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LOS INMORTALES
Por. Juan Antonio Varese

 


 
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Pocos montevideanos, por más canas que tengan, recuerdan el café LOS INMORTALES, ubicado en la esquina suroeste de las calles Rincón y Cámaras, hoy Juan Carlos Gómez, frente a la Plaza Constitución, también conocida como plaza Matriz.
El nombre tan singular le fue puesto en homenaje a la memoria de Florencio Sánchez primero y de Carlos Gardel después, personajes que llenaron páginas sin olvido en la historia rioplatense.

A fines del siglo XIX la plaza Matriz de Montevideo era la más transitada de la ciudad. A su frente daban la Catedral, el Cabildo, el hotel Alambra y el Club Uruguay. Las cercanas calles 25 de Mayo era la de los negocios elegantes y Sarandí la de los paseos y los piropos. En la citada esquina de Rincón y Cámaras existía una elegante mansión de dos pisos, que todavía hoy existe. En la planta baja funcionaba, desde 1882, la LIBRERÍA ARGENTINA, de Francisco Ibarra, la más antigua existente en el país puesto que fue instalada en 1853 por Gregorio Ibarra, su padre, librero argentino que escapó del gobierno de Rosas para continuar su negocio en Montevideo. Una publicidad de la época (foto y aviso del año 1903 que tengo en mi colección) señalaba que el local tenía dos entradas: una por Rincón N° 168 y la otra por Cámaras N° 112. La librería contaba con varias secciones y tenía corresponsales en Argentina, España, Inglaterra y Alemania. Dentro de la Sección Librería disponía de un completo surtido de libros de Historia, Derecho, Religión y Literatura.
En la primera década del siglo XX, tras el fallecimiento de Ibarra, el negocio cerró sus puertas, circunstancia aprovechada para un cambio de rumbo comercial.
Fue entonces que se instaló el café LOS INMORTALES. No he logrado precisar la fecha de la inauguración pero la supongo alrededor de 1915. El café se volvió, de inmediato, uno de los más concurridos de la ciudad debido a varias razones, entre ellas su ubicación estratégica, frente a la plaza, su elegante decorado y la excelente calidad del café y masas que servía. La clientela era variada, desde parlamentarios, grupos partidarios, oficinistas, damas de sociedad, paseantes de las calles 25 de Mayo y Sarandi y concurrentes al teatro Cibils.


Su dueño, lo adivinamos, era todo un personaje, de esos que definen un lugar con la fuerza de su carácter y la firmeza de sus ideas. Entre sus pasiones destacaban el teatro y el tango, expresiones ambas que tallaban fuerte en las costumbres de la época. El tango emergía de su origen arrabalero y se presentaba en sociedad. Muchos cafés, entre ellos La Giralda y el Ateneo, presentaban conjuntos típicos. El ultimo, incluso, había hecho construir un palco para la ubicación de las orquestas. El propietario era un empedernido admirador de Florencio Sánchez, el dramaturgo genial. Nacido en Montevideo en 1875 y fallecido en Milán en 1910, podemos situarlo en la generación literaria del 900. Durante sus primeros tiempos se dedicó al periodismo, como colaborador de varios medios de prensa. De orientación familiar nacionalista, se enrolo en las huestes de Aparicio Saravia hasta que, después de sufrir una gran desilusión, abrazo el anarquismo con fervor. Desde 1900 se radico en la Argentina, entre las ciudades de Rosario y Buenos Aires. En los años siguientes compuso veintidós obras teatrales de gran calidad, muchas de ellas clásicas en el teatro rioplatense. Pero lo mas importante, calo hondo en el sentimiento popular y mucha gente se sintió reflejada en sus personajes y situaciones.


No es de extrañar, entonces, que el cafetero reflejara el sentir colectivo y en tal concepto considerara a Sánchez un personaje cuya memoria había que conservar, uno de los inmortales en la historia del Rio de la Plata. De ahí su devoción y de ahí el nombre del boliche.
Como forma de homenajear el recuerdo del autor, hizo colgar una foto contra la pared del fondo cercana al mostrador, y a sus dos lados sendos vasos con flores. Florencio resaltaba con su apariencia bohemia, con el pelo rebelde cayendo hacia ambos lados de la frente.
Al principio era el dueño el que se ocupaba de cambiar el agua de los vasos y cambiar diariamente las flores pero luego la costumbre fue tomada por los clientes, contagiados por una costumbre que se había vuelto rito.


Años después, transcurrida la tragedia de Medellín que catapultó la fama eterna de Carlos Gardel, consolidada con una muerte trágica en su momento cumbre, su voz quedo flotando en el sentir colectivo. Fue entonces que el inefable propietario del café LOS INMORTALES hizo colgar un cuadro del Mago –la inolvidable foto tomada por José María Silva, su fotógrafo predilecto, al lado del de Florencio. Desde entonces pasaron a ser dos los homenajeados, cada uno contaba con su florero y con flores frescas cambiadas todos los días por una clientela que se había vuelto cómplice de mantener vivo el recuerdo. No importaba quien fuera, cambiaban las personas y las flores pero al pasar todos levantaban la cabeza y enviaban un silencioso saludo a los dos símbolos de nuestro sentir popular.


El Hachero, el inolvidable cronista de la noche montevideana, recuerda con especial cariño el café LOS INMORTALES. Reconoce haberse conmovido con la veneración del parroquiano anónimo que cambiaba las flores. Tanto que llego a decir en señal de respeto que “había que dejar hablar a las bordonas…”, conmovido por la fidelidad de la clientela en colocar las flores y cambiar el agua de los floreros. Siempre habían flores frescas, cambiadas vaya a saber por quien, desde el reo al mozo presumido, desde el oficinista al lustrador de zapatos, desde el obrero al canillita, desde el clandestino al político, todos llegaban con su ramito a refrescar el recuerdo por los inolvidables personajes colgados de la pared.

 

Nombre semejante lo hubo en las dos capitales del Plata. Buenos Aires también tuvo su café Los Inmortales, denominación que prosigue vigente hoy en una cadena de pizzerías con casa principal en la calle Lavalle.

Cámaras era el anterior nombre de la actual calle Juan Carlos Gómez, en virtud de que el Legislativo funciono en el edificio del Cabildo hasta la inauguración del Palacio Legislativo en 1925).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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