EL EXPRESO POCITOS
Por. Juan Antonio Varese
Sentado en una mesa del café y bar Expreso Pocitos con un grupo de amigos, dejo vagar los recuerdos mientras veo sucederse los clientes y contemplo el continuo fluir de peatones y vehículos por Benito Blanco o el tráfico que sube por avenida Brasil. Estamos en una emblemática esquina montevideana y en un boliche más que centenario, todo un récord en un país con menos de dos siglos de vida independiente. Me vienen a la mente centenares de historias, de las propias y de las ajenas de tantos parroquianos que continúan reuniéndose mañana a mañana, tarde a tarde o noche a noche en interminables ruedas de amigos. Tengamos en cuenta que las fechas aniversario hacen aflorar la nostalgia a la vez que exaltan la revisión histórica y agudizan el desfilar de las anécdotas.
El Expreso abrió sus puertas el 10 de enero de 1910 en la vereda de enfrente, donde hoy existe un estacionamiento de vehículos (pegado a lo que fuera la sucursal de Correos y primera construcción del entorno) bajo la forma de un almacén y bar de modestas dimensiones pero completo surtido de fiambres y bebidas importadas. En realidad se trataba de dos locales en uno, atendidos a la vez por la prodigalidad de Don Ramiro Filgueiras, el primer propietario, que se desvivía por servir ambos tipos de clientela, muy común en los negocios de este tipo.
Por entonces Pocitos había pasado de reducto de morenas lavanderas y pioneros italianos a la categoría de balneario, preferido por las familias montevideanas y bonaerenses para pasar las temporadas veraniegas. Varios petit hoteles y, en especial el recién inaugurado HOTEL DE LOS POCITOS sobre la playa misma a la altura de la calle Martí, le daban vida inusitada. El soberbio edificio hotelero era un emprendimiento de la compañía tranviaria inglesa LA COMERCIAL, proyectado al estilo de los lujosos establecimientos europeos de Biarritz o Saint Tropez, con una amplia terraza de madera adentrándose al mar. En sus fastuosos salones se desarrollaban fiestas, reuniones, conciertos, cenas elegantes y flirteos de corte romántico. Damas con sombrillas, casillas para cambiarse de ropa en el agua, baños separados por sexo y una activa vida social en torno al baar del hotel, con mesas para el aperitivo o el te, conformaban un estilo de vida y un tipo de confitería digno de que le dediquemos un próximo artículo.
Hoy nos referiremos al Expreso Pocitos, pequeño boliche situado una cuadra más arriba, espléndida ubicación sobre la recién abierta avenida Brasil, que comenzó a progresar a ojos vista en base al cordial trato de su propietario y excelente mercadería. En poco tiempo se volvió referencia ineludible para los residentes y punto de atracción de los turistas que lo encontraban un ambiente menos acartonado para tomarse unas copas o jugar unas partidas de conga o de truco. Cuentan los memoriosos que, mientras las damas jugaban al rummy canasta o al bridge en salas del establecimiento hotelero, algunos caballeros de elegante sombrero se entonaban en el pequeño mostrador con generoso Jerez o licores importados. En 1925 el negocio lo compró don Gumersindo Costa, otro gallego hijo del esfuerzo y amante del trabajo, que continuó la actividad y le infundió un giro de atracción hacia la clientela de los jóvenes, con tal suceso que diez años después, en 1935, decidió dar el gran salto y cruzar la calle para instalarse en la planta baja de un edificio recién inaugurado. Orgullo del barrio, El Mástil, de innovadora visión arquitectónica, dominaba la esquina como si fuera la gigantesca proa de un barco. Dicho año fue clave para el desarrollo de Pocitos, que de balneario pasó a ser un barrio más de la ciudad. Se demolió el viejo Hotel de los Pocitos sobre la playa (herido de muerte por el temporal de 1923 del que nunca logró reponer su terraza ni su estructura) y se inauguraron con gran pompa el Rambla Hotel, sobre la plaza Gomensoro y el nombrado El Mástil, conforme a renovados conceptos arquitectónicos que le conferían un toque de modernismo y abrían la altura de los rascacielos en la costa montevideana. En el año siguiente, 1936, el Expreso Pocitos (toma este nombre debido que desde ese punto partía un tranvía Expreso en épocas veraniegas), fue vendido a los hermanos Delmiro, Urbano y Santiago Carrera, convirtiéndose el lugar en punto de encuentro e ineludible lugar de moda para festejos sociales. Los hermanos Carrera (que según otra fuente compraron recién en el año 1940), españoles de la mejor estirpe, le dieron lo suyo a la pujanza del almacén pero priorizaron el sector del bar con excelentes copetines y cafés para interminables grupos que preferían el entorno playero a los avatares del centro de la ciudad. Eje de la vida social pocitense, tuvieron lugar varios acontecimientos que quedaron grabados en la memoria de la época, como la fiesta de casamiento de la hija del Dr. Juan Andrés Ramírez con el joven abogado Tomás Aguirre Roselló, ocurrida el 15 de enero de 1937, frecuente lugar de cita de ambos. Era la época de los copetines y de los cócteles. El barman, hoy figura casi desaparecida, por entonces era considerado un elemento de primer orden puesto que, de sus hábiles mezclas y acertados movimientos dependía la calidad de las bebidas que el mozo llevaba a las mesas. Había clientes de todo tipo y para todos los gustos, desde jóvenes bullangueros hasta hombres de negocios, pasando por intelectuales y deportistas, periodistas y pintores y hasta aficionados al ajedrez y juegos de salón. Y por supuesto que turistas de todas las procedencias, como culminación del paseos por la rambla, que sigue siendo una de las más bellas del mundo. Entonces los mozos del bar lucían una impecable chaqueta blanca y los dependientes del almacén una túnica verde para diferenciar las secciones y las funciones. También era la época por la que yo empecé a frecuentarlo, de ahí que mis propios recuerdos se mezclen con los de mis amigos y con los de los excelentes libros que consulté al respecto. Pasaron anécdotas realmente curiosas, una de ellas tan legendaria que no debe ser cierta pero que merecería serla, como aquella de que después de la final con Brasil en 1950, Uruguay coronado campeón del mundo, uno de los clientes aprovechando un descuido del motorman, con ánimo de celebrar el triunfo celeste y envalentonado por las copas, hizo arrancar el tranvía detenido frente al Expreso y partió raudo hacia el centro, haciendo sonar la bocina en todas las esquinas y convocando a llevar gratis a quienes quisieran sumarse al festejo. Años después, en el año 1975, el café fue vendido a un grupo del que Manuel Ramos resulta el socio al frente del negocio. Don Manuel, nacido en Galicia en el año 1942 en el pueblo de Arzúa y llegado al Uruguay con tan solo 18 años “aprendió en la universidad de la calle” el oficio de cafetero (en sucesión de varios negocios que lo llevaron hasta la presidencia de Cambadu), volcando en el Expreso su esfuerzo y dedicación adquirida en otros negocios del ramo gastronómico.
Poco después se encararon diversas mejoras como el cierre de la terraza, la modernización de las instalaciones y la desaparición del sector almacén en beneficio del café y bar. Pero más allá de los cambios, el lugar continuó siendo un referente por la calidad de las mercaderías y el buen trato a la clientela, a consecuencia de lo cual pudieron sortear los tiempos difíciles y temporales económicos que llevaron al cierre de muchos negocios de la competencia, sin contar con los cambios en la fisonomía de un barrio residencial y cosmopolita. El Expreso Pocitos se mantuvo firme dentro de la de la zona, en un Pocitos que ha conocido y conoce la friolera de mas de cincuenta cafés, bares y boliche de diverso tipo, lista que estamos confeccionando para un próximo articulo.
Una hora de fuerte concurrencia era la de la de los domingos a la salida de la Misa de 11 de la parroquia de San Juan Bautista, un clásico infaltable para los alumnos del colegio y liceo de dicho nombre que íbamos a tomarnos un café o un buen copetín sobre mediodía. Para conocer desde dentro la vida del Expreso decidí entrevistar a parroquianos de antes y de ahora. Una de las más pintorescas y emotivas resultó el encuentro con Jorge Rosé, hijo del pintor Manuel Rosé, quien recordaba que su padre concurría todos los domingos, vestido de elegante traje blanco, para reunirse con los también pintores Carbajal Victorica y Carlos de Santiago, amén de otras personalidades que gustaban de sentarse en la terraza al aire libre para hablar de arte y exposiciones pictóricas. Para muchos artistas, encontrarse en el Expreso era una actividad casi ritual. (Tampoco olvido cuando yo mismo entrevisté al fotógrafo Rómulo Aguerre, que elegimos el Expreso como lugar de los numerosos encuentros, en una entrevista que duró varias etapas). La clientela se ha mantenido amplia y diversa, según las edades y las horas del día. De mañana recalan los jubilados que vienen a desayunar e intercambiar novedades, sin prisa y con tiempo. Más tarde llegan los estudiantes, al mediodía los ejecutivos para una rápida colación y de tarde empiezan a venir los veteranos para intercambiar cuentos y chistes. Mas tarde la hora de las parejas a la salida del trabajo y de noche, en cambio, es mayormente frecuentado por jóvenes. Existe una barra de veteranos asidua y matutina que integran entre otros Alejandro, Benito, Morris, León y Adolfo (es de orden mencionar tan solo los nombres) que aportaron su buena cuota de anécdotas. De ellos obtuvimos jugosos testimonios que complemento un personaje de antología, que también entrevistamos, nada menos que un artista, músico y hombre de carácter como es Panchito Nolé. Este se considera formando parte del lugar y su privilegiada memoria no solo nos contó del Expreso sino que realizó un pormenorizado racconto por los cafés del Montevideo del 40 al 70, un paseo digno de antología y que no hace sino rendir tributo a su prolongada vida artística y poder de observación. Tan afecto es a su barra y tan honrado se sintió con motivo de los festejos con motivo de los 95 años y luego de los 100, que le compuso de motus propio un tango de sentida corte y mejor música, con cuya trascripción cerraremos este capitulo. De esta manera el lugar pasó a sumarse a la selecta lista de los cafés montevideanos que tienen un tango propio. Hoy el Expreso Pocitos, con 100 años de vida, continua siendo un centro de fieles concurrentes que se reúnen en barras de amigos, las que cumplen una función semejante a las que tuvieron los cafés del 900, con aquellas tertulias de contenido temático, literarias, artísticas y políticas que se reunían en el Polo Bamba, el Tupi, el Británico o el Ateneo por solo mencionar algunas. Para esta crónica entrevistamos también a Manuel y Daniel Ramos, padre e hijo, quienes brindaron su versión y aportaron datos y anécdotas de clientes de antes y de ahora, de la política y la vida deportiva y social, que seguramente figuraran en un libro. También hablamos con vecinos, viejos jubilados y jóvenes estudiantes, amen de recurrir a nuestra memoria y fundamentalmente consultado los clásicos libros sobre la historia de Pocitos de los cronistas García Moyano, el Dr. Negro, el Dr. Jorge Ravera y el infaltable Enrique Piñeiro, sin dejar de lado la investigación que llevamos a cabo años atrás con motivo de un libro ilustrado con fotos, anuncios publicitarios y notas periodísticas que recibiría el nombre de “Pocitos en el recuerdo”, pendiente de publicación.
La Barra del Expreso
La Barra del Expreso, escuela para amigos
allí en pleno Pocitos se aprende a valorar
un tiempo que se ha ido, que nunca volverá
Balance de la vida sin saldo que pagar
regalando sonrisas cortado y croasanz
a veces con un whiski o un agua mineral
Que suerte que Dios me ha dado en la vida
conocer gente querida y poderlos abrazar
por eso… por eso quiero a esta barra
es la barra del Expreso
de un Pocitos sin igual…
Excusa ineludible para llegar temprano
a ver quien cuenta el cuento
que saben los demás
Aquí en esta mesa se entiende todo el mundo
no importa si sos “Manya” o “Bolso” a reventar
la barra del Expreso cariño y amistad
siempre con buena onda se nota al llegar
Que suerte que Dios me ha dado en la vida
conocer gente querida y poderlos abrazar
por eso… por eso quiero a esta barra
Es la barra del Expreso
de un Pocitos sin igual…
Gerentes, contadores, bancarios y pintores
se juntan escribanos con músicos cantores
Es la cita obligada de vieja muchachada
se ríen de los años y tanta fantochada
La barra del Expreso, escuela para amigos
allí en pleno Pocitos se aprende a valorar…
Letra y música de Panchito Nolé (Año 2010)
EL OUTES
Por. Juan Antonio Varese
Amigos lectores, si van a tomar un café al bar Yaguarón, ubicado en la calle Mercedes 1301 esquina Yaguarón, de seguro encontrarán rastros de uno de los más entrañables boliches que tuvo Montevideo. Nos referimos al OUTES, representativo de la época de la dictadura y lugar de encuentro de personajes de la resistencia ideológica y política. Donde nacieron y se interpretaron canciones de señalados artistas y soñadores, al punto que “podemos decir que allí creció, mejor dicho se afirmó, buena parte del canto popular de nuestro país”. La trayectoria del OUTES comenzó en 1959, el año de las inundaciones, cuando los hermanos Paco y Germán González, mozos del restaurante El Águila (donde hoy funciona el Rara Avis), decidieron dar el salto al negocio propio y adquirir un pequeño bar de pocas mesas y largo mostrador, llamado así en homenaje al lugar de procedencia del dueño anterior, que regresó a España por motivos de salud. Germán contaba, entonces, con 21 años; y su hermano, un poco mayor, falleció años después en plena actividad. Lo tuvieron abierto por casi 28 años, desde 1959 hasta 1987, plazo más que suficiente para volverlo referente de toda una generación de jóvenes y no tan jóvenes en busca de su destino. Ubiqué y entrevisté a Germán, Germancito como continúan llamándolo, cariñosamente, la mayoría de los entrevistados, dedicado hoy a otra actividad.
Durante la década del 60 funcionó como uno de los tantos boliches del centro de Montevideo, pero la presencia de Hernán Puig, Puchito, cliente que vivía en la cuadra, fue de los primeros en darle vida propia. Apuntador del teatro Solís y hombre de vasta cultura, le incorporó su barra de amigos actores, intelectuales y artistas, entre los que estaba Pepe Vázquez. Sus hijos, Bécquer y Barret Puig, también resultaron imanes para arrimar gente del mundo del espectáculo, en especial al “flaco” Zitarrosa, locutor y compañero de Bécquer en la radio El Espectador. Alfredo empezó a llegar de a poco, hasta convertirse en personaje emblemático y cliente casi insignia del lugar.
Pero lo que realmente catapultó al OUTES a reducto de barras fraternas y encuentro político fue la Dictadura, el oscuro periodo vivido por el país entre 1973 y 1985.
German lo dice bien claro: “empezó a venir gente de todos los partidos, tanto del frente como blancos y colorados, porque entonces se luchaba contra un peligro común. La Dictadura nos junto a todos, el enemigo era uno solo”.
Recuerda que los blancos tenían a la vuelta, sobre la calle Uruguay, un club político de “Por la Patria”, que al ser clausurado vinieron a reunirse en las mesas del OUTES, catalogado ya como “boliche de izquierda”. Recuerda especialmente a Juan Pivel Devoto, el político e historiador, que invariablemente lo llamaba “Señor Outes”, a Carlos Ruglio, Ramón Garay y a Morelli, el yerno de Ferreira, entre otros. Luego empezaron a venir los colorados, dada la cercanía de “El Día”, clausurado en más de una oportunidad. La pequeñez del boliche propiciaba la confidencia y la libre expresión más que las concurridas mesas del viejo café MONTEVIDEO, donde tradicionalmente acostumbraban reunirse. Pero la mayoría de la clientela era gente de izquierda, en afinidad y simpatía con las ideas del propio Germán.
Las horas pasaron junto al grabador mientras afloraban los recuerdos y quedaban registradas las vivencias de una rica etapa en la vida del país. Uno de los clientes más asiduos, como dijimos, era Alfredo Zitarrosa, el popular Alfredo, recordado por mil anécdotas. Acodado en el mostrador o en rueda de amigos, solía tomar la guitarra e improvisadamente comenzaba a cantar. A veces la barra le servía de inspiración para nuevas canciones; otras, cuando llegaba bajoneado, le pedía a Germancito que lo dejara pasar a la trastienda, para dormitar un rato.
Inolvidables las tertulias protagonizadas por Juceca y su hermano Andrés y las tenidas entre escritores como Juan Capagorry, Enrique Quique Estrazulas, Espinola (el hijo de Paco) y Lucio Muniz, de la primera tanda y siempre presente. Los poetas y los músicos se entremezclaban en los ensayos, como el gallego Capella que compuso letras inolvidables como la Milonga viuda y la Milonga del 10 de marzo. Otro de los infaltables, Ignacio Nacho Suárez, escritor y periodista (hoy ciudadano ilustre de Montevideo) desgranaba sus poesías a las que ponía música el cantautor Yamandú Palacios, entre ellas Los boliches, Poeta al sur y María de las esquinas, las que luego eran popularizadas y difundidas por la voz de Alfredo. Inolvidable la noche en que Suárez y Palacios compusieron Los boliches, el primero la letra y el segundo la música. Cuentan que desde la casa de Nacho cada uno salió a recorrer boliches por su cuenta en procura de inspiración hasta que se reencontraron en el OUTES para unir los resultados. Sabrosa anécdota que no resultó cierta pero que merecería serlo.
Germán teme olvidar nombres de amigos y clientes en la lista de recuerdos. Entre los cantautores registra a Pedro Eizamendi, Pablo Estramín, Washington Carrasco, Los Tacuruses, Carlos Benavides, Eduardo Darnauchans, Omar Romano, Silvio Ortega y Juan José de Mello … muchas guitarras y voces templaron en aquella penumbra cuyo humo podía cortarse con el filo del cuchillo. Y luego evoca a algunos pintores como Jonio Montiel, Daniel Fernández (que reside en Minas) y al petiso Rial, a quien todos llamaban Rialcito y al senador German Araujo, que se hacía presente a menudo para descansar entre sus ajetreos parlamentarios.
Entrevisté luego a varios clientes de aquella época, entre ellos a Quique Estrázulas quien recuerda a Juan Peyrou (director de Opipa), a Tanguito Herrera, Pedro Graffigna (que jugaba en la selección) y al gordo Aicardi de Telecataplum, entre otros. Lucio Muniz, de estupenda memoria bolichera, describe el OUTES como “un bar chiquito que ya no existe; hay un bar pero lo cambiaron, nada tiene que ver con el anterior”. Rememora la especial amistad que tenía con Germancito y la puertita de la calle Yaguarón por la que entraban los amigos una vez que el bar había cerrado. Nacho Suarez conserva el recuerdo de noches inolvidables de música y poesía y largas partidas de truco, coronadas de carcajadas y franca camaradería. “Era un bar al estilo del Soro, con clientela propia y centro emblemático de las artes y la música”. El periodista Daniel Mañana recuerda la época y la continuación de la barra, una vez cerrado el OUTES en el café LIBER, en el Parque Rodó. Y Yamandú Palacios, a quien también entrevistamos, recuerda el enorme retrato de Gardel sobre la pared del OUTES que muchas veces ponía el tema del Mago sobre el tapete. Para él la ida al café tenía bastante de ritual, casi como ir a misa.
Alcides Abella, el editor, hace mención a la época de principios de los ochenta. Recuerda la gente de Ascep, en especial al contador Fernando Lorenzo, actual ministro de Economía. Entre los parroquianos rescata a Juan Carlos López Lopecito, al fotógrafo Yuyo Rassmusen y a los periodistas del suplemento cultural de El Dia, Luis Neira entre ellos.
Germancito se refiere a las bebidas preferidas, los “tragos” de caña o grapa con pitanga o con butiá y los acompañamientos de fiambre o huevo duro, lo mejor para asentar las bebidas y evoca los tiempos en que cerraba el boliche poco después de las 2 de la mañana. Se bajaban las persianas pero adentro quedaba gente de confianza y de a poco iban llegando los noctámbulos, anunciándose con toques de clave secreta sobre la chapa de la calle Yaguarón, de manera que entre cuentos, juegos y canciones se venia la madrugada; luego recomenzaba la tarea matutina, los clientes del desayuno y del café con leche.
A principios de febrero de 1987, cambiada la situación política pero complicado el sesgo que tomaba la situación económica, Germancito decidió cerrar las puertas del OUTES. De alguna manera sentía que se había cumplido un ciclo y aunque la clientela se opuso firmemente, la decisión estaba tomada. El que más se resistía era Alfredo, que llegó a planificar la realización de un acto artístico en beneficio del boliche. En La Hora del 28 de febrero, pocos días después del cierre, se publicaron dos artículos conjuntos, uno firmado por El Húngaro (Daniel Mañana) y otro por Papico Cibils, ambas encendidas notas de réquiem por la irreparable pérdida de un lugar que era de todos.
Meses después el lugar fue reabierto con el nombre de Bar Yaguarón y, paradójicamente, los nuevos dueños eran dos hermanos de apellido González, que lo mantienen hasta hoy.
En noviembre de 1995 Germán, extrañando los viejos tiempos, volvió a abrir el OUTES, esta vez en la calle Zelmar Michelini casi San José. Fue un error de los que se pagan caros, tal vez por aquello de que segundas partes nunca fueron buenas. El negocio no era lo mismo y tampoco los mismos socios y si bien la clientela regresó los tiempos habían cambiado y hubo que cerrar al año siguiente.
Resulta grato que el OUTES se mantenga vivo en el memoria de la gente. El periodista Luis Grene lo recuerda en sus notas sobre los viejos boliches y Alejandro Michelena lo cita en su libro “Los cafés montevideanos”, todos concordantes en señalar a Germancito como “un bolichero de la vieja estirpe, para quien nada del mostrador y sus parroquianos le era ajeno”.
Muchas fueron las personas que entrevisté, tanto del país como del extranjero. Del Foro Rodelú me llegaron sabrosos comentarios, lo mismo que de los actuales clientes del bar Yaguarón y en especial de Fernando González, uno de los dueños. Y decenas de clientes de ayer y de hoy, algunos con nombre propio y otros simplemente anónimos dieron su testimonio nostálgico y evocador.
Quiero cerrar la referencia de café tan particular con una reflexión, porque la historia del OUTES debe inspirarnos una lección de vida. Cuando hay un enemigo común el ser humano se vuelve solidario, lima asperezas y sobrepasa fronteras. Pero cuando los problemas se solucionan y el agua vuelve a su curso, reaparecen las complicaciones y vuelven las dificultades.
OUTES, municipio de la provincia de La Coruña perteneciente a Noya, que ocupa la mitad septentrional de la ria de Tambre. Famoso por la existencia de restos prehistoricos e importante por la pesca y el marisqueo, sin olvidar la ganaderia y la agricultura.
El café Missouri y el trovador Néstor Feria
jvarese@gmail.com
Acuarela Álvaro Saralegui Rose
Pocos cafés barriales de prosapia tan específica e interesante como la del Missouri, ubicado en el corazón del pueblo Ituzaingó, hoy Maroñas, en la vieja esquina de José María Guerra y Francisco Irigoyen. La clientela, compuesta por gente vinculada a las carreras de caballos, “cafetín de Jockeys, propietarios de caballos y burreros apostadores al decir de Luis Grene”, se incrementaba los domingos y en fechas en que se largaban competencias señaladas. O en días de largos entrenamientos, en que la barra del mostrador se llenaba de periodistas en busca de datos y consuetudinarios carreristas en busca de consuelo.
Varias teorías se barajaron en ruedas de bebida en cuanto al origen del nombre. Unos decían que recordaba al Río Missouri, en el sur de los EEUU, mientras que otros señalaban su procedencia del nombre de un tordillo famoso durante la década del treinta, el “Misuri”. Cabe, incluso, la posibilidad de que el animal hubiera recibido tal nombre en merito a una calle del entonces barrio de Malvín en el que también existieron caballerizas. El nombre, posteriormente, perdió la letra “o” y una de las dos “s”, pasando a pronunciarse Misuri. Lo cierto era que el dueño del café se llamaba Juan Riestra, conocido por todos como el “Maneco”.
Pero semejante pedigree de clientela no hubiera pasado a mayores ni merecido una cronica de no haber sido en café al que se arrimaban los payadores; de tal suerte su nombre quedo relevado como el boliche donde Nestor Feria, el trovero olvidado de nuestras canciones gauchas, realizo sus primeras actuaciones, de esas que quedan grabadas para siempre en el corazón e identifican en forma indisoluble un lugar con el de uno de sus visitantes famosos. Hugo Strapetti, amigo de muchos años, me dijo un día que lo encontré en el Mercado del Puerto, que tenia que escribir un articulo sobre el Missouri en homenaje a Néstor Feria, un trovador injustamente olvidado. El “Negro”, como le decían, fue un destacado trovador criollo de la década del treinta que comenzó a despuntar su carrera artística en este café. Su actuación en el canto ha sido reconocida en Uruguay, Argentina y el sur del Brasil por importantes figuras de la música. Carlos Gardel dijo que “este muchacho tiene por sobre todas las cosas el sentido de lo criollo” después de haberlo conocido personalmente en Buenos Aires y luego en Montevideo, en 1915. También Hugo del Carril , quien reconocía su superioridad indiscutida en el genero criollo.
“El Negro”, nació en el año 1894 en Pueblo Bolívar, cerca de Fray Marcos, jurisdicción del departamento de Florida, que en la actualidad pertenece a Canelones.
En Fray Marcos se dedicó al trabajo en el campo, sobre todo a la labor con los caballos. Aprendió a domar potros y se lo podía ver mezclado en cuantas pencas se realizaran en la zona. Su traslado a Montevideo no le impidió continuar con esta actividad ya que su madre se afincó en el barrio de la Unión, cerca de Maroñas; el joven empezó a estudiar en la Escuela del Chivo y a trabajar como vareador y posteriormente como jockey en el, por entonces llamado circo de Ituzaingó, después Hipódromo de Maroñas.
Algunos estudiosos de su trayectoria que han seguido con atención su trayectoria confirman que fue en el café Missouri donde comenzó a cantar, acompañado de su guitarra, una vez concluida su jornada en los studs.
A los diecisiete años, por un motivo nunca aclarado, Feria estaba en Buenos Aires cantando con su guitarra. Su primer registro como solista lo realizó en el año 1937 con la milonga sureña “En blanco y negro”, para la que le puso música de su autoría a unos versos de Fernán Silva Valdés.
Posteriormente realizó otras grabaciones como “De mi no esperes”, “Quisiera escribirte”, “Yaraví” y “Alma en pena”. En Buenos Aires actuó en las radios Mitre y Belgrano y de regreso a Montevideo lo hizo en radio América.
Tuvo participación en las películas “Juan Moreira”, (en sus versiones del 1936 y 1948) y en “Los caranchos del Florida” (1938).
El café Ateneo fue otro de los escenarios donde realizo varias actuaciones.
Falleció en Buenos Aires el 26 de setiembre de 1948 a la edad de 54 años. Fue sepultado en la Sociedad Argentina de Actores, Compositores e Intérpretes en el Cementerio de la Chacarita.
En el año 1988, gracias a las gestiones de Walter Juanicó, hijo de un amigo de infancia de su padre, fueron trasladados a su tierra natal, Fray Marcos, donde se le ha dado nombre a una plaza.
Recordemos los versos introductorias con que los presentadores de ambas orillas anunciaban las actuaciones de Feria:
“Atención pido al silencio,
y al silencio la atención,
que ha llegado la ocasión,
y esta vez es cosa seria,
porque presentamos a Néstor Feria,
cultor de la tradición.”
Desde entonces que su figura ha comenzado el camino del reconocimiento, en ambas márgenes del Plata. El poeta Ángel Facal, a modo de homenaje, le dedicó el poema “A Néstor Feria”. Y en el año 2007 el investigador argentino Héctor Ángel Benedetti escribió el libro “El gaucho cantor. Remembranza de vida y obra de Néstor Feria”, publicado por Ediciones Corregidor.
Vaya nuestro artículo dentro de la serie de cafés montevideanos en homenaje al trovero que interpretó como nadie las canciones de tierra adentro y que tuvo en el Missouri sus primeros aplausos. Otro rincón de nuestra pequeña historia ciudadana.
CAFÉS Y REVISTAS LITERARIAS
Juan Antonio Varese
La estrecha relación entre la vida del café y la publicación de revistas de tipo literario y/o artístico fue un fenómeno típico de las primeras décadas del siglo XX. Manuel de Castro, uno de sus protagonistas y autor de los Cronicones montevideanos aseguraba que “muchas revistas literarias de la importancia de Teseo y La Cruz del Sur se fraguaron sobre las mesas de mármol del café, gracias a la tenacidad y desinterés de intelectuales y artistas que se conglomeraban alrededor de algunas figuras aglutinantes como Alberto Zum Felde, Eduardo Dieste, Gervasio Guillot Muñoz y Alberto Lasplaces.”
Muchos fueron los cafés del 900 que contaron con peñas de artistas y escritores entre los que pueden citarse, a modo de ejemplo, el Moka, el Polo Bamba, el Tupí Nambá (viejo), el Británico, la Giralda, el Ateneo y más recientemente el Sorocabana.
Los contertulios no circunscribían su presencia a un lugar único sino que compartían el tiempo en varios cafés, rodeados de diferentes personas con distintos o los mismos intereses. Incluso en muchos de estos sitios las peñas se desarrollaban en un determinado horario y en mesas ubicadas en tal o cual rincón. No es de extrañar entonces que en medio del fragor de la charla surgieran proyectos muchas veces fantasiosos que no pasaban de ideas quijotescas e irrealizables, tanto por las dificultades inherentes como por la propia idiosincrasia de los artistas que preferían los brillos de la palabra a los ajetreos de la acción. Pero otras veces el esfuerzo desembocaba en una realización que requería del esfuerzo de todos. Otros tantos proyectos vieron la luz; muchas obras fueron proyectadas y concebidas en mesas de cafés, aunque poco registro quede de ello. Benedetti escribió La tregua en el Sorocabana de la Ciudad Vieja.
Pero no fueron únicamente libros lo que se escribió en reiterados escritorios cafeteros sino buena y variada parte de la creación intelectual surgida en dichos ambientes, tanto panfletos, artículos periodísticos y publicaciones de revistas de tipo literario; redactadas, compaginadas y corregidas sobre mesitas de mármol anexadas en torno al grupo y jerarquizada la labor por las manchas de los cafés y las cenizas de los cigarros.
Entre ellas se encuentra la revista APOLO. de Arte y Sociología, nacida en el seno de una peña que se reunía en el café Polo Bamba y editada bajo la dirección de Manuel Pérez y Curis -cuyo primer número apareció en el año 1906 y el último en 1915-. Entre sus colaboradores contaban Delmira Agustini, Herrera y Reissig, Alberto Lasplaces, Emilio Frugoni y Fernán Silva Valdés, destacadas figuras de las letras nacionales. La publicación, pequeña y artesanal, tuvo difusión y alcance continental.
Por otra parte, la BOHEMIA. Revista ilustrada también surgió en las mesas del Polo Bamba. La dirección estuvo a cargo de Julio Alberto Lista (hasta el número 26) y luego de Edmundo Bianchi. El primer ejemplar apareció en 1908 y el último en el año 1910, contando con un total de cuarenta y cuatro números. Entre sus colaboradores destacan Delmira Agustini, Alberto Lasplaces, Emilio Frugoni, Rafael Barret, y Angel Falco.
Otra de estas publicaciones, EL TERRUÑO, nació a instancias de un grupo de intelectuales que solía reunirse en el café La Giralda, bajo la dirección de Agustín M. Smith, quien colaboró también con cuentos nativistas firmados con los seudónimos de Agustín Barrera, Juan de la Rana, Misia Lola Castaños, Cork y Douglas. La administración estaba en manos de R.Pereyra y Guillermo Hermida. El primer número apareció el 17 de Julio de 1917 y el último en el año 1950. Su consigna principal era “Arar hondo, la mejor divisa”. Pablo Rocca se refiera a la misma como “Extensa y heteróclita... a lo largo de cuatro centenares de entregas, desde 1917 hasta 1950, ofreció sus páginas a todas las tendencias camperas (gauchesca, criollista y nativista)”. Las portadas eran ilustradas por el pintor Ernesto Laroche. Entre sus colaboradores podemos mencionar a Víctor Lacava, César Mayo Gutiérrez, Rodolfo Almeida Pintos, Serafín J. García, Antonio D. Lussich, Isidoro Más de Ayala, Daniel Muñoz y Juan José Morosoli.
La revista LOS NUEVOS, también concebida en una peña cafeteril, estuvo a cargo de Ildefonso Pereda Valdés y Federico Morador, y bajo la mirada del gran editor Orsini Bertani. De vida efímera, sólo contó con cinco números editados en 1920, entre su temática difundió el cubismo, el dadaísmo y el creacionismo, corrientes vanguardistas de comienzos de siglo XX.
En 1923 apareció TESEO, bajo el subtítulo de “Agrupación de artistas y escritores uruguayos”, creada en una mesa del Tupí Nambá y dirigida por Eduardo Dieste, la cual dejó de aparecer al año siguiente. Entre sus impulsores se encuentran los escritores Enrique Casaravilla Lemos, Justino Zavala Muñiz, Ildefonso Pereda Valdés, Manuel de Castro, Juan Parra del Riego, y los pintores José Cúneo, Carmelo de Arzadum y Domingo Bazurro.
El primer número de LA CRUZ DEL SUR apareció en 1824, y fue concebida también en una mesa del café Tupí Nambá. La dirección estuvo a cargo de Alberto Lasplaces hasta el número 16 y luego de los hermanos Gervasio y Álvaro Guillot Muñoz. Desde el punto de vista ideológico representó la vanguardia uruguaya en la que se iniciaron Alfredo M. Ferreiro e Ildefonso Pereda Valdés. Alberto Lasplaces dijo de ella que nunca fue una revista de círculo o grupo destinada a imponer determinado credo artístico o literario, sino que en sus páginas se dieron cita todas las tendencias auténticamente modernas. Algunos de los intelectuales que publicaron en esta revista fueron José Pedro Bellán, Paco Espínola, Clemente Estable, Pedro Figari, Juana de Ibarbourou, Pedro Leandro Ipuche y Parra del Riego, entre otros. La misma dejó de aparecer en el año 1931, contando con un total de 34 números.
Por último LA PLUMA (Revista mensual de Artes y Letras) se originó en una apartada mesa que se reunía en este mismo café, el Tupí Nambá. Estuvo bajo la dirección de Alberto Zum Felde y luego de Carlos Sabat Ercasty, mientras que la edición correspondió a Orsini Bertani. El primer ejemplar apareció en el año 1927 y el último en 1931, con un total de diecinueve números. Como característica gráfica incluía reproducciones artísticas desmontables. Entre sus colaboradores aparecen Juan Carlos Abella, Baltasar Brum, Eduardo Dieste, Manuel de Castro y Luisa Luisa, entre muchos otros. “La Pluma no es órgano de ninguna actividad determinada, ni responde a ningún dogmatismo exclusivo. No viene a ejercer propaganda doctrinaria; ni iza al tope bandera de escuela. Enteramente desligada de todo círculo literario, se dispone a mantenerse por encima de las rivalidades y recelos de los grupos y de las personas...”
Esta breve reseña permite advertir la importancia que tuvieron los cafés en la vida intelectual montevideana de entonces. En un próximo número nos referiremos a los escritores, artistas e intelectuales y su predilección por determinados cafés y peñas consecuentes.
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Pablo Rocca, “Las rupturas del discurso poético”, en Historia de la Literatura uruguaya contemporánea. Tomo II.
3 “Programa” Voll, Agosto 1927, en Historia de la literatura uruguaya. Tomo II
EL TUPÍ nuevo
Por. Juan Antonio Varese
Parece mentira que haya existido en Montevideo, durante más de 25 años, un café de tanto lujo y concurrencia que mereció de la prensa el calificativo de Palacio de Oriente y que muy poco sepamos sobre él. Muchos artículos se han escrito sobre el Tupí Nambá ubicado frente al teatro Solís pero muy pocos sobre el nuevo, con frente a 18 de Julio, San José y Julio Herrera y Obes. Ninguna crónica, hasta ahora, dedicada a recordar su fabulosa inauguración, su lujoso decorado en estilo japonés, su trayectoria musical y su lento declinar hasta convertirse en la confitería Cherry. Y que hoy día subsiste bajo la forma de Galería Central -la primera que se abrió en Montevideo- y parte de la recepción del hotel Los Ángeles.
El viejo TUPÍ NAMBÁ fue, a no dudarlo fue el más emblemático café que tuvo la ciudad; inaugurado en 1889 sobre la calle Buenos Aires esquina Juncal, por obra y cuenta de Francisco San Román, un gallego de ley que antes había sido socio con su hermano Severino del AL POLO BAMBA y terminó separándose por desavenencias en la forma de atender el negocio. Abrió entonces AL TUPÍ NAMBÁ, dando libertad y rienda suelta a su vocación comercial y sentido de empresa.
Personalidad fascinante la de don Francisco, a la que nos referiremos en otro artículo, supo combinar en sabia mezcla la dedicación comercial con una innata sociabilidad y tendencia a las relaciones públicas. Nominado Rey de los Cafeteros por clientes y amigos en 1899, al cumplirse 10 años de la apertura del TUPI, se le dio tal titulo para equipararlo con su hermano Severino, que había sido nominado Emperador. Dentro de las virtudes de Francisco se encontraba la de delegar, asociándose primero con su sobrino Casiano Estévez a quien hizo venir especialmente de España para trabajar con él y luego con sus hijos Francisco, Juan José y Luís María bajo la sigla Francisco San Román e hijos. Tuvo la suerte de que sus hijos varones se pusieran al frente del café lo que le facilitó tiempo libre para los contactos comerciales y la atención de negocios colaterales como la elaboración y envasado del café y la venta de productos importados.
Para 1913, tras el cierre del POLO BAMBA, el TUPI acrecentó su clientela de políticos, comerciantes, empresarios, artistas y literatos. Templo del mejor café (reconocida la calidad del brebaje con una secreta combinación de granos del Brasil y del Yemen), el lugar se transformó en centro de reuniones y visita obligada de todo extranjero que pisara Montevideo.
Durante la década de 1920 Montevideo había crecido como ciudad y a lo largo de la avenida 18 de Julio abrían sus puertas decenas de cafés entre los que pueden citarse el NOVEDADES, el ATENEO, el AVENIDA, LA GIRALDA, el BARRUCCI, LA COSECHERA y el SPORTMAN, por solo nombrar algunos de ellos. Por entonces la ciudad experimentaba sustanciales cambios en su fisonomía con el surgir de edificios referenciales como el Palacio Legislativo, inaugurado en 1925 y el Palacio Salvo, que levantaba su recargada torre como festejo del Centenario de la Jura de la Constitución, constituyéndose en símbolo de la ciudad. Completaban el panorama otros edificios de lujo y confort como el de 5 pisos de altura sobre 18 de julio Nº 976, pegado al Teatro Zabala y otro sobre la calle San José, el llamado Palacio San José de atrevida altura y moderno diseño, donde viviera muchos años don Eduardo Víctor Haedo.
Francisco San Román aprovechó la planta baja de estos edificios, que iba de calle a calle, 18 de Julio a San José, para crear una lujosa sucursal del TUPÍ NAMBA con entrada por 18 de Julio, San José y posteriormente también por Julio Herrera y Obes. Cumplía de esta manera el sueño de sobrepasar las mentas del viejo TUPI y aventajar en servicio y ornamento incluso al famoso TORTONI de Buenos Aires.
El nuevo TUPÍ fue inaugurado el 25 de septiembre de 1926 en medio de un festejo que interrumpió el transito por la avenida 18 de Julio. En la ocasión estaban presentes el presidente de la república y varios de sus ministros así como embajadores y representantes de colectividades extranjeras, atendidos de mesa en mesa por el propio Don Francisco. Este vivía en el pináculo de su fama, contaba con 65 años, elegante porte, pelo blanco y el orgullo de que sus dos cafés estuvieran a la altura de los mas lujosos del mundo.
Para conocer sobre el interior del nuevo TUPÍ entrevisté a Hugo García Robles, gastrónomo, periodista y escritor conocido también con el seudónimo Sebastián Elcano, cuyo padre se desempeñó por años como el último gerente del TUPI. Gugo tuvo un encendido recuerdo para la decoración y pinturas en las paredes obra de artistas venidos expresamente de Italia como Albertazzi, de la Academia de Brera y los artistas Pedrani y Pagani, llegados para trabajar en el Legislativo y en el Salvo, quienes lo adornaron con dibujos de pájaros mitológicos y flores exóticas según la moda japonesa en boga por entonces. Respecto de la magnificencia del mobiliario recuerda que las mesas eran de mármol italiano y las sillas de estilo vienés, los cubiertos Christoff, la loza de Bavaria y la porcelana de Alemania; el local contaba con un palco para que actuaran las orquestas, una peluquería de damas y otra de caballeros, un salón apartado de té con exquisitos manteles bordados, canchas de bowling en el subsuelo y mesas de billar, carambola, casino y billar francés en el piso superior. (Años después las canchas de bowling pasaron al subsuelo). En aquellos tiempos los cafés, confiterías y restaurantes preparaban directamente los productos que ofrecían; García Robles recuerda en especial un pastelero de nombre Pascual Tejera, que preparaba maravillosos croissants; era impresionante la calidad de los productos que se utilizaban. Evoca también un barman belga –en la época en que los cocktails se preparaban en el momento- y su inigualable cocktail de apio, cuya formula nunca lograron arrancarle.
Al frente de todo revoloteaba la personalidad de don Francisco. Tanta era su fama que al año siguiente, en setiembre de 1927, fue invitado al Congreso y Exposición del Café a realizarse en el Salón de la Industria de San Pablo, donde cosechó tantos premios como aplausos de la concurrencia.
El nuevo TUPÍ, según comentario de viejos parroquianos que entrevisté, se especializó en espectáculos musicales, al rango de los cafés concert. Larga resulta la lista de músicos y cantantes que pasaron por su escenario, entre los que recordamos el conjunto de Juan Cao, al sin par Pellejero y a la recia voz de Luís Alberto Fleitas, decano de los cantores uruguayos. Según reconoció el propio Juan D´Arienzo era uno de sus escenarios preferidos; allí fue donde el “Rey del Compás” estrenó la milonga “La Puñalada”, de Pintín Castellanos. Otro visitante lo era Carlos Gardel en sus visitas a Montevideo, quien gustaba tanto del café que se hacía llenar un termo para consumirlo a la mañana siguiente en su hotel. La temperamental cantante de tango Mercedes Simone actuó en reiteradas oportunidades.
En nuestra colección, gracias a la gentileza del filatélico Carlos Hernández, tenemos un póster que representa un aviso del TUPÍ de 18 de Julio, con el subtitulo de CAFÉ Y CONFITERÍA DE LAS FAMILIAS. La fecha es del año 1948 y se refiere a “las NOCHES DEL TUPÍ NAMBÁ con una selecta variedad de artistas entre los que figuraban Mercedes Simone, el Cuarteto de Bronce, Juan Carlos Barbará, Genaro Salinas, Azucena Maizani, Agustín Hirsuta, Juan Gambareri, Los Llaneros, Los Yumbos, Lupe Cortés, García Torres y Martín Vargas”. La propaganda decía: “CON EL SUCESO DEL AÑO, MERCEDES SIMONE, SE HACEN INOLVIDABLES LAS NOCHES DEL TUPÍ NAMBÁ” y las funciones eran todos los días, en horario vermouth, entre las 18 a 20 horas.
Dichosos los tiempos de entonces…
(Sigue en el próximo número)
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