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LOAS AL CAFE MONTEVIDEANO

Abel Soria

   
     

 

La otra tarde me encontraba en el COCKTAIL BAR, cuando en la mesa de al lado vi que un matrimonio leía con atención un articulo de la revista Raíces, precisamente el que refería a la historia de dicho Café. Roberto, el dueño, luego de presentarnos mutuamente quedó un rato comentando sobre los artículos publicados, hasta que un nuevo cliente demando atención.
Fue entonces que le manifesté a Abel Soria Mi satisfacción por conocerlo personalmente, ya que sus poemas gauchescos me fueron harto conocidos en la juventud.
Hablamos de varios Cafés, tanto de Montevideo como de San José, y se consideró un asiduo concurrente de peñas y encuentros con amigos. Y le fueron fuente de inspiración, tanto que le inspiraron una poesía a la que tenía especial predicamento. Y entonces, a pura capellán y sin guitarra, en pleno gentío de las 4 de la tarde se puso a recitar Boliche  montevideano.
Terminada la pieza le pedí la letra para Raíces, quedando su señora, secretaria perfecta, en hacer envió de poesía y curriculum, los que hoy queremos compartir con nuestros lectores de Raíces.

 

BOLICHE MONTEVIDEANO

Adoquinada calleja,
casas grises… y el boliche
sin más llamador ni “afiche”
que una cortina bermeja.
Reina de nuevo la vieja
bohemia montevideana,
y es como una flor temprana
que amaneció sin querer,
pues hoy la noche de ayer
se ha convertido en mañana.

Concurrentes desiguales
en edades y maneras,
dan pauta de las barreras
intergeneracionales.
Canosos sentimentales
en coro exclaman “¡por fin!”
en cambio, haciendo un mohín,
más de un joven frunce el ceño
cuando la mano del dueño
sintoniza “La Clarín”.

Uno prueba un “corasán”
con maneras muy medidas
y otro agota en tres mordidas
una milanesa al pan.
Mientras dos novios se dan
besos fogosos y tiernos,
alguien con cincuenta inviernos,
mirándolos tan campantes,
añora los tiempos de antes
pero envidia los modernos.

Toda otra imagen deslíe
con los pequeños murales
de dos “grandes”, que por tales,
no esperan que Dios los críe:
Mientras “El Mago” sonríe
y hace un puchero Charlot,
desde la radio, en complot
con la ruidosa tribuna,
la voz del Canario Luna
canta “Brindis por Pierrot”.

Sin querer, un parroquiano
se contagia y lo confiesa
tamborileando en la mesa
con la palma de la mano.
Cruza el mozo de pie plano
con serios gestos cazurros,
y sirve un café y dos churros
a un cliente al que se le enfrían
mientras sus ojos espían
la página de los “burros”.

Entre Chaplín y Gardel
-ante puchero y sonrisa-,
muy cerca de la repisa
donde está la grapamiel,
es anfitrión un cartel
escrito en la estantería,
que reza con simpatía
“bienvenidos a este bar”,
contraste particular
con la inscripción “no se fía”.

Teje una araña su red
entre mentas añejadas
y dos yiras trasnochadas
le dan pomelo a su sed.
Allí, junto a la pared
donde sueña un veterano,
cien moscas tratan, no en vano,
de disminuir el reflejo
a un antiquísimo espejo
donación de la Cinzano.

Sumergido en sus problemas,
un intelectual barbudo
se sienta hermético, mudo
y ajeno a los demás temas.
Mira un libro de poemas
con una expresión contrita;
mas, como quien resucita,
dejando a Neruda, cambia
por un ejemplar de “Guambia”
que le alcanza el canillita.

Más de un pronosticador
se atreve a predecir cuántos
serán los futuros tantos
del equipo de “su amor”.
A un hincha del mostrador,
su figura un tanto burda
le oscila entre diestra y zurda
con inseguro sostén,
y su palabra también
entre lucidez y curda.

Entra un niño con sus miras
puestas en el pan de ayer,
hecho tiras el placer
y el pantalón hecho tiras.
Mientras tanto las dos yiras
disputándose un galán,
se insinúan en su afán
de deslumbrar con sus pintas,
porque al final hay distintas
maneras de pedir pan.

Abel Soria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   
 


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