El hoy café y restobar JOCKEY CLUB, ubicado en la esquina de Bartolomé Mitre y Rincón, tiene un historial más que centenario a sus espaldas. Fue fundado en el año 1896 con el nombre de CONFITERÍA Y CAFÉ DEL JOCKEY CLUB por los señores Narciso Gardey y Olimpio Moalli en la esquina de Sarandí y Cámaras (hoy Juan Carlos Gómez), por entonces una de las más concurridas de Montevideo, frente al antiguo Cabildo (donde funcionó el Poder Legislativo hasta el año 1925 en que se mudo a su Palacio), al Grand Hotel (entonces propiedad del hacendado y escritor Carlos Reyles) y a la famosa rotiseria Charpentier, donde se expendían exquisiteces importadas y tenían lugar los banquetes mas sofisticados de la Belle Epoque. El nombre de Jockey Club le fue puesto en consideración al club homónimo de aficionados a las carreras de caballos, cuya sede social ocupaba uno de los salones del hotel. Inaugurado en 1888, el club congregaba centenares de amantes del deporte hípico, amen de las damas que acostumbraban lucir sus galas en las sesiones domingueras de Maroñas y del abigarrado mundo de apostadores y jugadores que complementan dicha actividad.
Tiempo después entraron a trabajar los señores Carlos Diana y Andrés Clavijo, fieles empleados que 17 años después terminaron por adquirir el negocio. En 1913 los nuevos dueños lo trasladaron a la también emblemática esquina de Rincón y Cerro (hoy Bartolomé Mitre), frente al Hotel Colon (conocido como Palacio Gandós) y un entorno de comercios de tradicional pujanza como las ferreterías Trabucati, La Llave, Mojana y Clericetti Barrela. La inauguración, con toda la pompa, tuvo lugar el 27 de agosto de 1913, conservándose el nombre de CONFITERIA Y CAFÉ DEL JOCKEY CLUB.
Desde entonces continuo su trayectoria como una de los mas lujosas confitería de Montevideo, equiparada en el buen servicio y numerosa clientela con la del Telégrafo, del Oro del Rhin, del Nogaro y de La Americana. El local, que llegaba desde la calle Rincón hasta el pintoresco pasaje Policia Vieja, se distribuía en dos pisos: en el bajo, además del café y confitería, funcionaban las secciones fiambrera y bombonería de fabricación propia y en el alto, con elegante mobiliario y fina decoración estaba el salón de fiestas para familias y acontecimientos sociales.
En el año 1924, nueva reforma mediante, el personal llegó a contar con 50 empleados además de los propietarios tras el mostrador, tal como se estilaba en aquellos tiempos.
Una propaganda de época, que integra un vetusto libraco que integra mi archivo, daba cuenta, con fotos interiores, del orgulloso establecimiento, modelo en su género. Tiempo en que los hombres acostumbraban reunirse en los cafés para conversar de temas políticos, artísticos y sociales mientras que las damas lo hacían en las confiterías. Eso si, cuando los caballeros se reunían con las damas o las reuniones eran con la familia solían hacerlo en las confiterías, que las había de todos los gustos y todos los precios. (En otro número nos ocuparemos de ellas, tema verdaderamente apasionante). Décadas de vida social intensa, donde los cafés solían oficiar de lugares de encuentro y centros de reunión.
Desde 1925 hasta la década del 50 carecemos de información escrita o testimonial sobre el negocio. En este punto permítasenos una digresión, ya que en la vida de todo comercio se desarrollan dos historias paralelas que terminar por señalar el éxito o acarrear su fracaso: 1) la de los avatares del propio negocio, como apéndice de una ciudad que cambia y una sociedad que transforma sus usos y costumbres y 2) la de los propietarios o encargados, según la etapa de la vida en que se encuentren, salud personal y pericia para los negocios. Por eso no siempre van bien o mal por la zona donde están ubicados o por el trabajo y preocupación de los dueños o viceversa.
A mediados de la década de 1950, tras la decadencia que empezaba a vislumbrarse en la Ciudad Vieja, el negocio estaba en manos de Rodolfo García, un español que le acentuó el perfil de bar en detrimento del de confitería e, incluso, temporalmente le cambio el nombre por el de ALGARIEL.
Desde 1964 contamos con la versión testimonial y directa de los últimos dueños, Adolfo Camesella y su esposa Amparo, a quienes entrevistamos en su casa de El Pinar. En largas horas de charla repasaron una historia de más de 40 años al frente del negocio. Se lo compraron a García en 1964 y tras una reforma lo reinauguraron el 4 de junio de dicho año, volviendo al viejo nombre de JOCKEY CLUB. Adolfo tenia ya experiencia en el ramo, porque después de su llegada de España había atendido un bar y sido dueño de otro en Agraciada y Cerro Largo, que vendió para llegar a este otro, mejor ubicado. El matrimonio, digno exponente de una esforzada generación de gallegos para quienes el trabajo y el ahorro fueron las metas de una forma de vida, le dedico lo mejor de sus afanes. La clientela, por entonces era variada, conformada especialmente por profesionales universitarios, abogados y escribanos, ya que era zona de oficinas y escritorios. Y dada la proximidad del diario El Debate, frecuentado por muchos políticos. Frente al local funcionaba una peluquería, cuya clientela se componía de políticos conocidos entre si, los que luego cruzaban al boliche para proseguir la tenida ante una humeante taza de café. En especial recuerdan a Eduardo Víctor Haedo, de cuando escribía notas periodísticas, con su infaltable vaso de whisky. También solían hacerse presentes Heber y Lacalle, muy jóvenes por entonces. Clientes habituales lo eran el Dr. Bolentini, luego Ministro del Interior, y el Dr. Rachetti, que fue Intendente durante la dictadura. Y en forma especial recuerdan al contador Enrique Iglesias, uruguayo pero también español como ellos, por quien Amparo sentía especial afecto. Ella cocinaba diariamente y lo hacia en función de los gustos de los clientes fijos, que venían todos los días.
A partir de los 80 la zona sufrió un nuevo bajón. El Hotel Colon, de tradicional elegancia, que los últimos años se defendía con clientela de excursiones de las que se beneficiaba también el CAFÉ DEL JOCKEY CLUB en desayunos y almuerzos, cerro sus puertas, para convertirse en un palacio inerte. Y después le siguieron los comercios circundantes. El cepo vino mas adelante para acentuar la decadencia del barrio.
Las anécdotas más jugosas se refieren y retrotraen a los tiempos en que en el callejón de Policía Vieja funcionaba un local de apuestas clandestinas. Cuando la policía llevaba a cabo sorpresivas redadas los apostadores se disgregaban para todos lados. Algunos entraban corriendo al café y si no había tiempo de pedir algo se escondían en el baño o bajo las mesas. Hubo dos apostadores dignos del mejor recuerdo, uno a quien llamaban el Italianito y el otro conocido como El viejo Pipeta. Este ultimo, gran bebedor, era famoso porque ante la llegada de la policía se tragaba los papeles de las apuestas y no había forma de probarle nada.
Después del año 2000 los Camesella dejaron el negocio en manos de uno de sus hijos. Y ahora, con el nombre de RESTOBAR JOCKEY CLUB, tiene otros dueños.
El barrio ha recuperado parte de su antiguo esplendor. El viejo hotel Colon resurgió de las cenizas reciclado en la lujosa sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Cerca quedan oficinas administrativas del Consejo de Educación Secundaria y las antiguas ferreterías han dado lugar a la Oficina Nacional de Identificación Civil, el Centro Cultural de España, una fabrica de camisas y una compañía de consorcios. Sin contar con galerías de arte, librerías de viejo con nuevo aspecto y varios exponentes del nuevo tipo de boliche que ha surgido con renovados bríos para atender a la movida joven. Y no tanto.
|
|