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FONDA Y CAFÉ LAS DELICIAS
Por. Juan Antonio Varese

 


 
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Después de 1830 la República Oriental del Uruguay comenzó a transitar por senderos de apertura política y búsqueda institucional. Mientras las diferencias entre los caudillos  e intereses extranjeros conmovían al país y gestaban los inicios de la Guerra Grande, uno de los conflictos más prolongados de nuestra historia, la sociedad civil procuraba el desarrollo de la vida de relación. Los inmigrantes, especialmente llegados de la vascongada francesa y otras regiones de la vieja Europa acosada por problemas económicos y políticos, trajeron además de las ansias de trabajo el sentido de la diversión y el entretenimiento propio de tiempos nuevos. La gente había comenzado a pensar, valorar y disfrutar del tiempo libre. Y unos pocos elementos de sofisticación comenzaban a deslizarse en el entramado de las clases medias. El pueblo quería divertirse, salir de paseo, escuchar música y organizar pic nics al aire libre. Paseos campestres que los pintores reproducían en sus telas con alegres danzas y festines gastronómicos. Los cafés y las confiterías, frecuentes en Paris, Londres y Madrid, ya empezaban a detentar sus propias comodidades, ofrecer salones elegantes y rincones para descanso. Montevideo se aprestaba para ingresar, a principios de la década de 1840, en un concepto de modernidad y de valoración de las diversiones.
Por eso no es de extrañar que el domingo 23 de octubre de 1841, se inaugurara una fonda y café en las afueras de la ciudad, en el camino hacia el Paso del Molino. Era un hermoso domingo y por todos los medios publicitarios (diarios, panfletos pegados en los muros de la Ciudadela y carros con letreros a los costados) se avisaba la inauguración de la FONDA, CAFÉ, POSADA Y ALMACEN DE COMESTIBLES LAS DELICIAS, llamado por la gente como el Jardín de las Delicias. El mismo ocupaba un amplio predio propiedad del señor Diego Espinosa, frente al comercio de Estavillo, clara referencia para indicar el lugar, cerca del Paso del Molino. Se trataba, como podemos adivinar, de un establecimiento que ofrecía todo tipo de diversiones para públicos adultos y menudos.
Los dueños anunciaban que se trataba del “punto más delicioso en las cercanías de la ciudad para que las personas pudieran gozar de uno o más días de campo con todas las comodidades posibles”. Créanme que no era fácil por entonces trasladarse de un lugar a otro. Hoy un simple viaje al Paso del Molino, llevaría de 20 a 25 minutos en ómnibus o 15 en automóvil, pero en aquellos tiempos demandaba mas de una hora de buen trote o dos de traqueteo en carruaje si se optaba por ir con la familia en conjunto. El anuncio no se cansaba de repetir las comodidades: confitería propiamente dicha (donde se servían refrescos seguramente enfriados en el fondo del aljibe), sala de billar y salones de comida. Pero además contaba con habitaciones reservadas para los que quisieran descansar durante las calurosas horas de la tarde. Bendita siesta heredada de la tradición hispana que los montevideanos seguimos cumpliendo a rajatabla, aunque en aquellos tiempos el tiempo corría sin prisas. La comodidad no era solo para las familias sino también para los nobles equinos y los carruajes, que dispondrían de pienso en abundancia y de sombra reparadora. Las novedades eran varias, entre ellas un “patio toldado” donde disfrutar de la sombra no obstante los abrasadores rayos del sol, en tiempos en que la moda recomendaba una piel blanca y sonrosada. Para luego de la comida se ofrecían varias diversiones: juego de bolos, de bochas, billares, ajedrez, damas, dominó, los llamados “juegos de salón”. Los de gusto artístico, amigos de la música y del baile, disponían de instrumentos para practicar como guitarra, piano, flauta, clarinete y violoncelo. El texto del aviso de inauguración revela detalles de excelente gusto, rico en expresiones de época: “Los empresarios han creído ser éste el punto más delicioso de las cercanías de esta ciudad para las personas que gusten gozar uno o más días de campo, con todas las comodidades posibles y no han vacilado en su elección. La casa por su cómodo y espacioso local ofrece a los señores que quieran favorecerla, cuantas comodidades pudiera apetecerse”.
Respecto al servicio de fonda (hoy restaurante) y café será “abundante, exquisito, decente y sobre todo a precios acomodados para cuyo efecto habrá un surtido excelente de vinos y manjares, a fin de que nada falte a los concurrentes de cuanto pudieran desear.”
Pero lo más interesante para nosotros era el tipo de festejos que se preveían en la inauguración y se anunciaban por anticipado: una exhibición de florete, para la que se invitaba a participar a los aficionados, quienes encontrarán en el establecimiento floretes, caretas y guantes para la práctica. Y a las 6 de la tarde estaba prevista la elevación de un magnífico globo (los globos con gas estaban de moda en Europa) y “otros entretenimientos para los que gusten favorecer el establecimiento”.
Pero, como en todo, ya desde aquellos tiempos, convenía la reserva previa: “Las familias que gusten gozar un día de campo, pueden encomendar el almuerzo y comida que necesiten, seguras del buen servicio, así como también los cuartos destinados para su descanso”.
Por ultimo los empresarios (propietarios) anunciaban que no escatimaron esfuerzos para corresponder a la confianza del público y que estaban prontos para mejorar todo lo posible, “a medida de la protección que reciban para que en Las Delicias se encuentre reunido lo agradable a lo exquisito y a la completa comodidad de los concurrentes.”
Montevideo de parabienes. No sabemos cuantos años duró el Jardín de las Delicias pero de seguro que habrá contribuido a sobrellevar las penurias del Sitio que duró desde 1843 hasta octubre de 1851.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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