Muchas veces hemos leído en los diarios o escuchado en los noticieros “Las autoridades portuarias han cerrado el puerto desde la hora…”
Es porque hay falta de visibilidad o temporales. En el Río de la Plata son frecuentes las nieblas y esas marejadas que obligan al grumete a retirarse debajo de cubierta y a los pescadores a quedar en el puerto. Gigantescas olas arrollan a través del estuario provocando rompientes que explotan furiosamente en Polonio, Lobos, Punta del Este, Punta Brava, Punta Negra y el Banco Inglés. El viento azuza las crestas arrancando lloviznas de salmuera y espuma, el cielo es gris y el horizonte aparece oscurecido como en una tormenta de arena y polvo. Ese es el panorama que enfrentan muchas veces los buques que, aunque zarpan en circunstancias favorables, con los roles de la tripulación completos para cumplir guardias y zafarranchos, y sus condiciones de navegación, casco y máquinas en orden y certificadas, suelen encontrarse disminuidos por los efectos de semanas y semanas de navegación cuando enfrentan la desembocadura del Río de la Plata. Por otra parte el Uruguay y el Paraná, asomando por mil bocas de sus deltas, aportan volúmenes de agua que desplazan mezclándose con las más frías y saladas del océano, originando una región rica en plancton, lobos marinos, peces y mariscos, pero llena también de trampas para navegantes inexperientes o embarcaciones débiles que son arrojadas por las corrientes sobre los escollos. La costa norte del Plata, está formada por playas, cabos, puntas, islotes separados por intrincados canales. Ella está hoy señalada por tres faros de recalada y otros ocho que guían al navegante como de la mano hasta los puertos de Montevideo y Buenos Aires o aquellos ubicados sobre las vías fluviales.
En el centro del estuario, como una muralla submarina, estratégicamente cerrando el acceso en unas 12 millas de norte a sur se encuentra el Banco Inglés, el cual esperó durante muchos años una adecuada señalización. El nombre se lo debe a un naufragio. Hasta el siglo XVI figuraba en las cartas como “Bajo de los Castellanos” , pero en esos años, cuando Felipe II guerreaba con Inglaterra, una pinaza (antigua embarcación de vela y remo, con tres palos, larga, angosta, ligera y de popa cuadrada) perteneciente a la escuadra del Comodoro Fenton, que pirateaba en las costas del Brasil, se acercó a la Boca del Plata y naufragó en el Banco. Se salvaron algunos marineros y uno de ellos de apellido Fairweather (paradójicamente el nombre del náufrago significa “buen tiempo”) cruzó el río y se radicó en Buenos Aires. Como era ducho en náutica, los Capitanes de buques, le interrogaban antes de zarpar, sobre “el banco en que naufragó el ingles”. Durante tres siglos, las instituciones que regulaban la navegación entre España y sus colonias, eran las que nacieron juntas con los descubrimientos. No es extraño, pues, que esas rutas se vieran poco frecuentadas. Pero desde 1788, Carlos III dictó su famoso decreto de “Comercio Libre”, aumentó la navegación en el Río de la Plata y especialmente al puerto de Montevideo, dándole un impulso tal, que lo convertiría pronto en ciudad capital. Hasta mediados del siglo XIX, la navegación del Plata se tenía por milagrosa. Antes de la independencia de la República, se instalaron los primeros faros: Cerro de Montevideo en 1802 e Isla de Flores durante la dominación lusitana y brasileña en 1828.
Así sucesivamente, con el correr de los años y el aumento de la navegación platense fueron apareciendo nuevos faros que hoy iluminan y dan seguridad navegante. Desde 1916 la Inspección General de Marina es la encargada en nuestro país de los trabajos de hidrografía y de balizamiento en las aguas territoriales y bajo su jurisdicción están los faros desde 1933. Los faros simbolizan la seguridad en el mar. Una de las siete maravillas del mundo antiguo fue la torre de mármol de las Isla de Paros, cerca de la ciudad de Alejandría. Paradójicamente se construyó para poder vigilar la superficie del mar en una milla a la redonda, pero resultó que al elevarse, su luz era vista desde muy lejos y así nació el primer faro de recalada. Desde su cima el atalaya divisaba buques amigos o enemigos, piratas o mercaderes, invasores o seres queridos que regresaban de un viaje por lejanas tierras en aquel mundo del año 285 AC. Esta misión, sigue siendo de una importancia capital. El primer torrero o farolero encargado del Faro del Cerro, fue el Vigía José Lougarr, hasta 1802, en que es sustituido por el Alférez de Fragata José Enríquez. Por la curvatura de la Tierra, un Faro se ve desde más lejos, cuanto mayor es su altura. Se considera que los puentes de los navíos están a una altura de 5 metros y a la distancia desde el nivel medio del mar, hasta el plano en que está el foco de la linterna del faro. La luz puede penetrar a distintas distancias, según el estado de trasmisión atmosférica para ser captada por el sentido humano de la vista. A la distancia en que es visible el haz de luz de un faro, para una trasmisión atmosférica normal, que corresponde al tiempo “Claro” del Código Internacional de Visibilidad, se denomina “alcance lumínico” que depende de la intensidad luminosa. No vale la pena hacer un faro muy alto para dotarlo de poco alcance lumínico, por eso en la mayoría de los faros, el alcance geográfico y el lumínico son iguales, por lo cual, muchas veces se suelen confundir.
Nuestros primeros faros usaban como fuente luminosa, mechas embebidas en grasa de potro y después aceite. Los destellos se conseguían con ingeniosos mecanismos de ocultación o haciendo girar espejos que aumentaban la intensidad luminosa. Poderosos lentes que concentran los rayos de luces en uno o varios haces, montados en paneles, verdaderas maravillas de precisión, que giran impulsados por mecanismos de relojería, recién se usan en nuestros sistemas en 1874, en el Faro de Santa María. Este mecanismo que aún se encuentra funcionando, estás sustentado sobre varias ruedas de bronce que giran sobre pistas de hierro. A principios de siglo, una vez pacificado el país, se instalaron la mayoría de estos sistemas de ayuda a la navegación, y por último, los radio-faros de la Isla de Lobos el Cabo Polonio en 1932. Estos últimos son estaciones radiotelegráficas que operan especialmente durante las nieblas y se les distingue porque emiten una señal característica. |
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