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Por. Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com
   
     

EL SOROCABANA de 25 de Mayo
Nueva versión de un clásico cafetero de entrañable recuerdo

Hemos hablado largo y tendido sobre el Café de los cafés montevideanos, el que marcó una etapa y cuyo recuerdo se mantiene vivo en todos nosotros: EL SOROCABANA, al que cariñosamente llamábamos el SORO.
En el año 2000 cerraba sus puertas el último de los emblemas cafeteros, cuna de intelectuales, escritores y pensadores; hablamos del café Sorocabana, cuya casa central se ubicaba en la Plaza Libertad originalmente y en la última década de vida se había trasladado a la calle Yi. Había alcanzado a cumplir las seis décadas de existencia y con su cierre había llegado el final de una época.

Previamente en el año 1988 ya había bajado sus cortinas la sucursal del “Soro” de 18 de Julio y la plaza Independencia después de cumplir 49 años de historia. Desde el año 1954 funcionó también la sucursal ubicada en 25 de mayo esquina treinta y tres, en plena Ciudad Vieja, que cerró sus puertas también en el año 2000. La sede del departamento de Durazno es la que se mantiene invicta desde el año 1942 y no cerró en ningún momento.

La empresa Sorocabana S. A. inauguró su cadena de cafés en nuestro país en 1939. En determinado momento, Brasil produjo un enorme excedente de café y el entonces presidente, Getulio Vargas, lo ofreció a países aledaños a cambio de que abrieran cafeterías. Fue así que en Uruguay la empresa llegó a contar con 23 casas (5 en Montevideo y 18 sucursales en el interior).

La impronta brasileña rompió en cierta forma con el estilo de negocio en torno al café, los locales en Brasil eran más grandes, tenían otra morfología, y a su vez preparaban el café a baño maria con filtro de tela. De todas formas, la novedad fue bien recibida por el público y las personalidades que se reunían en torno a las mesas para fundirse en largas tertulias que se sabía cuando comenzaban, pero nunca cuando terminaban.

Cabe recordar a Idea Vilariño, Felisberto Hernández, Mario Benedetti, Marosa di Giorgio y Julio César Campodónico, los historiadores Aníbal Barrios Pintos, Methol Ferré, y el profesor Washington Reyes Abadie, por mencionar solo algunos.

En el año 2019, Adriana Rodríguez, apasionada y estudiosa del tema, junto a su esposo, dedicado al rubro gastronómico, decidieron felizmente adquirir la llave del negocio de la calle 25 de Mayo, y reabrir el histórico Sorocabana al estilo de la vieja usanza, pero con los necesarios ajustes a los nuevos tiempos.
Desde el año 2000 había estado cerrado por más de una década. Luego funcionaron allí dos restaurantes destinados especialmente a ofrecer menú ejecutivo para quienes pasan sus largas jornadas de trabajo en la Ciudad Vieja. Y finalmente en 2019 reabrió como Sorocabana.

Actualmente trabajan allí 10 personas, y el local abre de lunes a viernes de 9:00 a 18:30 hs. En invierno suelen estar una hora más, y cuando hay eventos o actividades especiales la jornada también se extiende.

En entrevista para este artículo, Adriana nos comentó que si bien las tendencias cafeteras se han ido actualizando, su intención al ponerse al frente del Sorocabana fue volver a las raíces, a lo tradicional, a reflotar los valores de los “cafecitos uruguayos que dejaron de funcionar o cambiaron mucho de estilo, cafés icónicos que se fueron diluyendo en el tiempo”.

De hecho, en lo que respecta a la infusión, si bien trabajan con una marca de café de especialidad también venden el típico Café Sorocabana, que es glaseado, a diferencia del tostado natural, pero mucha gente lo busca para “sentir eso del cafecito de antes”.

También procuraron mantener la tradición en la preparación, con herramientas más modernas. Antiguamente se hacía con filtro de tela y se calentaba la taza a baño maría antes de servir. Hoy se sigue calentando la taza con agua caliente antes de servir, se prepara en el momento usando prensa francesa y hay que esperar que estacione unos 8 o 9 minutos.

Tal fue su ímpetu recuperar el espíritu del antiguo “Soro”, que desde el primer momento instaló un “cuaderno de anécdotas” donde los visitantes precisamente cuentan sus memorias en relación a este café, especialmente aquellos de la vieja guardia.

Una de las clientas plasma el recuerdo de haber ido con su abuelo, a sus 8 o 9 años. Y a esa temprana edad fue testigo de “extensas y acaloradas tertulias” sobre política, viajes y los más diversos temas, pero en las que siempre predominaba el respeto y la compañía de un pocillo de la aromática infusión.

Otros visitantes agradecen por “revivir el pasado” y alzaron un cortadito en memoria de los 100 años del nacimiento de Benedetti (que fue en 2020).

También pasó por allí la hija de quien fuera uno de los mozos del emblemático café, apodado “Ufi”. En un relato del año 2020 que se asienta en el cuaderno comenta: “hoy nos trajo el aroma a café a este hermoso lugar. Vinimos a recordar parte de mi infancia. Mi querido papá, el Ufi, fue mozo de este emblemático Sorocabana. Cuántos recuerdos y mucha nostalgia, en honor a mi padre, brindamos con el café más rico del mundo”.

Rescatar este rincón emblemático de nuestro Montevideo implicó grandes peripecias, desde los trámites burocráticos necesarios para poder utilizar el nombre Sorocabana, hasta conseguir los implementos, mobiliario, decoración, etc; que permitiera darle una atmósfera lo más parecida a aquel Soro de mediados del siglo XX, donde Mario Benedetti acostumbraba a pasar sus ratos libres escribiendo su célebre obra “La Tregua” acompañado de sendas tazas de café.

Hoy, en la segunda planta del local, donde antiguamente funcionaba una peluquería, ubicaron un rincón de culto a Mario Benedetti con exposición de varias fotografías y libros del autor. La peluquería convivía con la cafetería, y a su vez con la venta de helados artesanales que se dispensaban en el sector donde hoy se ubica la entrada principal.

De hecho el lugar cuenta con una pequeña biblioteca cuyos textos pueden ser leídos al tiempo que se disfruta de una taza de café y algún manjar del menú. Quien desee además  tiene la opción de llevarse un texto y dejar otro a modo de trueque, excepto el libro de La Tregua ya que es el único ejemplar en el local.

Volver a darle una impronta cultural fue otro de los objetivos desde el comienzo, aunque se vio algo retrasado porque año siguiente de abrir, comenzó la pandemia. De todas formas, desde el inicio incorporaron noches de tango, trayendo a artistas que solían realizar presentaciones en la sede central del Sorocabana, como Olga Delgrossi y Julio Cobelli, Nelson Pino y Néstor Espíndola.
También se han hecho cenas shows, cenas de jazz y sushi, cafés literarios y presentaciones de libros. Cuando se cumplieron los 100 años del nacimiento de Mario Benedetti, por ejemplo, Carmen y Cristina Morán protagonizaron una actividad donde leyeron textos del autor.

La intención de reflotar las viejas tradiciones también se palpa en la decoración y la atmósfera del lugar. Las puertas de madera con espejos y mangos de bronce que se ubican en los laterales del local, son las originales. Las columnas internas se habían modificado estéticamente y eligieron volver a un estilo de madera, como era en la época.

En el caso del mobiliario se mandaron hacer réplicas, de madera y tapizadas, dado que todo fue rematado en su momento al cerrar el local de Plaza Libertad. En remates, ferias, y por medio de amistades lograron rescatar algunos implementos como una cajita de té del viejo Sorocabana y cafeteras de tipo italiano pero con un estilo más antiguo.

Afuera hay una placa en honor a Mario Benedetti, Adriana suele colocar el pabellón nacional todos los días, música de tango a un volumen considerable, en definitiva, crear ambiente como para que los transeúntes sepan que allí los espera el Sorocabana.

A pesar de todo, es difícil atraer al público hacia la Ciudad Vieja fuera del horario de oficina, salvo en los ejes de la Peatonal Sarandí, Pérez Castellanos, etc. Cuando se realizan actividades fuera del horario habitual del café, deben hacer mucha difusión.

Los tiempos y las costumbres han cambiado, y ya no es viable que un negocio de este estilo se sustente únicamente por el café. Es por ello que, más allá de la cafetería e impronta cultural, decidieron mantener el menú ejecutivo porque es lo que hoy más se requiere en esa zona. E incluso luego de la pandemia aún no han recuperado todo el público porque muchas personas siguen en teletrabajo.

Como se ha dicho en otros artículos, no se puede ir contracorriente de los cambios sociales, culturales y de época, pero sería un crimen dejar que ciertas costumbres y emblemas de nuestro Montevideo cayeran en el olvido. Por eso, que aún hoy haya gente con espíritu emprendedor que trabaja para rescatar un trocito de la historia, es más que motivo para alzar los pocillos para un brindis.

 

 

LA LECTURA DE LA BORRA DEL CAFÉ
Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

El café presenta tanta variedad de aspectos que podemos hablar de un “mundo del café”. Hasta ahora lo hemos referido como bebida  y como lugar de encuentros y análisis de la personalidad de sus frecuentadores. Pero ahora hablemos de otra de sus facetas, nada menos que del significado y los mensajes que pueden leerse en los dibujos que forma la borra al depositarse sobre el fondo de una taza.
Desde tiempos inmemoriales el hombre sintió la necesidad de entender sobre si mismo y el entorno que lo rodeaba. Conocer sobre el presente y vaticinar lo que le depararía el futuro. De ahí que los magos, augures, sacerdotes, brujos y adivinos recurrieran real o figuradamente al escrutinio del cielo, al vuelo de los pájaros, al rumor de los caracoles y hasta el colorido de las llamas del fuego. Y con el avanzar de las civilizaciones el análisis pasó a la interpretación de los signos astrológicos, la lectura de las líneas de la mano, el estudio de las cartas del tarot o del fondo depositado en los recipientes en que bebían. Esto último dio lugar a la Tasseologia.
Con el devenir de los siglos se difundió en Medio oriente la bebida del café y junto con ella la tradición de leer -o más bien de interpretar- el mensaje que ocultaba el fondo de los pocillos en que se bebía. Era de buenos anfitriones que las mujeres mayores practicaran este arte como forma de agasajar a los invitados, en especial a los que continuarían la ruta por el desierto en caravanas de camellos, expuestos a tormentas de arena o a los asaltos de los ladrones. La práctica de la lectura de la borra se dio con más rigor y constancia en Persia y luego en Armenia, donde la tradición se mantiene viva hasta nuestros días.
La lectura de la borra, la CAFEOMANCIA, llegó a los puertos europeos sobre mediados del siglo XVII en forma conjunta con la popularización del café como bebida. Fue por entonces que el adivino Tomasso Tamponelli, nacido en la ciudad de Florencia, -de quien no hemos podido obtener mas datos- redactó un manual sobre la lectura de la borra, aunque sin explicar sus fundamentos. Simplemente se trató de un ensayo sobre la interpretación de las figuras que se formaban en el fondo de la taza. Pero tuvo el mérito de haber sido el primero.
La práctica de la lectura de la borra también se difundió en las cortes, donde los los reyes y gobernantes contrataron expertos al punto que la consulta era casi obligada antes de emprender actividades de riesgo. Gran difusión alcanzó en Francia pero más todavía en Rusia donde los zares empleaban consultantes para cualquier acto de gobierno que decidieran emprender.
Yendo a la práctica de la lectura de la borra daremos algunas pautas. Tanto el intérprete como el consultante deben estar en armonía. Se trata de un ritual ceremonioso que requiere su tiempo por lo que hay que hacerlo a las apuradas sino con la forma y la concentración de una y otra parte.
Respecto al molido del café a emplear hay intérpretes que lo prefieren bien fino mientras que otros buscan el resultante del café “a la turca” que se prepara y hasta se bebe con borra.
El café debe ser preparado en una cafetera cezue (ibrik) a fuego lento y una vez pronto el contenido se vertirá en una taza preferentemente de color blanco, para facilitar la lectura de las imágenes que se forman.
El consultante debe tomar la taza con ambas manos y beber de a sorbos, tranquilo y concentrado. Y una vez que termina debe dar vuelta la taza y apoyarla cuidadosamente sobre el platillo. Es entonces que el intérprete se concentrará en las imágenes que se formaron dentro de la taza.
El esquema fundamental consiste en dividir el circulo de la taza en cuatro partes. El sector izquierdo indica el pasado y el derecho el futuro, el superior lo positivo y el inferior lo negativo. Mientras que el pocillo entero representa el hogar del consultante y los bordes atañen al presente, lo mismo que el asa.
El tamaño de los dibujos tiene relación con lo positivo, negativo o neutro de los acontecimientos previstos. O sea que si el dibujo es grande y bien marcado también lo serán los acontecimientos y viceversa.
Si el dibujo tiene forma de corona habla de éxito o poder, si parece una espada de vitalidad, fuego y energía, si tiene forma de herradura de felicidad, si parece una mano es síntoma de dar o recibir ayuda.
Y así otros tantos símbolos sin olvidar, lo repetimos, que la información se encuentra dentro de cada uno. Y lo que hace el intérprete es sacarla a luz.
Pero más allá de los dibujos o imágenes el arte de la lectura de la borra encierra principios esotéricos y de sicología. Los mismos que la astrología, la quiromancia, los buzios o la lectura del tarot, donde lo que cuenta son las facultades intuitivas del intérprete y su poder de captación del inconsciente de quien consulta. Porque cada persona que bebe una taza de café lo hace de una forma particular. Todo nuestro ser está en cada uno de nuestros actos y gestos. La forma de beberlo, de a sorbos o de golpe, la manipulación de la taza o el revolver de la cuchara y hasta la colocación de la taza sobre el platillo es distinta en cada uno. Y cada gesto deja su marca, el tema es la capacidad de interpretarlo.
Pero claro que no cualquiera puede leer o descifrar el sentido de la borra sino que el intérprete debe tener una sensibilidad especial y una poderosa intuición. Solo entonces podrá interpretar los dibujos y captar el mensaje que proviene del inconsciente.
Para conocer más sobre el tema en un próximo capitulo entrevistaremos a la señora Laura Keoroglian, autora del libro Corazón de café.

 

Del origen y propagación del café


Resulta del caso averiguar cómo se conoció y difundió la costumbre de beber café como bebida y la práctica de tomarlo en lugares públicos y centros de reunión. En este capítulo nos referiremos al origen y la difusión en las regiones de Oriente, historia harto interesante a la que pudimos acceder gracias al hallazgo en una librería anticuaria del centro de Sao Paulo (Sebo do Messias) de un libro de pequeño formato con el sugestivo título de “Da origen e propagacao do café” escrito por Antoine Galland y editado por Octavo en el año 2011. Mas intrigante todavía el subtítulo de la portadilla: “Extraído de um manuscrito árabe da biblioteca do rei”.
Se trata de la traducción de una carta escrita en francés por Antoine Galland, un viajero muy especial que reunía los atributos de estudioso, coleccionista, escritor y humanista. La misma está fechada en París el 15 de diciembre de 1696 y dedicada a Chassebras de Camaille, un ilustre personaje y diplomático de la época que indudablemente representaba un Mecenas para él. Está escrita en tono almibarado, lleno de consideraciones y explicaciones, propio de la época, queriendo agradar y complacer al destinatario.
El prologuista de la edición en portugués, amparado en el seudónimo de “Douban“, nos adelanta y da noticia de que el primer establecimiento público para beber café que apareció en lares europeos fue en 1645 en la ciudad puerto de Venecia con el nombre de Bottega de Caffe. Y de que por entonces se vivía una etapa de actividad social y cultural en la que se discutían los beneficios y las contras de los diferentes alimentos. El descubrimiento y colonización del suelo americano había aportado nuevos productos hasta entonces desconocidos como el tomate, la papa, el maíz y algunas frutas no conocidas hasta entonces. Se experimentaba con el tabaco y sus distintas formas de aspirarlo y el chocolate había pasado a ser el ingrediente infaltable en tortas y pasteles.
Lo mismo pasaba con el café venido de Oriente, poco menos que recién llegado pese a lo cual ya contaba con partidarios y detractores.
En este estado de cosas y discusiones de corte y de salón, fue que circuló en París y luego por Europa el texto de la carta. Antoine Galland, el autor, (4 de abril de 1646 – 17 de febrero de 1715) fue un escritor de vida interesante, tanto que hablar de su vida y obra nos llevaría un capítulo entero de este libro dada la variedad de trabajos, viajes y publicaciones . Nacido en la Picardía francesa, desde joven se destacó por la facilidad y gusto por los idiomas. Viajero impenitente, arabista y numismático, regresó de un largo viaje por Constantinopla con una serie de medallas y dos manuscritos: una serie de cuentos sueltos que tiempo después tradujo al idioma francés y en 1704 los reunió en un volumen que se convirtió en uno de los libros más famosos y leídos del mundo: Las Mil y Una noches y el opúsculo sobre el origen y formas de tomar el café en base al cual escribió la carta a que hemos hecho referencia.
Hasta entonces muy poco se conocía de Oriente en Europa. En los círculos eruditos circulaba una pésima traducción de la obra de Confucio y a nivel popular la imaginación volaba con los datos brindados por el célebre autor teatral Jean Baptiste Moliere que en su obra “El burgués gentilhombre” incluía un personaje extravagante, el turco llamado Mammamouchi. En la representación aparecían varias personas con vestimentas a la turca acompañados de música que llevaban tapices en preparación de la entrada del Mufti acompañado por sus derviches. Este invocaba a Mahoma haciendo contorsiones y gestos mientras los otros cantaban e invocaban a Ala alzando los brazos al cielo. Como vemos muy poco se sabía de Oriente, donde la curiosidad se frenaba por el temor a una invasión de los turcos, siempre amenazantes, que habían puesto sitio a Viena muy pocos años atrás.
En la citada carta Galland empieza refiriéndose a la etimología del nombre café en la voz cahvah y luego pasa a describir el manuscrito consultado en la biblioteca del rei de donde tomó los datos. En dicho manuscrito el autor divide el texto en siete capítulos que Galland va detallando para explicar el recorrido de la difusión del café en cuatro regiones señaladas de oriente medio oriente. Primero en el puerto de Aden, en la antigua Arabia Feliz y actual Yemen, donde el ejemplo de quien lo utilizaba para mejorar su salud fue seguido por mucha gente, costumbre que no fue interrumpida hasta el presente. Después pasa a analizar lo acontecido en La Meca, nada menos que la ciudad Santa donde se instalaron muchos lugares donde tomar café aprovechando la consecuencia benéfica del efecto vigorizante que produce, que incluso colaboraba en mejorar la atención durante los largos rezos. Pasó, con todo, por una etapa de ataque y prohibición debido a que muchos derviches se quejaban de que muchos fieles habían abandonado las mezquitas en las horas de oración para ir a reunirse a los cafés. Pero a partir de allí continuó su costumbre y se mantiene con beneficiosos efectos. De allí se traslada a los numerosos cafés de El Cairo, la capital de Egipto, donde abundaban los cafés y provocaban la reunión de muchas personas y la concentración en las oraciones. De allí pasa a analizar su recorrido por Constantinople, el lugar donde Galland había estado y tomado impresiones en forma directa, donde pasó algo semejante, volviéndose una costumbre inveterada y aceptada la toma del café con la borra correspondiente (café a la Turca) acompañada del Narguilé o tabaco dentro de una vasija con agua. Y de allí lo siguió hasta su instalación en Siria, bien aceptado tanto en Alepo como en Damasco.. Y de allí, por obra de dos armenios fue que se abrió el primer café en París.

 

Además de varios trabajos arqueológicos, especialmente en el ámbito de la numismática, publicó en 1694 una compilación de textos en árabe, persa y turco, titulado Paroles remarquables, bons mots et maximes des orientaux (luego traducido al inglés y publicado en 1795), y en el año 1696 publicó una traducción de un manuscrito árabe, De l'origine et du progrès du café. Sus Contes et fables indiennes de Bidpai et de Lokrnan fueron publicados póstumamente en 1724. Entre sus numerosos manuscritos inéditos se encuentran una traducción del Corán y una Histoire générale des empereurs Turcs. Sus diarios fueron publicados por Charles Schefer en 1881.

 

Resulta del caso averiguar cómo se conoció y difundió la costumbre de beber café como bebida y la práctica de tomarlo en lugares públicos y centros de reunión. En este capítulo nos referiremos al origen y la difusión en las regiones de Oriente, historia harto interesante a la que pudimos acceder gracias al hallazgo en una librería anticuaria del centro de Sao Paulo (Sebo do Messias) de un libro de pequeño formato con el sugestivo título de “Da origen e propagacao do café” escrito por Antoine Galland y editado por Octavo en el año 2011. Mas intrigante todavía el subtítulo de la portadilla: “Extraído de um manuscrito árabe da biblioteca do rei”.
Se trata de la traducción de una carta escrita en francés por Antoine Galland, un viajero muy especial que reunía los atributos de estudioso, coleccionista, escritor y humanista. La misma está fechada en París el 15 de diciembre de 1696 y dedicada a Chassebras de Camaille, un ilustre personaje y diplomático de la época que indudablemente representaba un Mecenas para él. Está escrita en tono almibarado, lleno de consideraciones y explicaciones, propio de la época, queriendo agradar y complacer al destinatario.
El prologuista de la edición en portugués, amparado en el seudónimo de “Douban“, nos adelanta y da noticia de que el primer establecimiento público para beber café que apareció en lares europeos fue en 1645 en la ciudad puerto de Venecia con el nombre de Bottega de Caffe. Y de que por entonces se vivía una etapa de actividad social y cultural en la que se discutían los beneficios y las contras de los diferentes alimentos. El descubrimiento y colonización del suelo americano había aportado nuevos productos hasta entonces desconocidos como el tomate, la papa, el maíz y algunas frutas no conocidas hasta entonces. Se experimentaba con el tabaco y sus distintas formas de aspirarlo y el chocolate había pasado a ser el ingrediente infaltable en tortas y pasteles.
Lo mismo pasaba con el café venido de Oriente, poco menos que recién llegado pese a lo cual ya contaba con partidarios y detractores.
En este estado de cosas y discusiones de corte y de salón, fue que circuló en París y luego por Europa el texto de la carta. Antoine Galland, el autor, (4 de abril de 1646 – 17 de febrero de 1715) fue un escritor de vida interesante, tanto que hablar de su vida y obra nos llevaría un capítulo entero de este libro dada la variedad de trabajos, viajes y publicaciones . Nacido en la Picardía francesa, desde joven se destacó por la facilidad y gusto por los idiomas. Viajero impenitente, arabista y numismático, regresó de un largo viaje por Constantinopla con una serie de medallas y dos manuscritos: una serie de cuentos sueltos que tiempo después tradujo al idioma francés y en 1704 los reunió en un volumen que se convirtió en uno de los libros más famosos y leídos del mundo: Las Mil y Una noches y el opúsculo sobre el origen y formas de tomar el café en base al cual escribió la carta a que hemos hecho referencia.
Hasta entonces muy poco se conocía de Oriente en Europa. En los círculos eruditos circulaba una pésima traducción de la obra de Confucio y a nivel popular la imaginación volaba con los datos brindados por el célebre autor teatral Jean Baptiste Moliere que en su obra “El burgués gentilhombre” incluía un personaje extravagante, el turco llamado Mammamouchi. En la representación aparecían varias personas con vestimentas a la turca acompañados de música que llevaban tapices en preparación de la entrada del Mufti acompañado por sus derviches. Este invocaba a Mahoma haciendo contorsiones y gestos mientras los otros cantaban e invocaban a Ala alzando los brazos al cielo. Como vemos muy poco se sabía de Oriente, donde la curiosidad se frenaba por el temor a una invasión de los turcos, siempre amenazantes, que habían puesto sitio a Viena muy pocos años atrás.
En la citada carta Galland empieza refiriéndose a la etimología del nombre café en la voz cahvah y luego pasa a describir el manuscrito consultado en la biblioteca del rei de donde tomó los datos. En dicho manuscrito el autor divide el texto en siete capítulos que Galland va detallando para explicar el recorrido de la difusión del café en cuatro regiones señaladas de oriente medio oriente. Primero en el puerto de Aden, en la antigua Arabia Feliz y actual Yemen, donde el ejemplo de quien lo utilizaba para mejorar su salud fue seguido por mucha gente, costumbre que no fue interrumpida hasta el presente. Después pasa a analizar lo acontecido en La Meca, nada menos que la ciudad Santa donde se instalaron muchos lugares donde tomar café aprovechando la consecuencia benéfica del efecto vigorizante que produce, que incluso colaboraba en mejorar la atención durante los largos rezos. Pasó, con todo, por una etapa de ataque y prohibición debido a que muchos derviches se quejaban de que muchos fieles habían abandonado las mezquitas en las horas de oración para ir a reunirse a los cafés. Pero a partir de allí continuó su costumbre y se mantiene con beneficiosos efectos. De allí se traslada a los numerosos cafés de El Cairo, la capital de Egipto, donde abundaban los cafés y provocaban la reunión de muchas personas y la concentración en las oraciones. De allí pasa a analizar su recorrido por Constantinople, el lugar donde Galland había estado y tomado impresiones en forma directa, donde pasó algo semejante, volviéndose una costumbre inveterada y aceptada la toma del café con la borra correspondiente (café a la Turca) acompañada del Narguilé o tabaco dentro de una vasija con agua. Y de allí lo siguió hasta su instalación en Siria, bien aceptado tanto en Alepo como en Damasco.. Y de allí, por obra de dos armenios fue que se abrió el primer café en París.

 

Además de varios trabajos arqueológicos, especialmente en el ámbito de la numismática, publicó en 1694 una compilación de textos en árabe, persa y turco, titulado Paroles remarquables, bons mots et maximes des orientaux (luego traducido al inglés y publicado en 1795), y en el año 1696 publicó una traducción de un manuscrito árabe, De l'origine et du progrès du café. Sus Contes et fables indiennes de Bidpai et de Lokrnan fueron publicados póstumamente en 1724. Entre sus numerosos manuscritos inéditos se encuentran una traducción del Corán y una Histoire générale des empereurs Turcs. Sus diarios fueron publicados por Charles Schefer en 1881.

 

CAFES Y BARES DEL CERRO

 

El barrio del Cerro de Montevideo, uno de los más populosos de la ciudad, ha tenido y tiene una identidad propia que se refleja en los numerosos cafés y bares de su época dorada. Recorramos un poco su historia para entenderlo. Fue fundado en el año 1834 con el nombre de Villa del Cerro, cambiado meses después por el de Villa Cosmópolis que no prosperó, con la finalidad de albergar a los miles de inmigrantes que llegaban desde distintas partes del mundo en busca de trabajo y libertad. De ahí lo cosmopolita de su nombre, que se refleja en la nomenclatura de sus calles bautizadas con los lugares de distintas procedencias: Grecia, Italia, Portugal, Egipto, Prusia, Venezuela, Nueva Granada, Norte América, Vizcaya y demás.
Desde sus comienzos estuvo vinculado a la industria cárnica por la cantidad de saladeros que se instalaron y los grandes frigoríficos que se abrieron a principios del XX. Rastreando en sus orígenes llegamos hasta el señor Antonio Montero, comprador de toda la zona con destino a un emprendimiento agrícola para el que pensaba traer colonos de África -es decir esclavos- a quienes se les enseñarían las labores del campo. Montero también previó la de un poblado, cumpliendo los trámites y obteniendo la autorización correspondiente. La Guerra Grande trajo aparejado un retroceso en la zona como consecuencia de la destrucción o abandono de los saladeros pero una vez terminado el conflicto volvió la prosperidad. La Villa se fue convirtiendo en lugar de trabajo y vivienda de la mayoría de los trabajadores de los saladeros, que vivían en las inmediaciones. Al punto que otro personaje de referencia lo fue Rosauro Tabárez, llegado en el año 1897 desde San Carlos para instalar el saladero Santa Rosa, uno de los más importantes junto con el de Ferrés en Punta Yeguas.
Pero a principios del siglo XX hubo un cambio en la tecnología del frío y los modernos frigoríficos fueron desplazando a los saladeros. En 1902 se instaló el primer establecimiento, la Compañía Frigorífica Uruguaya con capitales nacionales y diez años después, en 1912, las empresas estadounidenses Swift y Armour instalaron en Punta Lobos el Frigorífico Montevideo, que años después se convirtió en el Swift. Y al año siguiente adquirieron el Frigorífico Artigas sobre el arroyo Pantanoso.
Buscando mediar en esa actividad en 1928 el Estado uruguayo decidió fundar el Frigorífico Nacional con carácter de ente testigo, adjudicándole el monopolio del abasto para la capital. Todo este despliegue de trabajo y mano de obra se reflejó en la demanda de viviendas, debiendo colaborar el estado en brindar soluciones habitacionales lo que llevó a un crecimiento exponencial de la zona.
Entre 1920 y 1950 fue la época dorada del barrio, en la que la casi totalidad de los habitantes vivía directa o indirectamente del negocio de la carne.​ Había trabajo para todos y todos tenían trabajo. Según estimaciones estadísticas los establecimientos frigoríficos llegaron a emplear más de 6.000 personas, cuando la población general de Montevideo era tan solo de 600.000 habitantes. Hubo épocas, incluso, en que en el Swift llegaron a trabajar 4.000 operarios, en el Artigas 3.500 y en el Nacional 3.400.
Pero hacia mediados de la década de 1950 comenzó un período de contracción económica mundial la que se reflejó en nuestro medio y se agravó al llegar a la década del 60. Como consecuencia los frigoríficos Swift y Artigas-Armour cierran a fines del año 1957 y el Frigorífico Nacional queda paralizado. No hay despidos, centenares de personas quedan sin trabajo durante meses y en medio de la incertidumbre buscan soluciones por intermedio de movilizaciones sindicales, reuniones barriales y contactos con políticos de todos los partidos.
El gobierno intentó revertir la situación con la ley 12.542 de octubre de 1958, por la que creaba el complejo frigorífico EFCSA que absorbió ambas plantas y reanudó sus actividades en forma de cooperativa. En cambio del Frigorífico Nacional se mantuvo como tal hasta el año 1978 en que se abolió el monopolio del abasto a Montevideo.
Con este cierre culminó la era frigorífica en la Villa del Cerro, la que le había dado una vida particular además de ser su principal motor económico. Tener trabajo y vivir en la zona en cierto modo había aislado literalmente al barrio del resto de la ciudad, lo que se reforzaba con la proximidad de las tiendas y los servicios, clubes, cines, lo mismo que la vida social, deportiva y cultural también se desarrollaban en el barrio. Y ni que hablar de los cafés y bares.
Pasar esta revista a esta evolución del barrio era necesario para comprender la cantidad y la idiosincrasia especial que presentaban los cafés de la zona. Prácticamente todos eran cafés de barrio, con clientela diaria, conocida y consecuente. Todos presentaban un sentido localista y la clientela sentía un ánimo de pertenencia.
Para profundizar en el tema contactamos al historiador Francis M. Santana, historiador por la FHCE (Udelar) y vecino del Oeste de Montevideo durante casi toda su vida, quien tuvo la gentileza de compartir con nosotros un valioso material de su archivo consistente en una recopilación de datos y materiales sobre boliches obtenidos en el marco de la investigación realizada entre los años 2017 a 2023. En el marco de la misma Santana comenzó un esfuerzo por cartografiar la ubicación de los boliches ubicados en la Villa del Cerro durante la década de 1960. Abandonó dicho esfuerzo, sin embargo, debido a la cantidad de establecimientos y al hecho de que muchos cambiaran de nombre lo que presuponía el riesgo de superponerlos. La investigación la realizó bajo la supervisión del Rodolfo Porrini y equipo con Tania Rodríguez, Lucía  Siola, Alesandra Martínez y el propio Santana, quienes dedicaron largo tiempo a investigar en la prensa local “El Eco” y “Cosmópolis”, a recorrer la zona y a entrevistar a muchos de los clientes habituales de los cafés. A veces los identifican por sus nombres, otras por el de sus dueños y otras, simplemente, por las ubicaciones.
Podemos decir que entre las décadas de 1920 hasta 1950 hubo entre 70 y 80 cafés y bares, incluyendo algunos como cantinas de los clubes de fútbol o centros de reunión. La mayoría estaba alineada a lo largo de la calle Grecia, la principal del barrio, entre Carlos María Ramírez y la playa. Y otros en lugares más apartados. Los había para todos los gustos, incluso algunos fueron sedes de clubes sociales y deportivos mientras que otros eran boliches de copas y timba y hasta alguno de ambientes más espesos todavía. De estos últimos quedan muy pocos abiertos todavía.
En primer término se refiere a El Perfume ubicado en Juan B. Viacaba y Grecia, lugar tradicional donde en la década del 50 se recuerdan las discusiones entre libertarios y comunistas, luego hablan del Munich ubicado frente a la sede de la Federación Autónoma de la Carne, otro punto de encuentro. En especial menciona la sede del club Rampla Juniors dentro de la cual existían diversas cantinas y varios cafés en el entorno como el Torino y el Noa Noa.
Santana insiste en que los boliches eran escenario del accionar social y cotidiano de la barriada. Claro ejemplo lo daba el Universal, también conocido por el “bar de Mirambel” ubicado en la esquina de Grecia y Austria. Al día de hoy de puertas cerradas y tapiadas sigue adosado a las paredes un busto de Carlos Gardel hecho de azulejos por el artista Guillermo Vitale. Famoso también porque un curioso personaje de la zona, Boadas Rivas, participante del asalto el cambio Mesina una vez liberado se radicó en el barrio y terminó sus días como “canillita”. Tan popular que fue reporteado por la pensa en mas de una oportunidad junto a la entrada del café.
En la esquina de Prusia y. Austria “El Guaraní”, otro boliche con historia. Se cuenta que en la huelga de los trabajadores frigoríficos de 1916 y 17 era el lugar donde solían reunirse los líderes sindicales. Y a media cuadra se encontraba una de las sedes del club Atlético Cerro, que también tenía su cantina.
Dentro de las historias destaca la del almacén de la familia Lingeri, muy conocida en la zona, que además de una bodega tenía un lugar para la venta de bebidas y encuentro de la gente en la esquina de Bogotá y Viacaba.
Muchos otros bares, cafés, cantinas, boliches y demás figuran en la recopilación de referencia, incluso algunos muy interesantes vinculados con la actividad de los troperos los que serán referidos en un próximo capítulo.

 

 

BAR LA RAZÓN
Por Juan Antonio Varese
Jvarese.@gmail.com

Curioso nombre el de La Razón para un bar en el corazón del barrio La Teja. Un bar de barrio de esos que siguen manteniendo la costumbre del estaño y de la charla fraterna. En un barrio tradicional de vieja historia como que nació en el año 1842 con el nombre de Pueblo Victoria, gracias a la iniciativa del financista y banquero británico Samuel Lafone, que apostó por el Uruguay. El nombre Victoria lo pensó en homenaje a la Reina Victoria, soberana inglesa que presidió gran parte del mundo durante el siglo XIX, en que Inglaterra era la soberana de los mares y sus súbditos se habían multiplicado a lo largo del mundo con iniciativas comerciales para brindar servicios o crear empresas de transporte, agua potable, electricidad, ferrocarriles, etc.
El nombre Victoria devino con el correr de los años en el de La Teja en atención a los techos de las casas a dos aguas que se construyeron a imitación de las viviendas de los obreros ingleses. En ese entonces el barrio consistía en poco más de 120 manzanas ubicadas entre las desembocaduras de los arroyos Miguelete y Pantanoso.
En su origen Pueblo Victoria recibió las corrientes migratorias de españoles, italianos y vascos franceses, sus primeros pobladores, trabajadores de los saladeros y obreros de piedra. No en vano el saladero más importante fuera fundado por Samuel Lafone, nombre con que se lo recuerda en la plaza más importante del barrio.
También se asentaron familias de trabajadores de frigoríficos, saladeros, curtiembres, aceiteras, la planta de Ancap y hasta de la fábrica de jabones Bao, entre otras.
En el año 1930, en la esquina de Vicente Yáñez Pinzón y Carlos María Ramírez abrió sus puertas un pequeño y modesto bar con el nombre de La Razón. Nombre que nadie, pese a los inentos, logró explicarnos el motivo. Años después, llegó a tener dos letreros colgados: el de La Razón y el de Bar González en atención al apellido de sus propietarios de entonces.
 Recuerdan los memoriosos que en los comienzos el sitio era casi un descampado en el que destacaban el bar, la fábrica Bao y la Escuela Beltrán ubicada enfrente. El resto oficiaba de cancha de fútbol donde jugaban niños y jóvenes.
Para conocer más acerca de la historia del bar, el barrio y la clientela entrevistamos a una de sus actuales propietarias, Rossana Rodríguez y a tres de sus consecuentes y fieles parroquianos y vecinos que quisieron estar presentes: Héctor “Cabeza” Olivera, Nolberto Nascente y Sebastián López.
Ante todo recalcaron que la historia del bar aparece en el libro “Boliches, el corazón del barrio. Historias y anécdotas en base al programa televisivo del mismo nombre, con textos de Leonardo Pereyra y publicado por Ediciones de la Banda Oriental, libro que recomiendo especialmente. El primer dueño de La Razón lo fue el español Jesús Iriarte, oriundo de Galicia, quien dejó el negocio a su hijo Antonio y este a su vez lo pasó a sus hijos Raúl y “Chocho” Iriarte. Luego estuvo en manos de los Rodríguez, quienes en los años 70 lo pasaron a los hermanos Jaime y Homero Muñoz, y a Osvaldo Durán, sindicalistas de la compañía Bao.
Durante la dictadura dos de los propietarios fueron encarcelados y el negocio fue vendido a “Chiche” González, quien contrató a un nuevo pizzero de nombre José Rodríguez. En 1992 González lo vendió a José y a su hermano Rudy, hoy fallecidos. Desde hace varios años y hoy todavía, lo dice con orgullo, Rossana, hija de Rudy y sobrina de José, ella se encuentra al frente del negocio junto a sus hermanos Jorge y Sebastián.
Cabeza Olivera recordó que frente al bar, donde hoy funciona una farmacia estaba la escuela Beltrán, la escuela del barrio. La mayoría de los actuales parroquianos fueron sus alumnos. Con un guiño cómplice aseguró que “La escuela la hicimos ahí pero la secundaria acá”, aludiendo a que en las décadas del 50 y hasta el 70 los boliches eran una verdadera escuela, donde se aprendía a respetar, “a ser gente” y donde hasta trabajo se conseguía. , en lo que fue apoyado por Nascente, un parroquiano con casi 70 años de presencia en el lugar. Hizo memoria de haber llegado a La Teja desde el lejano Tupambaé siendo un niño, en el año 1949. Por entonces el Frigorífico Nacional empleaba unas 3000 personas y el Artigas en el Cerro a unas 800 o 1000 personas más. Y una reflexión producto de la experiencia: “Si en el bar veían que eras buen botija te ayudaban a conseguir trabajo. Pero si te veían mal te decían que estabas haciendo las cosas mal. Nosotros tuvimos la suerte de tener buenos consejeros. Eran como los padres y abuelos de todos”, recuerda.
Otra reflexión de gran valor sociológico era que por entonces para ingresar al boliche había que tener 17 o 18 años. Si iban con 14 o 15 años los corrían, porque “solo paraban los hombres”. Llegar a la mayoría de edad y poder acodarse en la barra como uno más, era casi una “iniciación”, un momento anhelado desde varios años antes en que solo podían mirar desde la vereda.
Durante los años en que el pizzero José Rodríguez se encargaba de las pizzas, se formaban largas filas en la ventanita para retirar los pedidos por lo que La Razón llegó a ser conocida como “el bar de la ventanita”.
Uno de los que supo hacer la cola pacientemente fue el expresidente Tabaré Vázquez, un consumidor frecuente de la pizza, a la que calificó como una de las mejores de Montevideo. Incluso una vez, ya siendo presidente, cuando entró a encargar una pizza no aceptó que lo dejaran pasar antes, insistiendo que haría la cola como todos.
Además de ser cuna de la política, de la solidaridad, de los debates y las tertulias, La Razón también supo oficiar de improvisada sede deportiva como con la gente del cuadro de fútbol La Cumparsita famosa porque jugaban con zapatillas rayadas de Funsa. Todos recuerdan a Obdulio Varela, cliente habitual de La Razón.
También el bar como baluarte de la izquierda supo ser refugio y resguardo. En alguna ocasión el hoy expresidente José Mujica y otros tupamaros pudieron encontrar un escondite seguro en el sótano de La Razón. Incluso dos de los entrevistados, Héctor y Nolberto, durante las razzias pasaron sus noches en jefatura. Y hoy recuerdan con jocosidad que el oficial les advertía que no quería volver a verlos en La Razón, lo que no cumplían porque enseguida volvían al bar de la veredita. Como dice Olivera: “No le fallábamos al boliche, porque era nuestra casa”, reflexiona Olivera.
El testimonio de Rossana Rodríguez no tuvo desperdicio. Cuando fallecieron José y Rudy y a ella le tocó tomar las riendas del negocio, lo hizo un “con cierto temor” de servir una copa, porque “no tenía idea”. Pero los propios parroquianos le fueron enseñando y hasta la cuidaban. Si a alguno de ellos se le escapaba un improperio le advertían “cuidado que está Rossana”.
Ese cuidado del espacio y del entorno es permanente, al punto que si alguien llega pasado de alcohol se le pide amablemente que se vaya a tomar a otro lado. El mensaje es claro: en La Razón se respeta, y eso no es negociable por lo que se sigue manteniendo como un recodo donde el tiempo se ha detenido y persisten principios de convivencia, casi ausentes en el resto de la sociedad. Los mismos principios que en su momento les permitían dejar los diarios en la ventana del lado de afuera, apretados con un fierrito arriba, sin temor a que nadie se los llevase sin pagar.
Otro aspecto son las frecuentes comidas entre vecinos porque para ellos el bar es como una familia extendida. Olivera de cuando era un gurí al que llamaban. Cabecita recuerda que colaboraba con los mandados para asegurarse un plato caliente.
Sebastián López, el más joven de los entrevistados, que hoy cuenta con 44 años y frecuenta el bar desde los 14, recuerda con admiración y cariño a Rudy, el padre de Rossana. Un hombre aparentemente tosco pero de buen corazón, que nunca dejaba que nadie pasara hambre.
Hasta el día de hoy pasan algunos ex clientes y le comentan a Rossana que el padre les daba la leche todos los días, práctica solidaria que ella continúa con una niña que diariamente le lleva flores.
Otra prueba del clima de familiaridad que se vive es que cuando algún habitué dejar de ir por un tiempo enseguida se comunican entre ellos para saber si le pasó algo. Y en tal caso organizar alguna colecta u otro tipo de ayuda para colaborar.
Rossana y sus hermanos son propietarios del negocio, pero alquilan el local. La Razón se sostiene por el grupo de amigos de toda la vida y familias que llegan por un copetín, una muzzarella, un aperitivo y hablar de la vida, contando y escuchando las mismas anécdotas de siempre. Y a veces vienen clientes de barrios cercanos que no tienen boliches cerca donde parar. De esta manera las viejas generaciones están intentando que las nuevas vuelvan a tomar amor al bar, al boliche, al café para no perder esa tradición tan uruguaya.
No es de extrañar entonces que La Razón terminara por convertirse en patrimonio histórico y social del barrio La Teja; de hecho en el año 2011 la Junta Departamental colocó una placa en la puerta con motivo de declararlo “bar histórico y emblemático de la ciudad de Montevideo”. Hoy es de los pocos boliches que resiste al paso del tiempo y luchan por mantener la tradición bolichera donde la barra era una escuela más, pero también los valores y principios de convivencia que hoy muchos veteranos consideran perdidos o en declive.

 

Baluarte de la Izquierda

 

Tan eternas y frecuentes como las filas para comprar pizza eran las charlas sobre política. Hasta el día de hoy el bar se llena de vecinos del barrio con banderas que se pegan al televisor a esperar los resultados cuando hay elecciones.

 

Cafés PANIZA y TROCADERO
Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

La populosa barriada del Cerro de Montevideo, la que siempre buscó y defendió su individualidad, tiene el orgullo de contar con dos clubes de fútbol: el Club Atlético Cerro y el Rampla Juniors Futbol Club, ambos con diferentes orígenes pero con el mismo espíritu locatario. Aunque este último haya nacido fuera del barrio.
Cuando uno de los lectores de la revista Raíces me preguntó sobre la existencia de alguna foto sobre el café y bar PANIZA en la esquina de Grecia y China, hoy desaparecido, no sospechaba siquiera en la investigación en que nos meteríamos y de la importancia que este lugar tan identificado con la historia del Cerro había tenido respecto de uno de sus cuadros de fútbol más representativos.


Veamos primero la fundación del CLUB ATLÉTICO CERRO. Allá por la primera década del siglo pasado en el PANIZA, un modesto café de paredes pintadas y puerta con ochava en la esquina, propiedad de don Emilio Paniza, siempre lleno de clientes tanto de día como de noche dado que en aquellos tiempos el trabajo en los frigoríficos era incesante y se movían turnos de día como de noche. Lo más típico de la clientela, sin embargo, lo constituía un grupo de jóvenes entusiastas que luego de su trabajo jugaban al deporte que tanto entusiasmaba al público, el fútbol. Jugaban en algún descampado de las inmediaciones y luego se reunían en el café para comentar los partidos y programar los siguientes. Llegó el momento en que terminaron por fundar el Club Atlético Cerro en una célebre asamblea celebrada en sus mesas el día 1º de diciembre de 1922, tras una ardua asamblea en la que se discutieron hasta los nombres a darle, incluso se pensó en el Club Oriental, pero luego primó uno de consenso con el nombre del CLUB ATLÉTICO CERRO.


De otra parte el otro club deportivo de la villa del Cerro y eterno rival del anterior, el club RAMPLA JUNIORS FUTBOL CLUB tiene también un origen curioso y un nacimiento oficial y firma de estatutos sobre las mesas de un café. Pero esta vez se trataba del TROCADERO, un antiguo café ubicado en las inmediaciones de la Aduana, sobre una modesta callecita de nombre La Marseillese en homenaje al himno nacional de Francia. Daba entonces frente a la rambla costanera norte de la Ciudad Vieja de Montevideo, sitio descampado que se conocía popularmente como la Rampla en lugar de la rambla. Dicen los que saben que el club adoptó los colores rojo y verde por los de un barco que anclaba en las inmediaciones y que el diseño de la camiseta a rayos rojas y verdes lo tomó prestado del Club Fortaleza del Cerro. El viejo café TROCADERO tuvo larga trayectoria pero desapareció con la ampliación del puerto y la demolición de algunas de las manzanas que daban a su frente, modernización que le restó vida barrial a la Ciudad Vieja.


Como decíamos fue en las mesas del TROCADERO que el 7 de enero de 1914 se fundó un club de fútbol con gente de la zona que decidió adoptar el nombre del lugar donde jugaban, precisamente el de Rampla. Avatares de la vida y de cambio de domicilio de dirigentes y jugadores cinco años después, en el 1919, el club se mudó a la Villa del Cerro. Lo hizo con tanto empuje y concentración de esfuerzos que ya en el año 1923 estaba inaugurando una sede y cancha propia con el nombre de Parque Nelson. Durante muchos años pasó a ser considerado como el tercer grande por su hinchada fervorosa, coronándose campeón uruguayo en el año 1927. Actualmente se destaca la rama femenina en su calidad de máximo club ganador con 9 títulos.


Siguiendo con el tema, para apreciar la estrecha relación entre los cafés y bares con los clubes en sus etapas iniciales bástenos señalar que la Liga Uruguaya de Fútbol allá por el año 1903 celebraba sus encuentros en el Café Gambrinus, ubicado sobre 18 de Julio, seguramente por la cercanía del domicilio de algunos dirigentes.
La referencia al Paniza y al Trocadero como cafés relacionados con el nacimiento de algunos clubes de fútbol o con la presencia de jugadores y dirigentes la encontramos repetidas en otros tantos barrios y clubes. Se trata de un tema que suponemos de interés para muchos de los lectores, por lo que pedimos la colaboración de los entendidos y memoriosos en la materia para que nos acerquen datos de interés que permitan nuevos artículos.
De otras partes hemos obtenido referencias de algunos cafés o bares en que los jugadores acostumbraban reunirse antes o después de los ensayos o de los partidos para comentar o discutir las peripecias y los resultados. Tal el caso del café LITO en el barrio Arroyo Seco, esquina de Agraciada y Santa Fé, donde había una mesa reservada e intocable para las tenidas de jugadores habituales de la talla de Héctor Scarone, Pedro Cea, Scandroglio y Elizalde.
Otro caso lo era el de un pequeño almacén con un cuarto anexo en la calle 19 de Abril frente a la primera cancha del Club Albión donde solían reunirse los directivos del Club MONTEVIDEO WANDERS para celebrar sus reuniones, mientras que el desaparecido CLUB ATLÉTICO UNIVERSAL fue fundado en el café Tortoni de Rondeau y Paysandú según investigación realizada por el historiador Aníbal Barrios Píntos en un informe para Cambadu. Lo mismo que en el ALMACÉN Y BAR EL HACHA nacieron dos clubes de fútbol de la ciudad Vieja, el Hacha y el Guaraní.
Pero sin duda que uno de los casos más interesantes y representativos lo fue el de la fundación del club BELLA VISTA de Montevideo que tuvo lugar en el café OLÍMPICO de Roberto Perlini.
Este había adquirido el café a comienzos de la década de 1920, transformando la clientela existente para volverla acorde a la gente del barrio. Tuvo varios años de trayectoria pero lo realmente importante, la que identificó el lugar y le dio carácter propio durante muchos años, fue la presencia de los socios, directivos, jugadores e hinchas del club Bella Vista, al punto que la sede de la institución funcionaba dentro del bar tal como lo recuerda el veterano Alberto Fumagalli (Jimmy con sus frescos 87 años de memoria. El club de fútbol Bella Vista se había fundado poco antes, en octubre de 1920, en base a una cancha de fútbol en un descampado al oeste de la calle Cuaró, trasladada después al Parque Olivos con el nombre de José Nasazzi. Los socios en su mayoría provenían de familias vecinas, amigas entre sí y los jugadores se conocían desde niños porque peloteaban en los baldíos cercanos. Así que al principio eran todos vecinos y se encontraban en el café para tomar algo y comentar los partidos, festejar los triunfos o lamentar las derrotas. También los fundadores y directivos también eran clientes por lo que acostumbraban a sesionar en las mesas del bar y coronarlas con alguna bebida espirituosa.  Roberto Perlini el dueño fue considerado por años un socio más del Bella Vista, participando en reuniones de la directiva, la que llegó a integrar en más de una oportunidad aunque no fuera explícitamente socio.
Al punto nos ha llegado un interesante trabajo del historiador Francis Santana sobre los cafés del barrio del Cerro que pasaremos a comentar en el próximo número.

 

BRECHA. BAR Y CAFÉ
Por. Juan Antonio Varese

Hay esquinas especiales en la ciudad en la que se congregan los cafés y los bares. Se siguen ciertas modas o tendencias pero también donde abre un lugar exitoso suelen acompañarle otros tantos creando un ámbito de mayor interés y concurrencia.
Es lo que sucede con la esquina de Canelones y Aquiles Lanza donde los cafés de la movida joven se enfrentan en diagonal. De un lado el café Andorra, del que nos ocupamos en otro capítulo y el Brecha Bar y Café, abierto más recientemente, en noviembre del 2014.
El local anteriormente estaba ocupado por una farmacia, la que luego de cerrar  fue encontrado como lugar ideal para aprovechar la sinergia de la juventud que se reunía en los alrededores, alrededor del Andorra.
Él Brecha, también presenta el subtítulo de “bar de lxs amigxs” para estar a tono con la actitud de apertura y aceptación de la amplitud cultural de ciertos ámbitos de nuestra época. Esta es una característica de muchos establecimientos en la actualidad, dirigidos especialmente por gente joven que buscan explícitamente mostrarse amigables con la diversidad. El emprendimiento comenzó gestionado por dos hermanos oriundos de Maldonado, Guillermo y Germán Taroco, en asociación con la cooperativa del Semanario Brecha. Luego, desde el Semanario no continuara en el negocio este quedó a cargo de los hermanos; Guillermo, de profesión panadero y quien se encarga del área de la cocina, y Germán, que está al frente de los temas administrativos.
De cualquier forma se mantuvo el nombre y una huella de identidad dentro del bar dada por el mural de autoría de Fermín Hontou, conocido popularmente como “Ombú”; dibujante y caricaturista quien fuera precisamente el ilustrador del Semanario Brecha.
Durante su infancia Germán y Guillermo vivieron en Maldonado. Él aún recuerda cuando salían de la escuela y se iban al trabajo de su mamá. Al lado, había una carnicería que se llamaba “Carnicería de los Amigos”, denominación que le remontaba a una atmósfera de alegría, jolgorio, juego; y así quedó grabado en su memoria hasta que decidió utilizar ese nombre en su propio bar.
Si bien su familia no se dedica al rubro gastronómico, su pasión por la cocina se manifestó desde la infancia. Regularmente veía a su mamá cocinar, él mismo leía libros de cocina, y sus tardes transcurrían entre la preparación de tortas y panes.
En invierno es muy frecuente que a las siete u ocho de la noche ya no haya lugar en el bar. Por tal motivo, ampliaron sus instalaciones y adquirieron el local de enfrente. Es decir que, dos de las cuatro esquinas de Canelones y Aquiles Lanza están ocupadas por el Bar Brecha, ahora también cafetería (de especialidad, claro), y panadería.

Panadería intuitiva

Durante muchos años, un poco por costumbre y otro poco por cuestiones económicas, había quedado en desuso la antigua costumbre de ir a desayunar al café o de beber un expreso con medialunas de camino al trabajo, como era frecuente en muchos bares y cafés de antaño. Pero parece ser que esta tradición ha recobrado fuerza. Ya sea por motivos laborales, porque los tiempos apremian a la hora de salir de casa, o simplemente por el placer de sentarse a tempranas horas junto a una ventana de café mientras se medita sobre las responsabilidades de la jornada; el desayuno (y las meriendas) han vuelto a ser costumbre entre muchos uruguayos.
Ejemplo de ello es lo que ha sucedido con el Bar Brecha. Durante la pandemia el local debió cerrar por un tiempo. Guillermo ya tenía la rutina de preparar panes en el bar, que luego vendía por encargo.
Pero durante la emergencia sanitaria la demanda se disparó y pasó a tener 70 u 80 pedidos por día. Fue entonces que empezó a considerar la posibilidad de incluir una panadería dentro del propio espacio del bar. Las heladeras estaban todo el día prendidas, las cocinas funcionando, todo estaba dado para ampliar el rubro del emprendimiento. Aunque al principio le sonaba “raro” tener un bar con panadería, su intuición le decía que iba a funcionar. Y así fue.
De esa intuición precisamente viene la denominación de “panadería intuitiva”. La otra razón tiene que ver con el método de trabajo a la hora de elaborar los panes artesanales, la mayoría de los cuales son de masa madre. Se intenta no utilizar termómetros, no ser tan protocolares con el trabajo, sino justamente agudizar la intuición y los sentidos.

 


Dentro de lo que es la panadería y pastelería los productos más solicitados son el chipá y los laminados, que están en una especie de “boom”. Es decir, las elaboraciones que son con masa de hojaldre: medialunas, pan de chocolate, pan de queso, margaritas de crema, etc.
Respecto a los panes se puede encontrar la más amplia variedad, desde aquellos más clásicos, hasta las italianas Focaccia o Cibatta, por mencionar solo algunos.
Con la incorporación de la panadería, el bar pasó de abrir a las 18:00 hs, a hacerlo a las 16:00, luego al mediodía, después a las 10:00 am y hoy en día desde las 8:00 am ya está recibiendo clientes.
El bar abre de lunes a lunes hasta las 2:00 am, y la panadería de lunes a viernes.
En las noches, un clásico es la pizza con roquefort y mermelada de cebolla al vino tinto, acompañada con alguna de las cervezas artesanales o el clásico Fernet con Coca. Aunque ahora también cuentan con servicio de bartender, y nunca falta quien prefiera tomar un daikiri, una piña colada o un mojito.


Si bien la combinación de roquefort y mermelada de cebolla al vino tinto se suele usar en tapas o en servicios de catering, ellos tomaron la curiosa iniciativa de implementarlo en la pizza, con muy buen resultado.
Con la ampliación del negocio y del horario, se amplió también el público, que originalmente era en su mayoría gente joven de entre 25 y 35 años. Ahora hay una gran diversidad de personas que visitan el local tanto en su horario de bar como de cafetería, o que simplemente pasan a comprar algo para llevar a casa; desde vecinos jubilados, a familias, y alumnos de colegios e institutos educativos de la zona.
Más allá de la gastronomía


Es bastante habitual en los tiempos que corren, que se genere una especie de sinergia entre los emprendimientos gastronómicos, y otros espacios, actividades o temáticas. Muchos conjugan la gastronomía con movidas culturales, ferias americanas, actividades para colaborar con causas benéficas o sociales, etc.
El Brecha comenzó teniendo milongas entre semana, luego toques musicales los fines de semana, también han realizado ciclos de cine o proyección de cortometrajes, y llevan adelante el ya clásico DEDO MINGO, un domingo cada quince días durante todo el año, con música en vivo.
También participan activamente en ferias gastronómicas como el “Garage Gourmet”, que este invierno llevó a cabo el evento “Ollas del Mundo” en el espacio de Arte Contemporáneo (ex Cárcel de Miguelete), y en setiembre realizará el “Picnic en el Botánico”; una feria gastronómica pero en modalidad de picnic.
La panadería del Brecha dona diariamente todos los productos que no se venden a un merendero, y recientemente realizaron una fiesta conjunta con el Museo de las Migraciones (MUMI) para colaborar con ollas populares.
El consumo consciente, la colaboración y la inclusión, son algunos de los valores que se han fortalecido en ciertas áreas de la sociedad en la última década, y la gastronomía no es ajena a ello. Todo parece indicar que volvió la rutina del café, con la impronta de una nueva era.

 

El Polo Bamba

 

A fines del año 2022 abrió sus puertas un nuevo café con el nombre de “POLO BAMBA” en pleno barrio de Pocitos, en la esquina de la calle 26 de marzo al número 958…. muy cerca de la esquina con Bulevar España.
Se trata de un local nuevo y elegante, tanto por el decorado como por el servicio, que se ubica en la planta baja del recientemente estrenado hotel Montevideo.
Tal como si fuera posible viajar por el túnel del tiempo o abrir el baúl de los recuerdos de los emblemáticos cafés montevideanos de fines del siglo XIX los responsables se inspiraron en el nombre de aquel viejo café abierto por los hermanos Severino y Francisco San Román en el año 1885. En su tiempo se trató de uno de los cafés devenidos en literarios y centro de reunión de la bohemia y de los intelectuales de fines del siglo y aún de la Belle Époque.
El antiguo POLO BAMBA cerró en el año 1913 pero su fama quedó flotando en la memoria, reconstruida y puesta a punto por las historias y anécdotas de los escritores que nos dedicamos a rescatar nuestro pasado.
El actual Polo Bamba, si bien no pretende equiparar al antiguo abierto 138 años atrás busca sí rendirle un merecido homenaje. Planteó de entrada una propuesta diferente a la de antaño, moderna y adaptada a los nuevos tiempos, pero tratando de mantener el espíritu de encuentro, tertulia y aventura que caracterizó a aquellos viejos cafés, en especial al tradicional Polo Bamba ubicado en la calle Colonia entre Ciudadela y Florida, trasladado luego a la acera norte de la plaza Independencia.
Para conocer desde dentro la filosofía y planteamiento del nuevo POLO BAMBA planteamos una entrevista a sus responsables Florencia Courreges y Alejandro Morales, con amplia experiencia en el ramo. Ambos, pareja de vida y trabajo, gestionan la parte de cafetería de la librería y Café Escaramuza, ubicada en la calle Pablo de María entre Charrúa y Canelones y también, junto con otros socios, están al frente desde hace más de un año del Centro Cultural Alfabeta, propuesta de café asociada al complejo del cine situado en Miguel Barreiro esquina 26 de Marzo.
De ellos surgió la iniciativa de bautizar este café con el nombre del emblemático Polo Bamba, idea que no es de extrañar la hayan considerado al estar consustanciados muy directamente con el al devenir cultural de la ciudad, y sus sinergias con el rubro gastronómico.
En el momento preciso de nuestro arribo al Polo Bamba a hacer la entrevista, ambos se encontraban ocupados en el testeo de una re-versión del trago “Penicilina” que el bartender había elaborado poco antes. Esta preparación en base a whisky, jengibre, limón y miel especiada con café de especialidad Polo Bamba, canela y sal marina de Rocha, es un claro ejemplo de la filosofía de trabajo que pretenden transmitir y aplicar: inventiva, creatividad, excelencia técnica. Tal como lo hizo Severino a comienzos del S.XX, no ponen solo empeño sino una buena cuota de idealismo. Y de preocupación por la clientela, por lo que sienten y piensan, acercándose muchas veces a las mesas para conocer sus impresiones. Conscientes de que se trata de una manera muy acorde para iniciar cualquier conversación de manera animosa.
Lo primero a destacar que el café se divide en dos partes: en la planta baja funciona como café de especialidad y en el piso 10 del hotel funciona como restaurante del mismo. En dicho piso funciona también como “bar de tapas” con el mismo nombre y tiene un horario de 18:00 a 01:00 hs.
Dada esta circunstancia en el Polo Bamba de arriba y de abajo coinciden los clientes que ingresan para desayunar, almorzar o cenar con los huéspedes del hotel. Tarea doblemente desafiante, ya que a diferencia de un café que funciona de forma independiente, no es tan sencillo que las personas que no son huéspedes propiamente se decidan ingresar, más aun en un país donde no se acostumbra a ir a comer o reunirse en los hoteles. De allí la importancia del objetivo que Alejandro y Florencia se plantearon: que el café Polo Bamba mire hacia Montevideo y no hacia el hotel. Apuntan al cliente, al visitante de afuera, que todos los interesados y vecinos quieran visitarlo.

Un viaje en el tiempo

La elección del nombre fue unánime. Los operadores les propusieron la idea a los propietarios del hotel, capitales franceses, y aún cuando estos no sabían nada sobre la historia del antiguo Polo Bamba, la musicalidad del nombre les despertó alegría, creación e inspiración. Nombre fácil de recordar puesto que puede ser pronunciado por personas que hablen cualquier lengua, lo que calzaba con la intención que los dueños de darle al lugar una expresión propia, local, con carácter. El hotel no depende de una cadena internacional donde todo debe ser estandarizado sino de la decisión de sus inversores con espíritu amplio. Es decir que desde el vamos hubo buen entendimiento y libertad para crear.
De la lectura de las crónicas sobre el histórico Polo Bamba y la intención de homenajearlo, surgió la preocupación por buscar la nobleza y calidad de los materiales. Los azulejos traídos de escocia, las columnas, las macetas, las mesas de hierro y mármol, el mostrador, el tapizado de los sillones, la amplitud del espacio, la madera de lapacho, todo en el Café Polo Bamba es un viaje al Montevideo de 1900. Uno siente que se retrotrae al pasado en cuanto pone el pie en su interior. La misma autenticidad se buscó también en el área gastronómica. Por ejemplo que algunos productos se elaboren en el propio establecimiento como los helados o algunas bebidas que se producen de acuerdo a viejas recetas.
Esta inquietud requirió de infraestructura adecuada, máquinas y cámaras de no tan fácil consecución, lo cual no fue un impedimento ya que es meta tanto de los propietarios y de los operadores mantener esa nobleza y calidad que caracteriza al lugar en todos sus aspectos. Y sostener la vieja tradición de los locales gastronómicos de otros tiempos, donde todo era fabricado dentro del propio emprendimiento.
El café que se sirve, acorde a las tendencias de los últimos años y a los paladares cada vez más entrenados, es de especialidad, tanto si se pide a la carta como en el desayuno bufete, cuya preparación está bajo el control y la aguda mirada de un barista profesional en el ramo.

Dentro del rubro bebidas el Polo Bamba ofrece su propio vermouth rosso y, como novedad, una amarga que es muy similar al Aperol. Esta última nació casi por casualidad. Algunos meses atrás el Aperol, aunque venía de Argentina, estaba faltando en plaza por cuestiones burocráticas. Lejos de dejarse ganar por el problema y recurriendo a la inventiva de los profesionales de la casa fabricaron un “Aperol de la casa" con muy buenos resultados. La solución fue tan buena que están en proceso de encarar una “Margarita” de la casa en base a licor de mandarinas casero, en lugar del típico Cointreau.
Todo esto no ocurre por casualidad. Es la rara y buena conjunción de espíritus creativos tanto de los propietarios del hotel como de la experiencia e iniciativa de los operadores. 110 años después de que el Polo Bamba cerrara sus puertas se sienten orgullosos de presentar un local a la altura de los cafés de antiguo cuño existentes en Madrid o París. Pero indudablemente han logrado con éxito hasta el momento que ese pequeño rincón de Montevideo resulte un viaje en el tiempo, donde las raíces del pasado vuelven a cobrar forma en el presente. El mito del Ave Fénix de alguna manera se está cumpliendo.

 

 

RECUERDOS DE VIEJOS CAFÉS
Por. Juan Antonio Varese

Como dijimos en el artículo anterior la letra de la canción de Esteban Klisich llegó a nuestras manos por causalidad pero cayó en el momento más oportuno.
Para ampliar en los detalles fue que volvimos a entrevistarlos, esta vez con miras a conocer su experiencia y rescatar sus recuerdos de los lugares que había frecuentado. Eso es memoria viva, recuerdos que merecen ser rescatados porque forman parte de nuestra identidad montevideana.
Un texto vívido, nostálgico, que pinta con letra poética la realidad de muchos de los cafés que han clausurado sus puertas en los últimos años, sea en el centro de la ciudad o en los barrios. Circunstancias muy distintas para el cierre, ya sea el fin del ciclo de los propietarios, la falta de rendimiento económico o un cambio de vida, pero en todos hay un denominador común, como es el cambio de las costumbres.
Esteban, hombre de memoria privilegiada, de esas que no dejan escapar nombres ni fechas ni detalles increíbles de los decorados, le pedimos que hablara de los cafés que hubiera conocido e hiciera referencia a los que habían cerrado sus puertas.
Desde niño, nacido y viviendo en la zona de Belvedere, el primer recuerdo fue para el café de su barrio, el CAFÉ BELVEDERE, que calificó de entrañable por el ambiente, recordando sus sillas de Viena, el mostrador de mármol y el espacio amplio para las mesas de billar al fondo del local, que cerró en la década de los 90.
Siguió con el RÍO DE ORO, café y bar, y el “TITITO” al que apodaban el “café de los carteristas” porque se reunían los especialistas en el robo de billeteras.
Siguiendo Agraciada abajo encontraba el CORINTO, en la mitad de la cuadra y un poco más adelante cerca del Viaducto el NEGRO Y AZUL, también emblemático porque en una de sus mesas se fundó el Liverpool fútbol club, un histórico 15 de febrero de 1915.
Más abajo se encontraba el bar LAS BARRERAS.
El café y bar MAZZONE en Agraciada y Ángel Salvo, frente por frente al BAR DE VIDA, ambos eran lugar de encuentro de algunos artistas especialmente en el último donde se encontraban los músicos para componer y comentar actuaciones.
Al oeste del Paso del Molino, los cafés eran también bares, pues de mañana concurrían para tomar café los amigos veteranos y al mediodía o al atardecer volvían para tomar unas copas. Muy interesante la reflexión de como cambiaron los tiempos, antes se iba a los cafés para conversar y actualmente se va para aturdirse con música o con el televisor.
Cruzando el Miguelete, por Agraciada, había dos bares más, el ALONSO  y LOS CONQUISTADORES en Agraciada y Zufriategui, donde hoy hay un local de venta de motocicletas y una plaza enfrente.
Ya viviendo en el Prado, adoptó como su bar LOS CONQUISTADORES, donde tomó la costumbre de bocetar las letras de sus canciones para luego depurarlas tranquilo en su casa. Muy cerca, hacia la vía del tren estaba la estación Yatay y enfrente el bar YATAY, donde concurría la gente que llegaba o esperaba el tren para tomar un café o alguna bebida. De allí recordaba al mozo, Alfredo, una gran persona. Dicho bar, también desapareció.

Mencionó otros cafés que por vivir en Valentín Gómez entre Félix Olmedo y Adolfo Berro le quedaban muy cerca, el bar CERVANTES (fue amigo de su dueño) y el OCHO HERMANOS, muy antiguo.
Pero luego pasó a los cafés entrañables para los músicos. “Antes, cuando íbamos a los recitales de los colegas, teníamos la costumbre de preguntarles dónde nos veríamos, en que boliche o café nos encontrábamos más tarde. Ahora se vive con más urgencia y esto no pasa tanto”. “Antes de las audiciones en el Solís, nos encontrábamos en el VASQUITO y después la seguíamos en el TASENDE donde nos confortábamos con la pizza al tacho”. También estaba frente al Sodre el GRAN CASTRO en Andes y Mercedes, que tenía dos tipos de clientes ya que de madrugada aparecían los cafiolos que PAG 9 IMAGEN Acuarela Alvaro Saralegui Rosé..jpgesperaban a las “damas de la noche” como se llamaban eufemísticamente a las mujeres del oficio más antiguo del mundo y hasta hubo balaceras entre esos sujetos.
“También solíamos reunirnos en el MINCHO, donde nos servían el café en taza grande, allí hacíamos proyectos mientras tomábamos grappa con limón o Espinillar, o whisky en algunas ocasiones. Luego de los recitales se solía cenar en el LUZON, donde se encontraban los músicos para comer las suculentas milanesas o el popular gramajo bien regado con cerveza”. Recuerda de allí los encuentros con Lucio Muniz y fundamentalmente el cercano OUTES, toda una institución.
“Desde las 5 de la tarde podías encontrar al guitarrista clásico Dorrego con su inseparable bastón, el que descosía la guitarra de tan bien que tocaba”. También recuerda a Juan Capagorry, personaje entrañable, con mucho humor y anécdotas.
“En ese bar paraba Zitarrosa presidiendo el mostrador, infaltable en el Outes después que regresó del exilio. Iban también Juan y Beto Peyrou, Carlos Pedemonte, Daniel Mañana y el “gallego” Capella”.

“Después de determinada hora se bajaban las cortinas y los músicos íbamos a guitarrear. Pasábamos a la trastienda donde se hacía música hasta la madrugada”.
También recuerda otro lugar de encuentros: “LA TORTUGUITA” cuando Trochón, Lazaroff, Masliah, Olivera, Galemire, Darnauchans y Klísich, entre clase y clase se iban a tomar una. Fue en tiempos en que se fundó el TUMP (Taller uruguayo de música popular) cuya sede quedaba a media cuadra.
Cerca del Teatro La Candela había otro pequeño café, le decían el “gran boliche” ubicado en la mitad de la cuadra sobre 21 de setiembre casi Mora. Un local largo que solo daba para el mostrador y una hilera de sillas contra la pared. Solían ir antes o después de tocar en el teatro, se encontraban Da Silveira, Ripa, Darnauchans, Ubal, Moreira y otros músicos muy queridos con los que sigue en contacto.

 

EL ULTIMO BOLICHE DEL BARRIO

 

Por esas casualidades de la vida llegó a mis manos la canción “El último boliche del barrio”, con letra y música de Esteban Klísich. Increíble pero cayó en el momento preciso en que estaba poniendo punto final a un libro sobre los cafés históricos que tuvo Montevideo. Cafés de puertas cerradas, algunos del pasado y otros de clausura reciente.
Quedé impactado por el texto de la canción, vívido y nostálgico, que pinta en tono poético la triste realidad de muchos de los cafés que han cerrado sus puertas, ya en el centro o en los barrios más apartados. En circunstancias muy distintas cada uno, algunos por llegar el fin del ciclo de sus propietarios, otros por la evolución en los usos y costumbres que se ha ido operando en la sociedad y los más por falta de rendimiento económico. Pero en todos los casos con el denominador común de la la tristeza por la puerta que se cierra o por la vida que se termina.
Se imponía una entrevista con el autor puesto que había demostrado conocer desde dentro la vida del café y al mismo tiempo ser capaz de trasmitir poéticamente su desazón por la de la barra de amigos que perdía su lugar de encuentros y por la suya propia ante lo inevitable del destino que representa la desaparición de un enclave aglutinador de muchas vivencias cotidianas, de lo que no nos damos cuenta hasta que las perdemos.
Como bien lo dijo Klisich en las charlas que mantuvimos, primero telefónica y luego por whatsapp, las costumbres han cambiado. Y mucho. Y seguirán cambiando. Antes se tenía tiempo para conversar con los amigos en el café y prolongar las veladas y las canciones hasta el amanecer. Pero ahora se vive apurado, no hay tiempo para nada, hay que andar corriendo de un lado para otro. El café de charla y disfrute cedió lugar al café de apuro. O al café de especialidad, agregamos nosotros, el del disfrute del producto en sí mismo, pero esa es otra historia de la que nos ocuparemos en otra oportunidad.
Antes de analizar la canción y su mensaje compartamos algunos datos de su vida. Porque para apreciar el cuadro hay que analizar el marco. Klisich nació en Montevideo en el año 1955, en el barrio Belvedere y desde joven se dedicó al estudio de la música, tanto la popular como la clásica. Primero tomó clases de guitarra, luego de interpretación y armonía, más tarde de solfeo, de composición y luego de análisis con consagrados maestros como Ariel Carlevaro, Guido Santórsola y René Pietrafesa entre otros.
Entre 1976 y 1994 dio clases de música en forma particular y después pasó a desempeñarse como profesor en la Escuela Universitaria de Música (Udelar). Y en 1999 clases de Prácticas de acompañamiento e improvisación en lenguajes musicales populares para instrumentistas.
Autor de varios libros de enseñanza de la música. También recibió varios premios a su actuación.
En 2019 obtuvo el premio Internacional Ibermúsica para la creación de canciones en la sexta edición que convocó a 724 postulantes de Latinoamérica, para el que compuso las obras «Avenida Valentín», «Del olvido y la niebla» y «Autocrítica». ​
Hablando de la clasificación de los cafés del pasado que encaro en el libro, en que los divido en emblemáticos, entrañables y tradicionales, hizo una observación que lo pinta de cuerpo entero: “en realidad todos los cafés son entrañables para quien los vive, para quien tiene su barra de amigos y para quien ocupa una de sus mesas durante muchos años”.
Yendo a la letra de la canción reconoce haberla escrito varios años atrás, después de una charla con el gallego Pepe (de quien desconoce el apellido). De copas en el bar De Vida comenzaron a pasar revista a los cafés que existieron desde Agraciada y Carlos María Ramírez hasta el Miguelete. Comenzaron con el Río de Oro y siguieron por el Belvedere, el Corinto, el Negro y Azul, recapacitando que muchos habían cerrado sus puertas y dejado el consiguiente vacío. Antes de despedirse Klisich le aseguró al amigo que la charla se iba a convetir en una canción. Y así fue.
La canción comienza con la referencia a una madrugada de julio, en la que el último boliche del barrio (uno de tantos) se perdería en la nada, subrayada por una elocuente metáfora al hablar de silencio de mármol.
Cita luego la desaparición de los elementos simbólicos infaltables en todo boliche que se precie de tal: el retrato del Mago, cuatro locos conspirando y los personajes habituales, el punga, el jubilado y el poeta. Y también la desaparición de algunos algunos elementos infaltables como el casin, la radio y la añeja.
La tristeza se profundiza al recordar algunas jornadas en las que jugaban al truco  mientras a lo lejos se escuchaba el pitido del tren que se alejaba traqueteando. Y luego la nota romántica, también se irán los ojos dorados de la amada.
Lo irremediable del cierre vuelve por sus fueros, al boliche le cerrarán el alma cual si fuera un telón decrépito, caerá la pesada cortina como un cielo de zinc y ya no volverán los obreros, ni los guitarristas ni siquiera Alfredo (Zitarrosa), cantando en el mostrador. Y para cierre el irse los hinchas fieles del cuadro y “el milagro de haber sido uno del barrio”.

EL ÚLTIMO BOLICHE DEL BARRIO
En una madrugada de julio
triste y helada
el último boliche del barrio
se perderá en la nada.
Y presas de un silencio
de mármol, desconsoladas
se irán desfilando al olvido
las fotos de un siglo
terrible y feliz.

Se irán
con el retrato del Mago,
se irán, cuatro locos conspirando
se irán, el punga y el jubilado
el poeta, la radio, la añeja
el casín.

Se irán, atardeceres truqueando
Se irá
el tren pitando lejano
y al fin
se irán tus ojos dorados
sonriendo al cortado
y queriéndome a mi.

En una madrugada de julio
triste y helada
al último refugio del barrio
le cerrarán el alma.
como un telón decrépito, turbio
y ruin, oxidada
caerá la pesada cortina
de Esteban Guerrina
bajo un cielo de zinc.

Y asi se irá el espejo cariado
se irán, los obreros con su trago
también, los guitarreros
y Alfredo dirá adiós cantando
junto al mostrador.

Se irán
los hinchas fieles del cuadro
se irán
la buseca y el milagro
de ser
uno que fue de este barrio
rio su alegría
y lloró su dolor.

 

La letra de Klísich es sumamente elocuente en cuanto a los factores que se tomaban en cuenta en los cafés tradicionales (en contraposición a las nuevas cafeterías).

 

 

CULTO CAFÉ
Por Juan Antonio Varese

En febrero de 2019, cuando nos dirigimos por primera vez a la esquina de Canelones y Joaquín Requena, era para entrevistar a Ignacio Gallo, propietario de Nómade, una cafetería de especialidad, por entonces la única ocupante del local.
Pero meses después, cuando volvimos a la misma esquina de Canelones y Joaquín Requena y entramos en el mismo moderno y vidriado edificio que tanto se asemeja a una fábrica como a una gigantesca vidriera, esta vez era para entrevistar a Álvaro Planzo, uno de los socios y responsables de Culto Café. Curioso nombre que, como se verá más adelante representa una verdadera comunidad de amantes del café y donde se rinde culto al buen producto pero también a las relaciones humanas y la mejor convivencia.
Ya desde el exterior, a través de sus amplias y altas luminosas paredes que dejan pasar la luz, los transeúntes pueden observar la vida que hay en su interior en la presencia de decenas de jóvenes y adultos disfrutando del ritual al café mientras charlan animadamente, leen o trabajan desde sus computadoras.
Antes de ingresar en esta segunda oportunidad nos llamó la atención una motocicleta estacionada junto a la entrada, solemne, simbólica, de gran cilindrada. Se trataba de una Café Racer, un estilo de moto que se popularizó en Inglaterra durante los años 50 y se relacionada con las carreras, el rock and roll y los cafés. Algunos jóvenes rockeros anglosajones tomaron la costumbre de correr carreras en moto entre los distintos cafés para llegar en tiempos en que durara una pieza musical. Para lograrlo instauraron la moda de las camperas de cuero cortas, que no pasaran más de la cintura y un tipo especial de motos de rápido desplazamiento. Por lo que una reluciente muestra de ese tipo desde el exterior hacía presuponer un espíritu de aventura y un lugar donde florecerían las emociones y las historias por contar.
Muy diferente de la moto Vespa que simbolizara a la anterior Nómade.
Con solo ingresar al local invade el olfato un profundo aroma de café, lo que llama a la realidad. Y en sordina, como un telón de fondo, se perciben los murmullos de las conversaciones, los golpes de las cucharitas contras las tazas, las máquinas de café en funcionamiento y los pedidos de los clientes. Todo en tono discreto, sin estridencias ni los gritos discordantes de parecidos entornos.
Entre ese mundo se encontraba inmerso Álvaro Planzo, nuestro entrevistado, el dueño de la moto y uno de los impulsores de que el café de especialidad haya generado tanta movida entre nosotros. Y más todavía, de esa veneración del café, casi tanto como un culto y la cantidad de seguidores que lo beben y difunden.
Planzo bebía su café de a pequeños sorbos mientras conversaba con algunos clientes convertidos ya en amigos mientras observaba con mirada atenta todos los detalles de su alrededor. Porque como uno de los socios y responsables de Culto tiene mucho que pensar y valorar. Porque esta no es la única casa sino que Culto tiene otro local en la Ciudad Vieja, en la esquina de la Peatonal Sarandí y la calle Treinta y Tres y aguarda que en un futuro próximo pueda abrir otra en la terminal de Tres Cruces, para que los que viven fuera de Montevideo tengan la oportunidad de conocer la experiencia del café de especialidad.
De espíritu inquieto, Planzo comenzó a recordar que el café estuvo asociado a su vida desde los primeros años. Los recuerdos de su infancia se entremezclan entre las imágenes de una zona de casaquintas donde se vivía del trabajo de la tierra y el fuerte y característico aroma del almacén de Manzanares cerca de su casa, donde sintió desde niño los primeros aromas del café molido, los que terminaron por marcar su vida.
Desde joven exploró varios caminos. Trabajó de bombero, de dibujante en el diario La Mañana y dueño una empresa de cadetería. 
Pero todo cambió después de viajar por Europa y Centroamérica, el descubrir otro mundo, otros sabores junto en el momento de la difusión de la nueva ola del café y de la cerveza artesanal.
Ya por entonces, en el año 2007, el café de especialidad había comenzado a experimentar un cambio. Se le daba más apoyo a los productores y los baristas estaban mayormente formados, pudiendo informar a los clientes de toda la trazabilidad que había detrás de cada taza. Tal el famoso caso de Paul Bassett, un australiano que luego de ganar el campeonato mundial de baristas, trasmitió un reality por TV con sus experiencias y conocimientos, lo que inspiró y entusiasmó a muchos miles en el mundo a seguir sus pasos. Precisamente Planzo fue uno de los entusiastas televidentes que quedaron impactados, despertándosele la inquietud de emprender algo semejante en Uruguay.
Lo primero que había que hacer para mantener la calidad de la cadena era la de importar granos de los mejores destinos y luego tostarlos granos frescos en el lugar donde se lo serviría. Era preciso instalar una tostadora y un local donde degustarlo, lo que no era una tarea fácil porque no existía un marco sanitario para el ingreso de granos. Los trámites demandaron tiempo y paciencia para generar los protocolos de autorización pero al final lo logró.
La primera cosecha que trajo provino de Etiopía -lugar del surgimiento del café y del hombre- de Costa Rica e Indonesia. El siguiente paso fue armar una suerte de cafetería de paso en un pequeño local de Carrasco, que denominó MVD Roaster, un lugar tímido y sin mucho riesgo donde pudieran acercarse los primeros curiosos y amigos. Luego vinieron nuevas importaciones de destinos tan dispares como Etiopía, Kenia, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, México, República Dominicana, Ruanda-Urundi, Uganda, Brasil, Perú y Colombia.
Pero la historia no terminó ahí. Bien pronto se dio cuenta que tenía que dar un nuevo paso, haciendo el curso de barista y entablando redes con otros innovadores del sector gastronómico. Se vinculó con los que realizaron los primeros Foodtrucks, dio charlas en Sinergia y conoció a Martín Chamlián -dueño del café La Farmacia- que por entonces daba sus primeros pasos con La Madriguera. Coincidieron en la necesidad de construir una nueva estética de los cafés en cafeterías donde la experiencia volviera a llegar y entusiasmar a los jóvenes, que habían dejado de concurrir por resultarles anticuados o poco atractivos.
Con espíritu abierto encaró distintos vínculos y asociaciones como la encarada con Chamlián. La colaboración entre las empresas MVD Roasters (Planzo) y la Madriguera (Chamlián) resultó fundamental para definir los perfiles de tostado y preparación del producto. Los granos tostados en MVD eran utilizados por la Madriguera para preparar cafés elaborados con metodos de especialidad.
Pero fundamentalmente y este era el motivo de la actual entrevista, resultó fundamental el encuentro y la sociedad que entabló con Ignacio Gallo, que como vimos era el propietario de la cafetería Nómade.
En el correr del año 2019 la tostaduría MVD Roaster de Planzo pasó a instalarse y compartir el local de la cafetería Nómade de Gallo en Caneones y Requena, manteniéndose separadas ambas separadas. Hasta que en determinado momento aunaron sus esfuerzos y se unieron en una sola bajo el nombre de Culto Café.
El nombre surgió como un homenaje a la adoración que experimentaban por el café. Para representarlo eligieron un símbolo que provenía de antiguas culturas: una víbora unida a sí misma en un infinito que se retroalimenta continuamente.
Lo bueno del caso fue que, para que esa unión no pasara desapercibida, decidieron realizar un video que se volvió viral en el cual se observaba una boa saliendo de un costal de café en el mismo local de Culto. Se trataba de un video armado, detrás del que hubo un serio trabajo de producción, actuación e incluso se utilizó un reptil domesticado, pero la propagación del video llevó a que algunos portales de noticias titularan que se había hallado una víbora en un café de Montevideo. Se había mal interpretado la pieza audiovisual tomándola por verdadera, teniendo que salir Culto a aclarar que se trataba de una publicidad.
La clientela es numerosa y a todas horas del día. De otra parte la cafetería genera un espíritu especial para charlas que decantan en amistades, negocios, arte y música, al punto que varios artistas se han vuelto habitués como lugar de inspiración. Vínculos y acciones energéticas como si la cafeína las impulsara, realizados en un sitio donde se vive una cultura de sabores.
En cuanto al servicio la carta de especialidad cruza dos estilos de granos de cafés, uno más bien dulce y suave con notas ya conocidas para el paladar uruguayo y otro de sabores más exóticos, cítricos y brillantes, como los provenientes de Kenia o Etiopía.
Para construir Culto fue necesario, recuerda Planzo, ir hacia la historia misma del café y conocer las tradiciones que lo rodean y lo rodearon. Esas que hoy cuenta, tal vez, varias veces por día. Como que el espresso es corto porque lleva el tiempo de extracción justo para que se puedan extraer por completo los beneficios de la semilla sin que se amargue la bebida. Y que su espíritu es beberlo rápido y saborear largamente el elixir que envuelve el paladar mucho tiempo después de haberlo bebido. O que la gente en Italia pedía tantos que los baristas debían anotar los nombres de las personas para conservar la cercanía con el cliente.
Lo importante, lo que quedó claro de la entrevista, es el verdadero espíritu del café de especialidad.
Detrás de una taza de humeante y espeso café de Culto hay una pequeña planta que ha sido germinada y cuidada con atención, a la que se le ha procurado una sombra y un regado correcto. A la que se le ha dado un buen nivel de corriente de aire para lograr un producto que luego se recoge a mano a través de un arduo trabajo. Se deben seleccionar los granos que se encuentren maduros, ni verdes ni pasados. Luego, se deben generar contactos, asociaciones, apoyos para que los mismos trabajadores que realizan toda esa tarea puedan tener acceso a la vivienda. En algunos países, como en Brasil, todo este proceso se encuentra más mecanizado, pero en otros lugares, como África, donde los plantíos son más pequeños, se tienen jardines propios y se trabaja mayormente en cooperativas, la plantación de café para exportación mejora la calidad de vida de los productores y el entorno de los trabajadores.

 

CAFES OLVIDADOS
Por Juan Antonio Varese

TRAS la larga serie de capítulos sobre las historias de cafés y bares que hemos desgranado, quedaron unos cuantos nombres en el tintero. En realidad es lógico que así sea por cuanto resulta poco menos que imposible abarcar la mirada de establecimientos que a lo largo del tiempo se abrieron y cerraron en nuestra ciudad. Todos ellos hubieran merecido alguna mención por cuanto, a nuestro entender, todos tienen o han tenido alguna historia o anécdota o episodio digno de salvar del olvido.


Vaya, por lo tanto, un capítulo destinado a los que nos interesaron en algún momento pero sobre los que no pudimos encontrar datos que nos permitieran completar un capítulo.


Durante el transcurso de la investigación fueron hilvanándose las historias, unas a continuación de otras. Unos cafés nos llevaron a los siguientes, tras los rastros de sus propietarios o algunos de sus clientes. O de los avisos o publicidades que llamaran la atención. O de las páginas de los cronistas que nos antecedieron. Sin embargo algún recuerdo o testimonio llamó la atención para escribir su nombre y ponerle un asterisco para investigar en el futuro.
Sin embargo hubo algunas notas o apuntes que tracé a lápiz al costado del cuaderno que merecen el rescate, aunque más no sea como datos para futuros historiadores sobre el tema. Y a ellos nos referiremos.
Algunas notas apuntaron al Peninsular, sobre la década de 1880, un café muy popular y de abigarrada clientela propiedad de un español llamado Juanillo, cuyo apellido no hemos podido corroborar. Su concurrencia estaba vinculada con la vida artística y teatral dado que se encontraba enfrente al Teatro Solís. O de Solís, como prefieren algunos para referirse al nombre de nuestro principal coliseo. No en vano la bondad de su ubicación, que fue la elegida por Francisco San Román para abrir en el año 1889 el emblemático TUPÍ NAMBÁ, al que nos hemos referido en varias oportunidades.


Otras apuntaron al café Sarandí, en cuyo subsuelo se jugaban partidas de billar y en cuyas mesas, además de espectáculos de tango, solían reunirse el joven Horacio Quiroga y su grupo, los contertulios del “Consistorio del Gay Saber”.


Dentro de los relacionados con el surf anotamos el nombre del Derby, ubicado en Colonia entre Andes y Florida, visita y parada fija de los aficionados al turf, que se aglomeraban en su interior para realizar apuestas. No en vano su nombre aludía a una modalidad de carreras de especial relevancia.
Mientras que el Au Trianon, propiedad de los señores Guillerón y Forte, estaba ubicado en la calle Andes 1281 entre Soriano y San José. Se hizo popular en el año 1913 por la actuación del misterioso Harold Philipps, un pianista de color de origen norteamericano pero que se había radicado en Buenos Aires. Daba mucho que hablar su forma de proceder porque cada tanto desaparecía sin dar explicaciones y volvía a aparecer tiempo más tarde. Al año siguiente se produjo una de sus últimas desapariciones abruptas; según trascendió sin que fuera posible confirmarlo, había sido fusilado al haberse comprobado su condición de espía.
De su parte apuntamos que en el café Irigoyen, ubicado en 25 de Mayo y Treinta y Tres, solían reunirse escritores, periodistas y representantes de las actividades culturales de la época, entre ellos Alberto Zum Felde, Emilio Frugoni, Fernán Silva Valdés y Eduardo Rodríguez Larreta entre otros.
Mientras que el café y bar Londres, ubicado en la esquina de Ituzaingó y 25 de mayo era punto de reunión de varias peñas, entre ellas las de Zum Felde, Eugenio Baroffio, Agustín Musso Emilio Frugoni, Ernesto Laroche y Carlos María Carrió, entre otros.


El café La Bolsa en la esquina de Sarandí y Misiones abrió sus puertas en el mismo local donde había estado el Liropeya. Su dueño el gallego Sánchez lo tuvo en la década de 1930. De noche se presentaban varias orquestas.
De su parte el café Sportman en 18 de julio y Ejido, planta baja de la antigua residencia del Joaquín Requena, que no debemos confundir con el Gran Sportman de 18 de Julio y Tristán Narvaja. En sus mesas se podía ver al filósofo Vaz Ferreira que también jugaba al ajedrez.
El Café El oriental en la esquina de 18 de Julio y Roxlo, donde solían reunirse los actores y gente del teatro de El Galpón.


En el próximo número seguiremos esta lista nostálgica de nombres, fechas y ubicaciones de tan entrañables reductos de la vida social montevideana.
Convocamos a los lectores de Raíces que nos pasen datos sobre los cafés de su preferencia con datos y anécdotas que puedan desembocar en un nuevo capítulo.
Les dejo mi correo electrónico al efecto: jvarese@gmail.com

 

 

EL LIBRERO DE LA PEATONAL SARANDÍ
Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

 

Queridos lectores: desde hace más de 15 años que vengo escribiendo todos los meses un artículo sobre los distintos cafés de Montevideo. Aunque en realidad había empezado años atrás con notas para otras publicaciones, el trabajo sistemático y en profundidad sobre el tema de los cafés comenzó con los artículos especialmente escritos para la Revista Raíces. Tarea empezada de a poco pero que terminó por volverse exhaustiva, pasando revista a muchos cafés y bares con historia, desde algunos emblemáticos como el Tupí Nambá o el Británico de fines del siglo XIX hasta las típicos de los barrios alejados del centro, que siguen batallando de puertas abiertas para conservar la clientela en un mundo que cambió, hasta llegar a las modernas cafeterías que ofrecen el “café de especialidad”, donde la bebida pasa a ser la protagonista del lugar.
A lo largo de los años llevo escritos más de 180 artículos, rico material que fue ordenado para escribir sendos libros con los títulos de “Personajes y tertulias en cafés y bares de Montevideo”, “Crónicas del tiempo libre” y “Cafés montevideanos de ayer, de hoy y de siempre”, este último en vías de terminación. Los tres serán semilla que germinará en el rescate de la memoria y el registro de episodios dignos del recuerdo porque forman parte de nuestro patrimonio ciudadano.
Pero la otra tarde mientras caminaba por el centro de la ciudad y reflexionaba sobre los cambios que se han producido en los últimos años, sentí que era tiempo de dedicarme a otro tema que me interesó desde siempre, el de las librerías.
Con lo que decidí empezar a investigar sobre estos centros de cultura que, dicho sea de paso, también han cambiado mucho en los últimos años.
Decidí emprender el primer artículo sobre una librería cuya historia la tengo como asignatura pendiente. Años atrás, cuando Sarandí no era todavía peatonal, me gustaba conversar con Eduardo Silva, un librero que tenía su puesto en donde el pasaje peatonal de Policía Vieja terminaba en la calle Sarandí. Allí, hiciera el tiempo que hiciera, verano o invierno, Silva desplegaba los libros sobre una tabla apoyada en caballetes al estilo parisino, disponiéndolos por temas y por autor. Las novedades iban adelante y le seguían otros títulos medio escondidos para que parecieran un hallazgo. Me gustaba conversar con el librero, versado en casi todos los temas del diario trajinar. Ningún tema le era ajeno para opinar.
Una tarde le pedí para entrevistarlo con la idea de publicarla en alguno de los medios para los que escribía; recuerdo todavía haber llevado un pequeño grabador que apoyé sobre la tabla mientras conversábamos y que hizo click al terminar el casette. Lástima que lo guardé tanto que ahora no lo encuentro pero ya aparecerá en cuanto ordene el archivo.
Pero las cosas tienen su tiempo y el artículo no lo escribí enseguida, fue quedando para el mes siguiente y para el próximo y terminó pospuesto por otros temas y otras inquietudes.
Han pasado muchos años desde que desapareció el viejo librero y la calle Sarandí fue transformada en peatonal. El joven ayudante de Silva es hoy el titular del puesto. Gustavo Pérez lleva ya décadas en el lugar pero sigue al firme, ocupando el puesto y repartiendo cultura en su papel de librero. Su figura característica como que forma parte del paisaje. Cada tanto me detengo a conversar con él y a mirar las carátulas de los libros. Un placer para la vista y la expectativa siempre latente de encontrar un libro que no tengamos, de esos que no suelen publicar las editoriales sino que responden al esfuerzo y sacrificios del autor, títulos poco conocidos que suelen representar testimonios de interés.
Por todo ello fue que decidí escribir sobre las librerías y empezar precisamente con esta que ahora figura en la peatonal Sarandí casi frente al callejón de Policía Vieja.
La conversación con Gustavo Pérez, actual titular, hombre de hablar pausado y gran sentido común se enriquece con sus comentarios. Domina el tema de los libros y conoce a la gente que se detiene para curiosear. Desde el vamos sabe quien busca algún material con interés o se detuvo para revisar los títulos solo para un alto en el camino.
La entrevista comenzó por los cambios ocurridos en las últimas décadas, en que muchas costumbres culturales y sociales han ido cambiando o desapareciendo, lo que resulta más notorio luego del exponencial desarrollo tecnológico y digital. La costumbre de leer no ha sido ajena a ello, especialmente a la lectura en papel.
Años atrás, en los domicilios se recibían uno y hasta dos diarios al día, por la mañana y por la noche; y cuando uno tomaba un transporte público era frecuente ver algunos pasajeros enfrascados en la lectura de una novela o algún libro de historia o actualidades.
Quienes han dedicado su vida al libro y conocen al público, sin duda que pueden dar una visión más fidedigna de la realidad actual.
Gustavo hace más de 20 años que dedica sus jornadas al puesto de libros ubicado en la Peatonal Sarandí esquina Bacacay, también conocido como el “puesto de libros de Policía Vieja”. Según referencias que le llegaron el puesto existe desde la década de 1940, es decir que tiene más de 80 años.
Originalmente era gestionado por un librero de apellido Escobar, luego pasó a Eduardo Silva, quien lo mantuvo durante casi 50 años, hasta 2010. Silva a quien recuerda con afecto, pertenecía a la camada de los grandes libreros que tuvo Montevideo.
Gustavo, el continuador del puesto, era hijo de librero por lo que creció en el ambiente del libro y comenzó a trabajar en el rubro a los 15 años. Fue ayudante de Silva largo tiempo y al fallecer éste, tomó la posta del puesto. Hoy en día la situación ha cambiado y no alcanza con la venta en la calle, debe complementarla con un puesto de venta de libros en la feria dominical de Tristán Narvaja.
Respecto a los libros que más se venden, en realidad los que más interesan al público que camina por la Peatonal Sarandí y se detiene a preguntar por algún autor o empieza a curiosear entre los títulos, en primer lugar destaca a los Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga, pasando por De amor y de Sombra de Isabel Allende, luego el clásico Don Quijote de la Mancha y/o los Cuentos Completos de Juan Carlos Onetti.
Claro que se vende de todo, pero los autores uruguayos más requeridos son Onetti, Benedetti y Galeano, siempre los piden.
Todos los ejemplares que tiene a la venta son usados, libros que él mismo compra en las ferias o va a retirarlos a domicilio, sin dejar de lado que muchas veces concurren para ofrecerle libros al puesto.
Apurado por la pregunta, si tuviera que establecer un orden de interés, lo más vendido sería literatura latinoamericana, luego la historia nacional y finalmente la universal. Le seguiría todo lo relacionado a autoayuda, que es un rubro que en las últimas décadas se ha potenciado, y posteriormente los temas técnicos (para jóvenes que estudian matemática, física o química por ejemplo), y finalmente lo relacionado al Arte.
Otro tema que ha tenido creciente importancia es la gastronomía, influenciado por los programas de televisión y por el hecho de que muchas personas buscan mantener una alimentación saludable.

Hasta hace unos años el verano era una buena época de ventas, con la llegada de turistas argentinos y brasileños que son grandes consumidores. Lo que ha menguado un poco porque el turismo no se ha recuperado del todo y en el caso de los argentinos el tipo de cambio no los favorece.
Respecto del librero lo considera un “repartidor de cultura”, que deposita los ejemplares en manos de los lectores y esos libros van a parar a rincones del mundo inimaginados.
Desde su perspectiva el nivel de la lectura del público uruguayo no ha variado pese al avance tecnológico. Los uruguayos son grandes lectores, especialmente las mujeres, y siguen siendo fieles al papel y al libro.

De hecho el uruguayo es fiel a la cultura en general, al cine y a la artesanía, citando como ejemplo el Mercado de los Artesanos, que en otros países no existe.

Si bien muchos agoreros pronosticaban que la tecnología iba a cambiar sustancialmente los hábitos de lectura, esto no sucedió. Entre otras cosas porque no resulta fácil leer en la computadora y uno no puede subrayar ni marcar con colores el texto o dejar notas escritas para recordar los episodios.
Tampoco tuvo una explosión de ventas el libro electrónico, como se auguraba en su momento.
Comenta Gustavo que gente muy joven, de 20 años o menos, estudiantes que se reciben leyendo en la computadora, tiempo después regresan a la lectura sobre el papel. Y subraya lo dicho con una sonrisa y la aseveración de que al estar leyendo, el hecho de separar las hojas con los dedos, lo ubica a uno en un tiempo y un espacio. Si los niños ven leer a los padres no tendrán prejuicio contra la lectura. Por eso es muy importante fomentar la lectura desde niños.
El problema de hoy es que los celulares han ganado terreno.
Esta reflexión le hizo acordar a un relato de Onetti que iba a la casa de un tío que estaba todo el día acostado en cama leyendo novelas y le prestaba esos libros.
O el caso del escritor uruguayo Elías Castelnuovo, a quien le preguntaron cómo había elegido dedicarse a la lectura, y relató que había un feriante analfabeto que los reunía a él y a un grupo de niños y les contaba historias de aventuras. Y desde allí nació como escritor, de ese grupo de niños reunidos escuchando historias de un feriante analfabeto.
Desde el punto de vista personal Gustavo cita el dicho popular de que “en casa de herrero, cuchillo de palo”, porque pese a estar todo el día con libros entre las manos al llegar a su casa prefiere descansar o hacer otras cosas.
Aunque reconoce que lee mucho “al paso”, determinados pasajes y algunas páginas, porque está continuamente analizando u ofreciendo libros.
Y concluye que le gustaría tener más tiempo para leer; la lectura tiene aún mucho para dar “pero estamos en una sociedad sin tiempo”.
Frente a esta reflexión surge la pregunta, posiblemente sin respuesta en este artículo: ¿estamos en una sociedad sin tiempo? ¿o las personas deciden dedicar su tiempo a otras cosas, en vez de a la lectura?
Con esta reflexión y pregunta terminó la entrevista. Dos turistas se detuvieron y comenzaron a mirar los libros.

 

EL REY DE LOS CAFETEROS


En abril de 1899 la prensa fomentaba la curiosidad de los montevideanos con el comentario de la próxima apertura de un fabuloso café con el nombre de AL TUPÍ NAMBÁ, «frente a la plazuela del Teatro Solís, donde antes estaba abierto el café PENINSULAR. Varios curiosos visitaban en local en arreglos, el cual estaba quedando de buen tono y confort con rico papel de agua y cenefas azules, grandes espejos dorados, sofás tapizados en seda y cortinados de Damasco, con lujos dignos de Oriente. También intrigaba el origen de nombre tan particular, a lo que Don Francisco San Román, activo industrial de la torrefacción del café, respondía con que deseaba rendir homenaje a los Tupí Nambá, tribus oriundas del Brasil, de la
provincia de Bahía, bravos guerreros que habían peleado. Fieramente por su tierra.
Tanta sorpresa no podía quedar defraudada. Y el 8 de mayo a las 11 horas incesantes cohetes voladores atronaron la paz montevideana. Ante el estruendo la gente pensó, en principio, que dada la precaria salud del presidente Máximo Santos, se estaba por anunciar su muerte. Los más curiosos salieron de los teatros, clubes y cafés para saber lo que pasaba. Pero nadie tenía una explicación del estallido de los cohetes salvo los que acertaban a pasar frente al teatro Solís y vieron que San Román los encendía para dar cuenta de la inauguración de su nuevo café. No terminaron ahí los festejos sino que los que entraban al lugar eran convidados con un café exquisito y aromático, coronado con una copa de licor.
Con tan buenos anuncios el negocio empezó floreciente, punto de encuentro y reunión de intelectuales y hombres de negocios. Al año siguiente,
cumplido el primer aniversario, la prensa comentaba que San Román «estaba por echar la casa por la ventana». Y, con espíritu satírico,
agregaba que el empresario cafetero estaba por colgar un la pared principal del negocio, a la vista de todos, un retrato de él
mismo que había encargado al
pincel de Marrachini. Y que le estaba yendo tan bien que pensaba en extender el local hasta la plaza Independencia «convirtiéndolo en una vasta sala que devore todo el espacio que media hasta la calle Juncal».
En el colmo de su accionar San Román tuvo la idea de hacer analizar el café que expedía al público, dando a publicidad el resultado del mismo firmado por el químico J. Arechavaleta, quien declaraba que la sustancia resultaba apta para el consumo tras detallar sus componentes. La prensa en general se mostraba favorable, incluso en la forma satírica y amigable en que comunicó que se había descubierto que el TUPI NAMBÁ había estado defraudando a la Compañía del Gas con la colocación de un caño directo sin pasar por el contador del consumo.
Transformado en personaje de la vida pública de la ciudad, San Román decidió festejar el día patrio del 25 de Agosto con la exhibición de banderas orientales, españolas y francesas sobre el frente del café, lo que terminó con su persona en la comisaría. El cafetero recién pudo recuperar la libertad después de abonar una fuerte multa.
Pocos días después los cohetes volvieron a atronar el aire. Esta vez producto de la comitiva de amigos y clientes del café que llegaban por la calle Buenos Aires a voz en grito vitoreando
(sigue pág. 16
que San Román «había sido declarado absuelto en el juicio por las banderas».
En el año 1895 la prensa comentaba el naufragio del vapor español Ciudad de Santander frente a la isla de Lobos al tiempo que daban la noticia de que San Román había comprado el cargamento de café rescatado del buque, tratándose de un tipo de café distinto, procedente de Costa Rica y no de Brasil. En junio de 1899 la prensa daba cuenta del gesto enaltecedor de Don Francisco, que para festejar el décimo aniversario del café, había resuelto colocar en la categoría de socio a su sobrino Caciano Estevez. Y en setiembre de dicho año Don Francisco fue declarado, con bombos y platillos, como REY DE LOS CAFETEROS. La ceremonia se cumplió con un gran banquete en el Hotel des Piramides al cual fueron invitadas autoridades y toda la prensa de Montevideo. La coronación, con todos los rituales de la realeza europea, lo tituló FRANCISCO I, Rey de los Cafeteros de Montevideo y declarado un rey simpático y risueño que gobernaba su ínsula
con el acierto y agrado de los súbditos.
El decreto «dictado por Su Majestad» fue reproducido en la prensa en términos tales que lo consideramos prueba elocuente de la mentalidad de la época y de la importancia de la vida cafetera, al punto que lo transcribirmos textualmente en versión del Semanario La Mosca:
«Francisco I, por la gracia de Dios y de los periodistas montevideanos, soberano de la casa de los San Román, rey de los cafeteros, príncipe del caracolillo y caballero de las muy principales órdenes del Moka Puerto Rico, Java, Brasil, etc., etc. Al muy ilustre señor Rober to Savastano, príncipe de los periodistas humorísticos que empuña ágilmente el látigo de la sátira juvenalesca, salud y felicidad!
Grande y buen amigo: Hace tiempo que siente cerca de mis reales orejas el zumbido de La Mosca, bichito que manejado por Ud. resulta una Mosca de Milán.
Ningún presidente ni ningún personaje se escapa de que se les saque los trapitos al sol.
Esta actitud valiente y decidida de su periódico me habría impulsado una profunda simpatía, si otro pensamiento más dominante embargara mi real
mollera: He llegado a tenerle miedo, pues he llegado a comprender que las testas coronadas estamos expuestas a que nos pique la cáustica Mosca, y como se dice vulgarmente he resuelto curarme en salud.
Por eso, en consejo general de ministros, hemos resuelto acordar y acordamos: Enviar al insigne propietario de La Mosca, nuestra Real efigie, en testimonio de nuestro aprecio augusto para el valiente periódico que ha sabido cantar claro y decir las verdades, pese a quien pese y duela a quien duela.
Y deseando nuestra cor te acordaros una condecoración para que podáis usar vos, vuestros descendientes y vuestros parientes hasta la 4a y 5a generación, venimos a concederos la muy codiciada orden de los Cordones Bolivianos, que nuestra corte reserva para los altos magnates de la prensa y que en el extranjero no ha sido otorgada más que al emperador de la China, a un sobrino del rey Menelick, al conde y a la condesa de Das y al presidente de la Sociedad Protectora de Animales de San Petersburgo.
Dado en nuestro despacho real de Tupí Nambá, firmado y sellado con el lacre verde cotorra y con una pluma de la cola del ilustre Fénix, a los XX días del mes de setiembre del año II de nuestro reinado.
Francisco I

 

CATAR es más pequeño que DURAZNO

El emirato de CATAR es un pequeño país independiente, tan pequeño que para sorpresa de muchos uruguayos entraría holgadamente dentro del departamento de Durazno, puesto que tiene una superficie de 11.586 kilómetros cuadrados, incluyendo las islas que lo acompañan. Con la contrapartida, también con sorpresa para muchos, de que se trata de un suelo desértico en su mayor parte, una península arenosa calcinada por el sol y rodeada por las cristalinas aguas del Golfo Pérsico. Y poblada hasta hace poco más de medio siglo por tribus semi nómadas y pequeñas poblaciones de pescadores dedicados a la recolección de ostras.


Sin embargo este pequeño país rápidamente se ha convertido en uno de los más ricos del mundo, con un tipo de sociedad llena de contradicciones y polarizaciones desde el punto de vista social y cultural. Es que bajo la superficie de sus doradas arenas yace la la tercera mayor reserva de gas natural en el mundo, circunstancia que lo ha convertido en el país con mayor renta per cápita del planeta. Lo que le ha llevado a alcanzar un desarrollo humano y económico dentro del mundo árabe solo por detrás de la Emiratos Árabes Unidos. Su economía es reconocida como de altos ingresos y figura en el puesto 29 en la categorización como país pacífico a nivel mundial. El emirato, tal como se lo nombra por el tipo de gobernante, se encuentra en medio de un proceso de transformación planificada por varias décadas para acceder a una economía avanzada y auto sustentable orientada a promover el turismo y el desarrollo científico y tecnológico como futuras bases de bienestar. Y no solo en dichas áreas sino que ha invertido miles de millones de dolares provenientes de sus pozos petrolíferos en organizar los juegos Asiáticos del año 2006 e invertirá muchísimo más en hacer conocer el país y brindar buena estructura y feliz estadía a los turistas que asistan al Campeonato Mundial de Fútbol 2022 que se celebrará este año. No es mérito menor, al tratarse del primer país árabe en conseguir semejante distinción.


También para sorpresa de varios algo parecido, aunque no muy parejo, acontece con la península arábiga, la más grande del mundo, la que tiene una superficie de 3.237.500 kilómetros cuadrados y una población en el entorno de los 78.000.000, lo que representa un bajo nivel demográfico. Desde el punto de vista de la geografía la península se encuentra ubicada en ancas entre Asia y África y está compuesta por siete países, a saber: Arabia Saudita, Yemen, Omán, Emiratos Arabes Unidos, Bahrein, Catar y Kuwait.  Según otra clasificación también la integran Jordania, iraq y Siria. Y eventualmente Palestina.
Como vemos un polvorín de tierras mayormente desérticas y poco fértiles bajo cuya superficie se esconde una de las mayores riquezas petroleras del mundo.


Yendo concretamente al emirato de Catar, para ubicarlo en el mapa, representa un apéndice, una joroba de la península arábiga, con la que solo tiene frontera terrestre con Arabia Saudita, el país más grande dentro de la península. Geográficamente se encuentra muy próximo a las islas que conforman Bahrein, el estado más pequeño y a los Emiratos Arabes Unidos. Países con los que, aunque distinto en sus lineamientos, comparten el mantenimiento de una misma política de transformar el perecedero petróleo en fuentes de turismo y modernización.


La pequeña península de Catar ha sido poblada a lo largo de la historia por tribus nómadas y escasa población flotante, hasta hace poco más de 60 años se produjo el milagro. Distintos pueblos pasaron y lo recorrieron al amparo de su inmejorable ubicación geopolítica para el intercambio entre el Lejano Oriente y los puertos del Mediterráneo.


Los primeros habitantes registrados por la historia fueron los cananeos, también mencionados en la Biblia.
En el siglo I el escritor romano Plinio el Viejo dejó la primera referencia escrita sobre sus moradores, nombrándolos como los Catharrei; un siglo después el geografo Ptolomeo trazaba el primer mapa donde figura, llamándola Catara y dejando constancia de la existencia al este de una breve población con el nombre de Cadara.
En el siglo VII las tribus nómadas fueron convertidas al Islam y el territorio pasó a depender de los califatos Omeyas y Abásidas, respectivamente. Nuevamente su ubicación para el comercio de las especias que llegaban del lejano oriente fue propicia para la instalación costera de factorías donde se comerciaba con las caravanas que llegaban desde los puertos del Mar Rojo y del Mediterráneo. La población subsistía tradicionalmente de la producción de los oasis y de la pesca, fundamentalmente de la recolección de ostras con perlas que abundaban en las aguas del golfo.
A partir del siglo XVI el territorio cayó bajo la influencia de las potencias coloniales europeas, asentándose finalmente el dominio de Inglaterra. Las costas del golfo se poblaron de piratas que entorpecían el comercio en su ruta hacia la India, lo que llevó a la intervención inglesa en defensa de sus intereses, que desde mediados del siglo XIX promovieron el acceso al trono de la familia Al Thani, la que de una forma u otra se ha mantenido hasta ahora en el poder.


En 1871 la península pasó a depender del gobernador otomano de Basora, luego pasó un período en manos del reino de Persia y luego en poder de los turcos hasta el año 1915 en que, tras la caída del imperio otomano, los ingleses y franceses se repartieron parte de sus posesiones.
En el año 1916 Catar se convirtió en un protectorado británico hasta alcanzar su independencia en el año 1971, fecha en la que pasó a formar parte de la Federación de Emiratos árabes del Golfo Pérsico. Y luego parte de la Liga Árabe y de la Onu.


Sin embargo son otras las fechas determinantes de su historia y que debemos tomar en cuenta para valorar su desarrollo. Fechas que marcan un antes y un después entre el suelo arenoso poblado por tribus nómades dedicadas al comercio costero y una nueva visión de país y civilización que apuesta por el futuro. Tomando un camino no aceptado por todos, discutible en ciertos aspectos pero muy efectiva en otros.
La primer fecha a señalar es la del año 1940, en oportunidad de haberse descubierto los primeros yacimientos petrolíferos. Que luego siguieron apareciendo hasta la comprobación de que todo el subsuelo y el de las aguas que lo rodean está sustentado por petróleo y gas natural.
Y la segunda fecha fue a partir de 1971, tras la declaración de independencia, en que la visión del emir y de sus sucesores optó por transformar la riqueza petrolífera en un bosque de cemento lleno de atractivos turísticos como forma de mantener y proyectar la riqueza hacia el futuro.
Sabia medida porque la prosperidad del petróleo, si no se aplica bien, puede tener consecuencias negativas. Bien que conocemos los casos de algunos países latinoamericanos, que no han sabido aprovecharla. Y cayeron en su propia trampa. Pero también porque la duración del petróleo es finita, no solo porque las reservas, por más abundantes que sean llegará un momento en que se terminen sino porque la tecnología del mundo avanza rápidamente en sustituir las energías fósiles por las llamadas limpias como la solar o a eólica, que son prácticamente inagotables. Y casi no producen contaminación como la que produjeron el carbón en el siglo pasado y la que produce el petróleo en el presente.
Entonces la medida del emir Hamad bin Jalifa Al Thani y la de los vecinos Bahrein y los Emiratos Arabes Unidos ha sido providencial.
Claro que el progreso ha tenido y tiene un alto costo humano y social como lo veremos en un próximo artículo. Pero todo en la vida tiene su precio, toda moneda tiene dos caras. Y sus partidarios y sus detractores.
CATAR: CUANDO EL PETRÓLEO SE APROVECHA BIEN
Como ya les comentamos en artículos anteriores el emirato de Catar, o Qatar según la versión más extendida- es un pequeño país ubicado al este de la península arábiga con costas sobre el golfo Pérsico. Y que por tierra solo tiene contacto con Arabia Saudita.
De seguro que cualquiera de los cataríes -nos referimos a los nacidos en el emirato- cuya edad sobrepase los 50 años, podrá sentir que vive un sueño de las Mil y Una Noches con solo mirar la realidad del hoy. Como que alguien hubiera frotado la lámpara de Aladino y le hubiera pedido al genio que hiciera surgir una ciudad en medio del desierto. Una metrópoli super moderna, llena de rascacielos en lugar de carpas sobre la arena y de lujosos automóviles en vez de los tradicionales camellos. Que desde la década de 1970 en adelante haya dado un salto exponencial hacia el futuro. Difícil hubiera sido pronosticar en tiempos de su niñez que los modestos comercios y las aldeas de pescadores de perlas pudieran experimentar cambios semejantes. Quien se atreviera a vaticinarlo habría sido tildado de fantasioso o hasta demente.
Sin embargo, es lo que realmente ocurrió. En este caso el Oro de Midas lo fueron los pozos petrolíferos. Claro que, y esto es lo importante, con el petróleo solo no alcanza, como bien lo han experimentado países de otras latitudes, incluso latinoamericanos, porque para algunos la riqueza del oro negro ha labrado su propia perdición.
Los pequeños reinos del golfo Pérsico, en especial Catar, Bahrein y los Emiratos Arabes Unidos, hicieron el tránsito en forma más o menos parecida, gracias a que sus emires han tenido visión de futuro y sabido desarrollar una actitud acorde para comprender que la riqueza que fluye del subsuelo debía ser aprovechada en forma rápida e inteligente. Había que transformar el desierto y modernizar sus territorios de modo que el petróleo - tan finito como transitorio - pudiera prolongarse, multiplicarse y hasta transformarse en bienes que generaran divisas duraderas como las del comercio, el turismo y la cultura.
(EN RECUADRO) UN EMIR VISIONARIO
En 1916, tras el desembramiento del imperio Otomano a consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el emir Abdullah bin Jassim Al Thani firmó un tratado con Gran Bretaña para convertir el emirato en un protectorado británico, pero manteniendo el gobierno de su tradicional dinastía. De esta manera Gran Bretaña se obligaba a protegerlo de toda agresión por tierra o por mar.
Hacia el año 1941 se descubrió petróleo bajo su suelo y ocho años después, hacia 1949, comenzó la explotación de los yacimientos petrolíferos, pero en principio no cambió la estructura del país sino que siguió menteniendo sus características casi medievales hasta el año 1971, fecha de la decisión inglesa de abandonar la zona.
Fue entonces que el emirato de Catar ingresó en la Federación de Emiratos Árabes Unidos y entró a formar parte de la ONU.
En el caso de Catar el gran salto lo dio Su Alteza el Emir Hamad bin Khalifa Al Thani o Al Zani, nacido en Doha en enero de 1952, quien desde joven fue enviado al Reino Unido para recibir una esmerada educación. Graduado en la Real Academia Militar de Sandhurst, fue nombrado a su regreso Ministro de Defensa y luego se le encargó de la Dirección del Consejo Supremo de Planificación, para organizar las bases políticas, económicas y sociales del emirato. Partidario de la educación europea puso especial acento en la modernización del país, sin descuidar la administración de los pozos petrolíferos ni las reservas de gas natural.
En 1995, ante la resistencia presentada por su padre, que se apegaba al ritmo de vida y costumbres tradicionales, aprovechó la oportunidad para derrocarlo con un incruento golpe de estado cuando se encontraba de viaje por Ginebra, Suiza. A partir de entonces aceleró la marcha para la transformación del país a la par que aseguraba las ventajas y beneficios para sus súbditos.
De las primeras medidas que tomó, en base a la importancia de las comunicaciones y el valor de la información, estuvo la instalación de una cadena de televisión bajo el nombre de Al Jazeera, que en idioma árabe significa “La península”, en alusión a la forma de su territorio. La misma, del tipo de suscripción internacional con oficinas centrales en Doha y sucursales en la mayor parte de los países árabes, fue inaugurada con gran pompa el el 1º de noviembre de 1996. Dentro de sus finalidades estaba la de servir de puente entre los naciones árabes entre sí y con los países occidentales, por lo que trasmitía en diomas árabe y en inglés. Claro que por tomar posición en situaciones conflictivas como la guerra de Irak y la Infitada palestina, fue severamente criticada desde los Estados Unidos y países europeos.
Otro de los proyectos que encaró inmediata y personalmente fue la creación de la Fundación Qatar para la Educación, la Ciencia y el Desarrollo de la Comunidad, financiada por el estado. Su presidenta durante mucho tiempo lo fue su segunda esposa, la jequesa Mozah bint Nasser Al Missned, también educada en occidente. La Fundación promovió la instalación de universidades extranjeras en Doha con miras a desarrollar la economía del conocimiento lo que ha convertido al emirato en un referente cultural. Y consecuentemente a la mejora del entorno y la preservación de su patrimonio histórico.
El actual emir, su hijo, Tamin Bin Hamad Al Thani, llegado al trono en junio de 2013 tras la abdicación de su padre, continúa los mismos principios.
Durante la visita que realizamos a Catar en agosto de 2019, cinco intensos días, tratamos de relacionarnos y obtener información sobre la forma de vida de la gente. La que se veía y la que no se veía. No solo los fabulosos edificios y obras de infraestructura sino de la realidad cotidiana. En general nos llamó la atención el respeto y la veneración que se le dispensa a los Emires, padre e hijo, puesto que sus retratos aparecen representados en sendos cuadros o grandes fotografías colgando por todas partes. Ya desde las paredes del Aeropuerto como de las oficinas públicas y recepciones de hoteles. Pero también en el interior de pequeños negocios dentro de los zocos, de lo que damos muestra en la foto que adjuntamos. Y también en los comentarios de la gente, que cuando les preguntamos sobre los emires señalaban sus aspectos positivos y los beneficios que aportaron al país.
Claro que todas estas loas, ventajas y adelantos se aplican solamente a los habitantes que son ciudadanos, es decir los cataríes de orígen. Que son los directamente beneficiados con los privilegios y beneficios del Estado. No pagan impuestos, tienen la salud y los consumos asegurados lo mismo que una jubilación decorosa. Y son los únicos que pueden ser propietarios de inmuebles; los extranjeros solo pueden arrendarlos sin llegar a ser los dueños por más dinero que posean.
Lo que tiene algo de la democracia griega, que era plena para los nacidos en la ciudad estado y no lo era para los extranjeros ni para los esclavos.
Es claro que esta forma de encarar la sociedad no serían aceptadas en nuestras sociedades occidentales, donde lo primero es el trato igualitario y la inclusión de los inmigrantes. Primer tema para que los lectores lo piensen y lo conversen.
Los conceptos que transcribimos a continuación provienen de la charla que mantuvimos con la gente. Algunos pocos cataríes, los ciudadanos, por cuanto no resulta fácil abordarlos salvo para consultas puntuales y otros tantos más fueron extranjeros residentes, bien dispustos a hablar y contar sobre su situación. En principio los extranjeros solo tienen la condidión de residentes, llegados en función de contratos de trabajo. Mientras que los turistas, residentes más que temporales, son cada vez más numerosos y necesitan de una visa para ingresar al país.
Los ciudadanos tienen la prioridad para los ofrecimientos de trabajo. Las empresas extranjeras por ley deben contar entre sus socios con miembros cataríes y lo mismo para los puestos de importancia. Los ciudadanos tienen derecho a trabajar en la administración del emirato, además de la protección familiar, la atención médica, la educación, y una renta acorde para los que no puedan trabajar.
De la población total del país, en el entorno de los 3.000.000 de habitantes, la de origen catarí no supera el 20%, o sea poco más de 600.000 mientras que el 80% restante está integrado por extranjeros que entraron al pais mediante contratos de trabajo. Se les paga el pasaje, se les concede alojamiento, atención médica y vivienda según el tipo de trabajo a realizar. Claro que no todos los extranjeros tienen igual tratamiento, mientras que los técnicos, profesionales y creativos viven y trabajan en lugares especiales, muchas veces en barrios lujosos creados especialmente, los obreros y empleados que desempeñan tareas de menor jerarquía suelen vivir en barrios apartados y viviendas colectivas donde se aglomeran varios por habitación. Lo que pasa y es aceptado porque los residentes buscan ahorrar todo lo posible para cuando regresen a sus países de origen. O para enviar dinero todos los meses a sus familias, para lo que hemos visto agencias especialmente dedicadas. No en vano la mayor parte de estos trabajadores provienen de naciones superpobladas como Bangladesh, la India, Filipinas, Malasia y ciertas islas de Indonesia. No en vano las estadísticas señalan que Catar es considerado el segundo país en el mundo con mayor cantidad de trabajadores extranjeros.
Para entender esta situación debemos considerar que no se permite la llegada de inmigrantes. Llegan con contratos de trabajo y permanecen en tal categoría. Vienen con un documento firmado donde constan las condiciones de llegada y de salida con cargo a cumplir determinadas funciones, se les paga el pasaje y se les proporciona vivienda. Pero deben cumplir bien y fielmente sus ocupaciones. De ninguna manera, aunque lograran permanecer podrían obtener la categoría de inmigrantes ni menos que menos la de ciudadanos. Terminado su contrato o si presentan mala conducta son deportados de inmediato. Se les paga el pasaje y se los envía de regreso a sus países de origen.
Como podemos ver un mundo organizado en forma muy diferente a nuestros conceptos y formas de vida. Un mundo distinto pero posible y que aparentemente funciona.
Y acá viene la segunda reflexión: cada uno de los lectores, en ejercicio de su juicio podrá opinar e inclinar la balanza hacia uno u otro de los sistemas. Pero todo dentro de la libertad de elección y de la buena convivencia.

 

 

CAFÉS Y CONFITERÍAS
SOBRE 18 DE JULIO

Durante las primeras décadas del siglo XX, principalmente en el período de la llamada Belle Epoque, al igual que muchas ciudades europeas y americanas, Montevideo se caracterizó por la cantidad y calidad de sus cafés y la variedad de sus confiterías. En especial en la Ciudad Vieja y a lo largo y ancho de 18 de Julio, su principal avenida, sobre la que se alineaban diversos negocios de esta naturaleza. Concomitantemente con la bebida se trataba de lugares de encuentro, de tertulias (artísticas, literarias y deportivas), de tribunas de discusión política y social, de celebración de negocios y hasta de citas amorosas. Pero también servían de énclave para el encuentro previo hacia la amplia oferta de cines o espectáculos de teatro; o, caso contrario, de prolongación de las veladas para comentar las películas o beber o comer algo en compañía, complemento ideal del paseo. En especial los sábados de noche y los domingos de tarde, la avenida 18 de Julio resplandecía de gente que paseaba y miraba las vidrieras, mientras los flamantes automóviles buscaban lugar donde estacionarse. Este esplendor duró hasta la década del 60´, años más o menos, en que la principal avenida continuaba resplandeciendo de paseantes hasta altas horas de la madrugada. Todo igual, aunque en mayor escala, acontecía en la vecina orilla, cuando Buenos Aires rutilaba como la Reina del Plata y la avenida Corrientes presentaba centenares de cafés y confiterías llenas de público las 24 horas. Tanto allá como acá los cafés solían brindar espectáculos musicales en la modalidad de café concert, con la presentación de orquestas típicas y cantantes. Ya desde las primeras décadas del siglo que los cafés de ambas capitales platenses habían dado el espaldarazo para que el tango, surgido en los suburbios, alcanzara las lujosas salas del centro y permitiera que los artistas se integraran con el público en un clima festivo y de franca camaradería. No olvidemos que La Comparsita fue estrenada en el café y bar La Giralda en el año 1917 por la orquesta de Roberto Firpo y que Carlos Gardel solía reunirse con su barra de amigos, antes o después de las actuaciones, en sus cafés predilectos, entre ellos el TUPÍ NAMBÁ (el Nuevo), de la avenida 18 de Julio casi Julio Herrera y Obes.

Con espíritu de evocación sociológica más que con sentimientos de nostalgia vamos a pasar revisión de los cafés y confiterías más representativos del pasado montevideano. En realidad solo de los ubicados sobre la principal avenida, que fueron muchos. La finalidad es nada más que comparar y comprender la razón del cambio de costumbres, que llevó a la casi total desaparición de los mismos. Los shoppings le quitaron gente al centro, la televisión le sustrajo clientes al cine y la pantalla de computadora encerró al cliente en su casa u oficina. La charla en los cafés quedó como recuerdo del pasado, porque ya no hay tiempo para conversar y las barras de amigos no tienen tiempo ni finalidad para reunirse. Debemos comprender que cada época tiene lo suyo y no lamentarnos de lo perdido sino que debemos valorar lo maravilloso de nuestra época, la revolución de las comunicaciones y la imagen digital que estamos viviendo.
Con tal espíritu vamos a recorrer la avenida 18 de Julio y a presentar una lista de los cafés que han existido, en una enumeración que no pretende ser taxativa sino meramente evocativa. Primero veremos los desaparecidos y luego, en pequeño recuadro, los existentes al día de hoy.
El primero sobre 18 de Julio, como asomado a la Plaza de la Independencia y en esquina con la calle Andes, era el café y viejo hotel MALAKOFF, transformado después en el café NUEVO y finalmente en LA GIRALDA, donde la orquesta de Roberto Firpo estrenó la cumparsita ante la emoción de Matos Rodríguez, su joven compositor. En 1922 después de demolido el edificio, cuando se levantó el Palacio Salvo, en su lugar se inauguró la principal sucursal del SOROCABANA, hoy sede de Movistar.
Entre Andes y Convención veíamos el ROYAL, café famoso por sus mesas de billar y en la vereda de enfrente LA COSECHERA, concurrido por las ruedas de amigos y celebrado por la calidad de sus aperitivos. Y un poco más hacia la esquina la confitería IMPERIAL, de excelente recuerdo, (ver artículo en RAÍCES de enero 2023).
Entre Rio Branco y Julio Herrera ubicamos la lista más numerosa de cafés en la misma cuadra: el AVENIDA donde había estado el restaurant y café ITALIANO, el WELCOME donde se reunía la barra de los Atenienses para preparar sus ensayos y comentar sus actuaciones, el TUPI NAMBÁ (Nuevo) considerado por muchos como el más lujoso de Montevideo y aún de América del Sur, y la confitería ZABALA, complemento del teatro y rotisserie del mismo nombre.
En la esquina de Julio Herrera evocamos el nunca olvidado café DEL REX, clásico y tradicional, pegado al cine del mismo nombre, hoy Sala Zitarrosa.
En la esquina con la calle Paraguay recordamos las vidrieras luminosas del LUSITANO, sumamente concurrido en horas de la tarde.
Frente a la plaza Libertad estaba otro puntal, el ATENEO, amplio café que presentaba espectáculos musicales y promocionaba orquestas de tango integradas por señoritas. En la esquina con Cuareim recordamos la vinería TELURIA, subsuelo donde se brindaban espectáculos de música folclórica y canto popular y el café y cervecería GAMBRINUS (llamado así en homenaje al famoso café de la ciudad de Nápoles) y la confitería LA IDEAL cuya propaganda la recomendaba para los elegantes. Y desde 1939 hasta casi fines de siglo el SOROCABANA, el café por excelencia de nuestros recuerdos y comienzos literarios, último exponente de la bohemia montevideana.
Entre Cuareim y Yí se encontraban tres famosas confiterías, que en aquellos tiempos se llenaban tanto para el té de la tarde como para los copetines y aperitivos: LA AMERICANA, la PETIT VERSAILLES y la CONAPROLE
En la esquina de Yaguarón evocamos otro clásico, el café MONTEVIDEO, uno de los más representativos con que contó la ciudad, lugar de cita de periodistas de “El Día”, así como de políticos y artistas y en la vereda de enfrente el pintoresco bar PAYASO, dentro de la galería comercial del mismo nombre.
En la esquina con Ejido recordamos al café SPORTMAN, de larga historia, que ocupaba la planta baja de la señorial vivienda del Dr. Joaquín Requena. Su propietario, Carlos Ardrizzo, era tan popular entre sus clientes que el pianista Alfonso Fogaza terminó por premiarlo con la dedicatoria de su tango “Nobleza”. Años después la casa fue demolida y en su lugar se construyó un edificio de varios pisos en cuya planta baja todos recordamos la cervecería LA PASIVA, todo un símbolo frente a la Intendencia, que años atrás cerró y fue suplantada por un Burguer King. En el viejo SPORTMAN tenía una mesa especial el filósofo Carlos Vaz Ferreira en la que jugaba al ajedrez.
En la cuadra siguiente recordamos dos cafés memorables, el NOVEDADES (18 de julio 1377, entre Ejido y Olimar, frente  al Palacio Municipal), con la propaganda de estar abierto toda la noche y el BARRUCCI, donde se reunían políticos y periodistas.
Antes de llegar a Médanos se encontraba un café pequeño, el CARLITOS y luego en la esquina el café y bar MÉDANOS, hoy EL GAUCHO, donde antes estuvo el Bazar Pittameglio.
En la cuadra siguiente, sobre la esquina con Vázquez, evocamos el CAPITOL, café y bar cerrado pocos años atrás, donde se reunía la gente a la salida del teatro El Galpón y en la cuadra siguiente el ORIENTAL, donde acostumbraban reunirse los actores después de los ensayos.
Un poco más lejos, pasada la plaza de los 33, estaba LA FIACA, curioso nombre en alusión a una película argentina y enfrente la tradicional confitería LAS PALMAS, en esquina con Gaboto. Una cuadra más allá, haciendo cruz con la Universidad encontramos el tradicional GRAN SPORTMAN, lugar de encuentro de los estudiantes de Derecho y Notariado y de los visitantes de la Feria dominical de Tristán Narvaja.
En la esquina de Arenal Grande recordamos al LONDRES, uno de los más curiosos con pequeños apartados, a la vez café, restaurante, sala de billares y cubilete, que presentaba espectáculos musicales. (Antes hubo otro café con el mismo nombre, ubicado en 25 de Mayo e Ituzaingó).
Todavía subsiste después de años la tradicional confitería LYON D´OR, un clásico del Cordón donde continúan sirviéndose tragos y copetines con acompañamientos, al igual que hace 50 años y más allá en la vereda de enfrente el café y bar LAS MARAVILLAS.
Y en el cruce de 18 de Julio con el Bulevar Artigas, como mirando al Obelisco, hubo dos cafés y bares enfrentados, uno con el nombre de BULEVAR y el otro seguramente con el de GREEN PARK, aunque su recuerdo se haya perdido en el olvido

CAFÉ Y BAR IMPERIAL
Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

 

El café y bar IMPERIAL no podía quedar fuera de este recorrido histórico testimonial por los cafés representativos de la ciudad. Tal vez tendría que haber empezado por él porque forma parte de mis recuerdos de la vida profesional. Y durante muchos años fue “mi lugar”, a donde concurría diariamente para disfrutar de una taza de café y algún sándwich o pastel, según los días y las horas. Que más que disfrute era un poco el encuentro con uno mismo o en abierta charla con los demás, que esa es la esencia misma de los lugares donde reina el café.
A veces iba de mañana y otras de tarde, según las miras de ordenar el trabajo del día o para compartir una charla con amigos o clientes.

Es que el IMPERIAL quedaba en el número 948 de la calle Mercedes, justo frente por frente a mi escribanía. Por lo que en algunos momentos llegó a oficiar como sucursal o como una segunda oficina.
No obstante lo cual, por una extraña condición de la memoria o tal vez por no querer evocar lo perdido con el transcurso del tiempo, me resistía a escribir sobre él. Con el pretexto de esperar por una mejor oportunidad.
Y esta llegó porque las cosas llegan si tienen que llegar. Al menos es lo que aprendí durante el transcurso de la vida. Durante una conferencia sobre los cafés montevideanos, me topé en la primera fila con la señora Adriana Fernández, hija del propietario del Imperial y durante muchos años ella misma trabajando en el lugar. De golpe irrumpió en mi memoria las veces que servía los pedidos de los clientes con su tono afable y sonrisa abierta.
Hoy, Adriana Fernández está empleada en la Delegación de la Xunta de Galicia en Montevideo, con sede en la calle Maldonado Nº 2045.


Para aprovechar la doble emoción de cotejar sus recuerdos familiares junto con los míos de tantos años como cliente fue que concertamos un encuentro para reunirnos, café virtual mediante, a efectos de reconstruir el pasado y armar una semblanza de su padre, de la trayectoria del negocio y de algunos parroquianos que hubieran dejado huella. Los episodios empezaron a desfilar con la velocidad de una película de cine mudo. No fue posible precisar el porqué del nombre IMPERIAL ni la fecha de apertura, pero es posible suponerla hacia la década de 1940 puesto que hacia 1960 contaba ya con varios años de existencia en la proverbial esquina de Mercedes y Río Branco. Fue al año siguiente, en 1961, cuando su padre Ernesto y su tío Marcial Fernández Vázquez, formaron sociedad con un tercero, cuyo nombre no registra, para comprar la llave del negocio existente y alquilar el local, tal como se estilaba por entonces. Esforzados gallegos los tres, muy jóvenes y con infinitas ganas de trabajar, se mantuvieron al frente durante muchos años. Se trataba de un típico “bar de copas” que abría desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche. Con mostrador abierto al diálogo e intercambio semejante a tantos otros existentes en casi todas las esquinas de Montevideo. No más que recordar que en la inmediata de Mercedes y Convención existían otros dos bares, uno frente al otro, cuyos nombres no podemos recordar. Todos trabajaban, todos tenían su clientela fija y otros tantos clientes de paso.


Por entonces la zona céntrica de la ciudad era muy distinta de la actual, más amigable, entre familiar y comercial a la vez. Cerca quedaba el Estudio Auditorio del Sodre, las oficinas de Radio Carve y algunos negocios emblemáticos como la firma Aicardi que representaban la marca “Jaguar”, lujosos automóviles que se exhibían tras las vidrieras del salón esquina. La gente en general era más abierta y con más tiempo para el diálogo y la reunión de los hombres en los cafés para dialogar de deporte y de política.
Respecto de los clientes Adriana trajo a colación el recuerdo de que los primeros que empezaron a reunirse en sus mesas fueran los fundadores del Patronato da Cultura Galega, institución defensora de las tradiciones culturales, fundada en el año 1964 y que habiéndose establecido en un local contiguo al café lo utilizaban para continuar sus reuniones en un clima más distendido. Dentro de sus miembros más conspicuos destaca la figura de don Jesús Canabal, propietario de la firma Ipusa a la vez que un fuerte Mecenas de la colectividad gallega y fuerte propulsor de las actividades del Patronato.


En el año 1970, tras ingentes esfuerzos y sacrificios, los socios lograron comprar la propiedad del local, empezando desde entonces a trabajarlo con otra dinámica y tranquilidad. Lo propio es siempre lo propio y se mira con otra proyección.
En la década siguiente, hacia el año 1980 la empresa constructora Damisur S.A. les propuso construir un edificio de apartamentos en el local, por entonces una cotizada esquina de estratégica ubicación. Según el convenio que firmaron en el plazo de dos años les entregarían en cambio dos locales en la planta baja y un apartamento en uno de los pisos superiores.
Hecho el trato el café y bar Imperial cerró sus puertas. Lamentablemente el plazo inicial de dos años terminó por extenderse a trece y hubo que iniciar varias demandas judiciales para exigir el cumplimiento.
Los socios no se mantuvieron quietos en el intervalo sino que trabajaron en otros destinos. Su padre lo hizo como empleado, primero en el Centro Bar de 8 de Octubre y Lindoro Forteza y luego en Mi Copa Bar en la calle Asamblea y Solano López, barrio del Buceo.


En el año 1993, finalmente, les entregaron los locales. Su padre optó por quedarse con el antiguo local y reabrió el café, esta vez de su sola cuenta, con el nombre de NUEVO IMPERIAL. Ya no con el perfil de bar de copas que había tenido anteriormente sino con fuerte acento en la cafetería. Buenos cafés con buenos productos, usaba la marca “COMPETIDOR”, cuyo eslogan publicitario agregaba “de los buenos el mejor”.
Fue entonces que Adriana, con 20 años de edad, empezó a trabajar en el café. El hecho de ser hija del dueño no la eximía de dar el ejemplo y de exigírsele igual cumplimiento que a los otros empleados. Al efecto sin licencia desde enero a diciembre y de lunes a sábados, situación que ella aceptaba de voluntad porque eran los cánones y la filosofía del trabajo en que había sido educada. El negocio no debía cerrar nunca, entendía su padre, porque “se perderían los clientes”; para conservarlos había que estar siempre abiertos.
Al mismo tiempo Adriana cursaba la carrera universitaria de Química, la que lamentablemente abandonó cuando le faltaban tan solo cinco exámenes para recibirse.


Se reconoce con orgullo como una de las primeras mujeres que trabajó de moza en un café, en una época en que todos sus compañeros eran hombres y generalmente mucho mayores que ella. Con orgullo señala “Fui moza de plaza, también atendía a los proveedores y cuando faltaba el cocinero preparaba milanesas y hasta colaboraba en la cocina”.
Respecto de la clientela transcribo sus conceptos en forma textual:  “En catorce años de trabajo atendí muchas personalidades del mundo de la política y de la cultura, ya que por estar cerca de radio Carve y del Espectador, pasaban por allí. Destaco al ex presidente Mujica quien llegaba en su Vespa para tomar un capuchino. Luego vino algunas veces a almorzar incluso siendo presidente, cuando nosotros ya no estábamos. También vinieron a tomar café personalidades como Claudio WiIliman y Carlos Maggi cuando salían de la tertulia de los viernes en el Espectador, gente con la que daba gusto conversar y compartir. Una vez vino China Zorrilla, a la que permitimos entrar con su perro, cosa impensada por entonces. También atendí a los actores argentinos Ricardo Darín y a Luis Brandoni. Pero de todos el café más importante fue el que le serví a Mario Benedetti. Lamento que no fuera época de celulares porque hubiera sido una de esas fotos que guardaría para siempre”. 
Terminada la entrevista con la emoción contenida quedé pensando largo rato antes de enfrentarme al teclado. Los episodios continuaban pasando en la mente en rápida sucesión recorriendo aquellas mesitas con tapa de mármol y sillas de estilo vienés. Volvía a ver la mirada siempre atenta de Don Ernesto, el padre de Adriana y al mismo tiempo recuerdo las charlas con mi padre, también escribano, con quien compartíamos la charla de café que tenía con mi padre cuando llegábamos a media tarde para hablar sobre los problemas del día y los contratos para analizar.


A partir del 2005 le pierdo un poco el rastro a la historia del café Imperial. Me jubilé en el año 2003 y dejé de ir regularmente a mi escritorio, tan solo para consultar mi biblioteca y archivo de fotografías e investigaciones históricas.
Según Adriana el café y bar Imperial cerró en el año 2010 con la jubilación de su padre. Ella había conseguido trabajo en el año 2009 en la Xunta de Galicia. El local fue alquilado a distintos empresarios con suertes distintas que mantuvieron el giro de café y bar. Algunos mejores y otros peores. Durante varios años abrió IKI, un ejemplo de café y restaurante a cargo de Paul Fontaine y señora, que le dio un nuevo ímpetu. Pero hubo de cerrar tras la pandemia. Hoy funciona un restaurante de comida cubana.


La historia del café y bar Imperial es similar a la de otros tantos cafés y bares de Montevideo que en las últimas décadas han venido decayendo y terminan por desaparecer. El mundo ha cambiado, la forma de reunirse ha cambiado, los valores han cambiado.

 

 

CIUDADELA BAR

La calle Ciudadela se extiende sinuosa y corre desde la Rambla portuaria a la Rambla sur. Su nombre recuerda a la antigua fortaleza que coronaba las murallas, que se ubicaba frente a la actual plaza de la Independencia. La zona al sur de la plaza ha sido, históricamente, de las más concurridas de la ciudad. Al punto que entre la plaza y el Mercado Central acapararon gran cantidad de los grandes cafés del Montevideo de año, entre ellos el viejo Tupí Nambá, el Británico, La Giralda, el Monterrey y el de La Payada, entre otros. En torno de los cuales se desarrollaba gran parte dee la vida social y cultural de la época.
Hoy en día la zona de Ciudadela al sur de la plaza mantiene el orgullo del Teatro Solís, el centenario Bar Tasende, el moderno edificio de la CAF, antiguo Mercado Central donde aún persiste el histórico Bar Fun Fun, y algunos boliches más modernos como el Bluzz Live, La Ronda y el Ciudadela Bar. Precisamente a este último, el CIUDADELA BAR nos referiremos en este artículo. Ubicado en la propia calle Ciudadela al número 1224, abrió sus puertas en el año 2017 en un remozado local que que hasta entonces había estado semi abandonado y que tenía a sus espaldas la fama de un boliche casi tugurioso.
Por entonces el moderno edificio de la CAF estaba en construcción, pero era de público conocimiento que allí se instalaría Cinemateca, mientras que en la acera de enfrente comenzaba la construcción de un moderno edificio de apartamentos.
De manera que no fue difícil para Marcelo Salvagno, el fundador del negocio, intuir el potencial de la ubicación para instalar un bar cervecero. Considerando además lo estratégico de su ubicación cercano a la costa, visitada en épocas estivales por los turistas tanto como por la cantidad de oficinas y comercios y gente del mundo artístico. Y también por el hecho de que el negocio cervecero había surgido con auge y no había en el entorno cercano otros boliches especializados en cerveza artesanal.
Allí comenzó su tarea de reacondicionar el local, desde marzo a noviembre de 2017 transcurrieron meses de arduo trabajo para hacer las refacciones necesarias y ponerlo a punto. Lo único que quedó del bar original fueron el piso y las columnas, que son estructurales de la casa.Hasta ese entonces la la única conexión de Marcelo con el universo bolichero era un negocio de “delivery de cervezas”, donde los clientes le encargaban cerveza artesanal a través de una página web y él se las entregaba ese mismo día en sus domicilios.
También trabajó en el rubro audiovisual y en el ámbito universitario, todo lo que le sirvió para planear las actividades pero una vez que concretó el proyecto del bar se dedicó plenamente a eso, que de alguna manera siempre había sido un anhelo personal.
Desde la inauguración del café ha tenido una trayectoria creciente, lógicamente disminuida durante la pandemia. Son habitué los trabajadores del arte, desde músicos del Sodre, hasta actores, bailarines y personal administrativo del Teatro Solís o de la Sala Verdi. Y los concurrentes al hotel Cervantes, convertido en polo cultural de la zona. También la gente de la remozada Cinemateca y en especial los espectadores que acostumbran comentar las películas en los cafés de las inmediaciones. Los espectadores se acercan al bar luego de ver alguna obra o película, con la nota interesante de que el público varía según el tipo de obra que estén dando. El local es frecuentado por turistas y por quienes salen de las oficinas de Ciudad Vieja y hacen una parada allí para bajar el estrés de la jornada de trabajo.
Tampoco es extraño encontrar a vecinos de la zona, algunos de ellos se han vuelto habitués, van todos los días, charlan, toman algo, vuelven más tarde a almorzar, se van a su casa y regresan de noche, casi de forma ritual.Previo a la pandemia, la costumbre era que el lugar estuviera abarrotado de sillas y mesas. Luego, el distanciamiento físico modificó las costumbres de la clientela, que ya no estaba tan cómoda con las mesas pegadas una a la otra. Hoy la norma es mantener las mesas un poco más distanciadas, lo que también ayuda a regular la concurrencia y por ende mantener el nivel del servicio.
Como buen bar de cervezas, ofrece la mayor cantidad y variedad de las artesanales, nacionales y/o extranjeras, desde las rojas, negras, y las de trigo, hasta las rubias suaves y otras con gustos y peculiaridades, procurando que cada cliente encuentre allí el tipo de cerveza que prefiere y en su defecto proporcionarle una muy similar.
Las IPA - rubias, amargas y aromáticas- son las más pedidas junto con las rubias. Pero lo curioso e interesante del caso es que la clientela ha ido desarrollando el paladar en estos años y ya presente sus propios gustos. A diferencia de lo que podría pensarse, en Uruguay la clientela no ha resultado conservadora en el consumo y, si aparece alguna variedad más “exótica”, los clientes insistan en probarla, aunque sigan teniendo a sus predilectas.
Arte itinerante
Pero un detalle muy interesante en el local es la valoración del arte. En la pared de un entrepiso se lucen varias fotos representativas del antiguo Montevideo, elegidas personalmente por Marcelo en el Centro de Fotografía. Como forma de darle identidad e integrar el lugar figura una calle de la Ciudad Vieja cuando todavía no estaba la rambla, otra de la Puerta de la Ciudadela, otra muy bonita y representativa del Parque Capurro, y una foto donde se ve a un grupo de operadoras de ANTEL.
Esa fue la primera decoración que tuvo el bar, como forma de homenajear la historia de la ciudad y mantener una sinergia entre lo nuevo y lo clásico.
Pero también el arte tiene su lugar. Previo a la pandemia eran frecuentes las exposiciones de arte itinerante donde la decoración del bar cambiaba todos los meses, costumbre que se retomará en el futuro como forma de sorprender al público con algo nuevo y al mismo tiempo dar visibilidad a los artistas de la zona. Una de las más recordadas por Marcelo es la exposición de afiches que realizó un coleccionista que tenía cerca de las mil piezas, lo cual fue más que suficiente para empapelar por completo una de las paredes del bar.
Otra modalidad son las llamadas “noches de vinilo”.
También se han dado charlas como la llamada "gusto a ciencia". Se trata de una charla más “científica” sobre la relación entre cerveza y gastronomía a cargo de los estudiantes de Facultad de Ciencias.
El local ha servido también como set de grabación en varias ocasiones, ya sea de películas, comerciales y videoclips. Incluso, cada tanto sacan de algún apuro a la gente del Teatro Solís prestando algunos implementos para las obras, como mesas y sillas.  En este rubro le resultó muy útil a Marcelo su previa incursión en el mundo de lo audiovisual.
Aunque en algunas ocasiones el destino de las sillas ha sido el Teatro Solís, en otras lo fue la calle. Los vendavales que se producen en esa zona de la rambla, especialmente en invierno, las han levantado por los aires en varias ocasiones. Similar suerte corrió una sombrilla que, víctima de los intensos vientos, terminó subiendo hasta la Plaza Independencia. Marcelo recuerda de forma tragicómica un día en el que los comensales jugaban plácidamente a las cartas en las mesas de afuera cuando en un parpadeo se formó como una especie de tornado que voló los mazos y obligó a todos a entrar estrepitosamente al local, al tiempo que el agua se metía por la ventana. Como para haber filmado una escena surrealista.

 

 

EVOLUCION, DESARROLLO Y FORMAS DE TOMAR EL CAFÉ
Por Juan Antonio Varese


Las primeras manifestaciones históricas sobre el café se remontan al año 525 de nuestra era, originariamente en Etiopía y luego en el Yemen.
Hacia el 800 existen evidencias arqueológicas de su utilización en territorio de los actuales emiratos árabes unidos y dos siglos después de sus primeras plantaciones por la mano del hombre. Hacia el año 1400 existen referencias de medicina árabe en los cuales se empleaba con fines terapéuticos.
Hacia 1453, año de la toma de Constantinopla por los turcos, existen referencias de su introducción en la actual Turquía. Hacia el año 1600 se confirma el comienzo de su utilización en Europa y hacia el año 1700 se generalizó la exportación del producto desde los países árabes. Hacia 1723 los franceses inician plantaciones en las Antillas y pocos años después los holandeses en Indonesia,  los portugueses en Brasil y los ingleses en Ceylán y Jamaica. A partir de entonces y en rápida sucesión su plantío se inició en Cuba, Guatemala, Costa Rica, Venezuela, México.


En 1799 fue introducido en Colombia, hacia 1840 en El Salvador, luego en África Central, Kenia, Madagascar, Angola y finalmente en Vietnam.


Todo lo antedicho en cuanto a la planta y a su plantación por obra del hombre.
Veamos ahora la sucesión cronológica de apertura de cafeterías en el mundo.
El primer registro lo tenemos en el año 1475 en Estambul en que abre la cafetería KIVA HAN (18 años después de la conquista de la ciudad), en 1510 el primer registro de la apertura de un local en El Cairo, en 1530 en la ciudad de Damasco, en 1645 la primera cafetería en VENEZIA (primer lugar en Europa, muy razonable dados sus contactos comerciales y nexo entre los países mediterráneo), cinco años después abrió una cafetería en Oxford, Inglaterra, a la que siguió otra en Londres, en 1654 la primera en Marsella, en 1672 le sigue una en París cuyo nombre no registramos y casi enseguida el famoso Procope, en 1686 y para sorpresa nuestra el primero en New York, el mismo año el primero en Viena, en 1679 el primero en Hamburgo, en 1720 el FLORIÁN en Venezia que todavía mantiene sus puertas abiertas (donde hemos tomado café en una de sus elegantes mesas acompañados de los compases de una orquesta en plena Plaza san Marcos), poco después el gran músico Johan Sebastián Bach escribió la pieza “La cantatta del Café” y en 1750 el escritor Carlo Goldoni escribe la obra “La bottega del Caffé”, la que fue musicalizada por Antonio Vivaldi.
En 1760 abre en Roma el Café Greco y en 1764 en Milán se funda la célebre revista “Il Caffé”. (Como referencia con nuestras latitudes la ciudad de San Felipe y santiago de Montevideo llevaba recién 38 años de fundada y en el mismo año nacía José Gervasio Artigas).
Tracemos ahora un rápido pantallazo por las cafeterías más importantes y conocidas de Italia.
Empecemos por el FLORIAN en Venezia (1720) desde un principio lugar de encuentro de escritores, poetas, músicos y artistas, registrándose el pasaje de Goldoni, Goethe, Lord Byron, Dickens, Proust, D´Annunzio, Rosseau, Modigliani, etc.
Sigamos por el GRECO, abierto en Roma en 1760, también famosa por sus contertulios y luego por la presencia de extranjeros que lo tomaban como lugar de encuentro.
En Pisa se abrió el CAFÉ DELL USSARO en el año 1775 , el MICHELANGELO en Florencia en el año 1850, el TOMMASEO en Triesta en el año 1830, el GAMBRINUS en Nápoles el año 1890 (hubo un café Grambrinus en Montevideo), el SAN CARLO en Torino en 1822, el PEDROCCHI en Padua en 1831 y la famosa confitería COVA EN MILÁN en el año 1817.
Respecto de la preparación del CAFÉ, los métodos para servirlo haremos un breve recuento:
CAFÉ A LA TURCA, a través de un recipiente especial, el Ibrik. El fondo del café permanece en el vaso. Muy gustoso y apetecible, se sigue sirviendo en países árabes.
CAFÉ FILTO. Filtrado grueso se coloca un filtro para que solo pase el líquido.
CAFÉ A LA FRANCESA, se coloca agua caliente en el recipiente donde se encuentra el café molido medio.
POR INFUSION, es el sistema más antiguo y más simple
CAFÉ BOLLITO, el grano molido grueso y tostado se deja hervir por varios minutos
CAFÉ CON LA MOKA, se deja hervir dentro de un aparato de aluminio y manija de bakelita. El filtro está lleno del producto. La marca más famosa es la BIALETTI.
CAFÉ A LA NAPOLITANA se prepara por infusión con la clásica cafetera napolitana, tiene la ventaja de aprovechar plenamente el gusto del café.
CAFÉ ESPRESSO, la más famosa y extendida en Italia que concentra todo el sabor. Su máquina más famosa es la de marca VICTORIA ARDUINO
CAFÉ INSTANTÁNEO, difundida en los últimos años.
POR ÚLTIMO queremos cerrar estas reflexiones con un pronóstico sobre el futuro del café, que será INTERACTIVO, lugar de encuentros, lugar de trabajo, lugar de diversión,

 

 

STARBUCKS

Una de las primeras propuestas en la defensa y búsqueda del café de calidad al poner el acento en el grano y su adecuado procesamiento, pese a que provino del área de la industria y el comercio, la dio la firma STARBUCKS.


Fundada en el año 1971 en Seattle, estado de Washington, después de más de 50 años de trayectoria es considerada la compañía de comercialización de café más grande del mundo, con más de 24.000 locales en 70 países.


El logo, inicialmente un grabado sobre madera con la imagen de una sirena con dos colas, ha sufrido cambios con el paso del tiempo. El diseño original era una sirena con los pechos descubiertos, pero la versión moderna es más estilizada y el cabello cubre el cuerpo de la sirena.

 



El curioso nombre Starbucks proviene del asignado al Capitán Ahab en la novela Moby Dick, del escritor norteamericano Herman Melville. El capitán sería, seguramente, un fanático bebedor de café mientras continuaba la enloquecida persecución del cetáceo asesino, lo que llevó a los fundadores a darle nombre al establecimiento.
En un principio se trataba de un emprendimiento pequeño, dedicado a la venta de granos de café especialmente seleccionados y preparados para el consumo hogareño, que el cliente lo llevara y preparara en su casa. Y también de la venta de la maquinaria e implementos para prepararlo. Se trataba de un café de calidad, bien seleccionado y mejor elegido. El primer local lo abrieron en la avenida Western Nº 2000 de la ciudad de Seattle, ofreciendo una pequeña variedad de tipos de granos de café para llevar. La empresa fue fundada ya con el nombre de Starbucks por tres fanáticos bebedores del buen café, nada menos que un emprendedor, Jerry Baldwin, un violinista, Zev Siegl y un escritor, Gordon Bowker. Poco después se les sumó un empresario Alfred Peet, precisamente el que les proveía los granos de café. Al principio le compraban exclusivamente a Peet, pero con el crecimiento de la empresa empezaron a adquirirlo de otros proveedores para aumentar la variedad.
En el año 1982 se les incorporó Howard Schultz como director de las operaciones de venta. Se trataba de un hombre joven, lleno de ideas e inquietudes quien, durante un viaje por Europa quedó impactado por las cafeterías y la experiencia del café que se vivía en Italia. Se le ocurrió implementar algo parecido en los Estados Unidos, anexando a las cafeterías un lugar y entorno apropiado para la conversación y encuentro de los clientes. En principio su propuesta fue rechazada por los otros socios, que seguían fieles a la finalidad seguida hasta entonces de que el café debía ser preparado en el seno del hogar.
En 1985 Schultz se separó y abrió una cadena de cafés/bares con el nombre de Il Giornale, adoptando como base el de un diario publicado en Milán que prestaba especial atención al café. Le fue tan bien en su proyecto que al año siguiente les compró a sus socios la totalidad de Starbucks. En la instancia Schultz decidió mantener dicho nombre para su empresa.
En 1987 la nueva cadena de cafeterías empezó a abri sus primeros locales en las afueras de Seattle. Le siguió Chicago y otras ciudades y localidades del país. El primer lugar en el extranjero donde abrieron un establecimiento concesionado de Starbucks fue en Japón, manteniéndose desde entonces una fuerte presencia en dicho país. A partir de allí la empresa continuó un crecimiento constante. En el año 1992 fue incorporada a la Bolsa, teniendo sus acciones un crecimiento sostenido.
Con el paso del tiempo Starbucks fue comprando otras cafeterías de la competencia como “Peet” y “El mejor café de Seattle” y también de las tiendas de “Café People” y “Café Diedrich”.
En 1990, siempre en actitud de renovación, ofreció acciones a sus propios empleados y estos se hizo público, como una forma de incentivar y mejorar el servicio.
Actualmente la empresa se ha extendido con más de 22.000 franquicias en 70 países alrededor del mundo. Incluso encontramos sucursales en países tan dispares como Chile, Bahrein en la península arábiga, Rumania y Bulgaria.
Como toda empresa de éxito presenta sus luces y sus sombras. Su política de adquirir empresas competidoras llevándolas poco menos que al cierre antes de adquirirlas, le ha dado mala fama como empresa corporativa y poderosa. Y también ha debido enfrentar juicios contra su política agresiva de expansión comercial.
Pero también deben consignarse sus iniciativas en pro del medio ambiente, como el reciclaje con sus vasos de papel y demás insumos.
En la Argentina desembarcó en el año 2007 y en Uruguay recién en el año 2018 abrió la primera tienda.
Y en febrero de 2022 llegó a tener once concesiones, tras la apertura de la primera en el interior del país, en Punta del Este, en la esquina de la calle Pedragosa Sierra y avenida Roosevelt.
Las diez restantes se encuentran en Montevideo, algunas en los Shopping Centers y otras en lugares tan particulares como en el hall de La Española, sobre la calle Palmar.
Las concesiones de Starbucks están operadas por Alsea, el operador de restaurantes líder en América Latina y España, con marcas de reconocimiento global dentro de varios segmentos del ramo.
La compañía opera más de 4,000  unidades entre México, España, Argentina, Colombia, Chile, Francia, Portugal, Holanda, Bélgica, Uruguay y Luxemburgo. Su modelo de negocio incluye el respaldo a todas sus Unidades de  Negocio a través de un Centro de Soporte y Servicios Compartidos, brindando apoyo en procesos Administrativos, de  Desarrollo y de Cadena de Suministro.  

 

CAFÉS SOLUBLES

Desde mediados del siglo XIX y dentro del proceso de la revolución industrial, paralelamente con la elaboración del café en forma artesanal e incluso comercial, en distintas partes del mundo fueron surgiendo interesados en desarrollar nuevos sistemas para simplificar su preparación y preservarlo por más tiempo.
La universalización del consumo, la distinta procedencia del grano y las variaciones en su calidad posibilitaban las ventajas de una presentación decorosa y un precio accesible. Se pensaba en prepararlo en forma rápida, instantánea, sin necesidad de recurrir a utensilios o máquinas, algo así como las infusiones o los refrescos que habían empezado a venderse embotellados.
También había que tener en cuenta los problemas derivados de las cosechas, a veces escasas y otras sobreabundantes, al punto que en ocasiones era preferible arrojar al mar los excedentes para que no bajaran los precios.
Una de las metas era la de lograr un café soluble, instantáneo, una bebida derivada de los granos del café secados por pulverización y convertidos en polvo para que ser envasado y servido tan solo con agregarle agua caliente. O aún fría, según los casos. Desde el punto de vista del rendimiento comercial se pensaba en las ventajas de ser utilizado en cualquier parte y en la prolongación de la vida útil.
Desde el punto de vista temporal es posible rastrear algunos tímidos ensayos en Inglaterra hacia el año 1771, pero es menester retrotraernos al año 1851, en los Estados Unidos de Norteamérica, para encontrar un procedimiento aceptable. Fue probado con relativo éxito durante la Guerra de Secesión para templar a los soldados en los campos de batalla. Pocos años después se patentó en Nueva Zelanda un sistema de aire seco para obtenerlo y en 1881 Alphonse Allais inventó y patentó uno diferente en base al cual el neozelandés David Strang dio un nuevo paso al inventar el que llamó “en seco de aire caliente” y patentó bajo el nombre de “Café Strang”.
El primer procedimiento realmente exitoso fue inventado en 1901 en los Estados Unidos por Satori Kato, un químico japonés radicado en Búffalo (Nueva York), que presentó una sustancia en polvo en la Exposición Panamericana, en base al que el inventor George Constant Washington desarrolló en 1910 su propio método, bajo la sigla “G. Washington Coffee Company”, encarándolo, a diferencia de Kato, como un producto comercial.
Después de la crisis de Wall Street y el colapso de los precios del café, se conservaban grandes cantidades sin vender en algunos depósitos de Brasil, por lo que se necesitaba de un procedimiento para conservarlo. Dada la fama y capacidad de Nestlé en el rubro de los alimentos, se le encomendó averiguar sobre la posibilidad de inventar un tipo de “cubo de café soluble”. Al efecto se sumó el famoso químico Max Morgenthaler para colaborar con los investigadores, quienes luego de años de pruebas descubrió que el café au lait  -café mezclado con leche y azúcar y convertido en polvo- conservaba el sabor por más tiempo. Con la dificultad inicial de que no podía disolverse fácilmente en agua y la leche y el azúcar sumaban complicaciones y desafíos para unirlos.
Continuada la investigación Morgenthaler descubrió dos cosas: que el sabor y el aroma se conservaban mejor en el café con leche azucarado que en el no azucarado y que se conservaba por más tiempo después de haberlo expuesto a presión y alta temperatura. Se llegó a la conclusión de que el secreto estaba en crear un café soluble con suficientes carbohidratos, toda una novedad que iba contra la opinión original.
Un año después, en base a la técnica específica para producir un polvo que reuniera estas características le fue presentado al Comité Ejecutivo de Nestlé y a los directores técnicos en forma de muestras de café soluble que podían beberse. Fue presentado oficialmente en Suiza el 1º de abril de 1938, bajo el nombre de
Nescafé.


La firma creó una línea de producción de gran escala para la extracción y el secado por aspersión de los granos de café para producirlo en la fábrica ubicada en la ciudad de Orbe. La marca fue lanzada en el Reino Unido dos meses después y en Estados Unidos en 1939. Y para abril siguiente se encontraba a la venta en 30 países de todo el mundo. 
Su difusión fue tal que más de la tercera parte de la producción mundial fue consumida en Suiza, el Reino Unido y los EEUU durante la Segunda Guerra Mundial. Su vida útil –mayor que la del café fresco– contribuyó a que creciera su popularidad y a que se duplicaran los volúmenes de venta. Y para el año 1943 se habían instalado dos fábricas en los Estados Unidos.
En 1952 la fábrica de Nescafé en Francia produjo una innovación del producto, que no necesitaba del agregado de carbohidratos, el que fue lanzado en Europa y en Japón en frascos de vidrio que ayudaban a mantener el buen estado del café.
En 1965 la marca reveló otra innovación, un soluble liofilizado que llamaron Gold Blend.
Desde entonces la marca, como lo detalla en el folleto de su 75 aniversario, amplió la oferta con variedades como el Descafeinado, el Gold Expreso, el Frappé, el Capuchino y el Listo para Beber; y en la década de 1990 patentaron una solución auto-espumante para mejorar la textura de la espuma de leche, que hoy se usa en el Nescafé Capuchino.
Nestlé quería ir más lejos en sus innovaciones y lanzó Nescafé Dolce Gusto en Suiza, Alemania y el Reino Unido en 2006, y en España un año después. La máquina ideal para tener un coffee shop en el hogar, con cápsulas de Nescafé, Nestea y Nesquik disponibles para los todos los tipos de máquinas. 


EL BRACAFÉ


Yendo concretamente al Uruguay, como en tantas otras cosas que pasan en el país el desarrollo del café soluble tuvo un desarrollo original e innovador presentado bajo el nombre de Bracafé.
El mismo fue inventado y patentado en el año 1959 bajo la forma de un café soluble glaceado, original hasta entonces. En el mundo este se procesaba sin glasear.
Pero atrás de la innovación y del producto se desarrolla una historia familiar y empresarial interesante de rescatar.
 El café torrado y glaceado es tradicion inmemorial en las islas Canarias, explicable por la cercanía e influencia de población del norte africano. De allí vino la costumbre hasta la bahía de Montevideo con la llegada de los inmigrantes canarios, que llegaron con escaso equipaje y una cultura diversa. Cuentan que las jóvenes canarias cocinaban los granos verdes de café en grandes sartenes y que le agregaban azúcar casi en el punto de cocción, hasta lograr su acaramelado. Y que los niños los comían como si fueran golosinas; sin embargo lo usual era que se lo bebiera con leche, a la usanza española. Con el tiempo el torrado glaseado se transformó en un hábito de los uruguayos, visto como rareza en países de tradición cafetera.

Tal la que resulta de un capítulo especial de la página del escritor Armando
Olveira Ramos “Crónicas migrantes. De amores y desamores. De partidas y
retornos. De memorias y olvidos”.La historia se remonta al emprendedor Héctor Homero Fernández, nacido en Uruguay pero que se trasladó a España para combatir durante la guerra civil. Fue repatriado en el año 1940 y de vuelta en el país comenzó a trabajar en la panadría La Genovesa.
Por su concentración al trabajo y don de gentes pronto fue contratado para encargado
del hielo en el Frigorífico Modelo y luego como gerente de la confitería La
Mallorquina. En el año 1948se independizó y junto con su padre Antonio Fernández, instalaron un pequeño negocio para el tostado y el molido del café en forma convencional, al estilo
madrileño, bajo la marca La Mezquita.
Al poco tiempo la visión y el empuje de Héctor Homero los llevó a la compra de un
inmueble en la calle Pedernal y Juan Paullier, en el barrio La Figurita, para instalar la
empresa de tostado y molienda del café y la cocoa, además del envasado del te para
consumo gastronómico de cafés y bares. En 1950 cuando Floreal y Hugo Fernández, sus hermanos, se sumaron al negocio la empresa registró la marca Copacabana para la preparación de cocoa. Años después el ingeniero sueco Eric J. Berlung,
aceptó el desafío de crear un polvo achocolatado para consumo infantil bajo el nombre de Vascolet. La calidad del producto y lo acertado de la campaña publicitaria produjeron un éxito sin precedentes. El éxito con la cocoa no hizo más que estimular el objetivo pendiente de Héctor, que pensaba en elaborar un café instantáneo adaptado para el público uruguayo, acostumbrado a tomar el café tostado y glaseado.
Le planteó un ofrecimiento de sociedad a Juan Pastorino, de Cafés El Chaná, pero este desistió del proyecto. Ya había habido intentos de producir un café soluble en el Uruguay en el año 1956, a cargo del ingeniero español Rafael López García, en una planta ubicada en los fondos de la Exposición Nacional de la Producción. El fracaso del mismo aceleró el entusiasmo  de Héctor, que buscaba un producto estrella para su empresa, que había empezado a tener dificultades de distribución. Ese mismo año, tras analizar los errores de López García, decidió viajar a Buenos Aires para visitar la planta de Nestlé que existía en La Magdalena, donde se elaboraba el Nescafé. En la capital argentina trabó amistad con el químico danés Borden Sweden Rasmussen, que desde la década de los treinta venía asesorando a las empresas de alimentación, decisivo en el desarrollo de la leche en polvo y en la transformación de la cooperativa Sancor en un referente latinoamericano.
Rassmusen se sumó al proyecto con entusiasmo. Hizo venir a Montevideo el ingeniero argentino Daniel Jacobski, como director técnico del Proyecto para organizar una fábrica que no tenía antecedentes en el país. El equipo se completaba con el hijo de Sweden Rasmussen, también ingeniero, a quienes se les sumó Berlung, siempre cercano a la empresa. Los hermanos Floreal y Hugo Fernández también, el primero responsable del proceso industrial y el segundo idóneo en la instalación y manejo de maquinaria de alta tecnología.

 

 

EL TUPI NAMBA
1889-1959

Después de abierto con éxito de público y numerosa concurrencia el café Al Polo Bamba en 1885, los hermanos Severino y Francisco San Román, pasados los primeros tiempos de buen entendimiento, fueron acentuando las diferencias de carácter entre ellos. Como socios no congeniaban del todo, más idealista y teórico el mayor, más práctico y con mejor visión de los negocios el menor.
Como suele suceder en tales casos, tan solo 4 años después, en 1889, uno de ellos, Francisco San Román decidió abrirse por su cuenta inaugurando un nuevo café. Eligió al efecto una ubicación excepcional, nada menos que un local sobre la calle Buenos Aires, frente por frente al teatro Solís. En esa pequeña cuadra -entre Bacacay y Juncal-desde larga data que venían funcionando varios cafés uno al lado del otro. Entre ellos el Peninsular, propiedad de un español cuyo nombre no registra la historia; fue precisamente el cierre del Peninsular lo que le brindó a Francisco la oportunidad de dar el salto y abrirlo con un nuevo nombre.
La personalidad de Francisco San Román, algunos de cuyos aspectos trataremos de develar, merecería un capítulo especial en su buen relacionamiento con la prensa. Demostró ser amigo de los periodistas tanto como de gran convocatoria, convirtiendo sus actos siempre en noticia.

La propia inauguración del Al Tupí Nambá, el 8 de mayo de 1889, se realizó con bombos y platillos, expresión en la que no exageramos, generando los comentarios de los diarios del momento. Resulta del caso puntualizar que los periodistas lo trataban de “industrial” seguramente por su actividad relativa a la torrefacción del café, que también se vendía molido y pronto para el consumo en los hogares.

El diario Popular desde el 30 de abril que anticipaba la noticia de su apertura y chanceaba al preguntarse de donde habría obtenido San Román un nombre tan extraño. Y aventuraba que además de cafetero, podría tratarse de catedrático en historia americana al rendir homenaje a una tribu de indios, los feroces Tupí Nambá, guerreros de la tierra brasileña productora de café, cerca de San Pablo.

Y La Tribuna Popular del 9 de mayo de 1889 comentaba que la noche anterior, precisamente la de la inauguración del café, se habían escuchado cohetes voladores en toda la ciudad, con lo que algunos pudieron “suponer que se celebraba el fatal desenlace de la enfermedad del presidente Santos”… pero no, los cohetes fueron disparados en honor a la ceremonia de inauguración del café.

El diario Ferrocarril del mismo 9 de mayo daba cuenta de la apertura, aportando el dato que se trataba de la reapertura del viejo Peninsular al que le habían cambiado el nombre por el de Tupi Namba. Y como dato de buena práctica, que presagiaba la buena política del propietario, comentaba que los clientes que entraron fueron obsequiados con rico café y con licores.
Siguieron los años y los comentarios de los periodistas. No había mes en que Francisco San Román no daba la nota con alguna actividad u ocurrencia para llamar la atención.
En 1891, dos años después de la apertura, para despejar dudas y comentarios mandó hacer un análisis químico de las sustancias y las propiedades del café que servía e hizo publicar el informe del laboratorio químico y bacteriológico.

El Semanario festivo La Mosca pasó a mencionarlo en reiteradas oportunidades, incluso lo recomendó a quienes se sintieran aquejados por las penas, porque estas se diluirían al pedir un “café rico de Moka” en el establecimiento.
En 1893 Don Francisco estuvo a punto de ir preso porque en un día de fiesta patria, seguramente para congraciarse con su clientela de extranjeros, había adornado el frente del café con banderas nacionales, españolas y francesas. El hecho fue tomado como una provocación y Francisco llevado a la comisaría con el consiguiente requisamiento de las banderas. La noticia provocó la solidaridad de clientes y amigos quienes se agolparon frente a la casa del jefe político. San Román fue liberado tras el pago de una fuerte multa pero el hecho no hizo más que incrementar la fama del café y la adhesión de la clientela.
En el año 1899 la prensa se hizo eco de los festejos previstos para homenajear los 10 años de apertura del Tupí Nambá. Francisco aprovechó la ocasión para, escribano de por medio, elevar a la categoría de socio a su sobrino Casciano Estevez, quien durante todos esos años había estado luchando a su lado por la buena marcha de los negocios.

El 26 de junio de ese año marcó un jalón importante en la trayectoria del café y de su propietario porque Francisco por aclamación popular fue elevado a la categoría de REY DE LOS CAFETEROS. La ceremonia se llevó a cabo en el comedor del HOTEL DES PYRAMIDES, el más concurrido de la ciudad en medio de un banquete y “con una animada fiesta que tardaremos en olvidar”, como señaló el periodista de El Bien. En la ceremonia Francisco fue coronado y recibió los efusivos comentarios de sus fervientes súbditos.
En el año 1904 Don Francisco volvió a ser puesto tras las rejas, en esta oportunidad acusado de hacer propaganda revolucionaria y permitir en su establecimiento la lectura de documentos subversivos: “El cuerpo del delito lo constituyen 9 impresos de un manifiesto titulado “A nuestros correligionarios”, 10 hojas con el epígrafe “Batalla de Tupambaé” y 29 órdenes generales del ejército revolucionario que llevan las firmas de Aparicio Saravia y el coronel Gregorio Lamas”. Todos estos documentos fueron encontrados en el Tupí Nambá y esta la causa de la detención del propietario.

Por supuesto que esta medida fue aprovechada por San Román para volverla a su favor. Al efecto el día de su liberación “los miles de adeptos, consumidores y admiradores de su néctar lo condujeron en triunfo como el pueblo romano acostumbraba llevar a los triunfadores de los combates”... Y agregaba el periodista: “La prisión del popular cafetero es un hecho que liga el nombre de San Román a la historia de nuestras contiendas civiles. Dad paso al Rey de los Cafeteros que entra al templo de la historia ciñendo una corona de inmarcesible gloria”. Tal los dichos de La Mosca, julio de 1904.

En el año 1912 la prensa daba cuenta de la reapertura del café luego de una profunda renovación. Se había ampliado el local hasta llegar a la esquina con la calle Juncal, por lo que tenía ventanas y entrada también por la plaza Independencia. A la par que se le daba un nuevo aire al local con espejos, cuadros y detalles en la decoración. “Una fuerte brisa de modernización ha pasado sobre él y lo ha transformado totalmente”, decía la prensa. “Del antiguo café no queda más que el local, todo lo demás es nuevo y magnífico. Nada de lo que hemos visto en la capital argentina o brasileña puede igualarlo porque es único en esta parte del continente sudamericano. El principal salón fue decorado en estilo Imperio y domina el “palo guinda” dando al salón un interesante tono rosa”, tal cual la encendida pluma del periodista de La Razón del 12 de abril de dicho año.
El éxito creciente del Tupí Nambá bajo la sabia administración y entusiasmo de Don Francisco, socio e hijos contrastaba con la lenta decadencia del Al Polo Bamba de su hermano Severino. Años atrás se había trasladado a la acera norte de la Plaza Independencia, lo que no había logrado revertir su escaso rendimiento comercial. El problema no estaba en la clientela, que seguía siendo numerosa sino en la actitud de Severino que se sentía orgulloso del sesgo de peñas y tertulias que había ganado su establecimiento, permitiéndole alternar con poetas, escritores y dramaturgos como ya se ha visto. Que se quedaban mucho pero consumían poco.
Severino, apremiado por el desalojo y sin familia que lo secundara ni ánimo para seguir luchando, terminó por cerrar el café dedicándose al entorno familiar y una modesta pero tranquila vida de rentista. En cierto modo pasó a vivir de recuerdos.

Mientras que Francisco, hacia el año 1926, con su blanca cabellera de aire venerable, continuaba con su elegante café como centro de la vida social montevideana.

El cronista de la revista Todo del 22 de junio, bajo el apodo de Boul´Vardier, recordó que se trataba del Rey del café señalando que: “Es una herejía pasar por la Plaza Independencia y no entrar en el Tupinambá. Allí hallareís una de las glorias más puras de nuestro tiempo. Y en San Román el más típico dueño de café del orbe. Gentes de todas partes del mundo al pasar por Montevideo van a rendirle homenaje.
Algún día su gloria será oficializada y pasará a ser motivo de orgullo nacional. Y tal ve le levanten una estatua, que por otra parte merece más que otros que ya la tienen.Ha sabido ser un virtuoso de su arte, es un Kubelick de la cafetera. Yo venero su blanca melena como la del más encumbrado artista del universo. Y que conste que no le debo ni un miserable cafecito”.

Todo en el encendido tono almibarado y grandilocuente de adjetivos propio de la época.
Esta efervecencia llevó a que Francisco San Román, en el pináculo de su fama y espíritu comercial, resolviera emprender la aventura más grande de su vida. Y que no contento con su lujoso y concurrido salón frente al teatro Solís y a la Plaza Independencia decidiera conquistar el centro y apuntar a una clientela más heterogénea y cosmopolita.

El centro de la ciudad que ya se había extendido hacia el este por la avenida 18 de Julio. Precisamente entre Río Branco y Julio Herrera en la acera norte abrió una sucursal que merecería el apodo de Palacio de oriente tal el lujo y la magnificencia de su ornamentación. Tema al que le dedicaremos un capítulo.
El año 1927 marcó otro jalón en su trayectoria como cafetero al par que se recordaba el 38 aniversario de la apertura del primitivo Tupí.
El diario El Plata del 7 de mayo dedicó un largo artículo de casi media página a recordar su trayectoria.
Ese mismo año don Francisco recibió la distinción de ser invitado al Congreso y Exposición del Café que se llevaría a cabo en el Palacio de la Industria de San Pablo. Dicho congreso, pensado en homenaje al segundo siglo de haberse iniciado la plantación de café en Brasil estaba organizado por los industriales y productores de café, que invitaron en forma especial a Francisco San Román, a quien consideraban uno de los grandes propagandistas del café brasileño en nuestro medio.

Como buen hombre de empresa don Francisco no dejó pasar la oportunidad, no solo de concurrir al Congreso sino también la de publicar un pequeño libro en el que recopilaba los artículos más enjundiosos sobre su persona y la trayectoria de su café (del que poseemos un ejemplar en nuestro archivo).
En el año 1932, más precisamente el 21 de febrero, se produjo el fallecimiento de Francisco San Román. La prensa aprovechó la ocasión para rendirle homenaje y dar el réquiem a la familia. Algunos articulistas trazaron un panorama de su trayectoria desde su llegada al Uruguay hasta la apertura de sus negocios. Se transcribieron condolencias de varias instituciones, entre ellas de la República de la Parva Domus, que lo tuvo por uno de sus miembros.

Sus dos cafés, sus dos obras maestras, continuaron la marcha. Sin su atenta presencia permanecieron algunos años más. Pero ya no era lo mismo y además la situación del país había cambiado. Faltaba la presencia estelar de su propietario, su dedicación y su don de gentes.
El fabuloso Tupí nuevo sobre la calle 18 de Julio cerró sus puertas en el año 1951 mientras que el que daba sobre la calle Buenos Aires siguió todavía por unos años más. La clientela se negaba al cierre y luchó a brazo partido para mantenerlo abierto.

La revista Mundo Uruguayo en su ejemplar del 1º de enero de 1959 lo anunciaba en grandes letras: “EL TUPI NAMBA corre peligro de convertirse simplemente en un recuerdo”.
La Tribuna Popular, de su parte, presentó un artículo evocativo firmado por el cronista de espectáculos, Enrique Crosa. Alertaba de lo alarmante de la situación; pero el predio había sido comprado por una empresa constructora que pretendía construir un edificio de altura con los nombres de edificios Tupí y Ciudadela.
La suerte de 70 años de vida montevideana estaba echada.

 

 

LIBRERÍA- CAFÉ ESCARAMUZA


Los amantes de la lectura bien sabemos que un buen libro se disfruta mejor si lo acompañamos del cálido y arábico aroma de un café. Y que un buen café nos anima y ayuda a concentrarnos en la lectura o en la búsqueda de inspiración cuando tenemos una hoja en blanco frente a nosotros. Sentados en la mesa de una cafetería, ya sea en solitario o con un grupo de amigos o contertulios, surgen las ideas, se avivan las discusiones y se prolongan las sobremesas. Entonces los temas adquieren vida propia y podrán despertar en un universo de letras, propias o ajenas. Porque los libros y el café, el café y los libros, binomio casi perfecto, forman parte de un ecosistema que lleva a la creación artística o literaria. Y, por qué no, al mejoramiento de las relaciones humanas y la formulación de los proyectos.


Por lo que han existido -y seguirán existiendo- los llamados cafés literarios. Algunos que forman parte del patrimonio de la humanidad, como el Florian, frente a la plaza San Marcos de Venecia, el más antiguo que sigue funcionando en la actualidad pues sus puertas se abrieron en el año 1730, cuando Montevideo no se había fundado todavía (y donde tuve el honor de saborear un café al tiempo que leía sobre la historia de la ciudad ducal). Y otros reductos famosos como el A Bandeira en Lisboa, el Gijon en Madrid, el Greco en Roma, el Odeón en Zurich, el Central en Viena, y Le Procope en París, donde solían reunirse Voltaire, Robespierre y Rousseau. Sin olvidarnos el Café des Editors en París ni del Deux Magots ni del Fiore donde se reunían los existencialistas en pleno barrio Latino.

También podemos recordar el Literaturnoye Kafe, famoso café literario de San Petersburgo, abierto desde el año 1812 y frecuentado por personalidades de las letras como Fiodor Dostoyevski, Mijaíl Lermontov e incluso Piotr Chaikovsky.
En Estados Unidos, el café Reggio de Nueva York es preferido de escritores como Jack Kerouac, símbolo de su generación. Y también por su representación en la pantalla grande durante la filmación de la película El Padrino.
El Río de la Plata también supo tener legendarios cafés literarios, en los que acostumbraban reunirse los intelectuales y bohemios vernáculos desde fines del siglo XIX y luego durante el Novecientos. Y a los que uno de sus frecuentadores, Alberto Zum Felde, calificaba como “intelectuales de café”. En Buenos Aires continúa abierto el histórico Tortoni ubicado en la Avenida de Mayo e inaugurado en el año 1858. Lugar de reunión de peñas de literatos y artistas entre los que recordamos a Alfonsina Storni, José Ortega y Gasset, Jorge Luis Borges y la uruguaya Juana de Ibarbourou. Y más actualmente el café La Poesía, lugar de encuentro de poetas y escritores.
Como vimos en capítulos anteriores Montevideo también supo tener grandes e históricos cafés que fueron núcleo de la vida social e intelectual, tales como el Moka, el Polo Bamba, el Tupí Nambá y el Británico por solo nombrar los más representativos de la primera época y otros más recientes como La Giralda, el Palace, el Ateneo y en especial el Sorocabana en sus distintas ubicaciones.


Hoy, en las primeras décadas del siglo XXI, asistimos a una época en la que la relación entre la literatura y el café se entremezcla en un vínculo distinto. Podríamos decir que más complementaria pero no por ello menos presente. La parte comercial ha tomado protagonismo y es por ello que surgen librerías que adjuntan cafeterías o cafés que se potencian con librerías. En algunos cafés o bares propiamente dichos se disponen anaqueles con libros para que el cliente pueda leerlos mientras realiza su consumición y saborea su bebida. Así lo entendieron y lo siguen entendiendo otros que han ido incorporando un papel más de simbiosis, uniéndose con otras actividades como la venta de libros, el deporte, las antigüedades, el coleccionismo e incluso la tenencia de animales. Si a esto le sumamos la necesidad de las librerías tradicionales de competir con la venta de libros a través de internet y con las grandes franquicias libreras, empiezan a proliferar con éxito los cafés librería. ¿Son librerías a las que se le añade el café, el té, el vino y los dulces o cafés a los que se añade el plus de librería? Hay de todo, pero el origen no importa tanto como el destino: cada vez más, estos locales son los nuevos lugares de encuentro entre autores y lectores o entre lectores y libros.

Propuesta original la de ESCARAMUZA, una librería anexa a un café o un típico café como lugar de encuentros con acompañamiento de librería, según por donde lo miremos. Pero de lo que no existe duda es que se trata de un polo de atracción para los lectores y para los encuentros.
Para conocer sobre su historia y desarrollo entrevistamos a sus cuatro titulares: dos libreros de ley, uno de cada orilla del Plata y un matrimonio de gastrónomos.

La historia de los cuatro, de su encuentro y de su englobamiento en un proyecto común corrobora la teoría de quienes piensan que cuando la gente tiene las valencias abiertas y sabe lo que quiere, termina por encontrarse.
Alejandro Lagazeta, montevideano, era un librero de amplia experiencia como titular de La Lupa, una librería sobre la recoleta calle Bacacay, donde lo conocí y conversé muchas veces con él. Al poco tiempo pasó a anexarle una editorial especializada para asesorar a los autores bajo el nombre de Criatura Editora. De su parte Pablo Braun, argentino, también con amplia experiencia en librería y en café, era y es titular de la Eterna Cadencia, que abrió en el año 2005 en el bonaerense barrio de La Recoleta. Para él las librerías deben estar enmarcadas en un espacio con “vida exterior”, cuantos más anexos tenga mejor, por lo que pensó en sumarle un café para retroalimentarse recíprocamente. Según sus palabras “Café con libros y libros con café, una mezcla perfecta”.
En el año 2011, con motivo de la Feria del Libro en Buenos Aires los hados se juntaron cuando Lagaseta trasladó a Buenos Aires para asistir a la feria y se presentó en Eterna Cadencia en busca de material. Apenas conocerse vislumbraron temas e intereses comunes. Retribuyendo la visita a Montevideo, ambos concordaron que le faltaba una librería en la que se conjugaran el disfrute del café con el placer de la lectura.
Concertada la idea había que encontrar un lugar adecuado. La búsqueda culminó, después de visitar decenas de locales, en una casa del Cordón, sobre la calle Pablo de María entre Canelones y Guaná, barrio recientemente reflotado para proyectos culturales. A cuatro cuadras de 18 de Julio y unas pocas más del Parque Rodó.
Nada mejor que una visita al local para encontrarnos con los cuatro titulares y sentarnos en una mesa frente a un café para comenzar la entrevista. Preferí llegar temprano para realizar una visita a nuestro gusto con el ojo atento y la mirada perdida, la mejor forma de captar el aire del lugar.

Tras un antiguo y coqueto zaguán, coronado por una lámpara de marcada personalidad, se encuentra la puerta de entrada. Desde el ingreso mismo la estética de Escaramuza nos apronta para vivir una experiencia particular. El piso es de mosaicos, el mostrador se baña con la luz de un antiguo y colorido vitraux, los salones donde las estanterías llenas de libros escalan de piso a techo. Al fondo aguarda el café, que también es restaurante.
Hay en la librería aroma a café y en la cafetería, libros. Nos lleva la impresión de que van en una comunión perfecta. En el espacio gastronómico resuena la literatura. Enormes letras cuelgan de la pared junto a enredaderas y máquinas de escribir. El escenario parece sacado de un libro que alguien abrió distraídamente. Un antiquísimo tomo de Ismael, de Eduardo Acevedo, se encuentra enmarcado y colgado en la pared. Hay collage de viejos libros. El libro es también arte. El libro parece ser, a veces, la excusa. Pero también hay letras y palabras flotando en el aire en la conversación de los comensales. Hay diálogo; en ocasiones, escaramuzas. El pizarrón, escrito a mano, anuncia el menú del día. Hoy toca cerdo con pasta de alubias, boniatos asados y verdes y para leer, El Silbido del Arquero, de Irene Vallejo.

Pero hay más. Escaramuza vive dentro de una casa con más de cien años de historia. En sus primeros tiempos sirvió de residencia para una familia montevideana de clase media acomodada y luego de una pareja de europeos que se enamoraron de Montevideo leyendo a Benedetti. En el fondo, donde alguna vez hubo una pajarera, hoy hay enredaderas y comensales. Las altas estufas a gas intentan protegen del frío otoñal a quienes se encuentran allí.
La impresión que tuvimos a la entrada se confirmó en una experiencia original y distinta. Un encuentro entre lo antiguo y lo nuevo. La casa centenaria, el libro de hojas amarillas estampado en la pared, la milenaria tradición del café y la tentadora propuesta de una mixtura tan muestra: tomar un café leyendo un libro.
Escaramuza librería-café fue fundada el 28 de mayo de 2016. Sus socios directores son Alejandro Lagazeta, Pablo Braun, Alejando Morales y Florencia Courrèges.

Como dijimos cuando Alejandro Lagazeta y Pablo Braun se conocieron entablaron una pronta amistad seguida del deseo de iniciar un proyecto conjunto. Fue el comienzo de la idea de Escaramuza. Mientras tanto los esposos Courrèges y Morales (que se conocieron en gastronomía), trabajaban en el restaurant La Huella de José Ignacio pero buscaban instalarse en Montevideo con su familia. Un día dieron con Lagazeta, quien buscaba personas para impulsar el proyecto gastronómico que iría de la mano de una librería. Se generó la química adecuada y se sumaron a la idea, pasando a ocuparse de la cafetería y restaurante.
Reunidos los cuatro la pregunta inicial fue, si para ellos, Escaramuza era una librería-cafetería o una cafetería-librería.
Legazeta respondió que no conciben separar ambos proyectos porque ambos se mueven en una política única de ejecutar las cosas. Y agrega: “Escaramuza es Escaramuza. No es una cosa ni la otra. Es algo extraño, porque se habla en un mismo lenguaje. Todos somos parte de Escaramuza. Es difícil decir qué fue primero, porque empezaron juntos”. Y agregan “Puede decirse que es un proyecto librero de libreros que tienen una esencia bolichera y que se juntaron con gastronómicos que también tienen esa esencia bolichera. Con Florencia veníamos del área del restaurante pero con una llegada al público no tan formal, sino apoyada en una experiencia emocional. Cuando nos unimos los cuatro logramos manejar toda la experiencia con una uniformidad de criterios”.
Y, por otra parte, quisieron crear desde un principio un lugar con fuerte identidad, con la intención de dotar tanto a la librería como del café de un movimiento extra a través de cursos y actividades culturales. Para extender y recibir la experiencia de dar el mejor café y la mejor curaduría de libros.
La segunda pregunta la orientamos al nombre, que muchas veces define el espíritu y la finalidad de un comercio o una persona: Escaramuza significa una riña verbal de poca importancia.

¿Por qué eligieron el nombre Escaramuza, que significa una riña verbal de poca importancia?

Florencia respondió que lo pensaron desde el punto de vista cultural, de que moviera la gente y la gastronomía. Y que además tiene una musicalidad muy linda, independientemente de su significado. Además, hay ciertos componentes de la sociedad que usan esta palabra, sobre todo generaciones más mayores.
Para el librero Pablo Braun, quien recordó una referencia escuchada en un recital del Canario Luna en Buenos Aires, “una Escaramuza es una forma de hacer ruido, de hacer que las cosas pasen y eso es precisamente lo que quieren hacer, que la gente venga, lea, hable y salga de una suerte de letargo”.
La tercera interrogante, respecto a la impronta que pretendían darle a la cafetería, el papel que juega el café en esta historia, la respondió Alejandro Morales en base a su experiencia: “Cuando abrió Escaramuza estábamos en el fenómeno de la tercera ola: el café de especialidad. Esto está relacionado con la forma de cosechar, comercializar y perfeccionar el café a través del uso de máquinas. En el ambiente de la gastronomía sucedían por entonces tres revoluciones: la de la cerveza artesanal, la del pan de masa madre y la del café de especialidad. Por lo tanto, cuando empezamos a planificar el café que íbamos a ofrecer, sabíamos de antemano que sería con café de especialidad. Trabamos contacto con Álvaro Planzo de Montevideo Rosters (hoy Culto) que traía y elaboraba café de especialidad. Tomamos además la decisión estética de mantener la especial elaboración técnica del café, presentándolo en un código reconocible a nivel local desde la vajilla al menú. Sin nombres que sonaran raros y utilizando pocillos reconocibles. Si bien hay locales que utilizan vajilla y denominación especial para el café de especialidad nosotros elegimos servirlo en un guiño muy montevideano sin impostar nuestro estilo”.
Esta definición le dio carácter a la cafetería desde lo gastronómico porque la magia debe comenzar desde que la gente llega. Y señala “Hay un maridaje increíble entre el libro y el café. Porque este reúne dos condiciones interesantes: es espirituoso, ya que despierta el espíritu y aleja el sueño y al mismo tiempo representa un lugar de inspiración y de movimiento”.
Legazeta señala que su preocupación por ofrecer el lugar como un centro de encuentro y conversación, tanto de temas personales como de los problemas que ocurren en el mundo. Lo habilitamos de esa forma y por eso pensamos los espacios de los lugares de esa manera. Que sea para juntarse y conversar”.
Fernanda señaló al respecto que “personalmente le gusta hacer un paralelismo entre el presente y la época de nuestros abuelos con relación a los bares. Los cafés de ahora tienen que ser lugares de encuentro y conversación, costumbre que de alguna manera han ido perdiendo los cafés y bares, aunque en el fondo es lo mismo: es el juntarse, el ir a discutir, a pensar, hablar y avanzar.
Además de tener una librería y una cafetería, Escaramuza también es muy activa a nivel cultural porque ofrecen talleres diferentes: idioma ruso, lettering, ilustración, etc. y cuentan con una página web donde escriben escritores nacionales e internacionales.
La preocupación por la cultura deviene tanto desde el campo del libro como desde la gastronomía y las actividades. La página web también trabaja a escala internacional y nacional con escritores que escriben permanentemente, y con. libreros de todas partes del mundo que recomiendan nuevas lecturas.
La despedida tras el café fue coronada por una inolvidable tarta de frutos rojos.

CUATRO CAFÉS EN EL RECUERDO

A lo largo de nuestra vida los montevideanos generalmente adoptamos, según el barrio en que se vive o las vinculaciones del trabajo o de las amistades que se tienen, entre tres o cuatro lugares de encuentro que van variando según cambien las situaciones o circunstancias. Uno de nuestros informantes, que ha realizado varias actividades a lo largo de su vida, desgranó sus recuerdos de juventud citando algunos cafés que lo tuvieron de cliente. Entre ellos y con especial énfasis en El Mundial, que quedaba en la recova de la Plaza Independencia, pegado a lo que era entonces el edificio de IBM. Para entrar había que subir tres escalones que daban acceso a un salón más bien oscuro con mesas de mármol y sillas vienesas. Un poco más atrás, al final del salón, tras de una puerta de vaivén de dos hojas, estaba lo más interesante, un salón más pequeño y más oscuro al que solo accedían los clientes habituales y de confianza. Había que animarse a pasar el umbral del que se entreveía una nube de humo de rancio olor a tabaco. De allí se escuchaba como de contrapunto el permanente sonido de las fichas de dominó, tan nítido que se imponía sobre las voces de los reunidos alrededor de una mesa de juego ubicada en un rincón del fondo donde las cartas de póker o las españolas del gofo (juego cuyo nombre deriva del golfo español) propiciaban grandes tenidas en las que se jugaba por dinero. Uno de los mozos, Juvenal Medina, actuaba como filtro para permitir o no el acceso a la zona reservada, pues tenía amplio conocimiento de la clientela. Con el visto bueno de los propietarios, tenía autoridad para seleccionar quienes accedían a la zona reservada, evitando clientes problemáticos, desagradables o con antecedentes de inconducta en las actividades secundarias del café. Juvenal también se desempeñaba como árbitro de básquetbol, lo que le daba un carácter de autoridad, temple y firmeza, necesarios para un buen desempeño como cancerbero del Café Mundial. Terminó sus días en la Ciudad de Minas, desempeñándose como entrenador de uno de los principales equipos de la capital serrana.

Nuestro amigo también recordó de aquellos tiempos de su primer trabajo otro café y bar que abría sus puertas en la esquina de 18 de Julio y la antigua calle Olimar. 
No recuerda su nombre con exactitud, por lo que aventura el nombre del establecimiento como Café Sport. Si la memoria no le es fiel  sí que tiene presente el nombre de Pedro, el único mozo de servicio externo, que atendía a tiempo completo los pedidos del personal de las emisoras de radio que por entonces se agrupaban en el entorno: en los pisos superiores del edificio estaban las oficinas de CX 14 El Espectador y CX 18 Radio Sport, mientras que en la esquina de enfrente se encontraba CX 12 Radio Oriental, (Ex Westinghouse) y pegada CX 36 Radio Centenario. Por supuesto que todos los personajes de la radiofonía de aquellos tiempos, verdadera época de oro, como Víctor Semino, Peloduro, Roberto Barry, Jebele Sand, Alfredo Zitarrosa y tantos otros tenían gran aprecio y simpatía por Pedro porque de él dependía el suministro en hora y en la temperatura justa del cálido brebaje que aclaraba sus gargantas en los intervalos de sus programas.

Con el tiempo, en la década de los 80 poco más o poco menos, ambos edificios fueron demolidos, lo que llevó a que las emisoras se trasladaran a otras ubicaciones. Más abajo, hacia la calle Colonia se encontraba CX10, Radio Ariel.
Pedro, el mozo, así a secas,  era tan popular que en cualquier fotografía que se tomase en las cercanías de las emisoras, fuese con sol, lluvia o viento, en cualquiera de las cuatro estaciones, aparecería su imagen con la infaltable bandeja que llevada con gran equilibrio y pericia, cargada de cafés, cortados y medias lunas. Es que Pedro formaba parte del paisaje. Muy oportunos los recuerdos de mi amigo, precisamente este año en que en noviembre se cumplirá el centenario de la primera emisión de radiotelefonía en el país, la radio Paradizábal.

Entrados un poco más en confianza Edison pasó a recordar un nuevo café, esta vez el Caracoa, que era -y es todavía- un típico café de barrio ubicado en General Flores y Ceibal. Sobre la avenida exhibe una única vidriera que oficiaba de kiosco de venta de cigarrillos y quiniela mientras que por Ceibal se extendía a lo largo de tres grandes ventanales. Mostrador convencional hasta la mitad y taburetes giratorios fijos al piso en el resto y las mesas asomadas a las ventanas. Por los años 60 lo distinguía algo no era muy común: estaba abierto las 24 horas. Por cuya razón la clientela era bastante heterogénea. Luego de las arduas sesiones en el Parlamento recalaban allí algunos taquígrafos del Palacio Legislativo, para quienes, en horas de la madrugada, funcionaba como restaurante de minutas. Venían elegantemente vestidos por lo que se los diferenciaba de los murguistas que salían de sus ensayos en el Goes y las chicas de mala vida, sentadas al fondo, del lupanar de Ceibal y Marcelino Sosa. Durante el día tenía ilustres visitantes como Carlos Soto y el futbolista Roberto Matosas, pero durante la noche era cita obligada de decenas de taxistas que acortaban las noches frías con una café caliente preparado por uno de sus propietarios, padre del memorioso que nos acerca estos datos.

Para el final nos reservaba datos del Boston, el gran café ubicado sobre la calle Andes, frente al edificio del viejo Estudio Auditorio del SODRE. Tenía un amplio ventanal a la calle y las mesas que daban sobre la pared sur, hacia la calle Mercedes, servían para jugadores de generala y mas al fondo dos excelentes mesas de billar, una de casin y otra de carambola. En cambio del otro lado algunos flippers tragamonedas cerca de la entrada atraían, podemos decir que insólitamente, a músicos que recalaban después de ensayos o representaciones. Era normal ver a un Prentki o Leon Biriotti que, al final de un ensayo o un concierto, dejaban sus instrumentos sobre una mesa y se dedicaban a aporrear los flippers… Otros parroquianos, con “Noms de Guerre” muy conocidos en la noche montevideana lo eran “El Madrileño” o el “Caco”.
Las mesas de billar, además de los habituales amateurs, cada tanto servían de escenario para veladas de campeonato y consiguientes apuestas, donde competían profesionales como Navarrita, Monestier o Di Fabio que combinaban su habilidad en el paño verde con el verde de las canchas de fútbol, defendiendo a Nacional. No faltaban bailarines del elenco estable, maquilladores, locutores de CX6 la radio del Sodre y algún director de orquesta como Emilio Martini o Jacques Bodmer.

 

EL SITYES

Hacia 1860, o tal vez desde antes, hacia el oeste de Montevideo existía un típico negocio de pulpería ubicado en el cruce del camino que llevaba hasta la barra del Santa Lucía (localidad del mismo nombre, actualmente Santiago Vázquez) y el sinuoso camino hacia las chacras cercanas, en dirección al Rincón del Cerro. Hoy en día hablamos del cruce de la Avenida Luis Batlle Berres y el camino Tomkinson. Con los años el lugar se pobló y pasó a ser llamado Paso de la Arena y hoy es uno de los tantos barrios de la ciudad. La nombrada pulpería, típico negocio de tiempos pasados, comprendía un almacén de ramos generales donde se vendía de todo un poco y tenía a un costado un sector para bebidas, donde se reunían los vecinos y pasajeros para descansar y/o reponerse de las horas de trabajo.

Un negocio típicamente rural cuya apariencia conocemos gracias a un dibujo coloreado que afortunadamente se conserva y que muestra la construcción al frente pintada a la cal y otras más precarias hacia atrás. Así fue pasando el tiempo hasta que en el año 1921 el local fue alquilado por un inmigrante español, don Félix Sityes, barcelonés por más datos, oriundo de la ciudad de Sitges. Seguramente su lugar de procedencia fue confundido con el apellido por algún empleado del registro civil que lo convirtió en Sityes. Precisamente el nombre con el que continuó el negocio dándole mayor giro al sector del bar, aunque sin descuidar la parte de almacén para atender a la barriada. Desde entonces el bar, hasta el día de hoy, el negocio ha permanecido en manos de la familia Sityes, encontrándose ya en la tercera generación, propiedad de los hermanos Héctor y María Dolores Sityes. Aunque lo trabaja el primero la hermana está al tanto del negocio y participó activamente de la entrevista.

Para conocer sobre la familia y la trayectoria del negocio a través de un siglo entrevistamos a Mercedes Sityes, sobrina de don Félix, con sus lúcidos 98 años, que vive en Parque del Plata y aportó datos de gran interés sobre la evolución del barrio, luego a Carlos y Cristina García Sityes, sus sobrinos nietos y finalmente a los actuales propietarios, los hermanos Héctor y María Dolores Sityes, nietos del fundador.

Después del fallecimiento de don Félix el negocio pasó en propiedad a sus cinco hijos (tres mujeres y dos varones) hasta que en 1953 los varones compraron la parte a sus hermanas, quedando como únicos dueños. La primera medida que tomaron fue la de suprimir la parte de almacén para quedar solo con el bar.

La situación había cambiado y en la zona rural de pasaje y cultivo habían comenzado a funcionar algunas fábricas y comercios para atender la comunidad que crecía. El bar comenzó a despegar, a convertirse en punto de reunión en el barrio. La clientela permanecía hasta altas horas de la noche entre copas y juegos de cartas, recordando las tenidas de competencias de taba (un hueso vacuno plano de ambos lados que se lanzaba al aire para ver de que lado caía) que duraban horas hasta declarar un ganador. Gran parte de la clientela la constituían los chacareros que llevaban cosechas de verduras u otras veces de pasto para forraje, y paraban de pasada para tomar una copa (caña, grapa o vino). Y una vez que terminaban la jornada de trabajo solían regresar para continuar la charla o el juego a las cartas, ahora sin horario de finalización. Precisamente esa década, la del 50, coincidió con un excelente momento del país.

Era la época en que los dueños del Sityes debían madrugar para preparar desayunos a los obreros pasaban de apuro a tomar un café o un cortado y comer refuerzos de salame, mortadela o queso de cerdo antes de ingresar al trabajo. Semejante bonanza, recuerda Héctor, llevó a que abrieran otros bares en la zona. Algunos de ellos como el Añon (de propietarios españoles) o el Payasín cerraron las puertas en los últimos tiempos. Siguiendo el tiempo Héctor y María Dolores recuerdan que hasta la década de 1970 los ómnibus de Cutcsa eran los únicos que llegaban hasta el barrio. La terminal de Paso de la Arena quedaba justo en diagonal con el bar, por lo que los pasajeros, en tiempos en que había un lapso grande entre los servicios, solían esperar en el local y consumir algo en el intervalo, mientras que lo mismo hacían los conductores y guardas hasta que llegara su turno. Otro aspecto de la zona era que se habían instalado numerosas industrias. Por camino Cibils en otros tiempos hubo tres o cuatro curtiembres, y establecimientos entre los que recuerda la tabacalera Monte Paz, una cartonería y el astillero de Combara. También fábricas de aceite y productores agrícolas y floricultores, en especial inmigrantes japoneses. Los obreros y también los administrativos solían pasar, antes o después de la jornada de trabajo, para tomarse una y luego otra, para luego proseguir con los comentarios y temas que se habían ventilado en el trabajo. En lo que respecta a los personajes y personalidades que han visitado el local, María Dolores recuerda especialmente a varios expresidentes, entre ellos a José Mujica, el popular Pepe, vecino de la zona y floricultor pero también a Luis Batlle Berres y luego a Jorge Batlle y también a Luis Alberto Lacalle; la explicación es sencilla, porque casi frente al local, por el camino Tomkinson, se ubica la Sociedad de Fomento Defensa Agraria , donde se celebraban reuniones y actos a los que se invitaban a las autoridades y a varios políticos. Terminado el acto la gente cruzaba hasta el Sityes para profundizar las charlas y plantear los problemas. En lo que respecta al aspecto del local muy poco ha cambiado desde el año 1950.

Las paredes son las originales y el techo de madera machimbrada se mantiene tal cual lo fue en un principio. Recién en los últimos tiempos se está reacondicionando la fachada. El agua potable recién llegó en el 1973 a la zona, por lo que hasta entonces no hubo baños en el interior del local, teniendo que arreglarse con una letrina ubicada del lado de afuera. Cuando vino el agua potable el municipio exigió la construcción de baños dentro del local y esa fue la principal reforma que se hizo hasta el momento. La llegada del agua también significó la clausura del aljibe que desde el año 1880 venía proveyendo al negocio y la familia. También han cambiado las costumbres y esta queja es general de los dueños de cafés y bares de barrio. Difícil resulta competir con los precios de otros negocios. Lo bueno sería reconvertir los locales, modernizarlos y volverlos más atractivos para la gente, pero esta medida tiene sus bemoles. Resulta complicado y no solo por cuestiones de dinero sino del gusto de las nuevas generaciones, en especial de la muchachada joven que prefiere comprar las bebidas en los autoservices o similares y reunirse en la esquina para beberlas con los amigos. Y como el Paso de la Arena representa una zona de bajos recursos no resulta viable la instalación de un negocio mas funcional como una cervecería o similar. Otra solución sería la de inclinarse por el lado gastronómico, instalando mesas para que la gente concurriera a almorzar o cenar en familia, pero también es complicado porque los clientes de siempre, los que suelen venir a tomar copas, muchas veces se pasan de la raya con las palabras y entran en decires no convenientes para la familia. En resumidas cuentas, Héctor y María han resuelto conservar la esencia del lugar, manteniéndolo como bar de copas, mientras puedan. Mientras les de el cuero y la vida.

 

EL BAR AROCENA


En la esquina de la Avenida Arocena y la calle Carlos Federico Sáez, pleno corazón de Carrasco, desde el año 1929 abre sus puertas el café y bar Arocena. Fecha cierta consultada en la oficina de Catastro, teniendo en cuenta que el permiso de construcción del edificio de dos pisos data de ese año y que uno de los locales fue destinado desde el principio a este rubro.
Por entonces se vivía una etapa de expansión del barrio. El gran hotel se había inaugurado en el año 1921 poniendo broche a un reducto residencial al estilo europeo que propiciaba las temporadas balnearias pero el casino le ponía un acento más mundano. También era la época de las grandes fiestas, carnavales mediante, en los hoteles municipales del Parque Hotel y del Hotel Carrasco a donde tocaban orquestas de nivel mundial. Tangos y música tropical (Xavier Cugat con la impagable Abbe Lane) alternaban con los conciertos de música clásica y las temporadas de jazz. Parte de ese mundo y del público asistente la seguían después en algún boliche de las inmediaciones, en especial en el Arocena que no cerraba nunca, 24 horas de corrido.
Para conocer desde dentro su historia entrevistamos a José Luis Mallón, su actual propietario, hombre activo y comerciante de varios rubros. Después de la muerte de su padre en 2016, que había sido titular del negocio durante 42 años, quiso seguirlo un poco más hasta darle un buen destino y terminó seducido por el mostrador que le permitía utilizar sus conceptos de marketing para seguir dándole vida a este lugar emblemático.
Para rendir honor a su padre, don Roberto, por quien siente admiración nos remitió a un cuadro que descolgó de las paredes, en el que se encuentra enmarcado un artículo de periódico que ya empezó a amarillear. Se trata de la última página del diario El Observador y un excelente artículo escrito por Valentín Trujillo con el nombre de “Historia de un emigrante”. Se trta de uno de los cuadros intocables que adornan las paredes, como otros tantos que tienen prometidos no ser retirados jamás, aunque cambien de dueño. Resulta que Roberto Mallón es oriundo de Agualada una parroquia gallega cercana a Carballo, en Galicia. Una Galicia pobre por tiempos en que se declaró la Guerra Civil española de 1936 que pocas opciones prestaba a los jóvenes como él: o el sacerdocio o el trabajo en el campo. Ni lo uno ni lo otro sino el camino de la emigración para el que se le ofrecían dos destinos promisorios: La Habana o Montevideo. Complicaciones burocráticas lo trajeron a este lado del mundo, donde llegó en el año 1955 con poco más que sus efectos personales.
Desde entonces trabajó unos meses como “lavandín” en la parrillada La Cueva de la Unión, como mozo en un bar de Belvedere y después en un café de la Plaza Independencia, solo por la propina y un plato de comida. Luego escaló por varios establecimientos aprendiendo todos los puestos, desde pizzero, ayudante de cocina, y más adelante trabajó en un barco pesquero. En determinado momento se asoció con dos familias y tuvo una panadería en el Cerro que se fundió dos veces. Pero como a la mayoría de los gallegos, el temple y la persistencia fueron virtudes que le permitieron salir adelante. Soportando, incluso, algunos insultos a su condición de gallego, insultos a los que no hacía caso, apretaba los dientes y trabajaba más.
Años después de su llegada al Uruguay conoció a quien sería su socio y amigo de toda la vida, Jesús Boquete, también gallego, con quien entabló una entrañable amistad que perduró hasta su fallecimiento. Ambos resolvieron dar el salto y compraron una parte de ómnibus en CUTCSA, empezando a trabajar como chofer y guarda hasta el 1ro de agosto de 1974.
Fue entonces que decidieron dar el gran salto y compraron el Bar Arocena, a la sazón propiedad de José “Pepe” Oroz, también gallego y primo de Roberto. Por lo que recuerda y pudo investigar nuestro entrevistado el establecimiento había tenido varios dueños, uno entre ellos de apellido Loureiro y luego de los Duffau. Sobre la década de los 60 hubo otros dueños, según referencias, sobre los que no tiene pistas.
En el año 1974, cuando ambos amigos adquirieron la llave por buen precio, el Arocena era un típico bar de copas de clientela mayoritariamente masculina. Empezaron a trabajarlo las 24 horas, haciendo cada uno un turno de 12 horas cada uno, para ampliar la clientela que era distinta de día que de noche.
Recuerda que en la década de 1980, tras el retorno a la democracia, se dio un nuevo período de explosión de bares y boliches a instancias de un auge en la vida nocturna. “El Arocena”, como también se le conoce, empezó a tener un crecimiento importante en cuanto a la movida de la noche no solo por la clientela del cercano hotel Carrasco sino de los jovenes que acostumbraban terminar sus madrugadas con desayunos.
Las anécdotas ilustran los hechos. Una para reflejar el movimiento y el nivel de ventas que tenía el bar por esos años, se dio cuando Fábricas Nacionales de Cerveza (FNC) organizó una competencia entre establecimientos para ver quién vendía más cervezas en un mes, y el Arocena consiguió el segundo puesto.
Por entonces, época de gran movimiento del bar, a veces hasta se formaban tres filas de personas a lo largo del mostrador en espera de atendidas. Es que el Arocena cerraba solo el 1ro de mayo, mientras que los días 24 y 31 de diciembre bajaban las cortinas sobre las 22 horas para volverlas a levantar el 25 y el 1ro de enero sobre las 3 de la mañana por lo que tenían que dejar libre el mostrador para permitían la entrada a la clientela. Normalmente se generaba tumulto de gente bebiendo y festejando en la calle, hasta que empezaban a volar algunos botellados en medio de una trifulca; desde entonces Roberto y Jesús decidieron no abrir más en las fiestas navideñas y de año nuevo. Otra referencia interesante era la de que su padre, como todo bolichero que se preciara de tal, además de regentear el local debía oficiar de psicólogo, confesor o aplicador de algún correctivo a alguno de los jóvenes que lo escuchaban con atención y seguían sus consejos.
Hasta no hace mucho tiempo, en tiempos en que no existían internet ni Por otra parte, en momentos donde no existía internet ni la conectividad de hoy en día, el bar funcionaba prácticamente como una oficina de servicios. Allí paraban los jardineros, sanitarios, electricistas, los técnicos de Antel, no solo comían sino que se quedaban esperando que la gente del barrio se comunicara con ellos. Era habitual que los clientes llamaran por teléfono al bar y preguntaran por alguno que necesitaran. Y también los recomendaban unos vecinos a otros.
Con su horario de  24 horas el bar Arocena tuvo estrecha relación con la vida del Casino Carrasco, tanto de los empleados que tenían allí su lugar de reunión como de los jugadores empedernidos y aún de los ocasionales, que solían tomarse una copa antes o después. Pero también se tejieron anécdotas de gente que lo perdió todo, y terminaba en el bar pidiendo dinero prestado para un taxi que los llevara a la casa o, por el contrario, gente que ganó fortunas y dejaba increíbles propinas.
Asimismo el bar fue testigo de la vez que hubo que suspender un sorteo del Cinco de Oro, producto de una confusión. El caso es que dos mozos del bar habían jugado a números parecidos a los ganadores, pero habían perdido la boleta, en tiempos en que el recibo de papel era el único comprobante. Y como cerca de allí una señora había ganado y cobrado el premio, los mozos creyeron que la vecina había encontrado su boleta. La situación motivó llamadas de clientes y vecinos al bar, unos a favor de la señora y otros de los mozos. Al final quedó en la nada.
Un elemento característico, que forma parte de la mejor tradición del anecdotario del bar es el árbol que se ubica al frente. Árbol que en décadas pasadas sirvió para atar los caballos en que llegaban algunos de los clientes que practicaban el deporte hípico en las inmediaciones. Y que una madrugada de años atrás fue bautizado ni más ni menos que con el nombre de “Pablo Bengoechea”. Iniciativa de algunos clientes aurinegros pasados de copas y eufóricos con motivo del segundo quinquenio de Peñarol (entre los años 1993 y 1997). Si bien la temática futbolera es de orden en el ambiente bolichero -de hecho hay varios escudos de cuadros de basketball y fútbol decorando las paredes- tanto su padre como el socio establecieron desde el principio una regla que se sigue cumpliendo hasta el día de hoy: en el bar no se cuelga nada de Nacional ni de Peñarol.
Tras la muerte de su padre y al año siguiente de Jesús Boquete, el socio José Luis decidió hacerse cargo del bar, a pesar de que nunca había trabajado en el rubro y su vida profesional marchaba por otras áreas.

Momento de aggiornarse

Cuando José Luis Mellón se hizo cargo del local en el año 2016 era prácticamente desconocido para la mayoría de los empleados y clientes. Su idea original no era quedarse mucho tiempo pero terminó atrapado por su espíritu: “el Arocena tiene una especie de encanto que te termina por conquistar, es un bar muy noble”. Poco a poco fue dedicándole más tiempo y hoy es su actividad principal. Al punto que hoy es su único propietario.
Lo primero que advirtió es que ya había pasado la época de los bares de copas como tales.  Por lo menos en el barrio, ya no eran lo que la sociedad buscaba. Por ese motivo comenzó una doble tarea: por un lado desde el marketing, haciendo valer los años de historia que tiene el bar y por otro a encarar importantes reformas en el local para ampliar la capacidad del público.
La gran medida fue techar parte del exterior hacia la vereda no solo para agrandar el salon y sino para protegerlo los días de lluvia. Luego del inicio de la pandemia, el deck en la vereda permitió atender a aquellos clientes que no querían estar en espacios cerrados.
También mantuvo el mostrador, aunque lo hizo revestir en madera. Y un orgullo de la casa, la enorme y antigua heladera revestida en acero inoxidable que funciona detrás de la barra, a fuerza de realizar un mantenimiento periódico de los motores.

El chivito y la historia

Detrás del mostrador un cartel llama la atención: “Bienvenido al histórico Bar Arocena. El mejor chivito de Montevideo”.
El popular chivito tiene en el Arocena una larga tradición que proviene desde décadas atrás, en que seguía siendo un bar de copas. El chivito le dio tanta fama que le permitió crecer gracias a su receta, la que permanece incambiada desde los inicios y hace que al día de hoy se sigan vendiendo cientos por día.
Esta es una de las razones por las que, a diferencia de la mayoría de los bares y boliches que no logran sobrevivir al paso del tiempo y no encuentran nuevas formas de explotar del negocio más allá de las copas, el Arocena logró encontrar una veta de crecimiento por el lado gastronómico.
Al igual que su padre, ferviente partidario del chivito, José entiende que debe servirse solo, sin acompañamientos. De hecho en una de las tantas entrevistas que se le hizo a su padre le preguntaron
¿cual es el mejor acompañamiento de un chivito? A lo que respondió, simplemente: otro chivito.
Agregarle papas al chivito del Arocena sería matar un poco de su historia. Porque la historia es algo que no puede comprar. Simplemente se gana con años de trabajo y buen servicio. Prueba de ello es lo que ocurrió con un cliente que vino desde Argentina cuando José Luis recién tomaba las riendas del bar. El cliente le contó que durante su juventud en los viajes a Uruguay, tenía la costumbre de pasar por allí a comer un chivito. Y que hacía muchos años que, por distintas razones, no había podido volver. Y fue tal su emoción al morder el chivito nuevamente que se largó a llorar por la emoción diciendo: “acabo de volver a mi adolescencia, a una época hermosa de mi vida”, porque asociaba el sabor del chivito y el lugar del Arocena a su historia personal.
Hablando de los clientes famosos que habían pasado por el Arocena -todos los cafés y bares atesoran sus propias historias asociadas a personajes y clientes que los visitaron- recuerda que uno de los guitarristas de apoyo de los Rolling Stones pasó por el bar y compró decenas de chivitos para llevarse al hotel, cuando vinieron a Uruguay hace algunos años.
Otros artistas y personalidades que han pasado por sus mesas son Fito Paez después de sus actuaciones y China Zorrilla, quien solía desayunar y charlar con algunos actores que la visitaban. También Carlos Ménem cuando fue Presidente o Lucas Prodan, un integrante de la banda Argentina Sumo.
Otra de las tradiciones del Arocena era que una vez por semana se organizaban comidas entre los parroquianos. Una de ellas la organizó el piloto “Gonchi” Rodríguez con sus amigos, antes de ir a la carrera donde finalmente perdería la vida. La foto de ese encuentro permanece en las paredes del local hasta el día de hoy en memoria del deportista.
Otro cliente y amigo del bar es el exfutbolista Ruben Sosa, también un fanático de la cocina. Sosa fue el que retomó la costumbre de realizar comidas una vez por semana “los lunes de Ruben Sosa”, como los llaman. Los clientes se instalan en la puerta del bar y un día hacen asado, otros pasta, mientras el bar les presta las sillas, cubiertos y platos. Y todo lo pagan al final pasando una colecta entre los asistentes.
Un atractivo extra para el cliente y el visitante es el recorrido por las paredes tapizadas de cuadros, banderines, fotografías y demás. Todo tiene un sentido y una historia atrás. De los viejos tiempos en que algunos parroquianos se juntaran para cazar mulitas en los jardines y descampados hay una foto que tiene una dedicatoria: “Recuerdo de los amigos del Café Arocena a Don Miguel Loureiro”, quien fuera uno de los pasados propietarios. Dicha foto, como muchas otras colgadas, responden a la promesa de que se mantendrían colgadas, cambiaran los dueños que cambiaran, hasta que el bar cerrara definitivamente.
Los dueños han ido pasando, a la vez que el bar no ha cerrado, manteniendo viva la promesa y conservando parte de la historia.
El espíritu emprendedor de José Luis lo ha llevado a intentar un nuevo emprendimiento abriendo una sucursal del bar Arocena en Punta del Este, en la esquina de la avenida Artigas y Lenzina.

 

 

CAFÉS OLVIDADOS DE ENTRE VIEJOS PAPELES


La feria de Tristán Narvaja ofrece oportunidades de hallazgos interesantes para quien sepa hurgar entre los puestos de libreros de viejo y casas de antigüedades. Pero también sabe premiar a los que demuestran constancia y la recorren domingo a domingo con la esperanza siempre en alto de encontrar algo diferente, una pieza única o un manuscrito revelador.Hasta que un día aparecieron unas hojas manuscritas de letra prolija y redondeada. Papeles desordenados, hojas sueltas desprendidas de un block, perfiladas con trazo rápido, al vuelo de la pluma.

Las primeras páginas fueron arrancadas por lo que no pudimos conocer el título y apenas adivinar el contenido. Tal vez hayan sido apuntes y notas de alguien que pensaba escribir sobre el tema o efectuar alguna recopilación. Algunas páginas faltan y otras estan rasgadas como si se hubiera tenido la intención de arrancarlas para hacer desaparecer el contenido. Tal vez de alguien que no le pudo dar el destino requerido y no quiso dejar rastros de sus búsquedas pasadas. Después de ordenado el contenido aparecieron los nombres de algunos cafés montevideanos de antaño. La mayoría nombres conocidos, sobre los que hemos escrito en capítulos anteriores. Pero también aparecen otros de los que apenas teníamos noticia. Entre ellos el café Sarandí, sobre la calle del mismo nombre, casi al cruce con la plaza Independencia. Que brillaba con auge y nutrida concurrencia hacia el Novecientos, uno de los énclaves preferidos por los intelectuales. Una de sus mesas estaba reservada para los contertulios del “Consistorio del Gay Saber”, grupo cultural del que era asiduo consecuente el escritor Horacio Quiroga durante su estadía en Montevideo.

Mientras que otro de los nombrados, el café Rodó, estaba ubicado en 18 de Julio y Defensa, (calle que luego recibió el nombre de Martín C. Martínez), muy cerca de la estación Cordón. Fue uno de los reductos donde se bailaba el tango y se organizaban concursos. El autor del manuscrito recuerda que en 1918, siendo un adolescente, había asistido a la presentación de la orquesta típica de Matteo Coppola, el día del debut de Orlando Romanelli. El café La Bolsa abría sus puertas en la esquina de Sarandí y Misiones sobre la acera norte. Precisamente en el mismo local donde antes había funcionado el Liropeya. Tenía un público de tipo dual: de día clientes de la banca y del comercio que concurrían a la Bolsa de Comercio y de noche se presentaban diversas orquestas. Llegó a tocar durante un tiempo una orquesta femenina dirigida por un grupo de chicas porteñas, cuya cantante se llamaba Aurora Rodríguez. El café abrió sus puertas a mediados de la década de 1930 y el propietario por entonces lo era el “gallego” Sánchez, un personaje harto locuaz que le gustaba sentarse en la mesa con los clientes y hasta invitarlos con la bebida en casos especiales. Pero, sin duda, la referencia más interesante estaba orientada al café Barruchi, ubicado en 18 de Julio y Olimar, punto de encuentro y testigo de sendos acontecimientos de la dictadura de Terra. Según referencias de Luis Hierro Gambardella, uno de los habitués del café, el propietario se llamaba Justino Barrucci y “era un joven de cabellos oscuros y vivía ensimismado atrás de sus gafas de carey, fumando sus cigarrillos Montevideo.” La clientela era preferentemente atendida por “Cándido y el Negro García”. Para luego resaltar la importancia del café, junto con el Montevideo, porque “constituyeron el cuartel general de un conjunto de generaciones independientes y rebeldes, que se unieron por el seguro común y conmovedor de la devoción a la memoria de Julio Grauert” Un hecho que identificó el lugar frente al café lo fue el acto que desarrollaron algunos ciudadanos, que de allí partieron hacia la carretera de Pando donde había caído el mencionado luchador para colocar una piedra esculpida por Bernabé Michelena.

El Barrichi convivió con la etapa civilista de Montevideo como “ardiente fogón de gente que luchaba, el Cuartel General de los inconformistas”. Allí se congregaron Justino Zabala Muñiz, Enrique Rodríguez e integrantes de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y de las Juventudes Libertarias. Por una nota al pie, el redactor del texto comentaba que en el año 1942 Justino Barrucci vendió el negocio para ingresar como empleado municipal. Especial énfasis le dedicó al café Taurino, el que tenía dos salidas, una por Bacacay y la otra por Juncal. Mala fama tenía de ser frecuentado por muchachos “calaveras” y algunos “caras pálidas” pero también por señores que iban a tomar un café después de tirarse una cana al aire en el Bajo o en los cabarets de las inmediaciones como el Colmao Sevilla. Continuando la lista menciona el café Armonía, en la rinconada de la Plaza Independencia, donde se congregaban periodistas de “La Razón” y cantores de Radio Nacional que se alojaban en el Palacio Salvo; La Cosechera, ubicado en 18 de Julio y Convención, El Sportman, en 18 de Julio y Ejido, que ocupaba la planta baja de la residencia de Joaquín Requena, el Novedades, ubicado frente al Edificio Municipal, en la calle 18 de Julio entre Ejido y Olimar (actual) Germán Barbato; el Boston, ubicado en la calle Andes entre Mercedes y Uruguay, que tenía una amplia clientela que salían del Teatro Urquiza; el Londres, en 18 de Julio y Arenal Grande, que ofrecía servicio de restaurant, billares y cubiletes; el Perroquet, frente al teatro Solís; era muy concurrido por los trabajadores del teatro; los Veteranos, ubicado en Andes, entre 18 y Colonia, era visitado por los simpatizantes de las carreras de caballos; el Dewar, ubicado al lado del cambio Messina; La Marina, en Pérez Castellanos y 25 de Agosto, actual Rambla R. D. Roosevelt; el Capertown, en Yatay y San Martín; el León de Caprera en la avenida Dr, Luis Alberto de Herrera y Burgues, El Alba, en Carlos María Ramírez y Luis Batlle Berres, el Dos Avenidas, en Gral. Flores y Luis A. De Herrera, de los primeros en no cerrar sus puertas, el Luna Park en la esquina de Mercedes y Andes, el Opera, que tenía entrada por Liniers y Juncal y el Uruguay, en 8 de Octubre y Pan de Azúcar. El manuscrito termina con una referencia a los Cafés Deportivos, con hojas arrancadas y otras poco legibles. El primero en figurar es el café Lito, ubicado en Agraciada y Santa Fé, en el barrio Arroyo Seco, perteneciente al comentarista radial “Lito” Semino, reducto de destacados deportistas. En este barrió nació Héctor Scarrone, en su época el mejor jugador del mundo. En el “Lito” se reunían, Uriarte, Villazú, Zingones, Capuccio, Scandroglio, Elizalde, Pedro Cea, campeón del mundo y tantos otros.

Le seguía la mención del café Trocadero, frente a la rambla Roosevelt y Solís, donde nació el Club Rampla Juniors (precisamente Rampla de Rambla), el Gambrinus donde se reunía la Liga Uruguaya y el Welcome, sede de las reuniones del club Atenas.

EL IBÉRICO

En la esquina de Agraciada y Tapes, intermedia entre los barrios Bella Vista y Arroyo Seco, abre sus puertas el bar Ibérico. Como tantos otros establecimientos del ramo, estuvo la mayor parte de sus 51 años de vida a cargo de un gallego, Manolo, su propietario hasta 2017. Pero debe haberse abierto décadas atrás por algún otro esforzado español cuyo apellido nadie recuerda; seguramente seguramente de ahí venga su nombre por cuanto era habitual que los inmigrantes llegados de Galicia -y otras regiones de España- con una mano atrás y otra adelante trabajaran en el rubro de café y bar. Traían la ilusión de contar con su propio establecimiento, empezando a trabajar desde abajo y luego de demostrar su laboriosidad y sacrificio pasaban a encargados hasta contar con el capital y la audacia necesarias para comprar algún establecimiento venido a menos y trabajarlo de sol a sol.
A diferencia de otros tantos cafés y bares de barrio, que no han podido mantenerse a flote, el Ibérico sigue vigente y con clientela renovada pero manteniendo también muchos de sus clientes originales.
El Ibérico, junto con otros dos cafés y bares de las inmediaciones, el Santa Fe (en General Luna 1155 esquina Agraciada) y el San Martín (en Agraciada 3038 esquina Grito de Asencio) son los tres que subsisten con vitalidad en esta zona populosa de movimiento comercial.
Para conocer sobre su trayectoria quisimos entrevistar dos puntas: de un lado a Javier Gómez, su propietario desde octubre del 2020 junto a su pareja y de otro a un vecino del barrio que lo frecuenta desde hace más de medio siglo.
Hasta donde pudimos rastrear entre recuerdos y papeles nos remontamos hasta el año 1970, más de 51 años.
El café y bar se encuentra en un punto estratégico, parada obligatoria de los obreros y trabajadores que residían en la zona oeste de la ciudad (Cerro, La Teja o Nuevo París) y trabajaban en el centro o en las barriadas de Arroyo Seco o Bella Vista, en cuyo entorno se encontraban grandes empresas como las Fábricas Nacionales de Cerveza, Conaprole, Ute y Samán. Los trabajadores acostumbraban pasar por el bar antes de sus turnos o al salir, a veces a desayunar o comer algún bocado y otras tantas a tomar algunas copas.
Pero también fue punto de encuentro de los vecinos del barrio y, más adelante, de los jóvenes que acostumbraban reunirse en sus mesas para la “previa” antes de ir a alguno de los numerosos boliches vecinos como La Factoría, el Coyote o El Tropy o incluso los más alejados hacia el Palacio Legislativo como La Casa de Anita o el Inter Bailable. Y, en caso que la noche se les hubiera hecho corta, después del baile volvían por el Ibérico para recomponerse con un capuccino. O en otros casos, para seguir de copas. Al respecto el vecino memorioso recuerda que el Ibérico, junto con Las Palmas de 18 y Gaboto, fueron los primeros en Montevideo en trabajar de corrido las 24 horas.
Respecto de las especialidades de la casa recuerdan algunas clásicas como la rosca con chicharrones, de las que llegaban a venderse 150 después de los bailes. También el vino suelto, y la venta de lechón y cordero a fin de año .
La clientela barrial es muy importante, agrega, porque la zona ha incorporado varios edificios como el Parque Zapicán con 800 apartamentos, ubicado muy cerca, en Joaquín Suárez y Agraciada, y otros edificios de apartamentos.
Nuevos clientes que se sumaron a la entrevista recuerdan haber comido allí sus primeras pizzas, de cuando Manolo les regalaba los recortes cuando pasaban camino a la escuela. Alguno comenta que de niño su padre solía llevarlo de acompañante, con la promesa de un refresco, para que la “patrona” no lo retara si se demoraba más de la cuenta.


Desde que Manolo vendió el negocio en el año 2017 hasta el 2020 en que lo tomó el actual, hubo una sucesión de dueños que duraron poco tiempo. Tal vez no lo hubieran administrado bien o también se debió a que el ambiente se había tornado algo indeseable, el local estaba venido a menos y se generaban problemas con los vecinos, por lo que muchos habían perdido el interés en frecuentarlo.
Providencial fue la llegada de Javier a fines del 2020, quien tuvo la virtud de renovar el ambiente, modernizar las instalaciones y devolverle el espíritu perdido.
Javier tiene 34 años y desde los 17 es bartender y da clases de coctelería. Durante un viaje por España, en Madrid y Barcelona junto con su esposa visitaron varios bares de tapas, decidiendo que al regreso a Montevideo tendrían un bar donde poner en práctica lo aprendido y poder brindar la vocación de servicio que los caracteriza. En los tiempos actuales el rubro de café y bar se ha vuelto complicado, hay que sentirlo y saber cómo trabajarlo, de lo contrario no funciona. Uno de los proyectos fue implementar un cambio en la carta, incluyendo el servicio de tapas tan típico en España.


Pero también apostaron por conservar la cocina tradicional, como las empanadas, la pizza y la comida de olla, para mantener la esencia y resignificar el sentido del bar tradicional.
Se renovó la estética exterior, las luces y se trabajó en un plan visual de imagen, cartelería y comunicación en las redes sociales.
Si bien los propietarios anteriores lo habían rebautizado como “Nuevo Ibérico”, decidió conservar el nombre original. Su trayectoria, su renovada presencia y buen servicio no hacía necesario agregados.
Con el sobrenombre publicitario de “El gigante de Agraciada” presenta en los últimos años una serie de modificaciones, incluso espectáculos musicales y actuaciones de stand up los fines de semana.

 

 

CAFETERO Y LITERATO



Siempre he sentido curiosidad por conocer más sobre la vida y personalidad de los hermanos Severino y Francisco San Román, cafeteros de ley, titulares de los dos cafés más emblemáticos que tuvo Montevideo, el POLO BAMBA y el TUPÍ NAMBÁ. Ambos negocios marcaron tope en la vida social y cultural montevideana de la Belle Époque, tiempo en que los cafés solían ser instituciones señeras y centros de reunión y de encuentro de la intelectualidad y la bohemia.
Poco sabemos de sus nacimientos y primeros años en la parroquia de Santa Eulalia de Camos, municipio de Nigrán, en la provincia gallega de Pontevedra. Deducimos que nacieron en los años 1851 y 1861 porque en sus respectivas partidas de defunción figuraban como de 90 años Severino y 71 Francisco. Por lo que Severino habría nacido en 1851 y su hermano menor en 1861. Se llevaban 10 años de diferencia.
Mucho y muy buenas plumas en época contemporánea y actualmente escribieron sobre ellos, en especial sobre sus cafés y sus respectivas clientelas.
Pero poco sabemos del motivo y la fecha de su arribo al Uruguay, ni si vinieron solos o encomendados al cuidado de algún pariente, como solía acontecer por entonces.
Lo cierto es que en 1885 la prensa daba cuenta de la apertura del café AL POLO BAMBA en el céntrico local esquina de las calles Colonia números 2,4,6 y 8 y Ciudadela número 112, propiedad de Severino y Francisco San Román. Ambos contaban con 34 y 24 años respectivamente por lo que queda la incógnita de donde trabajaron antes y aprendieron el rubro y lograron los contactos para abrir de buenas a primeras un negocio tan importante, bien atendido y bien surtido.
En 1889 sus caracteres y formas de atender el negocio separaron sus caminos, Severino quedó a cargo del POLO BAMBA  mientras que Francisco con toda pompa y boato abría las puertas del TUPÍ NAMBÁ, sobre la calle Buenos Aires y de frente al Teatro Solís. No fue tanto una separación sino que cada hermano tenía una forma diferente de encarar el negocio. Una gran diferencia en la personalidad los separaba, Severino era idealista, amigo de atender a los clientes y conversar con ellos olvidándose muchas veces de cobrar la consumición mientras que Francisco era más comerciante y positivo. Pero ambos hermanos y sus respectivos cafés, nucleando cada uno clientelas diferentes y partidarias acérrimas de sus respectivos lugares como el mejor, a los que priorizaban a capa y espada, siguieron siendo populares. La rivalidad entre las respectivas clientelas llegó al máximo cuando, como hemos visto en capítulos anteriores, Francisco fue coronado Rey de los Cafeteros y Severino nombrado Emperador.
La trayectoria del POLO BAMBA tuvo corta vida, tan solo 30 años rutilantes, del 1885 en que abrió las puertas hasta el año 1915 en que las cerró, tras el desalojo del local para construir un nuevo y moderno edificio sobre la Plaza Independencia, nuevo domicilio a donde se había mudado el café pocos años atrás. En la fecha del cierre Severino contaba con 64 años de edad y ya había cumplido su ciclo comercial por lo que no volvió al ruedo sino que se acogió a la jubilación y la vida tranquila, seguramente concurriendo a otro café como cliente para continuar con la nueva afición que había encarado en su vida, la de escribir obras de teatro.
En el POLO BAMBA, auténtico café de intelectuales y con pluralidad de tertulias de distintos intereses, se reunía la peña de escritores en la que descollaba el editor Orsini Bertani, que publicaba la mayoría de las obras de los autores del momento, peña a la que más tarde concurría Alberto Zum Felde, más conocido por Aurelio del Hebrón, en compañía de Ángel Falco, Paul Minelli y Alberto Lasplaces, fundadores de la revista Bohemia. Tal era el ambiente intelectual del POLO BAMBA que conoció su mejor florecimiento entre 1900 hasta el año 1910.
Severino era de los que se sentaba en las mesas para conversar con los clientes como uno más, descuidando muchas veces la atención y marcha del negocio. Decía discursos y a veces se paraba en las mesas para pronunciarlos con los aplausos y consiguiente gratuidad de las consumisiones. Sus temas eran políticos y sociales tanto como literarios pero de corte anarquista. Lo cierto es que, de tanto conversar e integrarse en las mesas de intelectuales y literatos, Severino se contagió con la fiebre de escribir. Le gustaba conversar con los actores e interesaba especialmente la dramaturgia, los largos discursos, los diálogos chispeantes y grandilocuentes, el recitar poesía o interpretar las actuaciones recientes de actores de éxito.
Fue por entonces que comenzaron sus inquietudes y aspiraciones literarias. Redactaba borradores y garabateaba manuscritos que entregaba a los contertulios aguardando con tiempo sus comentarios favorables. Cuando se avecinaba el cierre del café y la amenaza del desalojo fue cuando surgió con más fuerza su vocación por la pluma. Desde 1913 a 1922 escribió cuatro obras para teatro. Las mismas fueron registradas en la Biblioteca Nacional y publicadas por la imprenta de Sans y Martínez. No hemos podido averiguar si alguna de ellas llegó a ser representada en una sala teatral.
En 1913 apareció la primera bajo el título EL CHIMPANCÉ, HOY AMAPOLA, una Revista Social en 4 actos, definida como “una desaforada apología del estado de anarquía”. De alguna manera resultaría precursora porque rendía homenaje al amor libre para ambos sexos, el derecho de las madres adoptivas y el derecho de la mujer a amar a dos hombres a la vez, entre otros. Estaba caracterizado por la crítica como drama surrealista y anticlerical con la lógica del absurdo.
También en el año 1913 se publicó la segunda bajo el título de LA FAMILIA ORIENTAL, un drama histórico nacional en tres actos. El tema era el progreso y felicidad del país y del pueblo en base al trabajo y la paz entre los partidos políticos. Planteaba la figura de Batlle y su figura en el pueblo, el gobierno, las revoluciones y el presidente controlando la situación, blancos y colorados unidos. En general la guerra civil y la pacificación, definida por la crítica como una farsa con tendencia surrealista.
En 1914 fue registrada una tercera obra bajo el título de EL LLANTO LITERARIO, una comedia dramática en cuatro actos, donde describía la vida y obra de alguno de los contertulios escritores y en 1922 cerró el ciclo con la obra titulada ALMA FRANCESA, una comedia dramática en 3 actos.
Fue por el año 1913 que proyectó un viaje a España, el consabido viaje del emigrante hacia la tierra natal tras haber cumplido el sueño americano. El regreso de visita al terruño tuvo también la finalidad de llevar el dinero recolectado entre la colectividad gallega en Uruguay con destino a la construcción de una ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS en la zona, Ramallosa, actualmente conocida como Escuela Proval.
Después del regreso a Montevideo y tras el cierre del POLO BAMBA, Severino se dedicó a escribir, a frecuentar tertulias y a la vida familiar. Resultó muy buen abuelo con sus numerosos nietos.

EL FORTIN

Tal el nombre de uno de los bares de barrio más típicos de Montevideo, EL FORTIN, más bar que café, aunque tenga un poco de ambos, que abre sus puertas desde las primeras décadas del siglo XX en la esquina de General Flores y la calle Bruno Méndez. En pleno barrio del Cerrito de la Victoria signado por la cantidad y calidad de negocios de este tipo, donde todavía hoy existen múltiples e interesantes cafés entre los que podemos citar Los Tanques, el Nuevo México 70, Los Angelitos, el Rovert, Los Olimareños, el Zeppelin, El Expreso, el Viejo Potrillo, el Pardao Café, el Continental, el Marconi, el Monforte y el Sin Bombo, entre otros.
El lugar presenta una pequeña elevación, promontonio de escasa altura pero buena vista y lugar privilegiado de vigilancia para operaciones militares en el pasado. Terminada la Guerra Grande comenzaron a llegar familias en la zona dando origen a una espontánea urbanización que hacia principios del siglo XX estaba ya integrada al resto de la ciudad.
Muchos de esos pobladores eran descendientes de africanos que habían participado en las luchas patrias puesto que pertenecer a las tropas del ejercito les suponía un reconocimiento y un medio de alcanzar la libertad. En este contexto de barrio humilde y gente comunitaria, de vecinos criollos e inmigrantes recién llegados construyeron viviendas precarias con pisos de tierra y techos de tejas y madera. Convivían soldados, obreros, pequeños productores de hortalizas y trabajadores de chacras cercanas que también se dedicaban al ganado lechero en torno a la cañada del Cerrito y el arroyo Miguelete. Hacia las décadas del 30 y del 40, aprovechando el bajo costo de los terrenos, se instalaron algunas fábricas, dándole un cierto aire de “barrio obrero”. Los vecinos de origen africano continuaron con sus tradiciones en la presencia del candombe y en la integración de comparsas para el carnaval.
Fue por entonces, por los años 40 o tal vez un poco antes, que abrió sus puertas el bar El Fortín. Por más que preguntamos los vecinos no supieron dar cuenta de la fecha exacta de apertura ni tampoco lo saben los antiguos ni actuales propietarios. Respecto del nombre todos concuerdan en que proviene de un viejo edificio existente en tiempos coloniales.
Para conocer sobre la historia del bar recurrimos al testimonio de la hija de los españoles Manuel Alonso Castro y Rosa Reinaldo Vázquez, matrimonio gallego que estuvo al frente durante 45 años de trabajo intenso y de integración al barrio. El matrimonio Alonso-Reinaldo llegó al país en el año 1952 con las manos vacías pero con una buena cuota de experiencia en el rubro por cuanto Manuel había trabajado en el almacén que su padre tenía en Portugal y el padre de Rosa, también español, era propietario de varios restaurantes en San Pablo. El joven matrimonio se vanagloriaba en momentos de confianza diciendo que venían de “cuna almacenera y bolichera”.
Manuel tuvo su primer bar en 8 de octubre y Guemes y de allí pasó a comprar la llave de EL FORTIN en el año 1958 y la propiedad del local en 1974.
Desde entonces lo trabajaron con esfuerzo y sacrificio, de la mañana a la noche, en feriados y días patrios, hasta el año 2003 en que vendieron la llave a Idalmiro Torres, un vecino conocido como “El Cholo”, que de cliente consecuente pasó a comprarles el negocio.
Y para conocer más sobre los tiempos actuales en la misma tarde completamos la entrevista con la realizada a Idalmiro Torres frente al mostrador.

De poncho y guitarra


Según algunos testimonios el Fortín debe su nombre, como ya dijimos, a un suceso histórico. Había un antiguo edificio, ubicado frente al Cuartel de Blandengues, donde se dice que había estado el galpón donde se guardaban los caballos de Artigas. Y que luego se tiró abajo.
También y muy cerca se ubica el estadio de Sud América, Estadio Parque Carlos Ángel Fossa, llamado popularmente El Fortín. El Parque fue inaugurado en 1935, con lo cual, si el bar efectivamente le debe el nombre a esa cancha es posible suponer que existía por entonces. De hecho y para corroborarlo Rosa recuerda que cuando sus padres compraron la llave en 1958 el negocio estaba en manos de otro matrimonio.
Por la década del 60 había una explanada afuera de El Fortín donde se realizaban espontáneamente algunos espectáculos del barrio. En una oportunidad se presentó el artista español Pedrito Rico. Pero la presencia que Rosa recuerda con especial afecto era la habitual de Alfredo Zitarrosa, cliente muy habitual por residir en la zona. Recuerda que Alfredo gustaba de jugar a las cartas, a las barajas como decía él, y muchas veces quedaba sentado para componer alguna canción. Cuenta la versión, incluso, de que fue allí que se inspiró para su famosa “Chamarrita de los milicos” y también la canción “A Manolo”, dedicada a su padre, el antiguo propietario del bar. Otras versiones, justo es reconocerlo, aseguran que la Chamarrita la escribió en un bar ubicado frente al Cuartel.
Rosita, que por entonces contaría con 6 o 7 años, lo miraba con admiración y ahora lo recuerda como alguien muy culto, diplomático, reservado y que le gustaba mucho charlar. Quedó grabado en su memoria verlo siempre con su poncho y su guitarra.
El ambiente del Fortin fue siempre muy familiar. Existían algunas “barritas” de clientes que se juntaban a jugar a la conga, al casin o a la carambola. Su padre le daba importancia al billar, más adelante hubo un pool, y llegó a servir parrilla en la explanada.
Muchos clientes eran taxistas y solían ir desde el centro a tomar el “cafecito de Doña Rosa”, que decían era único. Otro público muy especial era el de los murguistas, que iban a tomar copas y festejar a la salida del tablado sobre la calle Juan Rosas.Pasa
Pasada la palabra al Cholo, el dueño actual, recuerda la anécdota de que cuando llegó la prohibición de fumar en espacios cerrados, grande fue el problema de la “gente veterana”, porque para ellos “el escape de la casa era ir a tomar una caña o un vino y fumarse un cigarrillo en el bar”.A partir de entonces pudieron seguir haciéndolo, pero debían la vuelta para salir al pasillo a pitar.

Especialidades gallegas

Por los tiempos de Don Manuel Alonso ser propietario de un bar suponía dedicarle la vida entera, lo que hacían en forma casi exclusiva los esforzados inmigrantes llegados desde Galicia. Y lo mismo las esposas o compañeras.
Manuel y su esposa trabajaban a la par. A veces, incluso, iba a ayudarlos un tio cuando no daban abasto. Incluso Rosita, aun siendo una niña, los ayudaba cuando se amontonaba el trabajo y llegaban más clientes. A veces lograba jugar a las cartas con su padre pero apenas llegaba un cliente salían a atenderlo. Tarea que siguió haciendo hasta que cumplió 28 años y consiguió un trabajo fuera del negocio.
Su padre, Don Manuel, se levantaba a 4:30 de la madrugada para encender la máquina de café y a las 5:30 o 6:00 abría el local. Mientras que la hora de cierre dependía de cuando se retiraba el último parroquiano.
En otro orden de cosas, cuando sus padres compraron el Fotin en 1958, no se preparaban comidas pero con el tiempo comenzaron a ofrecerlas. La buena mano de Doña Rosa logró preparar especialidades. Manuel tenía buena mano para el mondongo pero Doña Rosa triunfaba con la paella a la española, perdices al escabeche y buenos postres criollos como el flan casero y los panqueques o pañuelitos espolvoreados con azúcar. Aunque su gran especialidad era la “leche frita”, típico postre de Galicia que consistía en una crema de maicena dejada enfriar y que luego de cortada en rectángulos, se pasaba por huevo y harina y se freía.
En tiempos más actuales se cambiaron algunas cosas, también la vitrina con las botellas, y con los años el parrillero y horno de pizza.
En 2018 pasó al frente su sobrino, Horacio Torres, quien está a cargo del negocio hasta hoy.
Años atrás el vino la grapa y la caña estaban a la orden del día, incluso por las mañanas. Y a veces también el whisky.
Particular clientela fue la del Frigorífico Ernesto Ottonello, luego devenido en Frigonello, que 30 de sus empleados venían todos los días trayendo la carne y los fiambres que consumirían, que Doña Rosa les preparaba especialmente.
La hija recuerda que el negocio marchaba muy bien, pero su padre era hombre bonachón y les fiaba a los clientes, lo que era motivo de que su hija se enfadara porque después les faltaba dinero para reponer la mercaderia. Recuerda incluso el caso de un cliente que vivía invitando rondas de copas a los amigos para pagar después y cuando falleció les “dejó la cuenta de clavo”.
Pese a las dificultades de los últimos años que han llevado al cierre de muchos cafés y bares de Montevideo, El Fortín sigue vigente. Ha pasado ahora a nuevas generaciones, presenta cambios y adaptaciones para acompasar los nuevos tiempos. Siigue siendo una institución del barrio, punto de encuentro de familias y amistades, de tertulias y festejos. Y también de disfrute de ricos manjares y alguna bebida espirituosa.
Rosita sonrió, finalmente: “De alguna forma u otra, el legado de Manuel y Doña Rosa continúa presente”.

 

 

 

EL GERMINAL - TARTAMUDO BAR ARTE

 

Los locales de cafés y bares suelen pasar por etapas bien diferentes en su trayectoria según cambian los tiempos. Algunos comienzan en forma modesta y van creciendo con los años conforme a los sacrificios y la respuesta de los clientes, mientras que otros tienen un principio a todo nivel pero decaen con el tiempo y van diluyéndose hasta desaparecer. Y a veces abren bajo una modalidad distinta o cambian de rumbo. Algunos se adaptan y otros cierran sus puertas.
Claro ejemplo de cambios sustanciales en distintas epocas, con diferentes nombres, clientelas y servicios, lo encontramos en el CAFÉ Y BAR GERMINAL abierto en la década de 1920, ubicado en 8 de octubre y Berro, muy cercano a Tres Cruces. Cuando abrió sus puertas, casi un siglo atrás, se trataba de un barrio residencial caracterizado por la cercanía del Hospital Italiano y del Parque de los Aliados mientras que hoy en día se encuentra dentro del radio de acción de una terminal de autobuses y centro comercial.
No conocemos la fecha ni el nombre con el que abrió sus puertas. Los vecinos no lo recuerdan ni los actuales propietarios tampoco. De parte del nieto de uno de los primeros dueños nos llegó la historia de que fue adquirido en el año 1940 por Carlos Rodríguez y Ricardo Martínez, argentino y español respectivamente, ex obreros que trabajaban en “Cristalerías del Uruguay” soplando botellas. Cansados de tal tarea resolvieron juntar sus ahorros y aunar esfuerzos para empezar una nueva actividad optando por comprar un café y bar venido a menos. Respecto del nombre se sabe que fue puesto en homenaje a la novela del escritor francés Emile Zola, autor de GERMINAL. Los nuevos dueños no tenían experiencia en el ramo pero la suplieron con trabajo y dedicación a la clientela. Al principio aprendieron de todo, desde fabricar helados, preparar postres y masas, ofrecer almuerzos. Consiguieron mesa de billar y dejaron en el fondo una sala para juegos clandestinos de cartas y apuestas siempre que lo hicieran con discreción. Cuando llegaban clientes de tipo malevo, los hacían dejar el bufo o el facón bajo el mostrador antes de pasar al juego de cartas.


También solían reunirse tertulias de filósofos y seudo filósofos, de esos que saben como arreglar el mundo con la palabra pero que nunca hacen nada. Se organizaban competencias de ajedrez, guitarreadas en los que intervenían los hermanos Carlevaro, venían los payadores para largos contrapuntos.
Pasaron los años y los dueños y el negocio cumplieron su ciclo. En 1990 vendieron el café pero conservaron la propiedad del local. El café cerró y se abrió una Ferretería. Luego en la planta baja se instaló la Fundación Eduardo Mateo por cuenta de Jorge Schelemberg, la que empezó a funcionar bajo el nombre de El Tartamudo en homenaje a una de las canciones de Mateo.
La Fundación organizaba espectáculos musicales con movida de gente joven para lo que abrió un lugar para confraternizar.


En el año 2007 se abrió un espacio en el sótano bajo el nombre de EL TARTAMUDO BAR, conforme decía la propaganda en internet “El Tartamudo va más allá de un bar. Definido por los mismos artistas como un símbolo de la cultura, tiene la particularidad de reunir en un mismo lugar alguna de las cosas "simples" que nos definen: la música, el buen comer, la fotografía, la plástica, la charla entre amigos en un espacio íntimo y reservado. Un mágico recinto por el que cientos de artistas uruguayos y extranjeros desfilan desde su nacimiento en setiembre de 2007. En poco más de tres años de vida, El Tartamudo hospedó más de mil shows, no es casual que los músicos elijan este espacio para tocar o simplemente para disfrutar de la buena comida elaborada apostando por el buen gusto y la creatividad”. Para conocer más sobre este espacio cultural y café en el año 2014 realizamos una entrevista a Carlos Peña, uno de sus dueños junto con Cristina Narbondo.El local tenía dos pisos, la planta baja dedicada a actuaciones musicales y en el sótano se realizaban eventos, lo que había comenzado bajo la dirección de Schelemberg, aunque este se había retirado. En el sótano se realizaba música, arte, talleres de teatro, pintura, danza, tango y demás con raíz más “artística que de bar”.Según Peña la parte interesante es la parte de abajo, aunque en la planta se procuraba encarar distintas actividades como invitar caricaturistas, hacer también retratos en vivo y hasta concurso de tatuadores, “cosas así, que estén buenas…”El nombre de Tartamudo Bar se lo puso Schellemberg pero luego que se retiró, Cristina le cambió el nombre por el de TARTAMUDO BAR ARTE.

 

BAR LAS FLORES
Por. Juan Antonio Varese

 

En la esquina de la avenida Garibaldi y la calle Emilio Graña, casi en el vértice del barrio La Blanqueada con los linderos de La Figurita y La Comercial, abre sus puertas el bar y parrillada Las Flores, uno de los más típicos y pintorescos de Montevideo.
Desde la puerta de entrada y los amplios ventanales se alcanza a ver el cruce de Garibaldi con el Bulevar Artigas, de tráfico incesante y pasaje continuado de personas. Pero no se trata solo de lugar de paso sino de un entorno residencial con cercanía de algunos bares y cafés; antaño llegaron a existir hasta nueve en el radio de dos cuadras a la redonda, con mesas prolongadas donde confluían, en amenas pero fuertes discusiones, personajes de la política, la prensa, la música y el carnaval.
Antes de todo quisimos investigar sobre la historia del barrio y el porqué de nombre tan singular. Según el libro de Aníbal Barrios Pintos y W. Reyes Abadie y el de Ricardo Goldaracena, La Blanqueada limita con La Unión al Este, Parque Batlle al sur, Villa Española al norte y La Comercial al oeste.
Durante mucho tiempo la zona fue propiedad del cabildo de Montevideo, que lo alquilaba con destino comercial para hornos de ladrillo, mataderos, y tambos. En cuanto al nombre resultó del apodo de una casona de ramos generales, una especie de pulpería, sobre la actual avenida 8 de octubre que estaba pintada a la cal y blanqueaba desde lejos, dicen que propiedad de inmigrantes vascos.
El barrio también tiene tradición futbolera desde que en el año 1881 fue escenario del primer partido de futbol jugado en el país entre los clubes Montevideo Rowing Club y el Montevideo Cricket Club y actualmente resalta la sede del Club Nacional de Football y el estadio Gran Parque Central. En las inmediaciones se abrieron algunas fábricas y empresas de comercio atrayendo al barrio a varias familias de trabajadores.
En cuanto a conocer sobre la trayectoria de Las Flores, nada mejor que una entrevista al actual propietario del negocio, Juan Carlos Puente. Tuvimos el buen tino de realizarla en una hora en que se encontraban varios parroquianos. No una hora pico sino una de esas que prefieren los habituales. Fue unánime la fecha que apuntaron, el año 1942 como de la apertura del negocio. De los primeros dueños recuerdan el nombre de Angel Granda hasta que en 1966 lo compró el padre del actual, Genaro Puente, por entonces un joven español oriundo de Galicia que había llegado al Uruguay con 18 años de edad e inmensas ganas de trabajar.
Antes de Las Flores don Genaro trabajó un tiempo en el bar Sin Bombo (hoy Restobar San Bombo, en General Flores 4152, casi Serrato, con nombre tan curioso que se hace merecedor a un futuro artículo) y fue propietario de un almacén en el Buceo por lo que ya sabía como desempeñarse en el ramo. Por entonces el negocio era tan solo un boliche de copas que no brindaba comida salvo la curiosa costumbre de tener en un patio lindero gallinas y pollos en libertad y que si algun cliente los elegía se lo faenaba y vendía en el acto.
Juan Carlos Puente está consustanciado con el bar puesto que trabaja desde el año 1976, cuando cumplió los 16 años , por lo que conoce desde dentro historias y anécdotas tanto como de los parroquianos. Pocas cosas se escapan a su atenta mirada.
Recurrimos el bar en su compañía. No bien ingresar al local nos topamos con un primer sector con mesas y la parrilla a la derecha, sector que fue construído años después, utilizando parte de la vereda. Tiene su explicación porque la parrilla originalmente se preparaba en un medio tanque fuera del local hasta que, con el tiempo, su padre decidió ampliarlo.
Pasos más adelante llegamos a la entrada original. A la derecha había una división con cerramiento, donde estaba la fiambrería en la que se vendían embutidos, mermeladas y dulce de membrillo de cinco kilos, según el estilo de la época.
Con el correr del tiempo y la dedicación de Genaro y luego de su hijo Juan carlos, el lugar fue pasando de bar de copas a uno de concurrencia familiar. Gran logro, se incorporó la cocina de la mano de Juan Carlos, que aprendió “de atrevido” las artes culinarias, en artesanal mezcla de ensayo y error.
Y luego tuvo la idea de empezar con espectáculos en vivo de música, tango, folclore, rock y solistas de carnaval.
El horario, como de buen barrio de familia, terminaba a las cero horas salvo los viernes y sábados que mantenían abierto en espera de los espectadores de la función trasnoche del cercano cine Roy que gustaban de comentar las películas en las mesas del bar.
Del mostrador original queda visible la mesada de mármol mientras que el resto está revestido en madera. En medio de una tupida decoración asoman botellas de bebidas espirituosas, fotos, billetes de distintos países y adornos de todo tipo y color. Algunos con referencia a la navegación, tema predilecto de Juan Carlos. Y de souvenirs o recuerdos de viaje como un peculiar reloj traído de Brasil que reza la frase “yo solo bebo después de las 6”. Pero claro, en ese reloj todas las horas en punto llevaban el número 6.

El Club de Toby
Sobre el mostrador llama poderosamente la atención un enorme cartel tallado en madera que dice “Bar las Flores” y encima “El Club de Toby”. La explicación es que originalmente, como todos los bares y cafés de varias décadas atrás, la clientela eran mayoritariamente masculina por lo que las las reuniones y tertulias, fundamentalmente entre periodistas y políticos, muchas veces extendidas por horas eran protagonizadas por hombres. Esta fue la razón por la que uno de los parroquianos con evidente chispa se le ocurrió nombrar el bar como “El Club de Toby”, en alusión al personaje de la serie de dibujos animados de la pequeña Lulú. Parte de los personajes era un grupo de niños que se autodenominaban “Club de Toby” y donde no se admitían niñas. La identificación con el club fue tal que hubo un año en que llegaron a organizarse los “premios Toby”, llegando a entregar, en ceremonia barrial, el llamado “Toby de oro”.
Por supuesto que el letrero y las costumbres cambiaron con los años, las mujeres y las familias son presencias habituales, a veces hasta mayoría.
La cercanía con el Diario La República hizo que el bar fuera frecuentado por muchos periodistas. Todos los viernes se reunían allí los trabajadores de la prensa y un grupo de políticos.
Juan Carlos hizo alusión a las épocas en que había otros códigos de conducta. Y lo que pasaba en el bar, “no salía del bar”. O, en el caso de los periodistas, lo que pasaba en Las Flores, se sabía pero no se publicaba.
Recordó al periodista Raúl Legnani, hoy fallecido, que escribía sus crónicas sobre lo acontecido en el bar, asignándole nombres falsos a los personajes como “El Pocho”, “El Tata” o “El Puchis”.
Larga es la lista de los políticos que lo visitaron asiduamente como Leonardo Costa, prosecretario durante la presidencia de Jorge Batlle, el ex Ministro de Economía Alejandro Atchugarry, el ex presidente José Mujica y también , el expresidente de Peñarol Jorge Barrera. La lista de nombres sigue.
Del ámbito artístico era habitué el hoy fallecido Horacio “Corto” Buscaglia, a quien sus contertulios y amigos recordaron brindando en su memoria y entonando a coro “Cuando un amigo se va” o “al botón de la botonera chim, pum, fuera”. Según los habituales era buen compañero, buen amigo y creativo.
La murga Falta y Resto, cuando conformó lo que se llamó “la vieja guardia”, ensayó y cantó varias veces en Las Flores, lo mismo que la Gran Muñeca, cuando preparaba su disco por los 100 años del conjunto, en 2020 cuando la pandemia les impidió continuar sus actividades.
Reflexión final de Juan Carlos, para estar atrás de un mostrador con copas mediante, hay que tener cierto carisma, porque, como es de imaginar, además de los amigos y conocidos, está la clientela de paso. Y esta siempre puede deparar sorpresas: está el que toma “y le pega mal”, el que toma y “llora”, porque se fue de la casa, el que se pone violento y el peor, según él, el que toma y “canta… sin afinación”.
El cierre de una etapa
Hace 45 años que Juan Carlos abre el bar indefectiblemente de lunes a domingos, y durante 30 años también lo cerraba. Cuando comenzó, a sus 16 años en 1976, y en los años posteriores, era más campechano, los clientes eran asiduos y también amigos. En cierta manera, lo educaron a él ayudándolo a crecer y aún a madurar.
Hoy en día tiene un solo empleado. Los días en los que hay mucho trabajo, su esposa lo ayuda. Pero, como bien saben quienes han dedicado su vida a este tipo de negocios, lo que tiene de gratificante, lo tiene de sacrificado. Como él dice, no hay amigos, no hay cumpleaños y las horas con la familia son contadas.
Por lo que en esta etapa de su vida intenta disfrutar de sus nietos, como no pudo hacerlo con sus hijas. De momento el negocio no tiene sucesor.

 

 

 

EL ADIPE

Hoy nos referiremos a un bar que ya no existe, que hace ya 20 años  cerró sus puertas pero sigue viviendo en el recuerdo y la nostalgia de muchos vecinos del barrio Sayago. Porque pertenece a la categoría de sitios que fueron mucho más que comercios, llegando a formar parte del pulso y sentimiento de los que viven o vivieron en la zona. Tal el caso del mítico Bar Adipe, ubicado en el cruce de la Avenida Sayago y Camino Ariel, donde actualmente abre sus puertas un moderno negocio de pinturería.

Para comprender la fidelización que ha sabido despertar el más popular de sus bares y cafés hay que entender la idiosincracia de uno de los barrios montevideanos con mayor sentido de identidad.
La localidad de Sayago se ubica al norte de Montevideo y tuvo su nacimiento en 1873, por iniciativa de Luis Girard. El nombre proviene del apellido de su propietario original, Francisco Sayago y su importancia deviene de una ubicación estratégica dentro del recorrido del ferrocarril, habiendo surgido el poblado en torno a la estación de su nombre.
Hacia 1889 el medio de trasporte de pasajeros era el tranvía de caballitos, que llegaba hasta los caminos de Millán y Raffo, de donde, para continuar viaje hasta Colón -y aún Villa Colón- había que tomar el carruaje de los hermanos Luis y Antonio Moro.
Por entonces varias familias montevideanas tenían allí sus quinta y residencias, entre ellas la de Máximo Santos, luego Presidente de la República, cuya propiedad poseía fuentes, cascadas, estatuas, pabellones destinados la cría de pájaros exóticos, y la llamada Casa de las Muñecas, reservada para el juego de las niñas. Con posterioridad, la quinta pasó a manos del banquero Emilio Reus y hoy se divide entre el Museo de la Memoria y el Cottolengo Don Orione. Otra de las residencias la ocupaba el abogado y poeta gauchesco Elías Regules, sobre el actual Bulevar José Batlle y Ordóñez esquina avenida Sayago. También recordamos que pasaba sus veranos la poetisa Delmira Agustini en la quinta ubicada en la esquina de Eugenio Garzón y camino Ariel.

El poblado que se formó en torno a la estación de ferrocarril contaba con unas 70 casas con población cercana a las 300 personas. No contaba con establecimientos de importancia, carecía de edificios públicos y la escuela contaba con poca concurrencia. Solo una capilla y la estación del ferrocarril que no era más que una parada.
Hacia 1913 fue declarado oficialmente pueblo con el nombre de Sayago y cuarenta años después, en 1953, elevado a la categoría de villa. 
Avanzado el siglo veinte el barrio empezó a albergar trabajadores de las fábricas instaladas en la zona, entre las que podemos mencionar las de Dolmenit y AGA o la Fábrica Uruguaya de Portland, instalada en 1911, la que adquirió renovado impulso en 1919 al ser comprada por la Compañía Uruguaya de Cemento Portland. En la década de 1940 nació la fábrica Eternit Uruguayua S.A. consustanciada con el barrio porque la mayoría del personal vivía en las inmediaciones. También surgieron escuelas y se instaló la Facultad de Agronomía, lo que impusó el crecimiento de la zona. También existieron, hoy inexistentes, centros fabriles como una fábrica de vidrios y la planta de ensamblaje y producción de repuestos de General Motors Company.
Todo este movimiento y toda esta barriada donde la mayor parte de la población trabajaba en las inmediaciones acentuó su propia identidad, motivó el consumo en sus comercios locales y llevó a que los lugares de encuentro y diversión como los cafés y los bares tuvieran concurrencia nutrida y consecuente donde la mayoría se conocían de todos los días.
Para conocer más acerca lo que fue y significó el Bar Adipe como centro de reunión nada mejor que entrevistar a uno de quienes estuvieron al frente. En este caso hablamos con Mario Adipe, hijo de Dante Adipe, el menor de los tres propietarios del bar.

Para 1938 los hermanos Adipe: Roberto, Antonio, Eduardo y Dante, propietarios de una quinta y bodega en las inmediaciones, decidieron ampliar el rubro y comprar un bar que estaba en venta en una esquina estratégica. De cuyo nombre no recuerda pero que contaba con mostrador de mármol, billar y la novedad del futbolito. La clientela era grande y consecuente y las novedades se comentaban en los bares. Todavía hay quienes recuerdan que en 1950 se pusieron parlantes a la vuelta de la esquina para que todo Sayago pudiera escuchar la final del mundial de fútbol por gentileza de Walter Canepa, que tenía negocio en la calle Luis Girard.
Al principio el bar de los Adipe, que adoptó el apellido de los dueños, comenzó con unas pocas botellas de caña, grapa cubana y damajuanas de vino de la bodega familiar; con los años incorporó el horno y el servicio de pizzería, convertido en uno de los “manjares” de la casa. Aunque, por increíble que parezca, la construcción del horno fue a raiz de un evento desafortunado. Sucedió que una camioneta que circulaba a gran velocidad por la avenida Sayago terminó chocando y precipitándose con estruendo por las puertas vidriadas del local. Afortunadamente no causó daño a los presentes pero destrozó el valorado mostrador de mármol, un orgullo de la casa. Este hecho llevó a que los hermanos Adipe resolvieran realizar algunas reformas, entre ellas las de eliminar las mesas de billar e incorporar un horno.
Desde entonces continuó su desarrollo en forma contínua. Hoy en día la sociedad está inmersa en una especie de vorágine de cierres y aperturas de negocios y de cambios de nombre, pero entonces era habitual que los lugares de encuentro como el bar Adipe lograran construir una historia sostenida en el tiempo y comprometida con los clientes. Lo mismo podía decirse del kiosko
Kiosko que se encontraba enfrente, gestionado por un matrimonio, que también constituía una especie de centro social y punto de encuentro, espejándose el uno con el otro.
Tal como lo proclama un aviso de la época, por entonces el Adipe permanecía abierto hasta las 4 de la madrugada. Aunque durante los últimos años, a consecuencia del cambio de los tiempos, redujo el horario de cierre a las 2 am.
Como era de esperar a la madrugada comenzaban a aparecer los personajes pintorescos, que solían divertir con sus ocurrencias, como los que escapaban un rato de los “velorios de Moro”, se tomaban un café y reflexionaban  que “no somos nada” y otras cuestiones existenciales para las cuales el bar era un espacio ideal.
El Adipe proveía de varias delicias a sus parroquianos, además de la pizza y el fainá, fue pionero en incorporar los helados en cucurucho de la mano de Antonio Adipe, quien se ocupaba de prepararlos de la forma más artesanal. De hecho, dejó de hacerlos el día que no pudo obtener la materia prima, porque él preparaba los helados de frutilla, damasco, o el sabor que fuera, con la fruta original.

En ese entonces no existían heladerías como ahora, ni se vendían helados en los supermercados, con lo cual aquello era todo un acontecimiento y un disfrute singular para todas las generaciones.

 

En el año 1974 los Adipe vendieron el bar a Isaías Corbal, menteniendo el establecimiento tanto el nombre como su esencia. Continuaron los mismos encargados, el plantel de mozos y pizzeros, y la calidez de boliche de barrio forjada por los hermanos Adipe.

Años después Corbal lo vendió a un personaje al que llamaban “El Chiche”, que también era propietario de El Chopicón, en el barrio Colón, hasta que llegó al cierre definitivo en el año 2001.

Pero no alcanzaba con la visión de uno de los dueños, era importante hablar con la gente del barrio, con los clientes que todavía hoy extrañan el lugar. Entre ellos una charla con el periodista Alberto Silva, que supo ser consecuente diario en sus años mozos.
Los memoriosos lo sienten al Adipe como referente de toda una generación, un espacio de encuentro entre vecinos, donde se tejieron mil historias y nacieron mil amores.
En sus mesas se reunían, habitualmente, dos o más “barras” de amigos, divididos por edades o por afinidades.
Para quienes cursaban secundaria era lugar ineludible de encuentro luego de las clases o más bien para la preparación de algún examen. Tampoco faltaba la clásica “vaquita” para juntar dinero entre todos y disfrutar de una pizza o fainá en alguna mesa del bar.
Algunos venían del Perpetuo Socorro, del liceo Madre Ana, del número 23 (anteriormente San Juan Bautista, luego trasladado a Pocitos) o de la propia Facultad de Agronomía.

Por entonces los niños o adolescentes de la zona muy raramente salían más allá de Millán y Larrañaga. El transporte era escaso y la televisión poco habitual en muchos de los hogares por lo que el entretenimiento máximo pasaba por el Cine Hollywood de Sayago.
Los jóvenes hacían la “previa” del viernes y del sábado en una mesa del Adipe antes de ir a bailar al Club Olimpia o al Parque Hotel. O de concurrir al Hipódromo de Maroñas. Por supuesto que estando en la cuna del basketball y el fútbol algunos hacían antesala en la mesa del bar antes de ir a la cancha del Racing Club de Montevideo, protagonista por excelencia en cuanto a lo futbolístico. (NOTA: El Racing Club nació de una reunión de muchachos provenientes del barrio y el Reducto en 1919 hace poco más de 100 años, y que primero se llamó Yuyito, luego Goliat y después Bristol, para finalmente llegar a la denominación del Club Atlético Racing, en homenaje al Racing argentino).
Antonio Adipe y sus hermanos son recordados como referentes de la cultura barrial. “Don Antonio”, como se se daba en llamarlo, impresionaba por su rostro adusto y físico fuerte, pero quienes llegaron a conocerlo sabían que se trataba de una “máscara”, como la que deben tener quienes están al frente de negocios que expenden bebidas espirituosas, porque era una persona muy agradable de tratar.

Fuera del bar era un gran deportista. Como boxeador llegó a representar a nuestro país en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, fama que hacía enorgullecer a todos los sayaguenses.

Algunas anécdotas lo pintan de cuerpo entero. En una oportunidad se sintió un grito del interior del baño de damas. Corrió presuroso, y al salir cargaba a un borracho que se había metido en el baño de las mujeres para asustarlas.
En otra ocasión, uno de esos típicos días donde los jóvenes de los liceos de la zona se reunían a estudiar o preparar exámenes,  se juntó un grupo en  el bar para comer algo y uno de ellos no tenía dinero. Para no quedar en evidencia los acompañó hasta el bar y se excusó para retirarse rápido. Don Antonio, ni lento ni perezoso,  notó la jugarreta y le preguntó en tono paternal por qué no se quedaba. Cuando el joven contestó que no tenía dinero le hizo una seña con la mano al mozo Carlitos para que le sirviera.
En el año 2001, cuando el bar estaba por cerrar, varios de sus antiguos empleados intentaron reabrirlo, sin éxito, al no llegar a un acuerdo con los propietarios. Desde entonces,  “la esquina del Adipe”, como se la sigue llamando a pesar de llevar 20 años de otro comercio, sigue siendo un lugar donde la nostalgia continúa abrazándose con los recuerdos.   

 

LOS BICHOS

En pleno barrio Marconi, casi frente al estadio deportivo José Pedro Damiani del club atlético Peñarol, se encuentra uno de los bares más peculiares de Montevideo. Estamos hablando del LAS ACACIAS, nombre que lleva por fuera pero que los vecinos y clientes conocen popularmente como el de LOS BICHOS. Y no es para menos dada la increíble decoración de su interior. 
Apenas abrir la puerta sorprende como una bocanada la visión de la cantidad de animales embalsamados que aparecen colgados del techo o dispuestos en vitrinas contra las paredes. Un mono cubierto con la camiseta de Peñarol nos saluda y casi enseguida le siguen otros animales sostenidos por alambre mientras que encima del mostrador aguarda un pingüino medio desvencijado y con la cabeza hacia abajo, tal cual lo recuerda algún trasnochado parroquiano.
El Bar y Pizzería se ubica sobre la calle José A. Possolo, número 4051, esquina Torriccelli y a juzgar por su aspecto exterior tiene una larga trayectoria a sus espaldas. Aunque ni los dueños actuales ni los clientes que consultamos saben de su fecha de apertura es posible suponerla hacia la década de 1910. Dada su ubicación frente a un centro deportivo de envergadura como el estadio del Club Peñarol de Fútbol, inaugurado en el año 1912 cuando la compañía de tranvías La Transatlántica  le obsequió un predio al CURCC sobre la calle Possolo, es lógico suponer que fuera indispensable la existencia de un bar en las cercanías para que los jugadores pudieran encontrarse antes o después de los entrenamientos y celebrar con los hinchas después de los partidos. Y también por tratarse de una barriada en crecimiento, con desarrollo propio desde entonces.
Del primer propietario que se tienen noticias es de Jose Giannatasio Lang, que lo tuvo hasta febrero de 1939 en que lo vendió a Andrés Dandajian, quien estuvo al frente por varios años hasta que fue sucedido por su hijo Sergio. Los Dandajian también adquirieron la propiedad y siguen siendo los dueños del inmueble no obstante los cambios de llave que siguieron. Fue precisamente durante la etapa en que estuvo al frente Sergio Dandajian, que entraron los bichos en el local. Es que además de atender el local era taxidermista de vocación y le encantaba coleccionar animales disecados. Los adquirió no solo del país sino también de animales de distintas partes del mundo. Tal su fanatismo en esta actividad que para el año 1969 cumplió todos los engorrosos trámites para habilitar el local conforme a las disposiciones municipales para poder exhibir los animales. No tenía la intención de museo sino de lugar de exhibición y de interacción visual con los clientes puesto que los animales pasaron a colgar del techo, a ocupar las paredes o a ubicarse en vitrinas. La verdad que para el curioso, la visita al bar es casi alucinante y tiene algo de surrealista. En el recorrido entre la entrada y el mostrador los clientes pueden encontrarse con una cebra, cachorros de león, un canguro, tortugas marinas o jabalíes, algunos cubiertos parcialmente con camisetas de distintos cuadros de fútbol, entre ellos de Peñarol y Nacional.
Además de su interés en la taxidermia, Sergio Danadjian era tenido por un bromista empedernido. Le gustaba tener colgadas del techo, sobre el mostrador, una redes de pesca, de las que a veces dejaba caer alguna araña o víbora de juguete sobre algún bebedor pasado de copas, con la consiguiente hilaridad de los presentes. Lo que reforzaba con la piel de una serpiente pitón que había colgado sobre la estantería con botellas. La lucía como uno de sus trofeos más preciados, dado su tamaño y colorido.


Años después entró a trabajar en el bar un empleado de nombre Felipe Santana, quien terminó por comprar la llave del negocio, trabajándolo en sociedad con sus sobrinos Luis y Horacio Cotelo. Estos ya llevan 35 años al frente del negocio. Para profundizar en estos y otros aspectos entrevistamos a Luis Cotelo, conocedor de la historia y las características de este comercio tan peculiar.
El fútbol -de todos los cuadros sin excepción- es uno de los temas que flotan en el aire, empezó diciendo, al punto que en el AMBIENTE SE RESPIRA FUTBOL-. Cuando uno entra al negocio sabe que el televisor siempre esta prendido trasmitiendo algún partido o escuchando comentarios por la radio. Y no por estar frente a Peñarol se vuelve exclusivo, antes bien hay hinchas de todos los cuadros. Hablando de clientes especiales, siempre recordados, tenemos a Roque Gastón Maspoli o al Nestor Tito Goncalves tanto como figuras de la música popular de la talla del Canario Luna o del cantante Rolando Paz. La decoración, además de bichera es futbolera, completada con varios cuadros de pequeño tamaño que representan las dotaciones de diversos clubes y sus escudos, que varios años atrás compraron a un recluso que era cliente del bar.
Otro elemento a destacar es la decoración que mantiene algunos elementos de viejos tiempos aunque ya no funcionen como una heladeras tan antiguas. De otra parte la antigua mesa de billar dio paso a un moderno pool. Dicho sea de paso concita uno de los grandes atractivos del lugar, realizándose competencias que duran horas y para la que se congregan numerosos parroquianos y llueven las apuestas, lo mismo que para las partidas de truco.
Respecto del tema de que los cafés y bares han ido cerrando en forma indeclinable durante las últimas décadas, Cotelo piensa que LOS BICHOS se ha mantenido por tratarse de una empresa familiar. No han querido tomar personal de fuera ni implementar el delibery porque es importante que el cliente siga yendo personalmente al negocio aunque se lleve la pizza o la cerveza para su casa. Esta actitud, paradójicamente, el no querer modernizarse quizás sea una buena estrategia de marketing para mantener la clientela. De esta forma hasta Los Bichos están tranquilios y agradecidos de permanecer en su lugar.

Imagen BOCETO PARA XILOGRAFÍA 'BEBEDORES'CAMILO BLAS
[JOSÉ ALFONSO SÁNCHEZ URTEAGA] tomada de
http://www.archi.pe/public/index.php/foto/index/1288
PAGINA 17 Junio 2021.


CONFITERÍA ORO DEL RHIN
LA HISTORIA


La historia comienza en el año 1927 cuando un joven y visionario confitero alemán se instala en una casona de Américo Vespucio esquina Millán y aplica en esta tierra el oficio aprendido en la Escuela de Confiteros de Stuttgart. Ante una Europa convulsionada el emprendedor confitero se dirige en 1924 a la tierra que lo retendría definitivamente. En 1928 Don Hermann Stahl toma en matrimonio a Doña Catalina Weige, de ahí en más su compañera, madre de su hijo y una importante e incansable ayuda para cimentar el crecimiento de su empresa.
ORO DEL RHIN
Al poco tiempo la empresa se ve desbordada de trabajo y la familia se muda a Sarandí 285 entre Pérez Castellano y Maciel. El traslado a la zona céntrica pone a la empresa en contacto con el mundo de los bancos, empresas y un importante público, que lentamente vuelca su preferencia hacia la excelente repostería alemana. De neta tradición europea el salón de té fue conquistando a las altas esferas de la época al mismo tiempo que generaba una importante fuente de trabajo, en 1937 la empresa contaba con 35 empleados. En mayo de 2002 abre un local en Punta Carretas Shopping, que contando con el respaldo de la casa central ofrece un excelente servicio de salón de té para los visitantes de ese lugar. Con el mismo fin en 2009 invitados por librería Yenny a participar de un proyecto conjunto, abren un local en el corazón de Pocitos, en Bulevar España y Rambla. Este nuevo  local combina el rubro de librería y cafetería, logrando generar un nuevo punto de atracción para todos aquellos que viven o visitan la rambla de Pocitos.


NUESTRO CONCEPTO


El Oro del Rhin (Das Rheingold) es el prólogo de la tetralogía épica El anillo de los Nibelungos, la obra más grandiosa de Richard Wagner, basada en distintos relatos de la mitología nórdica-germánica. Tardó  26 años en escribir el libreto y componer este ciclo de cuatro óperas, en donde El oro del Rhin hace de prólogo y le siguen La valquiria (Die Walküre), Sigfrido (Siegfried) y El ocaso de los dioses (Götterdämmerung), que se extienden alrededor de 16 horas en su conjunto para su representación.

GRAN BAR DE VIDA

El Gran Bar De Vida se ubica con frente a la avenida Agraciada Nº 3897 esquina con la calle Ángel Salvo, pleno corazón del Paso del Molino, uno de los barrios tradicionales de Montevideo. Con el De Vida pasamos a desarrollar un capítulo referente a los cafés y bares de barrio, de gran interés porque reflejan las características propias de cada negocio al mismo tiempo que deben tomarse en cuenta las comunes de la zona.
El barrio del Paso Molino remonta sus origenes al antiguo molino instalado por los Jesuítas a mediados del siglo XVIII a orillas del Miguelete, más concretamente hacia 1747, cuando el presbítero Cosme Argulló socilitó autorización al cabildo para instalarlo.
El lugar fue adquiriendo significación por tratarse de una de las principales vias de ingreso a la ciudad y de producción de frutas y verduras en las quintas cercanas.
Hacia 1857, durante la epidemia de fiebre amarilla, algunas familias de renombre social y buena posición económica se mudaron a las quintas  en busca de paz y aislamiento. Con lo que al tiempo se construyó un puente sobre el arroyo Miguelete para facilitar el cruce de carretas, carruajes y diligencias. Las arboladas y floridas márgenes del arroyo se convirtieron en lugar de paseo y punto de encuentro social tal que los cronistas de la época dieron en llamarlo el “Paseo del Paso Molino” donde las jóvenes paseaban orondas bajo la mirada de las tías y la admiración de los dandys.
Esta situación duró hasta principios del siglo XX, cuando algunas de las familias tradicionales se mudaron a otros barrios más relacionados con la costa y con las nuevas propuestas de vida, en demanda de realidades de moda como Pocitos, Malvin o Carrasco.
De otra parte, hacia principios del siglo XX, el Paso Molino había empezado a mostrar una activa vida industrial y comercial. Al impulso de don Angel Salvo la zona se convirtió  en el corazón fabril de la ciudad dada la cercanía del puerto y las vías del ferrocarril, instalándose nuevas fábricas en las inmediaciones. A los que siguió la apertura de negocios en rubros tan diversos como tiendas, mueblerías, ferreterías, zapaterías, panaderías, almacenes, un hotel, un cine y también confiterías, cafés y bares como lugares de encuentro, socialización y esparcimiento.
El desarrollo industrial y la instalación de comercios atrajo la vivienda de trabajadores, también de gente que pasaba y vivía en el Cerro o en las chacras al oeste de Montevideo, afianzándose el Paso Molino como un barrio con personalidad propia, “una ciudad dentro de la ciudad” al decir de los vecinos, por lo que no había necesidad de trasladarse al centro para comprar cosas o buscar momentos de diversión. Fue entonces, en el año 1937, que un esforzado español abrió un almacén y bar en una de las principales esquinas, a la que puso por nombre su apellido: De Vida, el que empezó a trabajar con gran suceso.
Pero el progreso siempre cobra su precio. A medida que aumentaba la población y se ampliaba el comercio el cruce de la vía férrea empezó a representar un serio problema. Largas filas de vehículos tenían que aguardar el pasaje del ferrocarril varias veces por día; el pitido del tren y las barreras bajas, antes tan saludados y pintorescos, se convirtieron en un estorbo para el tráfico y una incomodidad para los vecinos.
Para solucionarlo, a principios de la década de 1930, se proyectó la construcción de un puente elevado sobre la vía férrea que une Paso del Molino con Belvedere, como medida de descongestionamiento vial.
Pero la obra del puente, por su alto costo y dificultades de realización, se pospuso para mejor oportunidad. Recién 30 años después, en la década 1960, se retomó la idea y tras la correspondiente licitación ganada por la empresa Ambrosoli y Ludzcanoff, dando comienzo a los trabajos.
Claro que pasó lo que suele acontecer con las obras ambiciosas: terminó por demorar mucho más de lo previsto. Con lo que el bloqueo de las calles, la maquinaria y los escombros terminaron por permenecer durante varios años, atascando la vida comercial y poniendo freno al desarrollo barrial.
En la década de 1960, el intervalo de la obra, mejor dicho la demora de ella, llevó a la ruina a varios negocios, entre ellos al Café y bar De Vida, que cerró sus puertas. Recién a fines de la década, avizorando la nueva etapa, el “gallego” Floreano Fernández, compró y reabrió el negocio conservando el nombre, incambiable por contrato, de De Vida. Lo hizo bajo la doble modalidad de bar y almacén ocupando un área total de 800 metros cuadrados entre el salón para atender al público y el depósito para mercaderías.
Para conocer un poco más en profundidad la historia y la realidad del GRAN BAR DE VIDA entrevistamos al actual encargado, Alejandro Álvarez, joven de 45 años, sobrino del accionista principal. Su tio, ahora con 81 años, siempre estuvo al frente del negocio figurando como adminsitrador de la empresa.
En la segunda etapa el café y bar tomó nueva vida, se volvió un poco “universidad y parroquia”, según lo definieron Ana Gamas y Gonzalo Fierro en su libro “Paso Molino. Historia y Patrimonio”, Torre del Vigía Ediciones, 2020.
Volvió a convertirse en centro de encuentros sociales. De un lado un polo cultural donde se reunían los intelectuales de la zona del Prado y de otro intercambio de charlas y apuntes de los estudiantes de los liceos. No hubo temas que no se trataran con pasión en el De Vida pues así es la vida, solía decirse usando un juego de palabras. También los personajes pintorescos y las anécdotas curiosas como la del canillita que ganó cinco veces el Cinco de Oro o la del vecino bromista que, por una apuesta, se tragó una bombita de luz eléctrica junto con sendos vasos de cerveza, sin que, aparentemente, le pasara nada.
Recuerda Alejandro que en la década del 90 el De Vida funcionaba como un centro comercial: bar, restaurante, parrilla con anexo de fiambrería, almacén y rotiseria. Como no había grandes superficies en la zona, era un verdadero centro comercial; algo similar a Manzanares, había que sacar número y hacer cola, era muy completo, tenia todo, hasta lechones frescos u horneados, lo que todavía sigue estando, fiambres, bebidas, artículos de limpieza, era un referente del barrio.
Antes de ingresar como encargado Alejandro realizó un aprendizaje desde abajo, trabajando durante las vacaciones en sus tiempos de estudiante. Pero luego, en el año 2000, se fue a Europa para vivir un aprendizaje en ramos de hotelería y gastronomía en Tenerife, Valencia y Barcelona. Trabajó en hoteles cinco estrellas, primero como camarero, luego de encargado de compras y de personal. Lo suyo fue siempre la atención al público, teniendo en claro lo fundamental de atender bien las mesas porque la gente quiere y necesita que el que lo atiende se involure. Eso es un arte que tendrían que tener los mozos.
Yendo concretamente a la clientela del Bar De Vida confirmó que siguen viniendo muchos veteranos y también familias. Y también parejas más jóvenes. Hay familias que traen a la mamá o la abuela, personas de edad, porque la señora se siente identificada con el lugar.
También han venido algunos políticos y comerciantes de la zona. También van muchos murguistas, artistas del carnaval y también periodistas.

QUERIDO LECTOR:
Agradecemos nos envíen sugerencias de nombres de Cafés, ubicaciones y personas que puedan aportar algún dato con sus respectivos teléfonos como forma de ir construyendo la historia de los mismos.  Mail : jvarese@gmail.com - Cel. 094851726

 

 

 

 

EL REY DE LOS CAFETEROS
Por. Juan Antonio Varese

En abril de 1899 la prensa fomentaba la curiosidad de los montevideanos con el comentario de la próxima apertura de un fabuloso café con el nombre de AL TUPÍ NAMBÁ, “frente a la plazuela del Teatro Solís, donde antes estaba abierto el café PENINSULAR. Varios curiosos visitaban en local en arreglos, el cual estaba quedando de buen tono y confort con rico papel de agua y cenefas azules, grandes espejos dorados, sofás tapizados en seda y cortinados de Damasco, con lujos dignos de Oriente. También intrigaba el origen de nombre tan particular, a lo que Don Francisco San Román, activo industrial de la torrefacción del café, respondía con que deseaba rendir homenaje a los Tupí Nambá, tribus oriundas del Brasil, de la provincia de Bahía, bravos guerreros que habían peleado. Fieramente por su tierra.
Tanta sorpresa no podía quedar defraudada. Y el 8 de mayo a las 11 horas incesantes cohetes voladores atronaron la paz montevideana. Ante el estruendo la gente pensó, en principio, que dada la precaria salud del presidente Máximo Santos, se estaba por anunciar su muerte. Los más curiosos salieron de los teatros, clubes y cafés para saber lo que pasaba. Pero nadie tenía una explicación del estallido de los cohetes salvo los que acertaban a pasar frente al teatro Solís y vieron que San Román los encendía para dar cuenta de la inauguración de su nuevo café.
No terminaron ahí los festejos sino que los que entraban al lugar eran convidados con un café exquisito y aromático, coronado con una copa de licor.
Con tan buenos anuncios el negocio empezó floreciente, punto de encuentro y reunión de intelectuales y hombres de negocios. Al año siguiente, cumplido el primer aniversario, la prensa comentaba que San Román “estaba por echar la casa por la ventana”. Y, con espíritu satírico, agregaba que el empresario cafetero estaba por colgar un la pared principal del negocio, a la vista de todos, un retrato de él mismo que había encargado al pincel de Marrachini. Y que le estaba yendo tan bien que pensaba en extender el local hasta la plaza Independencia “convirtiéndolo en una vasta sala que devore todo el espacio que media hasta la calle Juncal”.
En el colmo de su accionar San Román tuvo la idea de hacer analizar el café que expedía al público, dando a publicidad el resultado del mismo firmado por el químico J. Arechavaleta, quien declaraba que la sustancia resultaba apta para el consumo tras detallar sus componentes.
La prensa en general se mostraba favorable, incluso en la forma satírica y amigable en que comunicó que se había descubierto que el TUPI NAMBÁ había estado defraudando a la Compañía del Gas con la colocación de un caño directo sin pasar por el contador del consumo.
Transformado en personaje de la vida pública de la ciudad, San Román decidió festejar el día patrio del 25 de Agosto con la exhibición de banderas orientales, españolas y francesas sobre el frente del café, lo que terminó con su persona en la comisaría. El cafetero recién pudo recuperar la libertad después de abonar una fuerte multa.
Pocos días después los cohetes volvieron a atronar el aire. Esta vez producto de la comitiva de amigos y clientes del café que llegaban por la calle Buenos Aires a voz en grito vitoreando que San Román “había sido declarado absuelto en el juicio por las banderas”.
En el año 1895 la prensa comentaba el naufragio del vapor español Ciudad de Santander frente a la isla de Lobos al tiempo que daban la noticia de que San Román había comprado el cargamento de café rescatado del buque, tratándose de un tipo de café distinto, procedente de Costa Rica y no de Brasil.
En junio de 1899 la prensa daba cuenta del gesto enaltecedor de Don Francisco, que para festejar el décimo aniversario del café, había resuelto colocar en la categoría de socio a su sobrino Caciano Estevez.
Y en setiembre de dicho año Don Francisco fue declarado, con bombos y platillos, como REY DE LOS CAFETEROS. La ceremonia se cumplió con un gran banquete en el Hotel des Piramides al cual fue invitado autoridades y toda la prensa de Montevideo. La coronación, con todos los rituales de la realeza europea, lo tituló FRANCISCO I, Rey de los Cafeteros de Montevideo y declarado un rey simpático y risueño que gobernaba su ínsula con el acierto y agrado de los súbditos.
noche al Tupí Nambá, donde serían recibidos con la amabilidad especial del dueño de casa.
En tal ceremonia el cafetero fue declarado Francisco I, un rey simpático, risueño que gobierna su ínsula con acierto y agrado de sus súbditos.
El decreto “dictado por Su Majestad” fue reproducido en la prensa en términos tales que lo consideramos prueba elocuente de la mentalidad de la época y de la importancia de la vida cafetera, al punto que lo transcribirmos textualmente en versión del Semanario La Mosca:

“Francisco I, por la gracia de Dios y de los periodistas montevideanos, soberano de la casa de los San Román, rey de los cafeteros, príncipe del caracolillo y caballero de las muy principales órdenes del Moka Puerto Rico, Java, Brasil, etc., etc. Al muy ilustre señor Roberto Savastano, príncipe de los periodistas humorísticos que empuña ágilmente el látigo  de la sátira juvenalesca, salud y felicidad!
Grande y buen amigo: Hace tiempo que siente cerca de mis reales orejas el zumbido de La Mosca, bichito que manejado por Ud. resulta una Mosca de Milán.
Ningún presidente ni ningún personaje se escapa de que se les saque los trapitos al sol.
Esta actitud valiente y decidida de su periódico me habría impulsado una profunda simpatía, si otro pensamiento más dominante   embargara mi real mollera: He llegado a tenerle miedo, pues he llegado a comprender que las testas coronadas estamos expuestas a que nos pique la cáustica Mosca, y como se dice vulgarmente  he resuelto curarme en salud.
Por eso, en consejo general  de ministros, hemos resuelto acordar y acordamos: Enviar  al insigne propietario de La Mosca, nuestra Real efigie, en testimonio de nuestro aprecio augusto para el valiente periódico que ha sabido cantar claro y decir las verdades, pese a quien pese y duela a quien duela.
Y deseando nuestra corte acordaros una condecoración para que podáis usar vos, vuestros descendientes y vuestros parientes hasta la 4ª y 5ª generación, venimos a concederos la muy codiciada orden de los Cordones Bolivianos, que nuestra corte reserva  para los altos magnates de la prensa y que en el extranjero no ha sido otorgada más que al emperador de la China, a un sobrino del rey Menelick, al conde y a la condesa de Das y al presidente de la Sociedad Protectora de Animales de San Petersburgo.
Dado en nuestro despacho real de Tupí Nambá, firmado y sellado con el lacre verde cotorra y con una pluma de la cola del ilustre Fénix, a los XX días  del mes de setiembre  del año II de nuestro reinado.
Francisco I

 

 

EL CARRO DE EL CHANÁ

Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

 

Como decíamos Juan Pastorino era un personaje querido y admirado por todos. Dentro de la empresa su inventiva lo llevaba a implementar curiosas estrategias de venta - lo que hoy se tiene por marketing- como que las latas café o té tuvieran cupones canjeables por regalos varios como relojes, vasos o cortaplumas, según los casos.
Otra iniciativa fue, durante los comienzos de la empresa, pedia a gente de su confianza que fuera a tomar café o té en algun bar o cantina que no era cliente y que pidieran “café El Chaná” y le hablaran de las bondades del producto como forma de incentivar al propietario a incorporarlo.
Dentro de la empresa era muy querido. Se decía que los empleados cobraban aguinaldo antes de que fuera establecido por ley. Con cierta salvedad, es cierto, los hombres por entero y las mujeres la mitad. Pero claro, era el criterio de la época. También se cuenta que el día de su cumpleaños, el 24 de junio -el Día de San Juan- obsequiaba a todos los empleados una lata de bombones atada con una bandera uruguaya. Y, además, todos los meses los trabajadores recibían junto con el sueldo un kilo de café de la mejor calidad. De su parte Pastorino no aceptaba regalos porque decía que el “mejor presente que podían hacerle era trabajar bien”, no obstante lo cual ese día se formaba una larga cola para los que lo querían saludar.
Guillermina no solo obtuvo un empleo al ingresar a El Chaná sino que conoció a quien sería su esposo, Walter Caggiano. El padre de este y su futuro suegro había trabajado como en la construcción del edificio en el año 1920.
Para conocer un testimonio desde dentro de la empresa entrevistamos a la señora Guillermina Rodríguez, la que trabajó varios años. Nacida en una pobre y castigada Galicia llegó al Uruguay en el año 1953, contando con 11 años. Y con 17 años, en enero de 1960, empezó a trabajar en la empresa El Chaná hasta jubilarse en el año 2002 de la empresa Nestlé S.A. tras cuarenta y dos años de trabajo.
Ingresó para realizar tareas en la sección envasados, concretamente para atender el cierre de un nuevo producto, el café en bolsita de 100 gramos. Era la época de mayor auge en la demanda del producto, tanto en los establecimientos comerciales como en el consumo domiciliario.
Con esfuerzo y transcurrir del tiempo Guillermina pudo concursar dentro de la empresa y obtuvo un puesto en la administración, donde liquidaba sueldos y realizaba el control del stock de los vendedores, entre otras tareas, área en la que se mantuvo hasta el final de su vida laboral. Realizaba muy bien su tarea y resultó muy competente gracias a tener una personalidad inquieta que siguió estudiando y aprendiendo de los contadores y la gente preparada que la rodeaba.
Por la década de 1960, cuando ingresó a trabajar, la moral y la rigidez de las normas sociales no era la actual. Las relaciones afectivas entre funcionarios estaban prohibidas según el “reglamento interno de comportamiento moral”. Hasta el año 1962, si esto ocurría, la empresa daba a la pareja la posibilidad de elegir quien de los dos debía abandonar el trabajo. Mientras la relación fue de noviazgo, recuerda que un poco hicieron “la vista gorda”, por ser ella de hija de un funcionario de años y el novio, el hijo de un hombre de confianza dentro de la empresa. Pero cuando decidieron casarse, el directorio se tuvo que reunir y aprobar que ambos pudieran seguir trabajando.

MARKETING DE A CABALLO

Hasta la década del 60, aunque parezca mentira, las ventas y reparto se hacían a caballo. El edificio El Chaná, inaugurado en 1920 en Colonia y Joaquín Requena, contaba con caballerizas e ingreso para los carros sobre la calle Dante, en predio que hoy ocupa una empresa automotora.
Cada vendedor de café/té tenía su carro y un equino que le acompañaba en su reparto dentro de Montevideo pero también pasaba cuando debían visitar otros departamentos. A veces, debido a la crecida de algún arroyo que era imposible cruzar debían pernoctar en el carro y continuar al día siguiente.

Por último una linda anécdota de las que sirven para dar sabor a la historia hace relación con la costumbre, tolerada, de algún que otro vendedor que aprovechaba la visita comercial a los cafés y bares para aceptar alguna invitación de bebida espirituosa. El problema era cuando, después de varias visitas, no estaban lo suficientemente lúcidos para volver… Particularmente recibimos la anécdota sobre un vendedor, a quien llamaban “Tabito”, que en tales casos ensillaba el caballo y dejaba que este hiciera a puro instinto el camino de regreso hasta la empresa. Tal era el afecto que le profesaba al equino que cuando la empresa se modernizó con vehículos motorizados rompió en llanto por tener que dejar de lado su caballo. Y siguió yendo a visitarlo todos los fines de semana como si fuera su hijo, hasta que el animal falleció.

EL CARRO de EL CHANÁ

Como decíamos la inventiva de Don Juan Pastorino se manifestaba en todas sus actividades, ya fueren las comerciales o las recreativas.                                                                                           
        Además de empresario con preclaro interés social, detentaba una veta artística que supo demostrar con habilidad en la construcción de escenografías para representar obras de teatro, en las que llegó a actuar la Peña Andaluza, y en levantar escenarios para los tablados del barrio.

Pero su obra más recordada fue la de los carros alegóricos de carnaval que con el título de El Chaná, deslumbraron durante casi tres décadas en las carnestolendas montevideanas, recorriendo los corsos, primero del Parque Rodó, luego de avenida 18 de Julio y finalmente los corsos barriales. Hombre múltiple no solo significaba esperada una diversión sino que se trató de una más que efectiva publicidad para le empresa cafetera. A través del carro todo el mundo hablaba de cafés y tés El Chaná.
Para conocer sobre el tema entrevistamos a la Lic. Emilia (Milita) Alfaro, especialista en temas del carnaval montevideano y a Tomás Olivera Chirimini, director del conjunto Bantú y de la institución Africanía dedicada al estudio y conservación de los valores tradicionales del barrio Palermo.
Los carros EL CHANÁ eran escrupulosamente ideados por Pastorino, diseñados por su mano derecha Albertazzi y ejecutados escrupulosamente por el carpintero pedro Capocasale. Los datos que brindaremos resultan de una entrevista efectuada a Gabriel Caldevilla en la década de 1960, una vez fallecido Pastorino. Caldevilla recordaba que el primer desfile fue del año 1920 y duraron hasta el año 1955. En aquellos tiempos la Comisión Municipal de Fiestas organizaba concursos de carros dentro de varias categorías entre los que se encontraban los alegóricos y los de reclame. El primer carro de El Chaná, tirado por caballos desfiló por el corso del Parque Rodó en 1920 y según Milita Alfaro, representaba dos personajes: uno era un indio Chaná y el otro un rubio inglés, cada uno correspondiente a los dos productos de la firma: el café de Brasil y el té de procedencia inglesa. Cada año el carro se preparaba mejor y luego que los desfiles pasaran a 18 de Julio era un verdadero festejo y todo el mundo aguardaba la sorpresa del carro El Chaná. Dicen que el más aplaudido fue el del año 1929 que mostraba un patio andaluz a semejanza de la Alhambra de Granada. Otros años llevaban a bordo conjuntos musicales con algún vocalista y en otros bailarinas con antifaz que arrojaban besos y flores…
Una de los carros más recordadas fue el del Carnaval de 1928, en el que el diseño del carro desafiaba los principios físicos del equilibrio al punto que todos decían que se vendría al piso no bien comenzara a moverse. Pastorino no hizo caso y el móvil recorrió todos los corsos y desfiles de aquel año sin problemas.
Por supuesto que todos los años se llevaban el primer puesto en los premios hasta que en el año 1945 la Comisión Municipal de Fiestas le permitió participar pero “fuera de concurso” como forma de no desestimular a los otros conjuntos que no podían competir con aquella trayectoria de Exitos. Desde entonces participaron fuera de concurso y el dicho “estás fuera de concurso como el carro El Chaná” se volvió una expresión de nuestro folklore ciudadano.
Si bien Caldevilla señaló el año 1955 como el último de la participación del carro El Chaná la historiadora Alfaro señaló que probablemente haya participado años después, claro que sin la presencia alentadora de Pastorino ni el brillo de años pasados.

 

CAFES EL CHANA 

Por Juan Antonio Varese
jvarese@gmail.com

Hasta fines del siglo XIX el café se tostaba, glaseaba y molía en forma particular en las pulperías, bares y tiendas. El Uruguay fue de los países pioneros en elaborarlo en América Latina, a través de dos fábricas representativas en el ramo, la DOS HERMANOS, que vimos en el capitulo anterior y EL CHANA, a la que nos referimos en el presente.
Esta ultima cumplió una larga trayectoria, elaborando durante casi un siglo uno de los mejores cafés y tés de Sudamérica, cuya calidad fue reconocida a nivel nacional e internacional.
El Chaná fue fundada en 1899, 24 años después que la Dos Americanos, por los señores Pedro Fazzio y Plácido Escribanis. El nombre elegido hace alusión a ¨los chanaes o chaná, un pueblo indígena vinculado a la etnia charrúa que habitaba en la confluencia del río Negro con el río Uruguay, las islas del Delta del Paraná, las islas y riberas del río Paraná entre lo que actualmente es la Provincia de Buenos Aires, la de Entre Ríos, Santa Fe y hasta en el sur de la de Corrientes (Argentina). Por la época estaba de moda llamar el producto con el nombre del lugar de cultivo, tal lo que había sucedido años atrás con el famoso café y bar AL TUPI NAMBA, nombre que hacía referencia a una tribu indígena del Brasil.

Poco tiempo después la planta fue vendida al señor Pedro Ostowill, quien la tuvo tan solo 4 años. En 1907, a su vez, la vendió a Juan Pastorino, un joven que había ingresado a la empresa con tan solo 17 años y que terminó por comprarla cuando cumplió los 20 en una suma cercana a los mil pesos oro.
Para conocer más sobre la trayectoria de El Chana S.A., además del capitulo que le dedica el libro del Centenario y numerosas referencias y enlaces existentes en la web, optamos por una versión más personal por lo que recurrimos a entrevistas con empleados de larga trayectoria y diferentes roles, a efectos de presentar distintos enfoques. Todas las consultas nos orientaron hacia Guillermina Rodríguez, una administrativa de confianza y 44 años de trabajo en la fabrica, cuyo padre también había sido empleado por largos años. Y, para tiempos mas presentes entrevistamos al señor Enrique Varela, ex gerente general,  estuvo en primera fila en las negociaciones durante la venta de la empresa a la firma internacional Nestlé en el año 1987, y al señor Walter Cladera, un vendedor con tan larga trayectoria como experiencia en la venta del producto.
La historia sigue así. En 1912 empezó a trabajar Gabriel Caldevilla, un inmigrante español que llegó a gerente general. La conjunción de los talentos de Pastorino y su entusiasta gerente apuntó a un proyecto de envergadura que supuso una apuesta memorable: la adquisición de media manzana sobre la calle Colonia Nos. 2073 al 2079, entre Pablo de María y ….,en la suma de 20 mil pesos, una fortuna para la época que, por ende, representaba todo el capital de la empresa.
La construcción del edificio se inicio en 1915 bajo la dirección de Carmelo y Roque Caggiano. Un total de  tres mil metros cuadrados especialmente diseñado para fábrica, salón de venta y exposición del producto, mayorista y minorista, con cochera y caballeriza por la calle Dante. Carmelo Caggiano se convirtió años más tarde, en suegro de Guillermina Rodríguez, al casarse ella con Walter Caggiano, también empleado de la empresa.
En 1920, después de cinco años de obras y trabajos, se inauguro el edificio de El Chaná Gran Emporio de Cafés y Tes de Juan Pastorino y Cia, donde se mezclaba “la mejor y más variada calidad de granos de América del Sur”, según dijera el Libro del Centenario.
La construcción se llevó adelante contemplando los últimos adelantos en confort, higiene y maquinaria, dignos de un establecimiento que debía competir con más de 20 casas del ramo: Dos Americanos, Palacio del Café, Manzanares, Cafés y Tes Inca, Café Bahía, Café Zapicán y La Cosechera, entre otros, sin olvidar que el Tupi Nambá de Francisco San Román ofrecía su propio producto y años mas tarde el café Sorocabana hacía lo mismo en sus varias sucursales.
Una calle interna de 120 metros atravesaba el edificio de norte a sur, comunicando la elegante administración, de paredes de mármol y carpintería en roble, con la maquinaria ubicada en el centro y la venta y distribución.
Tan estupendo edificio, popularmente conocido como el Palacio del Cordón, se constituyó en una visita ineludible para personalidades políticas o culturales que llegaban al país. Por allí pasaron los presidentes uruguayos Baltasar Brum y Juan José de Amézaga, el brasileño Getulio Vargas y el caudillo Luís Alberto de Herrera, entre tantos. 

El edificio de El Chaná contaba con una planta baja y una escalera inmensa de dos o tres metros de ancho de madera y mármol, que llevaba a la planta alta donde se encontraba la administración. Guillermina recuerda el día que ingresó por primera vez y quedó impactada con los muebles de roble, el bronce lustrado y los camineros. Un vitraux de seis metros por cuatro separaba las áreas de administración y producción, obra maestra que representaba la imagen de un aborigen arrodillado, recogiendo frutos en el bosque, que en su parte superior decía Cafés y Tés El Chaná.
El edificio contaba, también, con un segundo elemento que formaba parte de su identidad, un Reloj inaugurado en la fachada del edificio en 1921. Había sido fabricado en Alemania y durante el silencio nocturno proyectaba sus campanadas a mas de 3 km. de distancia. Fue encargado por el mismo Pastorino, inspirándose en el existente en la Abadía de Westminster, en Londres.

PROCESO ARTESANAL

La fabrica El Chana coincidió en su época dorada con el auge de la vida de los bares y cafés, que en el Uruguay tuvo una larga trayectoria de mas de siete décadas, de fines del siglo XIX hasta fines del XX.
La fuerte presencia del café El Chaná en el mercado se sustentaba en un poderoso slogan: “Molemos en el día, vendemos en el día”, que Pastorino cumplía a rajatabla, ya que jamás conservaba el producto en stock porque consideraba que esto le hacía perder calidad.

El edificio de El Chaná contaba con inmensos salones en los que se efectuaban las operaciones de tostado, clasificación y molienda, así como también se cortaban y mezclaban los tés directamente recibidos del exterior.
Las bolsas de arpillera con el café importado pesaban 60 o 70 kilos según fueran de Colombia o Brasil respectivamente. Llegaba crudo y sin tostar. Estas, originalmente, eran cargadas a mano por los empleados hasta unas esferas  metálicas de entre 30 y 50 kilos donde se realizaba el tostado.
Con los años el procedimiento se modernizó y las bolsas se empezaron a deslizar por rampas.

Las esferas eran calentadas a leña y carbón y contaban con una especie de “visor” de vidrio que permitía a los tostadores detectar a “ojo” cuando el grano había llegado a su punto. Este procedimiento debía ser muy meticuloso, porque si el grano se pasaba, perdía todas las cualidades del café.
Y un detalle muy importante para jerarquizar la calidad: de cada tostadura, que pesaba 100 kilos, aproximadamente, se hacía una degustación para corroborar el punto de tostación.

Una vez que el grano estaba tostado, en algunos casos se agregaba azúcar y de este modo se obtenía el café glaseado: caso contrario era café natural. La señora Guillermina recuerda que al tostarse el café perdía peso, es decir, por cada kilo de crudo se obtenían 700 gramos de tostado, por tanto el glaseado no solo servía para mejorar el sabor sino para hacerlo más rentable ya que permitía recuperar parte del peso original.
Luego del tostado el café caía por unas rampas hacia una especie de piscina de metal que abajo tenía cámaras de agua y se enfriaba inmediatamente. Y recuerda el denso vapor producto de las operaciones allí realizadas, que debía ser liberado por extractores eléctricos que ventilaban la atmósfera del emporio.
Posteriormente pasaba a envasarse en grandes latas de metal para ser pesado y molido. La molienda también debía ser la adecuada para que el café pudiera ser preparado correctamente en las máquinas de los bares y de los hogares.
Finalmente llegaba el momento del empacado, que originalmente se realizaba en latas de 2 o 5 kilos, y desde la década de 1980, en bolsas    (CONTINUARA)

 

 

 

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