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GALERÍAS DEPORTIVAS

PEDRO “PERUCHO” PETRONE


   
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La vida de Perucho Petrone fue un drama. Su duro trayecto desde un comienzo deportivamente desprovisto de alicientes, tuvo sobrados motivos para desanimar al más tenaz. Pasó por un apogeo esplendoroso pero al volcar el codo de los 59 años, la muerte lo paró para cobrarle la última cuota de su permanente entrega de amistad generosa, de pasión deportiva, de querencias, de frustraciones menores pero importantes, de triunfos enormes pero no permanentes y otras deudas chicas de las que sin querer se han olvidado.

 

Quizás no anhelaba ya más que la compensación relativa de un permanente recuerdo del deporte y especialmente del fútbol y del turf para uno de los prototipos del deportista ultrabohemio de una época, autodidacto a la fuerza, que triunfaba – o simplemente tallaba – al compás de un tango, al conjuro de un final cabeza a cabeza, al asombro de un gol imposible o al impulso de un amor inalcanzable. Fue acreedor de un recuerdo muy hondo de miles de deportistas de todo el mundo porque fue alrededor del mundo que mostró la luminosa atracción de su show de goles para levantar el coro victorioso de una multitud fanática y para poner silencio entre signos de admiración en la opuesta tribuna que cierra el engarce a la esmeralda de la cancha. Si intentáramos un repaso de su lamentable breve actuación deportiva, encontraríamos muchas contradicciones hasta sacar en limpio una hermosa lección de técnica futbolística dictada pese al desconcierto originado por su simultánea partida en el tablero de su desconcertado anhelo de superación humana. Luchó en desventaja sin entender por qué ni para qué, si él, Perucho, disponía el desenlace de cada partido, repartía la alegría y el dolor, esos dos capitales que gobiernan en triunfos y en derrotas todo el mundo conocido para él. Su universo, para abreviar.

El drama encierra una vida breve pero densa. En un abrir y cerrar de ojos, el protagonista de sórdido comienzo, , cada vez empezando de cero, se siente en su mundo como el árbitro, la vedette cuya sola presencia determinaba el valor de un espectáculo y la garantía de esa emoción gol que se demanda al mismo tiempo que se rechaza, que se escribe con sólo tres letras, en que pueden abortar miles de ilusiones o resucitar miles de esperanzas. Junto con el guardameta, los artilleros del fútbol son quienes hacen girar el cilindro donde rueda la pelota enloquecida. “Hoy juega Petrone” , se limitaban a decir lacónicamente los afiches del Fiorentina de Italia, porque sabían que donde jugaba el artillero y por la sola razón del artillero todos emprendían el camino de la cita con la auténtica emoción del goleador.

Unos iban a festejar su fracaso; otros iban a levantarlo en andas; pero todos iban a verlo en toda su majestuosa, erguida, fuerte, musculosa sin hipertrofia, perfeccionada por la ajustada casaquilla violeta y mostrando la flor de una sonrisa que firmaba la garantía de su predisposición al esfuerzo sin mañas, ni otra especulación  profesional que poner en la batalla la razón terminante de su artillería demoledora. Su presencia en la cancha inspiraba optimismo. Esa presencia del uruguayo Petrone – toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno - , ya era para él no sólo el triunfo de ser profeta fuera de su tierra, sino el triunfo de haber superado todas las carencias iniciales de sus comienzos particularmente difíciles en que los inconvenientes menores eran los de constitución física y los apoyos mayores eran nacidos de su humildad y su urgente necesidad de amistades.

Algún día será necesario extenderse en este problema de carencias de diverso orden para demostrar que no siempre valen como justificación de fracasos deportivos para rendir cuentas de bajos promedios en el campo internacional, a la hora de explicar lo “inexplicable”.

 

 

 


Fuente ESTRELLAS DEPORTIVAS Número 41 autor del artículo Héctor López Reboled

 

 

 





   
 


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