PÁGINAS AMIGAS
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HUELLAS Por Antonino Cabana |
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Aquel pedazo de tierra , hunde sus barrancas en el Santa Lucia. Pareciera que el río no le permitió cruzar su lecho. A tres cuadras, un añoso ombú, muertas mas de la mitad de sus ramas, junto al esqueleto de algunos transparentes. Sobreviviendo al inexorable mandato de la vida, apenas, las huellas de lo que algún día fue un rancho. La fajina, el barro y la paja, se han incorporado al cuerpo que le dio vida, la madre “naturaleza”. El espectador de turno, percibe en el silencio de ese espacio, la brisa caprichosa e insistente del norte, los vientos con tempestades del este y abejas venidas quien sabe de donde y las altas matas que se renuevan año a año, enreden su maraña con sonidos extraños y misteriosos, cubriendo los restos de un viejo carrito. Y un barril de zinc, con la boca en el medio de su panza, testigo mudo de los miles de acarreos del agua desde el río. El viejo ombú parece gemir bajo aquel horizonte de amaneceres de sueños y esperanzas y noches estrelladas que hoy , al igual que ayer, platean sus hojas húmedas de roció. …Aquellos ojos que tal vez hicieron temer al adversario, estaban hundidos y bañados por las lagrimas que su orgullo evitaba derramar. Ya no se parecía a aquel viejo loco, intransigente y autoritario que no admitía las reglas del progreso y las leyes. Estaba quebrado por dentro y por fuera. En el velorio, habían hablado unas pocas palabras con su hijo, quien lo abrazo fuerte y hundió su rostro contra su pecho dejándole húmeda la camisa. Luego se fue en silencio, por aquel incipiente camino, sin volver la vista atrás. Su padre no pudo apartar sus ojos de aquella imagen hasta que se perdió : se sentía viejo, cansado y triste. Dijo tener 90 años y le rogaba a los presentes , que cuando muriese , lo enterraran con el sable que tantas veces defendió su vida. Aquella mañana, Amadeo Fabrizzi, no podía creer quien llegaba montado a caballo, fuera su vecino Nicanor. Sabia que el viejo los odiaba y pese a que el campo de excelente tierra y próximo al río que poseía, era muy interesante para su expansión , no le habían hecho oferta porque estaban seguros que no se los vendía. “Antes lo regalaba” , - había dicho – Don Nicanor no lo saludo y desde el caballo le grito - ¿Quiere comprar mi campo , lo vendo? - ¡Claro! Contesto Amadeo ¡Bueno , no vengo a regatear, páguemelo bien porque lo vale esta es la primera y ultima oportunidad que uds. tienen . Fue así , el precio fue elevado y la venta se hizo. Pocos días después, la escritura estaba hecha y el dinero en las manos de Nicanor. La entrega de la propiedad debía cumplirse antes de los 15 días. Tendría tiempo el ex dueño de retirar sus pertenencias. Al día siguiente, el viejo estaba en el “boliche” de Don Prospero. Pidió una ginebra e invito a los presentes. Parecía transformado. Narro con mínimos detalles los encuentros con sus enemigos. Los esperaban escondidos en los pajonales, casi hundidos en el barrio, conoció muchos indios y decía que eran excelentes soldados , solo le temían a las armas de fuego porque mataban de lejos, pero en las luchas cuerpo a cuerpo, eran unos verdaderos tigres. Heridos de muerte, seguían luchando hasta desangrarse ; el era muy joven, tenia entonces 16 años pero a todos les decía tener 19. Los indios eran muy buenas personas ; eran como yo y muchos criollos mas, no es extraño que se enojaran cuando una persona desconocida, por tener mejores armas, venga y te quite lo que te pertenece, te mate y te viole tus mujeres. Detenía su narración se producía un expectante silencio. Luego continuaba. No tengo nada contra los gringos que nos vienen a quitar la tierra. Tienen la ley y el dinero de su parte… ¿Pero nosotros que? Peleamos por la tierra, muchos dejaron la vida en las cuchillas, yo he matado hombres y eso no se puede olvidar jamás y ellos vienen sin ningún rasguño y se quedan con todo… Anochecía cuando Don Nicanor empezó a despedirse. ¡ Vendí el campo , mis pocas cosas son para mi hijo, total este viejo loco se va lejos…! Tengo un familiar del otro lado… Piensa un poco y reanuda. Me voy con el . Se dirige al bolichero sacando de una maleta las 3 boleadoras y se las alcanza…¡Cuélguelas ahí en la pared y dígale a todo el mundo que eran de un viejo loco! Avíseles a los presentes y a los vecinos, que mañana a las 10 los espero en mi casa. Voy a vender todas mis cosas, total, ya no las preciso. Este paquete, envuelto en el pañuelo de la finadita, ud. Don Aramendia, queda encargado de dárselo a mi hijo, es un recuerdo de su madre… Eran las 10 de la mañana y el viento norte soplaba sin pausas. Por el oeste se perfilaban gruesos nubarrones. Hacia el cenit unas nubes grisáceas mostraban sus formas cuarteadas. Un paisano las miro y dijo -¡Va a llover…cielo aborregado , suelo mojado!
CUENTOS QUE PUEDEN NO SER CUENTOS REBECA El hogar de Joaquín Maidana y Celeste Martirena apenas sobresalía, con su techo de paja alborotada entre el follaje de ligustros y cañas criollas. Hacia cinco años que se habían casado y la picara cigüeña no encontraba sus modestos ranchitos, de blancas paredes, bien cuidados y renovada la cal, todos los años por la guapa mujer. Habian vistos curanderas, curanderos, milagreros y al Doctor Delfino, de Solis de Mataojo. Según este, había “que hacer análisis o que se yo” , decía Maidana muy preocupado, “en Minas o en Montevideo”. Luego, fueron a la Iglesia y al cerro Verdun, aquel 19 de abril, muy lluvioso y bajo agua y truenos que retumbaban en la ladera de piedra, descalzos, muy juntos, llegaron hasta el altar de la Virgen a pedirle que intercediera en la fecundidad de la pareja. Seria casualidad o seria milagro, pero pocos meses después, Celeste estaba encinta… CUENTOS QUE PUEDEN NO SER CUENTOS “¡Tu eres mi hija, Rebeca, y tienes que obedecerme!...”Luego, le hablaba horas y horas, haciéndose Maria interprete de las contestaciones de la muñeca y respondiendo por ella. Las tareas de la chacra y del hogar, mantenían muchas horas a los padres de la niña, alejados de esta. Era entonces , cuando ese mundo mágico que brota de los niños, con reacciones asombrosas y pasajes hermosísimos por lo tierno y humano de su contenido, llenaba el cuarto de Maria, el patio, cuando el día era hermoso y en cuanto lugar donde la inesperable pareja se entregaba a sus coloquios, besos y abrazos. Por la misma razón de sus ropas, el contacto con el suelo y los alimentos, Rebeca estaba tan sucia y percudida que los padres de Maria, algo inquietos habían dispuesto comprarle una muñeca de goma, que fuese lavable y se pudiera desvestir, para asear sus ropas. Próximo a cumplir los cuatro años la niña, la visito Lindolfo, su padrino.
EL RAYO El cielo pareció abrirse en un fulgurante resplandor, cuya luz enceguecedora parecía acompañada de una calida brisa que elevo al muchacho por el aire. El ruido no llego a sus oídos y su cuerpo quedo flotando en el espacio, dentro de un túnel aéreo, que se prolongaba como una galería infinita. Colores rojizos, verdosos y azulados, formaban ondas luminosas y tibias que envolvían el cuerpo tenso de Antonio, que flotaba, volando, al igual que un ave. Veía todo el suelo, desde esa altura imprecisa y brillante, pero dulce y acogedora. Los animales y la gente, allá abajo, le parecían seres inferiores, porque el había conseguido volar con solo dejar tensos sus miembros, los músculos y el deseo de mantenerse flotando en el aire. Cuando su cuerpo , con breves espacios de tiempo, descendía, bastaba tensar los brazos y piernas, para elevarse de nuevo como un ave gigantesca. Veía desde la altura, los rostros borrosos de personas que el no conocía, observarlo, llenos de asombro y admiración. El túnel, luminoso y calido, con ondas concéntricas de colores brillantes, se alejaba como un gigantesco cuenco infinito. Las notas suaves y melodiosas de una música indefinida, llenaban de gozo su espíritu. A veces descendía casi violentamente y parecía que se iba a estrellar en la tierra, pero de pronto, como por arte de magia , flotaba, deslizándose en un espacio , suave, luminoso y acogedor. Una extraña sensación parecía cortarle la respiración y en el espacio teñido de luz, divisaba borrosamente, figuras dantescas que flotaban como el, por las paredes del gran túnel aéreo. La gasa de luz y colores suaves se fue diluyendo de pronto. Rostros borrosos de seres humanos, ávidos, se inclinaban sobre un punto lentamente y las voces se hacen mas nítidas… Despertó como de un sueño, pero sin saber aun por que estaba ansioso de su madre y sus manos inquietas recorriendo su cara fue el primer contacto que tuvo con nitidez de la realidad. Pero aun no comprendía lo demás. El padre y sus hermanos, todos, le rodeaban como si fuera un cadáver. Quería preguntar, pero las palabras no salían de su boca cerrada por una invisible fuerza. Se movió apenas y la rigidez de su cuerpo, que horas antes estaba tenso e inmóvil, comenzó a relajarse lentamente. De pronto oyó y entendió las voces y las preguntas : “¿Estas bien? ¿Sientes algo? ¡Dios mío! …Creíamos que …” Comentarios en voz baja, rumor de palabras sueltas y preguntas de cómo se sentía. Al costado de la cama, en el suelo, un bulto con sus ropas empapadas y llenas de barro…Casi simultáneamente, recordó al rayo y oyó el comentario que hacia su padre:
La mañana habían encendido la llama luminosa del sol, y en el Oriente, finas nubes como gasas de los Cirrus, aparecían pintados por las manos invisibles de las Hadas de la Naturaleza. Había colores irreproducibles en todas las escalas imaginables. La brisa fresca y suave de fines de la Primavera, se entibiaba a cada minuto. Las flores barnizadas por el rocío de la noche, recibían abriendo sus pétalos, a un mundo de insectos alados, en el trueque inteligente que la Madre Naturaleza tiene para polemizar a cambio de su néctar. El casal de Sabia confiados y seguros, se arrimaban hasta el gran árbol de Nogal y en la rama próxima a mi, ejecutaban esa sinfonía, armónica y sutil de un canto. Ellos sabían y esperaban su ración diaria, que poco rato mas tarde, mi esposa dejaría en un recipiente en el tronco del árbol. ¡ De pronto las vi! , como las veo a todas las horas del día, veloces, casi contra el suelo, metiéndose entre las espinosas “zarzas moras”, las ramas del parral, la quincha de mi taller y hasta dentro de el, sin ningún temor, casi junto a mi mano. Eran las visitantes mas antiguas por lo menos, mas conocidas desde que construimos nuestra casa. Anidaban en el hueco de unos gruesos caños de calderas que armaban el parral. Se fueron reproduciendo y pese al insistente acecho del gato del vecino, muy buen cazador, ellas con su velocidad de luz y ese inquieto desplazamiento, nunca pudieron ser cazadas. En mi casa , yo diría , que al gato…era a lo único que ellas le temían, lo respetaban y no le permitían la mas leve proximidad. Recuerdo una tarde, mientras contemplábamos a un Picaflor, como si sintiera celos, una ratonera se poso sobre el pecho de mi esposa y quedo casi un minuto adherida con sus finas uñitas al tejido de la ropa, casi colgando. Mi señora quedo como paralizada por la sorpresa y lo insólito del comportamiento de la pequeña avecilla. Esa mañana, desbrozada y regaba el jardín, entre ese mundo maravilloso de vida, sonidos, luz y color, cuando junto a mi , con una actitud totalmente anormal, dos ratoneritas piaban como enloquecidas. Me quede quieto , mirándolas y hurgando las ramas de las plantas por si yo estuviera invadiéndoles alguna privacidad. Ellas, pese a mi quietud total, siguieron girando con vuelos cortos y rápidos a mi alrededor. Por un instante me desconcertaron y creí que se habían vueltos locas. Al observar mas detenidamente su comportamiento que no cesaba, vi. que se turnaban desplazándose por detrás de la casa hasta el parral que da al frente. Entonces, algo apagado, repetía su alborotado comportamiento. Además, comprendí que me querían indicar algo y trataban de hacérmelo comprender. Seguí el rumbo que ellas me indicaban y enorme fue mi sorpresa cuando al llegar al parral, trepado sobre un caño transversal el gato del vecino, introducía su mano por el extremo abierto del caño en un intento de llegar al nido donde estaban los pichones. En un acto de ira incontenible le arroje una piedra, que guiada por la Providencia, lo golpeo en el cuerpo, derribándolo. Me arrime al caño y aun oía a través del metal, el piar de los pichones asustados. Luego todo volvió a la normalidad y sentí dentro de mi , la enorme gratitud de ser racional y poder auxiliar a alguien tan indefenso y que reclamaba el derecho a ser defendidos por sentirse pertenecientes a mi familia.
EL GALLITO DE RAZA Los muchachos, apiñados tocándose unos con otros, desde la portera del alambrado, próximo a los ranchos, vieron desaparecer el sulky con sus padres. Habia fallecido el vecino, Don Tomas Montesdeoca y los progenitores de los seis muchachotes chacareros, iban a cumplir con la familia del fallecido. El mayor de los hijos del matrimonio Baserga-Perera , después de miles de recomendaciones de su madre, quedaba a cargo de la familia. El almuerzo para ellos estaba pronto, había que racionar a los cerdos , cortar avena para las lecheras, echar chala en el potrero para los bueyes y desgranar maíz para los cerdos en engorde y para las gallinas. Las dos mujercitas , de 8 y 6 años, escoba en manos, regresaron a los ranchos para barrerlos y luego el patio. El mayor , Jacinto , de 16 años , dio ordenes imitando al padre y amenazando aquellos que no cumplieron con sus obligaciones. Fue hasta el galpón a buscar la guadaña para cortar avena para las vacas. Entonces fue cuando vio , colgada en la pared, la escopeta de dos caños de cargar por la boca. Recordó que su madre, siempre recomendaba que la escopeta estuviera descargada. No quería alguna desgracia si los muchachos se tentaban con el arma. La descolgó y miro por los caños pero no pudo saber si estaba o no , cargada. Convencido de que el arma estaba sin carga, tomo la caja de fulminantes para hacer estallar algunos. Coloco dos , uno en cada chimenea después de levantar los duros gatillos.Salio apuntando a uno de los dos hermanos que lo esperaban fuera del galpón para ir a cortar avena. “Bah!!! Esta descargada….- dijeron a coro - ¡ Mama no quiere que la dejen cargada! – Jacinto apunto cuidadosamente , simulando a un experto cazador, a los dos hermanos. Ellos estáticos, sonreían – cuando iba a apretar los dos disparadores para reventar los fulminantes, apareció en escena, un hermoso gallito colorado que su madre había comprado para mejorar la raza. El animal, cebado a que le dieran siempre posos de “compadrito”. Entonces, Jacinto desvió la escopeta e hizo accionar los gatillos. Sucedió algo que no estaba previsto. El estampido doble de la escopeta arrojo al suelo el desprevenido Jacinto, con un enorme culatazo en la mandíbula. El gallito desapareció como si hubiese explotado, en un mar de plumas y partículas. Donde el estaba parado, quedo un agujero , mientras desde el suelo sentado, Jacinto miraba con asombro a sus dos hermanos, paralizados por el miedo…
BARTOLO -¿Pobreza?…¡ Claro que había pobreza, pero que me perdonen los modernos y gimientes evolucionados de hoy. La pobreza no era una afrenta, ni un castigo, ni una condición social que hiciera a la persona agresiva , irrespetuosa y violenta. Esa condición unía mas a las familias por lejos que se dispersaran para conseguir el pan de cada día, hacia mas fuertes a los jóvenes que aprendían el valor de los recursos y la razón de la vida. Al igual que el árbol azotado por los vendavales, afirmaban mas sus raíces y unían mas sus ramas. Nosotros éramos estudiantes allá por el año 1944 y vivíamos en un barrio extenso y mal poblado. Ranchitos de latas, galpones para algún comercio de ramos generales, modestas casitas de material y rumbo al Arequita muchos hornos de ladrillos y en los montes de los arroyos y el río varios hornos de carbón. En el barrio todos teníamos quintas con hortalizas, guisantes, tubérculos y frutales. También se criaban pollos, gallinas, pavos, conejos, y un poco mas afuera, vacas lecheras, ovejas y cerdos. Las siembras se fortalecían con abono de los corrales. No se conocían los hoy maravillosos e importados con formulas maravillosas. No habían prestamos, canasta familiar, comedores, asistencia social, derechos humanos, protestas, robos, resentimientos ni la falta de caballerosidad para las damas, los niños y los ancianos a la hora de subir al ómnibus o para ceder el asiento. Tampoco había Policías y un uniforme, solo lo veíamos en algún partido de fútbol, sentado junto a las hinchadas, en charla fraternal mientras “solo estaba allí, para cumplir con la orden del superior”. La pequeña cárcel de Minas, siempre estaba vacía porque los uruguayos estaban trabajando en la chacras, en las granjas y en cuanta parcela de tierra fértil había incluso en las veredas de los caminos de tierra del barrio. Las familias eran numerosas, acostumbradas a las privaciones solidarias en la ayuda mutua, apuntalando la economía domestica con changas, tejiendo, lavando en piletas de hormigón a la intemperie y planchando con planchas de carbón, los enormes atados de ropa que traían las mujeres mas fuertes, sobre su cabeza en un recorrido de mas de 20 cuadras, desde las cómodas y espaciosas casas de las familias adineradas del pueblo. Las abuelas y muchas madres, se sostenían con el infaltable mate dulce y algún pedazo de pan, cocido en el horno de barro y a leña, construido al fondo de los ranchos junto al gallinero. La leche, la cocoa y los demás alimentos que su condición social les permitía honradamente obtener, era para los niños que estaban formándose y creciendo y para los que muchas veces regresaban empapados del trabajo, que no lo suspendían pese a las lluvias. Hace poco se hizo una encuesta en varias escuelas de la capital, con preguntas a niños de ocho a diez años, sobre el origen de varios productos de granja. Mas del 50 % no sabían de donde se obtiene la lana o creen que el algodón es producido por las ovejas, no saben ni conocen el gofio, la harina de maíz, la leche en estado puro, solo conocen las diversas ofertas de conservantes, colorantes y esencias. No saben ni las naranjas y las manzanas se cosechan en el país, si un pollo tiene plumas porque solo lo han visto al spiedo y de las épocas de siembras y cosechas, reina un desconocimiento total y una indiferencia cruel sobre las posibilidades de conservación y respeto por la tierra. Antes un niño de cuatro años, se aferraba por impulso propio a una azada y a cualquier herramienta de trabajo. Hoy son las computadoras, los espacios de Internet, los discos violentos de los rockeros, los juegos electrónicos, el “porro” compartido y el encierro en cuartos con luz artificial, con ídolos de guerras y violencia y artefactos estridentes remedos de armas letales. En el año 1944, Heber Almeida y yo éramos estudiantes y alquilábamos una pieza al frente en una modesta casa que arrendaba un soldado del batallón de infantería Nº 11. Como solo tenia un hijo pequeño, nos cedió los casi mil metros de terreno baldío de los fondos. Allí, en los ratos libres sembrábamos de todo y era tanto lo producido que abastecíamos a las dos familias, algún vecino amigo y nos permitía sostener un gallinero de varias gallinas y pollos. También los sábados y domingos, hacíamos changas en la construcción, cavando cimientos, acarreando arena y entrando ladrillos. Estudiábamos a la sombra de una gran Acacia, cuyo suelo a su alrededor estaba trillado porque permanecíamos el mayor tiempo allí. También era el lugar de pintar y de filosofar como lo hacíamos muy seguido. Heber dejo de jugar con la ramita haciendo rayitas y figuras en la tierra suelta bajo el árbol y dijo : Ahí viene el negro Bartola con su carrito cargado de sobras y basura del pueblo! Mire en silencio el lento y cansino avance del viejo caballo, de pelo sucio y amarillento, belfos caídos y tranco indeciso. El carro, chirriando sus ruedas y bamboleándose por el camino zanjeado, venia totalmente cargado de bolsas, cajas y latas. Casi perdido entre los bultos, Bartola se empinaba de vez en cuando , la oscura botella de vino. Era vecino nuestro y tenia un ranchito de fajina y latas, entre dos grandes sauces, al borde de una cañadita que surcaba el barrio. Era un mulato bueno, de buen carácter y siempre feliz. Juntaba desperdicios todos los días del año, sin feriados ni domingos, sin descansos ni tiempo para enfermarse. Era su oficio y se sentía orgulloso mientras decía : - Yo soy como los cuervos, limpio la ciudad y todo lo que se descompone. Su acarreo era para el criadero de cerdos de don Timoteo Urquiola. Le daba algunas monedas y un litro de vino. La esposa de Bartola, era una negrita fuerte y trabajadora. Lavaba y planchaba para varias familias, además criaba a los negritos de Bartola le hacia casi sin pausas. Al fondo del mísero ranchito , estaba la letrina. Cuatro palos verticales, cuatro travesaños y tres paredes de bolsas de arpillera. Después de las elecciones, Bartola empezó a juntar chapas de la campaña política. Decía orgulloso que eran para reponer las bolsas podridas del baño. Por unos días, cada vez que regresaba Bartola, se oía el ruido de latas y el sonar de los martillazos. Un día pasamos con Almeida por allí y vimos la letrina ya terminada. Las chapas que la cerraban, aun tenían los letreros de la propaganda. Las chapas que la cerraban, aun tenían los letreros de la propaganda. Al frente y sobre la puerta, en la chapa se leía nítidamente : “Vote a fulano y no se arrepentirá”.
HELADAS Las madrugadas de junio eran frías, con un cielo estrellado, que apenas empañaba la alborada de la aurora. En el cielo límpido y profundamente transparente, refulgía con brillo de plata. Venus, a media altura del oriente. La escarcha crujía al paso de los pies calzados con tamangos y la dureza vitrosa del agua y la humedad congelada, hacia mas firme el suelo, demasiado húmedo y con charcos, en la chacra preparada para la siembra del trigo y la cebada. Había sido un otoño lluvioso y las tierras empapadas , dificultaban el paso de la reja que con el pasto formaba enormes pelotones que obligaba a detener el arado para limpiarlo con la rejilla colocada en el extremo mas grueso de la picana. El hombre maduro, curado por la lluvia, los fríos y el rigor bravío de una tierra generosa pero rebelde, no muy alto, de piernas cortas y brazos acerados, a pocos pasos de los dos muchachitos de 7 y 8 años, que le seguían, al menor azuzando la yunta de bueyes y el otro prendido de las dos manceras del arado Olivier Nº 7 , con ambas manos, procurando el surco-recto que hería la tierra congelada de escarcha y humedad, mientras veían que la figura de su padre, con el arado de carro de dos rejas se diluía en la baja penumbra del amanecer. Los campos ya reflejaban la blancura de la helada como polvo de cal, que cubría los pastos secos. La voz gruesa, pausada y monótona del hombre azuzando los bueyes, contrastaba con el timbre femenino de los niños, que con sus manos heladas de frío, no podían evitar que se truncaran los nombres de los bueyes. El horizonte del alba, se fue tiñendo de ocres y naranjas y unas finas gasas de cirrus de bellos tonos, supliendo los diamantes de las estrellas. Las siembras de trigo, en los años 1934 y hasta muchos años depuse, se iniciaban a fines de mayo, no podían postergarse mas allá del mes de julio, aun sobre el barro y el agua encharcada en las partes mas bajas de las chacras, se sembraban y no había riesgos para las semillas. La tierra arada, era sembrada al “boleo” , o sea , esparciendo diestramente la semilla por la mano del agricultor. Luego, con rastras de hierro con pinchos o dientes se cubría el grano en forma casi superficial. Esa mañana, tan fría como las anteriores, el alba sorprendía a los agricultores , que solo conocían la presencia del vecino por sus gritos silbidos o en el canto de alguna de las tantas “décimas” que estos rústicos juglares aprendían de inmediato, que hablaban de hechos criollos, crímenes, o la hazaña de algún individuo muy notorio. Los versos del Martín Fierro de José Hernández, eran los mas populares. Las manos casi rígidas por el frío y los pies humedecidos, dentro de los tamangos, ya casi no los sentían los jovencitos. La salida del sol, tan ansiada, tan venerada y agradecida por el trío, sorprendió a los niños casi temblando, pero firmes e indómitos, como esa estirpe de la época cuyo orgullo no les permitía admitir dolor o acobardamiento. Lentos, pero sin pausas, los surcos se iban abriendo y sumando su numero hasta formar la melga arada. Desaparecían los pastos, y la tierra negra y satinada resumaba un leve vaho tibio. La mirada de los niños, recorría desde su yunta de bueyes y el arado, el sol y el humo agorero de un pronto desayuno caliente y fuerte, a base de leche y gofio. Azuzaron a sus bueyes, porque el padre les alcanzara de nuevo. Al dar vuelta en la esquina de la melga, vieron a su padre que detenía su arado y los esperaba. Junto a el, de un montoncito de ramas secas y pastos, ardía una pequeña fogata. Su padre calentaba sus manos, sin necesidad de hacerlo, ya que no las sentía frías. Al llegar los muchachos, les dijo : “dejen descansar un poco los bueyes y no permitan que se apague el fuego…Agréguenle ramas secas y pastos, que hay que quemarlos, para que no estorben al arado…” El padre se alejo entre el clarear del día y ellos, sin mirarse, sin hablar, acercaron sus manos “tullidas” por el frío a la reconfortante llama… el padre había solucionado con amor, y sin herir su orgullo, el reconocimiento de un frío intenso y lacerante… Ese ejemplo de los rústicos jefes de familia, con la sabiduría que da el amor y la responsabilidad, educaba la formación de sus hijos, sin herirlos ni disminuir su orgullo.
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