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RECUERDOS DE MI NIÑEZ  PROVINCIANA
Por. Andrea Garrido

   
     


A MI ABUELA CLAUDINA

Porque no pediste serlo pero fue así, porque lo eras desde siempre para mí.
Cierro los ojos y te veo debajo de la parra con el mate o sentada en la cocina en silencioso conjuro, pelando las verduras, papas, zapallo, zanahorias para el puchero gordo que humea en la estufa.
La batea del pan casero siempre lista, la mesa larga del comedor repleta de ñoquis, las tardes de crochet y novelas en la tele a batería, los días de misa, las velas de los santos y el rosario eterno de tu cuarto que olía a jabones guardados en el ropero.
El matecito de las cuatro era sagrado. Primero con el abuelo Matías y luego entre tú y yo, nunca escaseaba algún yuyito para darle mejor sabor.
Ni hablar cuando podía pescar algún mate descuidado, cebado con un chorrito de ginebra en las tardes frías del invierno cordobés, alrededor del brasero.
Moríamos por el mate cocido en los jarros esmaltados, tu pan y mermeladas caseras hacían las delicias de la tarde.
Tu locro picantón y tus famosas empanadas eran motivo para reunir a la familia que siempre sentí mía, hasta me peleaba con Miriam para ver de quién eras abuela! Su corazón es como el tuyo, ya que siempre terminaba prestándote y aceptando que yo era tu gringuita y que había abuela para todos.
El amor y la fe salían de tu boca y se enredaban en los quehaceres hogareños, tus recuerdos, tus consejos, tus estampas milagrosas que nunca se quedaban quietas, pasaban de uno a otro y volvían a pasar.
Tus plegarias silenciosas por los que estaban enfermos, tus curas milagrosas del empacho, las paperas, la culebrilla y otros tantos que ya ni recuerdo.
Cómo añoro esos abrazos y esos ojos profundos llenos de ternura, las palabras de aliento, esas que te calaban el alma y quedaban retumbando. Fuiste sabia en la simpleza de la vida y lo diste todo por amor.
No era porque no tenías a nadie a quien darle, que me lo diste todo, sino que tu corazón era muy grande para tan pocos…
Porque no pediste serlo pero fue… Gracias!

 

 Te acordás amigo?
Por. Andrea Garrido


" Buscando en el rincón perdido de mi alma, encuentro en el arcón repleto de recuerdos, tu cara, tu sonrisa, tu manera de andar. Revuelvo entre tantos años que han pasado, tratando de llegar bien hasta el fondo, pero me quedo allí, entre los ocho y los doce, esa edad mágica donde el mundo es aventura. Te acordás Joselo?
Donde el maizal era la jungla y nosotros cargados tan solo con enormes escopetas de palo de escoba, corríamos como soldados librando las batallas más increíbles. De repente un choclo tierno con su barba dorada nos apuntaba, a veces las mariposas espías nos delataban y otras tantas, la llamada de tu madre acababa con el juego porque era hora de tomar la leche.
Las montañas de arena y pedregullo eran un reto, magníficas construcciones de madera que buscábamos en el aserradero nos hacían grandes magnates con enormes coches de carrera y lujosas mansiones, por desgracia esto también acababa con la llegada de tu padre del trabajo y los sueños se trocaban por palas para dejar todo como estaba.
A la hora de la siesta, las chicharras siempre nos llamaban para hacer travesuras, las poníamos en un tarro que llevábamos bien contabilizado, tres chicharras amarillas, dos verdes chicas, seis marrones comunes...
Qué escándalo cuando se nos escapaba alguna, corríamos entre los algarrobos y espinillos para luego soltarlas cuando caía la nochecita.
Y cuando te caíste del árbol por agarrar una verde? Ahí sí que la embarramos!!! se nos cortaron los juegos por unas cuantas semanas, sólo era la tele, las figuritas y poco más, hasta que te sacaron el yeso. Cómo nos reímos de tu brazo flaquito!
Nuestra risa se diluye con el tiempo y tus recuerdos se entrelazan con los otros. Revuelvo una y otra vez pero ya no estás, te mezclaste con los años que pasaron. Con gesto despreocupado cierro el arcón y vuelvo a la realidad, y no importa porque sé que estás allí, hasta la próxima."

 

TARDES DE JUEGOS
Por. Andrea Garrido

Las siestas del verano cordobés se desperezan despacito, primero con alguna brisa que sacude los árboles, luego el trino de algún jilguero revoltoso se une al canto de los cardenales y los tordos se despiertan y alborotan.
Es la hora de las víboras y está prohibido salir, nos quedamos jugando en un susurro en la galería fresca. Latas viejas, cajitas de cartón, botellas, frasquitos…todo sirve para jugar al almacén, a la casita, a las miles de historias que se nos ocurren en nuestras cabecitas inquietas.
Los juegos incluyen alguna escapada hasta la cocina para ver qué se puede comer, alguna corrida hasta el damasco cargado con sus frutos dulces como la miel, algún racimo de uvas, un higo maduro que esté al alcance de la mano, moras de todos los colores y tamaños.
Total, después la abuela con sus manos santas nos cura el empacho de la fruta caliente.
El ruido en la cocina nos alerta de que se acabaron los juegos, todo debe volver a su lugar.
La abuela ya está levantada con su pelo negro recogido, su delantal, la pava ya está caliente para el mate que se toma bajo la parra al costado de la casa donde ya no da el sol.
Todo está dispuesto, los banquitos de madera, la yerbera doble, el matecito de lata con oreja, la servilleta blanca con el pan casero.
Los abuelos se sientan mientras nosotros revoloteamos a su alrededor hasta que el primer mate es cebado, allí los niños les dejamos ese espacio que les es propio.
Los abuelos sentados no hablan, el mate lo toman despacito, saboreándolo, cada movimiento acompaña el ritmo de la tarde calurosa, de vez en cuando la abuela le ofrece una rodaja de pan que el abuelo con sus manos callosas de años de trabajo duro, lo reparte entre algunas gallinas impertinentes que se acercan al banquete.
La abuela lo rezonga con amor pero él sólo se ríe.
Mientras tanto, nosotros corremos, saltamos, jugamos al escondite cerca de la casa hasta que mamá nos pega el grito desde la otra casa para ir a tomar la leche.
Allí corremos todos, no hay diferencia de familia ni de edades, somos una bandada que entra por la puerta de la cocina y nos arremolinamos alrededor de la mesa tendida.
Al anochecer los juegos se van terminando, cada quién para su casa, hora de bañarse y de cenar, después la noche que se hizo fresca nos envuelve para dormir y seguir soñando con la aventura de vivir.


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abuela

 

 

 

 

 

te acordas

 

tardes

     
 


PÁGINAS AMIGAS