linea horiz
LA REVISTA - PUBLICACIONES ANTERIORES - ARTÍCULOS DEL MES - MANDA UN ARTÍCULO - VÍNCULOS - DESTACADOS - CONTACTO - APOYAN - INICIO

 

articulos

 

 

 

 

 


   

LA LEYENDA DEL RÍO ATUEL



   
linea  


 

 

 

 

 

 

 

 

Cuenta una leyenda sobre el origen del Río Atuel en el sur de la provincia de Mendoza. Que vivía allí la tribu del cacique Talú. El padre de Talú murió cuando este era aún muy joven. La vida de la tribu, pacífica y feliz, fue lastimada por una gran sequía que comenzó a azotar la región y muchos integrantes de la tribu murieron por la falta de agua. Talú partió en su búsqueda y durante una de sus expediciones se encontró con una bella muchacha huérfana que vivía sola en un valle. Se llamaba Clara. Ambos decidieron partir juntos a la aldea, luego se casaron y poco tiempo después nació un bello niño al que llamaron “Atuel”. Sin embargo, la sequía continuo cobrándose vidas de niños y ancianos. Los blancos aprovecharon y decidieron atacar para tomar control de sus territorios. Todos los hombres de la tribu, incluido Talú, fueron asesinados. En medio de la confusión, Clara pudo esconderse con su hijo recién nacido, y cuando los hombres blancos finalmente abandonaron el lugar, sólo dejaron viudas, huérfanos y algunos hombres agonizantes. Clara tomó entre sus brazos al pequeño Atuel y se encaminó hacia las altas montañas, allí donde cae el sol. Ascendió hasta una de las cumbres y rogó a los dioses que enviasen agua para que los sobrevivientes de la tribu pudiesen salvarse. Pasaba el tiempo y nada ocurría, así que Clara decidió ofrendar su vida y la de su hijo a los dioses. Al momento de morir, cada uno dejó caer una lágrima, y de ellas brotó un caudaloso río que se abrió paso por la tierra reseca hasta llegar a la aldea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Todos bebieron convencidos del milagro ocasionado por la muerte de Clara y su hijo El río trajo nuevamente la vida al lugar, y por las noches su corriente arrullaba a la aldea con un sonido especial, parecido al llanto de un niño. Todos comprendieron que esas aguas conservaban el espíritu de Atuel, y así decidieron dar al río el nombre del pequeño heredero. El lugar se llama “valle de las lágrimas”, y es allí donde precisamente cayó el avión uruguayo. Haya por el año 1972, yo jugaba al rugby en el SIC. Tenía 18 años. A todos nos pegó muy fuerte el tema de la cordillera que se tragó a los Uruguayos. Hasta insomnio teníamos, y fueron 72 días!!! El rugby de alguna manera nos tenía más agarrados al drama que vivían nuestros vecinos. Nos devorábamos cada noticia, cada artículo, cada informe que los medios brindaban permanentemente sobre la situación.- En el 2009, ya con 55 años tuve la oportunidad impensable de ir a caballo hasta el avión con un grupo liderado por Vizintin, “Tin Tin”, gracias a un parentesco de por medio. Jamás se me ocurrió que yo iría algún día al avión uruguayo, cuyo escenario imaginaba en sueños una y otra vez, acompañado además por uno de los sobrevivientes. Creo que Tin Tin era la 3ra vez que volvía al lugar. El grupo, por diversos motivos, llevaba una carga “extra”. Sufrimientos, perdidas, dolores recientes que se revolvían por el ambiente, imponiendo en muchas ocasiones, un silencio respetuoso que permitía escuchar los certeros y firmes pasos de los caballos. El viaje por la Cordillera es majestuoso, sin duda alguna. Uno se hace chiquitito ante tanta belleza e inmensidad. En lo personal, las travesías por las montañas que no me son ajenas, siempre me han acercado a Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y en este viaje tan particular, a quienes me acompañaron. Fue la presencia de Dios en ese lugar la que cambio nuestras miradas; nuestra forma de mirar al otro, al compañero de viaje y su drama. Así, cuanto más nos acercábamos, nuestra carga se iba haciendo cada más liviana ante la inmensidad del drama humano transcurrido en ese escenario y que nos entraba por los poros. Al llegar, con la emoción que me embargaba, subí por las piedras en dirección a la roca en la que golpeo el avión. No estábamos a esa altura muy lejos. Mi estupor fue paralizante al divisar debajo de una roca un pedazo de plástico del avión. Habían pasado ya 52 años!!!. Allí quedo el pedazo en el lugar destinado al efecto. Pero hay algo más. El lugar de destino es un lugar especial; único. No es puramente turístico, o, por lo menos, no debería serlo. Es un lugar en el que, ante lo inconmensurable e inexplicable, nos hacemos aun más chiquititos de lo que somos. Allí hay una Cruz de hierro enclavada en las piedras. Sencilla, muy sencilla. Y, para mí, donde hay una Cruz, cualquiera sea el lugar en que se encuentre, esta Jesús, y donde esta Jesús, esta Dios. La cruz fue puesta por el mismo hombre, quien, ante sus propias limitaciones e impotencia intenta sostenerse y prolongarse a través de este signo religioso. Y, paradójicamente, la Cruz no es un signo de muerte. Todo lo contrario. La Cruz es corriente de VIDA. Unos volvieron, otros no. Lo material por un lado, lo espiritual por otro. Ambos estados, la materia de quienes sobrevivieron y el espíritu de quienes allí quedaron, seguramente se han unido para siempre a través de un vínculo indestructible.

 

 

 

 

 





   
 


PÁGINAS AMIGAS