con el perfeccionamiento de los profesionales en el café de especialidad, sabemos que eso se debía simplemente a que los granos de café que se comercializaban en el país eran de mala calidad. Ejemplo de ello lo era el “café glaseado”, que no es otra cosa que un grano de café de baja calidad recubierto de azúcar quemada. Eso era lo que le daba un un color oscuro, y un amargor que hacía imposible beberlo sin azúcar. Dahiana entiende que reeducar en el consumo de café es un camino duro, que implica muchas veces el trato personal, persona por persona, explicando las características del café de especialidad, sus variedades y por qué consumirlo. Claro que existe el riesgo de que se abran cafeterías, como está ocurriendo, con el nombre de café de especialidad, pero que no lo son tanto sino que siguen usando el café comercial. Tal vez por eso no desaprovecha el momento para recordar que el café de especialidad, para calificar como tal, debe obtener al menos 80 puntos en 100 según la calificación de la Speciality Coffee Association of America (SCAA).

 

 

THE LAB COFFEE ROASTERS



Desde su exterior de elegante casa de dos pisos y hasta por su propio nombre -THE LAB COFFEE ROASTERS- anticipa un modelo diferente de tomar café. Que no se trata de un café tradicional, de esos que existieron y aún existen por centenares en Montevideo, sino de una moderna cafetería que tiene varias y diferenciadas sucursales en distintos barrios de la ciudad.
La casa principal, en la que entrevistamos a Verónica Leyton, la propietaria, una joven ejecutiva, está ubicada en el barrio de Punta Carretas, esquina de Ellauri y Tabaré.  Frente por frente al café y bar Tabaré y equidistante a media cuadra por lado de dos instituciones señeras que le confieren un aire cultural a una zona típicamente residencial: el Museo Zorrilla de San Martín y el Círculo de Bellas Artes.
Pero The Lab, pese a su sofisticado aspecto, presenta una filosofía propia y ofrece un servicio de calidad en que el café resulta la estrella. Un café “de especialidad” que, siguiendo una tendencia cada vez más asentada en nuestro país, hoy llega a los paladares cafeteros ya sea en preparaciones elaboradas a cargo de baristas profesionales, o para llevar y consumir en casa.Durante el año 2018 el café de especialidad tuvo su punto más alto de popularidad en Uruguay. Pero para ofrecerlo no basta con abrir un establecimiento y vender la infusión. Porque la sofisticación en torno suyo exige algunas características en los emprendedores del rubro: que sean apasionados del buen café, hayan viajado y se hayan profesionalizado en el tema. Sin embargo debemos remontarnos al año 2014 para entender la historia y la trayectoria de The Lab, la cual comenzó mucho antes de que nuestra entrevistada pusiera la primera taza de café sobre la mesa. Primero tuvo que iniciarse ella misma, aun siendo muy joven, cuando probó lo que se llama la “first cup”, la primera taza de café de especialidad, que para ella es “camino sin retorno” en lo que refiere a la percepción del café. Este primer contacto lo dio en el extranjero, cuando visitaba a su hermano radicado en El Salvador, país centroamericano productor de café por excelencia. Más adelante le siguieron viajes y visitas a modernas cafeterías de varias ciudades del mundo, lo que le despertaba una expectativa que de alguna manera se veía opacada cuando regresaba al Uruguay y no encontraba ni café de alta calidad, ni establecimientos con el perfil que buscaba. Así comenzaron las conversaciones con su hermano sobre la posibilidad de realizar un emprendimiento en nuestro país. Pero para poder encaminar una cafetería y tostaduría de especialidad era necesario acceder a café de alta calidad, tostarlo fresco y con máquinas de alta gama, además de contar con personal entrenado para eso. Y en Uruguay en ese momento, no había ninguna de esas cosas.Por eso, todo el trabajo previo a la apertura de The Lab Coffee Roasters consistió en seleccionar a los proveedores de café verde, importar el café y las tostadoras, entre otras cosas. Pero previamente Verónica comprendió la necesidad de capacitarse en el negocio de la cafetería, transformarse ella misma en una barista y tostadora profesional. Para eso viajó a El Salvador donde estudió barismo, tostaduría, métodos de extracción del café y latte art (es decir, el arte que practican los baristas de crear diseños con la leche en la superficie de los expresos).
Recién entonces abrió un primer local en Ciudad Vieja, en la Calle Sarandí; en un momento donde la otra única tostaduría y cafetería de especialidad era La Madriguera. En realidad era un local pequeño dentro de otro más grande, y con el crecimiento del proyecto pronto fue necesario mudarse a un sitio más espacioso, a un coqueto local sobre la Peatonal Sarandí 285, entre Colón y Pérez Castellano. Le siguieron un local en Pocitos, calle Luis Alberto de Herrera esquina Echevarriarza, otro en el Cordón, compartiendo local con la librería “Libros del Parque” en la calle Constituyente 2046 entre Blanes y Jackson en una interesante propuesta de libros para niños, otro en el Parque Rodó al costado del Museo de Artes Visuales y finalmente, hace un año, el de Punta Carretas, calle  Ellauri esquina Tabaré donde transcurrió la entrevista. En el amplio despacho y a su espalda, se dibuja sobre toda la pared un esquema referido a los 6 pasos que debe cumplir un buen café desde la planta hasta la taza.

Cuadro de texto: 1- Siembra  Donde, como y qué cafés se plantan.    2- Cosecha  Seleccionar uno a uno los granos en su punto justo    3- Proceso  Lavado, semi lavado o natural    4- Tostado  Claro y atrevido  Oscuro y con carácter    5- Molienda  Eligiendo la más adecuada para cada tipo de extracción    6- Extracción  Ya sea prensa, expresso o filtrado, lo importante es DISFRUTARLO.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Actualmente Verónica, SU HERMANO Y SU MADRE  son socios en The Lab ocupándose de diferentes tareas. Desde El Salvador, donde vive, su hermano se ocupa de exportaciones e importaciones, contacto con proveedores y fincas de café, su madre atiende el área más comercial y Verónica como especialista en café, se encarga de tostarlo ella misma, supervisando el trabajo de los baristas y decidiendo el tipo de café a importar cada.La última sucursal en instalarse, a fines de 2018, fue la de Punta Carretas, con un horario que se extiende desde las 7:30 de la mañana hasta las 22:00 hs. De todos los locales es el que abre más temprano, apuntando a captar al público madrugador que quiere desayunar o pasar por un café antes de irse a estudiar o trabajar. A generar un cambio que haga atractivo no solo el horario de la merienda, como es la costumbre en Uruguay, sino también el del desayuno. De alguna manera, tal como ocurría con los tradicionales cafés y bares Montevideanos, donde pasar por un capuchino o un sándwich caliente antes de comenzar las labores cotidianas, era un hábito frecuente en los parroquianos.Un emprendimiento en torno al café de especialidad amerita una actitud de vida. Una suerte de filosofía porque la esencia de este movimiento o tendencia va mucho más allá del negocio, sustentándose en valores como la responsabilidad social y la conciencia de consumo. Esto se ve reflejado en varios aspectos que hacen a la filosofía de The Lab, donde el buen café es el protagonista de todo el servicio.Verónica sostiene que sin perder la esencia de cada lugar, “The Lab” ha tendido a adaptarse a los locales donde se instalaron, y no que el local tuviera que adaptarse a ellos. Valorar lo que se está recibiendo tal como lo hacen con el café. Así fue con la casona ubicada en Punta Carretas, que está a punto de cumplir 100 años. Desde que decidieron instalarse allí se resolvió no hacer demasiados cambios, y mezclar lo viejo con lo nuevo. En ese sentido se mantuvieron los pisos, ventanas, puertas y escaleras de madera originales. Los muebles fueron hechos a medida para la casa, gran parte de ellos antiguos y restaurados. Y se trató de acondicionar los espacios de manera diferenciada, según las necesidades de cada tipo de cliente. Al frente, el patio exterior cuenta con mesas y sillas donde el verano permite disfrutar de cálidas tardes. Ingresando a la derecha se encuentra la cocina, algunas otras sillas y mesas, y un ejemplar de La Marzocco, una máquina italiana de expreso hecha a mano, que enamoró a Verónica durante sus viajes y que hoy utilizan en todos sus locales. A la izquierda se encuentra otra salita más amplia con mesas y sillas, y bajando las escaleras un subsuelo también abierto al público, pero con un estilo totalmente diferente. Sillas más modernas, sillones, paredes rústicas y luz más tenue que en los pisos superiores. Además hay una estantería con libros, juegos de caja y ajedrez, que buscan hacer del establecimiento no solo un local gastronómico sino cultural, e invitar al público a permanecer en él.Mientras realizábamos la entrevista, nos ofrecieron prepararnos un café de especialidad con alguno de los métodos tradicionales de extracción. El barista se acercó a la mesa y realizó todo el proceso mientras Verónica explicaba cada uno de los pasos. Así es como se hace con cada uno de los clientes, la extracción se realiza en las mesas para cumplir con otra de las premisas fundamentales del café de especialidad que es la de educar, no solo en conocimiento sino al paladar, y generar cultura.
A su vez se entrega lo que se llaman “notas de cata”, con la información del blend de estación, en este caso el blend de verano. El blend es un café que incluye materias primas de más de un origen, y las notas de cata informan qué características tiene el café que se va a consumir. De esa manera los clientes saben lo que están tomando y además empiezan a identificar los diferentes sabores.
Y es que más allá de la venta de café, el cliente forma una parte cada vez más activa de este nuevo universo cafetero. Esto se ve reflejado en el interés de las personas por aprender del tema, en la compra de métodos de extracción domésticos y de café de especialidad para preparar en casa, e incluso en la realización de cursos, no necesariamente para trabajar o ser un profesional en el tema, sino también como pasatiempo y para poder satisfacer los propios caprichos cafeteros.

De hecho, el universo del café de especialidad ha ido a lo largo de los años tomando dimensiones sin precedentes y una gran versatilidad. En distintos países se realizan exposiciones sobre el tema, competencias y campeonatos mundiales específicos de latte art, de barismo, de tostaduría, de métodos, e incluso de cada uno de los métodos en concreto, por ejemplo, competencias puntuales de AeroPress.

 

 

BOLICHES, CORAZÓN DEL BARRIO



En el presente capítulo nos referiremos al rescate y revalorización de la memoria de los cafés y bares de Montevideo a través de un programa de televisión. Nos referimos a BOLICHES, CORAZÓN DEL BARRIO, emitido por Canal 10 desde 2013 a 2018 bajo la conducción del periodista Marcelo  Fernández.
La idea partió del gerente comercial de Canal 10 en ese momento, Pedro Salord, quien se inspiró en el libro Boliches montevideanos: bares y cafés en la memoria de la ciudad, editado por Banda Oriental en el año 2005. El libro se basaba en fotografías originales de varios cafés tomadas por los fotógrafos Leo Barizzoni y Carlos Contrera, y con textos del escritor Mario Delgado Aparaín y del arquitecto Nery González.
En base al éxito editorial, que logró poner el tema sobre el tapete y encender la llama de la alarma por la paulatina desaparición de estos puntos de encuentro tan típicos y necesarios en la cultura uruguaya, se planificó de televisión bajo el título de BOLICHES, CORAZÓN DEL BARRIO. El mismo consistió en la visita a determinados establecimientos (cafés o bares) emblemáticos por su trayectoria o por los personajes que los frecuentaban. Así durante cinco temporadas (años 2013 a 2018, salvo el año 2017) se realizaron visitas y entrevistas en los propios boliches ya sea desde una de las mesas o frente a mostradores de distintos cafés. Se recogieron anécdotas de clientes, se recibieron testimonios y se habló con muchos personajes que hasta formaban parte del estaño o de las mesas de mármol de tanto que las habían frecuentado. Para conocer sobre el programa televisivo, su desarrollo y sus consecuencias entrevistamos a su conductor, el periodista y abogado Marcelo Fernández. El encuentro tuvo lugar en su despacho como director de comunicaciones de ASSE, fuera del horario de trabajo. Con poco tiempo, pero buena disposición, comenzó a relatarnos los orígenes del programa BOLICHES, sus impresiones respecto a los distintos establecimientos, a los entrevistados, y a su propia trayectoria bolichera.
Respecto al nombre del programa, Fernández confesó que se eligió el término boliche como sinónimo y por ser más llamativo y convocante que los de café o bar y también atendiendo al inolvidable tango de Tito Cabano (1918-1988), UN BOLICHE, que compuso en 1983. Y tomando en cuenta el concepto de barrio, los distintos barrios de la ciudad, para los que el café fue un centro de reunión y un lugar donde se impartía cultura y hasta ayuda y colaboración hacia los vecinos. Ejemplo de la cultura colaborativa y participativa es precisamente el Club Tito Borjas del Cerro, uno de los barrios con más identidad entre los montevideanos, opina Fernández; de esos que generan el orgullo de “golpearse el pecho” y decir “soy de Cerro”.  
Walter “Polvorita” VÁZQUEZ, cocinero del club, brindó Uno de los personajes más pintorescos, brindó su testimonio para el programa televisivo. Polvorita, con su particular forma de expresarse, hizo referencia a su amor por el barrio afirmando: “a mí me sacan del Cerro y al otro día me muero. Pero no lo digo en sentido figurado, de verdad, ¡yo me muero!”.
Marcelo Fernández habló también de sí mismo y su vinculación con el tema. Oriundo de Brazo Oriental, ingresó a la Facultad de Derecho con 17 años y egresó recibido de abogado. Si bien tenía al Sportman frente a la Universidad, él y sus compañeros eran hinchas del Bar Universitario ubicado en la calle Guayabos y Eduardo Acevedo, más conocido como “El Uni”. Este bar, como tantos, era regenteado por un gallego y lo fue posteriormente por su hijo, Fernando Terrazo.
Junto al Uni se encontraba el local de ensayo de la murga universitaria “No hay derecho”, de la que participaba Fernández, quien reconoce que siempre fue “muy del carnaval”, y el boliche con el carnaval “se llevaban de la mano”.
Al Uni iban tanto profesores como alumnos, en una época muy fermental desde el punto de vista político, a finales de la dictadura. Otro motivo, dice, para pasarse hasta las cuatro o cinco de la mañana “arreglando el mundo, porque el boliche es el lugar ideal para arreglar el mundo”. Aunque expresa que traducirlo a la realidad ya es más complicado, “pero adentro de los boliches, es un mundo ideal”.
Paradójicamente, el Uni vio encender los focos televisivos y tiempo después apagó los suyos propios cerrando sus puertas. 
Años más tarde, la rutina carnavalera lo llevó al bar que considera su predilecto actualmente, el Ponte Vecchio; para los amigos el Ponte, ubicado en Rivera y Brito del Pino. Un sitio de público fundamentalmente carnavalero, pero donde las mesas “arden hablando de lo que venga”.
El bar y almacén El Volcán fue otro de los elegidos para rescatar sus anécdotas frente a las cámaras, el último día en que abría sus puertas al público.
Marcelo Fernández recuerda en tono jocoso el tamaño de la vieja heladera de puertas de madera que se encontraba en El Volcán, y que por sus dimensiones hacía parecer que primero estuvo la heladera, y luego se construyó todo alrededor.
Como tantos otros, fue gestionado por un matrimonio gallego, Daría y Manolo, que arribaron a Uruguay en la década de 1950 y desde entonces no tomaron vacaciones ni habían podido regresar a España. 
Finalmente, una vez jubilados y cerradas las puertas de El Volcán en el año 2013, volvieron a visitar su Galicia natal. Su historia refleja la de tantos españoles que desembarcaron en nuestro país a mediados del siglo XX, con un espíritu de trabajo inquebrantable. 
La finalidad del artículo fue el rescate de historias y anécdotas de un Montevideo que se está transformando. En este sentido, Fernández siempre tuvo por cierto que los cafés, los boliches, fueron verdaderas escuelas de vida, lugares donde se enseñaba y se aprendía, donde los jóvenes que no habían tenido la oportunidad de educarse, e incluso aquellos que sí pudieron, como él, podían aprender muchas cosas escuchando a los mayores.
Por aquel entonces los boliches y bares efectivamente eran el corazón del barrio, y por allí pasaba todo lo que ocurría en él. Los vecinos se enteraban de quién se había enfermado, casado o fallecido. El dueño o bolichero, muchas veces era el confidente, asesor y hasta sicólogo, el primero en recibir las buenas y malas noticias.
De alguna manera a Fernández le angustia apena el cierre de muchos de estos lugares, porque representa la pérdida de ciertos valores de nuestra sociedad. En los boliches se vivían normas de conducta, se trasmitían valores que caracterizaron a toda una época. 
De todos modos entiende que, aunque ya no son el corazón del barrio, aquellos que aún subsisten siguen cumpliendo una importante función social, la de mantener la tradición de la charla y encuentro cara a cara.
Entre ellos destaca especialmente al Andorra, “un prototipo de boliche, con una barra de mármol donde la gente iba a tomarse su grapita”. Este local de mediados de 1950, “se venía abajo” como tantos. Pero en la actualidad es gestionado por un grupo de jóvenes que lo revitalizaron como centro de reunión. 
Recuerda también a otro de los protagonistas del programa, uno de los establecimientos más nuevos, pero también más viejos, como él lo describe, el Primuseum. Esa aparente contradicción no es tal, ya que es uno de los bares más recientes en cuanto a su apertura, pero se ubica en una antigua casona en la esquina de Washington y Pérez Castellanos en plena Ciudad Vieja, y además de restaurant, en su interior es un Museo del Primus.
Otro de los supervivientes, donde a la gente joven le “encanta estirar las madrugadas”, dice, es Las Flores en la calle Bulevar España. En esas noches no existen los celulares, allí la gente se reúne por el puro placer de charlar, de enterarse cómo andan los demás y de seguir encontrándose. 
La razón de por qué algunos boliches, bares y cafés permanecen, mientras que tantos otros han cerrado, no tiene una única explicación. De lo que está convencido Fernández es de que no tiene sentido seguir lamentándose para que no cierren más boliches, ni pensando que aquellos viejos tiempos van a volver. Simplemente, para que no ya no cierren, hay que seguir visitando y encontrándose en los que aún existen.  


EL BARISTA

En este capítulo, además de referirnos a la evolución en las costumbres que ha llevado al cierre de muchos cafés que pueden llamarse tradicionales, pondremos el acento en los nuevos paradigmas que han motivado la apertura de locales más pequeños, dirigidos a un público cafetero más entendido y, en consecuencia, más exigente en cuanto a la calidad, gusto y presentación del producto. La “revolución” cafetera, tercera ola o café de especialidad ha supuesto la aparición de nuevos personajes en el proceso: el TOSTADOR (el que lo trae y lo tuesta), el BARISTA (el que lo prepara) y un nuevo tipo de PÚBLICO, más joven, culto y conocedor del producto. Para tener una visión desde dentro decidí empezar por el BARISTA y en tal sentido entrevistar a Raúl Martirené, uno de los protagonistas del cambio. Hombre de mediana edad, montevideano, barman, barista y docente del tema.
El encuentro fue en el Instituto de Turismo y Hotelería del Uruguay, donde se desempeña como profesor desde hace un año y medio. También da clases en el Cocktail Club desde hace tiempo y recientemente ha recibido el título de Barista (SCA) nivel 2. Espíritu inquieto, abierto a nuevos conocimientos y atento observador del medio que lo rodea, pasó 23 años de su vida como Barman profesional -técnicamente preparador de cocktails y bebidas- hasta que empezó a querer incluir el café como ingrediente en las preparaciones. Como había poco material para nuevas recetas en el medio recurrió a internet y de golpe se abrió ante sus ojos todo un mundo lleno de café para investigar. 
En la alternativa decidió irse a Buenos Aires, que estaba mucho más desarrollado en el tema, y al regreso se dio cuenta que había mucho para hacer entre nosotros, que recién estábamos en los comienzos de la revolución cafetera.

Es que el café como bebida experimentó grandes cambios en el mundo en los últimos 40 años. Apareció una “cultura del café” que creció en Europa y Estados Unidos mientras que en Uruguay seguimos aferrados a los viejos y tradicionales cafés como el Monteverde, de Arenal Grande y Rivera. Y al mismo tiempo nos lamentamos de paulatino cierre de dichos establecimientos, que no tomaron conciencia de que los tiempos han cambiado y soplan aires renovadores. El café como bebida es muy versátil, así que puede considerarse desde un doble ángulo: del lado de su incorporación dentro de los ingredientes de los cocktails como el Expreso Martini o el Irish Cofee, de gran aceptación, y el llamado “café de especialidad”, el café por el café mismo en que la preparación de los granos del tostador se conjuga con la habilidad del barista para ofrecer el mejor sabor. 

Otro elemento a tener en cuenta es que en el Uruguay de los últimos años la gente se ha ido aggiornando. Muchos uruguayos viajeros se fueron acostumbrado a los cafés de calidad en Europa e incluso en Buenos Aires donde existen varios ejemplos. Y también influyeron las cadenas internacionales de cafeterías como Starbruks, que ya empezaron a instalarse en el medio.
El punto mas flojo es el desarrollo del barista, el que trabaja la máquina. El barista de hoy es muy distinto del de hace 10 años. Antes la transmisión de conocimiento era oral. Uno empezaba como mozo y de a poco le iban enseñando a poner una medida de café en la máquina y luego a apretar el botón. Por supuesto que esto no es suficiente hoy, se necesitan muchos más conocimientos, el barista tiene que estar preparado para hacer un buen expresso, un buen ristretto, saber lo que es un americano, es decir conocer de granos y saber diferenciar un buen café de uno malo. Pero también necesita saber de tés, tener conocimientos de chocolate y de cacao. Pero también necesita saber insertarse en el medio gastronómico porque el barista debe ser una pieza más de un puzzle para poder ofrecer un buen servicio al cliente. La profesión de barista recién está apareciendo en Uruguay, tiene que ser como la del chef.

MARTIRINÉ tiene una visión global y completa de la gastronomía. Esta no vende hoy en día platos ni vende café, lo que vende son experiencias. Cuando uno va a un lugar la última sensación que se lleva es como lo pasó, como lo hicieron pasar. No importa tanto si estaba rica la comida o la bebida sino como lo trataron, que recuerdo se lleva. Y para MARTIRINÉ el barista, el que prepara el café es el actor de esta última experiencia porque toda buena comida debe terminar con un buen café. Y de ahí el rol fundamental de las nuevas cafeterías. El barista tiene que estar bien elegido, tiene que embanderarse en generarle mayor cultura cafetera a quien llega al lugar. Si quien va a una cafetería se lleva una explicación sobre lo que es el café y la mejor forma de preparación, ese cliente se va a volver un propagandista del lugar para ir creando una mayor cultura del café. Insiste en que en las modernas cafeterías, a diferencia de lo que pasaba en los antiguos cafés, los servicios son en la barra. Antes el mozo iba a la mesa a recibir el pedido y luego se lo lleva al cliente. En cambio ahora el que va a la barra es el cliente a pedir su café. Y entonces el barista puede aportarle algo, explicarle sobre y cómo del café. Es fundamental para crear esa cultura del café y para generar algo que es fundamental en cualquier lugar gastronómico como es la fidelización. Si se le cuenta al cliente algo sobre el café y se le explica sobre la preparación que le gusta, se crea una cierta fidelización, es decir que va a volver. Y no vendrá solo sino que invitará o traerá a sus familiares, amigos y compañeros de trabajo. En resumidas cuentas generará más cultura cafetera.
Esta revolución debe comenzar por el lado de los jóvenes, de entre 25 y 30 años. A una persona mayor, acostumbrada a tomar un café 

tradicional desde hace 40 años en un bar típico no se le puede servir de golpe un expresso al estilo italiano porque no lo va a entender, no le va a gustar, acostumbrado como estaba al gusto anterior. Diferente el caso del joven que se adaptará más rápidamente.

Otro elemento a tener en cuenta en los cafés siglo XXI es la presentación: mejores tazas, mejores platos, una mejor cucharita. La presentación del café tiene que ser visualmente atractiva, lo primero que uno se lleva es el efecto visual. Además hay que prestar atención al conocimiento de la trazabilidad del café, es decir la historia del grano, su procedencia, su acidez, su gusto, su perfume. Y otro aspecto a considerar es la referencia a la economía colaborativa, por ejemplo el café Nómade comparte alquiler con la empresa tostadora MVD Roasters. La economía colaborativa es también algo característico y se comparten locales y procesos con negocios complementarios como librerías y negocios semejantes. Y por último otro elemento, tan importante como los otros para desarrollar en largas y detenidas charlas de café: la tendencia general en el mundo de que el cliente esté muy poco tiempo en el local. Entra, se acerca a la barra, pide el café, lo toma y se va para continuar con sus tareas. No resulta rentable para los nuevos cafés la modalidad tradicional de sentarse en una mesa rodeado de amigos y quedarse horas tomando café. Cambiaron los tiempos, las cafeterías modernas, acuciadas por el presupuesto, necesitan de rápida reposición de clientela. De esta manera el cliente moderno puede concurrir dos o tres veces a la cafetería: va de mañana para el expreso rápido antes de entrar al trabajo, pero luego capaz que a la tarde vuelve para tomarse un latte porque está merendando y capaz que de noche, durante una salida, puede volver a tomarse un Expresso Martini. Entonces aumentarán las oportunidades de consumo de consumo del café en una industria que es ya la número dos en el mundo.
Martirené, en resumidas cuentas, lo define con las siguientes palabras: “En el café tradicional la gente iba a leer el diario, porque antes había tiempo para leer el diario, a comer bizcochos y a tomar un café o un cortado y tal vez a mirar el informativo del mediodía... hoy ya no tenemos ese tiempo y por eso los bares tradicionales fueron desapareciendo. El nuevo cliente, el joven, no tiene tiempo de ir al café a tomarse un cafecito”.

 

 

LA TERCERA OLA DEL CAFÉ


Mientras que en los países del Rio de la Plata –y en todos los tradicionalmente cafeteros- han empezado a desaparecer los cafés y bares tradicionales, cerrando sus puertas frente a nuevas realidades, comenzó por otro lado un movimiento tendiente a revalorizar el café como bebida en sí misma, modernizar los locales de venta y las formas de consumición. Con lo que vuelve a quedar demostrado que en la vida social nada desaparece sino que todo se transforma.
Este cambio, casi revolucionario en algunos casos, abarca lo que se denomina “la tercera ola” en la evolución del café. Después de estudiar unos cuantos casos y concurrir a algunos negocios del nuevo estilo que se abrieron recientemente en Montevideo, resolvimos plantear el tema y escribir una serie de artículos sobre ellos. Y, por supuesto que dejando la puerta abierta para la aparición de las nuevas modalidades y  los renovados locales que seguramente se abrirán, puesto que en los temas sociales con intereses comerciales cualquier artículo que se escriba hoy será tan solo un mojón en el camino.
Puesto que los propulsores del café de especialidad hablan de tres olas o momentos en la evolución del producto, vamos a empezar por el principio. La primera, la de la popularización del consumo, comenzó hacia fines del siglo XIX, cuando se planteó como negocio a nivel masivo para el consumo en el hogar. Desde entonces se levantaron voces de advertencia  porque la producción masiva terminaba por ir en detrimento de la calidad del producto. Vino después la que se denomina segunda ola, sobre la década de 1970, con la finalidad de mejorar la presentación y apostar por mejorar la calidad brindando datos el origen y la procedencia del café, el mejoramiento del proceso de tostado y forma de servirlo. Se promovía la bebida como experiencia, para beberlo por sí mismo y fue entonces que se empezó a hablar del concepto de café de especialidad. Aparecieron nombres señalados y empresas identificadas con una política de calidad como la firma Starbucks, uno de los principales precursores.
Y la tercera ola del café representa un movimiento para ofrecer y consumir un producto de calidad. Se lo procesa en forma artesanal dentro de un proceso semejante al de otros productos revalorizados como el vino, la cerveza, el té y la miel. Esta actitud supone de sus mejoras en la producción, en la cosecha del grano, en el procesado, la importación, el tostado y en la aparición de nuevos sistemas técnicos de preparación. El concepto de tercera ola fue acuñado por el barista norteamericano Timothy Castle en referencia al criterio de la calidad y en paralelo con la aparición de los micro tostadores y las pequeñas empresas dedicadas al servicio. Claro que el concepto va más allá y pone el énfasis en la transparencia de la industria para ofrecer al consumidor detalles de la trazabilidad y del procesado del grano, un poco con el slogan de ofrecerlo “de la finca a la taza”.
En esta búsqueda de nuevas modalidades han surgido personajes de relevancia en el proceso: los COFFEE HUNTERS, expertos del tipo sommelier que se dedican a recorrer las distintas regiones del mundo en procura de obtener los mejores granos. Estudian los lugares, los suelos, las temperaturas, las lluvias y las alturas porque las condiciones climáticas suelen modificar el sabor y la textura del grano y eventualmente de su sabor. Y el otro personaje importante, ubicado en el extremo de la cadena, es el BARISTA, el experto preparador del café, el que sabe sacarle los secretos y los gustos y domina los secretos de la mezcla en pos del sabor preferido del cliente.
En relación al café de especialidad se busca priorizar la bebida, respetarla y darle la jerarquía que merece. A continuación vayan algunas nociones para entender el fenómeno:
El tema está centrado en la alta calidad del producto en todas las etapas de elaboración. El grano, una vez molido, debe reunir 80 puntos sobre 100 según un grado de valoración de varios ítems para alcanzar el grado de especialización. De allí que se han abierto nuevos locales en los que la clientela busca el café como producto en sí y no tanto como un lugar para reunirse y conversar con los amigos. Aunque lo ideal son las dos cosas. Se trata de una clientela exigente y conocedora, que pretende información sobre la trazabilidad del producto en cada una de sus etapas.
Dentro del proceso debemos considerar aspectos: 1) la existencia de empresas tostadoras y locales donde se sirve el café, 2) locales dedicados a la venta del producto empaquetado y 3) la fabricación de máquinas para el procesamiento en sus distintas formas, muchas de ellas de uso doméstico, con lo cual la “la especialidad” se adentra en las casas y y propende al consumo hogareño.
Otro aspecto a tener en cuenta refiere a la “economía colaborativa”, lo que lleva a compartir un local con negocios afines como una farmacia, un teatro o una librería. En tal sentido iremos escribiendo artículos sobre la Farmacia Café, el cáfe Nómade, La Madriguera, el Cafetto Prado, entre otros.

Café de especialidad: es un grano seleccionado manualmente, que se tuesta y manipula de manera artesanal para lograr diferentes sabores y aromas.
Personajes importantes del proceso, los baristas utilizan distintos métodos para prepararlo. Pero también se fomenta el uso doméstico a través de máquinas como la prensa francesa, la italiana, la máquina de expreso, el sifón, el aero press o el V60.

 

LOS HERMANOS SAN ROMÁN 
DE NIGRÁN A MONTEVIDEO

Muchas de las investigaciones sobre la historia de los cafés montevideanos me depararon gratas sorpresas y hasta desembocaron en contactos de ultramar. Tal el referente a los hermanos Severino y Francisco San Román, Emperador y Rey delos Cafeteros, respectivamente, propietarios de los famosos cafés AL POLO BAMBA y AL TUPÍ NAMBÁ - y al sobrino Casiano Estevez San Román, socio del Nuevo Tupí Nambá, gracias a la investigación llevada a cabo por la joven periodista María Villar, del diario “Faro de Vigo”, decano de la prensa gallega. En julio de 2013, después que la nombrada hiciera una visita al cementerio de Camos, Nigrán, quedó sorprendida por la leyenda escrita sobre uno de los panteones más lujosos de la necrópolis. En realidad no era la primera vez que concurría pero nunca antes había reparado en el extraño epitafio que apenas sobresalía entre el descuido del follaje: “Francisco San Román Valverde y Casiano Estévez San Román al regresar a Camos, tierra bendita que les viera nacer, desde Montevideo, en la República Oriental del Uruguay, en donde residieron trabajando honradamente con la ayuda de Dios, como socios de la casa comercial café Tupi-Namba, desde mayo de 1889 hasta junio de 1911,hicieron levantar este modesto mausoleo destinado a guardar, decorosa y perpetuamente, las sagradas cenizas los autores de sus días"
Ante lo extraño del mensaje sintió activarse su olfato periodístico por intuir una historia interesante. Porque un panteón poco cuidado y una leyenda medio borrada por los años que hablaba de un lugar allende el Atlántico, bien que despertó su curiosidad y le hizo latir el pulso. Otros artículos de su autoría habían ya comenzado con un primigenio soplo de inspiración como este, y bien que sabía lo conveniente de prestar oídos a su intuición. Como primera medida empezó por ubicar a la familia de los titulares del panteón que quedaban con vida: Doña Zoraida Estevez, sobrina nieta de Franciso y Severino y parienta más lejana de los San Román, la recibió con 96 años lúcidos y tras de ellas su hija, su nieta y aún la bisnieta. Lamentablemente doña Zoraida solo pudo proporcionar vagos y borrosos recuerdos de sus visitas a Galicia, pero en compensación, a través de un sobrino emparentado a su vez con Casiano Estévez, le brindó la sorpresa de un álbum que contenía media docena de fotos, alguna de ellas del interior de un gigantesco local, que al dorso lucía la leyenda: “Café Tupí Nambá. Montevideo, Uruguay” y, fruto de más indagaciones, otra de un elegante señor de pelo blanco y mirada franca con identificación al dorso como “Francisco San Román, el Rey de los Cafeteros. Por supuesto que la magnificencia del local, la extraña y lejana circunstancia de una capital sudamericana y la apostura del personaje volvieron a incentivar su curiosidad, fundamentalmente porque el personaje había recibido en apoteósica ceremonia el apodo de Rey del café. Y por añadidura el hecho de que la parroquia de Camos, comarca de Val Miñor, no tuviera noticias de hijos tan dilectos. Como segundo pasó dio a buscar en la Hemeroteca del “Faro de Vigo”, diario con el que colaboraba, hasta encontrar algunos artículos que le permitieran comenzar el rastreo de la historia. Para su sorpresa se encontró con que Severino y Francisco San Román, paisanos de Nigrán como ella misma, habían emigrado a mediados del siglo XIX hasta el Uruguay, un lejano país de Sudamérica, donde luego de algunos años de trabajo habían instalado dos lujosos cafés, primero el POLO BAMBA y luego el TUPÍ NAMBÁ, uno de cada uno de ellos y ambos de nombres curiosos. Y que, si bien habían ido con las manos vacíos lograron con esfuerzo y dedicación ganarse “las Américas” (así en plural como se dice en Galicia), volviéndose el segundo un hombre tan rico como famoso y ambos referentes en la sociedad de adopción. Y que Francisco San Román y su sobrino Estevez inauguraron en 1926 el TUPI NUEVO, un establecimiento de café llegó a ser considerado el más lujoso de Sudamérica. 
Fue entonces que Villar sintió la necesidad de trascender fronteras y contactarse con quienes hubieran investigado sobre el tema en Montevideo. De ahí que se contactara conmigo después de ubicar en internet mis trabajos sobre los cafés montevideanos -,en especial el artículo “Francisco San Román, el Rey delos Cafeteros”, que publiqué en la revista CARTA DE ESPAÑA, publicación destinada a resaltar las historias de vida y méritos de personajes de la emigración española que triunfaron en el extranjero. El contacto epistolar dio paso a una mutua amistad y sólida disposición de intercambio a través de la distancia en base a compartir la pasión de investigar. Seguimos así la carrera de Francisco San Román por ambas orillas del Atlántico, un personaje de dos mundos, de dos continentes, que con tan solo 14 años emprendió la carrera de la emigración y triunfó con todas las de la ley en la tierra de adopción. Probablemente Francisco y Severino vinieran juntos, ambos encomendados a algún pariente oamigo de la familia tal como se estilaba por aquellos tiempos. O tal vez hubieran venido junto con sus padres, opciones ambas que no hemos logrado aclarar.
María Villar tras investigar en el archivo hemeroteca del “Faro de Vigo”, logró ubicar tres breves pero interesantes referencias: I) unartículo del 1º de enero de 1908 que daba cuenta de la noticia de que los migrantes Francisco San Román y su sobrino Casiano Estevez (dueño y socio del famoso Café TUPÍ NAMBÁ de Montevideo) y don Arturo Iglesias, contador del Banco Español, habían ganado el premio gordo de la lotería uruguaya con el Nº 7194 consistente en la suma de 750.000 pesetas. La noticia resaltaba que parte de dicho premio estaría destinado a la construcción de una escuela en la localidad de Nigrán. La nota, en tono laudatorio, recordaba la frase que San Román había escrito sobre uno de los espejos del café: “El trabajo es en vano si Dios no pone la mano”. II) Otro artículo de fecha 14 de noviembre de 1926 recogía una interviú, como se llamaba entonces a las entrevistas, escrita por José F. Arriaga, un periodista gallego de paso por Montevideo, quien en setiembre de ese año decidió conocer con sus propios ojos el famoso café TUPÍ NAMBÁ (el Nuevo, sobre 18 de Julio), que había sido catalogado como un Palacio de Oriente y hablar personalmente con sus dueños. Recién abierto el café se había convertido en la sensación del momento. El periodista fue acompañado del señor Costas -que supongo sería el futuro dueño del restaurant del “Aguila”-sentándose ambos en una mesa y pidiendo un café, el cual pagaron antes de preguntar por el dueño del negocios porque Arriaga no quería que se interpretara mal la solicitud de entrevista. La entrevista, aunque breve, resulta interesante porque relata la trayectoria del propietario en Montevideo. Y III) un nuevo artículo, del 23 de abril de 1927 en el que ensalza el triunfo del compatriota a la vez que describe el café con su inmenso salón de tres pisos y sus 15 mesas de billar e incluye tres fotografías de indudable valor histórico: un retrato de Francisco San Román, una fotografía del día de la inauguración con la presencia del Presidente de la República y del Consejo de Administración y finalmente una foto que revela la magnificencia del salón. En dicho artículo el propio Francisco San Román habló de sus orígenes: Nació en la parroquia de Camos, Valle Miñor. Y el 1º de marzo de 1869, la fecha la tiene bien grabada, partio para Uruguay. A poco entró a trabajar en un café y estuvo durante 14 años en el ramo hasta que puso el café Polo Bamba en 1885. En 1888 lo traspasó a su hermano Severino, (que lo tuvo hasta que tuvo que cerrar en 1913) y en 1889 abrió otro con el nombre de Al Tupí Nambá. Soy muy conocido entre la gente “por mi elaboración de café”.
La investigación que realizamos a dos puntas, desde Camos a Montevideo y viceversa, nos permitió ir avanzando en un intercambio de artículos y de fotos inéditas para reconstruir la vida y personalidad de seres anónimos en su tierra que merecen ser valorados como los triunfadores que realmente fueron. Y de nuestra parte los datos aportados por Villar tienen indudable valor histórico por cuanto ayudan a corroborar las fechas de nacimiento y de llegada de los San Román al Uruguay, sobre las que circulaban versiones diferentes.
Fruto de esta colaboración Villar publicó en suplemento especial del “Faro de Vigo” del 30 de agosto de 2013 el articulo EL REY DE LOS CAFETEROS y, de mi parte,llevo escritos varios artículos sobre el tema y brindado conferencias al respecto.

 

SOCIEDADES RECREATIVAS

La investigación sobre los cafés y sus historias nos lleva a pensar en la necesidad más general del ser humano de reunirse en torno a una mesa para dialogar, compartir experiencias o entretenerse, muchas veces en busca del apoyo mutuo o de actividades en común. En tal sentido, los lugares para comer y beber, sellados con un buen café o alguna bebida más espirituosa, han tenido y tienen la virtud de propiciar los encuentros y fortalecer las amistades.
En este capítulo nos referiremos a las sociedades recreativas, las que surgieron y proliferaron a fines del siglo xix y principios del xx, especialmente en Montevideo y en general en localidades receptoras de inmigrantes. Se trataba de formar grupos de integración en busca de compañerismo, apoyo, buena camaradería y el relacionamiento entre las familias, muchas veces con afinidades por ocupación, lugares de procedencia o ideologías políticas o religiosas, pero con el cometido fundamental de pasarlo bien y apoyarse recíprocamente. Y también para la práctica de deportes y juegos bajo forma de clubes, los que empezaron a surgir por entonces. Era necesaria la diversión tras largas jornadas de trabajo, en tiempos en que el horario era de sol a sol y no existía el sábado inglés. Y así florecieron cientos de sociedades, de las que solo algunas han llegado hasta nuestros días.
Hemos rastreado la existencia de las sociedades recreativas a través de la prensa diaria y fundamentalmente en revistas ilustradas como La AlboradaRojo y Blanco y La Semana. En tal sentido, hemos registrado decenas de sociedades, llamando la atención los distintos y curiosos nombres que ostentaban y la cantidad de fotografías de los grupos, donde se alternaba la buena comida con sobremesa de café y cigarros y el complemento infaltable de la música.
Muchas de estas sociedades adquirían terrenos en las afueras de la ciudad —como lo eran por entonces Punta Carretas, Pocitos, Paso de las Duranas o Villa Colón— y construían edificios como sede social con mucho esfuerzo y los brazos voluntarios de los miembros. Se reunían dos o tres veces por semana, en especial en las fechas aniversario de la sociedad, del lugar donde trabajaban o del país de procedencia.
En la zona de Punta Carretas, entonces desierta, encontramos varias de estas sociedades, como la Recreativa Nacional, la Felicidad y Progreso, La Esperanza y, la más conocida, la Parva Domus (fundada en 1878 como micronación con un fin social y de entretenimiento). También algunas sociedades recreativas se reunían en los Pocitos, en especial La Enramada, llamada así en alusión a la sede con abundante sombra; otras, como la Brisa Uruguaya, en el barrio La Figurita; mientras que la Victoria se reunía en el barrio de La Teja. El barrio de Colón era otro de los lugares apartados, con fácil acceso por ferrocarril, donde tenían su sede varias sociedades, entre ellas la Nobleza Criolla, la Empleados del Paso Molino, la Esperanza del Plata, la Buen Apetito, la Hijos del Trabajo y Los Llegados de la Sierra. En el Cerrito de la Victoria funcionó durante años la sociedad Flor Uruguaya y en el barrio de La Aguada se reunía la Aguateros Unidos.
Otras sociedades recreativas estaban reunidas según las ocupaciones o tareas, como Los Marinos del Plata, Los Siete Musicales, Los 33 Unidos del Pantanoso, La Comasca (carpinteros de la región del Lago de Como, en Italia), La Colmena —que realizaba sus reuniones y aniversarios en su local de los Pocitos— y la Asociación de Dependientes. Otras fueron la Sociedad Filantrópica Cristóbal Colón, que también se reunían en grandes festejos sociales, la Sociedad Unión de Vendedores de Carne y La Nueva (profesores y empleados de la Escuela de Artes y Oficios).
Otras se reunían con fines deportivos, atendiendo la inquietud pública y privada por el ejercicio físico, es así que nacen por ejemplo el Club de Tiro y Gimnasio (1862) cuando ya había practicantes en el Café del Este o en el Bar del Potrillo. En 1868 se menciona en una publicidad a la Academia de Gimnasia, Tiro y Esgrima en el Café Massimino en la calle Río Negro n.o 38. Entre otros clubes deportivos se hallaban: el Club Nacional de Ciclistas, el Touring Club, la Unión Estudiantil, el Club Nacional de Velocipedistas, La Peñarolense (a orillas del Miguelete), la Sociedad de Gimnasia L’Avenir (1892), el Seminario Inglés-Francés, el Colegio de América del Sur, el Deutscher Gimnasio, el Liceo Montevideano, la Sociedad de Tiro y Gimnasio Montevideano (1880), el Club de Tiro Suizo, el Albion Football Club, el Circulo de Armas del Club Vascongado y el Central Uruguay Railway Cricket Club – Peñarol.
No podemos olvidarnos de las fiestas patronales, como por ejemplo las de Colón y Melilla y las romerías. Dentro de las ayudas mutuas algunos ejemplos son: Casa de Galicia (1917), Club Brasilero (1920), Club Español (1878) y Sociedad Francesa de Socorros Mutuos. También se reunían los grupos en ciertas áreas o rubros, por ejemplo, el Centro de Protección de Choferes (1909).
Había muchas más sociedades recreativas, como ser La Tranquera, El Apero, Flor Criolla, Iris, El Asador, Cabaña de los Protestantes, Sociedad Recreativa del Sud, Gozar la Vida, El Esquinazo (barrio Galicia Chico), Corré que te Chapa el Chancho (1901), Flor de la Juventud, Juvenil (barrio Paysandú), Aspirantes al Turrón (Paysandú y Minas), 10 de Noviembre (Ramírez), la Docena, 20 de Setiembre (Cerro), Los Firmes Reunidos (Buceo), Siempreviva (Manga), Aguateras (damas de la Aguada), Sociedad Bella Vista Robert Club (tenía 60 miembros) y Quo Vadis.
También habían sido creadas sociedades amigas del toreo, que luchaban contra la prohibición y defendían las corridas, por ejemplo, se organizó la sociedad Curro Cúchares, que edificó su plaza en Villa Colón.
En fin, un sin número de sociedades, dispersas por todo el país, permitieron el apego y difusión de costumbres, la confraternidad de sus miembros, el estímulo para emprender nuevos trabajos y la solidificación de nuevas familias. Siempre acompañadas con una buena comida y regadas con un café.

 

 

Café Tribunales

Sentado en una mesa del café Tribunales, en su nueva ubicación de la Plaza Independencia, me siento integrado al pulso montevideano. Son las cinco de una fría tarde de invierno y cada sorbo de café me invita a sumirme en mis pensamientos. Tomo conciencia de que nos encontramos en el costado sureste de la plaza, cerca del Pasaje Salvo, uno de los lugares con mayor tradición cafetera de la ciudad. En este mismo local abrió sus puertas durante décadas el café Armonía (cerrado por los noventa), al que nos hemos referido en entrevistas anteriores. Un café particular con mesas que asistieron a interminables partidas de ajedrez y que seguramente hayan escuchado confidencias sobre el Holocausto, puesto que solía ser lugar de encuentro de miembros de la colectividad judía llegados de Europa. Muchos de ellos tuvieron negocios en las inmediaciones y luego de jubilarse continuaron reuniéndose en el café para compartir historias y vivencias. También fue territorio de periodistas del diario La Razón y de locutores de Radio Nacional, los que se reunían en el café antes o después de sus audiciones. Después de que cerró, el lugar fue ocupado por La Pasiva, con gran suceso de público hasta el año 2008.
Linderos estuvieron los cafés Independencia y el Palace, de variada concurrencia el último ya que propiciaba espectáculos musicales con la novedad de orquestas de señoritas, tan concurridos en verano que las mesas con sombrillas invadían el pasaje y hasta la vereda, dándole un aire parisino a este recodo montevideano. Todo ello con el agregado de la vecindad del Palacio Salvo, edificio que desde 1928 se convirtió en emblema de la ciudad, con una sucursal del café Sorocabana en su planta baja —donde antes estuviera el café y confitería La Giralda—. Como vemos, un micromundo vinculado a la mejor tradición cultural y bohemia de la ciudad.
En esta y otras consideraciones me encontraba cuando se acercó la encargada y artífice de las relaciones públicas del café Tribunales. Claudia Vera, tan eficiente como joven y bonita, me había concedido una entrevista para responder al cuestionario que le había dejado días atrás. Dos eran los temas requeridos: el primero sobre los comienzos del Tribunales y el segundo sobre la modalidad del servicio y los proyectos a desarrollar en esta nueva etapa.
La primera ubicación del café abrió sus puertas en mayo de 2010 frente por frente a la Plaza Libertad en la planta baja del Palacio de los Tribunales. Un lugar estratégico en el corazón del centro de Montevideo y alguna vez el kilómetro cero de todas las rutas del país.
Se trataba de un edificio con un rico pasado en historias centenarias, construido en el año 1913 para ser sede de la compañía de seguros La Mutua. Lo distinguía una luz en la cúpula, la que recién fue superada en altura después de la inauguración del Palacio Salvo, que también contó al principio con un halo de luz para servir de referencia en la noche montevideana. La ubicación era espléndida, frente a la Suprema Corte de Justicia, palacete que había hecho construir la familia Piria para residencia particular.
Después del quiebre de la compañía La Mutua, el edificio fue adquirido por la empresa Onda (Organización Nacional de Automotores) para sus oficinas administrativas. La terminal de autobuses se convirtió en un hormiguero de gente que iba y venía, llegaba y partía a toda hora del día y de la noche. En la planta baja del edificio, además de las oficinas de venta y expedición de pasajes, se encontraba el café de la Onda, que miraba con varias ventanas hacia la calle Ibicuy, un alargado local donde los pasajeros podían aguardar sus horarios de partida o encontrarse con gente que llegaba de todos los rincones del país. Bien me acuerdo de ello por haber sido uno de mis cafés predilectos en tiempos pasados.
A principios de la década de 1990 la empresa Onda entró en crisis y el edificio pasó a poder del Estado en el año 1993 con la idea de convertirlo en oficinas del Poder Judicial para unificar muchos de los juzgados dispersos. El reciclaje se reinició en el año 2006 pensándolo como sede del Palacio de los Tribunales. El proyecto que consultamos incluía «un café cultural y de servicio a los profesionales del foro», con la particularidad de tener dos entradas, una por la Plaza Libertad y la otra por la calle San José.
La sociedad anónima que resultó concesionaria contaba con amplia experiencia en el rubro gastronómico, puesto que el socio mayoritario era propietario del restaurant El Cabildo, en la Ciudad Vieja, y del salón de eventos La Martina.
El café Tribunales, inaugurado en mayo de 2010 en su doble carácter de café y restaurante, estuvo abierto hasta principios de 2018, en que el poder judicial resolvió no renovar el arrendamiento a efectos de recuperar el local para destinarlo a nuevas oficinas.
Los dueños hubieron de salir, entonces, a buscar un nuevo local. En la alternativa visitaron distintas locaciones, tanto en la Ciudad Vieja como en el Centro. Finalmente, y haciendo gala de un sentido de buena ubicación, cambiaron un rincón de la Plaza Libertad por otro de la Plaza Independencia. Un cambio de plaza sin perder el sentido estratégico.
Como anécdota, el último inquilino del local que eligieron había sido la cervecería La Pasiva, cerrada en el año 2008. Al entrar por primera vez tuvieron la sensación de que estaba «detenido en el tiempo»: lo encontraron tal cual había cerrado, con las mesas y sillas armados y hasta la cocina con las ollas y sartenes en su lugar, como si el tiempo no hubiera transcurrido. De inmediato lo alquilaron y comenzaron las reformas. El nuevo Café Tribunales fue inaugurado el 17 de abril de 2018.
En cuanto a los servicios, continúa el doble rubro de café y restaurante, ofreciendo la posibilidad de menú rápido tipo buffet para la gente ejecutiva que dispone de un breve intervalo para almorzar.
Pero la novedad del nuevo local es el subsuelo, un amplio salón apto para fiestas, eventos y espectáculos artísticos. Ya hay programados espectáculos musicales y actuaciones de tango y música brasileña, amén de conferencias y presentaciones de libros y espectáculos artísticos. Contra la pared principal luce un hermoso mural obra de Alberto Saravia, artista conocido por las estatuas de personajes famosos que ilustran varios rincones de la ciudad.

 

EL RECREO DEL CORDÓN


         Fuera de los cafés, bares, confiterías, restaurantes y similares que existen y han existido en nuestra ciudad, debemos tomar en cuenta otro tipo de lugares de encuentro y diversión que fueron muy comunes hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Nos referimos a los Paseos, Jardines, Quintas, Recreos y/o Parques, distintos nombres con los que fueron conocidos. Estaban destinados a la concurrencia en familia, grupos de amigos, colectividades de inmigrantes o compañeros de trabajo. Lugares donde reunirse para pasar el día, disfrutar de prolongados almuerzos con postres que remataban con café y acompañaban con cigarros y alguna copa de buen cognac. Y conste que no todos estaban reservados a ricachones de abultada billetera sino que eran accesibles para la mayoría de los bolsillos, variando la calidad del servicio, por supuesto. Y en algunos casos la gente llevaba su propia comida para degustarla sobre mesas al aire libre pagando tan solo las bebidas en caso de consumirlas.
En dichos lugares, generalmente casonas rodeadas de jardines, se iba a pasar el día, porque contaban con variado tipo de entretenimientos, como carreras de sortijas y embolsados, juegos de bochas o de bolos y otros más de salón como el billar o las barajas.
Para mejor situarse en el tema veamos la evolución del entretenimiento y de los lugares de diversión a lo largo de nuestra historia. Desde la época colonial la sociedad montevideana, necesitada de diversiones populares para paliar la aburrida vida cotidiana que concurría al Paseo del Recinto, espacio libre entre las murallas y las edificaciones contra la costa del sur, para realizar sus paseos y practicar sus almuerzos campestres. Los domingos eran fiestas de romería y a la caída del sol se encendían los fogones y despertaban los tambores con que los esclavos, divididos por familias, se lanzaban al candombe hasta altas horas de la noche recordando los ritmos de la lejana África.
Pasado el tiempo, durante la Guerra Grande, el paseo predilecto de la población se orientó al abrigo de la bahía en el llamado Paseo de las Delicias, donde transcurrían los encuentros sociales y las comidas en grupos familiares. Y también en la Aguada, en la popular Quinta de las Albahacas, en la esquina de las calles Ejido y Miguelete. Allí, dentro de un bucólico panorama de plantaciones de frutas y verduras alternaban las mesas y sillas bajo los árboles, donde la gente podía merendar y los niños jugar entre ellos. Con la posibilidad final de irse de regreso con un buen surtido de vegetales frescos para toda la semana. De lo contrario desde la Quinta partían repartidores llevando a lomo de mula grandes canastas con productos. Sobre las orejas del buen equino prendías ramas de albahaca como muda propaganda del lugar. Y, como había para todos los gustos, los vecinos que no querían aventurarse fuera de la ciudad preferían concurrir al Jardín de Buero, una casa patio interior grande en la esquina de 25 de Mayo y Misiones, donde eran famosas las tortas y pasteles o tal vez a alguna “sala de ilusiones” como el Cosmorama Oriental, donde se proyectaban imágenes de distintas partes del mundo y se podían leer los diarios llegados en los barcos con noticias “frescas” de Europa y otras procedencias mientras se degustaban tés y cafés con buena repostería o bombones de la casa. Se trataba de indudables antecedentes del cinematógrafo, con lo que se demuestra que los inventos requieren de la necesidad previa del público para fructificar.
Décadas después, con el tranvía de caballitos traqueteando por las polvorientas calles y el incipiente ferrocarril acortando distancias, se pusieron de moda lugares más apartados, los llamados Recreos o Parques. Era una especie de paradores donde los mayores por un lado y los niños por otro disponían de espacio para sus diversiones. Mesas al aire libre, canastas con comidas y refrescos de todos los gustos, (el Cusenier era el más popular según los letreros de la prensa) y tés, cafés y hasta chocolate para los mayores. Muy popular lo fue la Casa de Recreo que abrió una señora francesa, Madame de Beauzemont, inaugurado en abril de 1869 “en la Vieja y elegante quinta del señor Narciso del Castillo, donde cruza el Ferrocarril”. Estaba ubicado en términos actuales frente a la estación Yatay, es decir en el Paso del Molino. La Guía de Libfrink de 1869 le dedicó un aviso de página entera para promocionar sus ventajas: “Los favorecedores encontrarán vinos y licores  y comidas y almuerzos a toda hora del día. Y además se ofrecen cuartos amueblados”.
Pero el más famoso y mejor documentado de todos lo fue el RECREO DEL CORDÓN, ubicado más allá de la plaza Artola, hoy plaza de los 33, en el espacio delimitado por las calles Gaboto hasta Emilio Frugoni y desde José Enrique Rodó hasta Chana.
El Recreo, en terreno perteneciente a Nicolás Migone, fue inaugurado el 29 de enero de 1871 con una fiesta inolvidable a la que asistieron autoridades y numeroso público y en la que se dispararon cohetes y la participación de una retreta musical. Tan popular fue y tanta la propaganda que se le hizo que existe una litografía de Hecquet y Cohas que lo representa y da cuenta de los diferentes espacios y reparticiones para servicios y para juegos con que contaba el recreo.
Aníbal Barrios Pintos, historiador de los barrios de Montevideo, en el tomo referente al barrio del Cordón señala que el escritor memorialista José María Fernández Saldaña lo consideraba un Recreo único en la época con un amplio acceso central que pasaba frente a las glorietas reservadas para familias, para darles cierta intimidad y contiguo a un hermoso jardín con arboles de todo tipo. Por el sendero central se seguía hasta las canchas de bochas. Mientras que los niños disponían de una rueda de calesita y de una plaza de toros en miniatura con palcos embanderados. Bajo una glorieta se disponían las mesas para tomar refrescos o aperitivos a la sombra de los arboles.
Más lejos se desplegaba una pista donde los jinetes podían demostrar sus habilidades en embocar la sortija y otros en breves cabalgatas dentro del recinto cerrado. Según Barrios Pintos los domingos y días feriados el lugar se llenaba para que los jóvenes participaran de los bailes mientras que los mayores se daban a las partidas de bochas. Y el plato especial de la casa, para los que gustaran de almorzar, eran los “caracoles a la cazuela”, regado con vinos y licores o con espumantes vasos de cerveza La Oriental.
Hubo otros tantos Recreos en distintas cercanías de la ciudad como el de la Unión, el de Colón, el de Las Piedras (iniciado por Francisco Piria) y lugares semejantes como la Granja Pons, famosa por los encuentros de políticos.
En el siguiente capítulo nos referiremos a lugares de encuentro de sociedades recreativas, clubes deportivos, parques y confiterías en lugares públicos.
Por otro lado la moda y costumbre de los baños de mar vino a cambiar radicalmente muchas costumbres de la vida ciudadana. Puso de relieve las playas. Ramírez, Capurro y los Pocitos que bien pronto ganaron el favor del público y pusieron de manifiesto la necesidad de organizar los baños y complementarlos con espectáculos musicales y locales de restaurantes, cafés y salones de té a una población de fines de siglo deseosa de vivir la vida con más libertad y esparcimiento. Y más especialmente durante la denominada Belle Epoque.

 

 

EL BAR OLÍMPICO DE PERLINI

El bar de PERLINI, típico boliche de barrio, fue uno de los mojones de la barriada de Bella Vista. Tan consustanciado estaba con esta denominación, que incluía el apellido de su propietario, que ni sus descendientes ni los vecinos recuerdan el nombre comercial que figuraba en la marquesina.
Abrió sus puertas durante más de 40 años sobre la avenida Agraciada, al principio de frente a la calle Olivos (hoy José Nasazzi), lindero al cine Olivos, para luego mudarse a un local situado en la vereda de enfrente.
 Cuando Roberto Tito PERLINI lo compró, a comienzos de la década de 1920, la clientela era de malvivientes, gente de vida irregular y borrachos sin trabajo por lo que, hombre resuelto como era, cortó por lo sano suspendiendo el crédito a los bebedores y echando a los pendencieros aún a riesgo de tener que hacerlo a golpes de puño. La clientela cambió, entonces, por gente de trabajo y vecinos consecuentes entre los que figuraban empleados y dueños de la barraca Fumagalli, la ferretería Sandí, la panadería Los Tres Mosqueteros, la Fábrica de Pastas La Milanesa, la carnicería de Brancatto, la colchonería de Antelo y el almacén del “turco” Chakian. Pero la clientela realmente importante, la que lo identificó y le dio carácter propio durante muchos años, fue la de los socios, directivos, jugadores e hinchas del club Bella Vista, al punto que durante un tiempo la sede de la institución funcionó dentro del bar, como lo recuerda don Alberto Fumagalli (Jimmy), de 87 años, a quien entrevistamos para la redacción de este artículo y quien recuerda que durante los primeros años la sede del club funcionó dentro del bar de Perlini.
Recordó también que el club Bella Vista se había fundado poco antes, en octubre de 1920, con cancha de fútbol en un descampado al oeste de la calle Cuaró, la cual años después fue trasladada al Parque Olivos, posteriormente rebautizado como Parque José Nasazzi, en honor a uno de los grandes del fútbol nacional que durante más de diez años vistió la camiseta papal.
Los socios provenían en su mayoría de familias vecinas, amigas entre sí y los jugadores se conocían desde niños que peloteaban en los baldíos de la zona. Así que al principio eran todos conocidos y se encontraban en el café para tomar algo y comentar los partidos, festejar los triunfos o lamentar las derrotas. También los fundadores y directivos también eran clientes por lo que acostumbraban realizar las reuniones en el bar y coronarlas con alguna bebida espirituosa.
En tal sentido el bar/boliche de PERLINI se convirtió en un lugar de encuentro casi familiar y de gran confianza entre el dueño y los clientes. Como la familia vivía al fondo del local y el baño quedaba en la zona particular de la vivienda, cada vez que un desconocido pedía para pasar al toilette era acompañado por alguno de los clientes amigos de la casa para evitar cualquier contratiempo con Doña Clara, la esposa de Tito o con su hijo Ruben, jovencito que se había ganado el aprecio de todos los jugadores.
El Tito PERLINI atendía personalmente el negocio y estaba al tanto de las novedades del club al punto de ser considerado un socio más del Bella Vista, participando en reuniones de la directiva, la que llegó a integrar en más de una oportunidad.
Décadas después, hacia fines de los cincuenta cerró el negocio, seguramente cansado de tantos años de trabajo y desanimado por el alto costo de la renovación del alquiler, para acogerse a la jubilación. Desde entonces que pasaba las horas del día recordando los viejos tiempos y rememorando las historias del bar y del club de fútbol, recuerdos que muchas veces se unían y reciclaban mutuamente. Buen amigo de los jugadores de aquella época de oro del club Bella Vista y de la Celeste, a la que pertenecían, tuvo largas tenidas con algunos de ellos como José Nasazzi, Ernesto Mascheroni, Pablo Dorado, Jhony Graves, el Vasco Cea y Juan Carlos Calvo, entre otros.
Pocos ambientes eran tan propicios para contar chistes o compartir anécdotas que un boliche de barrio y pocas situaciones tan buenas como la de estar jubilado para trasmitirle a un nieto aquellas historias. Don Tito le contaba a su nieto Ricardo, que lo escuchaba atento, los cuentos y anécdotas de tantos años de trabajo y emoción. Imperdible la anécdota de la selección uruguaya que en Ámsterdam estaba deslumbrada ante el despliegue de bares con mujeres en exhibición dentro de vitrinas e inolvidables las de la selección argentina durante el mundial de 1930 que estaba tan segura de ganar el Campeonato que uno de los jugadores tenía, debajo de la camiseta albiceleste, otra en la que rezaba la palabra “campeones” y la de la tarjeta fúnebre que habían hecho imprimir los hinchas argentinos antes del partido, de tan seguros que estaban de la victoria. Y más todavía la anécdota de que las selecciones de Argentina y Uruguay, como no se pusieron de acuerdo sobre que pelota usar, si una de fabricación nacional propiciada por la Argentina u otra de fabricación inglesa apoyada por Uruguay, resolvieron jugar el primer tiempo con una y el segundo tiempo con otra.
De nuestra parte para conocer más sobre el bar en aquella etapa y los comienzos del club Bella Vista entrevistamos a Ricardo PERLINI, el nieto de Don Tito que quedó como principal receptor de sus recuerdos y depositario de las cartas que le escribieron los jugadores, fotografías, cuentas y recibos de consumiciones y recortes de diarios de época, entre los que se encuentran artículos de la Sección de los Martes del genial periodista deportivo que firmaba Davy. Y en especial, las dos camisetas que le regalara el Mariscal Nasazzi a su abuelo: una de ellas la que usó en la final contra Argentina en el  campeonato Mundial de 1930 y la otra en el partido de homenaje que se le tributó a Nasazzi luego de haber jugado su partido 50 con la Celeste. Ambas prendas las conserva Ricardo con especial cuidado y precaución, cual preciado tesoro de evocación familiar, recordación histórica y valor patrimonial de nuestro fútbol.

 

 

 

CAFÉ DE LA ALIANZA


Gracias a los escritores “memorialistas” (género literario que refiere a la narración de los hechos del pasado en tono recordatorio y con cierta nostalgia) podemos conocer sobre los usos y costumbres del Montevideo del siglo XIX y principios del XX. Etapa de crecimiento que coincidió con los comienzos de muchos comercios e instituciones de arraigo posterior y el afianzamiento de las relaciones sociales y comerciales como los clubes, salas de recreo, cafés y confiterías.
Entre los memorialistas de nota figura, en primer término, Don Isidoro de María, autor del clásico “Montevideo antiguo”, en el que nos habla de los primeros cafés de la ciudad, el de “San Juan” entre otros, Domingo González, que se daba a conocer con el apodo de “Licenciado Peralta”, Rómulo Rossi y, en especial, Don Antonio Gabriel Pablo Nereo Pereira (nacido en Montevideo el 12 de mayo de 1838 y fallecido en la misma el 7 de octubre de 1906). Hombre de prosapia fue hijo del Presidente Gabriel A. Pereira y nieto del Comandante Militar y Alcalde de Primer Voto, Don Antonio Pereira. De múltiples inquietudes en el campo de la cultura como escritor y conferencista, era dado a recordar el pasado de la nación, que tenía bien presente desde el lugar y momento crucial que le tocó vivir. Se refirió y quiso tanto a su ciudad, Montevideo, que le donó parte de su fortuna, un campo ubicado en las inmediaciones del actual Parque de los Aliados con destino a espacio público. Desempeñó una banca como diputado en representación del departamento de San José y actuó por tiempo como secretario de Andrés Lamas. Poseedor de una biblioteca con miles de volúmenes, la donó en parte a la Biblioteca Nacional y en parte a la de la Universidad de la República. Dentro de sus obras cabe recordar las de tema ciudadano como “Recuerdos de mi tiempo” (1891), “Cosas de antaño” (1893), “Nuevas cosas de antaño” (1898) y “Novísimas y últimas cosas de antaño” (1899) en las que evoca hechos, costumbres y lugares en tono agridulce y con el tamiz de su visión propia y sentir personal. No realizó una descripción objetiva de los lugares, como hubiera sido deseable, sino que lo hizo a través del filtro subjetivo de sus emociones y de su situación económica y social.
En su obra “Nuevas cosas de antaño. Bocetos, perfiles y tradiciones interesantes y populares de Montevideo” publicado por la imprenta “El Siglo Ilustrado”, Montevideo, 1898, ejemplar tengo en mi colección, se refiere a algunos lugares emblemáticos de la ciudad como “El paseo de las Delicias”, “El Jardín de las Albahacas”, “La Confitería Oriental” y, más concretamente al tema que nos atañe, al “Café de la Alianza”, “el más concurrido y donde se reunía la gente más conocida de esta benemérita ciudad “.
Lo recordaba con las paredes pintadas al óleo con figuras alegóricas “lo que para aquellos tiempos era un derroche de lujo” y con lámparas de aceite colgadas de los techos “lo que solía dar un tufo capaz  de asfixiar a cualquiera por el olor y humo que penetraba por narices y boca”. Pero la gente no reparaba en ello y concurría para pasar el rato con los amigos. Allí solía concurrir su padre (que luego ocuparía la presidencia de la República en el período de 1856 y 1860, para encontrarse con la mayor parte de la gente que figuraba en la política o en el foro. Cuenta también que se armaban partidas de billar a los palos en unas largas mesas que disponían de bolsas para recoger las bolas. Según Pereira “el café de la Alianza era el centro obligado de la buena sociedad de entonces” y en cuanto a su horario estaba abierto hasta las 10 y 30 o las 11 de la noche, a más tardar, pues en aquellos tiempos y con tales costumbres todo el mundo se levantaba y acostaba muy temprano. Vida más sana, moraliza, era la de antes en la que se precisaba menos de los galenos. Personaje por demás pintoresco lo era el señor Isidro Serna, “dueño del café y el hombre más conversador y campechano que podía haber bajo el sol”, referencia interesante en épocas en que la interacción entre el dueño y la clientela era notoria, lo que se ha perdido con los años. Dato de interés para los historiadores resulta la mención de los más asiduos tertulianos: Miguel Barreiro, Santiago Vázquez, Carlos de San Vicente, el general Gabriel Velazco, Nicolás Herrera y tantos otros y más descriptiva la referencia de que algunos se entretenían en los juegos y “que los otros iban a conversar con los amigos hasta la hora de tomar soleta, como dicen vulgarmente, y retirarse”. Y redondea al final del artículo con una reflexión que lo pinta de cuerpo entero de que “así como ahora hay el Club Uruguay y otros más donde se reúne lo más selecto de la sociedad, el CAFÉ DE LA ALIANZA era el punto obligado y de moda para reunirse todo lo que se conocía en el comercio, en la política y demás”.
En cuanto a su ubicación nos dice que quedaba en la calle del Cerrito,  en local que luego fue ocupado por el Centro de los Extranjeros, club que merece le destinemos un futuro capitulo y más tarde por la litografía de Diógenes Hecquet.
A efectos de confirmar la ubicación y período de vigencia recurrimos a la Biblioteca Nacional a los efectos de un relevamiento de la prensa de la época. La primera cita a un café de tal nombre la encontramos en el diario El Nacional del 1º de julio de 1838, con la sorprendente noticia de que “En el Café de la Alianza se había instalado un dentista”. La siguiente, una década después, en 1848, con el anuncio de que se alquilaba “la casa que fue Café de la Alianza” (El Conservador del 12 de mayo), lo que viene a cuento con que Pereira recordaba el café “de tiempos en que se criaba”, es decir tenemos que situarnos entre las décadas de 1840 y 1850, lo que condice con el anuncio de venta del “café de la Alianza”, sito en la calle del Cerrito 189, según surge de la página de avisos de El Comercio del Plata del 5 de agosto. Y finalmente la reapertura del negocio en el año 1861, según anuncio que transcribimos:

 

 

CAFES DE TANGO (II)

La luz del Centro te hizo creer
Que la alegría que vos querías
Estaba lejos de tu arrabal…”
Letra de Nicolás Messutti y Carlos Álvarez Pintos

Estas estrofas de la letra del tango “De tardecita” representan el espíritu recriminatorio del tango durante las primeras décadas del siglo XX, de cuando había una cierta dicotomía entre el arrabal y el centro de la ciudad, una separación a rajatabla y casi un desprecio mutuo.
En realidad la relación entre los cafés y bares y la evolución del tango, su aceptación después de un período parisino y su ascenso y aceptación del suburbio a los salones elegantes se desarrolló gradualmente. Pero en principio, cuanto más alejados del centro estuviesen los cafetines y bailongos, cuanto mejor. Desde el punto de vista geográfico los espacios territoriales están definidos dentro de la geografía urbana: de un lado el arrabal o suburbio y del otro el centro, la clase alta, aunque desde el punto de vista de la categorización han asumido roles que los encuadran más allá de lo geográfico. En principio el tango fue un típico producto del arrabal, de los barrios alejados, no tanto geográficamente sino desde el punto de vista social y cultural. El tango fue en principio representativo de la clase social baja, pobre y trabajadora. Tal el sentido de sus leras y el fluir de su filosofía perfilando toda una representación del acontecer y del ser de los personajes que lo representaban, con sus costumbres, oficios, sentimientos, etc.
En Montevideo se dio menos marcadamente que en Buenos Aires. De todas maneras desde fines del siglo XIX y principios del XX el mundo del tango se verificó en el “Bajo”, el barrio del pecado, muy cerca geográficamente y muy lejos socialmente. Entre el “Bajo” de la calle Buenos Aires al Sur y la elegante calle Sarandí, la arteria elegante, no habían más de 2 cuadras. Dos mundos paralelos que se desarrollaban cada uno con sus reglas y sus horarios.
Ya avanzado el siglo XX el crecimiento de la ciudad llevó a la creación de nuevos barrios cada vez más apartados del primitivo casco urbano. Y en ellos proliferaron los cafés y bares como centros de encuentro y de reunión. Eran una copia y reflejo de los existentes en la primitiva ciudad vieja y por supuesto que muchos de ellos dejaron espacio para la presencia de orquestas y una pista para los bailarines. Todos los barrios fueron teniendo sus cafés con sus barras, sus ruedas de billar, sus espectáculos tangueros y su clientela barrial.

En principio nos referiremos a los cafés del barrio Sur, espacio de difícil delimitación, sin límites precisos, diferenciado por las construcciones y el tipo de gente que vivía. Hacia principios del siglo XX, antes de la construcción de la Rambla sur, todavía se lo llamaba “suburbio”.
De entre una larga lista, en muchos de los cuales hubo espectáculos de tango o fue frecuentado por parroquianos vinculados con la música popular, hemos rescatado tres cafés bien peculiares, ubicados los tres en las inmediaciones de Maldonado y Río Negro. El más famoso, el ARRIBA Y ABAJO, curioso nombre heredado del cuadro de fútbol fundado en una de sus mesas por un grupo de parroquianos deportistas. Lo traemos a colación porque entre los asiduos clientes figuraba Tito Cabano, autor del tango Un boliche, inspirado seguramente entre el humo del tabaco y el efluvio de sus recuerdos. Enfrente se ubicaba el OCARINA, más tarde conocido por LUJÁN y finalmente por REY DE COPAS, y el ALMACÉN Y BAR MOLFINO, que luego cambiar de dueño también lo hizo de nombre, por el de MONTEVIDEO SUR, según datos proporcionados por el numismático Carlos A. Camusso quien los definió como cafés con ambientes de tango y recuerdos de su niñez. Otro reducto tanguero lo fue la BOMBONIERE, en Convención casi Durazno, típica pensión conocida como “La Yica” en la década del 20, que supo reconvertirse en uno de los cabarets más lujosos con que contó la ciudad. Desde su inauguración como tal en 1937 contó con la actuación del pianista Alberto Alonso y se recuerda como inolvidable la actuación de Malena, de Toledo, “la que cantaba el tango como ninguna”.


También en el barrio del Cordón, extendido a ambos lados de la calle del 18 de Julio desde Ejido hacia el este, mezcla de centro y de suburbio, tuvimos varios cafés con actuaciones musicales. El RODÓ en la esquina de 18 de Julio y Defensa, donde actuaba la orquesta de Orlando Romanelli (pianista, director y compositor), el LONDRES y el VERDUN, este último en Rivera casi Miguel del Corro, donde empezaron las carreras artísticas del cantor Oscar Nelson y del pianista Pocho Pérez, el recreo-café AU BON JULES, en Minas 1473 entre Colonia y 18 de Julio, con la recordada actuación en 1918 del trío de Eduardo Arolas junto con el violinista Federico Lafémina y el pianista Alfonso Fogaza, bautizado por su virtuosismo como “Manos de Oro”. Los memoriosos no dejarán de evocar LA MORTADELA, en Piedra Alta y La Paz, donde se presentó el baterista Joaquín Barreiro al frente de su orquesta Jazz Barrey Cortés ni tampoco al poco común nombre de AL NON PLUS ULTRA, sobre la antigua calle Maldonado nº 33, hoy Brandzen, uno de cuyos propietarios era el músico Gerardo Metallo. Ni tampoco del café y bar LOS ROSALES, en Jackson y Lavalleja, baluarte de Eduardo Arolas en el año 1921. El bandoneonista Alberto Domínguez compuso el tango “Los Rosales” en su honor, el cual fue grabado en 1923 por la orquesta de Osvaldo Fresedo. Más al norte quedaba EL CAZADOR en Yaguarón y Orillas del Plata (Galicia) donde solía parar el dueño del caballo Yatasto, un pingo que también mereció un tango con el nombre de “Puñado de viento” en alusión a su velocidad, con letra de Gerardo Adroher y música de Luis Alberto Bottini y Juan Sánchez Gorio. Fue galardonado en el año 1935 como “El caballo del Siglo”. Y en Miguelete y Sierra se encontraba el GOLAZO, así llamado en recuerdo del gol que su propietario, el maestro José Piendibene, centro delantero de Peñarol, le hiciera a Ricardo Zamora, el “Divino” golero del Deportivo Español de Barcelona. El café GOLAZO tuvo su propio tango, compuesto por el bandoneonista Luis Caruso con el nombre de “Sierra y Miguelete” y grabado por el propio Caruso (Carusito) con su cuarteto en el año 1945.


 En el barrio Goes, tanguero por excelencia también contamos con varios cafés y bares, entre ellos el DOS AVENIDAS y el CABALLERO, éste último en General Flores y San Fructuoso frente a la estación de tranvías. Hacia el año 1925 actuó el trío integrado por Ángel  Sica (piano), Francisco Romeo (violín) y José Quevedo (El Negro) en bandoneón. En este café fue donde comenzaron las actuaciones de Carlos Porcal, que años después triunfó en Buenos Aires con nombre artístico de Carlos Roldán;  el VACCARO en General Flores y Domingo Aramburú, conocido como El GIRUMIN en sus comienzos, los hijos del fundador en 1929 lo transformaron en el gran café VACCARO (café, bar, restaurante y hotel) llegando a ser el corazón de la movida del barrio Goes. Aquí consolidó su fama el nombrado Carlos Roldán y en su palco surgió, con motivo de un concurso, el cantor Aníbal Oberlín. Referencia al café VACCARO figura en la letra del tango “A GOES” de Carlos Alberto Irigaray. Y la cantina del CLUB ATLÉTICO GOES en General Flores y Libres, a dos cuadras del Mercado Agrícola, donde es leyenda que el “Morocho del Agrícola” grabó el tango “Café Goes” secundado por la guitarra de Nelson Olivera.


Corresponde, también, hablar del barrio Arroyo Seco, en especial del café y bar LiTO, propiedad del popular Lito Semino, ubicado en Agraciada y Santa Fé, donde tenía su mesa fija el futbolista Pedro Cea; y donde el sexteto típico SON D´OR dirigido por el bandoneonista Donato Racciatti hizo su presentación en público con la voz de Luis Alberto Fleitas. Y el DOCAMPO en Agraciada y Lima, en el llamado repecho De La Sovera, donde actuaron y bailaron el tango la mayoría de los famosos de la época.
 El barrio La Unión también tuvo su cuota de reductos tangueros desde el elegante entorno de la confitería LA LIGURIA, en  8 de octubre esquina Cipriano Miró, donde se recuerdan las actuaciones del cantor Néstor Feria hasta el café UNION, ubicado enfrente, tan famoso que tuvo un tango propio, el “Café Unión” compuesto por Emilio Riverón en música y Mario Mascaró en letra. En dicho café se recuerdan las actuaciones de la orquesta de Rogelio Coll (Garabito). Y en el otro extremo de la escala social, ambiente de rompe y raja, se encontraba LOS FAROLITOS una especie de cabaret y salón de baile sobre la calle Lucas Moreno, casi Avellaneda y casi frente a la “milonga” del “Puerto Rico”. El bandoneonista José Spera dedicó una milonga, la que fue grabada en el año 1948 con el nombre de “Los Farolitos”.
Otros barrios montevideanos recuerdan sus propios cafés con espectáculos de tango. En Los Pocitos quedan dos nombres para el recuerdo, el FRAY MOCHO en la esquina de Bulevar España y Libertad, donde surgió la fama el cantor Juan Carlos Garbarino, “El parisino”, primer uruguayo que cantó un tango por radio en la primavera de 1928 y el “MIRADOR ROSADO” en la esquina de Avenida Brasil y Simón Bolívar, cuna y triunfo del cantor Alberto Vila.


Menciones merecen también también el café y bar EL CRISTO, en el barrio del Prado, Carlos María de Pena y Ramón Cáceres, donde se lucieron los pianistas Francisco De Caro y Fioravanti Di Cicco y, finalmente, en el barrio del Cerro, reducto obrero, se recuerda el café PREFUMO en la esquina de Grecia y Nueva Granada, hoy Juan  B. Viacaba, donde actuó una temporada, en el año 1920, el trío integrado por Félix Laurenz en el bandoneón, Orlando Romanelli en el piano y Pedro Aragón al violín.

 

La lista de los cafés y bares de Montevideo donde se brindaron actuaciones tangueras, llamados “cafés concert” por la influencia francesa de la época, continúa con los ubicados en el centro de la ciudad. Entendiendo por centro los ubicados a lo largo de 18 de Julio, primero calle y luego avenida, entre la plaza Independencia y Ejido, tres o cuatro cuadras al sur y otras tantas al norte. Y, formando cruz con la calle Andes, la más concurrida y con mayor concentración de cafés, cines, teatros y comercios hasta principios de la década de 1960, al punto de haber sido llamada la “pequeña Corrientes”, en referencia a la bulliciosa arteria de la capital porteña. Es de rigor que comencemos la lista con el famoso y renombrado Café y confitería LA GIRALDA, sobre 18 de Julio y la plaza Independencia, -lugar que antes ocupara el Café Nuevo y después de demolido el viejo edificio y construido el Palacio Salvo pasó a ocupar la sucursal del Café Sorocabana durante muchos años. En el año 1917, en su concurrido salón la orquesta de Roberto Firpo estrenó el tango La Cumparsita. Le sigue El PALACE, con su doble entrada: por la calle Andes 1319 y por la plaza Independencia, en la rinconada, famoso por haber la actuación de orquestas de señoritas, entre ellas la de Lolita Parente y la de Paquita Bernardo y el ARMONÍA, puerta por medio, donde recalaba el Pardo Flores y templaban sus gargantas los cantantes que actuaban en Radio Nacional. El TASENDE, que todavía abre sus puertas, que acredita el honor de que se haya compuesto la milonga “Ciudadela y San José” con letra y música de uno de sus infaltables parroquianos, el bandoneonista Roberto Cuenca.
El café AU TRIANON, ubicado en la calle Andes al 1281, entre San José y Soriano, contó en el año 1913 con la atracción del pianista negro norteamericano Harold Philips que pasó a interpretar tangos. Y al año siguiente con con la presencia del trío de Alberto Alonso al piano, Minotto Di Cicco al bandoneón y Luciano Arturaola al violín. Muy cerca, el PETIT SALON, Andes y Colonia, conocido popularmente como el “Petit bar” y próximo al cabaret Moulin Rouge, contó en el año 1914 con el trío dirigido por el pianista mercedario Carlos Warren, el violinista Ataliva Galup y el bandoneonista Minotto Di Cicco. El café resulta mencionado en la letra del tango “Niño bien”, grabado por Alberto Vila en diciembre de 1927. También tuvo el honor de que se le dedicara el tango “Cafetín de los coperos” que, con letra de Agustín Pucciano, fue grabado por la orquesta de Ricardo Brignolo en el año 1930.
En la esquina de Florida y Soriano abrió sus puertas el AU BON MARCHÉ, famoso porque durante una actuación de Carlos Gardel se interrumpió el tránsito dada la cantidad de gente que se agolpaba fuera del local. En 1915 causó sensación el cuarteto de Juan Maglio (Pacho) y tiempo después lo hacía el trío de Carlos Warren, Félix Rodríguez y Luciano Padilla. Y al año siguiente se presentaba Enrique Delfino, al piano. El  café AVENIDA, en 18 de Julio casi Daymán, fue uno de los más importantes reductos tangueros de la época. En el año 1922 contó con la actuación de la orquesta Pignalosa – D´Amico que estrenó “El Pirata”, primera de las composiciones de Pintín Castellanos, el autor de “La Puñalada”, tango que dedicó a la barra de sus amigos que paraban en el café. En el año 1923 actuó la orquesta dirigida por Paquita Bernardo, bandoneonista y autora de un vals compuesto en homenaje a Montevideo, bajo el alusivo nombre de “Cerro Divino”, que fue estrenado en noches del café. También fue la autora del tango “La Enmascarada” que con letra de Francisco García Giménez grabó Carlos Gardel en 1924. En su escenario también se registró el debut de la orquesta de Donato – Zerrillo en el correr del año 1927. El WELCOME, también sobre 18 de Julio, entre Río Branco y Julio Herrera y Obes registra la actuación en 1921 de Eduardo Arolas y meses después la de Minotto Di Cicco al frente de su orquesta. Muy cerca, el café y confitería IMPERIAL, contó con la actuación del trío formado por Rolando Gavioli al bandoneón, Ángel Sica el apiano y Elbio de Leonardo Zito al violín. Le toca el turno, casi pegado a los anteriores, al legendario AL TUPÍ NAMBÁ, el nuevo, ubicado sobre 18 de Julio, que tuvo fama de ser el más lujoso de Sudamérica. Contaba con un palco desde el que se veían las orquestas y los intérpretes que llenaban sus funciones vespertinas y nocturnas. La primera orquesta que se presentó fue la de Lurati-Tobía. Grandes intérpretes desfilaron por su palco, entre ellos la orquesta de Juan D´Arienzo. En el carnaval de 1937 el gran director Rodolfo Biagi (por entonces pianista de D´Arienzo) sugirió instrumentar el tango “La Puñalada” en tiempo de milonga. La última orquesta que actuó en su escenario fue la de Washington Oreiro. El SATURNO, popular café y cervecería, sobre la calle Paraguay entre 18 de Julio y Colonia, contó por los años 20 con actuaciones de Alfredo Pignalosa. Muy cerca, el
LIBERTAD, en la rinconada de la Plaza Cagancha, que debe ocupar un lugar señero por cuanto hacia 1916 se habría “rebuscado” por algún tiempo, tocando el violín, nada menos de Juan de Dios Filiberto. En el GAMBRINUS, sobre 18 de Julio pegado al Palacio Santos,  (al lado del Palacio de gobierno) contó con la actuación de conjuntos femeninos, es decir Orquestas de señoritas. A continuación el café que mereció el sobrenombre de “templo del tango”, EL ATENEO sobre la Plaza Cagancha. Si bien sus orígenes son a principios del siglo XX en realidad su palco recién empezó a conocerse en la década de 1910 con la recordada actuación del pianista Alberto Alonso. En la década de 1920 contó con la actuación de la orquesta típica “Pampero” integrada entre otros por los violinistas Américo Pioli y Juan Trócoli, el bandoneonista Gabriel Di Marco (Pichín), el pianista Leopoldo Espinosa y una batería, a veces suplantada por el pistón de Benone Calcavecchia para acompañar algunos tangos. El quinteto “Pampero” estrenó el tango “El Diario” que José Erserguer dedicó al periódico de tal nombre, aparecido el 7 de julio de 1923, pudiéndose leer en la tapa de la partitura que se trataba de “un gran tango de salón”. Con el correr de los años casi todas las orquestas nacionales y las que venían de la vecina orilla actuaron en su palco elevado. A principios de la década de 1950 cerró sus puertas, siendo la orquesta de Juan Cao la que tuvo el dudoso honor de ser la última en actuar en su escenario. Volvió a reaparecer tiempo después con el nombre de NUEVO ATENEO en 18 de Julio numero 930, edificio de la Tribuna Popular. También le correspondió el honor de que le fuera dedicado un tango, el “Café Ateneo” con letra de Américo Carbonell y Adolfo Sandor y música de Juan Manuel González Prado. Frente se encontraba el mítico café SOROCABANA, imposible dejar sin mencionarlo aunque no haya tenido incidencia en el tango, salvo raras y espontáneas actuaciones.  Otro reducto famoso fue el café MONTEVIDEO, en la esquina de 18 de Julio y Yaguarón, que en 1936 empezó a funcionar como “café concert” durante 9 años. Actuó fundamentalmente la orquesta de “Pirincho” Martínez con la voz de Mabel Ortiz, “la Muñequita que canta”. El café  MAYO, pegado al teatro y cine 18 de Julio, que contaba con la presencia de la orquesta dirigida por el bandoneonista Enrique Pollet y actuación del solista Aníbal Oberlín. El poco conocido café PARODI, que era visitado por carlos Gardel cuando venía de visita a Montevideo porque era amigo del propietario. Varias veces cantó a sotto voce en presencia de la rueda de amigos. Y finalmente, aunque quedan otros tantos en el tintero, el café NUEVO, llamado luego SPORTMAN y en forma popular el café “A.B.C.”, en 18 de Julio y Ejido (y donde por muchos años funcionó LA PASIVA). Allí en el año 1916 tocó el cuarteto Alonso-Minotto y en 1917 Enrique Delfino, durante sus actuaciones, estrenó el tango “Re Fa Sí”. Además, puesto que quedan otros tantos nombres de cafés y de actuaciones musicales en el tintero en espera de una investigación más exhaustiva, queremos referirnos a un reducto más de tipo cabaret que de café donde campeaban el baile tanto como las bebidas y los amoríos con prolongaciones en apartados fuera del local, la célebre BOMBONIERE en Convención casi Durazno, en principio una de las tantas “pensiones” conocida en el léxico como de “La Yica” para luego volverse uno de los primeros cabarets con que contó la ciudad. Allí tocó el pianista Alberto Alonso desde la inauguración hasta el año 1937 y según las recopilaciones de Ovidio Cano resultó famosa la actuación de “Malena de Toledo”, la que cantaba el tango como ninguna. 

CAFÉS DE TANGO

 

                En las primeras décadas del siglo XX los cafés de Montevideo y Buenos Aires cumplieron un papel fundamental en el desarrollo y la difusión del tango. Tanto en la música, como el baile y el canto el tema merece un estudio en profundidad que encararé cuando de forma de libro a estos capítulos. Mientras tanto vayan, como adelanto, estas anotaciones.
Los cafés y similares en Montevideo de principios del siglo pasado, muy numerosos con respecto a la población de entonces, eran lugares o centros de reunión que solían contar con todo tipo de atracciones para uso y solaz de la clientela: mesas de billar, competencias de ajedrez, juegos de cartas e incluso apuestas y competencias clandestinas. Otra variante lo eran los espectáculos de música, lírica o popular, a través de la presentación de solistas y/o pequeñas conjuntos, a las que no fueron ajenas algunos dueños italianos con aficiones de barítono, que  encontraban en su negocio el mejor lugar para practicar el canto o invitar a sus amigos en la ejecución de sus piezas preferidas. Hacia 1900 el tango había empezado a brillar en las capitales del Plata, en especial en locales de equívoca fama y dudosa denominación  como cabarets, piringundines, pensiones y casas de huéspedes, que existían tanto en los “bajos” montevideano y porteño, que ambas ciudades tuvieron sus barrios del pecado y de allí se fueron extendiendo, es decir “blanqueando”, a través de las actuaciones en teatros y cafés al centro de la ciudad. El pasaje del “bajo” a a los salones fue gradual, un proceso que se fue dando en el tiempo. En Montevideo podemos darle inicio hacia 1910, cuando algunos músicos porteños llegaron desde Buenos Aires con su arte y su bohemia para integrarse a la vida montevideana. Tal vez su máximo exponente lo fuera Eduardo Arolas, el “tigre del bandoneón”. Para permitir las actuaciones en público los cafés improvisaron tarimas para separar a los intérpretes de las mesas donde se sentaba el público, pero a medida que los músicos fueron ganando aceptación, estas fueron mejorando hasta el punto de convertirlas en palcos o escenarios. Famoso fue el palco para la actuación de las  orquestas que llegó a tener el café Ateneo, elevado medio piso para que los  presentes pudieran ver a los músicos con total comodidad y el Nuevo Tupí sobre 18 de Julio con su amplia tarima al fondo del local.
Al principio los artistas eran exclusivamente masculinos, pero bien pronto las mujeres empezaron a figurar en las orquestas, creando orquestas de señoritas, las que ganaron su lugar con gran suceso en la interpretación de tangos y ritmos populares. Llegó a haber tres o cuatro conjuntos femeninos de gran calidad artística y permanente actuación en el café Palace frente a la Plaza Independencia y otros locales nocturnos, además de la animación de veladas en los intervalos del cine mudo.
Muchos fueron los cafés que cumplieron un papel importante en la difusión del tango. Y casi en forma simultánea vino la popularización del tango canción, después del estreno del tango canción “Mi noche triste”, de Pascual Contursi, interpretado por Carlos Gardel en el teatro Artigas de Montevideo.
Empezaremos la relación de los cafés vinculados con la historia del tango por los ubicados en la Ciudad Vieja de Montevideo y en sucesivos capítulos continuaremos la de los ubicados en el centro y los distintos barrios hasta llegar hasta los del suburbio. Encontraremos nombres de cafés famosos y otros no tanto pero lo importante es la relación que desarrollaron con el tango y la cabida que le dieron a la actuación de sus intérpretes, incluso habilitando el local para su conversión en pistas de baile. A muchos de ellos ya les hemos dedicado capítulos especiales en Raíces como al ZUNINO y al VICTORIA, ambos sobre la calle Bartolomé Mitre y próximos al Teatro Solís.
Comenzaremos la relación por los situados en la Aduana y sus inmediaciones hasta terminar con los que daban frente a la plaza Independencia.
Empecemos por el PODESTÁ, cuyo propietario, Antonio Podestá, estaba vinculado con el teatro, ubicado en Pérez Castellano 1479, casi Yacaré. Se trató del primero en utilizar un escenario. En 1911 fue muy nombrada la actuación de la orquesta típica argentina de Félix Rodríguez, al bandoneón, acompañado de José  Martínez en la flauta, José Cortesi con la guitarra y Pedro Vallarino en violín, la primera orquesta argentina de renombre que se tiene noticia que actuara en Montevideo. Le sigue el YACARÉ, de Enrique Cozzolino, sobre la calle Yacaré 1583 casi esquina con la rambla 25 de Agosto. El local fue abierto en el año 1911 e inaugurado con gran suceso por el trío de Eduardo Arolas, Federico Laffemina en violín y Emilio Fernández en guitarra. En el año 1912 se recuerda la actuación durante los fines de semana el bandoneonista Ricardo Brignolo, “La Nena”, autor del conocido tango “Chiqué”.
Un lugar de referencia ineludible, LA TELITA, en la esquina de Washington y Pérez Castellano, almacén de día y vinería y escenario de cantos por la noche, muy concurrido por gente del ambiente artístico como Pintín Castellanos, Alberto Castillo, Alberto Mastra, etc. Uno de sus habitués, el periodista Julio E. Suárez, tuvo el honor de que se le dedicara un tango “Peloduro”, en honor a su apodo.
Otro reducto, el café LIROPEYA, en Sarandí y Misiones, contó durante la década de 1910 con el concurso el pianista Raúl Courau. En su misma ubicación abrió el café LA BOLSA, donde a principios de la década de 1930 actuó una orquesta femenina con la voz de Esther Rodríguez, una excelente intérprete de la canción. El tango “Julián”, una de sus interpretaciones más celebradas, se convirtió en la canción más requerida del momento. Dicho tango había sido estrenado en el cine Apolo de Montevideo durante el mes de enero de 1922.
LA NOCHE, en Rincón y Ciudadela, un “café de periodistas” porque era reducto y lugar de encuentro de los periodistas y fotografos de los diarios, lo fue también de inolvidables actuaciones tangueras. En 1929 Humberto Correa estrenó allí el tango “Vieja Viola”. Además el café tuvo su propio tango, “La noche”, con letra de José Luis Panizza y música de Alfredo Pignalosa. Otro habitué, personaje del tango, lo era “Pirulo” Barhé, autor de “Gacho gris”. “El Hachero”, periodista y cronista del “bajo” montevideano y personaje de la noche, era asiduo concurrente al punto que se le compuso un tango en su honor con música de Juan Pons y Dante Sciarra y letra de Carlos Paez Vilaró. En 1924 Carlos Warren pasó con gran suceso por su tarima el mercedario CArlos Warren como pianista solista.
En el SPORT, ubicado en la proa formada por Bacacay, Buenos Aires y Bartolomé Mitre, actuó en 1917 el trío integrado por Enrique Delfino al piano, Ernesto Di Cicco al bandoneón y Federico Laffémina al violín.
Otro café de gran importancia en el desarrollo del tango fue el ZUNINO, sobre la calle Bartolomé Mitre. Primero estuvo ubicado dentro del teatro Solís y más tarde fue trasladado a la vereda de enfrente, pegado al “Royal Pigall”. Tenía un palco que atravesaba el salón, separado por una cortina tras la cual funcionaba una especie de academia de cortes y quebradas. Allí se lució el famoso bailarín argentino Olvidio Blanquet, con el sobrenombre de “El Cachafaz”. Muchas veces las parejas eran integradas por hombres, dada la ausencia de mujeres. Se recuerdan las memorables actuaciones del trío integrado por el violinista Vicente Conti, el pianista Leopoldo Espinosa y el bandoneonista José Laino, el popular “Bachicha”.
De la misma importancia el café VICTORIA, en Bartolomé Mitre 1275 casi Reconquista. Allí tocó Enrique Delfino en 1916 y Eduardo Arolas se lució en diciembre de 1917. Roberto Firpo, asiduo visitante, tocó un día el tango “Montevideo”, que había compuesto en homenaje a la ciudad, gustando tanto que terminó grabado en un disco.  En 1920 volvió a actuar Arolas, con el concurso del “Tano” Genaro Spósito como bandoneonista.
El café MONTERREY en Juncal entre Sarandí y Buenos Aires, de frente a la plaza Independencia, mereció que se le dedicara el tango “Monterrey”, grabado en 1946 por la orqueta de Juan Cao y la voz de Alberto Bianchi.
En los mercados y sus inmediaciones pululaban los cafés. Así fue que en el del Puerto encontramos el Roldós, reducto de tangueros de ley entre los que pueden citarse a Carlos Gardel y luego a Juan D´Arienzo. Y en las inmediaciones del Mercado Viejo o Central abría sus puertas el todavía existente FUN FUN, un local de copas. En 1933 Carlos Gardel le dedicó una foto a su propietario, Augusto López. El local mereció que se le dedicara el tango “Fun Fun, que fue grabado en el año 1963 por la orquesta de César Zagnoli con voz de Julio Pomar.
El café JUNCAL, calle Juncal 1333, antes de llegar a Sarandí. Acá comenzaron las actuaciones del duo Delfino-Laffemina en 1915. Y en 1916 actuó el pianista mercedario Carlos Warren.
Hubo, sin duda, otros famosos cafés en la Ciudad Vieja, tales como el VASKO BAR (El Vasquito), el BRASILERO, el café BANCARIO, el del GLOBO, LA PROA, el JAPONÉS, EL HACHA, LOS INMORTALES y varios etcéteras, importantes para la historias de los cafés aunque no tanto para la del tango.

 

 

Cafés del 900


Tal vez y sin tal vez la época más brillante de los cafés haya sido la que vivió la generación del 900, entre fines del siglo xix y principios del xx. La época de las tertulias, de la desenfadada Belle Époque, de asistencia diaria y casi obligatoria dos o tres veces por día. Englobamos en la expresión novecientos a las décadas de 1890 al 1916 aproximadamente, hasta los comienzos de la Gran Guerra.
Decenas de opciones se abrían a los muchachos, jóvenes y veteranos de entonces, en un panorama dominado por los increíbles cafés Polo Bamba y Tupí Nambá, los dos más representativos del momento, el primero de Severino y el segundo de Francisco, los hermanos San Román, míticos personajes de quienes nos ocuparemos en los próximos capítulos.
Pero en el presente habrá de ponerse el ojo en otros establecimientos, muchos de ellos casi desconocidos por las crónicas, los que, si bien pasaron sin pena ni gloria, no merecen caer en el olvido.
Partiremos de los comentarios y avisos que sobre ellos aparecen en los ejemplares de La Mosca, un semanario internacional festivo, político y de caricaturas, que obran en nuestra colección.
En octubre de 1891 aparece la referencia a la cervecería Germania, elegante reducto anexo al club del mismo nombre, donde concurría la colectividad alemana de Montevideo, caracterizada por los chops de buena espuma que se servían.
Otro comentario aludía a un nuevo café, La Lira, en Ciudadela número 168, cuyo dueño era un tenor de buena voz que solía entonar trozos de ópera entre la clientela, que no tenía más remedio que escucharlo y alabar sus interpretaciones.
En el año 1892 La Mosca hacia la promoción del café Ucar, el antiguo Nine Pins, lindero al teatro Solís y al café Lírico, ubicado en un sótano de la calle Juncal, esquina Buenos Aires, donde se contrataban cantantes para amenizar las veladas y acompañar las tazas de café.
El año 1893 está dominado por los comentarios sobre Severino y Francisco San Román y en cuanto a los nuevos cafés daba cuenta de la apertura del Café de la Prensa, ubicado en Colonia esquina Florida, donde se reunían los «soldados del cuarto poder», como llamaba a los periodistas. Detalle interesante para la época es que el lugar contaría con una habitación ad hoc donde podrían trabajar y atender conferencias telefónicas.
En 1894 se anunciaba el Café del Concierto, sobre la calle Juncal casi Liniers (sótano) donde actuaba la Compañía Cómica Napolitana de Enrico Montefusco en funciones nocturnas. En el año 1895 figuraba la noticia de que Francisco San Román había comprado todos los sacos de café que se rescataron del naufragio del vapor español Ciudad de Santander, encallado en las inmediaciones de la Isla de Lobos en mayo de dicho año, café puro de Costa Rica, de excelente sabor y a muy buen precio.
Al año siguiente se hablaba del café San Carlino, sótano donde actuaban compañías teatrales. Y por 1899 Francisco San Román habilitaba a su sobrino Caciano San Román como socio del Tupi Nambá, reconociendo la dedicación y esfuerzo que este había puesto en la empresa.
En 1901 La Mosca daba cuenta de la apertura del Gran Sótano de la Independencia, ubicado en la esquina de Juncal y Sarandí, en el que su dueño Manuel Martínez había dispuesto la realización de mejoras y procurado un esmerado servicio de café, cerveza, leche, todo de lo mejor. Y por supuesto que con mesas de billar para carambolas y casín.
En 1902 el semanario recoge una noticia de que en el Polo Bamba se había inaugurado una serie de conciertos que se trasmitirían por un nuevo aparato, el llamado gramófono.
En 1903 la propaganda se dirigía al café Tortoni, recientemente abierto sobre 18 de Julio, un café, confitería y billares bajo la dirección del consagrado empresario Juan Irigoyen; meses después comentaba la apertura del café Brasil, de Acosta y Verdún, que contaba con estupendas mesas de billar y luego figuraba una referencia al café Lírico de la calle Andes entre Mercedes y Uruguay, propiedad del señor Bruno.
Resulta oportuna la transcripción del aviso correspondiente a dicho establecimiento:

“Hemos probado el riquísimo café que expende al público el café Lírico, de la 
calle Andes entre Mercedes y Uruguay, de propiedad del señor Bruso y 
francamente declaramos en honor de la verdad, que hoy por hoy, es digno de 
recomendarse al público por la pureza y frescura de aquel néctar. Además el có
modo establecimiento está montado con todo el confort necesario ofreciendo al 
público mil comodidades deseables como el mejor de Montevideo. ¡Todos al 
café Lírico de la calle Andes!”

Y, por último, el anuncio de la conversión del QUO VADIS, un lugar de recreo en un establecimiento de café y confitería. Dicho negocio, propiedad del señor R. VIDAL, activo y ejemplar comerciante de plaza, ha ensanchado su establecimiento de la calle Rondeau 349, convirtiéndolo, según sus propias palabras, “en un Paraíso Terrenal de amabilidades de la vid”.
Y le incorporó nuevos elementos como glorietas, juegos de sapo, conciertos musicales con el nuevo gramófono para que el visitante pueda sentirse en un día glorioso, “todo en obsequio a la distinguida población de la Aguada, que merece poseer un comerciante e industrial de los méritos progresistas del señor José R. Vidal”.  Para entender bien este artículo y la concurrencia de la zona baste recordar que se encontraba cerca de la estación del Ferrocarril Central.

REQUIEM POR EL VOLCÁN


El pasado 30 de noviembre de 2017, estirando el horario de cierre hasta la madrugada del día siguiente en actitud de despedida, bajó definitivamente sus persianas el café y bar EL VOLCÁN, un emblema cafetero de Montevideo. Uno más de la larga lista de cierres que se acrecienta día a día. De mi parte un mea culpa y un arrepentimiento tardío porque hace tiempo que tenía previsto visitarlo para entrevistar al propietario y escribir su historia. Pero, por un motivo o por otro, como suele pasar en ciertos casos, lo dejamos para más adelante. Que la ubicación nos queda a trasmano es cierto, pero no debió ser motivo para posponerla. Por eso no me queda más alternativa que escribir un artículo retrospectivo y reconstruir su historia en base a testimonios y referencias ajenas, que por suerte son muchas y muy ricas de contenido. Será un homenaje y un adiós al mismo tiempo.
El bar y despensa El Volcán abrió en el año 1947 de frente al Camino Aldea (hoy Avenida Italia) un poco con retiro por formar ochava con las calles Solferino y Monzón, al norte del barrio de Malvín. Un típico café de barrio, dividido en dos mitades con estricta separación de espacios y de clientela, al mejor estilo de los negocios de antes; de un lado el bar, atendido por Manuel Ribeiro (Manolo para los clientes) y del otro la despensa con productos de almacén, atendido por su esposa, doña Daría Vilariño, ambos gallegos de pura cepa.
En esta oportunidad el cierre se dio por cansancio del titular que aprovechó la circunstancia de haber cumplido los 78 años y el pretexto de que no le renovaban el contrato de alquiler (el dueño quiere vender la propiedad), para acogerse al retiro. Claro que en su fuero interno el verdadero motivo lo haya sido la incidencia de los impuestos y leyes sociales que deben pagar los negocios de este tipo, difíciles de enfrentar en una época en que la clientela ha mermado conforme a la desaparición paulatina de los parroquianos más antiguos. Cada fallecimiento de un cliente veterano supone una pérdida irreparable para los cafés de barrio, porque no solo deja su mesa vacía sino que no hay reposición posible ya que los jóvenes prefieren otro tipo de establecimiento para divertirse.
Como vimos el bar/despensa lleva abiertos desde el año 1947 hasta 2017, un período de 70 años de profundos cambios producidos en el barrio y en la ciudad entera. Desde tiempos en que la actual avenida Italia era poco más que una via sinuosa de una sola mano y amplios descampados en los alrededores, canteras de piedra y baldíos desolados donde se asentaban campamentos de gitanos y carpas de los numerosos circos que venían a trabajar en la cuidad. El ensanche y la doble vía en la década del 70, fueron cambiando de a poco la fisonomía del lugar, dándole un aire más moderno y concurrido. 
El edificio y la apertura del bar y despensa fueron obra del también gallego Francisco Pazos quien reconoce haberle puesto el nombre de El Volcán en recuerdo de que en días los previos llegaron hasta Montevideo las cenizas de la erupción del volcán Villarica, en Chile, lo que dejó un polvo grisáceo sobre las calles. Nombre curioso, de verdad, que provocaba la pregunta de todo el que llegaba por primera vez al lugar. El negocio marchó muy bien durante los primeros tiempos en que era común el copetín y la picada de grapa con limón, la caña y el Espinillar. Por entonces la gente tenía tiempo para conversar, para pasar horas de descanso y diálogo en los boliches. Un Uruguay distinto en que el tiempo y la amistad jugaban sus ritmos. Y también en que había dinero para gastar. El actual propietario, Manuel Ribeiro, llegó al Uruguay como esforzado inmigrante desde su Galicia natal en el año 1957. Ya a principios del año siguiente estaba trabajando y aprendiendo el oficio en un café del centro, con esfuerzo y tesón junto a sus cuatro hermanos, todos en el ramo. En  1961 los cinco hermanos compraron El Volcán junto con otros negocios semejantes y ya para 1977 Manuel quedaba al frente de El Volcán como único propietario. 40 años han pasado por sus manos lo que supone una tonelada de recuerdos y de historias, algunas buenas, otras malas pero todas con saldo positivo de trabajo y respeto por el local y sus clientes. En sus mesas se creó un Club Social y Deportivo por supuesto con el nombre de El Volcán y cuadro de fútbol con camiseta color gris volcánico.
Pero en los últimos años, desde los años 80 en adelante que las cosas empezaron a hacerse más difíciles. Empezaron a cerrar muchos de los cafés de gallegos, tradicionales baluartes de trabajo y sacrificio. Pero los tiempos cambiaron, vino una nueva etapa digna de analizar en futuros capítulos.
La verdad que El Volcán la peleó en todos los frentes. Formó parte e integró el proyecto de revitalización de los bares y cafés promovido por Cambadu, la Intendencia de Montevideo y el Ministerio de Turismo conocido bajo el nombre de BOLICHES EN AGOSTO en los años 2006 y siguentes. El mismo tenía la finalidad de dar impulso a determinados cafés que representaban algo en la vida de la ciudad y en el entorno del barrio. Entre ellos se encontraban Fun Fun, Roldós, Bacacay, Almacén del Hacha, Café Brasilero y Tasende en la Ciudad Vieja y otros como La Giraldita, Bar Tabaré, 62 Bar, y el Tranquilo Bar en Pocitos, El Volcán en Malvín. Y también el Bar Rey, el Montevideo Sur, el Unibar, el Sportman y La Giralda en el Centro y Cordón, el almacén Cavalieri en Melilla, Los Yuyos en El Prado y el Micons en la Comercial. El Cavalieri en Melilla), Rondeau (Arroyo Seco), Los Yuyos (Prado) y Micons (La Comercial) 
Además de obtener exoneraciones impositivas, este grupo de boliches históricos se les brindaba asesoramiento en cuanto a la difusión, publicidad y gestión. 
Y su local y trayectoria figuró en dos libros de antología en la referencia a los “boliches” montevideanos: Uno de ellos “Bares y cafés en la memoria de la ciudad, editado por Ediciones de la Banda Oriental en el año 2005, con textos de Mario Delgado Aparaín y complementos del arquitecto Nery González y fotos de Leo Barizzoni y Carlos Contreras y en la publicación Cafés y tango en las dos orillas (B uenos Aires y Montevideo) publicado en el año 2010.
Hoy su cierre, coincide también con la terminación de una etapa, el cierre de un ciclo.

CAFÉS Y BILLARES DE 1860 a 1865

En la Guía de J.C. Horne y C. Wonner de 1859, la gran aldea que era entonces Montevideo, con una población cercana a los 60.000 habitantes, es posible apreciar la situación de desarrollo económico y crecimiento poblacional en función de la cantidad de comercios que se abrían y cambiaban de dueño. En el rubro de los cafés y billares -prácticamente no se concebía un café sin mesas de billar- figuraban 28 establecimientos, según lo hemos visto en un capítulo anterior.
Para este número vamos a poner el acento en el quinquenio de 1860 a 1865, uno de los más interesantes y variados en la historia de los cafés, a través de la investigación de prensa que hemos realizado en la Biblioteca Nacional.
La primera reflexión que nos despierta el tema es que los dueños eran extranjeros en su mayoría, en principio franceses y luego italianos. En cambio eran pocos los criollos, en cuyo caso la prensa los trataba con simpatía y dejaba la recomendación al público para que los distinguiera con su preferencia.
El diario La República del El 22 de enero de 1860 anunciaba la apertura de un café en la esquina de la calle Andes y San José, en la casa del Sr. Balparda y el del 1º de marzo daba cuenta de que el Sr. Pedro Campret vendió su café de la calle Sarandí al 353 porque tenía intención de retirarse a Europa. Dos semanas después el diario recogía el aviso de venta de un café sobre la calle Yacaré y 25 de agosto, frente al portón de la nueva Aduana.
En junio el mismo diario avisaba de la puesta en venta del café SAN MARTIN, ubicado en el Mercado Principal –como se llamaba por entonces a la antigua Ciudadela transformada en mercado- que ocupaba los locales 34, 35 y 36.
El 2 de julio siguiente La República daba cuenta de haberse vendido el CAFÉ BARCELONÉS, ubicado en el mercado principal, locales 10 y 11, a los señores Julián Anza y José Sarragoitia. Y poco después traía una noticia de que en el CAFÉ DEL COMERCIO se realizaría un “gran asalto de florete”, es decir una exhibición de esgrima, uno de los deportes y espectáculos que todavía concertaba gran atracción del público. Poco después, también La República, daba la noticia de que el CAFÉ DES PYRAMIDES, en Ituzaingó y Sarandí, se había vendido a don Luis Brossard.
Por su parte Juan Barneche anunciaba la venta de la FONDA VALENTIN, con billar y cancha de pelota, sito en la calle 18 de Julio 183 a 187 al señor Esteban Arreche.
En noviembre encontramos la publicidad de la confitería y CAFÉ SAN FELIPE, propiedad del señor Colodro, al lado del Teatro del mismo nombre y dos meses más tarde se abría el CAFÉ DEL TEATRO, con comunicación al San Felipe.
En enero de 1861 aparece la referencia de que la sociedad del CAFÉ ubicado bajo los arcos del Mercado principal, locales 29 a 33, bajo la razón social de Conez, Morini y Ca., se disolvió, separándose de la misma el señor Juan Bautista Morini (luego fundador del restaurante Morini, uno de los más famosos en Montevideo, activo hasta principios de la década de 1980). Y poco después incluía el aviso de venta del tradicional café y billar LA AURORA, en la esquina de Andes y San José.
El Comercio del Plata comentaba haber realizado una visita al CAFÉ DE LAS PIRÁMIDES, ahora propiedad del señor Echeverri, alabando las dos mesas de billar, el selecto café y las exquisitas bebidas que se servían. También alaba las pinturas al óleo que adornaban las paredes, las cuales después de instalarse la iluminación a gas se mostrarían brillantes y atractivas.
Y poco después comentaba la visita del CAFÉ DE LA ACACIA, ubicado en la villa del Cerro, donde la señora Moniteur, su propietaria, se esmeraba en brindar el mejor servicio, recomendando a las familias que los domingos tenían la costumbre de salir al campo de paseo con la familia.
Mientras que el 19 de mayo el diario La República daba cuenta de la venta del café TOULOUSIAN, situado en la calle Orillas del Plata, actual Galicia, numero 65 y el día siguiente hablaba del CAFÉ MONTEBRUNO, en vías de terminación, cuyo salón contaba con unas 20 varas de largo por 8 o 10 de ancho, con hileras de mesas de mármol, lámparas, cuadros en las paredes y cuatro espejos. Y dos grandes arañas para esparcir la luz.
Días después aparece el aviso de venta del CAFÉ DE MALAKOFF, en la esquina de 18 de Julio nª 123 y la Plaza independencia, (donde luego se inauguraría el CAFÉ NUEVO y más tarde LA GIRALDA).
La Prensa Oriental del 14 de agosto daba cuenta de la inauguración del CAFÉ EL ÁRBOL DE GUERNICA, sobre la calle del 18 de Julio y la Plaza Cagancha, a mano izquierda, propiedad del señor José María Iparraguerre, muy conocido entre la población española procedente de Vizcaya. La prensa revela su especial simpatía por el propietario, un “trovador” que deleitó con su voz los escenarios líricos de Europa y del Rio de la Plata donde tuvo oportunidad de actuar. Días después el diario La República publicaba un llamado de atención sobre el nuevo establecimiento de FONDA Y CAFÉ DE LA ALIANZA, situado en la Plaza Independencia numero 93.

 

CAFÉS Y BILLARES DE 1860 A 1865 (Ultima parte)
Por. Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

El teatro De Solís, desde su inauguración en agosto de 1856, se constituyó en punto de referencia social y cultural de la ciudad, por lo que no es de extrañar que se abrieran cafés en su entorno, próximo como estaba a la plaza de la Independencia.

La Prensa Oriental comunica días después que el señor Marcelino Grindao avisaba de la apertura de un café frente al Teatro Solís y el mismo medio de fecha 6 de octubre, exactamente casi 3 meses después de la apertura del CAFÉ DEL ÁRBOL DE GUERNICA comunica a la clientela que se ha mudado para la Plaza Independencia, casa del Dr. Vazquez en cuyo amplio y nuevo local se ofrece un “Maestro” para dar clases de guitarra según el método de Aguado, con precios acomodados y módicos.
También La Prensa Oriental anuncia el 19 de noviembre que en el CAFÉ DE LA AURORA, de Andes y San José, los dueños han abierto una “sala de canto” que estará abierta todos los días desde las 8 hasta las 11 de la noche y con precios sumamente equitativos.
Mientras que el 27 de diciembre se pone en conocimiento la venta del CAFÉ Y BILLAR DE LA AGUADA, calle Real esquina a la plaza de la Playa.
En el año 1862 el diario La República da cuenta de que el señor Campret ha regresado de su viaje a Europa y está en tratativas de abrir un café en la calle 25 de Mayo, en el antiguo Hotel de París, “que se trate de una copia de los grandes y conocidos cafés de la capital francesa”.
La República, en su número del 16 de abril de 1862, anunciaba la inauguración del CAFÉ DE MOKA el sábado a las 12 horas, cuando las campanas tocaran a vuelo el canto de Aleluy, abriéndose por primera vez las puertas del hermoso local.
Días después el cronista comenta que la inauguración del CAFÉ DE MOKA, propiedad de Mr. Crampet, ocurrido el pasado sábado de Pascua, estuvo muy animada y que entre la concurrencia se encontraba el poeta Francisco Antuña de Figueroa, quien improviso unos versos en honor de “Crampet y familia” inspirado en las musas tanto como en el “ferviente champagne” que se servía.
Al día siguiente transcribía el texto:
¿Quién en el Sábado Santo
Abrió el Café Moka?
Crampet
¿Quien lo secunda obsequiosa?
Su esposa
Quien nos atiende prolija
Su hija
El pueblo se regocija
Por tan digna instauración
Y dará su protección
A Crampet, su esposa e hija.
Franscisco Acuña de Figueroa.

La Reforma Pacífica daba cuenta de la apertura del CAFÉ BELGE, en la calle de las Cámaras (actual Juan Carlos Gómez), propiedad del señor Carlos Honoré quien no escatimaría esfuerzos en la buena atención y el líquido más exquisito.
Mientras que la semana siguiente La Prensa Oriental daba cuenta de la apertura del CAFÉ DE COLON, con billar y anexo de cuartos amueblados en la calle de las Misiones números Nºs. 53,55 y 57, esquina de las Piedras. Su propietario, José Bianchi, “tendría especial esmero en agradar a sus favorecedores y merecer sus simpatías”. La misma semana La Reforma Pacífica anunciaba la venta de dos acreditados negocios: el café y billar DE LA PLATA, ubicado frente al Teatro Solís y el café ANGLAIS, en el barrio de la Unión, para averiguar sobre este último dirigirse al café de Malakoff en la calle del 18 de Julio.
Poco después aparece una sucesión de avisos de venta: el del CAFÉ DEL MOGOL en la calle Zabala esquina Rincón, el del CAFÉ DE PARÍS en la calle del Cerro (Bartolomé Mitre), haciendo constar que contaba con 6 billares, el del CAFÉ Y BILLAR AS DE BASTOS en la calle del Uruguay Nº 134, el CAFÉ DE BORDEAUX, sito en la calle de las Mercedes y el café de Hilario González en la calle Uruguay 128.
El 20 de junio el diario El Pais daba cuenta de haberse producido la venta del CAFÉ DE LA REPUBLIQUE, en Soriano esquina Arapey al señor Miguel Meste.
Un aviso en El País comunicaba que el café y billar DE LA UNION, sito en el Mercado principal, que giraba bajo la razón de Juan Bautista Morini, cambió el nombre girando a partir de entonces bajo la razón de Juan Bautista Morini y Ca.
El diario El Comercio del 10 de diciembre de 1862 anunciaba la puesta en venta del CAFÉ DE LOS PIRINEOS al lado del Teatro Solís, calle Juncal Nº 14 y 16 con dos mesas de billar: “Tiene grandes comodidades al estar frente a las dos calles y contar con un sótano grande para licorería”, lo que nos permite suponer que en dicho local se abrió más de 20 años después el famoso AL TUPI NAMBÁ.
El 24 de diciembre se inauguraba el CAFÉ DE LA VICTORIA, frente a la calle del  Uruguay Nºs. 208 al 214, que incluía café, billar, fonda y posada. En 1864 El País daba cuenta de la reapertura del CAFÉ DE COLON tras el pavoroso incendio que había sufrido el establecimiento. Fue hermoseado en su interior y cuenta con 4 mesas de billar de las de mejor calidad de las que se encuentran en el país.
Le seguía anuncio de la venta del CAFÉ PETIT CAPORAL, sito en la calle de los Andes y el café sito en la plazoleta del Muelle Nº 41. Y luego el aviso de venta del CAFÉ AU RENDEZ VOUS DES AMIS, sito en la esquina de las calles de la Colonia y Andes, del CAFÉ Y RESTAURANTE DE BURDEOS, sito en Florida y Mercedes, del CAFÉ Y BILLAR DU PETIT BORDEAUX, sito en la calle del Muelle Viejo.
Poco después aparecen un aviso de venta del CAFÉ DE LOS PIRINEOS mientras que el CAFÉ MOKA, solicitando un mozo para la atención al público.
Mientras tanto la prensa italiana de Montevideo, en especial Il Propagatore Italiano del 14 de junio de 1864, avisaba al público que en el CAFÉ DELL´ARCO en el Mercado Principal todos los días festivos se harían ravioles o tallarines, arroz y buseca alla Milanese.
Mientras que el 8 de junio en el diario El Plata aparecía el aviso de venta del CAFÉ DE LA RENAISSANCE siendo atentido por su dueño, don Pierre Charvonier.
También El Plata daba cuenta que el 9 de agosto se pensaba inaugurar un CAFÉ CANTANTE semejante al que existía en Rio de Janiero.
Y Il Propagatore Italiano del 6 de setiembre daba cuenta de la inauguración del CAFÉ RISTORATORE DEL RECREO con entrada por la calle Rio Negro, en los siguientes términos que vale la pena reproducir: “Domingo 4 de setiembre se abrirá un cómodo local provisto de vino y de variada suerte de licores. El propietario señor Carlos Novelli ofrece al publico una exquisita mesa a cada hora del día, tanto en el local como en el domicilio del solicitante o pensionistas que quisieran honrarlo, asegurando la máxima prontitud en el servicio, y exquisitez de los platos”.

 

 

 

CAFÉ Y BAR LOS BEATLES

Desde 1966, hace ya más de 50 años, que en la esquina de Pérez Castellano y Cerrito, a una cuadra escasa del Mercado del Puerto, abre sus puertas el café y bar LOS BEATLES. Debo confesar que durante los años que he frecuentado la zona, siempre llamó mi atención un nombre tan poco usual para un boliche montevideano de aspecto común y corriente. Nada de sicodélico ni extravagante en su fachada ni tampoco músicos famosos ni extraños pelilargos en su clientela. Desde afuera el café ocupa la planta baja de un edificio de dos pisos superiores que data del año 1926 y resulta conocido con el nombre de Edificio Vignale, según el apellido de su primer dueño. Solo un discreto letrero que dice “Bar Los Beatles” da cuenta de la naturaleza del lugar. Desde dentro nos recibe un sobrio mostrador y un mobiliario acorde pero llama toda la atención una pared prácticamente cubierta de afiches y fotos que representan el célebre conjunto musical que desde Liverpool salió a conquistar el mundo en la década de los sesenta. Hasta que un día decidimos entrar y averiguar el origen y motivo de su nombre. Después de mirar con detención los afiches, anuncios y fotos que mostraban el famoso conjunto, nos sentamos a tomar un café en una mesa contra la ventana. En realidad fuimos dos o tres veces, la primera de tarde para hablar con el encargado y las siguientes de mañana para entrevistar a la esposa del propietario, que lo atiende desde la enfermedad del marido. La historia del lugar se remonta a mediados del siglo pasado, de cuando existía un bar con el nombre de LOS CELESTES DEL 50, un seguro homenaje a los jugadores que coronaron la hazaña de Maracaná. El dueño sería un empedernido futbolero que buscaba perpetuar las glorias del Uruguay campeón del Mundo.
Hasta que en el año 1965, tras 10 años de permanencia y esfuerzos en el país, Serafín Fraga, un español trabajador como pocos, lo compró. En realidad Serafín había empezado de cero y luego de pasar un tiempo como socio en el bar EL GLOGO, (Colón y 25 de Agosto) y después en el legendario VACCARO de General Flores y Domingo Aramburú, pudo ahorrar lo suficiente para comprar su negocio propio. Así veía realizados sus sueños de inmigrante que con esfuerzo y tesón llegaba a propietario de un próspero café y bar en tiempos en que la Ciudad Vieja y en especial en las cercanías del Mercado, eran un punto neurálgico por el que pasaba todo el mundo. Todo el que iba y venía del puerto tenía que pasar por delante y la clientela era buena y consecuente. Pero al año siguiente de haberlo comprado, un incendio destruyó casi totalmente sus instalaciones. Sin desanimarse y tras semanas de arreglos y reformas Don Serafín lo reabrió con la novedad de un cambio de nombre: pasó a llamarlo Bar LOS BEATLES en alusión al conjunto musical que desde la británica Liverpool estaba revolucionando el mundo musical. Es que el buen hombre poseía un innato sentido del marketing, intuyendo que con ese título iba a despertar la atención de los curiosos que pasarían a preguntarse porqué un gallego le había puesto a su negocio un nombre tan distinto al que tenían los demás boliches atendidos por compatriotas. No es que Serafín fuera personalmente un fanático de Los Beatles sino que buscaba un efecto comercial para buscar la atención de los jóvenes en una época y un barrio en que existía un café en cada esquina. O a veces hasta dos o más.
No se equivocó y por muchos años LOS BEATLES fue un motivo de comentario y difusión, atendiéndolo personalmente hasta su fallecimiento en el año 2006. Pero eso sí, cuando su hijo José Luis hubo cumplido los 14 años, además de los estudios que realizaba, lo puso a trabajar con él en el café. No hay como el trabajo duro para templar la mente y preparar el futuro, era su lema. No debemos olvidar que ese y los demás bares de la ciudad trabajaban mucho por entonces, en especial con las pandillas de la estiba, grupos de trabajadores que debían permanecer en espera de ser llamados para la descarga o la carga de los barcos que llegaban o partían del puerto. Todo fue así hasta que los nuevos sistemas de transporte marítimo, los contenedores por un lado y las poderosas grúas de otro fueron cambiado la tónica del trabajo portuario suplantando la mano de obra.
Cuando murió su padre, José Luis Fraga pasó al frente del negocio, cumpliendo horario de mañana y tarde como lo había recibido por herencia. Hasta que pocos años después cuando la enfermedad lo mantuvo confinado en su casa, tuvo que venir su señora a suplantarlo. Rosa Manukian, rubia, vivaracha y de espíritu emprendedor pasó a atenderlo todas las mañanas, atenta a todo y en especial al buen trato con los clientes a quienes atiende con mano firme y buena disposición. Y, que sin ser devota de Los Beatles tuvo la habilidad de incrementar el tapizado de la pared con nuevas fotos y renovados afiches adquiridos en algún remate. Dicho sea de paso hubo clientes que le quisieron comprar algún poster con ofertas tentadoras, pero las rechazó porque entiende que las fotos forman parte del lugar y sirven para darle aire peculiar y de identidad al negocio. Algunos de los posters lucen amarillentos por el tiempo ya que datan de 1966 en que los consiguió su suegro y casi forman parte de las paredes. Y otros fueron regalados por los clientes o comprados por ella misma…

Al día de hoy existen dos tipos de clientes: los habituales del barrio que van diariamente a tomar su copita o para charlar con los amigos frente a un café bien “tirado” y los turistas casuales, de la época de verano, los “cruceristas”, es decir los que vienen en los cruceros que tocan Montevideo y se bajan en la terminal para caminar por la ciudad. Lo que lo ha convertido en una visita casi famosa por los turistas de varias partes del mundo, porque cuando ven el letrero con el nombre quedan sorprendidos y entran para curiosear. Apenas ven los afiches no piensan en otra cosa que en sacarse fotos y selfies contra la pared cubierta de posters. Y muchos insisten no solo en tomar alguna bebida sino en tomarse sendas fotos con la dueña o el encargado. O hasta en grupos cuando son varios los excursionistas. Y que luego aparecen en Facebook o comentarios en las redes sociales. Rosa llega a decir que si hubiera cobrara un dólar por cada foto que le sacan los turistas hubiera ganado una buena cantidad diaria, lo que no hubiera sido una mala idea porque el negocio del café no es hoy en día ni sombra de lo que era anteriormente. La prueba es que quedan muy pocos bares abiertos en la Ciudad Vieja.  El encargado, Raúl Velazco, quien hace muchos años trabaja en el lugar, se acercó a la mesa cada tanto que la clientela le dejaba algún respiro, para apuntar algún dato o rectificar alguna observación. En tono de conocedor saca la cuenta de que en la Ciudad Vieja y especialmente en la zona del puerto quedan muy pocos bares abiertos. Entre ellos EL PERRO QUE FUMA, en el Mercado y EL SIGLO, cerca del hospital Maciel. Y pare de contar porque EL HACHA, el tradicional almacén y café de la calle Buenos Aires también ha cerrado. Y muchos otros han ido bajando sus cortinas metálicas poco a poco: el café y bar LA PROA, frente al Mercado, LA MARINA en la esquina de 25 de Agosto y Pérez Castellano, el bar JOSELITO en Pérez Castellano y Cerrito, frente a Los Beatles, el café EL MAGO en Pérez Castellano y Piedras, el bar SAN LORENZO en Maciel y Washington, el bar LA COPA DE ORO, LOS BARRILITOS, el café VENUS en Pérez Castellano y Washington, EL PATRIOTA en Washington y Pérez Castellano y el café y bar EL TRIUNFO en Piedras y Colón, nada menos que donde nació Artigas y que hoy luce baldío. Otros boliches muy frecuentados lo fueron EL GLOBO, sobre la rambla 25 de Agosto, en la planta baja del hotel de su nombre y el BANCARIO, casi pegado a la iglesia de San Francisco.
Poco a poco empezó a arrimarse la clientela a nuestra mesa. A medida que llegaban los habituales se acercaban para formar rueda. Cada uno tenía algo para aportar, alguna anécdota o comentario, en especial sobre los clientes famosos que pasaron por el mostrador o las películas que se filmaron. Y en especial la anécdota del día en que LOS BEATLES actuaron en Montevideo y más tarde pasaron en remise por la calle Cerrito, deteniéndose un rato frente al bar para luego continuar su camino. Los músicos no bajaron pero los que se encontraban en el interior los reconocieron. Mientras tanto otros clientes empezaron a hablar de las glorias deportivas de la zona, tanto de los equipos como de los atletas. Varios clubes de fútbol y de básquetball nacieron en las inmediaciones, entre ellos RIVER PLATE y RAMPLA JUNIORS, este último pergeñado desde la barra de un viejo café ubicado en la entonces calle 25 de Agosto, hoy rambla costanera. Y también los clubes ATENAS Y OLIMPIA. Ruben Navata, cliente diario y un memorioso de ley, empezó a contar de las glorias del Waston, el legendario club del barrio. Pero eso quedará para otra historia.

 

Cafés y boliches entre el olvido y la memoria



Los vertiginosos cambios en las costumbres y formas de reunión y entretenimiento del mundo en general, y de los montevideanos en particular, pueden apreciarse en la desaparición o transformación de los cafés, bares, boliches y lugares de reunión y encuentro desde la década de los ochenta en adelante. Para observar este hecho en forma panorámica recurrimos a los foros y redes sociales, a fin de rastrear en los dichos y nostalgias de muchos uruguayos, de los que se fueron del país y de los que se quedaron. Gracias a estas opiniones, vertidas con espontaneidad, vamos a rescatar la memoria de algunos de los cafés y boliches que estuvieron de moda en décadas anteriores, la mayoría de los cuales ha cerrado sus puertas o se ha transformado. El libro del Foro Rodelú y a la página Allá lejos y hace tiempo, así como otros foros virtuales nos han deparado varias sorpresas, claro está que tomando en consideración que con la distancia todo se magnifica y se tiende a pensar que los tiempos pasados fueron mejores. Analizaremos los recuerdos y las nostalgias al vuelo de la pluma, ordenados conforme los fuimos recibiendo. En primer término se mencionan los cafés del barrio donde se vivía y luego los del encuentro con los amigos o los primeros amores. Recién después aparecen los del centro o los cercanos a los lugares de trabajo.
Tal vez y sin tal vez el más recordado sea la cervecería La Pasiva de la plaza Independencia ­―que todavía existe aunque con distinto nombre y aspecto― por la cantidad de panchos y la famosa mostaza, de fórmula secreta. Para otros, sin embargo, la más recordada es la confitería Dorsa, de la calle Convención casi 18 de Julio, muy cerca de la Imperial, que quedaba al lado, y para otros el mejor recuerdo lo eran las tazas de chocolate con churros y ensaimadas que se servían en La Verbena, sobre la calle Andes casi Mercedes.
La nostalgia campea en los recuerdos hacia el Sorocabana de la Plaza Libertad y hacia el Mincho, emblemáticos cafés desaparecidos, mientras que otras preferencias recuerdan al Chivito de Oro, en la esquina de 18 de Julio y Yí, y al café con billares Golden Pool sobre la calle Yí. Otros tienen presente a la confitería Soko’s, de 18 de Julio y Yi, tristemente famosa por haber prohibido el acceso a gente de color. Los mayores rememoran la confitería Lido en la galería del Polvorín, los bailes en la discoteca de la galería La Madrileña y el local de fiestas de la confitería La Mallorquina que funcionó en los altos de la Galería Central.
En el barrio La Aguada los recuerdos se centran en el Templo del Whisky, en Minas y Nicaragua, y en el bar Los Ideales, en Magallanes y Nicaragua, donde el fuerte eran los campeonatos de pool y la atención de Walter, apta para el armado de comilonas entre amigos para festejar los sucesos barriales y deportivos.
En el barrio del Cordón los nostálgicos nombran al Balón de Oro, sobre 18 de Julio y lindero al teatro El Galpón, mientras que otros al bar y pizzería Saroldi, de Rivera y 18 de Julio. Pero claro que la mayoría tiene presente la confitería Lyon D´Or, que todavía existe, frente a la tienda Aliverti de 18 de Julio al 2000.
Yendo para Pocitos algunos traen a colación el Mi Bar, de avenida Brasil y Zubillaga, y el cercano Mirador Rosado, en la esquina de Simón Bolívar y avenida Brasil, -con la apostilla del Club Social Mirador Rosado en la cercana esquina de Bartolito Mitre y Baltasar Vargas- y la también desaparecida confitería Anrejó, en la esquina de Avenida Brasil y Libertad. Nombran también al bar Prado, en bulevar España y Benito Blanco, y la Vitamínica, en Benito Blanco entre Avenida Brasil y Bulevar España ―con su célebre plancha que se decía construida con hierros del vapor alemán Tacoma― el bar Sporting en 21 y Libertad y el Los Dos Hermanos, boliche y venta de pizza al tacho por la ventana que daba a Libertad y Maeso. Otros recuerdan el Fray Mocho en Bulevar España y Libertad mientras que otros optaban por la confitería La Hacienda, sobre la calle Libertad. Muchas referencias se orientan hacia el Expreso Pocitos, que todavía existe, y al desaparecido Davito’s, en la esquina de Larrañaga y 26 de Marzo, lugar muy cotizado por su cómplice oscuridad en tiempos en que no existían ni el shopping ni las torres de edificios, retrotrayéndose a felices tiempos de soltería porque los pedidos se hacían desde los autos estacionados en la vereda, a los que concurría el mozo con su discreta linterna para atenderlos. Otros recuerdan el bar Carlitos, en Rivera y Luis Alberto de Herrera, gigantesco salón donde los jóvenes acostumbraban hacer la «previa» antes de ir a bailar. Y por supuesto que tuvo sus partidarios El Cubilete, una especie de cabaret de copas y mujeres “del ambiente”, cerca de la calle Pereira.
En la barriada de la Unión también flotan los recuerdos, en especial hacia el café y bar Los 8 Hermanos, en la esquina de 8 de octubre y Comercio (donde hoy está La Pasiva). Resulta unánime la cita de la tradicional confitería La Liguria, que arriba tenía salones de fiesta. Y en la zona de General Flores la nostalgia flota sobre el Gran Café Vaccaro, cerrado recientemente, y sobre el cercano bar y restaurante Caballero, de General Flores.
Pero la gran sorpresa que nos llevamos, sin duda, fue la nostalgia que despierta el recuerdo de las boites y boliches bailables. Vaya como muestra una lista somera, ordenada por barrios. En el centro El Sunset, arriba de los baños turcos en el edificio de Pluna, sobre la calle Colonia, y el Too Much, sobre Río Negro frente a la Plaza Fabini. En la zona del Parque Rodó la boite Magique, en Gonzalo Ramírez frente al parque, mientras que se ubicaban en Pocitos A Baiuca, casi frente a la Plaza Gomensoro, El Privée, en Benito Blanco y Pagola, Zum Zum ―lo máximo―, donde ahora funciona Océano FM, Caras y Caretas en Avenida Brasil y Berro, Clave de Fu en 26 de Marzo entre Massini y Martí, Midnight en Luis Alberto de Herrera e Iturriaga y Giorgio’s en la Rambla y Scocería. La lista continúa en la zona de Punta Gorda con Fantasía frente al Club Náutico, Lancellot en el castillito de Punta Gorda, Makao en el Hotel Oceanía de Punta Gorda, Tarot en Rambla y Motivos de Proteo, el New York New York abajo del Hotel Oceanía y Portofino, de nuestro propio recuerdo. En el barrio de Carrasco tal vez la gran mayoría recuerda Hipocampo en Basilea y Bolivia, a dos pasos de la rambla, La Casona de Carrasco en avenida Italia y Córcega, el Mar de la Tranquilidad en Gabriel Otero y la Rambla, Ton Ton Metek sobre el Lago, Break Dance sobre la Rambla entre Ferrari y Miraflores, el Clyde’s en Costa Rica casi Rivera, el Snacky en Sáez entre Arocena y Divina Comedia, La Base frente al Aeropuerto, Pueblo Gitano y Fuera de Tiempo, ambos cerca del Aeropuerto. Y por supuesto que no podían quedar fuera del recuerdo el Parador del Cerro, desde donde se dominaba la vista de la ciudad, y más afuera Zorba entre los pinos de Solymar, Barracuda en Floresta y Moonlight en la Barra de Portezuelo. Como dijo uno de los foristas «¡Qué lindos recuerdos…! Salir en grupo con amigas y amigos, en parejas, con buena música y buena onda. Qué época maravillosa que no supimos valorar…»

Estimados lectores: una última aclaración. Esta lista no es completa sino que la presentamos a vía de ejemplo. Sería bueno que cada uno de ustedes, lectores presentes o ausentes, formulen la propia con vuestros propios recuerdos y nos la envíen. Porque para cada uno la referencia más válida es la que tiene que ver con las propias vivencias y los lugares que haya frecuentado.

 

EL BILLAR EN LOS CAFÉS


Desde los tiempos de la Colonia que los almacenes, fondas, pulperías y cafés en el Rio de la Plata ofrecían la alternativa de juegos para entretenimiento de los clientes. Entre ellos, el billar era uno de los más solicitados pero también se jugaba a las barajas, los dados o a la taba en competencias que a veces terminaban en duelos a mano armada. Y más adelante aparecieron otros juegos tan populares como las bochas y los bolos.
Desde entonces y hasta mediados del siglo pasado los bares en general y los cafés en particular solían ser lugares de encuentro y de reunión social con miras de intercambio y diversión. Porque, salvo en la vida familiar, había pocos atractivos hogareños para pasar el tiempo y los hombres debían concurrir a esos espacios en busca de entretenimiento o de información. Porque en ellos circulaban las noticias, se enteraban de las cosas y, por además, existía la posibilidad de comentarlas. Y también compartir los desengaños, las penas y los aciertos. En tal entorno el juego o la competencia se convertían en un complemento de tanta importancia como la bebida o la comida misma.
Con el correr del tiempo, con especial acento en el Novecientos, las mesas de billar pasaron a ocupar un lugar de preferencia en los salones de café, al punto que la gran mayoría disponía al menos de una, a veces ubicadas en el fondo y otras en el piso superior o en el subsuelo. Y en otros la mesa ocupaba el espacio central porque fomentaba la concurrencia de clientes, lo que representaba un buen negocio para el propietario. Porque se valora la destreza y el lucimiento de habilidades personales tanto como el espíritu de competencia. La partida de billar demanda tanta destreza como desafío, lo que llevaba a organizar partidos o torneos entre los parroquianos y en ciertos casos a desafiar a los clientes de otra zona. A veces se competía por amor al arte, por satisfacción personal y otras por algún premio en metálico o por apuestas en las que el perdedor debía pagar la vuelta de bebidas o la cena del contrincante o de toda la concurrencia. Era ponerle un poco de adrenalina a los tacos de billar y a la valoración personal.
Claro que en otros rincones del café, sin tanta aparatosidad ni exhibición, se armaban tenidas de truco criollo, conga o tute cabrero, también rodeadas de un círculo más pequeño de espectadores. Y lo mismo los juegos más intelectuales del ajedrez o las “damas”, que continúan jugándose hoy en día. En la esquina de 18 y Convención podemos ver todavía alguna improvisada partida de ajedrez entre dos contendientes rodeados de publico que sigue las jugadas  en silencio.
La propia historia del juego de billar, que pasamos a resumir, cuenta con prosapia digna de estudio y con anécdotas dignas de contar. Sus referencias hunden las raíces en Egipto y en la antigua Grecia según el filósofo Anacarsis, que remonta a una práctica de juego de carambolas en el siglo IV antes de Cristo. Nada menos que Cleopatra se dice que gustaba de jugar una especie de partida con tacos de madera sobre una pista alisada.
Pero fue durante los siglos XV y XVI, prácticamente en el Renacimiento, que fue inventado oficialmente. Según fuentes francesas la iniciativa correspondió al hábil artesano Henry Devigne, a partir de lo que se logró la inmediata difusión en la Corte.  Para los ingleses, en cambio, fue inventado por un curioso personaje llamado Bill Year, de donde habría tomado su nombre.
La primera Sala de billar que registra la historia fue abierta en Paris en el año 1610, quedando tan entusiasmado el rey Luis XIII que permitió la difusión del juego entre los súbditos.
Con el paso del tiempo el juego pasó a desarrollarse y en 1835 el sabio Gustave de Coriolis publicó una primera explicación y desarrollo teórico con el nombre de “Teorema matemático del juego de billar”.
En España el juego se difundió primeramente entre la nobleza y pasó luego a expandirse en todas las provincias del reino. Fondas, cafés y demás pasaron a tener sus mesas y de allí se extendió a las colonias americanas, donde se volvió uno de los juegos más difundidos.
El billar llegó a Buenos Aires a comienzos del siglo XVII, conocido con el nombre de Truque, aunque basado en las mismas reglas y requisitos. Y hacia 1799 se había vuelto tan popular que el virrey Vertiz decidió reglamentarlo. En el mismo lugar donde se venía practicando desde tiempo atrás abrió, dos años después, el famoso Café de Marco, con autorización expresa para el juego de billar.
También en Montevideo se jugaba en las casas de “billares, cafeses, fondas y bodegones existentes” al punto de sorprender a los invasores ingleses, que le pusieron un impuesto especial para permitir el juego durante el breve tiempo en que estuvieron ocupando la ciudad.
En la propaganda de los cafés y bares que aparecían en las guías comerciales y en las revistas de actualidades se hablaba de “cafés y billares” en forma indistinta como que no podían existir el uno sin el otro. Y tiempo después la propaganda hacía hincapié en la cantidad o calidad de los billares con que contaba cada establecimiento, acentuando la marca de fábrica “Brunswick” como una de las mejores, como dando a entender que no había café que se preciara si no contaba con sus atractivos de juego. Como ejemplo, EL TROPICAL, en anuncio de 1929 anunciaba en un gran letrero “CAFÉ, BAR, BILLARES”.
Claro que por entonces todos los locales contaban con espacio para las mesas de billar. No más recordemos las del café BOSTON, en Andes entre Mercedes y Uruguay, casi frente al Estudio Auditorio del Sodre, las del TUPÍ NAMBÁ, tanto del viejo como del nuevo Tupí en que se contaba con un subsuelo dedicado al billar, el café AVENIDA donde jugaban sus partidas los muchachos “bien”, el café MONTEVIDEO con un subsuelo dedicado al billar, el café BON MARCHÉ con sus modernas mesas como atracción y el café ATENEO con su pista de baile pero sobre todo con sus famosas mesas de billar en el subsuelo.
Pero desde la década de 1970 en adelante, los grandes cafés con múltiples atractivos (hasta con peluquerías y cambios de moneda en su interior) se fueron convirtiendo en empresas inviables ante el cambio en las costumbres y cerrando sus puertas. El café dejaba de ser un lugar para socializar, para encontrarse y charlar en ruedas de amigos. La diversión pasó a otros ámbitos, la gente se encuentra cada vez más enfrascada en las pantallas, del televisor primero, de la computadora después y del teléfono celular en la actualidad. Quedan muy pocos cafés tradicionales en Montevideo y de seguro, salvo alguna excepción que no conocemos, han desaparecido de ellos las mesas de billar. Quedan solo las mesas de consumición, probablemente en los barrios más apartados de la ciudad y seguramente que se conservan en algunas localidades del interior del país.
Con todo la pasión por el juego se mantiene entre los entusiastas billaristas. Solo que ahora las mesas se encuentran en los clubes sociales y en algunos clubes especializados como el Silver Gate, en la calle Jaime Zudáñez y también y especialmente en el CLUB DEL BILLAR, que abre sus puertas en el segundo Piso del Palacio Salvo y funciona a pleno desde el año 1958, el 12 de octubre, fundado por 76 amantes del juego que pretendieron rescatarlo del ambiente popular de los cafés para darle un aire más solemne de deporte en un lugar especializado. (Tema digno de un próximo artículo).

 

 

UN CAFÉ CON EDUARDO CAÉTANO

caetano

Más de 15 años de visitas a la librería anticuaria Montevideo Casa de Arte, de Eduardo Caétano, en busca de material y datos sobre los cafés montevideanos, no podían quedar sin la correspondiente entrevista. Visitas casi semanales para conversar con el dueño, ver el material que pudiere haber entrado, comentar los artículos publicados y comprar los que tuvieran relación con el tema nos llevan a compartir centenares de anécdotas y vivencias. De mi parte siempre he tenido afición por recorrer las viejas librerías, si se trata de libros de viejo o librerías anticuarias mejor. Muchas de ellas han pautado mi ruta de investigador en los diversos campos transitados en busca de información y material de consulta. Lo mismo en el Uruguay que durante los viajes, sea donde sea la visita se vuelve obligada. Y, como recomiendo siempre, los mercados y librerías son lo primero que debe conocerse de cualquier ciudad.
En Montevideo soy asiduo de algunas interesantes como las de Linardi Risso, El Galeón y otras tantas en el entorno de la Feria de Tristán Narvaja. Y lo fui de algunas que han desaparecido dejando buenos recuerdos como Sureda y Oriente & Occidente, de Julio Moses, de las que supe y pude obtener valioso material. En principio de antiguas fotografías, –tanto retratos como vistas-, folletos, diarios y revistas de fines del siglo XIX, programas de teatro o de cine en los que solían aparecer avisos de cafés o confiterías. También han cerrado El Aleph sobre la calle Bartolomé Mitre casi Sarandí y la del Salvo, sobre la calle Andes, bajo el propio edificio del Palacio, con cuyos dueños mantuve buen diálogo y condición de buen comprador. Las menciono en especial porque en ambas se armaban espontáneas tertulias con los clientes que aportaban datos u brindaban información, cada uno desde su propio ángulo. Muchas veces era el propio librero el que dirigía la conversación e interactuaba con ellos para la búsqueda de material o el contacto entre los propios investigadores, se conocieran o no.
Pero en este caso quiero referirme a la nombrada Montevideo Casa de Arte. Típica librería de venta personalizada y material seleccionado, cuyo centro de interés radica en la figura y personalidad del librero. Que no se trata de un mero vendedor de libros sino de un amante de los mismos, que los compra, los limpia, los restaura y muchas veces casi los saborea. Claro, no tiene más remedio que venderlos porque es su negocio, tiene que vivir y con ello seguir adquiriendo nuevos materiales. En algunos casos hasta sufre con la venta de algunos libros o documentos que llegaron a sus manos por casualidad o por compra con carga de adrenalina. Porque no tienen reposición, son piezas únicas. Y le cuesta desprenderse de ellos, salvo que den con el precio justo y lleguen a manos de un lector que los valore y les saque provecho.
La librería de Eduardo Caétano se ubica en la Galería Central, la más antigua de Montevideo, con entradas por 18 de Julio, San José y también por Julio Herrera y Obes. La galería ocupa el mismo local donde funcionó entre 1926 y 1952 el famoso café y confitería AL TUPI NAMBA. El local de la librería se encuentra en el medio, en el recodo, donde antes se levantaba el palco para la actuación de las orquestas y después funcionó una academia de billares.
Desde el principio las charlas con Eduardo Caétano se orientaron hacia el tema del TUPÍ NAMBÁ, el Nuevo, en su tiempo el más lujoso café de América del Sur. Y que a principios de la década de 1950 bajó sus cortinas, como prueba de que se estaba en los comienzos de una nueva etapa en la vida de la ciudad. Después de algunos negocios intermedios el inmenso local fue transformado en una galería comercial al mejor estilo de las que existían en Buenos Aires. Pocas décadas después, sin embargo, también las galerías pasaron de moda y los modernos Shoppings Centers han vaciado el centro de la ciudad. Con todo la Central subiste como galería temática con locales especializados en material coleccionable, como ser filatelias, casas de antigüedades, hobbys, militaría, discos y hasta otra librería de viejo, El Ojo, de Salom.
Del tema del Tupí Nambá (el Nuevo) las charlas con Eduardo siguieron sobre el tema de los cafés, especialmente de los que ofrecieron la actuación de orquestas de tango. Es que además de librero es bailarín, profesor de baile de tango y curador de exposiciones de pintura, entre otras actividades.
Una tarde, vez encarada la entrevista, pasamos a hablar sobre los bares y cafés que frecuentó o que más influyeron en su vida. Nacido en el barrio La Comercial, sus recuerdos de pibe remontan a LOS OLÍMPICOS, un pequeño local ubicado en la esquina de Justicia y Pagola. Frente a la puerta, recostado siempre y con los brazos en cruz solía pararse uno de sus ídolos, el boxeador Dogomar Martínez, de quien se decía que era invencible e inolvidables las peleas que le ganó a Pocholo Burgues y a Pilar Bastidas. Era un “esgrimista de los guantes” y difícil de agarrar pero tenía la contra de una pegada blanda. El único que le ganó en buena ley fue Archie Moore, campeón mundial y famoso el abrazo que se dieron cuando el norteamericano vino de visita al Uruguay. Los pibes de la zona pasaban por la vereda de enfrente para verlo, pero nunca se animaron a saludarlo, tanto el respeto que le tenían. Ya de adolescente, con más de 16 años, recuerda muy bien los tres cafés y bares de la esquina de Justicia y Cuñapirú: el VENCEDOR, el NADOR y el FERNANDITO, éste último en el que paraba con una barra de amigos para comentar los amoríos y sus conquistas en el barrio. Y también recuerda el OLIMPIA, en la esquina de Justicia y Hocquart, que tenía un anexo con timba, juego de bochas y mesas de futbolito. Llegó a integrar el equipo juvenil de tercetos en los campeonatos de bochas federales, habiendo salido primeros en alguna oportunidad.
Fue en el OLIMPIA donde conoció a Osvaldo Fattoruso, con el que jugaban de compañeros al futbolito. Este, junto con su hermano Hugo fueron los fundadores del grupo de rock “Los Shakers”, de un estilo similar a Los Beatles. Recuerda que a una cuadra del Olimpia, más precisamente en Justicia y Pagola, al lado del café Los Olímpicos, pudo disfrutar de la actuación de Osvaldo, como baterista, Hugo con el acordeón piano y el padre de ambos que ejecutaba un instrumento que venía a ser una especie de contrabajo. Sonaban fantástico y el que más atraía los aplausos era Osvaldo por la calidad de su ejecución en la batería. Ellos vivían a dos cuadras, en Justicia y Lima, donde los padres atendían un comercio de venta de discos.
Respecto a su vocación por el tango y disposición por el baile comenzó por aquella época, cuando iba con sus padres al club de Residentes de Treinta y Tres, que estaba en la calle Yaguarón entre 18 de Julio y San José. Allí aprendió a bailarlo con cortes y quebradas y desde entonces que le apasionaron tanto la música como el baile. Al punto que terminó por enseñarlo e instalar una academia con el nombre de Raíces en forma paralela con la librería.
En el año 2002, después de varios trabajos y ocupaciones comerciales, decidió abrir una librería de viejo, un sueño que sentía de muchos años atrás. Un negocio donde pudiera estar rodeado de libros, interactuar en el mundo de la cultura y al mismo tiempo conversar con la gente sobre temas varios. Buscar el material que se le pidiera y orientar a los investigadores. Y capaz que, en la misma tarde, recibir a personas tan variadas como diferentes sus temáticas.
Desde que un día, ante la compra de una caja con cientos de fotos, cartas y partituras se acentuó su interés por la historia del tango. Del baile pasó a interesarse en la historia y la bibliografía. Y del contacto con investigadores y estudiosos a entusiasmarse con la trayectoria y evolución de los cafés, especialmente sobre los que ofrecían parte del local para la interpretación de música típica, con lo que le dieron un gran empujón a la difusión del género. De alguna manera la historia del tango y de los cafés se potenciaron mutuamente en un período fermental. Y por supuesto que gardeliano a muerte, con bibliografía especializada, y partidario del nacimiento del mago en Tacuarembó.
Para él , el café alude a una forma de vida, de sentir y de constituir una idiosincrasia y una identidad que nos define en forma única e inconfundible, artífice de nuestra forma de ser, nuestra cultura, mejores tradiciones y hábitos de vida.  Y dentro de ello reivindica el papel que merecen los mozos, muchas veces olvidados o dejados de lado. Y que muchas veces son ellos mismos personajes famosos por su bonhomía o su sapiencia, sabedores de todas las historias que se desgranan delante de su bandeja. “Muchas veces confidentes, cual curas tras un confesionario y otras como consejeros y guardadores de secretos no siempre felices y muchas veces terribles. Estos mozos le imprimían a los locales un sello inconfundible, y muchas veces eran la causa por la cual muchos parroquianos concurrían a determinados cafés y no a otros”.
Caétano ha venido escribiendo desde entonces artículos en el mensuario Ciudad Vieja, capital de Montevideo y en las revistas Propuesta y Raíces sobre temas de tango y sobre los cafés donde se interpretaba el tango. Hemos conversado muchas veces y sus aportes a mis artículos han sido importantes, baste citar las fotos del café y confitería LA GIRALDA, los avisos sobre el BON MARCHÉ y el artículo imperdible sobre el café LAS CUARTETAS.
Al final de la entrevista quedamos en que me entregaría, para la publicación, un artículo que había escrito sobre los cafés, a los que define como “ventana de Luz en la Noche” y el tango.

 

 

UN CAFÉ CON RICARDO SCANDROGLIO

Durante nuestra investigación sobre la influencia de los cafés en el desarrollo del tango en la orilla oriental, según la feliz expresión del escritor Juan Carlos Legido, -en realidad en ambas orillas del Plata- nos topamos varias veces con la referencia de Ricardo Scandroglio, eximio representante de la bohemia tanguera y uno de los más renombrados bailarines de la época. El “Pollo” Ricardo, como lo llamaban los amigos, fue un ícono y una presencia infaltable en los salones y pistas de baile desde el centro al “Bajo” y los suburbios.
La verdad que nos hubiera gustado haberlo conocido personalmente y haberlo podido entrevistar pero, como falleció a fines de la década de 1970, solo nos queda abordarlo en una crónica retrospectiva en base a las entrevistas que milagrosamente lo resucitaron tiempo atrás.
Nacido el 29 de setiembre de 1890 en el seno de una familia acomodada, desde su juventud se destacó en la vida bohemia y en las barras de los cafés de café. Según propia confesión solían frecuentar el POLO BAMBA, la GIRALDA, el SARANDÍ y el LONDRES, este último en el Cordón, donde se reunían los amigos para planear la noche. El café por entonces hacía las veces de lugar de encuentro para la “previa”, en términos de hoy en día, de donde arrancaban para los cabarets Royal Pigall o el Chanteclair, o iban directamente al Armenonville, gigantesco salón de baile donde hoy se encuentra el Palacio Legislativo, acaparando las bailarinas más codiciadas. Y de allí la seguían en los salones, pensiones o peringundines, según los casos, hasta liquidar la noche. En tal sentido vivieron con intensidad la etapa de las primeras décadas del siglo XX, que coincidió con la Belle Epoque entre nosotros, de gran brillo en ambas márgenes Plata.
En 1910, contando con apenas 20 años de edad, su amigo Luis Alberto Fernández, pianista de mérito y prosapia tanguera, le compuso y dedicó un tango en su honor al que llamó El Pollo Ricardo.
Scandroglio viajó cuatro veces a Europa y estuvo en Paris en los años 1915, 1919, 1927 y 1930, causando sensación en los cabarets y salones parisinos. Seguramente en los auténticos Moulin Rouge y Chanteclaire, resultando de alguna manera uno de los responsables de la difusión del tango. Al igual que los músicos, instrumentistas, cantantes y bailarines que lograron que el visto bueno en Paris significara la aceptación en los hoteles y bailes de sociedad rioplatenses.
Pero simultáneamente la vida de Ricardo Scandroglio se canalizó por los carriles que correspondían a un joven de la mediana burguesía y una buena educación. Entró a trabajar en la Administración Nacional de Puertos y luego pasó a la actividad bancaria, llegando a ocupar un puesto de jerarquía gerencial con sueldo acorde. Luego vino el casamiento y la vida hogareña, espaciándose las visitas al café y las pistas de baile.
Años más tarde, por la década del 60, pasados los fuegos de la juventud y las brasas de la madurez llegó la etapa de la jubilación.
Luego de enviudar empezó a pasar largas temporadas en el chalet que compró en Punta del Este sobre la avenida Francia. Largas caminatas, lecturas y arreglos en el jardín le apartaban un poco del recuerdo de los viejos tiempos. Vivía en compañía de su hija, buena compañera y para no perder memoria del pasado se rodeó de una discoteca de buenos tangos. Para completar le puso al chalet el nombre de El Pollo Ricardo e hizo colgar de la chimenea un gallo de metal recortado a modo de veleta.
Así, en la soledad del recuerdo y el olvido de sus amigos, que la mayoría estaban fallecidos o ausentes, hubiera seguido su vida a no ser porque una curiosa circunstancia lo volvió a poner en el tapete al tiempo que le daba las alas para un segundo tiempo. Todo gracias a la casualidad y la curiosidad de un joven fernandino, Alfredo Tassano, que se preguntaba sobre el porqué de tan curioso nombre para un chalet. Un día que Ricardo se encontraba cuidando el jardín el joven vecino lo saludó y ante su respuesta atinó a preguntarle que ver el nombre de la casa con el de un tango famoso. Fue como poner el dedo en el gatillo, Ricardo lo invitó a entrar y pasó a contarle de sus buenos tiempos.
De inmediato trabaron una cordial amistad y el veterano encontró en su interlocutor un atento oyente para abrir las puertas de su pasado. Lo interesante del caso fue que Tassano, perteneciente a una familia de arraigo y con antecesores en el servicio de diligencia del Este, sabía de la importancia de los recuerdos reconstrucción de una época y le propuso grabar la entrevista. Compró un grabador de cinta y luego de algunas pruebas tuvieron una larga charla que salvó y registró buena parte de la historia del tango en nuestro medio. Tal vez sin proponérselo se convirtió en una grabación de extraordinario valor testimonial para la historia del tango.
La noticia de la entrevista corrió como reguero de pólvora entre los estudiosos y amantes del tango y don Ricardo, el Pollo Ricardo volvió a vivir un nuevo período de fama. Esta vez se sucedieron las entrevistas de radio y las notas de prensa.
Consecuencia de su vuelta al ruedo, nuevamente como protagonista, esta vez no de las pistas de baile sino de las pistas de grabación, fue entrevistado en un memorable programa radial a cargo del comentarista musical Alberto Luces, uno de los más conocidos de la década de 1960, entre los que también descollaron los comentaristas y estudiosos del tango Lilian, Avlis y Enrique Soriano.
Tuvimos noticias de dicha entrevista radial , que tuvo lugar en la década de 1960 en CX 32, por boca del señor Boris Puga, a quien entrevistamos en abril de 2010. Pero mucho más interesante para la historia del tango y los cafés y para nuestro propósito que la citada entrevista lo fue la carta manuscrita que el propio Ricardo Scandroglio le dirigiera al comentarista Luces, agradeciéndole el momento grato que le había hecho pasar y que le permitió destapar el cajón de sus recuerdos. Por entonces Boris Puga era Presidente de Joventango y Académico correspondiente en Uruguay de la Academia Porteña del Lunfardo y en tal carácter hizo llegar al Presidente de la Academia argentina una copia de la carta. Y, en prueba de confianza, una vez terminada la charla con él, nos entregó un sobre con una copia de la carta, la que será transcripta en el Apéndice documental. Son cuatro páginas maravillosas con descripción de los amigos, pianistas, cafés, cabarets, pensiones y con comentarios de antología que nos permiten reconstruir la memoria de una etapa rica y emotiva.
Y para completar el cuadro recordatorio del Pollo Ricardo, tiempo después, cuando entrevistamos a Nelson Domínguez, Guruyense, y sacamos el tema, confesó que había entrevistado a su vez al Pollo Ricardo en el año 1971 y que se trató de la nota periodística que escribió con más emoción y entusiasmo. Fue cuando trabajaba en el diario La Mañana y que, enterado de los comentarios sobre el Pollo, decidió conocerlo y entrevistarlo. Allá marchó a su casa acompañado del fotógrafo del diario y estuvo varias horas. Le costó encontrar el ejemplar del diario entre su frondoso archivo donde conviven periódicos con libros, revistas, discos y afiches pero finalmente apareció el ejemplar del 29 de marzo de 1971. En una página entera revive el Pollo Ricardo en fotos y en texto. No duda en asegurar que fue una de sus principales entrevistas. Trabó inmediata amistad con don Ricardo, a quien volvió a visitar otras veces. El antiguo bailarín le confesó la felicidad que le daba esta oportunidad de revivir y refrescar sus recuerdos. Guruyense recuerda con una sonrisa que tuvo problemas en la redacción del diario, no solo por la desusada extensión de la nota (que hubiera podido ser más extensa todavía) sino por la la temática que suponía una reconstrucción prostibularia de un Montevideo de viejos tiempos.
Comprenderán los lectores de nuestra nostalgia en no haberlo conocido personalmente…

 

En tiempos actuales don Alfredo Tassano siguió preocupándose del rescate de la historia, en especial de su tiempo y su comarca fernandina, se desempeña como director de la Escuela Uruguayo Argentina. Y como rescate del pasado ha desarrollado una pagina con el nombre de “Banco de Historias Locales (Maldonado)” en uno de cuyos ítems se reproduce la entrevista del Pollo Ricardo. .

 

Un café con Guillermo Chifflet


Corría una tranquila tarde del mes de mayo del año 2010 cuando entrevisté a Guillermo Chifflet. En la puerta de su apartamento en un edificio de la calle Cuareim esquina Colonia me esperaba la cariñosa recepción de su esposa, la actriz Julieta Amoretti. Guillermo, con sus 83 años ―nacido el 15 de setiembre de 1926―, era hijo de un odontólogo de ascendencia francesa y de una italiana oriunda de las cercanías del Lago di Como.
Publicista, periodista y político, desarrolló varias actividades con entrega y fervor. De convicción socialista, fue fundador del Frente Amplio en el año 1971, siendo electo diputado en 1989 y reelecto en 1994, 1999 y 2004. Hombre de sólidos principios acorde con sus ideales, supo renunciar a la banca cuando enfrentó discrepancias con la marcha del gobierno. El día de la entrevista, afectado por problemas de salud, se apoyaba en un bastón para caminar.
De mi parte, recordaba haberlo conocido en la década de los ochenta por un tema muy distinto, cuando estaba investigando sobre la vida y obra de Alfredo de Simone. En tal oportunidad me citó en el café Sorocabana para contarme sobre ese pintor del Barrio Sur y decirme que tenía un cuadro suyo, que le había comprado para ayudarlo. En cambio, en esta nueva entrevista, el tema era por su experiencia con los cafés que había frecuentado y la importancia que tuvieron en su vida. Milton Fornaro y otros entrevistados me convencieron de llamarlo porque lo recordaban como uno de los más activos contertulios en las mesas del Sorocabana, donde tenía una reservada, casi propia, en la que se reunía con los compañeros de trabajo, amigos y correligionarios.
Lo confirmó con una amplia sonrisa y movimiento de cabeza. El Sorocabana tenía varias virtudes: muy bien ubicado, muy linda vista desde sus ventanas y le quedaba muy cerca del trabajo. Y, como tomar café era barato, las ruedas se formaban con facilidad: «Fíjese que con una taza de café uno podía pasarse horas, la verdad es que resultaba muy cómodo encontrarse en un lugar así». Era un recinto de charlas, de encuentros, de polémicas, de discusión y de participación en distintas ruedas. Las había de todo tipo: de militares, de sindicalistas, de gente de la publicidad, de modo que esta variedad facilitaba las afinidades y las perspectivas de conversación y de discusión sobre distintos temas. En tal sentido los cafés cumplieron un papel importante en las conversaciones y en el tratamiento de temas políticos. Para Chifflet también era un centro de polémica, fundamentalmente de gente de izquierda.
No obstante ello, aclaró, no concurría a los cafés por el café mismo. Lo hacía por reuniones de trabajo o de encuentro con amigos. El Sorocabana le quedaba cerca de la agencia de publicidad en que empezó a trabajar y también quedaba próximo de la agencia Ímpetu, para la que trabajó posteriormente. Era, simplemente, cruzar y llegar al trabajo.
Antes de ser asiduo del Sorocabana frecuentaba el café y bar San Rafael, en la esquina de San José y Cuareim ―hoy Zelmar Michelini―, que antes se llamaba El Olmo, porque allí se reunía la rueda de Emilio Frugoni. Los empleados y colaboradores del semanario El Sol se encontraban en el café para decidir los temas que saldrían en el próximo número, de modo que la mesa de Frugoni, a la que concurría todos los días, era un verdadero lugar de trabajo. En cierto modo, anotó Chifflet, se ha cometido una injusticia cuando colocaron un retrato o una placa en la pared del café con el nombre de Mario Benedetti, porque la mesa de Frugoni, anterior en el tiempo, congregaba mucha más gente: redactores de semanarios e invitados especiales entre los que se encontraban escritores y pintores que venían a entrevistarse con el político, que buscaba la forma de ayudarlos directa o indirectamente. Entre ellos volvió a citar a Alfredo de Simone, minusválido y bohemio a quien apoyaba e incluso le compraba cuadros para que pudiera subsistir. Frugoni tenía la virtud innata de conocer a la gente y fomentar sus vocaciones, como el día en que le presentó un joven dibujante de apenas 14 años, recomendando la publicación de sus dibujos en El Sol bajo el seudónimo de Gius. El joven resultó ser nada menos que Eduardo Galeano, quien destacó como periodista en El Sol y continuó su carrera en Marcha antes de consagrarse como escritor.
Respecto a su concepto sobre los cafés de aquellos tiempos insistió en su carácter de fermentales. Cumplieron un gran papel porque eran lugares de charla e intercambio de ideas y eso fue muy importante para el país. Recordó el caso de Eduardo Víctor Haedo, frecuentador del Jauja, que estaba en la calle Bartolomé Mitre, quien decía que muchos temas políticos se resolvían en los cafés y él mismo citaba a veces a los sindicalistas ahí.
Chifflet volvió a insistir en que él iba por motivos de trabajo, porque era el lugar de encuentro con una rueda de amigos que charlaban sobre los temas de actualidad, no para perder tiempo. Galeano en una oportunidad lo definió como un vicioso de los cafés, pero en realidad se refería a que tomaba varias tazas por día.
Respecto de su infancia en el Cerro recordó que fue determinante, ya que es una barriada obrera, de grandes luchas y de grandes influencias sobre sus habitantes. Recuerda el Ateneo Popular, de cuando ayudaba a repartir un volante que decía: «Joven cerrense: estudia y no serás cuando grande ni el juguete pulgar de las pasiones ni el esclavo servil de los tiranos». Fue una etapa de formación social, de fuerte influencia anarquista y socialista. La familia Chifflet vivía en una casa sobre la calle Grecia entre Rep. Argentina y Centro América, a media cuadra de un centro socialista que se convertía al atardecer en un centro de reuniones. En los años de la Guerra Civil Española, del 36 al 39, el joven Guillermo, que disponía de una radio, la ponía al máximo volumen en la puerta y los vecinos en rueda se ponían a escuchar las noticias que transmitía radio Ariel.
Vivió en el Cerro hasta los comienzos del liceo, luego se mudaron al Paso Molino e hizo el liceo en el Bauzá. Más tarde comenzó preparatorios de Derecho, pero luego de unos años y pocos exámenes optó por abandonar la carrera por sentirse tentado por el periodismo, al principio en el semanario El Sol y luego en el semanario Marcha.
Empezó a concurrir a los cafés al terminar el liceo. Recuerda que a la salida de preparatorios iban caminando desde el IAVA hasta la redacción de El Diario y La Mañana, por entonces sobre la calle 25 de mayo, para leer los pizarrones y enterarse de las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial, y de allí marchaban al café para compartir y comentar las noticias.
Se reunían en mesas, que eran de los muchachos, y discutían los problemas de los jóvenes, de la juventud socialista y las relaciones con otros grupos políticos. «Participábamos en la juventud del Ateneo, distinto de lo que es hoy en día, entonces era un centro de personalidades progresistas. Ahí escuché a León Felipe cuando daba charlas y conferencias interesantes y a otras personalidades que visitaban el país».
Durante la dictadura misma las reuniones en los cafés fueron muy importantes. En tal sentido las mesas de los cafés oficiaban de tribunas libres y el Sorocabana, en especial, se constituyó en uno de los reductos de conversaciones sobre la libertad.

 

 

UN CAFÉ CON MILTON FORNARO

fornaro


La entrevista con el escritor Milton Fornaro tuvo lugar en febrero del 2011 y fue un semillero para entrevistas futuras. El lugar elegido fue su casa, frente a su mesa de trabajo y entre las pilas de libros y carpetas que la circundan. El café fue servido en una humeante cafetera, con cargo de que pudiéramos administrarlo a gusto, señal de que la charla se iba a prolongar por largo rato. La charla resultó conceptual, comenzada con una referencia a los cafés que había frecuentado en su juventud y rematada con reflexiones sobre el paso del tiempo y los cambios derivados en la sociedad. Empezó por el recuerdo sobre los cafés de Minas, su ciudad natal, durante la década de 1960. Eran dos, el “Oriental” y el “Almandós”. Al primero iba después del mediodía o a la tarde para conversar con amigos y compañeros de clase, fundamentalmente a tomar café, mientras que al segundo, el Almandos, lo frecuentaban de noche, a la salida del liceo o del cine, al que también concurrían los profesores. Estudiantes en unas mesas y profesores en las otras, en realidad fue su primer contacto “con los cafés como peñas, en los que se iba a aprender o a complementar lo que se aprendía en las aulas”. En tal sentido el concepto de café formador, como lugar de reunión donde se hablaba de diversos temas que no hacían únicamente al ocio sino a cosas más importantes, que tenían que ver con las inquietudes del momento, ya fueran culturales, políticas y sociales.
En el año 1976, a los 19 años, vino a Montevideo para continuar los estudios. Y continuó frecuentando los café, especialmente dos cafés emblemáticos de la época, hoy desaparecidos: el Sorocabana de la Plaza Libertad, tradicional café de intelectuales donde se reunía con historiadores como Reyes Abadie, críticos como Wilfredo Penco y escritores como Marosa di Giorgio, entre otros, y el Mincho, en la calle Yi entre 18 de julio y Colonia. Desde que llegó también se volvió asiduo a la oficina de la editorial Banda Oriental, por entonces sobre la calle Yí, casi vecina al Mincho.  Después de un rato iba con Isabelino Villa a tomar un café, empleado de la editorial, y más tarde se les sumaban Heber Raviolo y Alcides Abella. A veces iban algunos muchachos de Tacuarembó, como Eduardo Milán, un poeta que ahora vive en México y Víctor Cuña, entonces muy jóvenes. Y también participaban autores más consagrados como Héctor Galmés y Anderson Banchero, vinculados a Banda Oriental, es decir que se formaba una mesa relacionada con la editorial en la que se conversaba de temas literarios pero también, como se vivía la época de la dictadura, la política era fundamental. La falta de información, de noticias, llevaba a que en los cafés se intercambiaran los pocos datos que se conocían para tener más o menos un panorama de lo que estaba ocurriendo en el país. Otras veces, muy pocas, concurría al Outes, de la calle Mercedes y Yaguarón, otro lugar de encuentros, donde se encontraba el flaco Juceca, Bequer Puig, Enrique Estrázulas y muchas veces Alfredo Zitarrosa, antes del exilio o después del retorno a la democracia.
Respecto de otros cafés que hayan tenido significación en su trayectoria de escritor, dijo que todos los que frecuentó le han dejado alguna marca o señal. Porque para él el café no era un lugar para ir únicamente a tomar una copa o hacer tiempo antes de ir a otro lado, sino que se trataba de un rito “al que había que dedicar mucho tiempo, a veces hasta horas, con tranquilidad de estar, de conversar y de aprender de quienes eran mayores que nosotros”. Era muy aleccionador encontrarse con otras personas, no necesariamente intelectuales, no necesariamente escritores, simplemente que tuvieran alguna experiencia que resultara interesante de trasmitir o de aprender. Siempre hubo personajes especiales en los cafés, algunos llegaban, se acodaban al mostrador o se sentaban en sus mesas, uno los conocía de verlos, los escuchaba y los veía actuar. En el Mincho, por ejemplo, había un recitador al que le había pasado su momento de fama pero seguía comportándose como si lo mantuviera. Y todos lo respetaban y trataban bien. Había si una regla que debía cumplirse en la vida de boliche y era la del respeto, “respetar el tiempo del otro, respetar las actitudes del otro”. Si alguien se acercaba y se ponía pesado, estaba faltando a una de las normas más importantes de la convivencia.
Con respecto a la relación entre la literatura y los cafés hemos continuado la tradición española de las peñas literarias que se reunían en tertulias, generalmente en los cafés. La llamada generación del 45’ se reunía en el café Metro, mientras que Onetti se reunía con sus amigos en Los Estudiantes, un pequeño bar de San José y Barrios Amorím, cerca de la Intendencia Municipal, donde trabajaba. Pese a esta relación con la literatura, no hay en el Uruguay demasiada ficción que transcurra en los cafés. Hay sí algunos cuentos que ocurren en boliches, como en el Juntacadáveres de Onetti. Para Fornaro, eso sí, es relevante la relación entre los cafés y el desarrollo cultural de la ciudad. “Los cafés son como un apéndice de las instituciones”, es decir que en las cercanías de lugares emblemáticos como la Biblioteca Nacional o la Universidad, siempre encontramos un café representativo, en este caso el Gran Sportman, que está en 18 de julio y Tristán Narvaja. Pero también los hay cerca de los teatros, donde terminada la función se reúnen los artistas y se confunden con el público, generándose un diálogo del que participan los que actuaron y los espectadores. Frente al Teatro Solís se encontraba El Vasquito (hoy el café Bacacay), donde confluían los periodistas de La Mañana y El Diario con los actores, directores y escritores. “En la época a la que me refiero, fundamentalmente, hasta los años 90, el café cumplía una función de antesala, apéndice o adjunto a los centros de estudio, ll teatro, al cine, incluso Cinemateca y también a galerías de arte y salas de exposición”.
Respecto del papel de los cafés en la actualidad no tiene idea clara porque no los frecuenta como antes pero respecto del fenómeno de la paulatina desaparición de los mismos, entiende que lo que cambió es la forma de socializar de la gente. La generación actual, lo ve en sus propios hijos, más bien tienden a reunirse en casas de familia o salir a lugares concretos y luego regresan. Es decir que no participan de aquellas larguísimas tenidas de tiempos pasados, que prácticamente se tenían todos los días. Claro que también había otra manera de disfrutar el tiempo libre. Hoy en día está mal visto el ocio, hay como una exageración de la plena ocupación porque uno debe estar permanentemente ocupado. Para Fornaro la vida en los boliches era formativa, una forma de estar ocupado, una manera de complementar los aprendizajes. Los boliches han ido desapareciendo paulatinamente porque, digamos, los más jóvenes se reúnen de otra manera, en otros sitios, no tienen aquella avidez de conocer. Seguramente porque hay otras formas de llegar al conocimiento, como el mundo de internet. Los jóvenes de antes no tenían eso, en los años 60 la televisión estaba poco desarrollada y la información provenía de los periódicos y de la radio. Pero hoy la información parece estar toda al alcance de la mano, al teclado del ordenador. Y querer dar marcha atrás sería imposible porque la sociedad va en otro rumbo.
Respecto a alguna sugerencia para nuevas entrevistas, mencionó varias, en primer término a Guillermo Chiflet, un dirigente político socialista. En tiempos de la dictadura Guillermo era un diario concurrente del Sorocabana, al frente de una mesa de la que participaba mucha gente interesante. “Verlo a él nos mantenía viva la esperanza, como que “bueno, si Guillermo sigue libre la cosa no es tan grave”. Por entonces había tres mesas infaltables en las que se congregaban todas las noches entre 8 y 10 personas: la de Chiflet, de carácter político, la de Marosa di Giorgio, de carácter literario, de la que participaba Fornaro y la de Reyes Abadie, de temas históricos; claro que Reyes Abadie se movía entre todos y participaba de todas las mesas.

 

UN CAFÉ CON FELISBERTO BALSA
Por Juan Antonio Varese


La entrevista con el dueño del café y bar HOLLYWOOD resultó tan imprevista como espontánea. Como esas charlas que surgen de repente, sin previo aviso, pero que terminar por resultar más fructíferas que otras preparadas de antemano. De mi parte he pasado infinidad de veces por la esquina de Ejido y Uruguay, una de las más concurridas, sin haber reparado en la cargada marquesina ni en el interior del café, tan igual a los centenares de boliches que en otro tiempo llenaron la ciudad no solo en el centro sino también en los barrios apartados.  Pero apenas registro haber entrado dos o tres veces al bar, seguramente para prolongar alguna charla iniciada en el Foto Club Uruguayo, que se encuentra una cuadra más arriba, hacia 18 de Julio.
Pero bastó un aviso de remate aparecido en internet para que se encendiera la alarma y brotara un sentimiento de nostalgia. Al igual que le pasó a otros amigos o coleccionistas nacidos por la década de 1950, que nos preocupamos por rescatar y preservar los temas que consideramos tradicionales. Al ver el aviso, trasmitido por un forista, lo primero que sentí fue una sensación de angustia ante el cierre de otro de los típicos cafés. Otro más de la larga lista para la que no pasa un mes sin que desaparezca alguno, vencido por el cambio en las costumbres o descartado por la aparición de negocios que supieron reciclarse en su aspecto y modernizarse en sus servicios para atender a la clientela joven.
Me llegué hasta el local sobre las 10 de la mañana del mismo día del remate, el 14 de diciembre de 2016, -vaya la fecha como referencia- decidido a rescatar un trozo de memoria y echarle un vistazo, a suerte de nostálgico réquiem. Y tomar alguna foto representativa o, porqué no, seleccionar algún objeto sobre el que presentar alguna oferta. Porque siempre es bueno conservar algo de lo que se va. La nostalgia tiene su papel y juega su juego, sobre todo cuando el fin de algo se presenta irremediable. Un registro de la memoria para aprehender algo de aquello que se va. El acceso estaba cerrado al público pero tras explicar el motivo de la visita me fue permitido el acceso. Apenas dentro del local pude observar que ofrecía un aspecto casi surrealista, con el mostrador, las vitrinas, las máquinas y las mercaderías dispuestas en hileras. Y los lotes marcados con prolijas etiquetas para su individualización. Una cantidad de 2600 objetos se ofrecían para el remate, divididos en 173 lotes de diverso tamaño y disposición. El más valioso de todos lo era, seguramente, el mostrador de mármol que lucía impoluto como el primer día pero el que llamaba más la atención lo era el compuesto por una máquina registradora digna de museo o el de una vieja radio con consola de madera y baquelita. Las botellas cubiertas de polvo mostraban con orgullo desleídas etiquetas que delataban su antigüedad, en algunos casos de hasta de 80 años. Casi licores con valor patrimonial. Le seguían en espacio y utilidad las vitrinas refrigeradas, la consabida máquina de café de modelo clásico, licuadoras con cables remendados y algún que otro adorno más digno de una casa anticuaria que de un mostrador de bar. Las botellas de whisky, algunas de marcas no conocidas, alternaban con las de Gregson y El Espinillar y los vinos nacionales de tipo común. Y con carácter de rareza unas pocos botellones de Chianti con su inconfundible malla de paja. En un costado del salón se apilaban las mesas y las sillas para ganar espacio, todo escrupulosamente ordenado por el personal de la casa de remate, cuyo principal, Germán Di Cicco se movía al tanto de todo, repasando los lotes para que coincidieran con los números del catálogo.
Después de haber tomado algunas fotos poco menos que tropiezo con un señor que terminaba de sentarse para poner orden en una pila de papeles y recibos. Se lo veía serio, con expresión más bien resignada que triste. El tono de su voz al restar importancia a mi disculpa lo delató como procedente de Galicia por lo que tuve la intuición de que se trataba del propietario, de quien había sentido el comentario que tenía el apodo de “gallego”. Y luego de un saludo y explicar mi finalidad de entrevistarlo para un libro, me señaló una silla, ahí no más frente a una mesa ahora vacía pero que tiempo atrás habrá servido de apoyo a miles de tazas de café.
Claro que más que una entrevista se trató de una confesión. O tal vez de un desahogo porque fueron coincidentes su necesidad de contar lo que sentía con la mía de escuchar su testimonio. Tanto como del HOLLYWOOD me interesaba su historia personal, tal vez un calco de las centenares que he escuchado de otros de labios de dueños de café que dedicaron toda su vida al negocio. Empezamos por su nombre, como se supone debe empezar toda entrevista: Felisberto Balsa, “el que viste y calza”, nacido en Santiago de Compostela en el año 1938. Como miles de coterráneos suyos que vinieron de una Galicia empobrecida por la guerra civil al promisorio Uruguay en 1952 lo hizo con una mano atrás y otra adelante. Pero con muchas ganas de trabajar, al punto que no pasaron tres días sin que le ofrecieran empleo en el bar SIN BOMBO, de General Flores e Industria, el que subsiste todavía. De allí pasó a trabajar en otro de Colón y la Rambla portuaria y más tarde a otro ubicado en Andes y Paysandú, el primero que compró. Y para el año 1978, con 46 años de edad y amplio dominio del mostrador, compró junto con un socio el café y bar HOLLYWOOD, lo que representó un gran paso adelante, porque se trataba de una ubicación excelente, cerca de comercios y oficinas. El extraño nombre, que decidieron mantener, le venía de antes, seguramente de algún dueño amante del cine, “vaya uno a saber”.
Y desde entonces, de 1978 a la fecha, han pasado 38 años de trabajo y dedicación, media vida tras de un mostrador. En aquellos tiempos de mucho trabajo llegaron a tener cinco empleados, además de los dos socios que trabajaban como el que más. De la clientela recuerda la de los políticos, dado que se encontraba a media cuadra de la “Casa de los Lamas”. Muchos y varios personajes del Partido Nacional prolongaron las charlas partidarias en todo más íntimo en el ambiente reservado del café, entre ellos Carlos Julio Pereyra, Wilson Ferreira Aldunate, Gonzalo Aguirre y Luis Alberto Lacalle, por sólo mencionar algunos. El diputado de Rocha Juan José Amorín, solía decir que el HOLLYWOOD había sido un bastión en la lucha contra la dictadura porque se reunían en el café cuando la Casa de los Lamas estuvo ocupada. Los políticos solían venir al café pero muchas veces era al revés y le hacían pedidos de bebidas y sándwiches para las reuniones en el local partidario. Y años más tarde, cuando la sedes del Frente Amplio estaba ubicada en Uruguay y Barbato, se volvieron clientes sendos personajes como Fernández Huidobro y el propio Pepe Mujica. Conserva una foto abrazado con el Pepe antes de ser presidente y otra después, quien concurría seguido para tomar su cerveza o copas de vino.
Pero en la última década, tal vez los últimos 15 años, el negocio empezó a decaer. Por un lado la clientela venía cada vez menos mientras que por otro los impuestos y treparon en forma exponencial. El presupuesto del HOLLYWOOD supera los 75 mil pesos (U$S 2.500) entre los consumos, impuestos y aportes. Los números se pusieron en rojo y durante los últimos cuatro años llegó a sacar de sus ahorros para mantener el negocio abierto. Porque en cierto modo el negocio era su propia vida y no sabría que hacer sin trabajar. Hasta que, derrotado por la realidad, no tuvo más remedio que cerrar. Claro que busca hacerlo con dignidad bajo la forma del remate. Lo considera un final más digno y de mejores resultados que un simple cierre de puertas y bajada de cortinas metálicas. Un acto noble, algo así como “pelearla hasta el final”.
Para distender el ambiente pasamos a hablar de la clientela. Las características de un negocio de café y bar y/o similares depende de varios factores. Muchas veces depende de la personalidad de los dueños y su poder de convocatoria, otra de las características del lugar y en otros casos del tipo de clientela que se congrega. Es que entrar al HOLLYWOOD era como un pequeño oasis en el entorno del tráfico de arterias tan concurridas, un lugar en que se hubiera detenido la prisa y amortiguado el ruido exterior. Pero también subsistía un dejo de bohemia en la forma de ser de los clientes, muchos de los cuales se quedaban frente a una mesa todo el tiempo del mundo. Mientras que otros iban en busca de lo imprevisto, como buscando a Miriam, la bella e imaginaria protagonista de la canción que inmortalizó uno de los clientes más famosos del café, el cantautor Alberto Mandrake Wolf y la canción se llama Miriam entró al Hollywood. Esa misma noche llamé por teléfono a Mandrake Wolf, quien contó que la letra obedeció a un momento de inspiración, una mezcla de realidad y fantasía, en realidad una situación al revés. Un día que llegó al bar se sorprendió al encontrar en una mesa a una veterana cortejando a un jovencito. El hecho le llamó la atención pero no tuvo el talento para escribirlo por lo que prefirió dar vuelta las cosas y pensar en un hombre mayor, un “viejo verde” conquistando una jovencita, lo que le salió muy bien. Un lujo extra para el HOLLYWOOD, que podemos decir que tuvo su propia canción.
Noticia irremediable, que nos duele profundamente en un doble sentido: por el cierre de un café y bar más y porque el hecho representa un nuevo escalón en la pérdida de una de las costumbres más representativas de la ciudad.

Con este artículo sobre el HOLLYWOOD, se están cumpliendo 120 artículos relacionados con los cafés Montevideanos, imponente trabajo de recopilación en la investigación para cada uno de ellos. Agradecemos por el invalorable aporte a Revista Raíces por parte del escritor Sr. Juan Antonio Varese , así como al gran acuarelista Sr. Álvaro Saralegui Rosé por ilustrar con su talento cada uno de estos materiales, que sin duda quedarán como un gran aporte para las generaciones venideras.

 

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