Jockey o jugador de fútbol. Jugador de fútbol o jockey. Esa era la disyuntiva para aquel pibe criado en el corazón de Maroñas, en el hogar de un profesional del furf y con los tentadores portones del Folle Illa cerquita. El contacto con ídolos que se visten de sedas multicolores era directo, y naturalmente deslumbrante, tal como lo es para la purretada de ahora el fulgor de Walter Baez, del “Maestro” Piñeyro – todavía – de Mario Rodríguez, de los dos González o el que anuncia Gasparini. Era cuando el auge de Gualberto Pérez del “Mono” García, de Espino, mientras Lalinde llegaba al término de su ciclo docente, del inolvidable “Facha” de Santis, de los destellos estelares con que Ever Perdomo se presentó en Ituzaingó. Estaban ahí. Eran del barrio. Mucho más influyentes por eso mismo, en aquel momento, que los otros ídolos de la muchachada, los que acaudillara Obdulio en Maracaná. Apenas cuando Migues compartía algún asado con el “Tero” Rey, o cuando incursionaba por el hipódromo como Máspoli o como Juan Carlos González, despuntando el vicio, aparecía una chance para la tentación de hablarles. Y apuntaba el afán de saber algo más de ellos y la ilusión de emularlos algún día, para hacerle carrera al otro anhelo – al de todos los días - , de entrar ovacionado al pesaje sonriente como la mayoría o inmutable como el Legui que ya entraba en la leyenda.
La disyuntiva seguía, hasta que el centímetro y la balanza pusieron las cosas en su lugar. Para Jockey iba a ser demasiado alto. Entonces le quedaba solo el fútbol como meta. Lo llevaba también en el alma. Por suerte para Alcides Vicente Silveira, aquel pibe de Maroñas. Y lo lleva todavía, cuarentón apenas y con media vida para seguir haciendo algo por el fútbol, después que el fútbol le diera tanto (este material fue publicado en abril-1980). Aunque sin apagar el fuego sagrado del turf, la herencia paterna. Lo confiesa sin vacilar en su elegante décimo piso en pleno Palermo de esa Buenos Aires en que llegó a ídolo como aquellos que admiraba los domingos en Maroñas y donde mantiene el respeto que se ganan los grandes.
“Son mis dos pasiones. El fútbol y las carreras. Las dos cosas que me emocionan en la vida. Voy al hipódromo de tanto en tanto, para no alejarme demasiado de eso que es parte de lo mío. A los grandes clásicos, o simplemente cuando me viene un impulso de lo íntimo, en una reunión cualquiera. Además mantengo la amistad de siempre con el “Rana” Domínguez, con Fajardo, con Perdomo, con Troncoso, con Sanguinetti, con Durante. Claro que no quiero que me “dateeen” , porque si se les “cae” una fija me agarro flor de bronca, y tampoco es cuestión que ganen cada vez que se corren una rumbeada, porque sería para enviciarse. Y a esta altura del partido…”
FICHA PERSONAL
Nombre : ALCIDES VICENTE SILVEIRA
Nació el 16 de junio de 1938 en Montevideo
Casado con Norma Vivaldo, uruguaya también.
Cuatro hijos: Alcides Ricardo, Daniel Vicente, Fernando Oscar y Gustavo Darío, este último
Argentino.
COPAS ALGUNAS
La primera en 1954 , con la Tercera “B” de Sud América.
Al año siguiente otra, con la Quinta Buzona. Vice Campeón de Reservas, también con los naranjas. En 1959, Campeón Sudamericano invicto en Guayaquil con la Selección de Uruguay.
A nivel mayor de clubes, Campeón Argentino con Independiente en el 60. Con Boca , en el 64 y en el 64 y en el 65. Con Nacional, Campeón Uruguayo en 1969, en el último año de su campaña como futbolista.
Fuente: “ESTRELLAS DEPORTIVAS” N° 134 autor Eugenio Petit.
ALCIDES “CACHO” SILVEIRA Parte II
Un “Cacho” grande de fútbol
“Cacho” Silveira. Un personaje. Un triunfador nato. En ese Sud América por que siguió cinchando a lo lejos. En su breve pasaje por la selección celeste. En Independiente, en el Barcelona de Kubala, en Boca Juniors, en Nacional incluso, ya en el ocaso de su carrera. Un triunfador nato, sí , a impulsos de una voluntad de hierro, de una confianza contagiosa en lo suyo, porque nadie como él sabía hasta dónde le daba el paño por supuesto, cuando había tanto para cortar. De una conducta profesional de inquebrantable firmeza. De una responsabilidad que por cierto no apuntaba en aquel pibe de Maroñas, cuando el fútbol le ganó el mano a mano a las carreras. De sus recuerdos surge claro. Estrecerrando los ojos se hunde en el pasado y los va rescatando, seguro como en el área.
AL FORTÍN, PERO DE “AGREGADO”
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Vamos al principio. A la época del Norton. Camiseta azul, con algo de rojo. Andábamos por toda la zona buscando rivales. Cerquita del Hipódromo. O en la cancha del San Martín Mendoza, del Fantasma, del Maroñas mismo. De ahí pasé a Sud América, por esas cosas de la vida. Resulta que un allegado al club, Ruben Leirane, vino a buscar al “Pocho” Menchaca, que debió ser un N° 2 sensacional pero falleció muy joven, y al “Negrito” Damisa. Les habló y se iba con ellos, ante la mirada asombrada de todos, cuando alguno de los dos le insinuó que me llevara también, que yo le pegaba bien a la de cuero…Me miró y , claro no tuvo inconveniente, si andaba buscando jugadores. Pero yo sí lo tenía. Andaba sin un “medio” para el tranvía. Se lo confesé y me pagó el boleto.
Fue una tarde clave para el futuro de Silveira. Todos los detalles están grabados en su mente, con caracteres indelebles. Le parece que fue ayer, y ya tiramos un montón de almanaques…
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Cuando llegamos al Fortín por aquella inolvidable callecita de tierra, me quería morir. Éramos 88 para practicar. El director técnico apuntaba los nombres y al lado el puesto en que cada uno quería jugar. Yo miraba, y como vi que de centre half se había anotado uno solo – de apellido Gutiérrez, no se me borra- me avivé y le dije que yo jugaba en esa posición, aunque en realidad lo hacía de entreala en ese entonces. Pero no quería quedar afuera, ¿se da cuenta?. El que anotaba, era Arsenio Reyes, el “Nene” Reyes para todos. Excelente persona, y el técnico de quien me considero más amigo entre cuantos me han dirigido y eso que a todos los estimo sinceramente. Pero el “Nene” es un fuera de serie, un hombre bárbaro, y me gusta destacarlo porque es hacerle estricta justicia. Bueno, me puso en un cuadro y empecé a meter con unas Ranchera atadas con hilo, y con calcetines nomás, inolvidable…Me dijo que volviera a practicar otra vez, y esa tarde me ficharon. Tenía 13 años, y daba una ventaja enorme, porque en esa época se podía jugar en Cuarta División hasta los 18. No se olvide que a esa altura de la vida las diferencias de edad son mucho más sensibles que en otras, pero yo me entreveraba igual.
Silvera está embalado rememorando pasajes preciosos indudablemente. Pide más hielo, sacude la botella de “scotch” y sirve sin miedo. Se acomoda en el sillón, me pregunta si la historia no se hace demasiado larga, y agrega otro capítulo.
-Dejé de ir, ni me acuerdo bien por qué, y volví a las canchas de barrio. Pero Sud América insistía, y una tarde en que estaba jugando al billar en el bar de Don Jorge, allá por José Pedro Ramírez y Susviela Guarch, llegaron don José Etchegoyen –una personalidad en el cuadro de Villa Muñóz, el padre del dirigente Hermes Etchegoyen y tío de “Pepe” – y el padre de Tizón, el golero. Me tentaron, porque esa tarde había partido con Peñarol , y para mejor era en Las Acacias, ahí nomás, como para ir caminando incluso. Jugué de 2 y ganamos 1-0 . De ahí en adelante sí me la tomé en serio. Teníamos flor de cuadro, con Novasco, Balbuena, Aguerrebere, Américo Pereira, Flores. Casi todos llegamos a Primera. Salimos campeones de Quinta División y ese fue primer título en la historia buzona a nivel de la “A”. Cada vez que voy a la sede me doy una vueltita a contemplar la foto. Son instancias de la vida que no pueden dejar de rememorarse con el mayor cariño, pese a todo lo que vino después, glorioso si se quiere con tremendas alegrías enancadas en copas, en trofeos, en medallas, en pergaminos, en grandes titulares de la prensa. Pero aquello era distinto…
Fuente: “ESTRELLAS DEPORTIVAS” N° 134 autor Eugenio Petit.
ALCIDES “CACHO” SILVEIRA Parte III
Un “Cacho” grande de fútbol
LA CELESTE, EL AMOR DE SU VIDA
Silveira fue toda la vida un devoto de los colores nacionales, y defenderlos resultó una tempranera culminación para su entrega incondicional a una profesión que encarada como tal por supuesto, de ningún modo eclipsó la pasión en celeste acuñada desde chiquilín en la barriada maroñense, hasta el estallido del Uruguay entero en Maracaná, un mes después de festejar modestamente su primera docena de años. La excelente campaña de Sud América en lo local, con “Cacho” como puntal incuestionable, le dio una chance para el Sudamericano de 1959, con Buenos Aires por escenario. No marcharon los nuestros, precariamente preparados como mil veces en su historia, y el Brasil de Pelé estampó un neto 3-1 que fue poco al lado del 4-0 de los dueños de casa, para desazón de quienes se vieron superado. Pero hubo revancha y no demoró. ¿Verdad, Silveira?
Fue a fines del mismo 59, en Guayaquil, con “Nino” Corazzo como técnico de un plantel que rindió en forma asombrosa, según la crítica extranjera y la nuestra, que nos conocía mucho mejor desde luego. Algo nos favoreció para eso, y trataré de explicarlo con mi ejemplo. Fui bastante pesado entre 72 y 73 , y como yo , Escalada, Sasía y algunos más, jugadores de fuerza pero no muy veloces, en especial cuando estaban algo excedidos de peso. Llegamos una semana antes de empezar el torneo, y entrenando fuerte, como correspondía – aunque no habíamos llevado preparador físico – perdimos kilos y nos sentíamos mucho más ágiles de lo esperado. Hasta que vino el estreno, con el propio Ecuador, donde jugaba Spencer, y a quién dirigía Juancito López, un ídolo para ellos como para nosotros. Allí tuvimos la pauta de nuestras posibilidades. Le hicimos cuatro. Ya le conté que el primero por cuenta mía, como infalible ejecutor de penales, según estaban convencidos los muchachos, y otros tres como para que no quedaran dudas de nuestra superioridad. Ya andaba en 69 kilos, y los demás “gorditos” habían rebajado en esa proporción, en forma tal que el equipo volaba en la cancha. La continuidad de partidos nos favoreció y ganábamos por goleada generalmente. A Brasil le hicimos tres en la valla de Waldemar, y la rúbrica fue la lotería que le cantamos a Argentina, sin precedentes el “Nene” Sanfilipo y Belén, alternando después Rattin, Ruiz y “Yayá” Rodríguez.
Bueno , no es cosa de mencionar solo a los rivales. A esta altura ya debería haber recordado quiénes éramos nosotros: Sosa - a quien solo le hizo un gol Paraguay, que nos empató cuando ya éramos campeones - , el capitán Troche y yo , Méndez, Rubén González y Mesías, Domingo Pérez, “Mariolo” Bergara, Sasía, Douksas y Escalada. El plantel lo completaban Dogliotti , Dalmao, Manghini, Jorge Gómez, Espalter, Willy Píriz, Eladio Benítez, Guaglianone y Chávez. Sí, no había ninguno de Peñarol.
Un núcleo inolvidable para mí, que compartió momentos de tremenda emotividad. Porque en ese sentido éramos todos parejos, en cuanto al sentimiento de un profundo y bien entendido patriotismo, que nos hacía despojar de cualquier otra motivación durante el campeonato. Como que de pesos hablamos una sola vez, cuando nos citaron a la selección, y a otra cosa. Pero era ponerse la celeste en el vestuario, ver flamear la bandera o escuchar el himno y se nos ponía la piel de gallina…Qué nos iban a ganar. ..Cualquier día…
Fuente: “ESTRELLAS DEPORTIVAS” N° 134 autor Eugenio Petit.
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