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EL CAFÉ ANTEQUERA
Por. Juan Antonio Varese

 


 
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La plaza Independencia ostenta una larga historia de cafés y bares de honrosa tradición en la noche montevideana. El ANTEQUERA inaugurado en 1955 en la acera norte de la plaza, era propiedad de un inmigrante italiano devenido en empresario. Félix Croccia Oliva, tal era su nombre, llegó al país en 1917 y comenzó a trabajar como lustrador de calzado –un simple pero simpático lustrabotas- en el café Británico. El impulso de su esfuerzo y don de gentes, golpe de suerte mediante, lo llevo con el correr de los años a convertirse en propietario del Britanico, café del que ya hablamos en su oportunidad. De sobrenombre Felice, seguramente en mérito a la sonrisa compradora que le ayudó a escalar posiciones, cuando el boliche hubo de cerrar sus puertas por la inminente demolición del edificio, optó por abrir uno nuevo en la acera opuesta de la plaza, bajo el nombre de CAFÉ ANTEQUERA.
No sabemos la razón ni el origen de nombre tan pintoresco, de procedencia ibérica y raigambre mora como que corresponde a un municipio en la provincia de Málaga, lindero a los de Archidona y Campillos. El popular Felice se transformo con los años en importante personaje del mundo del espectáculo, empresario de actuaciones artísticas a través del EMBASSY CABARET, uno de los más concurridos centros de la vida nocturna durante los 60.
El ANTEQUERA mantuvo sus puertas abiertas durante 30 años, entre 1955 y 1985, o tal vez más tiempo y fue protagonista de señaladas historias. De mi parte lamento haberlo visitado pocas veces, tan solo registro dos oportunidades de haber tomado un café, una atraído por su clientela cosmopolita y la otra tras la dudosa fama del hecho de sangre cometido en su interior, que tuvo a la inefable Rosa Luna de protagonista. Clientela polivalente la suya, que fue decayendo en sus últimos años a medida que también decaía la costumbre del café y el centro de la ciudad se iba volviendo más desierto y peligroso. Un sub mundo hacia su aparición cuando la oscuridad de la noche dominaba la plaza y asomaban las tenues luces del alumbrado público. Pasado la medianoche, cuando los ómnibus espaciaban sus frecuencias, vaya a saberse de donde, llegaban al lugar personajes de todo tipo, de esos que de día parecen no existir o que tal vez pasen desapercibidos entre la multitud heterogénea.
Como dice Luis Grene (cronista de La República y locutor de una audición retrospectiva en Radio Nacional), cuando sus 91 años representan una credencial más que suficiente para la veracidad de sus referencias, el ANTEQUERA estaba “lleno de guardas y choferes de los ómnibus nocturnos,  mezclándose con los timberos que le daban a la generala en las mesas del fondo”.
Arturo Santis, fotógrafo de locales nocturnos, contaba que solía ver a Rosa Luna en los boliches, muchas veces en el ANTEQUERA, donde en una noche en especial. Troilo, el gran Aníbal Troilo (Pichuco), toco para ella, “dijo que quería tocar para en honor de Rosa”. Otro de los frecuentadores, Miguel Paniza, contaba que ella siempre andaba en la vuelta y tanto se reunía con sus amigos en el ANTEQUERA como en el café METRO, de San José y Cuareim. Se divertían y tomaban copas, Rosa estaba siempre rodeada de gente del carnaval y las comparsas. Y era muy amiga de músicos, periodistas y tipos bohemios. Lauro Taborda, un mozo del ANTEQUERA recordó haber visto con la Chichi Pérez, alegres, amigas y compañeras de farra. Concordaba el testimonio de Miguel Castro, promotor de espectáculos.(La República, fascículo sobre Rosa Luna).
Pero toda historia tiene su revés. Y el ANTEQUERA, fue también uno de los lugares más tristes en la vida de Rosa Amelia Luna, nacida en Montevideo en 1939 en pleno conventillo Medio Mundo y fallecida durante una actuación en Canadá en el año 1993).
En el libro de suerte autobiográfica, “ROSA LUNA. SIN TANGA Y SIN TONGO”, da cuenta de las circunstancias en las que aconteció el crimen y las consecuencias que pudo tener de no contar con su fuerza de carácter y seguridad de la propia conciencia. Ella misma lo narra en el citado libro: “Fue en defensa propia cuando en el ANTEQUERA manché mis manos de sangre y le quité la vida a un hombre. Por eso no me asustaron nunca las amenazas que entonces recibí. Fue mi conciencia limpia la que me ayudó a seguir adelante esquivando las barreras que a mi paso encontraba. Surgían las buenas amistades que ofrecían protegernos, recomendándonos la prostitución., enfrentaba la maldad que creía que mi ignorancia, mi pobreza, el haber matado debía originar un ave de la peor calaña pero no fue así”.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




Bar

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