linea horiz
LA REVISTA - PUBLICACIONES ANTERIORES - ARTÍCULOS DEL MES - MANDA UN ARTÍCULO - VÍNCULOS - DESTACADOS - CONTACTO - APOYAN - INICIO

 

articulos

 

 

 

 


   
RAICES EN LA WEB    
linea    

EL HUERTO DE SANDÍAS (Pablito)

 

Pablito tenía apenas siete años. Al decir de los chacareros, la edad necesaria para aprender las técnicas de producir, trabajar y respetar. Portarse como “gente decente”, desde el inicio hasta el fin de su vida. Es casi seguro que esa severa educación de la época, sería abusiva y perjudicial para los “evolucionados” de hoy, para los modelos progresistas importados y con los “sesudos” que hacen gárgaras con “los derechos del niño”. Mi maestra rural, con más de sesenta alumnos, nos enseñaba que “todo derecho” , nace de “todo deber”. Decía : para cosechar, antes es necesario sembrar. Pero la era moderna evolucionada y permisiva en la difusión de la violencia, la pornografía y las drogas, está llena de “brujos” teóricos. Que condenan esos modelos ancestrales donde con amor y razonamiento, las familias educaban a sus hijos. También han aparecido modernos pedagogos que permiten aun la violencia en los niños para que en el futuro, si se les reprende y no se les permite descargar sus instintos agresivos, los manifiestan cuando sean adultos (¿?) Muchas veces, en esa ventana a una época de pequeños productores rurales y numerosas familias, herederas de una cultura antípoda de la de hoy, somos reiterativos. No es la falta de argumentos sino un imperioso sentimiento que nos guía a valores tan cuestionados como descuidados a la hora responsable de forjar nuevas generaciones. No es una opinión antojadiza sino que los argumentos que hoy vivimos, nos muestran a una juventud abandonada de los buenos ejemplos, de la responsabilidad paternal para integrarlos a valores morales, el esfuerzo y el respeto a las normas sociales. También los mayores, en guarismos crecientes, han perdido el camino de la dignidad, tras la “ventajita”, “la viveza” criolla, el egoísmo y la soberbia. Con tamañas contaminaciones, solo serán en el tiempo enfermos consuetudinarios en una sociedad donde los responsables, no encuentran o no quieren buscar soluciones. En aquel mundo olvidado, aparece el niño “Pablito” cuya formación, nos obliga a comparar. Aquella tardecita del año 1942, el niño con apenas 6 años, lleva de a rastras, una bolsa de arpillera, cargada de melones. Camina por un trillo dentro del maizal. No acepta que alguien le lleve esa preciosa carga. Ni el pedido del padre, doblega esa voluntad creciente nacida del amor propio y el sentimiento de la responsabilidad compartida. Nació y crece viendo a sus padres y hermanos mayores. Luchando sin pausas, ni horarios, todos los días de la semana, para producir y ser dignos integrantes de la familia. Es la escuela silenciosa de las buenas costumbres que con amor y ejemplos, van formando su personalidad. A sus espaldas, ha quedado ese espacio abierto dentro del maizal, cubierto de guías que aún siguen floreciendo y cientos de ovaladas figuras de todos los tamaños. Pablito sabía de aquellos dulces y jugosos contenidos de las sandías y los melones. También aprendía a valorar y agradecer a esa tierra generosa, generadora de tantos productos sanos que alegraban la mesa y lo hacían sentir tan feliz. Su padre, con la misma sabiduría con que hizo la siembra, enseñaba a su hijo, que jamás olvidaría esas técnicas de producir. Pablito conocía las casillas donde se depositaban aquellas pequeñas semillas. Que al poco tiempo, eclosionaban cubriendo la tierra de verdes guías con flores amarillas. Y en esa maraña de hojas y tallos, fructificaban aquellos dulces y jugosos frutos ovalados. Admiraba a la madre naturaleza, aprendiendo de las siembras y de los consejos de los mayores. Hasta en el mismo rancho que se guarecían, estaba la madre tierra formando las paredes, los troncos de las tijeras y la paja en el quinchado del techo. También aprendía de su padre, el punto optimo de madurez de las sandías, sin tener que lastimar su cascara protectora. Sólo bastaban unos “tinguiñazos” con el dedo y escuchar el sonido. Cuanto más grave, más maduro está el fruto. Era cuidadoso como lo habían enseñado. Para caminar entre las guías, sin pisarlas para no enfermar la planta. Su organismo también disfrutaba, haciéndose “agua la boca” con solo mirarlas, seguro del banquete que día a día, disfrutaban en la mesa. Inolvidables y hermosos eran los momentos cuando sentados al borde del maizal, mirando la huerta, el padre partía un melón o una sandía y ellos dos, unidos sólidamente en amistad y amor, los devoraban hasta quedar con la “panza” como un tambor. Ese valor de compartir padre e hijo, iba mucho más allá de su niñez. Desde la siembra hasta la cosecha, su progenitor lo llevaba y él con una pequeña azada, disfrutaba carpiendo las malezas, aporcando tierra al plantín que crecía, al igual que él, cuidado también por la familia. Aprendía las técnicas necesarias para complementar el milagro de la tierra. Aquel huerto de sandías, se parecía mucho a los primeros pasos de Pablito. Celosamente cuidado y protegido, para que lograra crecer sano y fuerte y madurara con toda la riqueza que el futuro demandaría. La consigna del campesino, era que sus descendientes, al igual que aquel huerto de sandías, maduraran y cuyo corazón, fuera un día, un cúmulo de riquezas. Distinguidas y añoradas por sus valores.



 

 

 

 

 

   
 


PÁGINAS AMIGAS