El CAFÉ JAPONES era el predilecto de mi tío Luís, apodado el Rubio por el pelo claro que lució en su juventud. Nacido en 1908 y fallecido en el 2004 (96 años cumplidos), conservaba bien ganada fama de mujeriego en el concepto clásico del término y el privilegio de una memoria casi fotográfica que le permitió amenizar las horas de la vejez con los recuerdos de su turbulenta mocedad. Muchas tardes las pasamos conversando del Montevideo de la Belle Epoque, de los años 20, de aquella época en que había tiempo para todo y los cafés eran una verdadera institución ciudadana. Guardo varias hojas anotadas con trazo rápido con breves referencias de aquellos tiempos y detallada descripción de sitios y lugares, incluso de los decorados de los cabarets, cafés y restaurantes más característicos. Los había para todos los gustos y todos los públicos e incluso para todas las horas. No recuerdo el porqué de su predilección por el JAPONES pero de seguro tenía que ver con algún romance de buen suceso. En cierta oportunidad que tomábamos un café en LA CATEDRAL DE LOS SANDWICHES no dejó de contarme que allí había funcionado el JAPONES y que contaba con una orquesta femenina que dirigía una hermosa morocha llamada Lolita Parente.
Se trataba de uno de los cafés mas distinguidos de Montevideo. Entre fines del XIX y las primeras del siglo XX la calle Sarandí era la arteria elegante, la del piropo y el cruce de miradas que podían terminar en romance. A la caída de la tarde la gente salía a caminar por el boulevard Sarandí o lucia su estampa desde los carruajes para proseguir el paseo por 18 de Julio o viceversa, para terminar la vuelta en la plaza Matriz, donde resolver el destino final de la jornada, si en el Prado, la terrasse de los Pocitos o el Parque urbano, después llamado Rodó.
El CAFÉ JAPONES, vaya a saberse el porque de su nombre aunque suponemos que mucho haya tenido que ver el exotismo con que el lejano Oriente fascinaba la imaginación de los rioplatenses, estaba decorado con motivos florales y aves coloridas y contaba con faroles de papel de procedencia asiática. Para justificar la predilección nipona baste recordar que Montevideo contaba con el Bazar del Japón, uno de los mejor surtidos de la ciudad y que en Buenos Aires brillaban las luces y los juegos del Parque Japonés.
Por entonces cada café se caracterizaba por un tipo especial de clientela. Algunos congregaban peñas de artistas, poetas, literatos o políticos mientras que otros rendían culto a los juegos de billar, cartas, ajedrez, a las interpretaciones musicales o a las charlas de políticos tanto utópicos como del gobierno. El JAPONÉS, en cambio, tal vez debido a la alcurnia de su propietario, el señor Manuel Gil, congregaba un ambiente elegante y mundano. No eran de extrañar los grupos de jóvenes mujeres de largos vestidos y peinados en ruedo y de caballeros de polainas y bastón para compartir con un suculento te con pasteles los dimes y diretes de la semana. Una de sus peculiaridades (cada café tenía la suya), era el letrero que anunciaba que después de las 18 horas se servía un PAGLIOTTI con aceitunas griegas por 12 centésimos, verdadera happy hour según la terminología de la época.
Los autores lo ubican entre los cafés concert, es decir los que contaban con intérpretes musicales para amenizar las veladas. El pianista que se eternizaba en el piano, risible por lo bajito y rechoncho, tocaba insufribles valses y mazurcas pero cuando se tomaba un descanso la gente parecía sentir su ausencia y lo reclamaba con exclamaciones de alegría. Entre los músicos que actuaron en el horario dedicado al tango, en plena década de 1920, podemos encontrar a los argentinos Eduardo Bianco (violinista) y Manuel Pizarro (famoso bandoneonísta) que después triunfaron en Paris. Entre los artistas locales figuraron los pianistas D´Angelo, Courau y Néstor Rosa Giffuni, este último un virtuoso de nota que también dirigió conjuntos del Sodre. Pero la máxime atracción, la que convocaba la presencia de la clientela masculina era la orquesta de señoritas que dirigía la simpática Lola Parente. Hombres jóvenes y no tanto se sentaban en las mesas junto con damas y damitas que se atrevían de esta forma a escuchar los compases y ver los pasos de baile del tango hasta entonces prohibido, que nacido en los suburbios comenzaba a exhibirse en los cafés del centro de la ciudad.
Por el año 1935 Manuel Gil vendió el café, seguramente cumplido su ciclo comercial. Pero también Montevideo había cambiado y se estaba modernizando. Los automóviles y carruajes suplantaban a las viejas volantas y carruajes y la gente comenzaba a vivir con más prisa. Los nuevos dueños, los hermanos Rodríguez, españoles trabajadores y sapientes del oficio lo modernizaron y le cambiaron el nombre por el de LA CATEDRAL DE LOS SANDWICHES. Desde entonces el lugar se transformo en referente del buen café y de los mejores sándwiches en franca competencia con los del PEDEMONTE (del que nos ocuparemos en otra oportunidad), del MESON DE LOS SANDWICHES, del EMPORIO DE LOS SANDWICHES, o incluso de ROLDOS, en el Mercado del Puerto.
Durante varias décadas LA CATEDRAL oficio de café para los oficinistas y profesionales de la ciudad Vieja y de elegante salón para festejo de los recién casados, dada la cercanía con el Registro Civil. Prácticamente todos los flamantes matrimonios levantaron su copa en brindis con amigos y parientes en sus mesas elegantes. En los últimos tiempos, la señora Maria del Carmen Vidal, de la nueva generación de propietarios, supo acompañar la modernización y ante la transformación de Sarandi en peatonal, reformo el local adecuándolo a los nuevos tiempos y ampliando la oferta de los sándwiches con almuerzos ejecutivos y pastelería de calidad.
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