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Carmelo Colmán
Poblador del Barrio Peñarol – Primera Parte
Por. Emilio Tacconi


   
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La muerte le sorprendió a mediados de mayo de 1876 , “liviano de equipaje”, como en el verso de Antonio Machado. Tan “liviano” que ni para el cajón tenía.
Pero – como en cuentos de magia – a su oscura morada de Peñarol, perdida entre quintas y barrancos, llegó una carroza de gala a recoger el cadáver en ataúd de caoba y conducirlo, envuelto en los colores patrios, al Panteón Nacional, donde fue ceremoniosamente sepultado, luego de la oratoria, las descargas de fusilería y otras significativas solemnidades.

¿Quién era y qué títulos poseía aquel indigente labriego septuagenario, curtido de intemperies y arrugas, para que el destino le reservara el póstumo priviligio de pasar, escoltado, entre sones de tambor y armas a la funerala, de una rústica vivienda de campaña, a la monumental Rotonda de los Próceres de la República?.

¿Qué méritos, qué virtudes, qué caudal de valores humanos, qué talla de espíritu, qué rango de dignidad, se concentraban en aquella silenciosa figura patriarcal, para que el reconocimiento público le tendiera una alfombra de laureles desde el umbral de su franciscanismo hogareño hasta el Arco del Triunfo de la Historia?.
¿Cuáles fueron su imagen, su nombre, su origen, su curriculum vitae?

Carmelo Colmán, dijeron , dijeron los diarios de la época. Carmelo Colmán dijo, en las exequias, la voz ditirámbica de los oradores. Carmelo Colmán, repetían con emoción los hombres del séquito.
Una gloria de la Patria Vieja. De los Cruzados del 25. El más joven de todos. El número 33 en el cuadro de Blanes. El más callado. El de menos palabras. El de los monosílabos. El de los ímpetus audaces. El de la altivez insobornable.

Carmelo Colmán. Profeta de la Libertad. Uno de los tripulantes del primer lanchón emancipador. De los que se jugaron enteros en la patriada. De los que saltaron a bordo, besaron el remo, se santiguaron con el agua bendita del Uruguay y ofrecieron hasta el último latido del corazón a la tricolor del General Lavalleja.

Quería a esta tierra oriental con vehemencias de chúcaro lugareñismo. La quería suya, libre, independiente, y soberana; abajo, hasta el último de los macachines: en el aire, hasta en el último de sus pájaros autóctonos; en la altura celeste, hasta en la última de sus estrellas…

Y ¿cómo no la iba a querer hasta en la cueva de la última lagartija o en el vuelo del último de los macachines; en el aire, hasta en el último de sus pájaros autóctonos; en la altura celeste, hasta en la última de sus estrellas…

Y ¿cómo no la iba a querer hasta en la cueva de la última lagartija o en el vuelo de último pompón de sus cardos, si él provenía de una estirpe de los primeros pobladores de Montevideo? Si su bisabuelo materno, el Cabildante Don Jorge Burgues, levantó su techo en los alrededores de los pozos del Rey, en la Aguada, antes de que Zabala fundara la ciudad…Si ese antepasado suyo figura en el Padrón Millán de 1726 – nos dice el investigador Dr. Juan Alejandro Apolant – con la siguiente inscripción:”…natural de Génova y vecino del puerto de Buenos Aires”, se hallaba de tres años, con casa firme edificada de piedra y cubierta de teja” y “estancia en que mantiene ganados mayores, vacunos y caballares, carretas y aperos”.

Querido lector, con Raíces del mes de Agosto-2017 ofreceremos la segunda parte de este tan interesante material – Fuente : Libro Personajes de mi Pueblo autor Emilio Carlos Tacconi.

 

Carmelo Colmán
Poblador del Barrio Peñarol – Segunda Parte
Por. Emilio Tacconi

¿Cómo no la iba a querer de alma si él descendía en tercera generación de Don Melchor Colmán, otro de los primeros pobladores, oriundo de Canarias, casado con Doña Margarita Burgues, en la primitiva Catedral, el día 12 de abril de 1741?

Sus padres fueron Don Jacinto Colmán Burgues y Doña Agustina Pérez Zeballos. Nació en la chacra paterna de Peñarol el 16 de julio de 1801, y fue bautizado al día siguiente en la Viceparroquia local de Nuestra Señora de las Angustias, hoy desaparecida. En la Parroquia de las Piedras se conservan los libros respectivos. La certificación bautismal de Carmelo Colmán figura a fojas 87 del libro I.
Allí , en Peñarol, transcurrieron su infancia y su adolescencia.

Sus pies, desde temprano , aprendieron a estribar. Y a marchar, ágiles, tras las pezuñas de la yunta. Más laderos del surco que transeúntes del camino a la escuela. Más picana al hombro que libro bajo el brazo. Maneras distintas de andar. Y de aprender. Propias del medio y de la época. Lo que ignoraba en letras, lo compensaba con otras sabidurías. El campo y la naturaleza le oficiaron de grandes maestros. A cada instante su afán de investigación le ofrecía un descubrimiento, una enseñanza, un nuevo acopio de luces.

Lo que ignoraba en números, lo cubría con intuición. Podía calcular una bandada de pájaros, un caudal de agua o la estatura moral de un semejante. Cualquier cosa de su oficio, menos las dimensiones de su generosidad. El había nacido con la vocación de dar. Tendría déficit en conocimientos gramaticales. No sabría de pluscuamperfectos ni subjuntivos, pero en la conjugación del verbo dar era un maestro. Conjugaba con el corazón.

En su casa se hablaba a menudo del General Artigas. Se le nombraba siempre con veneración. En su casa y también en las chacras vecinas de los Pérez, los Larrobla, los Freire, los Piedracueva, los Crosa…
En un ambiente así, de cálido patriotismo crecía Carmelo Colmán. Crecía en estatura física y en madurez mental. Cuando alguien evocaba la batalla de Las Piedras, por ejemplo, él no se perdía palabra sobre la estratégica operación ni sobre la destreza ecuestre de los gauchos – de viril intrepidez – ni mucho menos sobre la calidad humana del Caudillo, que , al envainar el acero, proclama “clemencia para los vencidos”.

La figura de Artigas se agrandaba en su imaginación, a medida que iba conociendo, intuitivamente, a través de los relatos, la esencia democrática de su pensamiento y el señorío de sus virtudes y la reciedumbre de su carácter. Y su lucha tremenda contra el Gobierno centralista de Buenos Aires, prepotente y hostil. Y la magna epopeya del Éxodo. Y los principios republicanos del Congreso de Tres Cruces. Y los títulos de Jefe de los Orientales y de Protector de los Pueblos Libres. Y la fecunda etapa de Purificación. Y el espíritu combativo contra el ejército imperial del Norte que había invadido el territorio y avanzaba , palmo a palmo, sembrando el terror, cometiendo toda clase de crímenes y depredaciones y dejando el tendal de muertos y ruinas a sus espaldas.

 

Querido lector, con Raíces del mes de Setiembre-2017 ofreceremos la segunda parte de este tan interesante material – Fuente : Libro Personajes de mi Pueblo autor Emilio Carlos Tacconi.

 

Carmelo Colmán
Poblador del Barrio Peñarol – Ultima Parte
Por. Emilio Tacconi

Todo el dramático proceso por la conquista dela libertad – cien veces oído de boca de sus mayores – iba fermentando en el corazón del pequeño patriota y preparándole el ánimo para el histórico papel que habría de jugar en memorables instancias de la gesta emancipadora.

Cuando cumplió los 17 años, no esperó más. La rebeldía le estallaba en las arterias. Se alistó, con otros voluntarios de su edad, en el Batallón de Guayaquíes, a órdenes del entonces Capitán Fructuoso Rivera. Quería batirse a toda costa con los intrusos, hasta desalojarlos de las posiciones usurpadas y borrar hast el último vestigio de la palabra Cisplatina. Pero la suerte no le dio oportunidad. El Batallón no intervino en ninguna acción de importancia, si bien sus integrantes aprendieron las nociones elementales de la disciplina militar y de la vida azorosa del soldado.

La guerra continuó. Y, lamentablemente, nada pudo la valentía de los orientales frente al poderío bélico del enemigo. Cayó la plaza de Montevideo. Y cuando la insignia extranjera ondeó en el Portón de San Pedro y en el frente de la Ciudadela, muchos compatriotas emigraron a Buenos Aires, reprimiendo su cólera a la espera de oportunidad más propicia para la reivindicación de sus fueros ultrajados.

Lo demás lo dice la historia. En la vecina orilla se preparó la más inverosímil de todas las patriadas gauchas. Y el 19 de Abril de 1825 en la playa de la agraciada, “pisan la frente del húmedo arenal , treinta y tres hombres”. Y entre esos treinta y tres hombres está Carmelo Colmán, el chacarerito de Peñarol, el más joven de todos , el más callado, el de menos palabras, el de los monosílabos, el de los ímpetus audaces, el de la altivez insobornable. El que seis meses más tarde, el de los campos de Sarandí, echó la “carabina a la espalda” y cargó, “sable en mano” , sobre los escuadrones brasileños cubriéndose de cicatrices y de gloria.

El mismo que el 20 de febrero de 1827, en filas de las “Milicias Orientales” que integraban el Ejército Republicano de las Provincias Unidas, contribuyó, con denuedo charrúa, a la memorable victoria de Ituzaingó, nuevamente sobre las armas imperiales brasileñas, precipitando con ella los acontecimientos definitorios de la liberación.

El mismo que, una vez “hecha” la Patria – condecorado de cicatrices y con galones de Teniente 1º - regresó discretamente al seno de los suyos. A la querencia de Peñarol. A sus bueyes, a sus gallinas, a sus perros, a su fresca enramada, a sus queridas cosas rústicas del agro… A la paz de la égloga, el prodigio de la espiga, al mundo gozoso de la libertad…A curvar de nuevo la espalda, durante más de cuarenta años, sobre el surco, sobre el almácigo, sobre la yema injertada, sobre el anillo de la lombriz, sobre la sabiduría infinita de la hormiga…

Silencioso , humilde, inadvertido.

Hasta que la muerte le sorprendió, a mediados de mayo de 1876, “ligero de equipaje”, como en el verso de Antonio Machado. Tan “liviano” que ni para el cajón tenía…

La memoria de Carmelo Colmán se perpetúa en las placas de una calle de Peñarol, la que pasa precisamente por el frente de la que fue vivienda solariega del héroe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 





   
 


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