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EL GRAN CAFÉ ATENEO

 


 
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En la primera década del 900, sobre la Avenida 18 de Julio N° 1182, en la rinconada sudeste de la Plaza Cagancha (Libertad), abrió sus puertas el Gran Café Ateneo, uno de los más elegantes y concurridos de Montevideo. En sus inmediaciones se encontraban -o abrieron posteriormente- otros reductos cafeteros de señalada trayectoria como el Metro, el Libertad, el Saturno y el Sorocabana.
El Ateneo ocupaba la planta baja de una antigua casa señorial de dos plantas, con grandes aberturas hacia la plaza, protegidas durante las temporadas estivales por toldos que avanzaban sobre la vereda en busca de la sombra. Los toldos eran muy frecuentes en todo tipo de comercios no solo para protegerse del sol sino también para instalar mesas exteriores durante las veladas de verano.
El café fue fundado por don Manuel Gil y su hermano, hombres de empresa profundamente interiorizados con la vida social y comercial de la época. El nombre Ateneo, seguramente, lo tomó debido a su estratégica ubicación frente al edificio del mismo nombre, en el otro extremo de la plaza, emblemático centro social y cultural de gran influencia que fue inaugurado en el año 1901. Los primeros clientes, incluida la proverbial bonhomía del propietario, habrán sido los propios miembros y directivos de la institución, que gustarían de proseguir las propuestas filosóficas y educativas en la fraterna compañía del café. También fueron parroquianos habituales los pedagogos y maestros del cercano instituto magisterial y del Museo Pedagógico José Pedro Varela.
Pocos cafés de la época tuvieron un espectro de actividades tan variado como el Ateneo a lo largo de sus 60 años de existencia, desarrollados en dos etapas y diferentes ubicaciones, como luego veremos.
Por cierto que cada reducto cafetero se especializaba en determinado tipo de clientela pero el Ateneo se caracterizaba por una amplia oferta que daba para todos los gustos y contemplaba todos los públicos. En el subsuelo contaba con un espacio destinado a los jugadores, llamado el “Gran Salón de Billares Subterráneo”, donde también se ubicaban mesas apropiadas para los jugadores de truco, tute remate y gofo y para los que se eternizaban en competencias de ajedrez, otra de las pasiones de la época.
También, al igual que en otros tantos cafés, se constituyó en sede de varias peñas artístico literarias. El insigne maestro y propulsor de la educación Jesualdo Sosa, simplemente Jesualdo, cuenta de su pertenencia a una de ellas durante la década de 1920, dirigida por el poeta Juan Carlos Abellá e integrada por el propio Jesualdo, el poeta Humberto Zarrilli, los pintores Julio Verdié y Alfredo De Simone, entre otros.
Otro cenáculo lo dirigía el poeta Juan Aguirre, junto con Juan C. Welker, Cipriano Vitureira, Alfredo Larrobla, Ramón Díaz y Juvenal Ortiz Saralegui.
Pero, como dijimos, su clientela era heterogénea. También apostaba por la concurrencia de hombres de negocios y para la hora del té se reunían no pocas damas de sociedad y algunas señoritas en edad de merecer.
Sobre las primeras horas de la noche se hacia presente el ritmo de tango, no el orillero de fines del siglo XIX sino el que se conocía como de salón. Como señala Eduardo Caetano en “Los cafés de tango” (Raíces, julio de 2006), entre los conjuntos que actuaban cabe destacar las orquestas de Laurenz-Casella, con la voz de Enrique Campos, y la de Carlos Marcucci y su orquesta típica.
Sobre la década del 20 se popularizo una novedad que causó furor, la “Orquestas de señoritas” la que tocaba desde un palco o escenario elevado, al estilo de los grandes salones europeos del momento. Hubo temporadas en que las veladas eran animadas por una chansonniere francesa, la famosa Madame Chapuis, que cantaba a la sordina las canciones de las “medinettes” de Paris.
La orquesta “Pampero”, con la actuación de los músicos Ortega, Juan Tróccoli, Leopoldo Espinosa, Gabriel “Pichin” Demjarco, Américo Pioli y José Mirabelli. Y los argentinos Astor Piazzolla, con Francisco Florentino, Osvaldo Pugliese y Roberto Chanel, entre otros de gran trayectoria en la vecina orilla.
Ya mas adelante, sobre la década de 1950, la típica de Orosmán Fernández “El Gato” actuó una larga temporada, acompañada de las voces de Olga Delgrossi y Carlos Valle.
Entre las orquestas uruguayas se presentaban Antonio Romano y Donato Raciatti, con Nina Miranda, Jorge Escalada, Víctor Ruiz, Olga del Grossi y otros.
Por entonces se brindaban tres conciertos por día y se promovían concursos de cantores. En uno resulto triunfador un joven oriundo de Las Piedras, que debutaba con el nombre de Julio Sosa, que comenzó a cobrar fama a partir de entonces.
El animador de los espectáculos musicales lo fue, durante bastante tiempo, el popular cómico Roberto Barry.
También se había vuelto uno de los cafés preferidos de los periodistas, especialmente de El País, recientemente mudado a las cercanías de la plaza Cagancha.
El Ateneo funcionó en dicho local hasta el año 1953, en que fue trasladado al subsuelo del cine Eliseo, en lo que seria una segunda etapa del café.
El señorial edificio sobre la plaza Libertad fue demolido en la década de 1960 para dar lugar a un edificio de propiedad horizontal, en cuya esquina funcionó hasta hace muy poco tiempo un negocio fotográfico con el nombre de Kilómetro 0.
Estimados lectores, bienvenida cualquier anécdota o sugerencia que hayan vivido en El Gran Café Ateneo u otros de vuestra experiencia, hágamela saber por el correo electrónico: jvarese@st.com.uy

 
 

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Acuarela: Alvaro Saralegui Rosé