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Cuántos y quiénes fueron los Treinta y Tres Orientales



   
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El número de los expedicionarios de 1825 ha sido objeto de diversas controversias a partir de la existencia de varias listas de integrantes, publicadas entre 1825 y 1832. Según una investigación de Jacinto Carranza durante los años cuarenta, existen 16 listas diferentes de nombres y en total se menciona a 59 personas. Si bien el número de 33 es el oficialmente aceptado, los nombres difieren de un listado al otro. También debe sumarse el hecho de las deserciones de algunos de ellos, lo que hizo que sus nombres no fueran incluidos posteriormente. Finalmente, cabe agregar que no todos eran orientales, ya que según el historiador Aníbal Barrios Pintos, hubo cuatro argentinos, cuatro paraguayos y uno nacido en Mozambique (Joaquín Artigas). El cordobés Simón del Pino fue el único de los cruzados que estampó su firma en el acta de la Declaratoria de la Independencia.


JUAN ANTONIO LAVALLEJA


Sus antecedentes significaban mucho para la emigración oriental repartida en todas las Provincias Unidas del Río de la Plata, y los planes de revolucionar la Provincia Cisplatina que lentamente se venían tejiendo, cobraron visos de realidad. Y en combinación con los jefes que tenían algún mando en la Banda Oriental que se hallaban dispuestos a secundar una tentativa de revuelta, seguramente apalabrando antes que nadie al coronel Fructuoso Rivera, quien se mantuvo al servicio del gobernador Lecor, se logró reunir tras muchos esfuerzos, el dinero necesario para el equipo de la pequeña expedición que, desembarcando en la costa oriental, debía provocar el levantamiento de la provincia contra sus ocupantes. Lavalleja fue el elegido como jefe de la peligrosa empresa, recomendado por su temerario valor y su probada audacia. Encontrándose en Entre Ríos, y con la finalidad de asegurar el éxito de la empresa, a principios de 1823 Lavalleja comisionó a Gregorio Sanabria, que en ese tiempo se encontraba en Buenos Aires, para que pasara a la Provincia Oriental y contactara con los patriotas de su confianza. Sanabria se entrevistó en Mercedes con Pedro Pablo Gadea y nombró comandantes de los departamentos de San José y Colonia a diversos patriotas, transmitiendo un mensaje de Lavalleja, que afirmaba haber llegado el momento de "sacudir el yugo de los tiranos" (cfr. correspondencia de Sanabria y Gregorio Salado con Lavalleja, 14-16 de marzo de 1823, Archivo de Entre Ríos; existe copia en el Museo Histórico Nacional del Uruguay). Habiendo partido desde la localidad hoy llamada Beccar, en la orilla del río Uruguayplaya de la Agraciada, el 19 de abril de 1825, desembarcó con unas pocas armas al frente de un grupo indeterminado de compañeros orientales y de otras provincias, que la tradición denomina treinta y tres orientales, en su mayoría jefes y oficiales. Se emprendieron operaciones ofensivas y, el 24 de abril, logró entrar en Santo Domingo de Soriano y seguir luego en busca del coronel Rivera, al cual se le encontró en el paraje llamado Monzón el 29. Tras una corta entrevista, Rivera quedó incorporado a las fuerzas patriotas con los soldados a sus órdenes. Este evento histórico es referido con el nombre de Abrazo del Monzón, sobre el cual existe controversia sobre si Rivera fue sorprendido y hecho prisionero por Lavalleja en Monzón, como lo dice éste en carta a su esposa fechada en San José el 2 de mayo, y en tales circunstancias Rivera optó por plegarse a las huestes invasoras, o si aquello vino a ser la consecuencia de un arreglo previamente combinado. La adhesión de Rivera, individuo con gran prestigio y vinculación en la campaña, equivalió sin duda alguna a una primera batalla ganada. Prosiguiendo las operaciones, las villas de San José y Canelones cayeron en poder de los patriotas, y el 14 de junio era establecido en Florida un Gobierno Provisorio bajo la presidencia de Manuel Calleros y allí, el 25 de agosto de 1825, la Sala de Representantes proclamó la independencia de la provincia y de inmediato declaró su unión a las demás del Río de la Plata. Rivera batió a sus adversarios en Rincón de Haedo el 24 de septiembre y el 12 de octubre Lavalleja obtuvo su triunfo en Sarandí Grande.


ULTIMOS SOBREVIVIENTES DE LOS 33 ORIENTALES

CARMELO COLMÁN
La muerte le sorprendió a mediados de mayo de 1876 , “liviano de equipaje”, como en el verso de Antonio Machado. Tan “liviano” que ni para el cajón tenía.
Pero – como en cuentos de magia – a su oscura morada de Peñarol, perdida entre quintas y barrancos, llegó una carroza de gala a recoger el cadáver en ataúd de caoba y conducirlo, envuelto en los colores patrios, al Panteón Nacional, donde fue ceremoniosamente sepultado, luego de la oratoria, las descargas de fusilería y otras significativas solemnidades.

¿Quién era y qué títulos poseía aquel indigente labriego septuagenario, curtido de intemperies y arrugas, para que el destino le reservara el póstumo priviligio de pasar, escoltado, entre sones de tambor y armas a la funerala, de una rústica vivienda de campaña, a la monumental Rotonda de los Próceres de la República?.


 

 

 

¿Qué méritos, qué virtudes, qué caudal de valores humanos, qué talla de espíritu, qué rango de dignidad, se concentraban en aquella silenciosa figura patriarcal, para que el reconocimiento público le tendiera una alfombra de laureles desde el umbral de su franciscanismo hogareño hasta el Arco del Triunfo de la Historia?.
¿Cuáles fueron su imagen, su nombre, su origen, su curriculum vitae?

Carmelo Colmán, dijeron , dijeron los diarios de la época. Carmelo Colmán dijo, en las exequias, la voz ditirámbica de los oradores. Carmelo Colmán, repetían con emoción los hombres del séquito.Una gloria de la Patria Vieja. De los Cruzados del 25. El más joven de todos. El número 33 en el cuadro de Blanes. El más callado. El de menos palabras. El de los monosílabos. El de los ímpetus audaces. El de la altivez insobornable. Carmelo Colmán. Profeta de la Libertad. Uno de los tripulantes del primer lanchón emancipador. De los que se jugaron enteros en la patriada. De los que saltaron a bordo, besaron el remo, se santiguaron con el agua bendita del Uruguay y ofrecieron hasta el último latido del corazón a la tricolor del General Lavalleja. Quería a esta tierra oriental con vehemencias de chúcaro lugareñismo. La quería suya, libre, independiente, y soberana; abajo, hasta el último de los macachines: en el aire, hasta en el último de sus pájaros autóctonos; en la altura celeste, hasta en la última de sus estrellas…
Y ¿cómo no la iba a querer hasta en la cueva de la última lagartija o en el vuelo del último de los macachines; en el aire, hasta en el último de sus pájaros autóctonos; en la altura celeste, hasta en la última de sus estrellas…
Y ¿cómo no la iba a querer hasta en la cueva de la última lagartija o en el vuelo de último pompón de sus cardos, si él provenía de una estirpe de los primeros pobladores de Montevideo? Si su bisabuelo materno, el Cabildante Don Jorge Burgues, levantó su techo en los alrededores de los pozos del Rey, en la Aguada, antes de que Zabala fundara la ciudad…Si ese antepasado suyo figura en el Padrón Millán de 1726 – nos dice el investigador Dr. Juan Alejandro Apolant – con la siguiente inscripción:”…natural de Génova y vecino del puerto de Buenos Aires”, se hallaba de tres años, con casa firme edificada de piedra y cubierta de teja” y “estancia en que mantiene ganados mayores, vacunos y caballares, carretas y aperos”.


TIBURCIO GÓMEZ


Tiburcio Gómez nació en San Fernandoprovincia de Buenos Aires en 1805. Con otros ocho argentinos integró la pequeña división que al mando de Juan Antonio Lavalleja pasó a la Banda Oriental desde Buenos Aires para promover la rebelión contra el Imperio. Poco tiempo después del desembarco en la Agraciada fue incorporado al Regimiento de Dragones Libertadores, con el que luchó en la batalla de Sarandí el 12 de octubre de 1825


El 19 de julio de 1826 pasó al nuevo Regimiento Nº 9 de Caballería bajo las órdenes de Manuel Oribe, levantado sobre la base de dos escuadrones de los Dragones. Durante el sitio de Montevideo, cuando revistaba como sargento 1º cayó prisionero de las fuerzas brasileñas, permaneciendo detenido hasta el fin del conflicto en 1828.


Tras recuperar la libertad gestionó y obtuvo el reconocimiento que acordaba la ley a los integrantes de la expedición. Dado de baja del ejército, regresó a la Argentina. En 1862 regresó a la República Oriental del Uruguay para solicitar a las autoridades militares una nueva certificación de haber integrado la Expedición de los Treinta y Tres Orientales, dado que había extraviado los originales.


Agregaba el testimonio de sus antiguos compañeros los entonces tenientes coroneles Atanasio Sierra y Ramón Ortiz y los alféreces Carmelo Colmán y Juan Acosta, su paisano. El 26 de setiembre de 1862 obtuvo la certificación solicitada. Permaneció en Montevideo viviendo en la pobreza en una casa de la calle Yerbal, con el auxilio de unos pocos amigos, entre ellos Luis Melián Lafinur. Falleció en Montevideo el 14 de agosto de 1892, a los 87 años de edad, el último de los 33 en morir. ​ Para entonces gozaba de una reducida pensión que a su muerte le fue acordada a sus nietos.

 

 

 

 





   
 


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