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EL PALACIO SALVO Y LA IDENTIDAD NACIONAL
Por. Pablo PELLEGRINI (Profesor de Historia)

   
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Desde la antigüedad, la ciudad es el centro de la mayoría de las actividades del hombre y ésta evoluciona, se transforma. Con el Palacio Salvo , Uruguay demostró ser un país adelantado también en su arquitectura. Lorenzo, José y Ángel Salvo, haciendo uso de su inmensa fortuna deciden construir un edificio de altura: el Palacio Salvo, que fue el más brillante jalón del camino emprendido por esta familia, y también, por sobre todo, el triunfo supremo de su voluntad de hacer.

SIN REALIZAR UNA MINUCIOSA INVESTIGACIÓN sobre las condiciones de vida del hombre y su vivienda, sí queda claro que una vez que logró establecerse en un lugar fijo donde habitar, allí queda marcado el inicio de la arquitectura. La génesis fue la construcción de casas donde morar, pero ya no le fue suficiente, centró entonces su atención en tumbas, palacios y templos. Tales edificaciones debían impresionar a las generaciones futuras, por lo que debía perdurar. Así, en esa búsqueda de permanencias, el barro dio paso a la madera, la madera al ladrillo, el ladrillo a la piedra y la piedra al cemento armado. Obviamente, el gran escenario de todas estas construcciones fue la ciudad.Montevideo , a principios del siglo XX ya era la principal ciudad del país, esto motivó la realización de importantes esfuerzos gubernamentales por aumentar y mejorar la infraestructura de la ciudad y del país en general. Así vemos un gran desarrollo de edificaciones como un cuidadoso trazado de plazas y calles dentro de un segundo periodo modernizador del país, encabezado por José Batlle y Ordóñez. Esta serie de cambios impactaron profundamente en la vida de los uruguayos, alterando su cotidianidad y por supuesto su paisaje. La aparición del automóvil, tranvías eléctricos, ómnibus, teléfonos, radios y obras arquitectónicas de enormes dimensiones, impuso un frenesí hasta ese momento desconocido en la casi inmutable ciudad de Montevideo. En este contexto llega a nuestro país la familia Salvo, como tantos inmigrantes italianos que llegaron al Río de la Plata procedentes de Liguria, y como pocos lograron realizar sus sueños y constituirse en una de las familias más poderosas e influyentes de la época. Decidieron en 1922 organizar un concurso de proyectos para la futura construcción de un edificio de altura, aunque la idea ya era manejada desde mediados de la década anterior. El concurso no tuvo un proyecto triunfador, pero los Salvo decidieron adjudicar la realización de la obra al arquitecto italiano Mario Palanti, radicado desde hacía un buen tiempo en Buenos Aires y siendo asesorado por el ingeniero Lorenzo A. Gori Salvo.

Los hermanos Lorenzo, José y Ángel, haciendo uso de su inmensa fortuna, deciden construir un rascacielos, y compran unas edificaciones en la avenida 18 de Julio esquina Andes en transacción realizada el 16 de noviembre de 1911 por la suma de 462.500 pesos de oro sellado en el lugar donde se encontraba ubicada la famosa confitería “La Giralda” , nada más ni nada menos que el lugar donde fue estrenado el que es tal vez el himno de los tangos “La Cumparsita” , de Matos Rodríguez; en un artículo , la prensa destacaba el inicio de las obras: “…se ha dado comienzo a la demolición del vetusto edificio que ocupaba la confitería La Giralda y otro comercio de menos importancia que aquella, empezando así la primera etapa de la labor en la cual se dará cima a un moderno edificio de más de ocho pisos, que se construirá por cuenta del Sr. Lorenzo Salvo” (Diario “El Día” en su edición del 31 de marzo de 1922) El proyecto original fue la construcción de un edificio de 31 pisos, coronado por una gran torre; esto motivó un sinnúmero de discusiones, sobre todo con la División Arquitectura de la intendencia Municipal de Montevideo, la que cuestionaba su estabilidad y aconsejaba que la construcción no debía sobrepasar los 31 metros de alto; el proyecto antes mencionado llegaba a una altura de 117 metros. La construcción del Palacio Salvo puso a nuestro país en los titulares del mundo, haciéndolo un centro de modernización en materia arquitectónica, ya que se publicaron artículos sobre la futura construcción en las principales revistas de arquitectura del mundo e incluso ya desde 1919 comenzaron a llegar ofertas formales de los principales proveedores de productos para la construcción. La edificación está realizada en un amplio basamento, y esto es lógico si tenemos en cuenta su extensión y altura; esto además hace que sea sustancialmente modificada a la escala de la Plaza Independencia. Por lo que hoy es la calle Andes encontramos todo el perímetro aporticado y con pilares que marcan el ritmo de la planta baja y es a partir de esto que comienza a desarrollarse la torre, que se desplaza hacia la avenida 18 de Julio y la vía circulatoria de la plaza. La Belle Epoque dejó impresas sus muestras en el Palacio Salvo, pautando la modalidad romántica que caracterizó al Montevideo de ayer ; éstas llegan a verse en la construcción de torreones, palomares y añosos miradores y en la decoración de las arcadas que están en la circunvalación de la plaza y su gran ornamentación, la que fue definitivamente suprimida por los derrumbes, que hacían peligrar la integridad física de los que por allí caminaban.

PARTE 2

Todo el edificio es una muestra de arduo trabajo, casi no había quedado espacio sin trabajar, tal vez comparable con la labor de un artesano; ello representa la búsqueda de una nueva estética y la utilización de las innovaciones técnicas de la época de la que formó parte. Más allá de ingresar en el terreno estrictamente estilístico y artístico del edificio, así como en sus detalles técnicos y su aun más trabajoso ajuste a las reglamentaciones vigentes en materia urbanística, lo cierto es que el Palacio Salvo fue inaugurado el 18 de julio de 1928 con pompas y platillos, aunque es cierto que su inauguración oficial recién se realizó el día 12 de octubre de ese mismo año. Allí en sus salones de fiesta de los pisos 1 y 2 se dieron cita los principales personajes de la política y de la alta sociedad de la época, festejando la flamante construcción. Montevideo cobraba así mayor vida, cambiaba definitivamente su cara, de las alturas aldeanas pasó a tener un edificio de más de 100 metros de altura del que se divisaba prácticamente toda la ciudad; al estilo de las mejores capitales europeas, desde entonces se constituyó en uno de los símbolos no sólo de la ciudad sino del país, fue postal de entrada y tal vez el edificio más representativo de nuestro país, incluso hasta el presente. Claro que las impresiones fueron diversas: para quienes lo vieron crecer el impacto fue gradual; mayor resultó dicho impacto para los residentes en otras ciudades y ni que hablar para los extranjeros al contemplar a la entrada al país tan imponente construcción. Seguramente algunos nostálgicos recordarán los famosos bailes de la década de los 40, de gratos momentos para quienes hoy peinan canas pero que antes peinaban gomina y bailaban al compás ciudadano del dos por cuatro, compitiendo con los también célebres bailes que se realizaban en el Teatro Solís. Existen relatos realmente exquisitos sobre esos bailes; los mismos fueron tan populares que muchas veces aprovechando los innumerables recovecos con que contaba y cuenta la edificación muchas parejas aprovechaban para conocerse un poco mejor, a tal punto que fue necesario instalar reflectores adicionales para impedir algunos excesos de comodidad que atentaran contra la moral de algunas señoritas y las buenas costumbres en general. Por muchos años sobre su torre funcionó la torre de control del Puerto de Montevideo, y ni hablar de la instalación de la antena de transmisión de una emisora televisiva; pero no quedó allí, el cine nacional lo resalta debidamente en la producción titulada “El Dirigible” como uno de los referentes indudables de nuestra identidad. Realza también la importancia del edificio la visión que tuvieron los extranjeros del mismo y el impacto que les causaba en sus retinas; un visitante alemán se refería al edificio en los siguientes términos: “Montevideo tiene un rascacielos que se llama Palacio Salvo. No es hermoso, pero… es tan macizo y pesado que uno piensa: si se llegara a derrumbar , se deshace el pequeño Uruguay. Pero no necesita derrumbarse para deshacer esta simpática capital de la pequeña república sudamericana. La deshace platónicamente. Este rascacielos es una combinación de monumento de las Naciones Unidas (en Leipzig) y del café Waterland en Postdamer Plaz de Nueva York. Un nuevo rico lo ha construido. La guerra mundial se ha vengado. No obstante todo el cariño de los montevideanos por su ciudad, quedamos en lo del destrozo platónico”. Podría pensarse hoy que el Palacio Salvo puede ser destruido, y que los montevideanos solemos pasar por alto al mismo, tal vez por esa deformación que tenemos los seres urbanos de no apreciar ciertas obras que trascienden su época y se consolidan como elementos constitutivos ya no de una ciudad sino de un país y de sus mejores tradiciones culturales. Por razones lógicas, el edificio a lo largo de sus 75 jóvenes años fue refaccionado, perdiendo gran parte de la decoración de su fachada, aunque también fue mejorada sustancialmente su infraestructura interna, sobre todo lo que tiene que ver con la llegada de servicios públicos. Sus administradores afirman que para ser un edificio que tiene tres cuartos de siglo, tiene menos problemas que muchos otros edificios más modernos. Mucho queda por decir, pero en definitiva, el Palacio Salvo es la concreción del espíritu de empresa y la necesidad de hacer, es el símbolo de la inmigración triunfante en nuestro país y que dejó de ser el patrimonio de una familia para integrar el patrimonio histórico de nuestro país.

 

 

 

 





   
 


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