EL HOMBRE DE LAS PAPAS Y LOS CAMELLOS
No todos los canarios que llegaron hasta estos lugares fueron fundadores o, después, colonos labriegos de condición humilde. También tuvimos algún canario de pro, acaudalado y aristócrata, que vino a nuestra tierra por pura afición a aportarle su industriosidad, su espíritu de empresa. Y que resultó , de paso, mas patriota que muchos orientales. Tal fue el caso de don Francisco Aguilar, un descendiente de la nobleza canaria, cuyo padre llegó a ser gobernador de esas islas. De joven, Aguilar marchó a estudiar a Inglaterra. Luego, vuelto a su solar , se casó, tuvo hijos, prosperó. No sé con exactitud qué motivos precisos lo impulsaron a emigrar a tierras americanas, pero lo cierto es que un buen día decidió embarcarse. Fletó dos barcos por su cuenta; en uno se alojó él con su familia, en el otro amontonó su mobiliario, su personal de servicio y varios colonos que trajo consigo. Al llegar a suelo oriental, sus comienzos no fueron montevideanos. Recaló en Maldonado, en los últimos años del 700. Compró tierras en ese departamento y las dedicó a la agricultura . Fue Aguilar quien introdujo en el país las papas y los pinos, desconocidos hasta entonces, amén de muchas otras plantas y semillas que luego arraigaron y se difundieron en nuestro territorio. Pero tal era su afán experimentador que también procuró ensayar con animales, para ver de amoldarnos a nuestro clima y hábitos de trabajo. Hombre de imaginación audaz, hizo traer a la Provincia Oriental, desde África, varios camellos que dedicó a las faenas agrícolas en sus pagos de Maldonado. Quién sabe si, gracias a estas tentativas, hoy no tendríamos camellos en toda nuestra campaña como figuras típicas del paisaje nativo. Lamentablemente, los acontecimientos le impidieron seguir adelante con su curioso ensayo. En efecto, por esos días estalló la insurrección oriental de 1811, y aquí aparecerá una nueva faceta encomiable de este personaje canario: el hombre – que muy bien podía haberse echado para atrás, dado sus cuantiosos recursos y su origen aristocrático y extranjero – se plegará de inmediato a la lucha de los patriotas y pondrá en riesgo cierto su hacienda y su vida, para defender la causa independentista.
EL PUENTE QUE VINO EMPAQUETADO DE EUROPA
Por. Milton Schinca
Muy precario, más que inseguro , era el viejo puente del Prado. Mal construido desde su origen , endeble su base, carcomidos sus tablones, bastaban lluvias más o menos abundantes para que todo aquel maderamen fuera barrido por la correntada, y las tablas arrastradas hasta el mismo mar. Pasaron lustros sin que la Municipalidad se resolviera a tomar medidas con aquel puente que casi no lo era, y que sólo sufría algún remiendo cada vez que una creciente lo deshacía una vez más. Hasta que un día las aguas se mostraron más radicales que de costumbre, y desmantelaron al puente de tal forma que no hubo ya manera de recomponerlo. Entonces se llamó a licitación para construir un puente enteramente nuevo. Se presentaron varios proyectos y fue aceptado el de un ingeniero Lemolle, cuyo presupuesto primitivo frisaba por los doce a trece mil pesos…Como era común en aquellos tiempos, el puente se importó directamente de Europa. Pilares barandas, faroles, llegaron un día encajonados a nuestro puerto. Cuando pretendieron armarlo acá, se encontraron con la sorpresa de que el puente era demasiado ancho o el río demasiado angosto; la cuestión es que no coincidían. Debieron efectuarse, pues , los ajustes correspondientes. De todas maneras, aquel puente estaba concebido para afrontar las décadas sin inmutarse, y así fue como pudo desafiar incólume no sé cuantos desbordes e inundaciones.
LOS AGUATEROS ( 1802-1866)
El año 2 se experimentó una gran seca, por lo cual dispuso el Cabildo un novenario de misas, para implorar del Señor la benéfica lluvia. Las fuentes de aguada pública eran contadas, y grandes penurias sufrío la población por falta de agua potable. Eso hizo abrir los ojos para aumentar los manantiales, que desde entonces empezaron a prestar mejor servicio, fomentando los aguadores. Los antiguos pozos manantiales de la Aguada, situados en el arenal que había al norte de la quinta de las Albahacas , y que se extendía hasta inmediaciones de la panadería de Batlle y lo de Sobera, eran el surtidero de agua potable del vecindario de la ciudad, conducida en grandes pipones por las carretas de los aguateros, como se les llamaba. Hacían el trayecto generalmente por la playa (hoy calle Cerro Largo) hasta el Cubo, por donde doblaban par venir a entrar por el Portón de San Pedro; es decir , por donde ocupan hoy las manzanas entre Ciudadela y Juncal en esa parte del norte (calle hoy 25 de Mayo).
Cada aguatero tenía sus calles y sus marchantes de agua, y buen cuidado tenían los vecinos que la necesitaban de estar con el oído atento al cencerro que cada aguador colgaba al cuello de los bueyes de tiro del vehículo. Al sonar, salían a la puerta tía Francisca, tía María o tía Juana , críadas de la casa, o cualquier otro viviente a llamar al aguatero, y allá iba el buen hombre con la caneca en la cabeza, a echar el agua en el barril o la tinaja, a tres y cuatro canecas por medio real. El lechero se anuncia gritando: a la buena leche gorda marchante, y el pescador al de : corvinas, borriquetas; pero el aguatero no está por esas. Le basta el cencerro, aunque algunas veces se tomaba por el del carro de basura, que también lo llevaba. El aguatero, a paso de buey, recorriendo calles, despachaba su pipa de agua, y volvía a llenarla a los pozos para una segunda jornada. A la puesta del sol ya me los tenía usted con la yunta desuñida, y su carreta con el pipón descansando de la fatiga del día al frente de su casita, por las inmediaciones de la quinta de las Albahacas al sur y norte, que era el paraje donde vivían, aparte de aquel que tenía su vivienda en la altura del oeste, rodeada de un corral de piedra y en el centro un ombú secular que envidiaba Pepe Maletas.
EL MUELLE (1770-1824)
Desde que vino al mundo a principios del siglo pasado, la hija predilecta de Zabala, el de brazo de plata, en esta Banda del Río, sirviéndole de padrinos San Felipe y Santiago, no conoció muelle de embarco y desembarco en su ribera para sus pocos habitadores hasta allá por el año 70, en que con motivo de la creación de Aduanas, dispuso del Pino, u Olaguer Feliú , la formación de uno de piedra , que mal o bien supliese aquella falta en un puerto en que anclaban navíos y fragatas. Hasta encontes, trabajito les mandaría para embarcar y desembarcar de las lanchas, en los dos puntos llamados desembarcadero principal en la ribera del norte, que venían a quedar en la dirección de las calles de San Juan y San Felipe, haciendo gimnastica en las peñas y tomando acaso sus buenos baños. No era de extrañar que la naciente creación de Zabala careciese de muelle en sus principios, como de tantas otras cosas necesarias, que debían ser obra del tiempo. Pero con el establecimiento de Aduana se hacía más necesario algo así como muelle, y se empezaron a construir por los años 80 u 81 unas gradas o escalinatas de tosca piedra a orillas del mar, en dirección de la calle de San Felipe, en una punta saliente de tierra, en las cercanías de las futuras Bóvedas.
Una media docena de escalones de piedra, en una extensión como de 20 varas de largo, frente al norte, y una calzada después de anchas losas del mismo material, con declive , que se internaba en el mar, en el costado este, para facilitar el embarque y desembarque de equipajes y alguna carga, constituyeron el primer muelle del puerto de Montevideo, que , mal que mal, sirvió por no pocos años…
Todo tenía que ser relativo. Tal fue nuestro muelle primitivo, cuyas pobres escalas bañadas y cubiertas tantas veces por el río salado como mar, en las grandes crecientes, que llegaron en más de una ocasión a inundar toda su planicie, internándose sus aguas hasta la Esquina del Reloj, pisaron muy orondos, como el más humilde hombre de mar, figurones de la época, desde Olaguer Feliú , Bustamante y Guerra, Huidobro y Elío, hasta Cisneros, el último de los virreyes del antiguo virreinato del Rió de la Plata, o , como quien dice : “el último mono se ahoga”.
Montevideo ¿se habrá llamado Montevideo?
No es imposible que todos estemos equivocados cuando afirmamos que la capital de nuestro país es Montevideo. Acaso sea, más bien, “Montem Video”, las dos palabras separadas y con acentos en la “o” y en la “i”: móntem vídeo, por chocante que nos resulte hoy esta grafía, después de 270 años de pronunciar el nombre de nuestra ciudad de la manera que nos es familiar. Todos sabemos cuánto se ha discutido el origen del curioso término “Montevideo”, y cómo se han propuesto diferentes hipótesis, ninguna concluyente a esta altura, ninguna demasiado convincente a decir verdad. La que postula el nombre “Montem Video” apareció en un libro de Carlos Travieso, publicado en 1923, y es sin duda de las más peregrinas, pues se sustenta en una argumentación que parece harto rebuscada, como enseguida se verá; pero no estará demás repasarla, entre otras razones porque su autor revisa e intenta refutar algunas propuestas anteriores, con lo cual nos acercamos a una visión de conjunto de lo que ha sido esta antigua y bastante infructuosa polémica acerca de cómo hemos sido bautizados y por qué. Es sabido que la tradición más arraigada acerca del origen de la palabra “Montevideo” la hace provenir de una exclamación que habría lanzado el vigía que venía trepado en el palo mayor de la nave de Magallanes, al divisar nuestro Cerro. ¿Pero qué habría gritado, exactamente? Aquí mismo, en el grito, se centran las primeras observaciones que formula Carlos Travieso. Para los más, el grito del vigía debe de haber sido: “¡Monte vide eu!”, queriendo decir, claro está, “veo un monte”: y de “Monte vide eu” habría derivado, en traslación casi literal, “Montevideo”. Sin embargo, Travieso hace notar algunos aspectos idiomáticos de la frase lanzada por el vigía. La expedición de Magallanes –alega– traía en su tripulación a numerosos portugueses y gallegos; y las palabras “monte” y “eu” son indistintamente gallegas o portuguesas. Pero no ocurre lo mismo con el verbo “vide” en la forma que está inserto en la frase. En efecto, la traducción literal de “monte vide eu” tendría que ser “monte ve yo” o “monte mira yo”, o aún “monte véase yo”, expresiones éstas que es imposible suponer que las dijera un marinero portugués o gallego. ¿Y si el vigía, en cambio, fuese de origen castellano, ya que en una expedición tan nutrida venía gente de diferentes procedencias hispánicas? Imposible, vuelve a señalar Travieso: ningún vigía de habla castellana gritaría “monte veo” o “monte vi”, o “monte vide” (en castellano antiguo). Lo natural es que hubiera exclamado “veo un monte”, o “vi un monte”, o en todo caso “he visto un monte”; pero de ninguna de esas expresiones surgiría con naturalidad la palabra “Montevideo” por más que la forcemos. Desechadas estas hipótesis, Travieso se lanza a exponer la suya propia, que nos depara unas cuantas sorpresas: la primera, que la palabra “Montevideo” no provendría, según él, de ninguna de las lenguas ibéricas, sino del latín; y la pretensión no parece demasiado descabellada si pensamos que “veo un monte” se diría en latín exactamente “montem video”; y de ahí a nuestro nombre no hay más que... una “m” sobrante. En algún momento –reconoce Travieso– se manejó una variante muy próxima, y la expuso nada menos que un testigo presencial, lo que parece darle una fuerza irrefutable. Fue sostenida por Francisco Albo, integrante de la expedición de Magallanes, en su “Diario de Viaje”. Según él, lo que exclamó el vigía fue “Montem vidi” (y no habla para nada de “montem video”). Pero –retruca Travieso– para aceptar “Montem vidi” habría que suponer que el vigía lo dijo en tiempo pasado: “Yo vi un monte”, o “yo he visto un monte”, lo que no parece lógico si lo estaba viendo en ese mismo momento. De modo que lo recto, lo natural, es que haya exclamado “yo veo un monte”, es decir “montem video”. De todos modos, en esta argumentación de Travieso queda el rabo por desollar: ¿cómo podemos suponer que un simple vigía de la expedición de Magallanes, casi seguramente un marinero sin mayor ilustración, iba a lanzar aquella expresión en latín, y no en su lengua habitual, ya fuera castellano, portugués o gallego? …
EL MERCADO DEL PUERTO
Desde 1836 , funcionaba como mercado público en Montevideo , el instalado en el edificio mutilado de la Ciudadela, y un menor , el de Sostoa, en la que después se llamaría calle Mercado Chico. Pero dado que el estado de cualquiera de ellos, era deficitario, se fue a la construcción de dos edificios destinados especialmente a tal fin, que lo fueron el llamado Mercado Central y el del Puerto , construido en 1868. Constaba de una amplia estructura de hierro con amplia bóveda y rodeado de un cinturón de material para instalación de pequeños locales. Fue uno de los primeros edificios que en nuestra ciudad , mostró el uso de armaduras de hierro en amplias superficies de techados. Próximo al centro, se instaló una fuente, donde las personas podían lavar la verdura que adquirían, fuente que luego fue trasladada a la Plaza de los Treinta y Tres, en cuyo centro se encuentra hoy. Por entonces , se comentaba que más que edificio para un mercado, sería destinado a estación de un tren a vapor que acarrearía mercaderías desde y para las fábricas de Bella Vista y El Cerro. Esto, sin llegar a concretarse, pudo tener entonces algo de posibilidad, viviéndose como se vivía la era del vapor, que llevó proyectos tan utópicos como un ferrocarril a Carrasco , otro a Santiago Vázquez, etc. (Ubicación Yacaré y Piedras – Ciudad Vieja)
EL AGUA EN LA ÉPOCA COLONIAL
“En los primeros años de la fundación de Montevideo, tratose, como era consiguiente, de abrir pozos de agua potable para el consumo de la naciente población. El primero que se abrió fue el del Rey, dentro de lo poblado, pero resultó de agua salobre, como para indigestar al mejor estomago. Sosa Mascareño, uno de los primeros pobladores, abrió otro por su cuenta de buena agua, en los manantiales, sobre el arroyito llamado de Canarias, que le sacó la oreja al del Rey, viniendo a ser el primer surtidero de agua potable de corto vecindario. Tras el, vino la fuente de Canarias, abierta en el arenal de la playa que se extendía al norte, desde los bajos de la propiedad conocida después por Insúa (Francisco) , donde se colocó el primer marco de señalamiento de los terrenos de Propios, siguiéndose sucesivamente los pozos de la Aguada de la Marina. Allá por los años (17) 60 se presupuestaron dos fuentes más en la ciudad y se crearon los Pozos del Rey, manantiales de buena agua, “en la planicie que hacían los médanos cerca de la playa, en donde hacían aguadas las embarcaciones y se surtía la ciudad, desaguando por ese bajo una pequeña cañada que venía del N.E , que se llamó arroyo de la “Aguada” de aquí quedole el nombre de la Aguada a ese paraje, por venir a hacerla en los referidos pozos, las lanchas de la embarcaciones surtas en el puerto. Poco a poco fueron construyéndose otros pozos a fuentes dentro de los muros, y al sur, fuera de ellos, uno al oeste del fuerte de San José, frente a las casas de Diago, otro en el Baño de los Padres, otro en el Cuartel de Dragones, los llamados de Policía fuera del Portón Nuevo, la fuente abovedada contigua a la Aduana Vieja, que llamaban de Toribio por hallarse la entrada que conducía a el, en un largo zaguán al lado de la casa de este, y otra bajo Bóveda, al costado sur de la Ciudadela, fuera de Murallas. La misma que subsiste después de un siglo, oculta a las miradas del vulgo, al costado oeste del Teatro Solís, a espalda de los edificios que la cubren en esa cuadra de la calle del Cerro, y que conocen perfectamente los Bomberos del Gran Teatro, y por fin, la fuente de Elío , y en el Arroyito fuera del Portón. Salobre o no , pesada o liviana, el agua de esos pozos o fuentes manantiales, sirvió para tantos usos de la vida, mientras no se obtuvo otra de mejor calidad, y entraron en jugo los Aguateros…”
Fuente: Tradiciones y Recuerdos del Montevideo Antiguo – Isidoro de María.
Los chiquilines que fundaron Montevideo
Toda gente muy joven componía el núcleo de 34 primeros pobladores de Montevideo; aquellos seis únicos matrimonios que se atrevieron a responder al llamamiento de Zabala y que en los primeros meses de 1826 se vinieron desde Buenos Aires hasta nuestra península desértica, con su caterva de hijos, alguna sobrina y un par de entenadas. Sólo cinco de esos 34 bonaerenses habían llegado a la cuarentena de edad; perlo los dos mayores ni siquiera pasaban de 44 años: Sebastián Carrasco y María Carrasco, emparentados, como casi todos. En la treintena había solo cuatro, entre ellos el zaragozano Juan Manuel Artigas, soldado de 30 cumplidos, que habría de ser abuelo del prócer. Y quedaban tres mujeres Carrasco más, todas en la veintena. Se explica la juventud de toda esta gente pionera, mitad exploradores, mitad aventureros, porque que tener ánimo para lanzarse a poblar una punta de tierra inhóspita y no muy prometedora, amenazada por indios fieros y portugueses. Se comprende que apenas seis matrimonios se presentaran, sostenidos entre si por lazos familiares y tentados seguramente por las regalías que Zabala había prometido a los fundadores: un solar emplazado en la misma ciudad, una suerte de estancia y una chacra en las inmediaciones, animales con que poblarlas, alimentación gratuita, herramientas, exención de impuestos, el título de “hijosdalgo” que habilitaba a usar el “don” delante del nombre…
(Material extractado de Boulevard Sarandí – Milton Schinca – Ediciones Banda Oriental)
Fundación de MONTEVIDEO (Parte I)
Luego de recuperar Colonia del Sacramento, a partir de 1716, los portugueses se dispusieron a extenderse por el territorio del actual Uruguay, sin duda infringiendo el Tratado de Utrech. Para eso partió desde el Brasil, una expedición marítima al mando de Freitas Fonseca y en diciembre de 1723 ingresó en el puerto natural situado en el Monte VI desde Este a Oeste de la costa del Río de la Plata.
La noticia de tal invasión produjo una reacción inmediata del gobernador español en Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zabala, quien exigió a los portugueses a retirarse y como no lo hacían, Zabala comenzó a organizar un contingente militar, por lo que los portugueses en inferioridad de condiciones, optaron por retirarse. Ya con anterioridad el Rey español había exigido a Zabala la construcción de un fuerte sobre este lado del Río de la Plata, pero éste se negaba, aludiendo a la falta de recursos económicos para poder realizarlo.
El proceso fundacional de la ciudad se enmarca entre 1724 y 1730, período durante el cual comenzaron a arribar los primeros pobladores provenientes de Buenos Aires y de las islas Canarias.
Existen al menos dos explicaciones acerca del origen del nombre Montevideo: la primera afirma que el nombre proviene de la expresión en portugués "Monte vide eu", que significa "Yo ví el monte", frase pronunciada en la excursión de Fernando de Magallanes al divisar el Cerro de Montevideo.
La segunda dice que los españoles anotaron la situación geográfica en un mapa como "Monte VI De Este a Oeste".
En 1724 Zabala llegó desde Buenos Aires a la zona del Monte VI de E.a O., con un grupo de 110 soldados y 1.000 indígenas, con una batería de 10 cañones, para construir un Fuerte, que llamó Fuerte de San José.
Una vez emplazado el Fuerte, Zabala volvió al lugar, haciéndose acompañar por un grupo de familias originarias de las Islas Canarias afincadas en Buenos Aires, con un total de 37 personas, que fueron los primeros pobladores civiles de la nueva colonia. Para entonces, se había reclutado otro contingente de colonos en las Islas Canarias y en Galicia y poco tiempo después arribó una treintena de familias más.
El trazado de la ciudad, que se llamó originalmente San Felipe y Santiago de Montevideo, fue realizado por Pedro Millán. Las manzanas fueron delineadas según las Leyes de Indias, y en ángulos rectos.
La finalidad de la fundación de la ciudad de Montevideo fue esencialmente militar, para prevenir cualquier incursión portuguesa, especialmente desde Colonia que en el momento de la fundación ocupaban los portugueses, por lo tanto se impuso que ella fuera una plaza fortificada.
A corta distancia de la costa del Río de la Plata, donde hoy se encuentra la Plaza Independencia, se levantaba una poderosa fortificación, la Ciudadela. Esta demoró 40 años en ser construida totalmente desde 1742 a 1782, era una formidable fortificación de piedra, material que abundaba en la zona, conformada por una gran plaza de armas rodeada por altas y gruesas murallas, que tenía en cada esquina altas torres romboidales donde era posible emplazar poderosas piezas de artillería. Estaba rodeada por un foso de enorme ancho y profundidad, que podía ser inundado desde el mar, cruzado hacia la ciudad con un puente levadizo.
Desde la ciudadela, que estaba situada dentro del límite de la ciudad, se extendía hasta el agua una muralla de similares características, a través de la cual solamente dos portones daban acceso a los campos exteriores a la ciudad; terminada también en dos fortificaciones elevadas, llamadas el Cubo del Norte, el Cubo del Sur. Por el oeste, en el extremo de la península se encontraba otra importante fortificación, el Fuerte de San José, originaria construcción efectuada por Zabala.
Fundación de MONTEVIDEO (Parte II)
Montevideo era una formidable fortaleza, en la cual estaban emplazados sobre los altos muros 300 cañones; y donde existía un enorme depósito de armas, municiones y pólvora a disposición de una dotación militar importante para su época.
Además, era la base naval de la Marina Real española en el Río de la Plata; y en su bahía fondeaban continuamente las naves de guerra españolas que patrullaban las costas americanas del Atlántico sur.
Sin embargo, la imponente ciudadela que llevó 40 años construir solamente subsistió medio siglo, ya que luego de la independencia, se comenzó su demolición, utilizando sus sólidos materiales para otras obras de la ciudad. Demolidas inicialmente las plataformas de sus esquinas, el cuerpo principal funcionó como mercado público hasta 1879, en que fue demolida por completo.
Actualmente, sólo es posible ver un pequeño fragmento de sus muros, cerca de uno de los extremos del Teatro Solís. Bajo tierra permanecen, sellados, algunos de los túneles que comunicaban la Ciudadela con las fortificaciones cercanas.
La arquitectura de la época colonial se conserva en algunas construcciones de la Ciudad Vieja, y responden al estilo neo-clásico español.
Montevideo era sede del poder español y de la sociedad jerarquizada en etnias y clases.
POBLACIÓN Y ORGANIZACIÓN INSTITUCIONAL
El grupo de alrededor 30 familias provenientes de las Islas Canarias y de Galicia, llegó a Montevideo el 19 de noviembre de 1728, juntamente con un contingente militar de 400; quienes llegaron en el barco “Nuestra señora de la Encina”, el 27 de marzo de 1729 llegará otro grupo de inmigrantes que venían a poblar Montevideo
Por otra parte, Zabala procedió a organizar institucionalmente el gobierno de la ciudad, designando su primer Cabildo que instaló el 1º de enero de 1730, con el cometido propio de esa autoridad municipal, de administrar la ciudad y asegurar el orden público entre sus pobladores.
Se creó un cuerpo de milicia para la defensa de la ciudad, llamado Cuerpo de Corazas, al mando del cual fue designado uno de los primeros pobladores, Juan Antonio Artigas, abuelo del Gral. José Gervasio Artigas.
Posteriormente, en 1751, el Rey de España dispuso que en Montevideo existiera un Gobernador, nombrado directamente por la Corona.
Los Gobernadores de Montevideo, fueron José Joaquín de Viana entre 1751 y 1784; Agustín de la Rosa, entre 1784 y 1771; nuevamente José Joaquín de Viana entre 1771 y 1773; Joaquín del Pino de 1773 a 1790; Antonio Olaguer Feliú de 1790 a 1797; José Bustamante y Guerra de 1797 a 1804; Pascual Ruiz Huidobro de 1804 a 1807, y Javier de Elío de 1807 a 1818.
LAS PRIMERAS SEIS FAMILIAS DE MONTEVIDEO
1.Jorge Burgues de 35 años fue el primer poblador civil de la ciudad. Su esposa era María Martina Carrasco y tenían 3 hijos. Originario de Génova era Depositario General del Cabildo.
2.Juan Bautista Caillos era francés de 39 años, su esposa era Isidora Dunda y tenían 2 hijos. Se desempeñaba como soldado.
3.Juan Antonio Artigas nacido en Zaragoza, 30 años, su esposa era Ignacia Carrasco y tenían 4 hijos. Era capitán de la milicia de defensa.
4.Sebastián Carrasco, 44 años de edad, originario de Buenos Aires, su esposa era Dominga Rodríguez, tenían 2 hijos.
5.José González de Melo tenía 42 años, originario de Buenos Aires, su esposa era Francisca Carrasco, tenían 3 hijos. Se desempeñaba como alcalde de primer voto.
6.Bernardo Gaytan, 43 años, originario de Buenos Aires, su esposa era María Enriquez y Lara y vinieron con 3 de sus 6 hijos. Era Alcalde Provincial.
Datos de "San Felipe, sus primeros fuegos" de Alberto Fraga
LAS COSTUMBRES EN MONTEVIDEO
El párroco Pérez Castellano describió la vestimenta de las mujeres del periodo colonial.
Contó que usaban medias blancas o negras para ir a la Iglesia, para pasear usan de color.
Se peinaban con moños altos, usan zapatos de tacones, en los zapatos con hebillas de piedra, de plata o de oro.
Y termina: nuestras mujeres visten regularmente con honestidad, sin descubrir jamás los pechos, y muchas veces ni aun la garganta y agrega “digo muchas veces porque algunas son de otro parecer…”
Carnicerías ambulantes
No había en Montevideo en esa época carnicerías instaladas, la carne venia de extramuros en carretas y el carnicero se instalaba donde podía.
Las compras las hacían las esclavas con sus tipas (canastas) la carne se cortaba a hachazos y a ojo de buen cubero.
El carnicero era siempre un gaucho que llegaba vestido con chiripá, botas de potro, tendía un cuero cualquiera en el suelo y sobre el colocaba la carne.
La mercadería no se pesaba, era demasiado barata, a pesar de que solo se vendían los mejores cortes, los demás servían de alimento a los perros.
La venta de noche no se interrumpía, el carnicero improvisaba un candelero agujereando un pedazo de carne, donde colocaba una vela.
Botas y más botas
A los montevideanos de aquella época les resultaba muy fácil cambiar de botas a cada rato.
No tenían más que atrapar un animal suelto, que abundaban, matarlo, cuerearlo y con el cuero fabricar un par de botas. El resto del animal quedaba por ahí, nadie lo aprovechaba.
De esto modo el Cabildo calculo que se perdían 6.000 reses por año, por eso prohibió las botas de vaca o de ternera, e implanto una multa para quien apareciera con un par de botas de ese origen.
Desde ese momento se empezaron a fabricar botas de cuero potro o de yegua.
Montevideo se divertía
Durante el periodo colonial Montevideo no estaba ausente de las novedades del Viejo Mundo.
Veinte años después que surgió el vals en Europa ya estaba en Montevideo y según algunos viajeros ingleses y franceses que nos visitaron decían que “las damas montevideanas bailaban con gracia inimitable y de modo exquisito, y no hay que rogarles mucho para que bailen.’
Algunas matronas criticaban airadas la practica del baile, lo consideraban audaz, de un descocamiento inadmisible, escandalizadas decían:”por primera vez en la historia las parejas danzan enlazadas, a donde vamos a parar, Dios mío!!!!
Pero nada de eso detuvo la aparición del vals en Montevideo.
Caña y cigarro para las mujeres
Por Montevideo pasaron todo tipo de viajeros, ninguno dejo de hablar de las mujeres.
Y sus juicios fueron con una sola excepción coincidentes en alabarlas y reconocer sus encantos y simpatía.
Entre ellos figura un inglés que publicó en su tierra el contenido de las impresiones que se llevo de acá.
Entre otras expresiones dijo que eran ‘más liberales y zafadas que las mismísimas inglesas”.
‘’Conversan con cualquiera sin reserva de asuntos que harían sonrojar a nuestras compatriotas.’’
‘’Además beben y agregan caña al café, fuman, aun las señoritas mas respetables.’’
Según Milton Schinca este es un retrato no imaginado de las mujeres montevideanas de la Colonia.
Que fueron los saladeros?
Hacia 1700-1800 aparecieron los saladeros, que convertían la carne vacuna que abundaba en esas enormes extensiones de campo en estancias en tasajo
Que es el tasajo? es carne cortada en finas lonjas que luego se salaban y apilaban durante dos o tres días para luego secarla tendiéndola al sol.
Los saladeros eran una mezcla de trabajo de estancia e industria asentada en Montevideo, porque sólo requerían la habilidad manual del gaucho enlazador del ganado casi salvaje y la habilidad artesanal de los peones, hasta 1830 casi todos esclavos negros.
Y como sin querer salía por el puerto de Montevideo legalmente para España y Buenos Aires (desde 1779), e ilegalmente para el Brasil portugués.
Fue una actividad que generó grandes rentas, suficientes para mantener tanto a la burocracia española que gobernaba la Banda Oriental, como a los comerciantes.
VISITANDO EL MONTEVIDEO ANTIGUO
“Los caminos de entrada y salida a Montevideo llegaban y partían de los dos únicos portones abiertos en sus murallas : el Viejo o de San Pedro, situado al extremo oeste de la calle homónima (25 de mayo y Juncal) , y el Nuevo o de San Juan, al extremo sur de la calle del mismo nombre (Ituzaingó y Brecha).
Del primero salía el camino principal de la ciudad que se bifurcaba a la altura de las actuales calles Uruguay y Río Branco: un ramal contorneaba la bahía hasta los pozos del Rey o Aguada de los Navíos, pasando por las inmediaciones de la fuente de Canarias y prosiguiendo hasta más allá del Miguelete; el otro ramal zigzagueaba en dirección sudeste (entre las actuales avenidas 18 de Julio y calle San José) hasta el Cordón, donde empalmaba con el camino hacia Maldonado.
Del segundo Portón salía el camino “de la costa” , que contorneaba la ribera sur de la ciudad, y pasando por el Camposanto (a la altura de las actuales calles Andes y Durazno), llegaba hasta los pozos de la Estanzuela (en las proximidades de la actual Playa Ramírez).
LOS VECINOS …
“Los que moran dentro de la ciudad pueden dividirse en tres clases: hacendados, comerciantes, y artesanos. De la primera apenas se encuentran 15 o 20 personas, y de ellas la mitad se halla sobre un considerable fondo de riqueza, abrazando entre sí con sus considerables estancias casi todo el término de Montevideo que se extiende en presentes a 70 y 80 leguas. Los comerciantes pueden asimismo considerarse bajo dos aspectos ; los unos que hacen directamente el comercio con la península y son, por lo regular, apoderados de las casas fuertes de Cádiz; y los otros que trafican por menor en tiendas y pulperías, de unas y otras esta llena la ciudad. No hay casa donde no se venda algo, causando no pequeña admiración que puedan subsistir en país tan caro y de tan corto número de habitantes. Los artesanos son, por lo común, de la tropa o marinería de los navíos, y por consiguiente transeúntes y de poca habilidad. Con todo se hacen pagar exhorbitadamente sus obras” Diego de Alvear, 1784. Tres fueron los factores determinantes o condicionantes en el proceso de formación de las clases sociales en los orígenes de Montevideo: la sangre, la autoridad, y la riqueza, que pudieron combinarse entre sí. La distinción entre españoles europeos o peninsulares, y españoles americanos o “criollos”, no fue tan marcada ni tampoco peyorativa para estos últimos como en otras regiones de Hispano-América; lo fue en cambio, por parte de los blancos, europeos y criollos, respecto de los indios, mulatos , zambos y otros cruces étnicos, sin ubicación en la sociedad colonial, y respecto de los negros esclavos o libertos. Tampoco hubo en el suelo uruguayo durante la época colonial una población indígena sometida por un grupo de europeos “conquistadores”. La conquista militar de dicho territorio, intentada por los Adelantados del Río de la Plata (1536-1591), fracasó por completo; las tribus aborígenes – poco numerosas, nómadas y sin organización alguna - , no fueron sin embargo sometidas – salvo pequeños grupos – sino más bien repelidas y contenidas por los “colonos” fuera de los límites jurisdiccionales de sus pueblos villas y ciudades, al margen de la sociedad colonial, donde se extinguieron paulatinamente en esporádicos encuentros con las milicias vecinales, o por obra de enfermedades congénitas o epidémicas. Hubo, en cambio, un lento y gradual proceso de “colonización”, más o menos pacífica, que fue desarrollándose en puntos clave, por su valor estratégico, del territorio de la “banda oriental” del Uruguay; uno de ellos fue precisamente, la península de Montevideo. Por lo demás, el poblamiento de dicho territorio comenzó cuando ya vivía en estas regiones platenses la cuarta o quinta generación de descendientes de los primeros españoles europeos; de modo que aquél se hizo en su mayor parte con indianos nativos o “criollos” de los territorios vecinos, como ser Buenos Aires, Santa Fé, Paraguay; en algunos casos, como para Montevideo, el grupo fundador hispano-criollo viose prontamente acrecido con colonos expresamente traídos de otros territorios españoles de ultramar : canarios primero, luego gallegos, asturianos y vascos.
Cuando la semana de turismo no era Semana de Turismo
Es bueno saber que antes de que se instaurara oficialmente la Semana de Turismo, este paréntesis anual de “sano esparcimiento” existía ya de hecho y sin bautizar ; en coincidencia, como hoy, con la Semana Santa. Es que las costumbres impías de muchos montevideanos no creyentes , habían convertido a estos días de unción religiosa en una ocasión dichosamente aprovechada para salir a disfrutar de aventuras campestres de variada laya. Mientras la mitad de Montevideo se recluía con aflicción en las iglesias y recorría sus ámbitos decorados luctuosamente, la otra mitad, la desaprensiva mitad de descreídos, ateos, masones, herejes, agnósticos, ácratas o simplemente aprovechados, partía muy frescamente a sus pic-nics sin mayores remordimientos de conciencia, aunque despertando, eso sí, las iracundias de los buenos católicos. “La gente devota – clama un diario de fines de siglo, disgustado – está en su casa o en las iglesias, y las iglesias están acongojadas y mustias. Se reza en voz baja suspirantes plegarias, como si se temiera turbar el gran dolor mudo de Aquél que vino al mundo para morir por su redención. En la semioscuridad de las grandes naves llenas de fieles, hay susurros suaves de plegarias, y allá en el fondo negro, el gran Cristo extiende sus brazos cárdenos.” Etcétera. Pero ahora llega el escándalo: “Y mientras duran las congojas de la iglesia, los indiferentes se van al campo a cazar, a destruir todo lo que hayan a su paso. Son las excursiones bullangueras de Semana Santa, en que los placeres de Heliogábalo – comida y bebida – constituyen lo principal.” Ya se ve cómo estaban en auge por entonces, sin oficialización alguna, los mismos safaris que hoy dan colorido a nuestras Semanas de Turismo. No fue, pues, ninguna invención diabólica de gobernantes ateos para molestar a la masa católica: existía de facto, ya venía de antes, arraigada y con larga tradición en nuestros hábitos ciudadanos. Tan es así, que nuestra ciudad, por aquellos días, se enfundaba en el mismo aire despoblado y tristón que después asumiría puntualmente en cada Semana de Turismo oficial. Cuenta el mismo cronista: “La ciudad está muerta. La Plaza Independencia, tan animada siempre, está ahora desierta. Sólo algún vendedor ambulante de chucherías para los muchachos suele detenerse con desgano, exhibiendo su mercancía ante el escaso público que cruza las anchas calles sin detenerse. Por los alrededores de la ciudad se nota la misma calma, la misma quietud. El muelle de pescadores, sitio de bullangas, parece un cementerio. Tres o cuatro sujetos sentados en la vereda remiendan sus redes, charlando en voz baja…” (Estimados Amigos lectores… los invitamos a seguir con otro de los grandes trabajos de Milton Shinca con RAICES del mes de Abril -2016 (quede este material como un homenaje a quién tanto diera por el rescate de nuestras grandes cosas..)
BANQUETES DE CUMPLEAÑOS
Ninguna forma de festejo comparable, en los tiempos de antes, a una de aquellas comilonas a las que eran tan afectas las familias, por poco pudientes que fueran. En especial los cumpleaños, máxime si eran de uno de los dueños de casa, pretextaban un banquete opíparo, a lo largo del cual desfilaba una sucesión portentosa de platos que hoy nos parecen de una fastuosidad oriental. La maratón aquella tenía por prólogo una sopa Juliana “servida en hondos platos de porcelana blanca, bien espesita” , y que podía ser de arroz, fideos o pan, y conteniendo casi siempre un huevo “caído” o “estrellado” , uno por comensal. En seguida irrumpían en el comedor enormes fuentones desde donde desbordaba el infaltable puchero a base de “pecho” o de “cola” , conteniendo varias gallinas, tocino, arroz, garbanzos, chorizos de Extremadura y criollos, morcillas, papas, zapallos, cebollas, repollos, romero, laurel, amén de yuyos aromáticos surtidos. Por si este puchero resultaba algo cortón, era costumbre acompañarlo con una fuente de “pirón” suculento…
Detalla Rómulo Rossi, a quien sigo paso a paso por los laberintos de este intinerario gastronómico que después seguían el estofado aderezado con pasitas de uva; el llamado “quibebe”, que, contra lo que se podría sospechar , no era sino zapallo hervido deshecho con huevos; la “carbonada”, sabroso guiso de arroz y carne picada , también llamado “rendimiento”; pastel relleno con presas de pollo o gallinas gordas, huevos duros, aceitunas, pasas de uva, picadillo de carne, cebollas, etc ; “humitas” a base de granos de maíz envueltos en chala. Y por fin cerraba el alarde principesco (para nosotros, no para ellos) un fabuloso pavo relleno, “cebado a base de nueces enteras que a la fuerza se le hacía engullir diariamente y desde un mes antes a la pobre víctima”, y que era traído a la mesa “reluciente e hinchado a fuerza de contener en su vientre el relleno de pan con leche, castañas, huevos, verduras”..Acompañaba de cerca a esta prodigiosa andanada el celebérrimo vino “Carlón” , preferido por entonces como infaltable riego de toda comilona como la gente. Y aún faltaban los postres, claro está, que en aquella época justificaban el plural, pues eran siempre más de uno : pastelillos de natilla o con dulce de membrillo; arroz con leche espolvoreado con canela en polvo; y a veces , de yapa, “unas lasquitas de azúcar quemada” , que solían ser rociadas con Oporto o Jerez… Cerrando la marcha, aparecía el café o el té, a veces servidos por pocillos, a veces en mate
(Estimados Amigos lectores… los invitamos a seguir con otro de los grandes trabajos de Milton Shinca con RAICES del mes de Marzo -2016 (quede este material como un homenaje a quién tanto diera por el rescate de nuestras grandes cosas..)
DESTEÑIDO CARNAVAL FAMOSO
Parece que hubo un tiempo, en Montevideo, en que se acostumbraba simbolizar a Momo bajo la forma de un cordero al horno. Se lo paseaba por las calles en procesión – no sé si solemne o bulliciosa - , y al final del recorrido se lo devoraba buenamente en un banquete al aire libre. Desconozco el origen de esta costumbre insólita, que tiene un evidente aire exótico, arcaico y ritual; pero ya en el Novecientos había desaparecido, lo que me parece de veras lamentable. En vez, el Carnaval adoptó por esos años unas formas que le dieron fama perdurable, como que nos han llegado hasta hoy, a través de las versiones de los nostálgicos que ponen los ojos en blanco cuando evocan aquellas festividades “ que no han tenido igual” ,según ellos. Basta, sin embargo, revisar algunas fotografías neutralmente testimoniales para que el mito se desmorone, a mi parecer. Son instantáneas de los corsos más lucidos de entonces; los que se celebraban en 18, el Cordón y la Unión. Y allí figuraban los carros y comparsas de entonces, los mismos que cimentaron ese prestigio legendario que ha llegado intacto hasta nosotros. Lo primero que llama la atención es la abundancia de grupos exclusivamente femeninos, con sus trajes uniformados, un nombre distintivo, y encaramados en carros. Así, una veintena de chicas disfrazadas de bebas – algunas rollicitas por demás - , componían un conjunto titulado “Rincón Azul” , que desfilaban sobre una jardinera tirada por caballos (parecían satirizar a una sección bastante cursi de ese mismo nombre, que se publicaba en la revista “Rojo y Blanco” y que se dedicaba a describir poéticamente, aunque sin nombrarlas, a “niñas conocidas de nuestra sociedad” ). En otro carro, más o menos ormamentado, pasaba un ramillete de señoritas disfrazadas con larguísimos bonetes en punta, como de brujas, y se denominaban “Sonámbulas” se les llamaba a las videntes, médium, etc. ; esto es , a las que tenían poderes “extralúcidos”, nombre que designaba entonces a las facultades que hoy diríamos “paranormales” , sin que el cambio de nombre sirva para aclarar nada). En otro carro, tirado por un caballo que no podía disimular su profesión verdulera, venía un conjunto al parecer bullicioso, que se titulaba “Las sin esperanzas” ; mientras que mucho menos graciosas, por su aspecto y título elegido, parecen “Las más elegantes”, muy empeñadas en desmentir el nombre con que, irónicamente, se bautizaron. En el sector masculino la cosa no mejora. Desde Villa Colón se venían los “Hijos del Trabajo” que, contagiados por semejante nombre, lucían demasiado formales y aburridos. Algo más farristas parecían los “Como quiera”. Pero tampoco los que siguen despiertan los entusiasmos de quien repasa las fotos: ni “Los Caballeros Líricos” , ni la “Comparsa de la Escuela de Artes y Oficios” (que designaba, nomás, a la comparsa de la Escuela de Artes y Oficios) , ni “Los Caballeros de la Esperanza”, ni “La Campanilla Lírica” , ni “Los Hijos de la Guarnición” , ni los llamados “Ni Nos Conocen” , ni “Los Marinos”, que eran efectivamente marinos, desfilando con su Banda y todo…
(Estimados Amigos lectores… los invitamos a seguir con otro de los grandes trabajos de Milton Shinca con RAICES del mes de Febrero-2016 (quede este material como un homenaje a quién tanto diera por el rescate de nuestras grandes cosas..)
BANQUETES DE CUMPLEAÑOS
Ninguna forma de festejo comparable, en los tiempos de antes, a una de aquellas comilonas a las que eran tan afectas las familias, por poco pudientes que fueran. En especial los cumpleaños, máxime si eran de uno de los dueños de casa, pretextaban un banquete opíparo, a lo largo del cual desfilaba una sucesión portentosa de platos que hoy nos parecen de una fastuosidad oriental. La maratón aquella tenía por prólogo una sopa Juliana “servida en hondos platos de porcelana blanca, bien espesita” , y que podía ser de arroz, fideos o pan, y conteniendo casi siempre un huevo “caído” o “estrellado” , uno por comensal. En seguida irrumpían en el comedor enormes fuentones desde donde desbordaba el infaltable puchero a base de “pecho” o de “cola” , conteniendo varias gallinas, tocino, arroz, garbanzos, chorizos de Extremadura y criollos, morcillas, papas, zapallos, cebollas, repollos, romero, laurel, amén de yuyos aromáticos surtidos. Por si este puchero resultaba algo cortón, era costumbre acompañarlo con una fuente de “pirón” suculento…
Detalla Rómulo Rossi, a quien sigo paso a paso por los laberintos de este intinerario gastronómico que después seguían el estofado aderezado con pasitas de uva; el llamado “quibebe”, que, contra lo que se podría sospechar , no era sino zapallo hervido deshecho con huevos; la “carbonada”, sabroso guiso de arroz y carne picada , también llamado “rendimiento”; pastel relleno con presas de pollo o gallinas gordas, huevos duros, aceitunas, pasas de uva, picadillo de carne, cebollas, etc ; “humitas” a base de granos de maíz envueltos en chala. Y por fin cerraba el alarde principesco (para nosotros, no para ellos) un fabuloso pavo relleno, “cebado a base de nueces enteras que a la fuerza se le hacía engullir diariamente y desde un mes antes a la pobre víctima”, y que era traído a la mesa “reluciente e hinchado a fuerza de contener en su vientre el relleno de pan con leche, castañas, huevos, verduras”… Acompañaba de cerca a esta prodigiosa andanada el celebérrimo vino “Carlón” , preferido por entonces como infaltable riego de toda comilona como la gente. Y aún faltaban los postres, claro está, que en aquella época justificaban el plural, pues eran siempre más de uno : pastelillos de natilla o con dulce de membrillo; arroz con leche espolvoreado con canela en polvo; y a veces , de yapa, “unas lasquitas de azúcar quemada” , que solían ser rociadas con Oporto o Jerez… Cerrando la marcha, aparecía el café o el té, a veces servidos por pocillos, a veces en mate…
(Estimados Amigos lectores… los invitamos a seguir con otro de los grandes trabajos de Milton Shinca con RAICES del mes de Enero-2016 (quede este material como un homenaje a quién tanto diera por el rescate de nuestras grandes cosas..)
BAÑOS DE INMERSIÓN…EN LA MISMA AGUA
El agua fue siempre un elemento de insegura obtención para el montevideano de la Colonia que, como es sabido, dependía en último grado de los pozos de la Aguada. Pocas eran las casas con aljibe, y no siempre el aljibe era generoso. Así, fueron frecuentes las restricciones y escaseces. No se sabe si por estas precariedades o por inconfeso desapego hacia la limpieza, la práctica del baño fue erradicada sin más de la temporada invernal; y en la veraniega, los baños se daban de vez en cuando, para no abusar. La bañera era por entonces un adminículo desconocido en nuestras casas. Se usaba en su lugar un gran tonel, una bordalesa, a la que se le suprimía una de las tapas. Cuando llegaba el gran día de la higienización de toda la familia – fecha que se convertía en una especie de feriado nacional -, los esclavos cargaban con la bordalesa al hombro y la colocaban en la caballeriza o en el galponcito que siempre había en el fondo de las casas para guardar trastos viejos. Y después la llenaban con el agua extraída del aljibe, cuando lo había, o de la pipa comprada esa mañana al aguatero. Aquella festividad comenzaba después de la siesta. Primero eran los dueños de casa quienes se daban su buen baño de inmersión, sumergiéndose medio ligerito en el barril. Luego los seguían los hijos, por riguroso orden de llegada al mundo. Demás decir que, vistas las dificultades ya anotadas en el aprovisionamiento de agua, no era cosa de desperdiciarla, de modo que toda la familia se sumergía en la misma…Y tanto era el afán de ahorro que, después, esa misma agua era utilizada por los esclavos para regar las plantas del jardín. Y si todavía sobraba, el remanente era llevado en latones hasta la vereda y se la desparramaba sobre la tierra de la calle, para impedir las polvaredas que el trote de un caballo o un carruaje desaprensivo solían levantar, cuando no el viento. En aquellos tiempos tan obsesionados por el agua, los veleros que anclaban en nuestro puerto enviaban a algunos tripulantes en sus botes hasta un lugar próximo donde había pozos de agua dulce, cargando pipas y cuarterolas vacías para hacer provisión. Llamaron a ese lugar la Aguada, sin saber que lo bautizaban para siempre.
(Estimados Amigos lectores… los invitamos a seguir con otro de los grandes trabajos de Milton Shinca con RAICES del mes de Diciembre-2015 (quede este material como un homenaje a quién tanto diera por el rescate de nuestras grandes cosas..)
MODAS Y MODISTAS DE LA GUERRA GRANDE
Las señoras de Montevideo, durante los largos años del Sitio, no descuidaron los dictados de la moda ni se desentendieron de sus caprichos. Lo atestigua una noticia aparecida en el diario el “Comercios del Plata” de fecha 7 de noviembre de 1845, donde se enumeran los atuendos que debían llevar “nuestra elegantes” si es que querían acatar, entonces como hoy , los lujos de la moda venida de Europa:
“Las capotas de raso entretelado (“piquée”) son las que más se estilan y por cierto favorecen mucho, sobre todo a las bonitas y no pesan en la cabeza; el verde y el negro son los más en valimento para los sombreros de terciopelo que son los más elegantes y se llevan con una pluma caída como sauce llorón del mismo color. Para baile, nada es tan de moda como los vestidos de raso blanco, con rayas encarnadas, muy escotados, mangas a la valenciana (“bouton d´or”) que tanto hacen resaltar la hermosura del brazo; talle bajo y formando pico por delante, dos o tres guarniciones, como hemos dicho , y hasta en la cabeza, entre las flores, las plumas y los diamantes. En cuanto a la amplitud de las faldas tienden evidentemente a rivalizar con los más absurdos tontillos de nuestras abuelas. La crinolina Oudinot, aplicada a las enaguas, es el origen de esa extraordinaria amplitud.”
Parece ser que dos modistas se disputaban por aquellos días el favor de las damas copetudas de Montevideo: un par de inglesas, Jane and Catherine Birrel, establecidas en la calle Zabala con permanente exposición de modelos traídos directamente de París; y Juanita Gallino, célebre por la variedad de artículos de señora que vendía en su amplia “boutique” – diríamos hoy – de la calle 25 de mayo.
(Estimados Amigos lectores… los invitamos a seguir con otro de los grandes trabajos de Milton Shinca con RAICES del mes de Noviembre-2015 (quede este material como un homenaje a quién tanto diera por el rescate de nuestras grandes cosas..)
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