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Por Elena Bernadet

 

   
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La columna emigrada

En el frente de la Facultad de Arquitectura, en el cruce de Boulevard Artigas y Boulevard España, desde el año 1948, se encuentra una columna romana del siglo I en una ubicación destacada e ineludible,.

Cuando se inauguró la facultad en su nuevo emplazamiento de Br. Artigas, en el año 1948, el proyecto original era ubicar una columna esculturada con signos alusivos a la historia de la arquitectura como símbolo y ornamento, asociado con el arte que se desarrolla en ese centro de estudios, obra proyectada por los Arqs. Roman Fresnedo Siri y Mario Muccinelli.
.Casualmente como si el azar tuviera algo que ver, el gobierno de Francia ofreció obsequiar una columna a la facultad recién inaugurada.
El Arq. Juan José Casal Rocco, que estaba de viaje por Africa, fue el encargado de seleccionarla en la ciudad de Djemila, en el norte de África, ciudad fundada por los romanos en el siglo I, conocida antiguamente como Cuicul.
Esta ciudad está ubicada entre colinas, los montes Atlas y la costa mediterránea representaba una encrucijada estratégica en las rutas de este a oeste y de norte a sur, desde la costa al desierto de Sahara.
Al principio la ciudad tuvo su ¨forum¨ o plaza pública, situado del lado este, rodeado de estatuas y columnatas que se conservan con todo su esplendor.
Cuenta el Arq. Casal Rocco que recorriendo esas ruinas se encontró con un teatro romano, que contaba como todos los teatros de aquella época, con un anfiteatro abierto, conservaba sus graderías, escenario, camarines, corredores, y escalinatas.
En uno de esos camarines situados en el subsuelo contó el arquitecto: “tropecé con los restos de una columna semienterrada, me sorprendí porque estaba bien conservada y no entendí la razón por la cual tan soberbio vestigio de la época romana no había sido reconstruido y ubicado en el lugar adecuado.”
Se le pregunte al conservador de las ruinas, quien me contestó: “¡Hay tantas por doquier….!”
Se cree que fue construida a fines del siglo I principios del II, durante la conquista de los emperadores Séptimo Severo y de Caracalla.
La columna es de piedra dura y grisasea, está dividida en dos trozos que ensamblan perfectamente, tiene un pequeño deterioro en un ángulo de la base.
Su altura total es de cinco metros con ochenta centímetros, estatura que distribuye entre un fuste de casi cinco metros, un capitel de sesenta centímetros y una base de treinta y ocho también centímetros.
Su remoción cuenta el Arq. Casal Rocco:¨necesitó el empleo de un equipo de veinticuatro árabes, y un capataz haciendo deslizar la columna sobre planos inclinados y rodillos, en un trayecto de un quilómetro hasta un camión que la transportó a la estación ferroviaria de Saint Amaud y de allí, a la plataforma abierta de Argel donde se embaló para su viaje a Montevideo.¨
Se sabe cuando fue construida, también que estuvo caída hasta que el Arq. Casal Rocco la rescató, no se sabe el por qué de su abandono, quizá porque había muchas, o porque invasiones vandálicas la condenaron a siglos de semientierro.
También pudo haber sido testigo del esplendor de Roma, de la continuidad de sus instituciones, de la actuación de figuras famosas del Imperio Romano y de su decadencia.
Lo que si sabemos es que desde el año 1948 cumpliendo con su destino de embellecer, se integró a nuestras vidas, a otros sucesos de nuestra historia,, siempre magnífica en su apostura de obra de arte, con su presencia que trasciende el espacio y el tiempo.
Bibliografía: Testimonios orales del Arq. Enrique Monestier perteneciente al Instituto Histórico de la Facultad de Arquitectura de Montevideo.

 

Requiem para un palacio y una mujer

 

Había una vez un pequeño Palacio Taranco, que estaba ubicado en la calle San José, entre las calles Martínez Trueba y Barrios Amorín, en la ciudad de Montevideo.

Este Petit Palais,  costosa veleidad,  joya arquitectónica, nació de un capricho de la “Belle  Epoque”, e ingresó a la historia cuando fue demolido en el año 1981.

Fue mandado a construir por Hermengildo Taranco en el año 1911, mucho más pequeño que el Palacio Taranco de la calle 25 de Mayo y 1 de Mayo,  casi escondido, rodeado de un muro muy alto que lo protegía de las miradas de los transeúntes.

Pensado para la vida en sigilo, la intimidad y el aislamiento, la elevada tapia  lo ocultó, durante mucho tiempo.

Sin embargo para quien conociera su existencia, desde la vereda de enfrente se podían descubrir los árboles más altos que el muro, como también el segundo piso de esta residencia del más puro estilo francés del siglo XVIII.

Y todo lo que se podía apreciar desde allí, era demasiado espléndido para ser considerado una vivienda común.

El edificio,  rodeado de canteros y  callecitas  internas, lo iluminaba una fuente,  con faroles de hierro y cristal y un juego de jardín, donde quizá se desarrolló parte de esta historia.

Fueron los arquitectos franceses Charles Girault y Jules Chifflot, los autores del “Petit Taranco”, donde un hombre y una mujer vivieron su historia de amor, en el mayor sigilo e intimidad.

Esta mujer, una bellísima bailarina francesa se llamaba Jean Marion, Chiff para sus amigos, llegó a Montevideo en una compañía francesa de revista.

A la mañana siguiente a su debut tuvo su primera sorpresa montevideana: un admirador anónimo le envió en un hermoso estuche, un collar de perlas de cultivo.

Chiff recuperada de su sorpresa, examinó el collar cuidadosamente, seguidamente lo colocó en el estuche y se lo devolvió al mandadero, diciéndole que eran solo perlas de cultivo, que ella consideraba que su cuello merecía mucho más.

¡Cual no sería su sorpresa, cuando al día siguiente el mismo mandadero le entregó un estuche idéntico al del día anterior, pero con lo que Chiff consideraba digno de su belleza: un collar de perlas naturales!

Un tiempo más tarde seguramente no se sorprendió demasiado cuando recibió de las manos de Hermenegildo, las llaves del palacio de la calle San José, construido especialmente para ella.

En su afán de homenajearla él hizo traer de Francia el mobiliario más  hermoso, diseñado especialmente para el palacio,  obras de arte, mármoles, espejos....

Las molduras que adornaban las paredes fueron bañadas con oro, todo concebido para amar.

No fue difícil para Chiff  tomar la decisión de abandonar las tablas y vivir su historia con Hermenegildo, rodeada de bellezas y comodidad.

Y así fue por unos años, sin embargo esta mujer, según Ricardo Goldaracena, la última aunque no sabemos si la única “Dama de las Camelias montevideana,”  concluyó su vida en un triste desenlace.

Quizá sus ilusiones fueron mucho más allá que sus posibilidades, quizá el amor fracasó, quizá el entorno social no aceptó esa relación, el hecho es que Chiff, condenada a la soledad, alterada su razón, fue alojada en una clínica para enfermos mentales y allí murió.

Y así ingresó en la antología del viejo Montevideo.  

 

UN MUÑECO QUE HIZO HISTORIA

 

Nuestro país forma parte de un continente amplio y dinámico,
no obstante, por carecer de la riqueza buscada por los
colonizadores, ingresamos mas tarde que otros grupos, en la
historia de América Latina.

Nuestra población era escasa, poco culta, sin organización social ni política, sin metales preciosos, ni tesoros.

Nuestro atractivo fundamental nos lo había regalado Hernandarias,
que nos convirtió en  hacienda y selló para siempre nuestro destino: país
ganadero.

Los aborígenes que nos poblaban, cazadores, pescadores,
esforzados viajeros, por necesidad más que por vocación,
encontraron algunas  formas de expresión, casi  siempre con
carácter utilitario.

Una de ellas fueron las tallas en piedra, y como muestra de
ello tenemos: puntas, mazas, zoolitos, boleadoras.

Pero hay una especial, esculpida en piedra gris y dura, hecha
en una sola pieza, tosca y geométrica, conocida como el
"Antropolito", vulgarmente llamado "el muñeco", que escapa a
esta consideración

Cuenta una crónica del año 1890, que los hijos de un señor
la zona, llamado Lozada, en una recorrida por el campo, "vieron
una extraña cabeza que emergía del suelo, en medio de un camino
viejo que lleva a Flores."

Intentaron extraerla cavando alrededor de la testa emergente,
pero como sus intentos fueron vanos, la enlazaron y  tiraron
con un caballo.

Así la arrancaron de la tierra y la llevaron arrastrando,
hasta su casa.

La pieza permaneció olvidada en la casa de la familia Lozano, hasta que una exposiciòn rural en Soriano,  desencadenó  el recuerdo del muñeco.

El jefe político de la zona, señor Saturnino Camps le solicitó
a Lozada alguna cooperación y el contestó: "no tengo nada, salvo
un muñeco de piedra muy mal hecho, que encontraron mis hijos
en un camino viejo".
Lozada fue a su casa y volvió con una bolsa de arpillera con el muñeco cargado al hombro diciendo: "aquí está  el muñeco", dejándolo caer al piso con gran estrépito.

El señor Camps sospechó que aquello era mucho más valioso de
lo que Lozada creía, y consultó al doctor Berg, Director del Museo Nacional Argentino.

Este manifestó su admiración por la pieza,  que fue obsequiada al presidente de la República, Señor Julio Herrera y Obes, que lo exhibió en diferentes ciudades europeas.

Hoy el original se encuentra en la Intendencia Municipal de Soriano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 







   
 


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